Terapia Especial. Capítulo XVII:

“Caramelo prohibido” 

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La suave brisa golpeaba a la espalda de April, quien se encontraba sentada en el comedor, junto a Camila. Tal como le había prometido hace unos días a su cuñada, iba a ayudarla a superar su fobia. No obstante, en ese minuto en el que debía estar escuchándola atentamente, ella miraba su móvil, mientras fingía oírla. Por más que quería tomarle atención a lo que decía su cuñada, ella no se encontraba apta para darle su ayuda profesional. 

Su cabeza y pensamientos rondaban por otra parte, en un mundo rodeado de confusión y agobio. Era tanta su indiferencia que Camila, la notó. Pero en vez de enfadarse, sintió una extraña sensación de tristeza. Quizás se debía a la melancólica mirada que tenía la rubia. –“April, ¿te encuentras bien?”- pregunto la artista, tratando de averiguar lo que tenía tan perturbada a la mujer de su hermano. Sin embargo, ella estaba tan absorta en su mundo, que no prestaba atención a ninguna de las declaraciones que le decían. 

Aquellos radiantes ojos azules, se habían oscurecidos como la profundidad del mar, toda chispa de alegría se desvanecía. Y un escalofrío recorría por el cuerpo de Camila, al ver ese rostro sombrío. April dejó su celular en la mesa, se levantó para ir maquillar su cara y ocultar esas lágrimas que brotaban en sus pupilas. Camila se quedó quieta, y cada vez percibía el aire más pesado, aun cuando su cuñada había salido. De pronto, el teléfono de la rubia vibró y se iluminó. 

Le había llegado un mensaje, que no pasó desapercibido de los ojos de Camila. El texto dejó más inquieta a la hermana de Tomás, pues era de un tal Mariano y decía: «Ven a verme mañana, cuando tu esposo esté trabajando». No tenía pruebas, tampoco indicios para sospechar que April le podría estar siendo infiel a su hermano. Mucho menos quería creerlo, aunque no podía poner las manos al fuego por alguien que recientemente conocía, se negaba a aceptar que su cuñada fuera una puta. 

En tanto Tomás, azotaba sus caderas sin frenesís, sus arremetidas iban siendo violentas, en contraste de los trazos que realizaba Josefina, con su lengua. Ignacia se sentía rara, estaba disfrutando de aquello, pero no como lo esperaba. Las manos del hombre iban subiendo por esa cintura tan delicada y tierna, que le recordaba a la piel joven de su esposa. Filtrando sus dedos por debajo de la tela, continuó explorando la sedosa carne de su nuera, hasta llegar a sus redonditas tetas. 

–“¡Ooouuggg!”- gimió con fuerza la muchacha, pero en ese grito no había señal de dolor o de incomodidad, por esas brutales embestidas. Todo lo contrario, se percibió gozo y erotismo. Los dedos de su suegro se clavaban como garras afiladas en sus senos, y no paraba de jadear. Ella cumplía una de sus mayores fantasías, una que anheló por mucho tiempo y la dejó en el olvido, al ver que era imposible hacerla realidad, pero ahí estaba ahora en cuatro, recibiendo toda la verga del hombre en el culo. 

Tomás dominado por el mismo demonio, conquistaba las entrañas de su nuera con cada estocada, y se aferraba a esas tetas como si fueran las de su mujer. –“Ma… Más… Más fuerte”- exclama la muchacha, volteando sus ojos y mordiendo sus labios de tanto deleite. Josefina como un gato que bebía agua de su plato, pasaba su lengua por esos empapados labios vaginales y acariciaba con su boca el clítoris, mientras con celos, observaba como la polla de su cuñado invadía ese esfínter y se apropiaba de él.

El aliento abrazador del maduro, erizaba la piel de la muchacha, que ya no tenía voz de tanto gritar. La húmeda lengua de él, exploraba su oreja, los lengüetazos eran voraz, al igual que sus mordidas, tal como si fuera un oso, que despellejaba a su presa. Ignacia se deba cuenta que no tenía nada para domar a su suegro, era el primer hombre al que le resultaba imposible seguirle el ritmo, y comprendía de donde había sacado Axel ese instinto salvaje. 

Ella no tenía otra opción más que ser una dócil puta, dejar que esas manos recorrieran su figura y la fueran desnudando lentamente, mientras su orto era destrozado, por un pollazo tras otro. Ya sin su camiseta, sus pequeñas tetas danzaban al compás de las embestidas que recibía. Llevaba un par de minutos, siendo follada por su suegro, pero ya su cuerpo sudaba entero, sentía una leve picazón en su cabeza, que la hacía querer sacarse la peluca y dejar su cabellera rubia libre, para ser jalado por Tomás. 

Josefina, paraba de lamer el coño de su hermana, y anonadada, miraba sin parpadear, cómo le rompían el culo. La lujuria y el morbo, la cachondeaban más de lo que estaba, dejaba de lado esos celos, para unirse a esa fiesta. Sin embargo, antes de que hiciera algún movimiento, su cuñado sacó toda su tranca del hospitalario culo de Ignacia, la cual agotada, cayó sobre la cama, jadeante y con la cabeza dándole vuelta. Ella como si leyera la mente del hombre, abrió la boca para recibir ese pedazo. 

Paulatinamente fue envolviendo a esa robusta verga con sus labios, hasta hacerla desaparecer totalmente. Tomás sonrió y comenzó a follar lentamente la boquita de su cuñada. Metiendo y sacando su polla de esa garganta cálida que acogía perfectamente. –“¿Te gusta el sabor de mi pene después de haber estado en el culazo de hermana?”- consultó con una sonrisa picarona, la chica extasiada con ese festín en su paladar, simplemente movió su cabeza de manera afirmativa. 

Su lengua no paraba de deslizarse por esa barra de carne y sacar de esa cabezota el líquido preseminal que expulsaba. Ignacia que recuperaba su energía, se volteaba, para unirse a su hermana. Josefina al verla, se retira la paleta de su cuñado y se la comparte a su gemela, a quien le brillaron los ojitos, al observar ese miembro embadurnado e imponente. Ignacia se relamió, antes de engullirse la tranca de su suegro, que ahora mezclado con el melosa saliva de su hermana, sabía mucho mejor. 

Sus labios aprisionaron primeramente el glande, y con su lengua, fue lamiendo alrededor de él, mientras miraba fijamente al hombre, que jadeaba. Ella se lo retira para poder degustar mejor los chorritos que había soltado su suegro. El viscoso esperma, tenía el mismo sabor al de Axel, no podía decir que uno era mejor que otro, porque ambos le derretían la boca. Tomando nuevamente ese pene erecto, se mete una buena porción, experimentando una explosión de sabores. 

Josefina por otra parte, se cuestionaba qué hacer, si comerle el culo a su hermana o darle un buen servicio a su cuñado, al lamerle los huevos. Al final se decantó por devorar esas bolas, pero mientras lo hacía, sus finos dedos fueron acariciando la babeante rajita de su gemela. Ignacia al sentir esos dedos sobando sus labios vaginales, tuvo un pequeño espasmo, que se transformó en placer, más cuando se metieron dentro de su vulva y se retorcían, como si quisieran cavar. 

Ignacia se vio obligada a hacer lo mismo que su hermana y darle ese gozo prohibido que tantas veces se dieron a escondidas de sus padres, mientras se contaban sus guarradas. Ellas sin que se dijeran algo o mirarse a las caras, intercambiaron de lugar, como si se entendieran telepáticamente. La lengua de la culoncita, rodeaba esas bolas húmedas, en tanto su gemela, jugaba con mimo con esa cabeza que palpitaba cada vez más. Tomás con esfuerzo mantenía la cordura con esas dos zorritas que le devoraban el miembro.
 
