Corriendo(me) con mis hermanas 8

Vaya, parece que me ha oído, ¿eh?

Seductoramente, acercó su cara con lascivia hacia la tela del pantalón en importante tensión, y me di cuenta de que jamás la había visto tan hermosa: mi hermanita pequeña, su melena rubia cayéndole sobre las tetas desnudas y sus ojos verdes embelesados con mi paquete, con la boquita abierta en una señal de deseo. Sin previo aviso, hizo un sonido que pretendía imitar alguna especie de ataque de un animal diminuto, y comenzó a restregar su nariz y su boca por aquella elevación impúdica que surgía de mi entrepierna. Como si fuera un gato jugando con su ansiada presa.

-          ¿Qu… qué estás… qué haces, Anita? –conseguí decir.

Aquel frotamiento, aunque fuera torpe y demasiado leve, me proporcionaba una irregular y deliciosa estimulación de mi pene, que llevaba un buen rato pidiendo a gritos atención. Y la cara de mi hermana dejándose llevar por sus instintos animales como una guarra al contacto con mi miembro sólo empeoraba las cosas.

-          Anda, Rami… sácatela –me pidió, su voz un gimoteo suplicante que le costaba articular por la excitación sexual que evidentemente le embargaba–. El otro día no la vi muy bien… –jadeó e incluso comenzó a dar algún besito a mi pantalón, dejando una mancha de humedad sobre la tela–. Es que ahora… la tengo aquí mismo… Venga, enróllate –y dio un lametazo largo, desde la base de aquella empinada montaña hasta su mismo pico redondeado.

Justo cuando creía que no podía ser más guarra, ella terminaba sacándome de mi error. Entendí ahora que toda mi obsesión y persecución de Tara era un esfuerzo inútil: me había equivocado de cabo a rabo de hermana con la que obsesionarme como un auténtico pervertido. A este ritmo, estaba seguro de que haría muchas más guarradas con Anita que con nuestra hermana mayor.

-          Veeengaaa, Rami. Si te la sacas te hago lo de las tetas otra vez, solo que con tu polla en lugar del boli –me miró a los ojos con atrevimiento mientras volvía a dar un lametazo más lento por encima de la tela–. Date prisa, que si viene mamá nos mata.

No tenía que pedírmelo otra vez. Me incorporé en la cama lo justo para bajarme el pantalón de chándal y los calzoncillos de una sola vez y allí hizo su entrada: enhiesta como una pica de soldado, mi torturada picha. Mi hermana abrió los ojos y la boca otra vez, totalmente incapaz de asimilar esta visión. Sin pedirme permiso, la agarró con la mano libre y dio unos tímidos tirones del prepucio.

-          Woooah… qué dura y qué caliente está…

-          Vamos, Anita –balbuceé, desesperado–. Hazme una cubana.

Su inocencia me estaba matando ahora que sabía la experiencia que tenía, así que no aguanté más. Solté finalmente su muñeca y guie su cuerpecito hasta que sus tetas volvieron a estar a la altura de mi miembro. Ella captó mi impaciencia y se apresuró a agarrarse los pechos, que apenas tapaban sus deditos, para plantarlos contra mi manubrio.

Exhalé de placer al notar aquella redondez suave contra mi miembro, pero antes de saborear del todo aquella sensación aquellas tetas empezaron a restregarse enérgicamente contra él cada una por su lado, todo el conjunto aprisionado por el primoroso abrazo de mi hermana pequeña. Estaba inclinada y dedicada a la tarea entre manos: la rubia melena suelta y cubriéndole parte de la cara por el movimiento, lo visible de su rostro manteniendo una expresión concentrada (¿en sus movimientos rítmicos… o en mi polla dura?), y sus manos estrujando hacia dentro aquellas deliciosas mamas en un frenético e incestuoso vaivén. Los pezones le asomaban entre los dedos, pero era imposible que sus manitas pudieran abarcar por completo aquellos desproporcionados pechos.

-          Jo-der, hermanito… mmmhh… es mucho más grande que las otras… –gemía con ansia.

