La Hermana Menor

Un día, en una pausa en el trabajo (coffee break, que le dicen) comenté que tenía que llevar a reparar un viejo reloj cucú recuerdo de familia paterna.
-Cerca de tu casa, en la plaza de la estación de trenes, hay un relojero muy bueno especializado en relojes antiguos – me “avivó” un colega.
Fue providencial el dato.
Ei día siguiente, en el mostrador de la relojería, encontré una bonita cara conocida:
-¡No te puedo creer, Adriana!! …. ¡Adriana Glau..er!!! …. ¡Cuantos años que no nos vemos!... ¿Cómo estás? -
-Estás equivocado, soy Marina Glau..er-
Así es, era la hermana menor de una amiga de la adolescencia media (15 a 18 años).
Salió de detrás del mostrador para darme un abrazo amistoso.
Sin ser excepcionalmente hermosa, era linda, simpática, y muy parecida a la hermana mayor.
1,75 mts de altura, rulos rubio oscuro, ojos color ceniza, sonrisa maliciosa. Físicamente no era explosiva pero muy deseable: seno apenas más que pequeño, buen culo y lindas piernas.
-La última vez que te vi, estabas jugando a ping pong con mi hermana – comentó ella.
Quedé perplejo. Con Adriana habíamos tenido afecto, no del todo desinteresado, afinidad y conexión, pero en mi memoria, no tenía registrado haber jugado ping pong con ella.
Completado el trámite de la recepción del cucú, le dije que me hubiese agradado vernos otra vez, ya que mi casa distaba de la relojería, poco más de 400 metros.
-Al cierre del negocio yo suelo quedarme en el bar Pxxxx, antes de ir para casa. Si te parece nos vemos ahí. -
-¡Perfecto!-
Minutos antes de las 19:00 hs estuve allí. Y volví dos veces más.
El tercer encuentro fue decisivo.
Luego de los clásicos intercambios sobre nuestras vidas cotidianas, le hice la pregunta que tenía in mente, desde el primer día que nos reencontramos:
-¿Por qué dijiste que la última vez que nos vimos, allá en P……á, fue en una partida de ping pong entre tu hermana y yo? Si Adriana nunca jugó ping pong, menos conmigo-
Me sorprendió su modo de responder. Directo, sin eufemismos y libre de fingimientos:
-Tenés razón, ella nunca jugó a nada. Tenía, yo, 14 años, estaban en el garaje, vos de pie, Adriana arrodillada, mamándote el miembro. Al principio quedé aturdida.
Nunca antes había visto una verga de hombre, la tuya me pareció enorme.
Cuando la sentaste sobre la mesa de ping pong y comenzaste a cogerla, me mojé entera, por primera vez, me toqueteé, jadeaba más que mi hermana. Tuve el primer orgasmo de mi vida.
Antes de llegar al baño, me hice pipí encima. Nunca le dije a Adriana lo que había visto.
Fuiste, por mucho tiempo, mi sueño erótico -
Demoré unos instantes en rehacerme de mi extrañeza por el modo de expresarse de Marina, después de todo hasta ese momento, sólo, habíamos conversado algo más de 3 horas en toda la vida.
Me reí, no recordaba ese suceso erótico con su hermana. Mi historia íntima con Adriana, no había ido más allá de un par de cogidas, improvisadas intercaladas en nuestra amistad de años.
En los ojos traviesos, de Marina, vi una mirada maliciosa.
- Fui tu sueño erótico dijiste ¿Ya no?- la tanteé, convencido que buscaba acción.
-Tuve novios, amigovios, me casé tuve un par de hijitos y….. vos estas casado-
Puso escusas, reparos, protestas pero, al fin acordamos que el día siguiente, ella, pedía permiso para salir del negocio un par de horas antes (de modo de disponer de unas 3 horas) y, con precaución (acostada en el asiento trasero del auto, para evitar que los vecinos me vieran entrar/salir con ella) nos fuimos a mi casa, aprovechando que Laura, mi esposa, estaba de visita a los padres en otra ciudad.
No sé cómo explicarlo, en el living, de un primer “piquito” en los labios, raudamente, pasamos a las lenguas entreveradas, mis manos en su culo y su mano, jugando sin freno con mis bolas.
No más de cinco minutos después, su lengua, estaba jugando con mi glande, le dio un beso y se lo metió en la boca, luego se tragó parte de la verga, la soltó y pasó a besuquearla y lamerla a lo
largo. Al parecer el sexo oral, en rol activo, no la atraía demasiado o, tal vez, mi verga no le agradaba en la boca, lo cierto es que duró poco tiempo. Se paró, me llevó de la mano hasta el sofá, se levantó el vestido, se sacó la bombacha, se acostó, con las piernas abiertas y me dio a entender lo que quería, invitándome a arrodillarme, y sin cumplidos, rodeó mi cuello con sus piernas y me bajó la cabeza a su entrepiernas. No digo que me encontré con un césped oscuro pero casi, los pelos largos daban una sensación de molestia pero el olor a lavanda y a sexo me excitaba al máximo.
Concha apretada, de labios no muy pronunciados, pero un clítoris, abultadito, como una florcita que asomaba entre los vellos oscuros.
Cuanto más lamía, más ella gemía y enroscaba sus piernas alrededor de mi cuello.
Yo, alternaba lengua, labios con dedos: el índice en el culo y el pulgar en la concha. Después de un tímido orgasmo decidió que era hora de darle el gusto, genuino, a la concha., sus piernas soltaron mi cuello, empujó para separarme, se sentó, se deshizo de vestido y corpiño y volvió a acostarse con las piernas separadas de par en par.
“Pesqué la indirecta”. Me desvestí, me acomodé entre sus piernas abiertas.
Nos besamos la penetré y sin hablarnos demasiado comenzamos a coger como locos, con brío, vehemencia y ardor, le apretaba los pezones, le mordía el cuello. Gritaba de placer, tenía orgasmos intensísimos, me mojaba pelvis, bolas y los muslos y, también, el tapizado del sillón. No paró de acabar, gritar y gemir... hasta que sintió mis chorros de semen, allá adentro.
Quedamos totalmente saciados, descansamos y nos acariciamos casi sin hablar.

Después de un rato, fue evidente que ambos volvíamos a excitarnos.
Se escucharon llamadas de celular. Lo tenía en su bolso.
Lo manoteó y respondió, era su marido. Mientras hablaban yo, intensifiqué las caricias, le lamia sus senos, le metía dedos en la concha. Se retorcía de placer y dejó escapar un ligero gemido que su marido escucho y ella mintió diciéndole que se había golpeado con algo. No podía cogerla en ese trance, comencé a masturbarme. Al percibir próxima la acabada, me paré y le puse la verga frente a la cara.
Me vio venir, apresuró la despedida y, aún con el teléfono en el oído, se la puse en la boca y eyaculé. Tragó todo el semen.
Me re-puteó, se acordó de mis padres, abuelos y tatarabuelos.
Pero antes de subir al auto para que, acostada en el asiento trasero, saliésemos de casa para aproximarla a la suya, nos echamos dos polvos más.

Después de aquello nos encontramos varias veces, algunas, unas pocas, en mi casa, la mayoría en un hotel no lejos de la relojería.
No nos amamos, sólo buscamos sexo soberbio.

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