Nuevamente intercambiaban, y esta vez Ignacia se engulló hasta el último centímetro de la palanqueta de su suegro. Dejándolo flipando por su destreza, la cual había pulido durante sus años de noviazgo con Axel. Los jadeos del hombre se hacían más intensos, quien se veía superado por esas gemelas. Faltaba muy poco para que terminara corriéndose y expulsada su semen en la boca de su nuera, sin embargo, ellas se detuvieron justo, dejando de lado la verga de Tomás, las hermanas se miraron coquetamente y se besaron.  

Eran pequeños besos, pero muy cachondos, en donde sus lenguas se enroscaban tímidamente y compartían el manjar de sus bocas. Ambas se rieron con malicia, mientras observaban fijamente a Tomás. Como dos lobas hambrientas se fueron llegando al maduro, levantándose del suelo, las dos tocaron ese cuerpo veterano, besaron su pecho y cuello, hasta llegar a sus labios, para turnarse en devorarle la boca. Tomás magreaba esas colas asesinas, con lentitud y fuerza, sacando un par de aullidos. 

–“Guao… Que culazos tienen, mis niñas”- comento él, dejando de morrearse con ellas. –“Son todos tuyos, suegrito”- murmuro Ignacia, tomando entre sus sedosas manos la estaca ferviente del padre de su marido. –“Pero antes, quiero que me entierres esta vergota en el coño”- agrego, mordiéndole los labios. Tomás fascinado con la petición de su nuera, la besa y la recuesta con delicadeza en la cama, como si fuera una muñeca de porcelana. 

Besándole el cuello, le fue retirando el pantalón, al deshacerse de él, Tomás bajó hasta aquel coñito que tenía un par de vellos rubios. Brillaba de lo empapado que estaba y él abriendo su boca, comenzó a comerlo. Cada lengüetazo era distinto al otro, a la chica le encantaba, pero prefería el sexo oral que le daba su esposo. Entre gemidos, Ignacia toca con sus labios algo húmedo, al abrir sus ojos, se da cuenta que era el coñito de su gemela, el cual no duda en comerlo. 

La culoncita se sentía confundida, el sabor de Josefina le gustaba, pero su paladar deseaba y ansiaba el de Vanessa. Tratando de disfrutar aquel momento que vivía, para atesorarlo como correspondía, trataba de dejar su mente en blanco. Algo que solo consiguió, cuando su suegro, la penetró, haciéndola delirar y estremecer todo su cuerpo de esa letal embestida. Otra vez su lado zorra se hacía presente, y a medida que recibía las arremetidas de su suegro, devoraba con más ganas el coño de su hermana.
 
Josefina extasiada con la lengua de su gemela, se afirmaba en los hombros de su cuñado, mientras movía sutilmente sus caderas y buscaba consuelo en la boca del hombre. Los tres estaban unidos, haciendo una especie de triangulo con sus cuerpos. Dominados por sus lascivos e impuros deseos carnales, continuaron en esa posición, hasta que llegaron a sus límites. Los tres quedaron tumbado en la cama, Tomás al medio y ellas a cada costado, besándose de manera intercalada.  

Después de unos minutos de descanso, el trio se preparaba para una ronda más de sexo. Josefina deseosa por sentir esa polla de nuevo, se coloca encima de su cuñado. –“¿La quieres?”- pregunto él, agitando su sable aun empapado por los fluidos de Ignacia. –“Sí”- contestó Josefina, moviendo su cabeza de arriba y abajo, sin quitarle los ojos de encima a ese trozo de carne que se azotaba en el aire. –“No sé para qué lo pregunto, si la respuesta era obvia. Aunque dime, ¿desde cuando estás saliendo con Benjamín?”- 

Esa repentina afirmación, dejó helada a la jovencita, que no se esperaba que su cuñado, supiera lo de ella con Benjamín. Era verdad que muy cuidadosa no había sido últimamente y casi no ocultaba la relación que tenía con él, no obstante, nunca vio indicios de que Tomás sospechada algo. Ante ese silencio duradero, Tomás volvió a interrogar a su cuñada, esperando encontrar sinceridad en sus palabras. Ella se tomó un par de segundos para aclarar sus ideas, antes de responder. 

Josefina: Desde hace un par de meses. Aunque, desde que nos conocimos hemos estado cogiendo. 

Expresó, dejando de contemplar esa venosa verga y mirar a la cara al esposo de su hermana. 

Tomás: Sabes que a diferencia de Ignacia y Axel, tú y Benjamín, son tía y sobrino, ¿verdad? 

Josefina: Lo sé pero…

Tomás: Pero lo amas y no lo vas a dejar, por más que tu hermana o yo te lo prohibamos, ¿verdad? 

Susurró, subiendo su mano lentamente por su muslo hasta llegar a esa vagina húmeda. Ella al sentir esos dedos ardientes, arañándola, abrió los ojos de asombro, al mismo tiempo que ronroneaba. 

Tomás: Bueno, te dejaré estar con mi hijo, porque eres una muy buena puta y he comprobado que sabes dar unas mamadas riquísimas, además de tener un buen coño y un orto de otro mundo. 

Josefina trago saliva y su cuerpo dejó de estar tenso, volviendo a ser presa de esa tensión sexual que la tenía tan enganchada a ese hombre. –“A diferencia de mi hermana, no tengo una debilidad por los hombres mayores, pero tú. Tú tienes algo que me enloquece”- susurro la muchacha, montando la maciza verga de su cuñado y clavándola hasta el fondo de su coño. Todo su cuerpo tembló y su espalda se arqueó, mientras que Ignacia colocaba su precioso y obsceno culo en la cara de su suegro. 

Tomás se sentía sofocado, casi incapaz de respirar y aun así, no quería que ella se levantada. Con lengua, fue hurgando entre esas nalgotas, saboreándolas. –“Oooohh, mierda… Comes mejor los culos que los coños, suegrito”- expreso Ignacia, tocando con sus dedos su vulva. –“Aaaahhh… Diooss… Y a mí me partes en dos con tu pollón”- exclamo Josefina, cabalgando armoniosamente. Las gemelas, se dieron un morreo intenso que las dejó sin alientos. 

Los orgasmos no tardaron en llegar, Tomás era consiente que no iba a poder seguirle el ritmo alocado a esas dos. Sin embargo, durante los 20 años de matrimonio con April, había aprendido los trucos suficientes para dejar complacidas a esas chicas, sin necesidad de usar su verga. La forma en que les toqueteaba las vaginas y cómo pasaba sus lengua entre sus hendiduras, fueron algunas de sus habilidades que usó, donde también se deleitó observando esos culos danzarines.     
         
Dos semanas después del trío entre Tomás y las gemelas, la vida del maduro parecía estar regresando a la normalidad. Algo que en un principio le alegró, sin embargo, a medida que pasaban los días, se sentía aburrido en la monotonía. A diferencia de lo que él esperaba, April seguía comportándose distante con él, era como si su Princesa había colocado una barrera entre los dos, un muro al que le resultaba difícil penetrar. Las caricias y los besos de ella, le eran fríos como un tempano. 

Él sabía que ese comportamiento inusual en April, debía significar que su mujer tenía algún problema. No obstante, había algo que le evitaba dar el paso hacia adelante y preguntarle, qué le ocurría. Durante todo su matrimonio, ella siempre le había confiado sus líos, por lo que no quería presionarla, para que le confesada aquello que le abrumaba, solo esperaría a que le abriera el corazón, como otras veces. Sin embargo, el esperar, podía provocar que sencillamente ambos, se fueran distanciando, más y más. 

