Relato: Con la madre de mi amiga 1

Cuando cursaba COU, el equivalente a lo que hoy es segundo de Bachillerato, Lucía y su madre, Cristina, se mudaron a la urbanización en la que vivía. Tras un divorcio algo traumático decidieron rehacer sus vidas alejadas del hombre que las había abandonado por una compañera de trabajo y, en el cambio de instituto, Lucía, de mi misma edad, se integró en mi clase. A las pocas semanas de conocernos, imagino que se dio cuenta de que me empezaba a gustar como algo más que amiga y, merendando una tarde en su casa, me miró fijamente a los ojos y me soltó que era lesbiana.
- Mira, a mí me gustan las chicas. Creo que siempre ha sido así y me siento bien con ello. No quiero que pienses que es una reacción al abandono de mi padre porque lo que siento viene desde que tengo uso de razón. Te lo he querido contar porque no quiero que te lleves un chasco cuando me pidas salir, así que no lo hagas, ¿ok?
Se me debió quedar cara de bobo porque con su mano derecha me cerró la boca dulcemente antes de que pudiera decir nada y me dio un cálido beso en la mejilla mientras me metía prisa para que terminara la merienda. Como podéis imaginar ya no intenté nada con ella, pero a partir de su confesión nuestra amistad se fue consolidando y nos convertimos en amigos íntimos, confidentes y paño de lágrimas el uno del otro. Era de lo más habitual contarnos la chica que nos gustaba, despellejarla si no nos hacía caso o ensalzarla si veíamos cierto interés. Con el paso de las semanas ella se convirtió en una más de mi familia y yo lo hice de la suya, pasando noches de estudio y confesiones juntos, en su casa o en la mía, mientras íbamos superando exámenes preparándonos para la selectividad. Al terminar el jodido examen de ingreso a la Universidad ella se fue el verano a Inglaterra para perfeccionar el inglés y yo me quedé tres meses como si me faltara una parte de mí mismo. Aburrido como una ostra decidí inscribirme en un gimnasio y pasaba los días machacando mis músculos, más por pasar el rato que porque realmente me gustara hacerlo. Cuando volvimos a vernos, a mitad de septiembre, los dos nos quedamos realmente sorprendidos del cambio que habíamos dado.
- Si no supiera que te gustan las tías, tú no te escapabas, jajaja, –le solté nada más verla aparecer por mi casa–. Tía estás buenísima, jajajaja.
- Joder, vaya recibimiento, jajaja. Pues que sepas que tú también tienes un buen polvo, ¿qué coño has hecho mientras he estado fuera?
Estuvimos toda la noche desmenuzando el verano que habíamos vivido. Ella me contó que se había liado con varias chicas, que había follado con una de sus profesoras y que había disfrutado una barbaridad. Me lo describió todo con tantos detalles que la erección que tuve fue de campeonato.
- Dios, qué rabo se te marca. A la que te folles debe disfrutar como una perra, jajaja.
- Pues cuando quieras probarlo, ya sabes, jajajaja. Y, por cierto, llevas razón. No veas cómo gritaba la guiri que me follé en las fiestas del pueblo de mi madre.
Empezamos el curso universitario y, aunque hacíamos carreras distintas, una tarde a la semana quedábamos en su casa o en la mía con el pretexto de estudiar, pero lo único que hacíamos era contarnos cosas íntimas, como si habíamos follado el fin de semana, qué nota le poníamos al polvo que hubiésemos podido echar y cosas así.  Durante todo este tiempo, no le conocí a su madre ningún novio, rollo o pareja. Alguna vez, Lucía me contaba que su madre iba a salir con algún tipo, normalmente compañero de trabajo, pero la verdad es que nunca llegaban a nada y la hija lo contaba con cierta tristeza.
- No sé por qué mi madre no es capaz de liberarse. Es muy joven todavía y está desperdiciando una parte de su vida que no va a volver a recuperar.
- Bueno, tienes que entender que lo ha pasado muy mal con lo de tu padre. Querrá estar segura antes de dar un paso importante.
- Ya, pero yo no hablo de que se vaya a casar de nuevo, coño. Hablo de que esté follando toda la noche con un tío, que disfrute la vida. A mí me tuvo muy joven y salvo con el capullo de mi padre creo que no ha estado con nadie. Y no creas que no tiene necesidades, que alguna noche me he despertado y la he pillado haciéndose un dedo.
