Un crimen perfecto (II y final)




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Pero lamentablemente, esa opción no era válida para nosotros como lo había sido en otros tiempos con Gloria. El riesgo que un conocido nos viera era mayor y dar explicaciones en periodo de pandemia lo hacía inviable.

Además, contábamos de menos tiempo y aunque el tráfico ha disminuido, quería quedarme en los alrededores de Richmond (donde se encuentran nuestros apartamentos) y ocupar uno de los hoteles más discretos.

Avanzando por calles principales y usando Google Maps, eventualmente llegamos a un hotel más hogareño, 3 estrellas,  con mampara de vidrios polarizados y pilares de ladrillo.

Al ingresar, encontramos al administrador, con su máscara protectora respectiva y que se mostró “demasiado entusiasta” para atendernos.

Y es que a pesar que las tiendas en Melbourne no han cerrado completamente, sí ha bajado la cantidad de personas que circulan por la ciudad, por lo que imagino que los hoteles también tuvieron bajas en reservas.

Sarah se sobresaltó al hacer una reserva por un nombre falso, e incluso, se lo hice saber al administrador.

Pero al contarle el motivo de nuestra escapada y al intentar evitar registros en la tarjeta de crédito (pagaría en efectivo, ya que todavía recibo notificaciones del Hyatt de mis escapadas con Gloria, mi secretaria), imagino que la necesidad le activó el instinto de comerciante.

Pensaba cancelar una noche (aunque reservaríamos un par de horas), pero insistió e insistió que debía llevar un registro de quienes se hospedaban, que era obligatorio entregar una identificación, etc. y excusas similares.

Y más que irritarme, empaticé con él, porque nosotros no teníamos muchas opciones, el tiempo se agotaba y me imaginaba que el pobre sujeto estaba hambriento por clientela, por lo que terminé pagando el costo de 2 noches casi con una sonrisa.

Finalmente, entramos abrí la puerta de la habitación y la primera reacción de Sarah fue sacarse la chaqueta y caminar hacia la cama.

-         ¿Qué haces?

Era una habitación bastante sencilla, de un solo ambiente, piso alfombrado color blanco y bastante lanudo, una pequeña estancia, un frigobar y la cama matrimonial, al lado de la puerta del baño y el closet.

Se sorprendió que le preguntase.

·        ¿Qué? ¿No lo vamos a hacer?

-         ¡No, por supuesto que no!- respondí con una sonrisa.- Al menos, no ahora.

Quedó más confundida al verme sentar en el sofá.

-         ¿Qué te pasa? ¿Te acostarás con el primero que te lo pregunta?

Y esa reflexión, aunque la confundió, también la tranquilizó.

Pero al verla caminar hacia mí, experimenté una especie de ansiedad.

Vestía esa tarde un conjunto de chaqueta y pantalón de mezclilla, con una camiseta sin mangas que exponía su ombligo y destacaba su cintura y sus pechos. (Por eso fue mi comentario que parecía lista para grabar un video musical)

Pero si no le hace el peso en la bonita figura a Pamela (la prima de Marisol y mi salerosa “Amazona española”), se pelea el segundo lugar con Lara, la compañera/amiga/ amante  lesbiana/ bisexual que Marisol tuvo en la universidad.

Y es que su trasero incluso le hace el peso al de Sonia, mi jefa, porque se nota redondo, firme y bien cuidado por el ejercicio.

Pero además, una delgada cintura y un buen par de senos, junto con un cabello rubio medianamente corto y profundos e inteligentes ojos azules, la tornan sino en la epitome de un ángel caído del cielo, pues entonces, en el equivalente en vida de Afrodita versión caucásica.

Apenas se sentó, fui al frigobar.

-         ¿Quieres algo para beber?

·        ¿Debería hacerlo?

Y esa cautela en sus ojos me fascinó nuevamente.

Como mencioné anteriormente, a pesar de todo, este sigue siendo un terreno inestable para mí.

Pero ver sus ojos y esa chispa de inteligencia y soberbia, me daban  aires para que sí pasara algo entre nosotros…

-         No lo sé. Yo no bebo.- le dije, ofreciéndole un jugo de uva.- Mi hermano tuvo problemas de alcoholismo y nunca me ha gustado la idea de emborracharme.

Al escucharme decir eso, hizo un gesto con los labios y abrió con mayor confianza la botella.

-         ¡Ahh, me encanta tu país!- le dije, tras sorber un trago de jugo de durazno.- En mi país, también las venden. Pero es casi como una bebida elegante y debes pedirla aparte. Aquí, en cambio, puedes ir y comprarla sin problemas en cualquier lugar.

Nuevamente, volvió a sonreír y probó otro sorbo de su trago.

