Mamá, el autobús y el gaditano

¿Alguna vez habéis hecho uno de esos viajes largos en autobús? Pueden llegar a ser tremendamente tendiosos, pero para mi desgracia y para fortuna de mi madre, un musculitos gilipollas se encargó de amenizar el viaje, sobre todo para mamá.
Me llamo Carlos, tengo 18 años y vivo con mis padres en una localidad de Valencia. Mi padre Emilio trabaja como electricista, y es un hombre de 41 años, algo bajito y muy fornido, de carácter amable y honesto. Mi madre siempre dice que una de las cosas que más la enamoró de papá es que parecía el peluche cascarrabias más mono del mundo, descripción que a mí personalmente me da escalofríos. Por su parte, mi madre Mireia, de peluche tiene poco. Más bien es una muñequita. Una muñequita de pelo moreno muy liso y largo y con algo de flequillo que resalta esos ojos azules que adornan su rostro junto a unos labios finos y elegantes. Algunos dicen que tiene un aire a Jennifer Connelly, pero con un claro toque más mediterráneo. A sus 39 años tiene un cuerpazo que sigue sacando la mala leche del cascarrabias de mi padre cuando ve a otros hombres clavar su mirada en ella, y es que no es para menos. Un pecho abundante que conecta con su culo pequeño pero respingón a través de una cintura estrechita, que se convierte en una crucifixión para mi padre cuando vamos a pasar el día a la playa que tenemos cerca de casa.

La historia que voy a relataros ocurrió a principios de verano, cuando a mi padre le salió a través de un amigo un trabajo en Cádiz que pagaba muy bien. La obra en sí duraba diez días, y mi padre sólo tenía que supervisar un poco por la mañana y quedaba el resto del día libre, así que se le ocurrió que fuéramos en familia, en plan vacaciones. La pega era que esta obra empezaba el jueves, y yo tenía mi último examen el viernes, así que tendría que cogerme un autobús y bajar más tarde. Eso planteaba un serio problema para mí. El mejor itinerario de autobús disponible duraba 20 horas y media, y yo encima soy de los que se marea bastante en los buses. Yo me quejé diciendo que iba a ser un suplicio, y que no me hacía mucha gracia bajar sólo 20 horas en autobús y mareándome, y al final mi madre dijo que lo mejor era que primero bajase mi padre en el coche, y ella me acompañaría en el viaje de autobús. Mi madre siempre ha cuidado bien de mí, y saber que ella vendría conmigo en el autobús me alivió mucho, aunque más tarde me daría que cuenta de que tenía que mejor hubiera sido bajar yo solito, con mareos, náuseas y todo.

Aún así, el itinerario del autobús me parecía criminal. Salíamos a las 12:00 de la terminal de Valencia, y a las 21:30 llegábamos a Granada, donde tendríamos que esperar cinco horas y media mortales para el transbordo, desde donde ya nos dirigiríamos a Cádiz, llegando a las 8:30 de la mañana. Al menos las últimas horas las podré hacer durmiendo, pensé. Qué equivocado estaba.

Al ya mal humor que me generaba este viajecito en autobús, encima el examen del viernes no me había salido nada bien, así que el sábado estaba de un humor de perros, y mi pobre mamá tuvo que aguantar mis gruñidos todo el viaje en taxi hasta la estación de autobuses. Hacía un día caluroso, y tanto mi madre como yo elegimos algo fresquito. Yo me puse unas bermudas y un polo, mientras mi madre se puso unos shorts vaqueros que acentuaban la redondez de sus nalgas, y un top algo escotado tipo babydoll verde manzana que se ceñía bajo sus generosos pechos creando un buen escote, y cuyo vuelo dejaba que su cintura y abdomen se aireasen un poco. Esa combinación sencilla pero que en mi madre quedaba muy llamativa, atraía las miradas de varios hombres al verla pasar caminando sobre sus sandalias de cuña, lo cual no contribuía a mi estado de ánimo irascible.

Llegamos a la dársena correspondiente y colocamos los bultos en el maletero, tras lo cual subimos al autobús por las escaleras de atrás. Nos sentamos en los asientos que nos encontramos de frente al subir por las escaleras, poniéndome yo en el lado de la ventana y mi madre en pasillo. El aire acondicionado no salía muy fuerte, y era difícil sacudirse el calor de la calle y yo tenía la sensación de que ya me estaba mareando, y eso que el autobús no había arrancado aún.

Faltaba menos de un minuto para que saliese el autobús y me fijé en que no iba muy lleno. Delante nuestra había unos padres con su niño, una parejita de ancianos, un hombre de traje con pinta de aburrido y un grupito de cuatro marujas. Parecían gente tranquila y eso me agradaba, ya que el bullicio no solía ayudar en mis mareos. El problema lo veía detrás nuestra. Unos minutos después de que subiéramos mamá y yo, entraron en el autobús un grupito de tres chavales de entre veinte y treinta años montando bastante escándalo. Iban riéndose y diciendo gilipolleces como si no hubiese nadie más a su alrededor, y que todo el autobús se girase a mirarles pareció darles igual. Estaba claro que eran andaluces que volvían a casa, tanto por su acento como por sus rasgos del sur, y vestían de una forma bastante hortera y macarra. "Vaya viajecito me van a dar", pensé con disgusto.

Por fin arrancó el autobús y partimos con destino a Cádiz. Los tres idiotas de atrás celebraron la salida de Valencia con gritos y berridos, y citando coplas flamencas. No se callaban ni muertos. Cuando no estaban cantando alguna canción flamenca, se insultaban o relataban sus triunfos sexuales riéndose a carcajadas. Al principio traté de aguantar, pero los dolores de cabeza iban en aumento, y escuchar las subnormalidades de los tres especímenes de atrás no ayudaba mucho. Mi madre vio que estaba cabreado, y me trató de calmar, pero mi irritación iba en aumento. Llevábamos ya más de una hora de viaje y no se habían callado ni un segundo. Yo no era el único molesto, pues claramente podía ver como los demás pasajeros también estaban hartos de escuchar las chorradas de los tres gitanillos. Pero el único que sufría mareos era yo, y hubo un momento en que ya no pude aguantar más y exploté.

