Generación 1970 - Sandra

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GENERACION 1970 - SANDRA

VIENE DE 'GENERACION 1970 - OYUKY'



Sandra era la psicoanalista del grupo, elegante para vestir, prolija, de cabellos teñidos entre rubios y rojizos, de mirada inquieta.
Ella era la más callada, la más introvertida y vivía su vida oculta en su coraza, poco se sabía de ella, poco dejaba saber
También era la más inteligente, siempre con las mejores notas y desde esa juventud, en silencio, retirada, parecía estar haciendo juicio sobre las palabras de todas sus compañeras.
Era siempre el punto de discordia, porque era frontal y decía las cosas como las sentía, sin barreras, sin vueltas, le había costado muchas amistades porque ella ponía su palabra por encima de una amistad
En la intimidad del grupo ya la conocían, ya sabían cómo era y muchas veces solo dejaban pasar por alto sus comentarios lacerantes
Y a Sandra no le incomodaba sentirse ignorada, porque las faltas de respuestas solo probaban que ella decía la verdad y no había formas de contrarrestar con lógicas sus palabras.
Trabajaba en su clínica privada, en verdad era solo una a habitación de su casa, donde recibía a sus pacientes y solo lo hacía en forma particular.
No se sabía mucho más de ella, solo porque ella nada contaba, como solía decir, las personas son dueñas de sus silencios y esclavas de sus palabras

Sandra no podía con su forma de ser, no podía con su aura de sentirse superior al resto de la humanidad y con esa manía de estar todo el día psicoanalizando a las personas, ella se conocía demasiado bien a si misma y por eso era de poco hablar, sabía que su lengua era filosa y que podía lastimar más que una daga, incluso a sus mejores amigas.
Pero había escuchado con atención cada una de las historias y podía adjetivar a cada una de ella, Noemí la misma puta de siempre, Gabriela la frígida reprimida, Mónica la boba cabeza hueca, Lara la gorda virga y Oyuky, la estúpida romántica.

Pero ahora era su turno, y debía ponerse en el sitio más incómodo para ella, odiaba tener que oficiar de oradora y lo que es peor, hablar de ella misma, porque así se sentía desnuda, desprotegida, y para ella hablar era sinónimo de confesar.
Ella tenía un ego enorme, y el motivo de ser una cincuentona solterona era solo uno, ella jamás encontraría un hombre que esté a su altura, que sea suficiente, que sea todo lo perfecto que ella necesitaba.
Así se le iba pasando la vida, de terapia en terapia, porque amaba sentarse a escuchar en su trono y jugar a ser Dios, ayudar a los demás a salir adelante les hacía bien a sus pacientes de turno, pero también le hacía bien a ella

Sabía que las charlas de consultorio quedaban en consultorio, era un juramento, pero era cierto que cada una de sus amigas, para bien o para mal, habían puesto el corazón y el alma en cada historia y habían contado lo más íntimo y escondido de toda su vida.
Entonces se animó, dejó caer la chaqueta de abrigo sobre el respaldo de la silla, se incorporó, y en lugar de hablar desde su sitio como había hecho cada una a su turno, Sandra prefirió caminar en círculos entre la llama de la fogata y la rueda que formaban sus amigas en derredor, sabía que estando sentada estaría de igual a igual con el resto, pero erguida, caminando, su posición la haría sentir superior, psicología elemental.
Y entre tantas historias, decidió sincerarse, y tocar esa, aunque incómoda, no había hecho mas que mover sus cimientos

Palabras de Sandra

Para cerrar les voy a contar mi historia, mientras las escuchaba a cada una de ustedes pensaba una y otra vez si sería lo correcto, pero no sería honesta conmigo misma si no iba por lo que oirán a continuación, puesto que sin dudas habría un antes y un después, solo les voy a pedir que sean 'open mind' y entiendan que solo sucedió
Habían pasado suficientes vivencias por mi consultorio, cada historia tenía un rostro y cada rostro tenía una historia.
Después de ocho años de escuchar y escuchar, pensé que ya lo había oído todo, que ya lo sabía todo, y que como un mago siempre tendría una carta más para sacar de abajo de la manga.

