Unos amigos van al cine 6

SABADO
Mi madre y su amiga Carmen acaban de ser violadas en el laberinto de los espejos y yo, desgraciadamente, no he podido presenciar toda la escena como me hubiera gustado. A cambio he echado un par de polvetes a una chavala de mi edad, mientras violaban a su madre.
En compañía de mi madre y de Carmen nos alejamos caminando los tres tan rápido como podemos del lugar. Temen que las vuelvan a violar y yo temo no poder presenciarlo.
Encontramos una cabina telefónica y nos acercamos para avisar a mi padre para que venga a buscarnos con el coche.
Mientras mi madre llama, Carmen no deja de mirar hacia donde hemos venido con el fin de localizar a los folladores antes de que se las vuelvan a follar.
Yo aprovecho para darlas un buen repaso con la vista, no sin desear darlas un buen repaso con la polla.
Carmen lleva una minifalda y una camiseta sin tirantes muy ceñida que permite ver perfectamente que no lleva sostén, por lo que se dibujan perfectamente sus pezones y sus aureolas. Debajo de su minifalda sé muy bien que no lleva nada, ya que su tanga lo guardo en mi bolsillo ya que lo recogí del suelo mientras veía como la violaban.
Mi madre lleva un vestido muy ligero con la falda muy por encima de sus rodillas. Además está roto por delante, totalmente rasgado de arriba a abajo, pero sujeto con algún imperdible lo que impide que se abra del todo, pero permite vislumbrar en cada movimiento que debajo no lleva nada, que está desnuda. Incluso alguna costura está reventada, dejando ver su carne sonrosada. Es muy posible que en cualquier momento reviente por varios sitios y sea imposible que tape la desnudez de mi madre, para gozo de mis ojos y de los de cualquier espectador que lo presencie.
Su tanga también lo guardo en bolsillo ya que lo recogí del suelo donde se cayó cuando se lo arrancaron.
La ropa de las dos está arrugada y sucia, lo que supone que estaba en el suelo mientras se las follaban.
Ambas están despeinadas y con aspecto de cansadas y asustadas, lo primero por el ejercicio al que las han sometido y lo segundo por temor a que las hagan hacer mucho más ejercicio.
Pero volviendo al presente mi padre no contesta al teléfono, por lo que ahora es Carmen la que llama para que vengan a buscarnos. Llama a Adriano, su pareja actual. Un tío cachas, de unos treinta y tantos años, que tiene fama de follador empedernido, y me da la impresión que ha querido en más de una ocasión tirarse también a mi madre. No sé si lo consiguió, pero mi madre no le agrada su presencia, y cuando puede le evita.
Da la circunstancia, que el tal Adriano si está en casa y queda con Carmen que llegara en poco más de media hora. Quedan con el fuera del parque, ya que no es posible meterse con el coche dentro.
Dejamos la cabina telefónica y nos metemos por un camino entre los árboles para llegar al lugar donde se espera que nos recoja.
No encontramos a nadie por el camino, pero mi madre parece inquieta, y me dice, cuando ya llevamos más de diez minutos caminando, que vuelva a la cabina de teléfonos para ver si lo coge mi padre y viene a buscarnos. Teme que el tal Adriano se la folle. Mira por donde, el tío me está empezando a caer bien y confió que lo consiga y me deje presenciar todo el espectáculo, sin perderme ni un solo instante.
Las dejo y vuelvo sobre mis pasos hacia la cabina.
En el camino me encuentro a unos metros del camino a los chavales de las litronas que, antes de llegar al laberinto, dijeron a mi madre y a su amiga que se las iban a follar.
Me parece una buena idea dar una oportunidad a los chavales, por lo que me desvío del camino y me acerco a ellos.
¡Pero coño, si uno de ellos es Andrés, el bestia de mi clase que quería reventar todos los agujeros a la de la película porno, es decir, a mi madre!
Me reconoce y se acuerda de las dos “conejitas” que me acompañaban por lo que me pregunta por ellas.
Me agarra por la camiseta y me amenaza con romperme la cara si no le digo donde están.
Estoy muy asustado del bestia de Andrés, y me da a elegir entre la confesión acompañada de un trago de una de sus litronas, o mi falta de cooperación acompañada por una litrona metida a presión en mi culo. Por supuesto, opto por lo primero.
