100 lugares donde tener sexo. Capítulo 35

100 lugares donde tener sexo. Capítulo 35

100 lugares donde tener sexo es una serie de relatos que tiene como fin ampliar las opciones del lector, ayudándolo a encontrar un nuevo universo de oportunidades en donde disfrutar del sexo. Es necesario para ello aclarar que cuando hablamos de sexo no nos referimos solamente a la penetración, sino que también incluimos sexo oral, sexo verbal, toqueteo y todo lo que pueda calentarnos y excitarnos. Espero que lo disfruten y que los ayude a ampliar sus márgenes de placer.

CAPITULO 1

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Capítulo 35:
   Entramos al departamento de Lucía y enseguida me di cuenta que la chica tenía mucho más de lo que me estaba confesando. La puerta principal daba a un living enorme con sillones de varios tamaños, una tele gigante y una mesa en la que entraban tres personas de cada lado y dos en la punta. Al living lo coronaba una llamativa barra de tragos que rápidamente captó mi atención. “¿Puedo?” le pregunté y ella sonriente me dijo que sí, lo que me llevó a colocarme detrás de la barra y revisarle las bebidas alcohólicas. ¡Tenía más que yo en mi propio trabajo! Y eso era raro siendo que yo trabajaba preparando tragos en un bar. “¿Te hago algo?” le pregunté actuando mi rol diario y ella se colocó del otro lado y me respondió un “sorprendeme” que me calentó bastante y terminó de encender la llama en mi.
   Me llamo Jesica, tengo 30 años y trabajo en un bar súper famoso de la ciudad. El bar maneja un nivel bastante alto y una carta de precios que a mí me costaría mucho pagar. Es por eso que siempre van allí personas de alto poder adquisitivo o quienes quieren mostrar algo que por lo general no lo son. Teniendo en cuenta mi belleza física, mi sonrisa permanente y el hecho de que soy una barwoman, muchísimos hombres han querido conquistarme y sacarme el número de teléfono. Lamentablemente no es algo que me interese, por lo que siempre termino rechazándolos de una manera muy cordial y con un piropo que suele afectar positivamente en las propinas. Siempre pude dejar muy bien de lado el placer y el trabajo, hasta que una persona muy particular apareció en el bar.
   La primera vez que Lucía entró al bar llamó mi atención desde un principio. Se notaba a leguas que era lesbiana, podía saberlo solo con la forma en la que se movía y como se comportaba. El problema es que iba de la mano de un chico muy hermoso con el cual se besaba y se tocaba delicadamente. “Bí” pensé mientras se sentaban en la barra a la espera de una mesa para comer. Pero cuando los atendí, ella y yo cruzamos miradas y por un segundo el fuego se encendió entre las dos y fue muy difícil de apagarlo. A pesar de que el maitre vino unos minutos después a ofrecerles una mesa, ella insistió en comer en la barra y terminaron picando algunas cositas mientras me pedían no dos, sino tres tragos más. Terminaron bastante alegres, sobre todo él, a lo que ella aprovechó para intercambiar algunas palabras conmigo y sobre todo miradas de deseo que no se podían disimular.
   No volví a verla hasta un mes más tarde y en esa oportunidad fue con dos amigas al bar. Volvieron a sentarse en la barra, pero esta vez por decisión propia y no faltó el comentario de “Ella prepara los mejores tragos”, un halago que nos hizo intercambiar algunas palabras. Obviamente con el correr de la noche fueron pidiendo más tragos y era siempre Lucía la que hablaba en nombre de las tres. Cuando le llevé el tercer vaso, noté como la chica me estiraba la mano y de forma muy disimulada me daba algo. Me quedé quieta, inmóvil, sin entender lo que acababa de pasar y observé que se trataba de un papelito muy chiquito y perfectamente doblado. Lo abrí y vi que estaba escrito su nombre y su número de teléfono. Anonadada, levanté la cabeza para mirarla y ella simplemente me regaló una sonrisa hermosa y siguió riéndose con sus amigas. Por el resto de la noche trabajé bastante nerviosa y sin saber qué hacer, puesto que era la primera vez que alguien me encaraba en el bar y que yo verdaderamente tenía ganas de responder.