Cuando ella llegó esa mañana de invierno calzaba un grueso abrigo color negro que le llegaba a las rodillas, una boina estilo francesa, de lado y una bufanda celeste enredada por su boca y por su nariz, apenas escapaban al crudo frío unos vivaces ojitos celestes que como pinball iban de lado a lado.
Cruzamos unas palabras mientras entraba en calor dentro del cuarto, donde la calefacción hacía la estancia confortable.
Tamara era su nombre, parecía una quinceañera aunque su documento me dejaba saber que tenía ya veinte, reparé de inmediato que cuando yo tenía su edad, ella recién estaba llegando al mundo.
Dejó los abrigos a un lado, y en sus descuidos observé una chiquilla común y corriente, delgada, sin nada que resaltara más que un lunar sobre su labio superior y un andar inquieto.

Nos sentamos frente a frente, como solía hacer con cada paciente, me crucé de piernas en forma femenina, ella por el contrario, se recostó hacia atrás sobre el espaldar y abrió las suyas en forma muy masculina, al punto que su sexo se marcó llamativamente bajo el jean azulino que calzaba.
Sería nuestra primera charla, Tamara me dijo que ella cargaba con un enorme peso sobre sus hombros, a ella le gustaban las chicas, se definía como lesbiana asumida, pero su familia nada sabía al respecto, todos en su entorno familiar y de amistades les preguntaban por algún novio y ella hacía su mejor esfuerzo por vender una imagen que no era auténtica.

Eran otros tiempos, ustedes ya saben, en esos días que ser gay o lesbiana no era bien visto, que se escondía, algo que no se hablaba. Asumí que Tamara había venido a mí para que la ayudara a decir la verdad en su círculo de vida, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando sus labios me dejaron saber que ella quería que yo 'la curara', que acomodara su cabeza para que fuera una chica 'normal', para que le gustaran los varones, los penes, para formar una familia como debía ser.
Yo me quedé extrañada, realmente estaba confundida, y en verdad equivocada en su forma de pensar.

Pasaron las primeras citas profesionales, ella me contó mucho de su vida, de su familia, de sus pesares, y en mis devoluciones le hacía ver que ella no debía cambiar, por el contrario, su entorno debía aceptarla como era. Tamara se mostraba muy abierta conmigo, muy franca, incluso en alguna que otra oportunidad me dejó saber que me había elegido en su momento como su psicóloga, primero por ser mujer, y segundo, poque yo era muy atractiva a sus ojos.
Tamara era muy jovial, muy divertida, y sin que yo lo pudiera evitar, cada tanto me sacaba de eje, me corría de mi profesión y se me hacía peligrosamente adictiva.

Después de seis meses de charla el crudo invierno había quedado atrás, había llegado el verano, y ella se mostraba muy bonita, estaba bronceada y solía acudir a mi consultorio vestida con un pantalón tipo militar, de esos camuflados en tonos de verde, borceguíes negros, y una musculosa ajustada en verde musgo, siempre me decía que, si hubiera nacido como varón, se hubiera enrolado en el ejército, y como era muy menudita, toda esa ropa ajustada le quedaba muy bien. Era risueño, pero hasta llevaba un collar con una chapa con su nombre, bien de película, aunque solo era de fantasía.
Habíamos progresado mucho, a ella le iba muy bien, pero a mí no tanto, no estaba haciendo bien mi trabajo, dejaba que mi vida personal se metiera en la relación y contaba cosas que no debía contar, iba más lejos de la relación profesional paciente y solo no podía controlarlo.

Nunca olvidaré ese once de noviembre, era un martes, hacía demasiado calor, ella llegó como de costumbre, con su vestimenta militar, estaba muy bonita, pero también estaba molesta conmigo, era como que de repente habíamos vuelto al principio, no quiso hablar mucho al respecto, pero noté que, en una discusión familiar, su madre le había refregado en la cara su manifiesta 'homosexualidad', y como yo la había empujado a eso, pues bien, fui centro de su enojo.
Traté de contenerla, de explicarle, pero ella con los ojos llorosos me dijo que todo era una maldita farsa, que incluso yo, como su doctora solo la llenaba de mentiras para conformarla


Generación 1970 - Sandra


No sé por qué lo hice, tal vez por pena, o por lástima, pero me acerqué a ella y le acaricié los cabellos con ternura y ella mal interpretó mi gesto, tornó el rostro a mi lado y me miró de una manera muy sugestiva, avanzó un paso y otro, muy cerca, cerró sus ojos y estiró sus labios hasta rozar los míos, me sentí perturbada, retrocedí por instinto, pero ella avanzó nuevamente para volver a besarme, esta vez más profundo y con cierto descaro metió su lengua en mi boca.
La contuve entonces tomándola por los hombros, con un marcado nerviosismo y desconcierto le dije que se estaba equivocando conmigo, que así no eran las cosas, pero ella no estaba dispuesta a rendirse, me dijo entonces que era mi hora de probar que todas mis palabras de meses de terapia eran realmente creíbles, y que no eran solo charlatanería barata para conformarla y solo volvió a besarme otra vez mientras sus manos me llenaban de caricias.