Un viernes tras regresar del trabajo, Tomás contemplo un silencio total por toda la casa, un vacío que lo llegó a agobiar. –“¿Niños? ¿Princesa?”- expreso con incertidumbre a medida que iba avanzando hacía la sala de estar. No tuvo ninguna respuesta, aunque encontró una nota, sobre la mesa. Él la coge entre sus manos y la lee atentamente. En ella, su mujer le decía que Diana y Josefina, se habían ido a la casa de sus padres, a pasar una semana con ellos, por las vacaciones.

Benjamín se sumaría a ellas, aunque lo haría el día siguiente, ya que ese viernes, le tocaba clases de piano. Por lo que regresaría a la casa durante la noche, y se iría temprano el día siguiente. Por otra parte, ella y Simón, pasarían el fin de semana en la casa de Axel y las chicas. Dado a que Camila se había ido también hace unos días, Tomás pasaría ese fin de semana solo, o eso creía, pues apenas terminó de leer la nota, tocaron el timbre. Caminando hacía la entrada, abre la puerta y queda anonado con las siluetas que se encuentra.

April por otra parte, conducía casi en automático, no se daba cuenta a qué dirección iba, solo hacía caso a las instrucciones que le daba su hijo. Se encontraba tan dispersa, que ni siquiera lo que sucediera a su alrededor, le resultaba importante. Isidora impaciente, esperaba a Benjamín, miraba constantemente hacía la ventana que le daba visión con la calle principal, para ver si el chico ya había llegado. Durante esas dos semanas, ellos se habían visto en dos ocasiones, en donde solo en una terminaron repitiendo lo que pasó en aquel salón. 

La relación entre ambos era algo distinta a lo que en un principio esperaba, pues por unos días tras ese primer encuentro sexual, pensó que ella iba a enloquecer como antes y se obsesionaría con él. Sin embargo, al volver a ver a ese chico, sintió alivio y satisfacción, pero no un punzante deseo, que la obligaba a querer hacerlo suyo. Más allá del sexo, ella veía en ese jovencito, un amigo, alguien que la escuchaba y sanaba sus heridas. No quería perder eso, aunque tampoco podía negar que él la encendía. 

Los dos concordaron en seguir follando en vez en cuando, mientras eso no mezclara sentimientos y arruinada la amistad que se había forjado. Para Isidora era raro, ser amiga de un chaval y al mismo tiempo, que fuese un amante, con el cual disfrutaba mucho del sexo. Aquel instante, ella vestía con una pequeño y ceñido vestido, que daba por seguro que iba a dejar alucinando al muchachito. Cuando escuchó que golpearon su puerta, se alegró y fue dando pequeños brinquitos para abrir.  

Con una sonrisa tallada en sus labios, abrió, no obstante, rápidamente se le desvaneció, cuando vio que Benjamín, estaba acompañado por April. –“A… A… A-April… ¿Tú qué haces aquí?”- balbuceó con un escalofrío recorriendo por su espalda. Era tanto su miedo, que se cubría con sus brazos, el chico, ignorando la historia entre ambas, simplemente le dio un beso en la mejilla a su profesora y entró a la casa, dejando a esas dos mujeres de frente, mirándose fijamente. 

–“Isidora…”- murmuro la rubia, saliendo de esas perturbaciones que la tenían atada a una zona astral, lejos de la realidad. –“Así que tú eres, la maestra de piano de Benjamín”- agrego, con una sonrisa sincera, que generó más inquietud que tranquilidad a la madre de Bruno. –“Sí. Quiero dejarte en claro, que no tengo intensión de lastimar a tu hijo. De hecho no sabía que él era tu hijo, quiero decir, ¿Benjamín es tu hijo?”- manifestó una Isidora nerviosa y aterrada.  

Un sudor helado descendía por el cuerpo de la madre de Bruno, que se quedaba ya sin ideas de qué decir. No obstante, April solo soltó una pequeña risita, dejando de lado cualquier diferencia que hayan tenido en el pasado. –“Me alegro que seas tú quien le dé lecciones de piano a mi hijo”- dijo, cerrando los ojos y manteniendo su sonrisa en su rostro. –“Por favor, cuida de él”- añadió, abriendo sus cristalizados ojos azules, de los que caían unas lágrimas. 

Isidora quedó desconcertada ante esa actitud y palabras, quería responderle, sin embargo, April no le dio la oportunidad, ya que se dio la vuelta y se fue, sin decir nada más. Tomás se había ido a su cuarto a leer un libro, para sacarse de la cabeza que su mujer le estaba ocultando algo importante. Todas esas señales que tenía frente, lo tenían amargado, tanto que ni siquiera la presencia de Rosita, le había alegrado. La morochita, había llegado junto a su madre, para quedarse ese fin de semana, porque andaba en búsqueda de un departamento. 

La actitud distante del hombre, golpeó duro a Rosita, porque había ido con la ilusión de acabar lo que dejaron inconcluso el día de la boda de Axel. Todas las fantasías que tuvo antes de llegar a esa casa, se le derrumbaron como un aluvión y una angustia sofocante la apresaba. La sonrisa con la cual había llegado, también se desvaneció, aunque supo maquillar perfectamente su tristeza, para que su madre no la notara. Las manecillas del reloj avanzaban y Tomás no podía sacarse de la cabeza a su mujer. 

Quería llamarla y preguntarle cómo estaba, no obstante, no tenía las palabras adecuadas para iniciar una conversación con ella. Después de cerrar el libro que había agarrado para leer y del que apenas avanzó de la primera página, bajó al primer piso. Él se mantuvo distante, sin embargo, su solo presencia, alegraba el corazón de la muchacha. Ella aún no se daba cuenta de lo que sentía por ese maduro, era más que deseo sexual, y que esos sueños que tuvo con él, significaban más que obsesión por su verga. 

Tomás se colocó a cocinar e intercambió un par de palabras con Laura, la cual mencionaba lo costoso que era conseguir un piso en esa ciudad, pero por suerte su hija contaba con una buena fuente de ahorro. Rosita desde la distancia observaba al hombre, quien por un instante la miró y le sonrió, haciendo que un júbilo invadiera a la chica. Mientras cocinaba recibió un mensaje de su hijo, que le avisaba, que no llegaría a dormir, porque pasaría a donde unos amigos. 

Lo que era mentira, pues se quedaría en la casa de Isidora, con quien tras tomar sus clases de piano, se colocaron a charlar. La mujer le preguntó si sabía qué le pasaba a su madre, a lo que Benjamín contestó no saber que tenía tan afligida a su mamá. Luego se sentaron en el sofá a mirar una película, ahí acurrucados, se dejaron llevar por sus pasiones. Obligando a Benjamín a mensajearle a su padre, para decirle que no iría a casa. Tomás después de cenar, se fue a su habitación para dormir y olvidarse de April por un segundo.  

Bajo el eco del cantar de los grillos, Tomás cerraba los ojos, intentando encontrar paz para conciliar el sueño, en esa cama helada. La fragancia de su esposa estaba impregnada en las sabanas, por lo que su verga se le ponía erecta, torturándolo por no tenerla cerca, para calmar ese intenso deseo sexual que recorría por su cuerpo en ese momento. Los minutos pasaban y él era incapaz de entrar en el trance de descanso, con ese aroma perturbándolo y sabiendo que aunque ella estuviera ahí, nada pasaría. 