- ¡Oye, que hay más gente en el autobús! – grité levantándome – ¡Callaros un rato, joder!

- ¡Qué coño te pasa a ti! – me contestó uno de ellos – ¡A ver si el que se va a tener que callar eres tú!

- ¡Anda, vete a tomar por culo, gilipollas! – contesté tratando de ponerme gallito.

- ¿A que voy a para allá y te parto esa cara de tonto que tienes? – me dijo de forma amenazante.

Yo me quedé un poco acojonado cuando reparé en que efectivamente, podría partirme la cara fácilmente, y encima sus dos amigos se me quedaron mirando fijamente. El que me contestó era una especie de mole, y bajo la camiseta hortera ajustada que llevaba se podía adivinar que era un asiduo a los gimnasios. Los otros dos no acojonaban menos. El mayor de ellos, que debía estar cerca de los treinta, llevaba puestas unas gafas de sol gigantes, el pelo pincho engominado y una camisa sin mangas desabrochada, exhibiendo a parte de unos fuertes pectorales y unos brazos hiper-musculados, una colección de cadenas de oro, muchas de ellas con colgantes en forma de cruz. El otro llevaba un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes, y a pesar de que no era tan gorila como los otros dos, estaba muy marcado.

Aún así, me salió mi lado gallito y le contesté diciéndole que se podía ir a la mierda. El otro se levantó y tengo que reconocer que me hice un poco de caquita. Mi madre no paraba de tirarme del brazo para que me sentase de nuevo, pero no tenía intención de quedar de cobarde con todo el autobús mirando.

- ¡Niñato, te estás ganando una buena! – gritó –¡Voy a tener que meterte un par de hostias!

Mi madre al oír eso se levantó y con gestos pacificadores fue hacia donde estaban los chavales tratando de que la cosa pasara a mayores. Ante las caras que pusieron los tíos, no sé si hubiera preferido que me metiese las hostias o que no hubieran visto a mi madre de pie. Las expresiones amenazantes de sus caras cambiaron por caras de asombro, y pronto a caras de sucias intenciones. Mamá fue hacia atrás tambaleándose por los movimientos del autobús mientras las miradas de aquellos imbéciles se paseaban de sus tetas a sus largas y bien cuidadas piernas. Cuando llegó hasta donde estaban ellos sentados, los tres seguían en silencio, admirando tras sus gafas de sol la figura de mi madre.

- Chicos, vamos a calmarnos, por favor. – dijo ella conciliadora – Sólo os pido que bajéis un poco el tono. No hace falta que vayáis metiendo un par de hostias a nadie, ¿vale?

El que me había amenazado la miró por encima de las gafas y con una sonrisa lujuriosa contestó:

- Jeje, un par de hostias no sé, pero a usted un par de pollazos sí que le metía, ¡jaja! – dijo riéndose.

La cara de mi madre su puso en tensión, pero antes de que contestase, el de las cadenas de oro le dio una colleja al payaso que le había dicho eso.

- ¡Kaku, esas cosas no se dicen a una señorita! – dijo con autoridad – Disculpe usted, vamos a intentar guardar un poco más de silencio.

Me sorprendió que el que parecía ser el cabecilla del grupo reaccionase así, y a mamá también pareció sorprenderla, pero le dio las gracias y se volvió. Yo, y todo al autobús vio como los tres no le despegaban los ojos de su culo balanceándose de un lado a otro por los vaivenes del autobús mientras se iba agarrando a los asientos hasta llegar a mi altura. Me miró con una sonrisa y me preguntó si estaba muy mareado, pero le dije que no, y se sentó a mi lado. Los tres imbéciles no volvieron a montar bulla, pero se les oía cuchichear y reír, pero al menos mi dolor de cabeza fue a mejor.

Al cabo de media hora el autobús hizo una parada para que la gente pudiese comer algo e ir al baño, y entramos en el restaurante del área de servicio. Yo me senté en una mesa con mi madre, y tras preguntarme qué quería para comer se acercó a la barra para pedirlo. A escasos metros vi a los tres tíos sentados, mientras seguían descojonándose de lo que les decía en bajito el cabecilla. En ese momento se levantó y fue hacia la barra, donde estaba mi madre, bajo la atenta mirada de sus coleguillas.

Mamá no reparó en su presencia hasta que estuvo completamente a su lado y él puso la mano en su espalda de forma muy delicada. Ella se dio la vuelta sorprendida, y saludó sonriendo al cabecilla.

- Señora, quería pedirle disculpas por lo que le dijo antes mi amigo Kaku – dijo con su mano todavía en la espalda de mamá.

- Bueno, no pasa nada. Ya está olvidado. Además, ya estoy acostumbrada a esas cosas. No es el primero que me dice una obscenidad – contestó mi madre con bastante poca modestia. Tras sonreírle cortésmente cogió la bandeja con nuestra comida y vino a la mesa donde estábamos sentados. El otro se quedó un momento parado y tras un par de segundos la siguió hasta nuestra mesa.

- Perdón, que no me he quedado con su nombre, señora – preguntó tratando de parecer muy cortés.

- Mireia – contestó mientras se sentaba.

- Yo soy Capi – dijo mientras se sentaba en la mesa con nosotros. Mi madre parecía algo sorprendida y yo estaba bastante molesto, sobre todo porque estaba viendo las risitas de sus dos amiguitos, y tenía la sospecha de que no estaba siendo cortés sino que era alguna guasa que tenía con sus dos amigotes – Así que, ¿está usted acostumbrada a que le digan piropillos?