   Cuando Lucía y las amigas se estaban retirando pasada la medianoche, las otras chicas se marcharon primero y ella se quedó unos segundos. Se estiró por encima de la barra y me llamó con la mano, por lo que obviamente me acerqué. “Espero tu mensajito” me dijo casi en un susurro que apenas pude oír por la música y el ruido de la gente hablando. Seguía confundida, dudaba y no sabía muy bien que hacer. Pero Lucía me gustaba demasiado y yo era muy cara dura como para rechazar esa oferta, por lo que al día siguiente, después del mediodía, le escribí. Así empezamos a hablar, de una forma bastante formal y suelta, hasta que hice la pregunta que tenía que hacer: “Vos estás en pareja?” le escribí y rápidamente me dijo que no, por lo que decidí ir a más y consultarle sobre el chico con el que la vi la primera vez que entró al bar, al fin y al cabo había pasado poco más de un mes desde esa situación. “Mi ex” me contestó cortante y no hice más preguntas.
   Seguimos conversando de vez en cuando. Lucía me confesó que era directora de una empresa muy importante y que había estado a punto de casarse con quien al final era su ex. Se la notaba una mujer refinada, coqueta, elegante, de mucha clase, pero me daba la sensación que escondía una mujer mucho más simple en su interior y que aparentaba más de la cuenta. “Hace mucho que no voy al bar a que me prepares un trago” me dijo un domingo y le dije que los martes eran los días más tranquilos y ella aceptó la “invitación” que acababa de hacerle de forma espontánea. Así, al martes siguiente, cayó al bar pasadas las 10 de la noche y se sentó en la barra que estaba mucho más bacía que de costumbre. Ordenó algo para comer con uno de mis compañeros y cuando él le preguntó por la bebida ella respondió:
   - Un mojito… Pero que ella me lo prepare.- Y me señaló a mí, que ya tenía una sonrisa de oreja a oreja.
   Aprovechando que la gente estaba tranquila, me acerqué a ella para hablar y preguntarle cómo estaba el trago, a lo que Lucía me respondió “delicioso, como siempre”. Cuando llegó su comida, se quedó unos minutos sola y a medida que la gente se fue yendo, aproveché para acercarme y volverle a hablar. Sin perder mucho el tiempo, le pregunté qué hacía después y me dijo que no tenía nada planeado. “Si esperas a que termine mi turno, podemos ir a algún lado” le propuse y rápidamente me confesó que en su casa tenía una barra de tragos que usaba muy poco. “Podes enseñarme a usarla” agregó después la mujer de 35 años y obviamente le dije que sí. El resto de la noche se dio un poco más acelerada, pues quería terminar lo más rápido posible y me la pasé ordenando y limpiando todo para dejar las cosas listas y así poder marcharme cuanto antes. Lucía esperó hasta el final y cuando le dijimos que teníamos que cerrar, me dio las indicaciones de donde había estacionado el auto y se largó.
   Salí del bar una media hora más tarde y al principio pensé que ella se habría marchado. Cuando llegué al lugar, un auto de mucho nivel me hizo seña de luces y pude ver que la empresaria estaba del otro lado del vidrio. Me subí, la saludé y tras preguntarme si ya estaba lista para irnos, nos marchamos. En el camino hablamos de algunas cosas bastante simples y un fue hasta que llegamos a su casa que la conversación se puso picante. Luego de prepararle un trago que sabía que le iba a gustar en la barra de su living, me preguntó si quería ver la vista del piso y yo acepté. Desde el inmenso balcón se observaba casi toda la ciudad y al no haber otros edificios más altos allí, nos quedamos conversando y disfrutando de la fresca brisa y de la vista. En un momento nos acercamos demasiado y el beso se hacía casi imposible de resistir. A último momento, Lucía levanta la cabeza y señalándome el vaso vacío, me pide que vaya a prepararle de nuevo el trago, que le había encantado.
   Entonces salí algo confundido, sin saber verdaderamente cual era el fin de las dos estando allí. El lugar era perfecto, la situación se había dado sola y el beso hubiese sido muy romántico, por más que en ese momento yo solo buscaba sexo. Me pregunté qué era lo que le pasaba. Tal vez estaba confundida, tal vez no estaba segura de lo que sentía. Tal vez seguía enamorada de su ex, al fin y al cabo se iban a casar. Cuando estaba a punto de hacerle su trago, decidí actuar. Dejé los vasos en la mesa y con paso firme caminé hasta el balcón. Lucía estaba poyada con ambos brazos en la baranda y mirando a la ciudad, por lo que me apoyé detrás de ella y envolviéndola con mis manos por atrás la abracé. Ella obviamente giró la cabeza para verme y en ese momento le lancé la boca y nos besamos. El beso duró apenas unos segundos y nuestros labios se separaron, a pesar de que ninguna de las dos se movió. Entonces, ya firmes y seguras de lo que estábamos haciendo, volvimos a besarnos.