De nada ayudaba acomodarse de un lado a otro, porque cada roce que se daba entre las cobijas, hacía que su polla se tensada más. Tal vez lo único que podía hacer en ese instante era masturbarse, pensando en April y vaciar sus bolas. Pero en el fondo sabía que ni siquiera autocomplaciéndose se sentiría totalmente satisfecho. Por lo que se rehusó a hacerlo y se obligó a dormir. Por unos segundos abrió los ojos y esa habitación en donde solía sentirse cómodo, se transformó sombría. 

Sin la presencia de su mujer, parecía vacía y el aire muy denso, dificultando al respirar. Volvió a cerrar los ojos, mientras un sudor frio, descendía por su espalda. Su verga ya no estaba tan dura, sin embargo, continuaba con unas ganas de hacer el amor, que no lo dejaban tranquilo. Finalmente, con mucho esfuerzo, Tomás logró quedarse dormido, y mientras lo hacía unas imágenes fueron floreciendo en su cabeza. Soñaba con ese primer beso que se dio con April y el que marcó el inicio de él en la ruta de la lujuria. 

La boca de su esposa, era igual de dulce como lo era ahora, la única diferencia era que en la actualidad, resultaba mucho más ardiente, entrelazar su lengua con la de ella, pero eso no evitaba que su cuerpo reaccione por el sueño. Su polla que estaba quieta, regresó a estar rígida e inconscientemente se la acariciaba. Aquel sueño se prolongó, con ella envolviendo su capullo con la boca. La inexperta mamada de April, en ese instante fue un lujo, y que siguió atesorando en sus recuerdos con los años. 

La calidez de los labios de su esposa, eran algo que siempre estaría grabado en su memoria y tatuado en su piel, porque solo con ella experimentaba un placer tan intenso, que le resultaba difícil de describir. Bueno, no era la única en realidad, porque había otra mujer que llegaba a desatar esa locura, y no era otra que Rosita, la cual se sentía algo dolida por la indiferencia del hombre. No obstante, su cuerpo ferviente, perdonaba esa actitud de Tomás y quería solo ser complacido por ese maduro. 

Al observar a su madre, profundamente dormida, se levantó de la cama y salió de la habitación. La morochita, no titubeó en ningún momento, tenía claro hacía donde se iba a dirigir. Camino sigilosamente por el pasillo, hasta quedar de frente a la puerta del dormitorio de Tomás. Miró detrás de ella, para corroborar que su madre no estaba viéndola por si la suerte no estaba a su lado. Al comprobar que su mamá no figuraba a sus espaldas, giró sin temor la perilla. 

Al entrar, lo primero que sus ojos presenciaron, fue esa carpa que destacaba, formada por las sabanas y la polla del hombre. Una electricidad viajo por el cuerpo de la negrita, que se sintió atraída por esa estaca, más de lo que ya lo estaba. Su vagina mojada, goteó y dejó sus gotitas grabadas en el suelo, a medida que se aproximaba a donde estaba él. Metiéndose debajo de las cobijas, tomó ese tronco venoso entre sus manos tersa, mientras que con sus dientes, le bajaba los calzoncillos y dejaba libre esa herramienta voluminosa. 

Rosita se relamió sus gruesos labios, a pesar de que el aire era escaso al estar bajo las sabanas, a ella no le importaba, solo quería esa verga. Con su aliento, la humedecía y la hacía palpitar, e incluso le generaba pequeños espasmos. Recordaba vagamente cómo fue la primera vez que se la comió y los fuegos artificiales que percibió en su paladar. Aprisionando esa cabeza hinchada con su boca, comenzó a pincelar sobre ella, degustando ese líquido preseminal, que ya él había soltado.  

De manera gradual, fue tragándose ese trozo de carne. Y, a medida que su abrazadora boca, iba apropiándose de esa polla, Tomás se quejaba. El hombre en su mundo onírico todavía, seguía fantaseando con su esposa y su habilidosa lengua, tallando sobre su tranca. Cada lamida que daba la mujer, se sentía real, como si en verdad hubiera retrocedido en el tiempo y ella le envolvía el capullo con sus labios y esa lengua revoltosa. Sin imaginar que en verdad su polla estaba siendo devorada. 

Aun con los ojos cerrados, Tomás soltó un bramido, y posterior le acompañó un fuerte gruñido, que expresaba el placer que estaba recibiendo por esa chica de piel ébano. Entre sueño y realidad, el maduro comenzaba a sentir un cosquilleó por todo su miembro, uno que le hacía mover su pelvis con suavidad, como si estuviera dentro de un estrecho pero muy acogedor coño. La imagen de April, se iba desvaneciendo y el hombre abría lentamente sus ojos en esa habitación oscura. 

Cuando finalmente los dejó completamente abiertos, como dos grandes focos, inspeccionó por su alrededor con su vista, sin ver la presencia de alguien. Él parecía estar muy tranquilo y caería de nuevo en ese fantástico sueño, de no ser, porque su respiración estaba acelerada y no era capaz de controlar sus jadeos. Dejando de estar bajo la influencia de Morfeo, miró hacía sus piernas, notando el abultamiento en esa zona de la cama y que su verga se encontraba en una prisión cálida. 

Agitado y escuchando los latidos de su corazón en las orejas, echó hacía atrás las sabanas, destapando así a esa traviesa morochita, que tenía toda su polla dentro de la boca. –“¡Rosita!”- exclamó sorprendido, con los parpados levantados y las pupilas dilatadas, sin creer lo que estaba presenciando. La muchacha no se molestó en contestarle y continuó con su felación, mientras con sus dedos, acariciaba esos huevos hinchados por la acumulación de carga durante esas semanas.

Sabiendo que eso no estaba bien, no podía detenerla, porque en esas oscuras pupilas, él podía ver la llama libidinosa que conectaba a ambos. La muchacha sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, fue retirándose paulatinamente ese pene robusto de la boca. Lo dejó totalmente cubierto de su saliva, y tomándolo entre sus delicadas manos, le dio un beso en el capullo, para después, pasar su lengua entre los labios. Tomás tragó su baba, mientras asimilaba la situación e intentaba ordenar las palabras en su cabeza. 

Rosita sabía que él no había dejado de desearla y que ansiaba concluir, lo que iniciaron a través de mensajes con nombres anónimos. Continuaron con las fotos, hasta caminar por las llamas del infierno, al cometer aquella locura en el baño de ese sex shop. Dejando todo pendiente, el día del matrimonio de Axel e Ignacia, en donde ellos tuvieron que haber cogido, como dos animales en celos. Ella sentándose en las piernas de él, dejó esa polla entre medio de su húmeda braguita, rozando así sus órganos sexuales, que solo querían fundirse. 

Sus melocotones de chocolates se pegaban en el pecho del hombre y sus labios carnosos en los de él, mientras que con sus brazos rodeaba su cuello. Tomás tenía su mirada incrustada en esos ojos oscuros que le contagiaban de locura. Sus respiraciones se hacían una y las manos del maduro comenzaban de manera lenta a ir hacía ese trasero firme. Levantándole el camisón, para que la tela no estorbada en su magreo, él apretó esas nalgotas, mientras caía en la tentación de esa audaz y exótica chica. 

Sentirse apresadas por esos brazos delgados pero fuertes, la estimulaban mucho más, al igual que tocar ese pecho firme. Pesé a que Tomás no tenía vellos en su cuerpo, ni era corpulento, para Rosita, él era el hombre más varonil y con el cual se sentía sofocada y que su cuerpo deliraba. Era el único que podía saciarla como correspondía y hacerla gritar como una perra. –“Fóllame, papacito”- murmuró la muchacha, queriendo ya sentir esa enorme herramienta, con la cual se sobaba.   