Y mientras echo un trago a una de las litronas casi vacía que me deja, veo como corren los cuatro al encuentro de mi madre y de Carmen.
Aunque continuo con el miedo en el cuerpo, el deseo de ver como se follan a mi madre es mucho más fuerte, por lo que enseguida abandono la litrona y voy corriendo detrás de ellos a suficiente distancia para no interrumpirles en sus deseos.
Les oigo gritar como posesos. Los cazadores han encontrado a sus presas.
Veo a mi madre y a Carmen que echan a correr, huyendo.
Se abalanzan sobre ellas.
Andrés se va hacia mi madre y la agarra del vestido, pero éste se suelta y se queda en las manos del bestia mientras mi madre corre desnuda moviendo sus glúteos y sus caderas de forma frenética.
Andrés deja caer el vestido al suelo y la persigue corriendo hasta que desaparecen entre unos árboles.
Oigo un chillido de mujer cerca de mí que me distrae.
Es Carmen que la sujetan entre los otros tres.
Chilla y la veo luchar con ellos, pero son demasiados y la agarran, uno por las piernas, otro por las caderas y el tercero los brazos.
Se la llevan en volandas hacia una franja de césped que todavía luce verde debajo de unos árboles.
Allí la tienden, en el suelo, sujetándola para que no escape, y proceden a desnudarla a tirones, la arrancan la falda y la camiseta. Veo como vuelan sus ropas, entre los chillidos histéricos de ella y las exclamaciones de asombro de ellos.
Antes de seguir a mi madre, quiero ver como se follan a Carmen, por lo que me acerco al grupo que, sin perder un instante, está ya disfrutando de su cuerpo y, sobre todo, de su conejo.
Esta tumbada boca abajo sobre la verde hierba.
Uno de los chavales la sujeta las brazos que están estirados a lo largo del cuerpo, otro la sujeta las piernas que están abiertas, mientras que el tercero se encuentra entre ellas, con su rabo dentro del conejito de Carmen, metiéndolo y sacándolo una y otra vez, mientras la sujeta las caderas para follársela con intensidad
¡Las tetas de Carmen lucen esplendidas, enormes, morenas y erguidas!
¡Se nota que ha dedicado un montón de horas en el gimnasio y, por supuesto, en la cama para mantenerlas en forma! ¡que se las han sobado y magreado bien! ¡que suerte la del salido del Adriano! ¡la de polvos que la habrá echado sobándola las tetas! ¡la de cubanas que habrá hecho! ¡Y ese color tan moreno de sus tetas no lo ha logrado con rayos UVA, sino a pleno sol bajo la mirada ansiosa de más de uno!.
Ahora por el empuje del polvazo que la están echando, sus tetazas se bambolean de forma descontrolada adelante y atrás.
Los angustiosos chillidos que hace un momento lanzaba Carmen se han convertido en jadeos de placer, que hacen juego con los jadeos del chaval que se la está follando.
Los otros dos la sujetan pero no se pierden detalle, y se les ve babear, gozando de forma anticipada del polvo que la van a echar.
Faltan dos manos que la soben las tetas, por lo que me pongo de rodillas al lado de Carmen y pongo mis manos sobre sus tetas. Las agarro. Las noto duras, calientes, palpitantes, sobre todo sus oscuros pezones. Amaso sus tetas como si estuviera amasando el pan, mientras la miro sonriendo a sus ojos, burlándome de ella.
Me ha visto, me reconoce, pero el placer que la están dando la impide decir ni hacer nada, solo jadear.
Un chillido de una mujer a lo lejos, ¡mi madre!, por lo que dejo a Carmen que se la follen a placer, y corro para no perderme los polvos a mi madre.
Me meto entre los árboles por lo que se metió mi madre y Andrés, pero no los veo, hasta que la vuelvo a oír chillar y me acerco corriendo hacia el lugar de donde ha partido el chillido.
Y allí está, debajo de un árbol, entre la hierba, tumbada en el suelo, boca arriba, retorciéndose y forcejeando con Andrés que esta tumbada sobre ella, restregándose sobre sus tetas y su conejo, sin pantalones ni calzoncillos, mostrando su peludo culo blanco, e intentando meterla el rabo en el conejo, mientras la sujeta las manos para que no le arañe ni le saque los ojos.
Me quedo quieto escondido detrás de los árboles, sin que noten mi presencia, observando la excitante pelea, con mi rabo tieso como una estaca, esperando que se la meta a mi madre y comience a follársela.
