Romance patagónico

Romance patagónico
 
 Me encontraba en ElBolsón de vacaciones,  y era prácticamenteuna obligación tener sexo con alguna chica. La estaía era larga, ya que mealojaba en casa de mi hermano y hacía changas para aprovechar el verano lomejor posible.
 Descargué Tinder yvarias aplicaciones similares, pero ninguna me daba frutos. Finalmente conocí aEmilce, una amiga de mi cuñada. Una noche estábamos reunidos la pareja de mihermano, él, su amiga y yo. Jugábamos al sexionary y había cierta confianzaentre nosotros a pesar de que apenas nos conocíamos. El juego nos incitaba ahablar los cuatro sin tabúes y fue una jornada relajada. Sin embargo, no mesentía preparado para insinuarme. Me daba timidez tener gente alrededor. Sólonecesitaba tiempo para verme a solas.
 “Te pinta ir a laplaya?” Propuse, y sin dar vueltas me hizo visitar un rincón del lago dondecasi no había gente. Eso me hizo pensar que quería algo de intimidad. Nossentamos en un pedregal y comenzamos a hablar.
 -¿Es verdad que teoperarías?- Pregunté, intrigado por algunos comentarios de la otra noche.
 -Sí. No sé, situviera plata sí lo haría. M haría sentir más diosa.
 -¿Más?-Dije, queríahalagarla y no sabía cómo- ¿Se puede ser más linda?
 -Ay, que tierno-Respondió- Es que no tengo nada de teta- Dijo mientras se tocó y yo miré porinercia.
 -No sé, si yo tuvieraesa plata me la gastaría en más vacaciones. Sí, capaz que no tengas mucho, perosos una diosa igual. Además me parece mucho más atractivo el carisma, elcarisma te compra.
 Y mis palabras eransinceras, pero su figura no era nada fea. De baja estatura, con piernas dedeportista y buen trasero. Su piel tenía mucho color y su pelo era lacio yoscuro como sus ojos. Y su boca era grande.
 -Te ves muy maduro-Señaló
 -Me veo, pero no soytanto como crees- Contesté con modestia.
 El hecho de codearmecon adultos en mi adolescencia me ayudó a entenderlos. Escuchar a las mujeresme dio cierta afinidad con chicas más grandes que yo. Es por eso que enpromedio, mis romances me llevaban unos años. Aún así, cada tanto mostrabaciertas facetas de adolescente. En ese momento yo cumplía veinte y Emilce veintitrés.
 -Nos metamos-Propuse.
 -Bueno, pero hasta ahínomás, porque no sé nadar- Dijo avergonzada.
 -No importa, yo tecuido.
 El agua eracristalina como en casi toda la Patagonia. Nos sumergíamos muy de a poco, acostumbrándonos a la bajatemperatura. Aproveché para abrazarla y mientras la tironeaba a la parte hondacon picardía me acercaba con mi cuerpo. Acerqué mi cara a su oreja y como vique le gustaba, comencé a besarla. Estuvimos así un rato y ella se salió. Yo noquerúa hacerlo, me daba vergüenza que me viera con el pene erecto. En aquellasépocas me excitaba rápidamente, y a la vez quitarme la temperatura era unatarea titánica. Era un arma de doble filo. Ni el agua fría me calmaba, y mimalla fina no me ayudaba a disimular.
 Cuando todo volvió ala normalidad, regresó a la playa y estuvimos una hora besándonos acostados,con las piernas entrelazadas. Había tan poca gente que cada tanto mi mano y miboca se metía entre sus ropas. Los pezones comenzaron a hacerse cada vez másnotorios, aun con su bikini puesta.
 Tenía la fantasía deperderme en el bosque y quitarnos las ganas, pero no había mucho tiempo para eso.Esperamos a tener una chance más tranquila, la habitación ya la teníamos, peroella trabajaba. Oportunamente, su primer franco cayó un catorce de febrero.