Tomás tenía claro que consumiría con esa chica lo que tanto había anhelado semanas antes, sin embargo, tenía un pequeño dilema. Una voz le decía que metiera su tranca de una, mientras que otra, le recordaba que estaba en su cuarto, que debía irse a otro, para no manchar su nido de amor que tenía con April, con el aroma y sudor de otra. Por más que sabía que eso era la peor traición que podía hacerle a su mujer, en ese instante, no le preocupo. 

Se encontraba tan embelesado por esa negrita, que sencillamente, movió su verga, colocando su glande contra la vagina de ella. Agarrándola de la cintura, él era quien tenía el sartén en la mano, solo debía bajar a esa muchachita a su estaca erecta, para que sus cuerpos luego dancen, con vehemencia y lujuria. Los segundos pasaban y él, seguía manteniéndola en la misma posición, Rosita sin decirle nada más, esperaba ansiosa esa estocada, que finalmente se ejecutó. 

Tomás metió su pene de manera lenta, pero muy profundo, invadiendo esa cuevita abrasadora, que se moldeaba a la perfección al grosor de esa polla que entraba. –“Aaaaahhh… Así, papito”- expreso, alargando la última vocal, en un tono muy bajo, aunque quería gritarlo. No se equivocó al pensar que ese miembro iba hacerla enloquecer, con solo esa embestida, todo su cuerpo se regocijó, su espalda se arqueó y echó su cabeza hacía atrás, mientras su mandíbula le temblaba.    

Él alucinaba por lo bien que se sentía estar dentro de esa morochita, que atrapó su verga firmemente entre sus paredes. Mientras ella dejaba descubierto su cuello, el hombre aprovechaba para morderlo con un fogoso beso. La tierna piel ébano de esa joven, lo enloquecía aún más, al igual que su estimulante aroma, que lo incitaba a ir más lejos. –“¡¡Uuuugghh… Que ricoooo!!”- afirmó ella, al tener toda esa tranca en su interior –“¡Que pollón tienes, papito!”- añadió, con una sonrisa y mordiéndose los labios de gozo. 

El maduro tras dejar marcado sus dientes en esa carne, le fue levantando el camisón y a la vez movía sutilmente sus caderas. Los jadeos de la jovencita se hacían más fuertes, su respiración se aceleraba y no era capaz de articular una palabra. Sin ya esa tela que le impidiera tocar ese achocolatado cuerpo y recorrerlo a besos, Tomás sumergió su cara entre esos dos senos. Mordiéndolos, chupándolos y lamiéndolos, como si fueran los caramelos más dulces que había probado. 

Rosita abrazaba la nuca de él con fuerza, tratando de asfixiarlo contra sus voluminosos pechos. Entre tanto, los dedos de Tomás se deslizaban por esa espina dorsal, causando pequeños espasmo a la muchacha. Cuando llegó a esos glúteos, fue dibujando con cada caricia y estrujón que daba. Sus sexos charlaban cómodamente, en donde las arremetidas se habían ya vuelto más violentas, desgarrando el chochito de la joven, la cual aullaba más de placer que de dolor o molestia. 

Sacando su rostro de esos melones, Tomás mordió los labios de Rosita, para luego abrazar su lengua con la de ella. El sabor a fresa de su boca, le resultaba tan adictiva como su fragancia a flores. Si hubo algún titubeo por parte de él, ya se había esfumado para entonces, solo se dejaba llevar por su instinto, como un animal salvaje. Aferrada a ella, le martillaba el coño, notando pulsaciones en su polla y una electrificaste corriente por todo su cuerpo, que le daba una adrenalina que jamás había experimentado. 

Rosita se sentía en las nubes, como si nunca antes hubiera tenido sexo y que todo lo anterior era reescrito con esa cogida bestial. Ningún hombre, le había devorado la boca con tanta pasión como lo hacía Tomás, mucho menos le habían machacado la vagina con ímpetu. Todo su cuerpo temblaba entre los brazos de ese hombre que la llevaba al cielo y le hizo sentir el mejor orgasmo de su vida. Todo se volvió en blanco para Rosita, sus uñas quedaron clavadas en la espalda de Tomás. 

Ellos sin ningún remordimiento se besaron otra vez y continuaron revolcándose por toda esa cama. Humedeciéndola con sus sudores y corridas, mientras que mezclaban sus salivas. Tomás se sentía con 20 años menos y que podía estar toda la noche complaciendo a la hija de Laura, con su verga. La noción del tiempo pasó a ser una anécdota más, ninguno de los dos supo cuando cayeron rendidos de placer. A la mañana siguiente, Tomás despertó con la cabeza dándole vueltas. 

Se sentía fatigado y con el cuerpo pesado, como si una aplanadora hubiera pasado encima de él. Cuando por fin el aturdimiento se había ido, se dio cuenta que tenía una mano sobre su pecho, mirando hacia donde su mujer solía dormir, contempló que en lugar de April se encontraba Rosita. Sus ojos se hicieron enormes y un sentimiento de culpa lo invadió azotándolo. Miles de preguntas rondaron por su mente en un par de segundos, la que más se hizo presente, fue ¿por qué no se controló? 

Con delicadeza, intentaba sacarse la mano de la muchacha de su pecho. No quería despertarla, porque no sabía cómo reaccionar ante ella. Estaba nervioso y al mismo tiempo, comenzaba a calentarse, al revivir fugazmente los besos que se dieron, los roces entre sus pieles, los gemidos de Rosita y lo espectacular que se sintió penetrarla. Para cuando logró dejar la mano de la jovencita en la cama, ya tenía su verga endurecida, sin embargo, se negaba a caer bajo la influencia de la lujuria de nuevo. 

Al levantarse, no pudo evitar en pensar en su mujer, y cuanto le dañaría saber lo que había hecho. Aunque a la vez, trataba de convencerse de que April no iba a sufrir con esa traición que había cometido, todo lo contrario, iba a estar feliz y cachonda, porque había logrado completar su lista. Entre más pensaba en aquello, más se excitaba y ese desesperante deseo por Rosita, regresaba como una llama que se esparcía con el viento. Tomás desvía la mirada, porque no quería seguir viendo lascivamente a esa chica.
 
Tratando de olvidar lo sucedido durante la noche, se puso a buscar una toalla, para tomar una ducha, antes de que esa morochita se despierte. No obstante, antes de que pudiera entrar al baño, tocaron la puerta de su cuarto. –“Papá, ¿estás despierto?”- escuchó, mientras la perilla de la puerta se movía. Tomás aterrado, se cubrió la cintura con la toalla que tenía y se apuró en abrir, antes de que su hijo lo hiciera y viera en la cama a Rosita. Sin darle tiempo para que entrada o viera algo, lo empujó y salió hablar con él en el pasillo.   

Tomás: Benja, ¿pasa algo? 

Preguntó, tratando de actuar relajado. Aun así, no logró convencer a su hijo. 

Benjamín: ¿Papá, estás bien? 

Tomás: Sí, perfecto. 

Contestó con una sonrisilla nerviosa, para Benjamín era evidente que su padre estaba ocultando algo. Sin embargo, pensó que se debía a algo insignificante, como tal vez que se estaba masturbándose. Entendía perfectamente que eso para su padre, resultada penoso de confesar, así que no lo presionó. 

Tomás: ¿Y para qué me necesitabas? 

Benjamín: Ah, mamá me dijo que te pida dinero para el viaje, ya que a ella se le olvidó pasarme. 

Tomás: Entiendo. Espera aquí, vuelto en seguida. 

