La infidelidad de mi madre

Lo que a continuación se relata sucede durante la adolescencia de un joven pueblerino que vive con su madre y sus dos hermanas menores. Su padre se encuentra en Estados Unidos trabajando como muchos otros mexicanos que emigran en busca de mejores condiciones de vida, pero como sucede en muchos casos, la relación de pareja de sus padres se ve deteriorada por la distancia y por el tiempo hasta que es testigo de un suceso que le marcaría la vida a cualquiera. 


Mi padre llevaba un poco más de dos años de mojado en los Estados Unidos, se había ido con la promesa de hacer crecer nuestra casa, de ayudarme con mis estudios y los de mis hermanas. Nosotros vivíamos en una casa humilde en un típico pueblito de provincia en donde todo mundo te conoce, donde todos se dan los buenos días mientras caminas por la calle. Yo tenía 16 años y cursaba la preparatoria, en mi caso yo me tenía que transportar diariamente hacia la segunda ciudad más grande del Estado que nos quedaba a una hora aproximadamente de nuestra localidad. Recuerdo que siempre tomaba el primer colectivo que pasaba por el pueblo a las seis de la mañana, si no tomaba ese transporte prácticamente llegaba demasiado tarde a mi primera clase. 

A mis dos hermanas menores que yo les llevo con varios años. La que me sigue cursaba en ese entonces sexto año de primaria y la más pequeña aún iba al kinder. Las dos no tenían que salir del pueblo porque había ambas escuelas en la localidad. Mi madre aún era bastante joven, se casó con mi padre apenas cumplidos los diecinueve años así que para ese entonces apenas iba por sus 36 años. 

A pesar de mi edad yo ya era lo suficientemente maduro para darme cuenta que la relación entre mis padres no era del todo buena. Antes de que mi padre se marchara ellos discutían frecuentemente, en gran parte por la cultura machista muy presente en él, como suele suceder en los pueblos pequeños como el mío. No era de extrañarse que mi madre mostrara cambios en su actitud en su ausencia. 

El terreno en donde vivíamos era grande, teníamos una casa de dos cuartos y un corredor al frente que nos servía de comedor y cocina. Justo al lado estaba la casa nueva aún en construcción . Mi padre enviaba dinero y mi madre lo administraba, era la encargada de comprar el material y pagarle a los albañiles que venían siendo familiares de nosotros por parte de mi padre. La casa nueva aún no era habitable, si bien ya tenía la loza, aún faltaban los pisos, los aplanados, la herrería y la instalación eléctrica. Por ese motivo aún vivíamos en nuestra casa vieja, mis dos hermanas y mi madre dormían en un cuarto y al lado yo dormía en otro. 

Mi madre era atractiva para sus 36 años, chaparrita y un poco llenita, pero aún conservaba su figura, tanto sus hermanas como ella tenían más o menos el mismo físico , eran bustonas y de caderas pronunciadas. Después de que mi papá se marchó a los Estados Unidos lo primero que hizo fue cortarse el cabello cortito haciéndola verse con unos años menos. También he de recalcar que con el paso de los meses ella empezó a vestir gradualmente más jovial y provocativa, supongo que gracias a la influencia que tenía mi tía en ella. Al principio comenzó a usar pantalones de mezclilla ajustados y después empezó a usar faldas entalladas por encima de la rodilla y con estampados llamativos. 

Yo empecé a notar esas sutilezas, en parte, por culpa del profesor del kinder: un joven de máximo 25 años que había llegado al pueblo para dar clases. Él aún era estudiante, pero era beneficiario de un programa social del gobierno en donde se otorgaban becas a cambio de prestar un servicio social dando clases en zonas rurales. Éste joven se quedaba en el pueblo de lunes a viernes y se regresaba a su lugar de origen los fines de semana, casualmente era mi tía la que le rentaba un cuarto. Para comer él le pagaba a algunas señoras para que le preparasen el desayuno o la comida, y entre esas señoras a veces lo hacía mi madre. 