 La hice pasar a mihabitación, mi hermano estaba en otro lugar pasándola bien. Sin dar muchaconversación fuimos a mi cama. Era una casa de madera, la noche estaba fresca yel colchón era el más cómodo del mundo.
 Se sentó en la cama yacaricié su espalda. Recordaba que Emilce mencionó que los masajes la poníancachonda. Se acomodó el pelo y me miro con picardía. La masajeaba con mis dedoslargos y huesudos. Portaba esas remeras que dejan casi desnudos sus hombros.Mis caricias recorrían todo su torso.
 Emilce comenzó aacariciarme y los roces fueron recíprocos.  Cada uno sacó la remera del otro. Quisedesprender su corpiño, y mis dedos se entorpecieron, pero con algunas palabrasde ella me relajé y continuamos. Aquella chica se subió sobre mí. Yo estabaacostado boca arriba con el torso desnudo. Ella besó mi cuello y mis pechos.Fue algo nuevo y sorpresivo para mí, pero me volvía loco.
 La mujer era quiendirigía el encuentro y yo me dejaba llevar. Una vez más sentí sus pechos durosy ardientes.
 En esa época teníapoca experiencia, pero al menos sabía que debía humedecerla primero. La acostéy metí mi mano en su pantalón corto. Noté que llevaba ropa interior muy pequeñay suave. La acariciaba mientras le devolvía todos los besos que me propició.
 Comencé amasturbarla, y observaba cómo movía sus piernas. Mi excitación era igual que enla playa, quería penetrarla, pero me sugirió que no me apure. Entonces decidícontinuar a pesar de mi ardor.
 Luego, Emilce tomo mipene con su mano y comenzó a montarme. Ella estaba decidida a orquestar todo. Comenzóa mover su cintura de atrás hacia delante con mucha soltura. Tenía tanta decisiónque tomó mis manos y se las llevó a sus pequeños pechos mientras continuaba consu frenético baile. La contemplaba, y la cama comenzó a golpear la pared conviolencia. Cerraba los ojos. Se sintió un crujido y decidimos cambiar de posición.
 Ahora, estando yoarriba, debía tomar las riendas. El sudor empezó a recorrer nuestros cuerpos yyo repartía besos al ritmo de un impetuoso meneo. Emilce sintió cómo el líquidocaliente comenzó a llenar el preservativo.
 “¿Habrá acabado?” Mepregunté a mi mismo. Aún no tenía mucho conocimiento sobre ese tema, pero notélas colchas mojadas, y no era mío. “¿Habrá sido humedad de la calentura o unorgasmo?” Dudaba.
 No tardé en volver atener el pene erecto y quería continuar. Ella gateó en la cama y me llamó consu mirada y su cuerpo. “Dale” me dijo, y se inclinó, demostrándome que sabía loque hacía. Empezamos a tener sexo duro, la tomaba del cabello y la penetrabavehemente. Ver su silueta me mantenía vivo. De atrás era una verdaderamaravilla. Una vez más, mi pene estaba duro y la segunda vez siempre tardaba más.
 Fue así hasta queEmilce decidió ayudarme y comenzó a moverse. Al estar quieto me relajé más, yla sopresa hizo que no aguantara más y me temblara todo el cuerpo. Solté ungemido involuntario y me hizo sentir muy bien.
 Fuimos a la ducha abañarnos, impresionados por lo mucho que duramos.  Nos vestimos y la llevé a su casa. Me dijo queyo tenía mucho aguante y una sonrisa se me dibujó en mi rostro. Pero me quedóla duda de la veracidad de sus gemidos.
 No eran más de lasdoce. Después de dejarla me fui a un bar y conocí a otra chica. Nunca habíatenido tanta suerte. Pero eso será otra historia.

1 comentario - Romance patagónico

Ninigyft +1
Tremendo
vinlansaga
Gracias man, ya voy a seguir con esto.