- Joder, tía, que es tu madre…podrías cortarte un poco.
- Coño, es la verdad. ¿Tú te crees que tus padres no follan?
- Dios, qué borde eres cuando te da la gana. Anda vamos a seguir estudiando.
La última semana del curso fue bastante estresante. Entre los estudios, el agobio, la falta de sueño y demás, los nervios estaban a flor de piel. Para colmo, Lucía se había encoñado con una compañera y, por mucho que le insistí en que no tenía posibilidades, ella seguía dando la lata con el tema. Al terminar el último examen se presentó en mi casa con dos entradas para una fiesta que organizaban sus compañeros de facultad para despedir el curso.
- Bueno, ya está. Ahora a disfrutar el verano. Para empezar, mañana tenemos la fiesta, lo recuerdas, ¿verdad? me dijo mostrándome las entradas que traía.
- Sí, claro, pero no sé si voy a ir, yo….
- Tú te vienes conmigo a la fiesta. Tienes que ver cómo me ligo a Patricia. Dios, qué culito tiene, jajaja…por no hablar del par de tetas que gasta, jajaja.
- Lo dicho tía, algunas veces parece que estoy hablando con un colega, jajaja. En fin, si te quieres llevar un palo, tú misma, pero ya te digo yo que a esa le gusta más un rabo que a un tonto un lápiz.
La recogí en su casa a las diez de la noche. Aunque ya tenía completamente asumido que entre nosotros jamás habría nada, no pude dejar de sorprenderme cuando la vi. Durante el trayecto hacia la fiesta Lucía me contó que su madre y ella llevaban todo el día acicalándose. Peluquería, esteticista, habían estado de compras…y, sinceramente, fue la primera vez que me fijé en su madre como hombre. Me dolió enormemente acertar con mi predicción, pero nada más entrar a la fiesta vimos a Patricia morreándose con un chulito guaperas de otra clase y la reacción de Lucía fue beberse hasta el agua de los floreros que encontró a su paso. A la hora de llegar ya estábamos de vuelta, ella con una borrachera de cojones que casi no podía mantenerse en pie y yo sujetándola como podía para que no se cayese al suelo. Tras parar un par de veces para que vomitara toqué de nuevo el timbre de su casa y nos abrió la madre. No sé si se sorprendió más ella cuando nos vio aparecer o yo cuando la vi ataviada sólo con una camiseta amplia, sin sujetador, que no llegaba a cubrirle el culo en su totalidad, dejándolo a la vista envuelto en unas braguitas de encaje negro.
- Creo que se terminó la fiesta para nosotros, –dije con cara de circunstancias mientras Lucía volvía a vomitar poniéndonos perdidos a su madre y a mí–.
La llevamos entre los dos a la ducha y cuando me iba a salir del baño para no parecer indiscreto, Cristina me pidió que la ayudara a desvestirla y a ducharla, que ella sola no podía. Intenté disimular todo lo que pude, pero se me iban los ojos tras el cuerpo de mi amiga, a la que, a pesar de nuestra amistad, jamás había visto en pelotas. Un par de tetas impresionantes, no muy grandes, pero en su sitio, de pezones pequeños y rosados que se pusieron tiesos al notar el agua fría de la ducha, un culo redondo, perfecto y prieto, unas piernas largas y torneadas y un coño perfectamente depilado, de labios finos y rosados provocaron en mí tal erección que tuve que encogerme varias veces para no delatarme. Tras ducharla y secarla, la madre la llevó a su cuarto y la acostó, volviendo a los cinco minutos para decirme que dormía como un tronco. Le expliqué lo que había sucedido, le pedí disculpas por no haber podido controlar la situación y le dije que me iba a mi casa a ducharme y cambiarme de ropa, pero no me dejó.
- No, no lo puedo permitir, –me dijo–. Al menos déjame que te lave y planche la ropa, creo que es lo mínimo que puedo hacer por ti. Además, creo que a Lucía le vendrá bien que estés aquí cundo se despierte. Puedes quedarte en su cuarto, como has hecho otras veces, ¿ok? En uno de los cajones de su armario hay una camiseta tuya de las veces que habéis estudiado juntos. Anda, pégate una ducha mientras yo recojo todo este desastre, que en cuanto salgas me doy yo otra, –me dijo señalándose los restos de vómito de Lucía–.