Yo estaba en la gloria. Constantemente recordaba que era mi hermana pequeña quien me estaba masturbando con sus tetas, y luchaba entre la sensación de dejarme llevar y correrme de forma explosiva y prolongar aquella sensación hasta el infinito si era posible. Quería más contacto con ella si era posible. Cuando me quise dar cuenta mis manos estaban recorriendo sus hombros, su espalda y su nuca, tocándola, aplastándola contra mí. Me hubiera encantado agarrarle aquellas tetas, pero por nada del mundo me hubiera atrevido a interrumpirla.

Entonces noté que mi polla, y la piel de mi hermana a su alrededor, empezaba a humedecerse a gran velocidad sin que los movimientos se detuvieran ni un momento. Abrí los ojos para sorprender a mi hermanita soltando un reguero continuo de saliva sobre la unión de nuestros cuerpos, un hilo ininterrumpido que caía directamente desde su boca. Sus fluidos relajaban la fricción seca y hacía que aquel frotamiento se sintiera mil veces mejor.

-          Coño, Anita –no pude evitar soltar–. Pero qué pedazo de puta eres…

Sin parar aquel acto un solo segundo, ella levantó la mirada. Con sólo un ojo visible bajo la mata de pelo me dedicó una sonrisa pícara mientras las babas le resbalaban desde la punta de la lengua hasta mi glande, que acababa de asomar entre sus melones. Aquella estampa de infarto pudo conmigo.

-          Hostia, tío –jadeó ella con incredulidad entre una niebla de lujuria–. Que se te pone más dura aún…

Tenía razón. Estaba a punto de explotar y eso era una clara señal. Con mi mano derecha le aparté el mechón de pelo de la cara, acariciando su mejilla y descansando mi pulgar sobre su boca abierta. Quería clavarle mis ojos en los suyos durante mi orgasmo. Ella atrapó mi pulgar entre sus labios y lo chupó con avidez, como si fuera la cosa más suculenta del mundo.

Deseando que aquel dedo fuera mi polla, me corrí con violencia. Al mismo tiempo que los chorros de lefa le golpeaban una de sus mejillas, la barbilla y parte de su pelo, violé su boca introduciendo aún más de mi dedo, que tocó su lengua. El resto de mi descarga se derramaba deliciosamente por su cuello y los bordes superiores de sus tetas. Ella no frenó sus movimientos y durante toda la eyaculación me miró con aquella cara de auténtica guarra, pareciendo disfrutar con aquello tanto como yo.

Nos quedamos unos segundos en silencio, sudorosos, jadeando por el esfuerzo. El cuello y el pecho de mi hermanita eran un absoluto desastre, cubiertos de semen de arriba abajo; parte de su cara y su pelo no eran tampoco precisamente muy discretos, aunque se limpiarían sin mucha dificultad.

Esto que habíamos hecho no tenía vuelta de hoja. De pronto tuve miedo de que ese viscoso y blanquecino fluido que se enfriaba sobre la piel desnuda de mi hermana le sacara de este trance y se arrepintiera de lo que habíamos hecho.

-          Jo, Rami –dijo recogiendo un pegotón de lefa con un dedo de sus tetas, y sonriéndome con admiración–. Tío, cuánta leche echas. En la piscina ninguno de los chicos se corre tanto como tú. Ni siquiera el socorrista –se paró a inspeccionar todo su cuerpo a un lado y a otro, sus grandes tetas, sus costillas, su abdomen y sus manos. Exhaló aire entre asombrada y divertida–. ¡Me has puesto perdida!

Sonreí. Mi hermana no parecía traumatizada en absoluto por aquel episodio, si acaso satisfecha de que hubiera ocurrido.

-          Unf, Anita –dije agarrándome el nabo y dándole algunas sacudidas más para intentar apurar los resquicios de placer. Estaba más relajado, y ya no podía parar de pensar en lo buena que estaba mi hermana–. Vaya par de tetas que tienes… y qué guarra estás hecha.

Ella me guiñó un ojo, disfrutando el comentario. Yo recorrí su cuerpazo con la mirada, sintiendo una mezcla de incredulidad y excitación de que aquello hubiera pasado. A la vez, también noté un ramalazo de cariño hacia mi hermanita, a la que no quería ni imaginar haciendo estas marranadas con ningún otro tío que no fuera yo.