Dijo dándose vuelta y entrando a su habitación, sin darle tiempo ni espacio, para que el muchacho pudiera observar algo. Tomando se cartera, saca un par de billetes, ni siquiera se dio el tiempo para contar la cantidad de dinero que iba a darle a Benjamín, simplemente lo tomó y se lo fue a dar. El chico quedó asombrado, pues era casi el doble de lo que debía pasarle, pero antes de que pudiera decírselo, su padre se despidió de él, deseándole un buen viaje y le pidiéndole que tenga cuidado, cerrando la puerta con seguro.
 
Benjamín ingenuamente supuso que su padre le había dado esa cantidad de dinero como un regalo, por haber terminado con buenas calificaciones en el instituto. Bajando por las escaleras, toma su equipaje y sale de la casa, sin sospechar que su ausencia, desataría la locura en Tomás. Porque sin que nadie que le recordada a April, iba a ser difícil que él pudiera lidiar con esa jovencita, con la cual ya había cometido un pecado. En ese minuto, Rosita había ya abierto los ojos, y como una pantera que se preparaba para atacar, se aproximaba al hombre. 

Rosita: Buenos días, papito. 

Manifestó, apoyando sus despampanantes senos en los pectorales de él. Tomás atónito por haberla encontrado ya despierta, tragó saliva, mientras buscaba una manera para librarse de sus garras. No obstante, el solo apreciar esos ojos azabache, se sintió atraído por ella, queriendo explorar esa piel oscura y tierna con sus manos, y emborracharse con esa melosa baba. Ella sintió la erecta verga del maduro, que debajo de esa toalla, parecía una daga oculta, lista para ensartarse. 

Con la lujuria recorriendo por su sangre, Rosita se relamió los labios, sin quitarle los ojos de encima a ese hombre que la había hecho gritar como una puta barata, con esa enorme y gorda polla que poseía. Tomás tímidamente, comenzaba a rodear a esa chica con sus brazos, quería abrazarla y devorarle la boquita. Sentir esa cálida y suave lengua entrelazarse con la suya, mientras compartían salivas como si de eso dependiera sus vidas. Sin embargo, antes de que terminada de abrazarla, ella lo besó. 

El fresco sabor de esos gruesos labios, se apoderó del paladar del maduro. El beso entre ambos se fue transformando en uno apasionado y voraz. Sus palmas y yemas, recorrían sus cuerpos, como si quisieran despellejarse entre tanta libido en los dos. Ninguno de ellos pensaba en otra cosa que no fuese en el dulce manjar que se creaba al combinar sus salivas. Al separar sus lenguas, se dieron un par de piquitos y se mordían mutuamente los labios. 

Tomás que durante toda la noche se había quedado en silencio y no articuló ninguna palabra, mientras consumían su traición, finalmente rompió el hielo, –“Buah, pendeja… ¿No tuviste suficiente con lo de anoche?”- dijo, agarrándole la cola con fuerza y lamiendo el cuello. –“No, papito. Quiero más de ti, como tú quieres más de mí”- susurro Rosita, mordiéndole el lóbulo al maduro. Ambos amantes se miraron y sonrieron con complicidad, sin decirse algo más, se dirigieron al baño, en donde continuarían con sus besos y acaricias. 

Los labios ardientes de la morochita, quedaban grabados en la piel del hombre, como si fueran unas estampillas en un lienzo. Cada roce de sus cuerpos, los estimulaban más y bajo el agua que los cubría, ellos sellaban su fogoso encuentro, uniéndose uno solo. –“Uufff… Que coñazo, tienes nena”- murmuro él, azotando suavemente su pelvis contra ella. –“Mmmmhh… Te… ¿te gusta?”- consulto, aferrándose con sus brazos en la espalda de él, mientras que con sus piernas hacía lo propio con la cintura.

Tomás: Claro, es más me fascina. 

Expresó, sosteniendo a esa muchacha desde sus muslos y arremetiendo con más fuerza. 

Tomás: Mi verga se siente tan cómoda dentro de ti, que no quiero parar de hacerte el amor, Adara.

Rosita: ¡Oooohhh Dios míooooooo!… Y yo amo tener tu verga dentro mío, papito. Así que hazme tuya, todo lo que quieras. 

El hombre atrapó esos carnosos labios y ahogó los gemidos de la chica. Sus estocadas eran fuertes y profundas, haciendo retorcer a Rosita de placer. Definitivamente, ningún hombre le había hecho sentir algo así antes, y entre tanto jolgorio de sus sexos, ambos terminaron acabaron. Un rio blanco se deslizó por los muslos de la joven y descendió hasta sus pantorrillas. Cansada, se apoyaba en la pared, mientras el agua seguía cayendo sobre su cuerpo pegajoso y húmedo.

Tomás echaba su pelo hacía atrás y contemplaba las curvas de esa morochita. Su polla que había solo liberado hace un par de minutos una gran descarga, volvía a levantarse. –“Uuhh… Me vas a volver loco, Cenicienta”- le susurro, abrazándola y dejando su endurecida morcilla entre esas posaderas asesinas. Ella se volteó a mirarlo, y apenas sus ojos se cruzaron, sus lenguas se entrelazaron como dos ganchos, que tiraban de un extremo a otro. 

Ya eran presos de la lujuria que los consumían, no había nada que los detuviera, ni que les hiciera temblar de terror. La presencia de Laura, solo los cachondeaba más. El morbo de hacer cosas depravadas a la espalda de la mujer, hacía que sus sangres hirvieran y los besos y caricias, fueran más apasionados. Durante todo ese día, ambos buscaron los momentos precisos para comerse los labios y se toqueteaban de manera disimulada ante los ojos de Laura. 

Pese a toda la calentura que sentía, Tomás no se atrevió ir más lejos, sabía que debía ser prudente y no tener sexo con ella, hasta el anochecer en su cama. Pero Rosita ya embriagada en la libido, quería correr un riesgo que le hiciera acelerar el corazón como si estuviera tirándose desde un avión con un paracaídas. Ansiaba de sentir esa adrenalina, que se originaba por algún peligro, así que aprovechando que el hombre se encontraba lavando los cubiertos y vajillas, después de cenar, se le acercó. 

Laura que había ido a hacer la cama en donde dormía junto a su hija, comenzaba a sentir algunas sospechas, de la cercanía entre la jovencita con Tomás. Ambos parecían llevarse más que bien, como si estuvieran coludidos. Aunque entre todas las cosas que se le pasaban en la cabeza, lo último que imaginaba, es que ellos fueran amantes. Si tan solo en ese minuto, hubiera hecho caso a su instinto de bajar silenciosamente e ir a ver lo que estaban haciendo, los hubiera atrapado besándose como dos desquiciados.  

Las húmedas manos del maduro, se encontraban quietas en la cintura de avispa de la negrita. Quería arrancar ese topcito que le impedía amasar esos gordos senos de chocolates, pero mantenía la calma al límite. Mientras que ella, le sobaba la polla sobre la tela del pantalón. Entonces ella intentó colar su mano dentro, para agarra ese miembro y pajearlo, sin embargo, Tomás la apartó y le dijo que no podían hacerlo ahí. Rosita, solo sonrió caprichosamente y en un tono provocativo lo llamó cobarde. 

Esperaba que a través de esa mofa él caería a su juego, pero Tomás se resistió como un adulto, que no se dejaba manipular por un niño. Rosita al ver que su burla no fue suficiente, se dio vuelta y meneó apropósito su cola, hechizando así al maduro. –“Uuufff… Que ganas tengo de darte por el orto”- dijo delirando con ese culo. –“Pues ven por él, es todo tuyo, si tienes las agallas de visitarme de noche”- contestó ella con una sonrisita coqueta y yéndose del lugar, dejando a Tomás sin aliento.  