Media hora después estábamos los dos sentados en el sofá tomándonos una copa. Al principio estábamos algo cortados, casi sin saber de qué hablar, pero poco a poco fuimos cogiendo confianza y, tras la segunda copa, hablábamos con total confianza.
- Imagino que no es lo que esperabas de esta noche, me dijo Cristina envuelta en su albornoz blanco.
- Si te soy sincero, no tenía ni pizca de ganas de ir, pero me obligó Lucía. Le advertí que dejara de beber varias veces, pero ya sabes cómo es de cabezota. En fin, cosas de la edad. Yo tampoco puedo hablar muy alto, que también las he cogido buenas, jajaja.
- Sí, las cosas ahora no son como antes. Ahora tenéis una libertad que ya hubiera querido yo para mí.
- Bueno, tú aún eres bastante joven. Alguna vez Lucía me ha comentado que no entiende por qué no sales más, por qué no disfrutas más la vida……y le doy la razón. Ahora mismo, con ella independiente, podrías hacer lo que te diera la gana y….
- Me dejó bastante tocada el saber que mi marido me había engañado. Era el único hombre con el que había estado hasta ese momento, mi vida como mujer era él y con los cuernos todo eso se fue a la mierda. Antes de mudarnos aquí tuve un par de líos de una noche, pero nada que destacar, ya que ni siquiera llegué a correrme. Y claro que tengo mis necesidades…que a veces me tengo que tocar varias veces al día…pero aún no he podido superar ciertas cosas, como salir a buscar a un tío para follármelo, –me dijo algo ruborizada dándose cuenta de que se lo estaba contando al amigo de su hija–.
- Como tú misma has dicho antes, las cosas han cambiado mucho. Ahora la sexualidad se vive de forma muy abierta y, sinceramente, creo que no debes sentirte juzgada por hacer lo que te apetezca si eso no le hace daño a nadie y….
Se levantó dejándome con la palabra en la boca, fue a comprobar que Lucía dormía plácidamente y, al volver, se colocó frente a mí, se desabrochó el albornoz y lo dejó caer a sus pies mostrándome su cuerpo completamente desnudo. El cuerpo de la hija hacía honores al de la madre quien, con treinta y ocho años estaba para mojar pan. Las tetas grandes, nada caídas, de pezones pequeños como los de Lucía pero de color marrón oscuro y tiesos como dos pequeños pitones, el vientre liso, de un par de días a la semana de aeróbic, el culo redondo y prieto y el coño de labios gruesos y oscuros, escrupulosamente rasurado, con un pequeño hilito de vello en el monte de Venus, fue el espectáculo con el que me deleitó Cristina antes de que saltara como un resorte del sofá y la agarrara de las cachas del culo para pegarla contra mí y que notara el bulto en mi entrepierna mientras la besaba metiéndole la lengua hasta la campanilla.
- Ve despacio, ¿vale? hace mucho que no estoy con nadie, me dijo cogiéndome de la mano y llevándome hasta su dormitorio.
La tumbé en la cama bocarriba y me coloqué de rodillas entre sus piernas, me acerqué a su cuerpo y empecé a besarla de nuevo, primero con dulzura y luego con pasión. Me separé de su boca y empecé a lamer su cuello, subiendo hasta los lóbulos de sus orejas, jadeando y pasando la punta de la lengua por su pecho hasta que me metí uno de sus pezones en la boca, jugando con él y deleitándome con su sabor y dureza. En esos momentos Cristina se entregó y empezó a gemir con cuidado para no despertar a su hija.
- Ufff, ¡¡¡¡qué rico!!!! Sigue, sigue, no te pares…
Sus tetas eran uno de sus puntos erógenos más importantes, pues mientras iba alternando chupadas, lamidas y pequeños mordiscos en ambos pezones, se iba poniendo cada vez más cachonda, gimiendo con más fuerza y pidiéndome que no parara de darle placer.
- Joder, ¡qué bien, qué gusto! No te pares, no te pares, sigue, sigue chupando….