- Eh… a ver, no pretendía… - trató de excusarse mamá dándose cuenta de lo diva que había sonado antes.

- Nooo… no se preocupe. Lo entiendo perfectamente – dijo Capi sonriendo de oreja a oreja – Si es que es usted toda una mujer. Chaval, vaya madre más hermosa tienes.

A mí no me sentó muy bien, y por mí le hubiera contestado que seguro que más hermosa que la suya seguro, pero mamá me sorprendió devolviéndole el piropo.

- Bueno, tú también eres muy resultón. Y se nota que te cuidas. – dijo mamá refiriéndose a esos brazacos que exhibía Capi.

Estuvieron hablando mientras yo trataba de comer sin que me diese un corte de digestión. Nos enteramos que eran chavales de Granada, y que volvían tras haber estado unos días en Valencia en casa de unos amigos. Tras unos minutos el Capi de las narices se volvió a donde estaban sus amigos con pose chulesca mientras estos se descojonaban. Mi madre le miró un momento mientras éste se iba, y después siguió hablando conmigo como si nada mientras comíamos.

Cuando se acabó la media hora que nos dieron para comer, subimos al autobús esperando a que arrancara. Los gaditanos venían justo detrás, y pude ver el placer en sus caras mientras observaban el culo de mi madre subiendo las escaleras. Mi madre se sentó a mi lado y su mirada se cruzó con la de Capi cuando éste se iba con sus chicos para atrás. Él la sonrió y ella le devolvió una tímida sonrisa. Cuando los tres gaditanos llegaron atrás volvieron a armar bulla, lo cual me exasperó. Mi madre notó el enfado en mi cara, y me dijo que me tranquilizase, que seguro que cuando arrancase el autobús ya se callarían.

El autobús arrancó y el trío de subnormales no se calló. Tras una media hora aguantando, el mareo iba a peor y empecé a cabrearme más. Mi madre lo notó, y me puso la mano sobre el brazo de forma cariñosa, y me dijo que no me sulfurase, que ahora iba ella a hablar con ellos. Dicho y hecho, se levantó del asiento y haciendo equilibrios fue hasta donde estaban los tíos ruidosos. Capi, que estaba a la izquierda del pasillo la sonrió de nuevo, y los otros dos, que estaban sentado cada uno a un lado una fila por detrás del cabecilla, se giraron a mirarla y se quedaron callados por un momento.

- Hola chicos. ¿Os importaría bajar un poco el tono, por favor? – les pidió en forma de ruego.

- Joé, qué pesada es la señora – se quejó Kaku mientras no paraba de devorar con la mirada a mi madre.

- ¡Cállate, gañán! – le espetó Capi al idiota – Perdone, Mireia, es que se nos olvidó lo de bajar la voz.

- No te preocupes, si yo entiendo que estáis de viaje y que queréis divertiros, pero es por mi hijo que… – empezó a decir ella. En ese momento el autobús dio un pequeño frenazo y mi madre casi se cae, pero el Capi no tuvo problemas en sujetarla con su brazaco y evitar que se cayese.

- Gracias – dijo mamá agarrándose con una mano al potente brazo de Capi para mantener el equilibrio.

- ¿Y qué es lo que le pasa a su hijo? – preguntó el otro que no había sido presentado.

- Éste es Manu. Chicos, esta señora es Mireia. – presentó Capi – Y bueno, ¿qué es eso que le pasa a su hijo?

Mamá sonrió a Manu, y sin soltarse del brazo de Capi les explicó lo de mis mareos en el autobús. Yo no entendía muy bien por qué tenía que explicarles una debilidad mía a esos capullos, y encima estaba siendo simpática con ellos.

- Ahh, ya entiendo. Pues no se preocupe que bajaremos la voz– aseguró Manu. Vi a mamá dándose la vuelta para volver conmigo, pero estaba claro que aquellos cabrones querían disfrutar de la compañía de una mujer así un rato más.

- ¿Y de dónde son ustedes? ¿Son de Valencia? – le preguntó Capi tratando de evitar con la fuerza de su brazo que se diese la vuelta para volver a mi lado.

Mamá no forcejeó en absoluto, y volviéndose a girar hacia él, le contestó que sí, que éramos de Valencia. Entre los tres fueron entablando conversación con ella, y les acabó contando el motivo del viaje, y por qué me estaba acompañando en el autobús, lo cual arrancó alguna risa y algún comentario de "niño de mamá" que me sentó fatal, y demás detalles de nuestras vidas, en concreto de la de mamá. Yo desde mi sitio estaba con un cabreo que te cagas. Allí estaba ella, con los capullos a los que había ido a mandar callar por mí, conversando y riéndose con ellos como si nada. Al cabo de unos minutos hasta mamá estaba armando algo de escándalo. Desde luego le habían caído bien esos gilipollas y se lo estaba pasando muy bien hablando con ellos.

Por suerte, llegó la parada de Murcia para bajada de pasajeros, donde se bajaron la pareja que tenía un niño y el hombre trajeado. Al ver eso mamá pareció acordarse de que me había dejado un poco solo, y a pesar de las quejas y ruego de los tres, dijo que tenía que volver a mi lado y tras soltarse del brazo de Capi así lo hizo.

Lo que más me cabreó fue que cuando llegó a mi lado se sentó como si nada y me preguntó qué tal estaba como si nada.

- Pues cojonudo. ¿Y tú con los escandalosos de atrás qué tal? – respondí con sarcasmo.

- Pues bien, en el fondo son muy majos. Son un poco ruidosos, pero son buenos chicos – dijo ella sin captar el sarcasmo en mi voz, lo cual me hizo cabrear más aún.

- Ya veo, mamá, ya veo. Me has dejado aquí con mis mareos, y encima en vez de callarles, has estado de cháchara con ellos. Muchas gracias por nada – dije enfadado. Mamá pareció darse cuenta de su error y trató de pedirme disculpas, pero no estaba yo como para aceptarlas.