La situación se me hacía tan incómoda como excitante, poque jamás había imaginado estar con una mujer, pero Tamara despertaba en mí una curiosidad difícil de explicar.
Fácilmente la podría haber doblegado, yo era más grande, más potente, más robusta, pero solo me dejé dominar por esa jovencita menudita, una vez más mis sentimientos afloraron por sobre mi profesión y perdí la compostura, respondí a sus besos, me supieron cálidos, femeninos, nuestras manos se vieron libres de recorrer nuestros cuerpos y la respiración se hizo muy sexual entre nosotras, me hizo recular hasta el escritorio y me hizo sentar sobre él, me decía que era una hembra muy hermosa, me besaba el cuello, me apretaba con disimulo los pechos y me acariciaba por cada rincón de mi cuerpo.

Ella se había colado entre mis piernas, mi pollera se había levantado naturalmente y sus manos se llenaban con mis muslos desnudos, mientras su rostro se perdía en el nacimiento de mi camisa, buscando llegar a mis pechos.
Me sentí toda mojada y yo misma solté los botones e hice a un lado el sostén, mis pechos quedaron a su antojo y mis pezones filosos fueron acariciados por su tibia saliva, sabía todo demasiado rico, me recosté un tanto hacia atrás y gemí sin querer hacerlo, ella jugaba con sus besos en mis pechos y con las yemas de sus dedos caminando por la cornisa entre mis piernas y mi sexo, sentía el clítoris inflamado, para mi era todo nuevo, todo loco, todo excitante, había tenido fantasías lésbicas, pero esta era real.

Tamara avanzó y fue con su mano entre mis piernas, me abrí para ella, acarició los pliegues de mi ropa interior, sin dejar de lamerme las tetas, y más cerca, y más, diablos, como la deseaba! hasta que al fin sus dedos se colaron en mi conchita y jugó unos instantes, luego sacó esos dedos embardunados y para meterlos en mi boca casi a la fuerza, mirándome desafiante a los ojos me dijo algo así como 'mira puta, mira cómo estás toda mojada'
Y seguimos adelante, en complicidad mutua, mientras yo me levantaba la pollera a la cintura, ella me sacaba la tanga empapada en mis jugos, bajó un poco y otro poco, me recosté sobre el escritorio y abrí mis piernas para ella

Y solo empezó a jugar con su lengua en mi sexo, me abrió bien y arrancó por mi esfínter, me lamió el culito por un largo tiempo, miraba mis ojos, pasó por mis labios, bebió mis jugos, su mano izquierda se llenaba con mis pezones, cada tanto metía los dedos en mi boca, su mano derecha se había perdido bajo su pantalón, y me encantó ver que se estaba masturbando al mismo tiempo y note que jugaba con los tiempos, sincronizando su orgasmo con mi orgasmo, y solo siguió comiéndome el clítoris y cuando ambas llegamos al límite explotamos en orgasmos incontenibles, gemimos como dos perras enfermas

No podía creerlo, me bajé del escritorio, me temblaban las piernas, me sentí aturdida, confundida, pero Tamara estaba poniendo mi mundo patas para arriba, me tomó por sorpresa, desde atrás, no la vi venir, y me llevó casi a los empujones sobre el sillón en el que normalmente teníamos las charlas, me puso en cuatro, arrodillada sobre le mismo, con los brazos en el espaldar, levantó nuevamente la pollera y me dio una nalgada, me dijo que tenía un culo hermoso, y sentí su proceder como si un hombre lo estuviera haciendo, me abrió las nalgas y nuevamente me empezó a chupar el culo, me metió la punta de la lengua y buscaba colarme una que otra falange, me hacía sacar el trasero hacia su lado y solo me hacía perder el control, no sabía que más haría, cuál sería su próximo paso.