Ha logrado abrir de piernas a mi madre y está metido entre ellas, intentando ansiosamente penetrarla con su rabo enorme y tieso.
Mi madre chilla, notando como está el rabo a punto de entrar.
“¡No, no!”, “¡Socorro!”
De pronto, jadea, se calla.
El rabo ha entrado y Andrés se coloca mejor, apoyando los pies en las raíces del árbol, empieza a bombear, a moverse adelante y atrás, a follársela. Y yo estoy allí en primera fila, disfrutando del espectáculo.
La dice, sin parar de follársela:
¿Te gusta, zorra? ¿cómo te follo? ¿cómo te la meto?
Se fija en sus tetazas, se para, la sujeta las dos muñecas con una sola mano, dejando libre una de sus manos para asir una de las tetas, para sobarla. Se coloca de lado para sobarla bien la teta.
¡Una ostia enorme! ¡en mitad de la jeta!
¡Mi madre le ha pegado un rodillazo bestial en mitad de la cara! ¡Le ha dejado inconsciente! ¡cómo ha sonado! ¡ cómo si hubiera reventado un huevo!
El bestia esta caído, sin moverse, medio encima de mi madre, que lo empuja para quitárselo de encima.
Una vez lo ha desplazado, mi madre se levanta y, después de echar un vistazo a la piltrafa humana que está a sus pies, mira alrededor para ver si hay alguien más.
Yo me agacho instintivamente detrás del árbol para que no me vea.
Oigo que hace algo, levanto la cabeza y la veo de espaldas a mí, agachada sobre el caído, comenzando a desnudarle, a quitarle la camiseta.
Veo su culo que me recuerda a una manzana, moverse, y me entran unas ganas irresistibles de comérmelo, por lo que me levanto y me lanzo con los brazos extendidos para agarrarlo y comérmelo.
La agarro sus glúteos y los empujo hasta hacerla caer al suelo, boca abajo, y yo encima, preparado para acabar lo que se empezó, follarla, pero ¡zas!.
¡Dolor! ¡oscuridad!.
Oigo voces, ¿mi madre?. Me duele enormemente la cara, la cabeza, todo.
Abro los ojos como puedo y veo a mi madre mirándome.
Me dice algo, pero no entiendo.
Poco a poco voy entendiendo algo, y digo algo inconexo.
Me doy cuenta que estoy en el suelo, miro y veo a mi madre de pies, desnuda, que se pone la camiseta del chaval.
Me toco la cara, me arde, tengo la mano con sangre, pero es de mi cara, no de mis manos.
Se acerca mi madre, y me pregunta si ya estoy mejor. No sé ni que la respondo.
Me agarra de las manos y tira de mí para que me levante.
Estoy mareado pero mi madre me agarra para que no me caiga.
Andrés continúa tumbado en el suelo, sin moverse, desmadejado, con la cabeza en un charco de sangre, y su nariz y boca todavía sangrando. ¿Estará muerto?
Estoy atontado y mi madre me ayuda a caminar.
Poco a poco me voy recuperando, aunque me duele enormemente la cara y la cabeza.
Creo que ha sido mi madre la que me ha pegado en la cara, quizá con el codo, supongo que de forma instintiva, pero me ha dejado fuera de combate durante un tiempo.
Camino ya solo, cada vez mejor.
Creo que vamos hacia donde hemos quedado con Adriano, el tío que actualmente debe follarse habitualmente a Carmen.
Supone mi madre que Carmen ya debe estar dentro del coche, pero lo dudo mucho. Es muy posible que todavía la estén violando.
Hay un deportivo rojo aparcado donde hemos quedado con Adriano, debe ser el suyo.
Nos acercamos. Hay un hombre sentado al volante, moreno y con el pelo largo. Debe ser él.
Nos mira por el retrovisor y pega un brinco en el asiento. Ha debido ver a mi madre con la camiseta blanca puesta enseñando el conejo y las piernas.
Mi madre abre la puerta del copiloto, y Adriano la recibe con una sonrisa de oreja a oreja, que divide la cara en dos, y unos ojos enormes, abiertos de par en par.