-          ¡NIÑOS! ¡A CENAAAAR! –escuché la voz de mi madre llamándonos desde la cocina, arreglándoselas para penetrar la puerta cerrada de mi cuarto.

Entramos de nuevo en pánico, pero esta vez fue un frenesí caótico; yo apenas necesité subirme los pantalones, pero ella se giraba a un lado y otro con mi lefa resbalándole por la piel, hasta que murmuró “a la mierda” y se limpió con la camiseta que había tirado al suelo, antes de recoger también el sujetador del bikini a toda prisa y abrir la puerta de mi cuarto.

-          ¡Me pongo el pijama y ahora bajo! –le chilló a nuestra madre, desnuda excepto por las braguitas azules del bañador.

Se giró hacia mí con una sonrisa, aún cachonda. Era obvio que flotaba aún en la euforia de nuestra transgresión, incapaz de animarse a abandonar mi cuarto. Me levanté de la cama y sin parar de mirarla a los ojos comencé a sobarle las tetas.

-          Esto no se lo cuentes a nadie. A na-die –le repetí muy serio pellizcándole los pezones.

Estremeciéndose de placer, ella me acarició la entrepierna por encima del pantalón, que después de todo aquel embate no se había bajado mucho y ya se empezaba a hinchar otra vez.

-          Pues recuerda que me debes una, Rami. Te has corrido… pero yo no.

Y se marchó de mi cuarto, oscilando sus caderas y su trasero mucho más de lo que era necesario.

 
Aquel tórrido encuentro con mi hermana menor me dejó flotando durante las siguientes horas y me hizo olvidarme por completo de mis insatisfacciones previas. Durante la cena no podíamos parar de lanzarnos miraditas y sonrisas hasta el punto de que llegué a pensar que mis padres iban a darse cuenta de que nos pasaba algo. Si no fuera porque la distancia entre los cuatro era bastante pequeña mientras comíamos, estoy seguro de que me hubiera lanzado a toquetearla por debajo de la mesa, y ella hubiera hecho lo mismo conmigo. Lo más que conseguí fue rozar nuestras piernas y rodillas desnudas, un contacto insuficiente después de todo lo que habíamos hecho.

Y de lo que nos quedaba por hacer. Creo que me daba cuenta de que Anita estaba tan salida como yo, y le importaba un bledo el hecho de que fuéramos hermanos. Siempre nos habíamos llevado bien, y le parecía perfectamente normal que exploráramos nuestra sexualidad juntos sin ningún complejo. De hecho, quizás disfrutaba tanto de aquel hecho tabú como yo mismo, sabedora de que era imposible compartirlo al mismo nivel con ninguna otra persona.

Las miraditas y los lengüeteos innecesarios que daba a la comida dedicados a mi disfrute personal me daban a entender que ella se también se había quedado con ganas de mucho más. Todo era cuestión de encontrar el momento propicio, porque hacer guarradas en casa era muy arriesgado; mis dos padres y Tara lo harían muy difícil. Pero mi mente ya estaba dándole vueltas al asunto, intentando buscar una situación o excusa para conseguir desquitarme y follarme al menos a una de mis dos hermanas.

Tara volvió aquella noche en torno a las cinco de la madrugada. No sé cómo mis padres no la oyeron con el escándalo que armó: taconeos en la madera, portazos mal calculados cuando entró en casa y en el baño, resuellos constantes de quien se ha pasado con el alcohol. Yo me desperté, y cuando me di cuenta de que llevaba más de media hora en el baño sospeché que se había quedado dormida en el váter.

Me tocó un poco los cojones, porque al haberme despertado me habían entrado ganas de mear y no me apetecía bajar al piso de abajo para aliviarme. Así que, harto de la actitud de mi hermana conmigo, decidí entrar allí para espabilarla un poco y de paso hacerle pasar un poco de vergüenza.

Abrí la puerta con decisión, pero sin hacer ruido, y allí me la encontré: sentada en el retrete con el vestido subido, las bragas bajadas, y la cara inclinada entre las piernas que sólo me dejaban ver su peinado revuelto. No dio señales de darse cuenta de mi presencia, y era muy probable que se hubiera desmayado en su intoxicación etílica.