Los minutos pasaron y el silencio reinaba en la casa, Tomás bebía un vaso de agua, mientras pensaba en las palabras de esa chica. Haberse contenido durante todo el día, de no habérsela follado, lo tenía ofuscado. La idea de hacerle una visita nocturna no le desagradaba, no tenía miedo de que Laura los viera teniendo sexo, pero sí, le preocupaba que eso le causara problema a Rosita. No obstante, ella le había hecho la invitación, así que debía estar preparada para enfrentar alguna represalia si eran vistos. 

Bebiendo la última gota de agua de su vaso, eligió complacer el deseo de la morochita. Así que, subió las escaleras y sin hacer mucho ruido, se coló en la habitación que le perteneció a Axel e Ignacia, cuando vivían ahí. Tanto madre como hija, estaban plácidamente dormidas, tenía suerte de que Laura fuera la que estuviera pegada a la pared, pues así no iba a notar su presencia, si era cuidadoso. Destapando a Rosita, se dio cuenta por la tenue de la luna, que llevaba el mismo camisón con el que fue a visitarlo la noche anterior. 

Antes de acostarse al lado de esa preciosa chica, él se desvistió, dejando su ropa, debajo de la cama. Totalmente encuerado y con la polla erguida, se colocó encima de ella y se tapó. Sus labios quedaron a la misma altura que los de ella, y el solo roce de estos, hizo que su verga se tense. Sus alientos se hacían uno y el deseo de hacer suya de nuevo a esa jovencita, comenzaba a agobiarlo. Su aroma a flores, su candente y voluminoso cuerpo, incitaban al hombre a despertarla como ella lo hizo la noche antes. 

Fue así que se escondió debajo de las sabanas, dando piquitos al cuerpo de esa chica, hasta llegar a su coñito. El olor que desprendía ese sexo, era a canela mezclado con el jazmín. Era la primera vez que Tomás, percibía aquella mezcla, que no tardó en poner más tiesa a su verga. Con arrebato se aproximó a esa vulva, y sin darse el tiempo para quitarle la braga a la muchacha, le dio una lamida por toda su hendidura. A pesar de que su lengua pasó por la áspera tela del calzón, sintió una explosión de sabores en su paladar. 

Con sus dientes y con ayuda de sus manos, se deshizo de la ropa interior de la joven. Al oler más de cerca ese chochito negro, la boca se le hizo agua. Había olvidado, la última vez que había probado un coñito tan sabroso, que le hiciera ansiar por devorar. Sin embargo, antes de hacerlo, besó y mordió esos muslos, dejando tanto sus dientes como labios, marcado en esa tersa piel. Rosita empezaba a despertar, soltando un par de quejidos, que se transformaron en un largo gemido, cuando esa boca se apropió de su vagina.

Sentir la dentadura y la lengua del hombre, recorriendo su empapado coño, la hizo retorcerse de placer y dar un fuerte alarido. –“¡Ooohhh, Diooosss!”- exclamó, mordiendo sus labios y arqueando su cuello, mientras que sus manos sujetaban con fuerzas, la cabeza de ese veterano. –“¡¡Uuuuffff… Uuuuuhhgg!!…”- retiraba la chica de gozo, nunca se había sentido tan bien, recibiendo sexo oral, de hecho con suerte había experimentado unas dos veces aquel servicio, antes de que Tomás lo hiciera. 

Tal vez por su poca costumbre de tener una boca adueñándose de su sexo, era que se sentía tan extasiada. Aunque también, se debía a que Tomás le comía el coñito con unas enormes ganas. Todo el cuerpo de la muchacha tembló de un fuerte espasmo, cuando él atrapó el clítoris con los labios y trazaba con la lengua. Todo se sintió como un frenesí, en donde la desesperación y disfrute, se juntaban, y cuando estaba a nada de llegar al orgasmo, Tomás se detuvo. 

El hombre fue besando la pierna izquierda de la morocha, hasta llegar a sus gemelos, luego pasó a la otra pierna, fue chupándola y lamiéndola, hasta volver a ese babeante coño. Le dio un pequeño beso y comenzó a comerlo de nuevo. Como la había dejado a puertas de una gran corrida, no tardó en recibir el baño de esos fluidos. Rosita quedó mareada, tras ese orgasmo, había gritado tanto, que sentía adolorida la garganta, por suerte su madre tenía el sueño pesado. 

Tomás emergió desde esas sabanas con una sonrisa embozada. Ella al verlo, apoyó sus manos en su nuca, para acercarlo a su boca y besarlo, agradeciéndole esa fantástica experiencia que le había dado. Sus lenguas lascivas, combatían ardientemente, al mismo tiempo que sus sexos se acomodaban. La gruesa polla de Tomás se frotaba contra esa vulva chorreante, y con cada roce, demostraba sus ganas de empotrarla de una estocada. –“Joder papito, eres todo un guarrillo”- dijo ella con una sonrisa burlona. 

Tomás: Lo soy. Y también estoy loco por ti, nena. 

Murmuro, embadurnado su tronco con los fluidos que soltaba Rosita. 

Rosita: Dios, ¿por qué no me la metes de una vez, papito?

Tomás: Porque aun mi verga no está lo suficientemente lubricada, para enterrártela en el culito. 

Rosita: (Sorprendida) ¿En mi culo?

Tomás: (Sonríe) Claro, tú me dijiste que si tenía las suficiente agallas para venir a visitarte, me darías tu colita. 

Respondió, mientras era tentado por ese horno, que le rogaba en cada uno de los roce, que lo empotre. Rosita alarmada se preguntaba si sería capaz de recibir toda esa polla dentro de su ano. Temía que le fuera a doler más que darle satisfacción, aunque al mismo tiempo, anhelaba ser penetrada analmente. Tomás continuó pasando su tranca sobre los empapados labios vaginales de la chica y para quitarle cualquier duda que tuviera al respeto, la besó.

Con aquel entrelazamiento de sus lenguas, el cuerpo entero de Rosita, hirvió en lujuria. Ella se asombraba de lo fácil y rápido que se encendía con Tomás. Y comenzaba a comprender que no era solo deseo carnal, lo que sentía por él, sino que amaba sus acaricias, sus besos, sus miradas, sus piropos y la salvaje forma en cogerla, con esa enorme verga blanca. Aun saboreándose los labios tras el fogoso morreo que se había dado con ese maduro, se giraba, mirando hacia donde se encontraba su madre.   
 
Verla tan cerca, hizo que su corazón acelere. Tomás colocándose detrás de ella, dejó su afilada polla entre los macizos glúteos de Rosita, separándolos, como si estuviera cortando un pan con un cuchillo. La piel de la jovencita se erizó, cuando sintió la mano del maduro viajar por su cuerpo, hasta llegar al muslo de su pierna izquierda. Él levantándola ligeramente, perfiló su miembro, que no tardó en hundirse entre esas nalgas, hasta chocar contra el esfínter. 

–“Aaahhh”- suspiro la muchacha, al notar el glande en su recto. Antes de naufragar dentro de ese culito ébano, Tomás respiró cerca del cuello y oído de la joven, disfrutando de ese momento morboso, en donde estaba a nada de penetrar el orto de Rosita, y Laura dormía a centímetros de ellos. –“Definitivamente, no fue una mala idea, venir a darte esta visita nocturna”- susurro, clavando la robusta cabeza de su miembro, que extendía el ajustado y pequeño ano de la morochita.        