Así continuamos un buen rato, yo sin hablarle a mi madre y ella tratando de hacer lo posible por que se me pasase el enfado, hasta que hubo otra parada de bajada de pasajeros, en la que se bajaron las cuatro marujas y le pidieron ayuda al conductor para sacar sus maletas. Viendo que disponían de unos minutos, los gaditanos bajaron en tromba para fumarse un cigarrillo, tras lo cual volvieron a subir, y por el olor supe que lo que se habían fumado, de cigarrillo lo único que tenía era la forma. Capi fue el último en subir, y debió de darse cuenta de la tensión que había entre mi madre y yo, y apoyándose en la cabecera del asiento de mi madre le dedicó una sonrisa. Ella le devolvió la sonrisa y trató de presentarnos como para que viese que no era tan mala gente.

- Mira, hijo, éste es Capi – dijo ella dándome un toque en el brazo – Capi, este es mi hijo Carlos.

- Eh, qué pasa, chaval – me saludó exagerando su acento gaditano – Esa cara, chico, alégrala un poco.

Me di la vuelta hacia la ventana y decidí no contestarle, pero mi madre lo hizo por mí.

- Es que entre los mareos y tal, está algo cascarrabias, igual que su padre – dijo haciéndome un guiño – Lleva sin hablarme casi desde que paramos a comer.

- Chico, esa no es forma de tratar a una mujer como tu madre – me dijo con tono guasón – La pobre tiene que estar aquí sin poder hablar ni ná.

Yo seguí mirando por la ventana y a través del reflejo de ésta pude ver cómo mi madre le hacía un gesto a Capi como diciéndole que pasase, que cuando estaba así no había quién me aguantase.

- Bueno chico, si no te apetece hablar con ella, seguro que no te importa que mamá se venga atrás a estar un rato con nosotros, ¿verdad? – me preguntó con complicidad.

- Ay, Capi, no, de verdad, no hace falta, que el pobre tiene que estar pasándolo mal. No te preocupes, me quedo cuidándole – dijo ella todo maternal. Ese tono me molestó un poco, ya que me hacía quedar de niño de mamá, y sin saber muy bien que hacía contesté:

- Que haga lo que quiera. Yo sólo quiero que me dejen tranquilo un rato que quiero intentar dormir un poco – dije poniéndome las gafas de sol.

- ¿Ve usted, Mireia? Venga, deje que su hijo eche una cabezadita. No se preocupe y véngase con nosotros – dijo apremiándola. Mamá parecía indecisa, pero al final se levantó del asiento.

- Hijo, estoy aquí atrás, si necesitas cualquier cosa, dímelo y vengo, ¿vale? – dijo dándome un beso en la mejilla. Yo seguí sin decir nada, pero en cuanto se empezaron a ir para atrás me di la vuelta para mirar oculto tras las gafas de sol por la ranura de los asientos. Capi dejó que ella fuera por delante, agarrándola con sus manazas por ambas caderas, con la excusa de ayudarla a mantener el equilibrio.

- Chicos, Mireia ha decidido que se viene a estar un ratico con nosotros – anunció de forma triunfal.

- ¡Ueee! Genial, es usted una crack – le dijo Manu aplaudiéndola.

- ¡Vamos, vamos! ¡Véngase usted pa acá, señora! – animaba Kaku.

- Ehh… esto… chicos, no tenéis que hablarme de usted, que me hace sentir vieja – dijo mamá que pareció sonrojarse por la calurosa bienvenida.

- Está bien, ningún problema, pero ya te digo yo que de vieja no tienes nada, Mireia – piropeó Manu.

Mi madre se sentó enfrente de Capi, formando un cuadrado con los otros chicos, y empezaron a hablar de tonterías que pronto se tornaron en un festín de piropos hacia mi madre y luego en temas algo más picantes. Kaku estaba contando un montón de historias de Capi, todas ellas exaltando su condición de mujeriego.

- ¿Te lo puedes creer? – le preguntaba Kaku a mamá.

- La verdad es que sí – afirmaba mamá sonriendo.

- Pues es raro. – decía Kaku – Generalmente las chicas no se creen estas historias, hasta que ellas mismas acaban con Capi. ¿Te crees todas las cosas así de fácil, Mireia?

- A ver, tampoco me parece imposible que las chicas se tiren a su cuello. No sé, Capi es un chico guapo, se nota que va al gimnasio – dijo mamá tocando sus bíceps- y además tiene labia. No me parece tan descabellado. Me pareces el tipo de chico que gusta mucho a las chicas de tu edad.

- ¿Y a las de tu edad? – preguntó Capi sin cortarse un pelo. Mi madre se quedó un poco cortada pero enseguida rompió a reír.

- Bueno, a mí me parece que estás… pues eso… que estás bueno. Aunque al principio me parecías un poco macarra, aunque bueno, supongo que ese puntito de chico peligroso es lo que les gusta a tus amiguitas. Si yo tuviera su edad, lo mismo, ¿quién sabe?, jaja. Oye, y que vosotros tampoco andáis mal de cuerpazo, ¿eh? – bromeó mamá rompiendo a reír. Los demás la acompañaron con sus risas, pero no me gustaba nada el tono que estaba adquiriendo la conversación.

- Mireia, tú no es que no estés mal, es que estás para mojar pan – le contestó Capi. – Vamos, que no sé qué edad tendrás, pero parece que tienes veinticinco años, mujer.

A mí la cosa me empezó a dar más mareo, y desde luego tampoco tenía más interés en ver a tres trogloditas babear ante mi madre y a ella flirtear con ellos, así que me puse a mirar por la ventana que tenía enfrente. El paisaje era monótono e infinito, hasta que llegado un punto me llamó la atención un accidente que se había originado algo a lo lejos, pero cuya humareda era notable.