Después de un rato, en el cual ya había logrado encenderme nuevamente, me dijo que me sentara, le encantaba tener un rol dominante y que todo se hiciera a su manera, se retiró un tanto de mi alcance, se sacó la musculosa y el sostén, dejándome ver unos pechos muy pequeños con pezones oscuros, sus costillas se marcaban en su delgadez y la notaba respirar excitada, se sacó con rapidez los borceguíes y por último su pantalón, arrastrando en un solo movimiento su bombacha, se quedó desnuda por completo, y fue evidente que la excitó la manera en que yo me detuve en su vagina toda rasurada, me di cuenta que le gustaba en la forma en que se la miraba y vino por todo

Ella levantó una de mis piernas y cruzó una de las suyas, apoyó su vulva sobre la mía y comenzó a refregarla rítmicamente, era evidente que ella tenía práctica y yo era una novata, por lo que solo la dejé hacer, la deje jugar y se sintió rico, nuestras conchas calientes patinando una contra otra, embebidas por nuestros propios jugos, mientras jadeaba me pidió que acariciara sus pechos y esta vez fue mi turno me meter mis dedos en su boca, me los chupaba muy rico y solo tuvimos un segundo orgasmo, tan o más profundo que el anterior.
Ella se recostó a mi lado, nos quedamos en silencio por un tiempo, sin decir palabras, solo la contuve y me quedé acariciando sus cabellos.

Y todo volvió a la normalidad, o mejor dicho, a la nueva normalidad, porque le dije a ella que estaba mal y que obviamente se terminaban sus días de consultorio conmigo, pero ella con una sonrisa me dijo que estaba de acuerdo, que ahora empezarían sus visitas de amante.
Y no pude resistirme, ella venía día por medio, y me hacía el amor como nadie me lo había hecho, y no es que me definiera como lesbiana, pero en esos días solo me interesaba el amor de Tamara, solo el de ella, no me atraía ninguna otra mujer.
Hicimos cosas locas, demasiadas, ella me hizo cumplir muchas fantasías, ropas, juguetes, lugares impensados, situaciones imprevistas, y todo fue perfecto mientras duró.

Porque yo lo sabía desde el primer momento, cuando pasaran los fuegos artificiales de los primeros tiempos, después de las luces y de los ruidos, cuando todo fuera silencio y oscuridad, saldrían a relucir nuestras personalidades, y Tamara y yo estábamos en distintas sintonías, distintas épocas de la vida, ella era joven, demasiado joven para mi por lo que nunca terminó de entregarme su corazón.
Y lo supe mucho antes de que ella me lo dijera, era psicóloga, sabía leer gestos, palabras, actitudes, miradas, y solo cuando se hizo ineludible Tamara me contó que una chica de su edad la tenía a mal traer, que se había enamorado y que ya no podíamos seguir adelante con nuestra historia

Habían pasado casi dos años desde la primera cita, mucho tiempo, y la dejé partir, nunca había sido mía, nunca lo sería, es cierto, lloré en un rincón todas las lágrimas que podía llorar y tuve que dejar pasar el tiempo para que se cicatrizara la herida.
No supe mucho mas de ella, y volví a mi vida heterosexual, lo chicos, y nunca más hablé del tema, hasta el día de hoy


Un silenció lúgubre siguió a las palabras de Sandra, sus mentes quedaron confundidas, es que se habían visto sorprendidas por una historia lésbica que no estaba en cálculos de ninguna, impensado, imposible. Cada una de las mujeres se guardó el feedback del relato, a algunas le había sonado sexi, encantador, desafiante, a otras, repulsivo, asqueroso y solo se quedaron pensando, hablando con sus miradas.
Lara miró la hora en su celular, era realmente tarde para una mujer casada y con hijos, sabía que debía volver a casa y fue la primera en hablar luego de la última charla de la noche.
Gabriela, la otra que tenía compromisos, secundó a Lara, aprovechando el momento también optó por partir de regreso a su domicilio, ya habían hablado suficiente por esa noche.
La despidieron en la puerta de la casa y las vieron partir en el coche de Lara

Ya no había mucho más por hacer en esa noche, solo quedaban las cuatro mujeres más liberadas por así decirlo, Noemí propuso ir a algún sitio para divertirse, pero las demás dijeron que ya no tenían veinte años y que seguro no faltaría oportunidad para volver a encontrarse en breve.
Sandra y Mónica pidieron un remisse, y Noemí le dijo a Oyuky que la llevaría en su coche hasta el hotel donde estaba parando.
Y así fue, la psicóloga y la profesora del gimnasio se fueron por su lado apenas llegó el coche que habían pedido y Oyuky despidió a su amiga en la puerta del hotel, para todas la noche había terminado, menos para Noemí, la perra, que no dudó en perderse en algún bar de stripper para calmar el calor que siempre tenía entre sus piernas, el mismo que las historias de sus amigas habían despertado


FIN


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