Cuando me cansé de jugar con sus tetas bajé con la punta de la lengua por su lisa barriguita, me entretuve unos segundos lamiendo su ombligo y seguí bajando hasta que su sexo quedó a escasos milímetros de mi cara. Antes de empezar a comérselo lo olí. Hasta ese momento solo me había comido coños de chicas de mi edad y quería ver si había diferencia entre ellos y el de una mujer madura. Olerlo fue como una descarga de deseo que desató en mí una furia increíble. Olía a deseo puro, a necesidad salvaje de polla, a sexo reprimido que necesitaba liberarse. Le separé los labios con dos dedos y pasé el dedo corazón por toda su raja, encharcada y caliente, deteniéndome en su clítoris, hinchado y desafiante, como una pequeña polla coronando su cueva. Metí la cabeza entre sus muslos y le pasé la lengua desde el clítoris hasta el ojete, tragándome todos sus jugos mientras lamía, sorbía y chupaba aquel coño maduro nuevo para mí. Era verdad que estaba falta de sexo, porque a los pocos segundos se tensó, apoyó sus manos sobre mi nuca y me hundió la cabeza en su chocho mientras se corría gimiendo ahogadamente y dejándome la cara empapada de fluidos que no conseguí beberme en su totalidad.
- ¡YA, YA, ¡¡¡¡¡¡¡¡YAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!¡ME CORRO, ME CORRO, ¡¡¡¡¡¡¡¡¡ME CORROOOOOO!!!!!!!!!
Dejé que recuperara el aliento y me incorporé sobre ella, besándola para que probara el sabor de su sexo. Me correspondió besándome con lujuria y, de un empujón hizo que intercambiáramos la posición, colocándome yo bocarriba y ella entre mis piernas. De un tirón me sacó el bóxer y apareció mi polla dura, apuntando al techo y soltando líquido pre seminal. Se sorprendió un poco por el tamaño, soltó un “joder, vaya herramienta, Lucía no mentía” y, descapullándomela con cuidado, se metió todo lo que le cupo en la boca y empezó una mamada increíble. Se la sacaba por completo y volvía a engullirla entera de nuevo una y otra vez, ensalivándola bien y haciendo círculos en el capullo con la lengua que me volvían loco. Se notaba que estaba disfrutando con la mamada porque sin decirle nada, me miró a los ojos, me sonrió y, cogiéndome el nabo con la mano derecha, se metió los huevos en la boca, chupándolos y ensalivándolos a conciencia mientras me pajeaba a ritmo lento. A los pocos segundos pasó la lengua de las pelotas hasta el culo, lamiéndome toda la raja y haciendo círculos sobre el ojete, chupándomelo mientras imprimía más ritmo a la paja que me estaba haciendo.
- Joder, qué gusto, ¡qué rico, nunca me habían hecho esto! ¡Sigue, sigue, que estoy a punto de reventar!!!!!!!!!!!!!
Notando que estaba a punto de correrme, volvió a tragarse más de media polla y empezó a chupar como una descosida mientras con una mano me amasaba los huevos y con la otra hurgaba en el ojete con una maestría increíble. En menos de diez segundos empecé a convulsionar, le agarré la cabeza con ambas manos y le metí la polla hasta la garganta descargando todo lo que tenía acumulado en las pelotas mientras gritaba que me corría.
- ME CORRO, ME CORRO, ¡¡¡¡¡¡¡ME CORROOOOO!!!!!¡YA, YAAAAA, ¡¡¡¡¡¡TRÁGATELO TODOOOOOO!!!!!!!!
Se tragó las cinco o seis descargas que le solté y me abrazó mientras recuperaba el aliento, besándome con lujuria. Cuando me notó recuperado, volvió a metérsela en la boca, me la dejó reluciente y salió de la cama dejándome ver cómo su culo se contoneaba al alejarse por el pasillo. Volvió en un par de minutos tras cerciorarse de que Lucía seguía durmiendo y se metió de nuevo en la cama.
- Creo que esta noche te quedas en mi cuarto. Quiero empezar a recuperar contigo el tiempo perdido, ¿de acuerdo?

3 comentarios - Relato: Con la madre de mi amiga 1

Camionegro
Muy bueno.esperando la continuación
Mgcastillo1299
Pero que relato más bárbaro m, esperando la segunda parte bro