Mi madre se quedó cruzada de pie en el pasillo, inclinada, apoyándose en las cabeceras de Manu y Capi, sin darse cuenta de que sus tetas casi estaban rozando la cara de éste último y ofreciendo una vista espectacular de su culo en pompa al capullo de Kaku. Desde luego estos tres preferían esa vista al accidente, al contrario que el conductor, que debió de estar mirando el fuego en vez de a la carretera, y de repente nos comimos un bache que nos dio un susto de muerte. Yo escuché a mi madre pegar un grito de susto, y giré la vista a tiempo para ver cómo tropezaba cayendo hacia adelante, casi encima de Capi. Éste la sujetó a tiempo para que no se diese de bruces contra la ventana, para luego girarla y apoyarla de espaldas a la ventana mientras se recuperaba del susto. Mi madre había quedado sentada al lado de Capi, con sus piernas sobre el regazo de éste.

El conductor pidió disculpas y el autobús prosiguió su camino, aunque el bache había sonado mal. A través del hueco de los asientos, podía ver las esbeltas piernas de mamá colgando del regazo de Capi, y cómo sus dos colegas babeaban midiendo la longitud de éstas. Mamá trató de incorporarse, pero en su posición era algo difícil, y encima Capi la detuvo y le dijo que era mejor que se quedase allí un momento mientras se quitaba el susto de encima.

- No, no, en serio, estoy bien. – decía mi madre, tratando de quitar sus piernas de encima de Capi – Además te estoy molestando con mis piernas.

- Oh, no, para nada. No te preocupes, si tú estás cómoda, por mi no hay problema. Además, tener unas piernas tan bonitas como éstas encima no es ninguna molestia. Todo lo contrario – dijo riéndose.

- Jaja, eres todo un galán – dijo mi madre mientras se cubría los ojos y la frente con la mano tratando de sacudirse el susto de encima – La verdad es que creí que me iba a pegar un tortazo, jiji. Menos mal que tienes esos brazos que tienes, chico.

Con ella sentada al lado de Capi y con sus piernas sobre su regazo, siguieron hablando de cosas, en especial de sexo, y lo hacían mientras Capi no dejaba de acariciar las piernas de mamá y parecía que su mano iba subiendo cada vez un poquito más. Lo que más me confundía era que mamá no parecía molesta en absoluto. Es más, estaba demasiado amigable con ellos, y desde luego no hacía nada por apartar las manos de ese gorila de sus lindas piernas. No quería seguir mirando semejante espectáculo, así que me volví y seguí mirando por la ventana.

A pesar de ello seguía escuchando las risas de los cuatro y las conversaciones sexuales que ya eran como algo natural para ellos, y ya me empezó a mosquear un poco, así que volvía mirar hacia donde estaban y me quedé sorprendidísimo al ver que mi madre tenía una de sus manos sobre el pectoral musculoso de Capi, toqueteando las cadenas de oro, mientras el otro hacía lo propio con las piernas de mamá.

- ¿Son de oro de verdad? – preguntó mi madre con su mano apoyada en el pecho de Capi mientras sus dedos jugueteaban con una de las cadenas.

- Todas, yo no llevo mierdas falsas. – respondió orgulloso.

- Joé, ya que tienes tantas, ¿me podrías regalar una, no? – pidió mamá con una voz entre juguetona y bromista.

- No hay ningún problema, Mireia. La que tú elijas. – le contestó el otro.

- ¿En serio? – preguntó mamá sorprendida.

- ¿Cuál quieres? – dijo mirándola con cara pícara. Mamá le miró para ver si iba en serio, y cuando se convenció de ello, empezó a observar algunas detalladamente, hasta que por fin se decidió por una.

- Ésta me gusta. – eligió ella como si fuera una niña pequeña a la que le regalan una golosina - ¿En serio me la puedo quedar?.

- Si, pero tú también tienes que regalarme algo a cambio.

- ¿Cómo? ¡Pero si me has dicho que me la regalabas, pillastre! – rió mamá divertida – Vale, ¿y qué quieres a cambio? Te aviso que yo no llevo nada de oro, jaja.

- Un beso. – contestó Capi de forma tajante mientras no sus sobeteos en la pierna de mamá eran cada vez más descarados. Mamá le miró como si estuviera bromeando, pero estaba claro que no lo hacía.

-¿Un beso? No, venga, no te voy a dar un beso – dijo riéndose – Te doy si quieres, esta pulsera.

- No quiero esa pulsera. Quiero que me dejes besarte. – dijo con seriedad en su voz. Yo estaba flipando con los cabrones esos. ¿Quién coño se creían que eran? Mi madre, en vez de mandarle a la mierda, lo estaba dudando, ante lo cual Kaku y Manu se pusieron a animar.

- ¡Beso, beso, beso…! – pedían al unísono. Mamá se empezó a poner roja, y miró hacia la zona delantera del autobús. Vio que yo estaba dormido, o eso creía ella, y que el conductor y los ancianos no estaban mirando.

- Está bien, un beso y me regalas esta cadena, ¿trato? Y vosotros dos, ¡callaros ya que vais a despertar a mi hijo! – dijo mamá acariciando la cadena que había elegido para sí.

- Trato hecho. – y diciendo esto Capi se inclinó hacia el asiento de mi madre, tumbándola un poco. Vi como una de las piernas de mamá se estiraba mientras la otra la recogía hacía sí, y me imaginé que el cabrón la estaba besando, y que además a ella le debía de estar gustando. Me cabreaba mucho lo que estaba pasando, saber que mi madre se estaba dejando besar por aquel gorila a medio camino entre gitano y macarra de pueblo, pero lo siguiente ya me dejó helado. Parecía que Capi se incorporaba tras besarla, pero junto con él también se incorporaba mi madre, con sus manos sujetando la cara de aquel cabrón y su boca aún pegada a la de él. Los dos colegas tenían una cara mezcla de descojone y excitación, mientras que en las caras del hombre trajeado y el conductor había completa perplejidad.