-          ¿Tara? –le sacudí ligeramente el hombro.

-          Mhmmmh –se quejó ella, antes de alzar una mirada vidriosa hacia mí–. Qué paaasa.

-          ¿No es hora de que te vayas ya a la cama?

-          Pfff, supongo –bostezó antes de cerrar los ojos y esbozar una sonrisa de satisfacción–. Ya me fui a la cama, pero no dormimos mucho la verdad –y soltó una risita maliciosa.

Qué cabrona, no sólo se iba a follar por ahí… sino que me lo restregaba por la cara. “Tranquila, que yo me voy a acabar follando a Anita y ya desearás haber sido tú”, pensé, rencoroso.

La ayudé a incorporarse sirviéndole de apoyo para sus dos manos, y ella se subió torpemente las bragas de encaje sobre aquellas medias negras. Pese a aquel estado lamentable, mi hermana seguía estando buenísima. Me invadió una mezcla del resentimiento por su actitud de antes, a la vez que una intensa lujuria por aquel cuerpazo que me tentaba a cada torpe y poco coordinado movimiento; estaba tan perjudicada, que me daba la sensación que podría haberla manoseado todo lo que hubiera querido sin que se percatara, y quizás incluso me hubiera salido con la mía si hubiera intentado iniciar algún jugueteo sexual.

Pero me sorprendí a mí mismo cuando lo que prevaleció fue una genuina preocupación fraternal por ella.

-          Mírate, lo borracha que estás –dije sujetándola por la cintura–. ¿Cómo has llegado a casa? Más te vale no haber cogido el coche.

-          Nooo. Me trajo otro amigo…

-          ¿Otro tío? –le dije sin poder reprimir mis celos–. ¿Pero qué pasa, no sabes que se pueden aprovechar de ti así?

-          Jejejej… Sí, bueno… lo ha intentado. Pero me lo tragué todo al chupársela, así que me ha dejado en paz.

Retrocedí ligeramente al escuchar aquello. El apestoso aliento que le olía, que hasta ahora pensaba que era por el alcohol, contenía por lo visto otros efluvios más perturbadores. Aquella puta me seguía calentando y frustrando de una forma injusta. Ya estaba empalmado de antes por culpa de mi vejiga, pero ahora quise vengarme un poco. La mano que le sujetaba por la cintura se deslizó por debajo del vestido y le manoseé el culo por encima de las bragas. No dio muestras de enterarse.

-          Anda, te llevo a la cama. Que como te deje así, te vas a caer del pedestal donde te tienen mamá y papá… motivos no les faltan.

-          Gracias, hermanito, por cuidar de mí –dijo apoyando su frente en la mía y mirándome con los párpados medio cerrados y esa sonrisa tonta, su boca muy cerca de la mía–. Perdona si me porto mal contigo… es que me encanta chincharte.

Me empalmé más, si cabe. No sabía lo que me estaba haciendo. Y si lo sabía, le daba igual.

La manipulé con seguridad, una mano aún bajo su vestido agarrándole de una nalga, y la otra cruzada sobre su pecho para sostenerla de pie. Seguro que mi tienda de campaña le rozaba la espalda, pero no sabía si se enteraba o quería pasar del tema. La arrastré hasta su cama, y ahí nos enredamos un poco. Ella se tiró de costado a lo largo de su colchón, dándome la espalda.

-          Ayúdame –dijo meciendo los hombros con suavidad–. Bájame la cremallera…

Empalmadísimo y tragando saliva, me arrodillé junto a ella para hacer lo que me decía. Lo hice con lentitud, sin poder evitar acercar mi cara a aquel acto inapropiado donde dejaba su espalda al descubierto. La cremallera le llegaba hasta media espalda, más o menos. No llevaba sujetador bajo el vestido. Se volvió hacia mi lado hasta mirarme con esa cara de tonta feliz.

-          Ya sigo yo sola, chaval. No te vayas a ilusionar…

Debí traslucir la frustración y resentimiento que sentía en aquellos momentos, porque mi hermana se rio un poco y me acarició la cara.