Cuando el joven profesor venía a nuestra casa a comer yo lo descubrí en varias ocasiones con la mirada bien clavada en el trasero de mamá . Había dos faldas en especial que a veces usaba y que eran precisamente algo provocativas, una floreada de color rosa y otra con un estampado que parecían recortes de notas de periódico, ambas faldas le quedaban bastante ceñidas a su figura resaltando sobre todo sus pompas. Yo sentía celos y mucho descontento por la manera en que el tipo la mirada mientras ella se descuidada, pero por otro lado, yo como hijo ¿de qué manera podía decirle a mamá que no usara esa clase de ropa? . Sin embargo también debo confesar que esas situaciones despertaron un morbo que, aunque me hacía sentir culpable, iba creciendo más y más. 

El profesor no era el único hombre que osaba con mirarla de esa manera, había un vecino que también lo hacía e incluso llegué a verlo coquetear con ella, también el señor de la tienda, inclusive a uno de mis primos le gustaba mirarla pensando que nadie se daba cuenta. La primera vez que lo noté fue cuando un día vino a mi casa por mí para irnos a trabajar en una de sus parcelas. Yo me metí a la cocina para llenar una botella con agua y desde la ventana lo miré como le veía las piernas a mi madre mientras se agachaba por la ropa que estaba enjuagando en el lavadero, ella llevaba puesto una falda blanca con vuelos que le llegaba justo a la rodilla, el problema era que al agacharse mostraba sus muslos por la parte de atrás. Mi primo inclusive bajó un poco el mentón, me imagino que intentaba ver su ropa interior, su falda se le subía tanto que poco faltaba para mostrar el inicio de sus nalgas. Desde ese día no pude volver a ver a mi madre con la misma naturalidad de siempre, pues cada vez que se atrevía a usar esa clase de faldas mi mirada me traicionada y por momento volteaba a verle las piernas.


Y sin saberlo, llegó esa noche en donde todo empeoró. Eran alrededor de las nueve y media, habíamos acabado de cenar y yo estaba finalizando mi tarea escolar en mi cuarto, mi madre y mis hermanas veían una telenovela sentadas en la mesa de la cocina. Se dieron las diez y yo en automático comencé a preparar mis cosas para tenerlas listas para la mañana siguiente, mis hermanas ya se habían ido a dormir y mi madre aún seguía en la mesa con la televisión encendida en el noticiero , pero sin ponerle atención porque leía una de sus revistas de espectáculos que compraba cuando iba a comprar mandado. 

-¿Ya te vas a dormir? 

- sí mamá, ¿y tú? 

- También, en un ratito. Ya duérmete sino mañana no te vas a querer levantar. 

Asentí y me fui a la cama, pero ese día tenía ganas de masturbarme, así que me esperé hasta que mamá estuviera durmiendo en su cuarto con mis hermanas. Me acosté y esperé , pasaban los minutos y mi madre no apagaba la luz, empecé a desesperarme, no me atrevía a masturbarme con ella en la cocina, a pesar de que ella estaba afuera y yo con mi puerta cerrada, la privacidad era poca, podría asomarme por la ventana que tenía mi puerta, ya que tenía cortinas delgadas. 

Se dieron las once de la noche y escuché a mi madre levantarse de la silla, apagó la televisión, y tal como supuse, vi su sombra tras la cortina de mi puerta, entiendí que se había asomado para asegurarse de que yo ya estuviera durmiendo. 


Apagó la luz y se metió a su cuarto. Esperé otros veinte minutos más antes de empezar a masturbarme, para cuando empecé a hacerlo de repente escuché un ruido muy leve, pero el silencio era absoluto y alcancé a notarlo. Me acosté de inmediato en mi cama, algo nervioso por la adrenalina de poder ser descubierto. Puse atención a los ruidos y me di cuenta que la puerta de la cocina que daba al patio también había sido abierta. "De seguro mamá salió al baño, maldita suerte la mía", pensé. 


Ya sin sueño seguí esperando que mamá regresará del baño, pero los minutos pasaban y no lo hacía. Después de mirar mi despertador comencé a preocuparme en serio, ya casi era la una de la mañana y no regresaba. Me levanté para asomarme por la ventana de la cocina con vista hacia el patio; no encendí las luces, ni tampoco hice ruido. Abrí un poco la cortina para ver en dirección hacia el baño que estaba cruzando el patio, junto al lavadero, y noté que la luz del baño no estaba encendida, fue en ese entonces donde inesperadamente vi la silueta de mi madre saliendo de la oscuridad de la casa nueva, pasó por detrás de unos pequeños árboles de limón que teníamos al final del patio y enseguida se metió al baño. Lo que me estremeció fue verla con sus piernas casi desnudas, llevaba una falda negra que le llega a casi a medio muslo, muy cortita, más que todas las demás, jamás se la había visto puesta, también reconocí que solo traía una ligera camiseta de tirantes y era notorio que no llevaba sostén, pues distinguí el vaivén de sus senos al momento de caminar hacia el baño. Esperé unos minutos, y para cuando salió de ahí ya se había cambiado su atuendo, ahora ya tenía puesto un pans deportivo holgado que usaba como pijama. 