Capi la agarró por debajo del culo y la subió completamente a su regazo, sin dejar de besarla. Eso no era un beso, era un morreo en toda regla. Mamá estaba atrapada en ese beso obsceno y apasionado que se estaba dando con Capi, y no parecía darse cuenta de nada de lo que pasaba alrededor. Me daba vergüenza ver cómo hasta el conductor estaba viendo por el retrovisor el sobeteo que le estaba dando Capi a mamá mientras le comía la boca.

Tras casi dos minutos besándose, por fin se despegaron. Mamá respiraba de forma entrecortada. Tenía la cara roja, y la boca abierta, tratando de coger aire. Capi la agarraba con sus musculosos brazos manteniéndola sobre sus piernas, y sonreía satisfecho.

- Hahhh, hahh... Dios, no sé qué me ha pasado. Vaya forma de besar, chico. Ahora ya sé porqué las chicas se te tiran al cuello – dijo mi madre sonriendo, mientras trataba de bajar del regazo de Capi.

- ¿Te gustaría repetir? – le preguntó Capi con sonrisa pícara. Mamá se quedó dubitativa, pero el beso debió ser tan espectacular que sin decir nada se inclinó hacia él y se fundieron en otro tórrido morreo. Esta vez el beso fue mucho más intenso si cabe, y las manos de Capi, que habían empezado a acariciar el redondo culo de mamá, empezaron a subir a cotas más altas, hasta llegar a sus tetas. Estuvo un par de segundos acariciándolas cuando mamá de repente reaccionó como si despertase de un sueño y aprovechando que las manos de Capi estaban en sus senos, se levantó de su regazo, aunque su boca no se despegó de la de éste hasta que estuvo completamente de pie. Se la veía confundida, pero a la vez excitada, y los alrededores de sus labios estaban rojos por la intensidad del morreo que se acababa de dar con ese tío.

-Esto… creo que me he dejado llevar. No deberíamos… no deberíamos seguir con esto. Creo que lo mejor será que me vuelva a mi sitio – y se apresuró a volver, mientras los otros, en especial Capi, sólo la observaba sin decir nada.

Cuando se sentó a mi lado comprobó que seguía durmiendo. Yo la notaba agitada, y sentía cierto odio hacia ella por lo que acababa de hacer, pero a la vez estaba feliz porque había cortado el tema. Yo seguí haciéndome el dormido mientras la respiración de mamá recobraba su ritmo, y casualmente, la parte de atrás estaba muy silenciosa.

Tras un rato, llegó otra parada, y el conductor anunció que harían un parón de algo más de media hora para revisar el autobús para ver si el bache había hecho algo, y de paso aprovechar para estirar las piernas e ir al baño. Yo hice como que me despertaba, y acompañé a mi madre fuera del autobús. El sitio era un típico restaurante de carretera, con los baños en la planta de abajo, y estaba completamente desierto. Sólo estábamos el conductor, que estaba fuera revisando el autobús, una camarera vieja, los ancianos tomando un café, los gaditanos, mi madre y yo.

Mamá bajó a los baños casi sin decir nada, y yo me quedé en la barra, pero como no había rastro de la camarera me salí a tomar el aire. Estuve un buen rato, tratando de calmarme y aclarar lo que había visto cuando escuché la voz de Capi y la de mi madre. No sabía muy bien de donde provenía hasta que me di cuenta de que la ventana de los baños del sótano daba a ras de suelo fuera del restaurante. Me agaché un poco para ver mejor y vi a mi madre, y aunque no le veía, era evidente que Capi había entrado en lo que se supone que era el baño de las mujeres.

- ¡Por dios, Capi! ¿Qué haces aquí? Esto es el baño de las chicas.

- Lo sé, quería saber si estás bien – se interesó Capi.

- Si… oye, escucha, lo que ha pasado antes... lo siento mucho – decía mamá nerviosa.

- ¿Lo sientes? ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? – preguntó Capi – ¿Acaso no te ha gustado?

- Yo… sí…. Pero… mi hijo se podría haber despertado y no quiero que….Oye, ¿no deberías ir al baño de los chicos, o volver con tus amigos, o algo? – oí preguntar a mamá agobiada tratando de evitar el tema.

- Tranquila, Kaku y Manu estarán bien. La cuestión es si tú estarás bien si te quedas con las ganas de que te den un buen beso de verdad – y su voz se aproximaba cada vez más a dónde estaba mi madre -¿Seguro que no quieres que te bese una vez más?

Mi madre estaba inmóvil, y en ese momento Capi entró en el cuadro. Ahí estaba él, con sus gafas de sol, su pelo de macarra, su camiseta blanca sin mangas, sus cadenas de oro y los vaqueros petados por dentro de las Timberland, acercándose a mi madre con paso decidido.

Capi se acercó a ella hasta tener su cara a escasos centímetros de la de ella.

- Tranquila, acéptalo. No te quedes con las ganas – y acercó aún más su cara. Sus labios casi podían tocarse. Mamá empezó a respirar muy fuerte. Veía su pecho subir y bajar con fuerza.

- Oh dios… dios… - y diciendo esto cerró los ojos e inclinando su cara buscó con su boca la de Capi. La escena me resultaba muy turbia. Mamá estaba con los brazos apoyados contra los lavabos mientras el otro por fin ponía sus manazas en las tetas de mamá, al mismo tiempo que la besaba que parecía que iba a partirle el cuello. Desde donde estaba podía ver la lengua de Capi entrando en la boca de mamá y cómo ella aceptaba su lengua dentro de su boca mientras sus manos se aferraban al cuello de su besante como pidiéndole más, dejando que éste sobara sus tetas a placer.