-          Veenga, va… un pequeño premio. Por portarte bien conmigo.

Me agarró del cuello hasta que mi cara se acercó a la suya y me posó los labios en la mejilla, dándome un casto besito de hermana. O eso pareció, en un principio. Sus lentos y sinuosos movimientos me estaban poniendo más cachondo, pese a que el gesto era inocente, pero lo remató sacando la lengua y dándome un lametón húmedo en aquel lado. Todavía anonadado por aquel comportamiento suyo, apenas reaccioné cuando me dio un empujón brusco que me forzó a separarme de ella. Hizo un aspaviento con la mano como diciendo “anda, vete ya, he terminado contigo”.

Aunque había eyaculado con Anita aquella tarde no pude evitar cascarme una paja tras aquella escena. Me daba a entender que Tara no estaba todavía perdida y esa ambivalencia conmigo era difícil, pero no imposible de superar. Ella disfrutaba demasiado torturándome, pero aquella línea era fina y peligrosa… igual podría arrastrarla al otro lado. Ya no me bastaba una hermana como objetivo: tendría que follarme a las dos.

Tara actuó durante los días siguientes haciendo como si nuestro encuentro de madrugada, al igual que todos los otros inapropiados que habíamos tenido, no hubieran ocurrido. Se mostraba relativamente neutral hacia mí. Algo mejor que cuando nos llevábamos fatal antes de verano; no era abiertamente sádica ni cruel conmigo, pero tampoco daba señales de mantener la intimidad que habíamos tenido antes. Quizás intentaba dejar atrás de verdad cualquier situación sexual entre los dos.

Pero el caso es que de ninguna manera se había moderado a la hora de calentarme innecesariamente. Seguía meneándose con el culo en pompa delante de mí con excusas idiotas, seguía vistiendo falditas cortas y tops ajustados sin cortarse lo más mínimo… y seguía actuando como si fuera lo más normal. Nunca delante del resto de la familia, claro. Quizás quería incitarme a picar para negarme una vez más lo que me ponía al alcance de los labios.

Yo de eso estaba harto. Cambié el correr por las tardes con Tara, quien lo hacía ahora antes de que ninguno estuviéramos despierto, por pasarlas en la piscina con Anita. Mi hermanita pequeña era una bomba sexual y verla en aquellos trapitos y con esa carne tan expuesta me tentaba sobremanera.

La piscina estaba a un par de calles de casa, y aunque no eran muy transitadas, nunca me atreví a poco más que sobarle el culo o las tetas cuando me aseguraba de que no había nadie en la calle. Pero no me atrevía a hacerlo mucho tiempo: los pueblos son muy pequeños. Aun así, ella se dejaba toquetear sin queja, asomando una sonrisa confiada por debajo de sus gafas de sol. De vez en cuando incluso se ponía delante de mí y se frotaba un poco contra mi paquete mientras hacía como que se ataba las sandalias o algo así.

Los dos estábamos a punto de estallar. Queríamos devorarnos el uno al otro, pero resultaba imposible encontrar un maldito sitio aislado en el pueblo donde pudiéramos desfogarnos a gusto. No sin levantar murmullos y miradas… estaba el campo, pero no era para nada cómodo y temía que se repitiera un encuentro como la última vez con Tara.

En la piscina, su cuerpo era una deliciosa tortura que ansiaba tocar y que me estaba vedado por todos los ojos que teníamos alrededor. La muy puta empezó incluso a hacer topless: primero boca abajo, pero unos días después se animó y comenzó a exhibir aquellos melones sin rastro de pudor. Disfrutaba toqueteándoselos y masajeándoselos con la crema solar mientras, tras las gafas de sol, notaba a todos los tíos con la boca abierta pendientes de ella.

Le volví a aconsejar que no hiciera esas cosas en el pueblo, que era pequeño, pero no me hizo caso. Me di cuenta mucho antes de que lo admitiera que en el fondo sí que tenía una vena exhibicionista y le ponía cachonda empalmar a toda la población masculina; alguna vez dejó una mancha en la toalla antes incluso de llegar a tocar el agua.