Lleva el pelo negro largo y lacio, con barba de varios días. Tiene puesta una camiseta roja calada de tirantes y unos pantalones cortos que no ocultan la enorme erección que ha tenido al ver a mi madre. En la mano lleva unas gafas de sol que se ha quitado para ver mejor a mi madre. En los pies unas sandalias de dedo.
Entramos dentro del coche, mi madre delante y yo detrás.
Mi madre le dice que Carmen está a punto de llegar, pero él no presta atención a lo que dice, tiene los cinco sentidos concentrados en su vista que recorre el cuerpo de mi madre.
Mi madre tira con una mano de su camiseta hacia abajo para ocultar en su posible su conejo.
En eso que salta el menda, babeando literalmente, con un acento de “colgao”:
¡Joder, tía! ¡pero que buena estas! ¡estás para mojar ahora mismito!
No se ha enterado de nada, solo tiene en su cabeza follarse a mi madre.
Como su deseo se complementa con el mío, de que se la follen, abro rápido la puerta del coche y digo:
Me voy a buscar a Carmen. Enseguida vuelvo.
Y salgo rápido, sin hacer caso ni de la cara asustada que pone mi madre ni su voz que me chilla histérica:
¡No, no!
Cierro la puerta y me voy, no sin antes haber visto la cara de Adriano preparado para entrar ¡a matar”.
Según me voy alejando oigo a Adriano rugir:
¡De esta no te escapas, tía, que ya te tengo ganas!
Y a mi madre chillar:
¡No, no! ¡Socorro!
Para no interrumpir la escena, me voy corriendo hacia donde hemos venido, hacia donde estaban violando a Carmen, no sin ganas de quedarme a ver como se tiran a mi madre. Según me alejo dejo de oír lo que ocurre en el coche.
Corro entre los arboles buscando a Carmen.
Todavía está tirado en el suelo, sin moverse, el bestia que se la metió a mi madre, pero paso sin acercarme.
Paso entre unos árboles y veo todavía a un chaval tumbado encima de Carmen, que todavía se la está follando. Los otros dos ya no están, se habrán cansado de tirársela.
Su camiseta y su falda están colgadas de las ramas del árbol bajo el que se la están follando.
Me acerco con cuidado, y el chaval ya ha debido finalizar, ya que se levanta subiéndose el pantalón y la bragueta.
Según se va marchando, yo me voy acercando, y allí esta Carmen tumbada boca abajo, totalmente desnuda, con el culo enorme, que parece que me dice “fóllame”.
Y así hago, como no hay nadie a la vista que me lo pueda impedir, me bajo el pantalón y el calzoncillo, me los quito, me pongo de rodillas entre las piernas de Carmen, y, una vez localizado el conejo, que dicho sea de paso, estaba abierto de par en par con tanta follada, se la meto hasta el fondo.
Entra sin problemas, y se desliza ayudado por la cantidad de esperma que lleva dentro y que reboza, comenzando a bombear.
Cada vez más rápido, y hasta ella vuelve a la vida, vuelve a jadear por el nuevo polvazo que está recibiendo.
Mientras me la follo no pierdo detalle de sus glúteos, como se mueven por mis embestidas, y hasta la pego algún que otro azote en sus nalgas, que me excita más y más.
Pero por más que bombeo no llego a descargar. Debe ser por la ostia que me ha dado mi madre y por los casquetes que le he echado a la muchacha dentro del laberinto.
Por este motivo, paro de follármela, saco la polla, y tiro de Carmen hasta que se pone boca arriba.
Sus tetas enormes, así como el resto de su cuerpo, están manchadas de tierra y briznas de hierba, además de restos de semen. Se nota que han eyaculado sobre sus tetas y las han utilizado para hacerse más de una buena cubana.
Me mira con sus ojos entreabiertos, pero la visión de sus tetazas me devuelve las ganas de continuar follándomela, por lo que, una vez localizado otra vez la entrada al conejo, se la vuelvo a meter, y comienzo de nuevo a tirármela, sujetándola bien por las caderas y con la vista fija en sus tetazas y en cómo se mueven por mis embestidas.
Después de un rato, descargo nuevamente con gran placer. La saco y me levanto colocándome la ropa. Nos cruzamos las miradas y la digo tranquilamente:
¿Quieres que te ayude a que te levantes o prefieres esperar que venga otro a follarte?
Sin decirme nada, se empieza a incorporar lentamente, mientras yo la observo. Se gira para apoyarse en sus brazos y yo, a la vista de sus nalgas, aprovecho para darla un buen azote que me suena a gloria celestial.