Tras un rato explorándose mutuamente las bocas, Capi soltó las tetas de mamá y la agarró de su culito para levantarla y sentarla sobre los lavabos. Se separó de sus labios un instante, lo justo que tardaba en levantarla el top y sacárselo, y ésta vez volvió a besarla pero tocando sus tetas desnudas, lo cual parecía excitar aún más a mamá. Pero lo que de verdad excitó a mi madre fue cuando la boca que tan expertamente la había estado besando bajó a sus pezones.

- Ahhh… dios…. Pero qué bien usas la lengua, cabrón…. No me extraña que luego las chicas te busquen como locas…. Diooossss – decía llena de placer mientras bajaba la vista de vez en cuando para ver a su amante juguetear con sus tetas.

- Hmmm…. Ñññmmm…. Dios, qué tetazas tienes, mujer. Y están bien ricas. Te voy a dar la comida de tetas de tu vida, muchacha.

Capi alternó expertamente entre una y otra, arrancando continuos resoplidos y gemidos de placer de la dueña de las tetas con las que estaba jugueteando, hasta que los pezones de mamá estaban brillantes con su saliva y duros como el hielo. Se acercó a ella y le dijo:

- Mireia, si te gusta lo que mi boca hace con la tuya y tus tetazas, espérate a ver lo que voy a hacer con tu chochito, jajaja – y sin darla tiempo a responderle desabrochó el short y empezó a besarla de nuevo. Capi luchaba por sacar los pantalones junto con el tanga de mi madre, y ella colaboraba como podía moviendo sus piernas para facilitar la operación. Tras un ligero forcejeo consiguió deshacerse de las últimas prendas de mamá y allí quedó ella, desnuda sólo con sus sandalias, subida a un lavabo y abierta de piernas mostrando su coño bien cuidado a un chaval que acababa de conocer no hace muchas horas.

- Oh dios… oh dios… - decía mi madre imaginando lo que Capi le haría sentir con esa boca experta en dar placer a las mujeres. El primer contacto de la boca de Capi con el coño de mamá fue suave. Durante los primeros segundos lo único que hizo mamá fue sonreír y relamerse continuamente de placer. Pero en cuanto el hijo puta cambió la posición de su cara, la sonrisa de mamá se borró, y pequeños gemidos empezaron a escapar de su boca, cada vez más rápido, hasta que acabó apoyándose contra el espejo del lavabo, con una mano apoyando para mantener el equilibrio y la otra en la nuca de Capi, atrayéndolo a su cuquita con fuerza.

- ¡Ah! ¡Ah! ¡Oh! ¡Aaahh…. Caaaapiiii! ¡Ohhhh siiii… chico, sigue así….ahhh joder vaya forma de comerme…. Dios…. Me lo creo…. Me creo todas tus historias… ¡eres increíble! – le decía mamá retorciéndose como una culebra.

La comida de coño duró un puñado de minutos más, hasta que Capi se levantó y se empezó a desabrochar el cinturón. Mamá entendió lo que venía, y haciendo gala de lo agradecida que era, se puso de rodillas y ella misma terminó de quitarle el cinturón y comenzó a bajarle los pantalones mirándole con cara traviesa. Cuando la polla de Capi se liberó de los calzoncillos y del pantalón, salió disparada como un resorte y se puso firme, mirando hacia arriba, casi apuntando a la ventana desde donde estaba yo mirando. La cara traviesa de mamá cambió a una de agradable sorpresa, y no era para menos. Como si su polla también hubiera estado levantando pesas igual que sus brazos, incluso desde donde estaba podía apreciar la venosidad y aparente dureza de aquel aparato. No exageraría si dijera que aquello eran 20 cm de polla musculosa, si se puede definir así. Tras admirarla un instante, se la metió en la boca de golpe, como si tuviera prisa por devolverle el favor. Desde luego mal no lo debía hacer la guarra de mamá, porque veía la cara de Capi con los ojos cerrados y la boca abierta con una sonrisa de gusto.

- Ufff… Mireia… esa boquita…. Oooohhh joder….pocas he conocido que la chupen como tú…. – decía Capi acariciando la cabeza de mi madre como si fuera un perro.

- Mmmhggg… slurp… slurp… mmmmm…. – tras chuparla y chuparla, mamá comenzó a bajar cada vez más por aquel pilón, ganando distancia cada vez que volvía a bajar

- ¡Uuggggjjjj! ¡uugggjjjj! ¡uuueegggggg! – eran los sonidos que mamá hacía mientras se atragantaba una y otra vez con aquella polla a la que tanto placer pretendía dar. Cuando mamá creyó llegar al límite, Capi la cogió de la nunca y empujó un poquito más. Provocó una arcada en mi madre, pero no la soltó. Mamá trató de sacarse esa cosa de la boca, pero no podía, y empezó a tener más arcadas. Cuando Capi la soltó por fin, un montón de babas caían por la barbilla de mamá, y tenía los ojos llorosos y la nariz roja. Pero a ella eso no pareció importarle. Parecía empeñada en dar placer a ese chico que tanto la había hecho disfrutar, y volvió a ahogarse ella misma con la polla de Capi. Cuando volvió a bajar lo suficiente, éste la volvió a agarrar de la nuca y le hundió la polla hasta el fondo de su garganta. En esta ocasión mamá aguanto más tiempo hasta la primera arcada. La muy puta ya ni trataba de zafarse. Se mantenía ahí, con la nuca agachada, y con una polla joven y casi desconocida en el fondo de su garganta, aguantando y yo diría que hasta disfrutando de las arcadas que le provocaba.

Cuando Capi sacó su polla de la garganta de mamá ésta hizo como un "uuueeeehhhgggg" mientras ríos de saliva resbalaban por su barbilla de nuevo para ir a caer a sus tetas. Pero a la puta de mamá le daba igual estar en una situación tan humillante. Tan sólo miraba con ojos vidriosos por las arcadas a su amante, en busca de su aprobación.