Por supuesto, cada vez que íbamos allí y yo empezaba a retorcerme de forma febril sin poder tocarla, tenía que aguantar una marea incesante de moscardones de todas las edades que venían a sacarle conversación. Tíos de su edad, de mi edad, de la edad de Tara, de la edad de nuestros padres e incluso algún abuelo verde que no se cortaba un pelo. Anita les sonreía a todos y se hacía la niña buena, sin rechazarlos claramente, pero sin darles tampoco mucho pábulo. Yo aguantaba allí al principio sin saber dónde meterme, y luego acabé decidiendo que lo más sano era bajar mi espantoso empalme a base de duchas frías y largos en la piscina, que se convirtieron en un ejercicio alternativo a correr. Me pasaba horas allí, echando vistazos de reojo a mi hermana en la tumbona, hablando con cientos de chicos. Cuando alguno empezaba a tocarle el brazo o a vacilarle con la excusa de meterle mano, ella se escurría y no tardaba en unírseme al agua.

Allí, con la excusa de las ahogadillas y similares, también nos toqueteábamos un poco, pero en el fondo éramos demasiado conscientes del posible público como para dejarnos llevar mucho y disfrutar realmente de lo que hacíamos. Hubiera deseado que Anita siguiera con las tetas fuera durante nuestros juegos acuáticos, pero siempre se ponía la parte de arriba del bikini porque de otra forma hubiéramos llamado demasiado la atención.

A mis amigos, a los que casi tenía abandonados debido a mi obsesión incestuosa, no les había pasado desapercibido lo buena que se había puesto Anita. Les daba igual mi distanciamiento, ahora me daban la brasa constantemente con venirse a mi casa a jugar a la Play y demás excusas para flirtear con ella. En la piscina tampoco nos dejaban en paz, y mi hermanita nunca dio signos de que le molestara toda aquella atención. Al final, entre tanta excitación, frustración y mareo sentimental, acababa con los huevos hinchados para cuando llegaba a casa por la tarde noche. Me acababa cascando dos pajas muy seguidas una detrás de la otra, porque si no me seguían doliendo las pelotas y era muy desagradable.

Una vez que volvía con mi hermana no pude aguantarme más. Coincidiendo con que anochecía cada vez más pronto a medida que los últimos días de verano se evaporaban, aproveché para coger a Anita de la mano y llevármela al patio posterior de nuestra casa. Allí los muros eran altos y angostos, ningún vecino vería nada. Pero era un sitio pequeño y estaba pegado al lavadero por un lado y a la cocina por el otro, así que tampoco era precisamente discreto si nuestra familia andaba por allí. Sin embargo, con la oscuridad creciente sabía que si alguien andaba por la cocina encendería la luz, señalizándonos su presencia.

Anita me miró con una ceja alzada, interrogante, pero se dejó llevar. Allí la empotré contra la pared y empezamos a enrollarnos con toda nuestra lujuria acumulada. Yo le agarraba del culo y ella levantaba una pierna sobre mi muslo para apretarme más contra ella y frotar su pubis contra el mío. La lengua húmeda de mi hermanita era una delicia prohibida y había tanta desesperación en nuestros morreos que eran algo torpes, las babas resbalándonos a los dos
por fuera de la boca.


¿Qué te ha entrado, Rami? –interrumpió nuestro beso y alzó los ojos para mirarme, su mano acariciándome el pelo.

- No aguanto más, Anita. Quiero follarte de una vez. Tanta piscinita sólo consigue calentarme la polla y al final por tu culpa me estoy matando más a pajas que nunca.

- Mmfff –dijo mordiéndose el labio inferior eróticamente–. ¡Cuánta leche desperdiciada! Me puse perrísima cuando me la echaste toda encima…

- Tú la hiciste salir –jadeé mientras le estrujaba las tetas por debajo del bikini.

- Sí, tienes razón…

Empezó a tocarme el rabo
por debajo del bañador..........

Corriendo(me) con mis hermanas 8

4 comentarios - Corriendo(me) con mis hermanas 8

ohhohhohh
Hace mucho q no leía algo tan morboso con ansias espero la continuacion