Mientras se va levantando, descuelgo sus ropas de las ramas del árbol.
Aunque sucias, arrugadas y con más de un roto, pienso que pueden taparla lo suficiente sus encantos para que no la detengan por escándalo público, por lo que se las doy e incluso ayudo a ponérselas.
No sé si le han crecido las tetas con tanto folleteo pero la camiseta le viene muy ajustada, por lo que aprovecho mientras se la pongo, a darla unos buenos sobos.
Luego la ayudo a ponerse la minifalda, sin dejarla, por supuesto, de sobarla el culo, los muslos y el conejo.
Todos estos magreos me han dejado las manos y los brazos manchados y pringosos por el esperma que la han dejado como recuerdo, por lo que me limpio con hierbas y ramas.
Una vez localizado su calzado, me voy hacia el coche, donde seguramente el amigo Adriano debe estar echando un polvo espectacular a mi querida madre.
Miro hacia atrás y veo que Carmen me sigue a unos 20 metros.
El deportivo no está donde lo deje, pero, al acercarme al lugar, logro verle un poco más lejos, a unos 50 metros, fuera de la carretera, medio escondido entre los árboles.
Me figuro que Adriano lo ha movido para poder follarse mejor a mi madre, sin que les molesten.
Me acerco y, efectivamente, hay movimiento dentro del coche.
Según me voy acercando, veo que es mi madre la que está arriba moviéndose frenéticamente.
La veo de espaldas, esta algo agachada hacia adelante, y se mueve adelante y atrás, arriba y abajo, con ganas.
Han tumbado los asientos de adelante y están follando sobre ellos.
Mi madre está de rodillas sentada sobre el cipote del tío y sus nalgas macizas botan sobre la entrepierna de Adriano, mientras este la sujeta por las caderas, alternando con sobes sobre su culo.
Debajo del culo de mi madre aparecen los cojones peludos de Adriano, y su enorme cipote que aparece y desaparece dentro del conejo de mi madre.
Les oigo jadear por el esfuerzo del mete-saca.
¡Joder con mi madre! ¡Pensé que la estarían violando y resulta que es ella la más activa, la que está follando encima!.
Me quedo maravillado contemplando como folla mi madre, la energía que emplea, y contemplando, sobre todo su espléndido culo, sin que ni ésta ni su follador se percaten de mi presencia.
Pero oigo a mi izquierda, la voz de Carmen que dice:
¡Joder con la puta familia! ¡No paran! ¡el hijo y la madre! ¡coño!.
Y da un par de golpes con los nudillos en el cristal, que hace que mi madre y Adriano se den cuenta de su presencia.
Adriano, tumbado desnudo boca arriba en el asiento, mira a Carmen y la dice con su típico acento de “colgao”:
Pero ¿dónde estabas tía?. Como no aparecías … pues ya ves.
A lo que Carmen le responde mala manera:
¡Cállate puto cabrón y vete acabando que tenemos que marcharnos!
Mi madre se ríe, mientras le descabalga, dejando al descubierto el rabo enorme y tieso de Adriano, que, al momento, me recuerda a un vaso alargado y grueso de whisky pero surcado por enormes venas azules que surgen de una mata de pelos casi inexistente.
Carmen abre la puerta del coche y yo me agacho rápidamente para que mi madre no se dé cuenta que la he visto follando y me alejo del coche para esconderme detrás de unos arbustos.
No si se me da vergüenza que mi madre sepa que la he visto follando o prefiero que no lo sepa para pillarla desprevenida y follármela.
Estoy unos breves segundos escondido sin querer ni mirar, hasta que levanto la cabeza y veo que mi madre está fuera del coche poniéndose la camiseta, mientras Adriano sale del coche, todavía con el pollón tieso como una estaca, y Carmen le mira con cara de querer asesinarle.
Una vez mi madre se ha puesto la camiseta, salgo de mi escondite como si no hubiera vista nada y me vuelvo a acercar al coche.
Mi madre y Carmen están hablando de ir a la casa que comparten Carmen y Adriano para ducharse y que mi madre se pueda poner alguna ropa antes de que nos marchemos a nuestra casa.
Nos montamos en el coche los cuatro, estando detrás mi madre y yo, y nos vamos del parque en el que tan excitantes momentos hemos pasado.

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