- Has estado maravillosa, Mireia. – felicitó a mamá sonriendo – Tienes una boquita que muchas quisieran.

Mi madre parecía feliz por las felicitaciones recibidas como comepollas, y yo pensé "joder cómo puede ser tan guarra". Entonces Capi cogió a mamá del brazo y la levantó del suelo, para volver a subirla a los lavabos con una facilidad pasmosa, como si fuera una muñequita de trapo. Mamá se abrió de piernas para él y con cara de expectación le observó mientras cogía aquel trozo de carne entre las manos y lo dirigía hacia su coño. El sólo contacto de la punta de su cipote con la vagina de mamá hizo que se mordiese los labios, deseosa de sentir aquella cosa dentro de ella. Al ver la cara de golfa que estaba poniendo mamá, Capi no la hizo esperar, y lentamente pero sin parar, fue introduciendo su pene entre las piernas de ella.

- Mmmmfffff….¡mmmmfff! –la cara de mamá reflejaba un claro dolor, a pesar de que su coño debía estar chorreando, pero en sus ojos había una mirada que le indicaba a Capi que le gustaba, que no parase. Éste también lo interpretó así, y continuó su mete saca en el chocho de mamá lentamente, pero acelerando el ritmo en cada vaivén.

- ¡Nnnnggg! ¡Dios, Capi…! Vaya polla…. La siento enterita… en mi coñito… ¡Ahhh! Eso es… no pares – rogaba mi madre.

- Tranquila que no voy a parar… ¡me voy a follar tu coño hasta quedarme sin leche en mis pelotas, guarrilla! No sabes las ganas que tenia de follarte desde que te vi cuando subí al autobús. – le decía a mi madre mientras el mete saca se fue convirtiendo en embestidas sobre su coño.

- ¡Ahh siiii! ¡Pues ya me tienes! ¡Fóllame… métemela … hazme sentirla hasta el fondoooo! – pedía mi madre casi a gritos. Suerte que había poca gente y menos aún en la zona donde yo estaba, porque si no habrían oído a mi madre pedir polla como una vulgar guarrona.

- ¡Aannnggg! ¡Capiiiii…. cabrón… vas a hacer que me corra…! ¡¡Dios, esto es increíbleee!! – empezó a gritar mi madre mientras se sujetaba al cuello de su follador y movía las caderas para que la polla de Capi golpease con más fuerza en su coño.

Pero Capi, en vez hacerla correrse, la sacó del coño de mamá y la volvió a bajar al suelo de rodillas.

- ¿Quieres correrte, zorra? A mí me da igual lo que tú quieras. Lo que yo quiero es correrme en tu cara de puta bonita, ¿entiendes? – dijo con un súbito cambio de actitud bastante violento. Pero en el estado actual de mamá, eso parecía que lo único que hacía era ponerla más cachonda.

- ¡Ah, sí, sí, lo que tú quieras, chico! ¿Quieres correrte en mi cara? ¡Adelante, lléname la cara de tu leche, cabrón! – le animaba mamá llena de rabia sexual.

- ¡Así me gusta, una buena guarra! ¡Si ya te veía yo con cara de que te iban a gustar las pollas! ¡Ahora chúpamela hasta que te diga, Mireyita! – ordenó Capi a mi madre.

Mamá, ni corta ni perezosa se metió aquella polla en su boca y empezó a chuparla de nuevo, con el mismo ímpetu que hace unos minutos, mientras con sus dos manos la iba pajeando. Capi rugía de placer, agarrando el pelo de mamá para acompañarla en su mamada. No duró mucho esto último, y con todos los músculos de su cuerpo de gorila en tensión, tiró del pelo de mi madre para que sacase su polla de su boquita de puta, y con un último bufido se empezó a correr.

- ¡Uooohhhhh! Unnnggggg! –bufaba mientras se agarraba la polla y se la pajeaba acompañando la espectacular corrida que estaba echándole a mi madre en la cara.

Mamá se limitaba a cerrar los ojos y la boca, mientras recibía toda esa espesa leche en su rostro en varias tandas. Cuando Capi terminó de correrse, tenía semen no sólo en la cara y el pelo, sino también en las tetas y en los muslos. El cabrón del gaditano seguía agarrando el pelo de mamá mientras con la otra mano seguía tratando de exprimir lo que pudiera quedar de semen en sus huevos. Cuando estuvo seguro de que ya había expulsado todo lo que tenía que expulsar, acercó la punta de su polla a los labios de mi madre.

- Se una buena chica y límpiala bien, jej… ¡ohhhh! – no había terminado la frase cuando mi madre, envolvió el prepucio con su boca y empezó a limpiar la leche que quedaba. Capi se dejó limpiar la polla un rato hasta que debió de tener la punta muy sensible, y soltando el pelo de mi madre se subió los pantalones y le dijo:

- Buena chica. Has estado muy bien. Por cierto, toma – dijo tirándole una cadena de oro – Te la has ganado. Y vístete ya, que como te vea así tu hijo, ¿qué va a pensar el niño de mamá de su mami? ¿Eh?, ¡jajaja!

Mamá no respondió, y se quedó allí de rodillas, jugueteando con la cadena de oro, mientras se limpiaba como podía toda la leche que le había caído en la cara, especialmente en los ojos. Capi se terminó de abrochar el cinturón y se dirigió a la puerta, saliendo de mi ángulo de visión. Escuché la puerta cerrarse, pero mi madre seguía inmóvil, con la puta cadena de oro en una mano y la otra pasándosela por la cara tratando de limpiarse la leche de Capi, pero sólo consiguiendo restregársela más. Yo me quedé allí, agachado, viendo a mi madre desde la ventana, desnuda, sudada, llena de leche por todo su cuerpo y con una sonrisa estúpida en su cara.

Y el viaje aún no había terminado

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