–“Di-Di… ¡Diooossss!”- gritó Rosita lo más bajo que podía y empuñando sus manos en las sabanas, al ser batida por esa polla. Solo tenía la mitad de ella dentro y ya sentía que tenía el recto lleno. Los sutiles movimientos del maduro, hacía que el dolor fuera muy escaso y predominada el placer y deleite. Ella jadeaba prácticamente en la cara de su madre y balbuceaba por más. –“Joder, nena. Tienes un orto riquísimo”- murmuro, sacando una buena porción de su tranca y enterrándola entera de una estoca. 

Un golpe desgarrador y colosal, que hizo chillar a la jovencita. Por suerte Tomás le cubrió la boca, justo en el momento exacto, porque si no Laura se habría despertado por ese aullido. Rosita temblaba de éxtasis, nunca había sentido semejante placer en su ano. Con cada arremetida, su culo abrazaba y besaba esa polla, a la vez que intentaba no despertar a su madre, con sus gemidos. De sus labios se oían suplicas para que el maduro se la metiera más fuerte. 

Él la complacía, sin ningún cuestionamiento o temor de despertar a Laura. Porque en el fondo, deseaba ver que los ojos de Laura se abrían y era testigo de esa frenética follada. –“Ooohhgg… Vamos Lau… Abre esos ojitos, para que veas cómo tengo a la zorrita de tu hija”- susurro, taladrando el abrazador y acogedor orto de la negrita. Esa declaración hizo volar la mente lasciva de la joven, que se imaginaba a su madre despertando y flipando al contemplar al hombre rompiéndole el culo. 

A diferencia de él, que fantaseaba un trio entre madre e hija, ella solo pensaba a su madre como una espectadora, que no sabía qué hacer y solo los veía comportándose como animales apareándose. Ambos se encontraban en su clímax, Rosita sabiendo que liberaría un grito que nacería desde su alma, se cubre la boca. Tomás abrazándola desde la cintura, fue dando sus últimas estocadas, –“Uuuuff… Que culazo, nena. Has enamorado a mi verga con tu boquita, tu coño y ahora con tu orto”- maulló, antes de eyacular dentro de esa colita.    

Rosita sintiendo esa descarga de leche, rellanándole el culo, se corrió con la misma intensidad, que lo hizo hace un par de minutos antes. Satisfechos, se miraron y se besaron. Era un beso tierno, más que cachondo, y así concluyeron una noche más llena de lujuria, Al otro día,  Rosita y Laura, continuaron buscando un apartamento. Tomás pasó la mañana solo, ya cocinando para el almuerzo, hablaba por llamada telefónica con su hija. Parecía una charla cotidiana, hasta que Vanessa, preguntó por su madre, –“¿Tu mamá?”- expreso desconcertado y frunciendo el ceño, –“¿Qué no está contigo?”- agrego. 

Vanessa: No, o sea, vino el viernes junto con Simón, pero salió el sábado en la mañana y dejó a Simón aquí con nosotros. Anoche me mensajeó diciendo que pasaría por Simón hoy, así que pensé que estaba contigo.
 
Tomás: No, ella no está… 

Vanessa: Quizás fue donde Lu… ¿Papá? ¿Papá estás ahí? 

Interpeló la joven modelo, sin obtener ninguna respuesta. Su padre había quedado enmudecido, porque delante de él, apareció Rosita, con su figura desnuda. Observar a esa Diosa de piel ébano, acercándose a él, con su divina silueta, hizo que olvidada absolutamente lo que estaba haciendo y de April también. Ella sin pronunciar ninguna palabra, se aproximó y lo besó. Fue un corto intercambio de saliva, pero intenso como la mayoría de las veces. 

Manteniendo el silencio, la muchacha solo sonrió y descendió, quedando en cuclillas. Mordiendo su labio inferior, fue desabrochándole el cinturón al maduro, desabotonando el pantalón y bajándoselo junto con los calzoncillos. Para envolver con sus carnosos labios, esa paleta de carne de la cual ya era adicta. Lentamente se la fue engullendo, Tomás soltó un pequeño bramido a la vez que colgaba la llamada. Sin importarle que Laura estuviera cerca, empezó a gemir con fuerza, porque recibir una garganta profunda de esa chica, era un regalo del cielo.

Ella mantuvo esa estaca oculta dentro de su boca por un par de segundos, hasta que se vio obligada a retirarla, para respirar. Dejándola totalmente embadurnada con su baba viscosa, la masajea con su mano derecha, mientras se relamía los labios y degustaba ese sabor que tanto le gustaba. –“Jodeerr… Que linda sorpresa me has dado, Rosita”- aseveró, afirmándose del mesón. –“Solo vine por mi comida, papito. Caminar de un lado a otro, más que dejarme agotada, me deja hambrienta”- afirmo la muchacha, abriendo su boca.  

Ella tragó una buena porción de verga, y pasó su lengua alrededor de ella, dando lamidas como si fuera un helado de crema. Tomás solo podía quejarse de lo bien que se sentía y acariciar la melena negra de la jovencita. Rosita detuvo su comida, para volver a tomar aire y pasar su lengua entre sus gruesos y maravillosos labios. –“¿Qué más sigue nena? ¿Vas a seguir mamándola o quieres que te la meta?”- pregunto Tomás apagando el fuego y retirando la olla. 

Rosita le regaló una sonrisa provocativa de manera breve, ya había tomado la decisión de lo que harían. Parándose paulatinamente, fue desabotonando la camisa del maduro, hasta llegar al último botón. –“Quiero que me empotres como una yegua, que me hagas gritar como la perra que soy, pero que lo hagas aquí mismo, papito”- solicitó la morochita, quitándole la camisa. –“Lo que ordene, mi reina”- contestó él, besándola eufóricamente, al mismo tiempo que la carga y la dejaba sentada en el mesón. 

Sus sexos se sobaban y no tardaron en estar unidos, el recital de gemidos y el choque constante de sus pelvis, se apoderó de las paredes de la casa. Ellos follaban como si fueran una pareja de noviecitos, que no tenían miedo de hacerlo en cualquier parte, solo quería satisfacer sus deseos. Las embestidas eran brutales y Rosita se retorcía, aferrándose a él, mientras le besaba el cuello. Tomás le mordía el lóbulo y le amasaba las nalgas, –“Uuugghh… Espero que tu madre esté muy lejos, porque no voy a dejar de cogerte”- 

Rosita: Aaaahhh… Descuida, está comprando los boletos, para que regresemos a casa, le va a tomar su tiempo… 

Tomás: Eso quiere decir que encontraste ya apartamento donde vivir. 

Rosita: ¡Sí!… ¡¡Dios santoooo!!… ¡¡Qué bien follas cabroooon!!… 

Tomás: Es una lástima, porque quería proponerte que te quedes a vivir aquí, ahora que Axel, Ignacia y Vanessa, ya no están. 

Rosita: ¡¡Dioooss!!… Por más que hubiera querido, no podría aceptarlo...

Manifestó, apreciando como su piel se contrastaba con la del hombre, encendiéndola más. 

Tomás: ¿Por qué?

Rosita: Porque mi papá te odia, tontito. Jamás aceptaría que viviera contigo. 

Tomás: Joder, ese gilipollas, va a evitar que le de placer a mi Cenicienta todos los días. 

Rosita: Puedes ir a visitarmeeee… Y… Y darme mi cogida diariaaaaaaggg… 

El solo imaginar esos encuentros a escondidas, cachondeó a ambos. 

Tomás: Uuuggh… Nena, acabamos aquí y comemos, para luego ir a mi cuarto, para que dé tu follada de despedida. 

Rosita: De… De… De… De… De ha-ha… Hasta… Pro-pronto, querrás de-de-decir…

Balbuceó convulsionando sobre el mesón y llegando a un orgasmo tan grande e intenso, como la noche del viernes y sábado. 
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