   Rápidamente la noche cambió de rumbo y la lujuria se apoderó del momento. Teniendo control total sobre su cuerpo y el mío, seguí besándola mientras ella giraba su cabeza hacia mi y aproveché mis manos para tocarla. Al principio la abrazaba a la altura de la cintura, pero no tardé en mover mis manos en todas direcciones, llegando a sus tetas y a sus piernas. Lucía se quedó inmóvil, prisionera de mí y dejando que yo controlara lo que se hacía. Su lengua sin embargo, se volvía loca adentro de mi boca y me encantaba como la movía descontroladamente. Cuando le apreté las tetas, noté como ella ahogaba unos gemidos sobre mis labios y seguí tocándoselas cada vez con más ganas, sintiendo su cuerpo moverse con el mío.
   No tardé en bajar mi mano derecha por todo su cuerpo, rozando su cintura y sus caderas por encima de la ropa. Ella seguía con las manos apoyadas en la baranda y completamente entregada a mí. Viendo que todo iba bien, decidí meterle la mano por adentro del pantalón y tocarla por encima de la bombacha. Lucía no dijo nada, no se inmutó y siguió comiéndome la boca desesperada. Ya podía sentir el calor de su cuerpo, la humedad de su entrepierna y seguí rozando mis dedos contra la tela que la cubrían, subiendo y bajando mi mano mientras ejercía una suave presión sobre ella. Notaba como algunos gemidos invadían nuestro beso y como ella se ponía cada vez más inquita, moviéndose al ritmo de mi cuerpo. El ambiente era demasiado excitante. La brisa suave seguía golpeando nuestros cuerpos que no daban más del calor.
   Los gemidos de la mujer ricachona ya superaron cualquier barrera, y mirando al frente dejó escapar su placer por la boca. Yo ya no aguantaba más y mientras que con mi mano izquierda seguía apretándole las tetas por encima de la remera, con la izquierda fui más allá. Metí mi mano adentro de su ropa interior y fui rozando sus labios empapados con mis dedos. Notaba como el calor se apoderaba de las dos mientras que la ciudad silenciosa y la calle vacía se alzaba frente a nosotras. No tardé en hacer presión sobre su clítoris y ella aumentó los gemidos, apretando con fuerza la baranda del balcón con ambas manos. Era evidente que nunca nadie antes la había tocado de esa manera y eso me motivaba a seguir tocándola más y más, notando como la humedad contagiaba mis dedos.
   Solito, sentí como el dedo de en medio se hundía en su cuerpo y penetraba esos labios mojados. “¡Ay sí!” gimió Lucía y noté un leve sacudón en su cintura. Seguí sus movimientos y mientras iba subiendo y bajando mi dedo por su cuerpo, las dos nos movíamos al ritmo del placer, el cual aumentaba cada vez más y más. Con mi mano izquierda, empecé a levantarle la remera y llegué a sus tetas, las cuales estaban tapadas por un corpiño cuya delicada tela rozaba mis dedos. Decidí ir más allá y probé con otro dedo y me fascinó ver como su conchita empapada se lo comía en un abrir y cerrar de ojos. Ya la calentura era demasiado fuerte y los gemidos de mi amante eran la música de fondo de esa ciudad.
   Vimos de golpe como se prendía la luz de uno de los edificios de en frente y a pesar de que era un piso mucho más bajo, me quedé quieta al comprobar que una señora mayor se asomaba y comenzaba a mirar en todas direcciones, queriendo descubrir de dónde provenía tanto placer. Lucía también se dio cuenta y liberándose de mis brazos, se dio vuelta y me comió la boca de un beso bien apasionado. “¿Vamos adentro?” me preguntó y yo asentí con la cabeza y dejé que ella me agarrara de la mano y que la humedad de mis dedos se pasara a los suyos. Entramos y dejamos que la ciudad quedara atrás nuestro, aunque esa previa en el balcón se había sentido demasiado perfecta y por alguna extraña razón, quería algún día volver y hacerla terminar con las manos en la baranda.


Lugar n° 35: Balcón


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