Al ver que ya se dirigía hacia a mí me metí rápidamente a mi cuarto. Ella entró muy despacio intentando no hacer ruido. Al día siguiente yo no dejaba de pensar en tal escena, ¿qué estaba haciendo mi madre en la casa nueva a esas horas?. 


Pasaron cerca de dos semanas y todo parecía ir normal, hasta que volvió a repetirse lo mismo.

Esa noche recuerdo que habíamos acabado de cenar, me bañé y me fui a la cama, mi madre seguía en la mesa de la misma manera que la vez anterior, leyendo una revista y con la televisión encendida. 

-Ya me voy a dormir mamá, hasta mañana. 
- Hasta mañana hijo, yo nada más me baño y también me iré a dormir. 

Obviamente yo no pude dormir, recordaba el suceso de la vez anterior y me preguntaba si se volvería a repetir. Después de unos minutos, escuché levantarse a mamá y dirigirse hacia el baño con una toalla. Apagué la luz de mi cuarto y esperé oculto tras mi puerta mirando a través de mi cortina. A lo lejos pude distinguir como había encendido la luz del baño, así que me animé a salir de mi cuarto y la espié ahora desde la ventana de la cocina, cuidando que ella no pudiera verme cuando terminara de bañarse. 

Después de unos quince minutos la vi salir, pero mi corazón se aceleró al verla usando nuevamente esa faldita negra. Ella se puso a lavar su ropa interior, yo no podía dejar de mirar la manera en como su falda se subía levemente al ritmo del contoneo de sus caderas, sus muslos estaban expuestos y eso me provocó una tremenda excitación. "Ojalá y jamás se le ocurra usar esa falda cuando venga a comer el profesor a la casa", pensaba yo. 

Al ver que ella ya regresaba inmediatamente me metí a mi cuarto. Entró y apagó la luz de la cocina y escuché como cerró la puerta de su cuarto. Se dieron las doce de la noche y yo me mantenía despierto, me levanté de la cama y me quedé tras mi puerta. En esos instantes la vi salir nuevamente de la casa y sólo entrecerró la puerta de la cocina. 

Yo no me atreví a seguirla, sólo esperé oculto tras la cortina. Después de una hora la vi regresar, pero me intrigó otra vez que ya no venía con la misma ropa, otra vez se había cambiado en el baño antes de regresar a dormir. 

Ya en la mañana me levanté temprano como de costumbre para irme a la escuela, me vestí, desayuné mi cereal y fui al baño a hacer mis necesidades. De mi mente no salían las imágenes de mi madre escapándose a media noche, sin querer, comencé a husmear en el baño, me asomé a la regadera y encontré un bote con ropa dentro, ahí estaba una prenda negra, inmediatamente deduje que era su falda negra. El morbo invadió mi razonamiento y sin dudarlo la saqué del bote, al desenrollarla cayó al suelo una pataleta negra. Al volver a posar mi mirada sobre la falda enfrente de mí pude reconocer unas manchas muy familiares para mí. Cuando yo me masturbaba, usaba un calcetín viejo para limpiarme y evitar que mi semen quedara regado en el piso, yo sabía como quedaba la ropa manchada con ese líquido viscoso. Las manchas en la falda de mamá eran iguales, y aún se notaban frescas. Levanté su pataleta y estaba igual, completamente húmeda y con vestigios de líquido seminal. 

Ya no me quedaban dudas, mi madre tenía encuentros sexuales en nuestra propia casa sin reparo alguno. Yo no sabía qué sentir, si enojo, celos, asco... Lo que me invadía era mucho morbo por lo que sucedía, mi miembro estaba durísimo en ese momento. 

Desde ese día yo no dejé de buscar la manera de ser testigo presencial de la infidelidad de mi madre.

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