·        Bueno…- dijo entonces, sonriendo más impaciente, pero también, más juguetona.- ¿Qué haremos?

Para ser su primera vez, me sorprendió que fuese tan directa.

-         Pues… conversar un poco.

·        ¿Conversar?- preguntó, casi exaltada, a lo que me reí.

-         ¡Sí! ¿Qué esperas? ¿Qué tengamos sexo así como así?

-         Pues… no… por supuesto que no… solo…

Y su inconclusa defensa perdió fuerza al mirarme a los ojos.

-         Mira, esto es como comprar un auto.- le dije, tratando de calmarla.

·        ¿Comprar un auto?- repitió con desconfianza.

-         Así es.

·        ¿Es como hacer un robo y también, como comprar un auto?- consultó de nuevo, pero sonriendo con una mirada llena de picardía.

En esos  momentos, sentí una chispa entre nosotros: A Sarah le gusta el juego del gato y del ratón.

-         Pues, sí.- respondí derrotado y sonriendo, bebiendo otro sorbo.- ¿Acaso sé si te gusta que te azoten o te encadenen? ¿Cómo te gusta que te besen? ¿O qué opinas del sexo oral?

Al mencionar aquello, se puso de inmediato en la defensiva.

·        ¡Oh, no! ¡Lo siento, amigo, no!- respondió ella, poniéndose de pie y señalándome con el dedo de forma amenazante (?).- Si acaso tú piensas que me sentaré aquí a meterme tus cosas por la boca, yo…

-         ¿Quién dijo que tú me ibas a dar sexo oral?- pregunté, viéndola tan graciosa.

Quedó casi sin palabras…

·        ¿Quieres decir…?

Y su expresión confundida me causó entre lástima y gracia, porque nunca se planteó la posibilidad de recibir aquello (Además de cuestionarme cuál es el repertorio sexual del australiano promedio).

Le pedí que se volviera a sentar y esta vez, lo hizo con mayores ánimos.

-         Es importante conocernos.- le dije, en un tono más serio.- No quiero que esto sea algo de una sola vez… (le tomé suavemente la mano) y tampoco se trata que solamente yo sienta placer. Tengo que saber qué te gusta. Cómo dártelo…

Y aunque suene cursi, le terminé besando el dedo anular, que la terminó desarmando.

Nos contamos nuestras respectivas historias.

Sarah había entrado a la escuela de leyes y fue durante una de sus prácticas profesionales donde conoció a Gavin, un abogado de mediana edad, rubio, de ojos celestes, casado y que trabajaba para la firma en donde Sarah tuvo su pasantía, con quien tuvo un affaire, del cual nació Brenda.

Y a cambio que Sarah guardase su silencio sobre la paternidad de su bebé, Gavin no solo se comprometió con pagar sus estudios y la mantención de Brenda en secreto, sino que también, de conseguirle un puesto en otro bufete de abogados.

Por otro lado, para ella fue refrescante oír mi versión de los hechos, dado que además de confirmarle la historia que Marisol le había contado (que es la que más me agrada de las 2), mi perspectiva es la de un universitario responsable y miedoso, que intenta todo lo posible por no cometer una ilegalidad con su mejor amiga y enamorada y cómo esa relación fue evolucionando hasta que eventualmente nos casamos.

Y para esos momentos, las miradas que nos habíamos dado hicieron una especie de contacto.

No me resulta fácil de describir, pero podría decir que sin palabras ni gestos directos, estábamos “listos” para lo que viniera…

Aunque ese “listo” no estuviese definido de por sí…

-         Bueno… sobre los besos…- empecé, sentándome a su lado y tomándole la mano.

·        Sí… los besos… - respondió, poniéndose tensa y nerviosa.

-         ¿Tienes alguna preferencia?- pregunté, acariciando su mano.

Podía sentirse la tensión electrizante en el sudor casi frio de sus manos.

·        No… ninguna… ya sabes… “normales”…

Estábamos a escasos centímetros de separación.

-         ¿Qué quieres decir con “normales”?- pregunté en un tono más bajo.

Solté un suspiro en su mentón, que le dio un escalofrío.

·        N-n-normales… tú sabes…- fue lo que respondió.

Retrocedí un poco y ella se avergonzó más.

Mi único pensamiento en esos momentos era “¿Será posible…?”, porque sus actitudes me parecían sospechosas.

-         ¿Y… cómo son estos besos… normales?- pregunté, acercándome más a ella y secuestrándola del mentón.

·        Tú sabes… normales… normales- respondió completamente indefensa, sin saber cómo ubicar los labios.

-         ¿Es esto un beso normal?- le pregunté.

Y empujé suave, contactando con sus labios. Se dejó llevar y apoyó sus brazos sobre mis hombros.

No hubo contacto de lengua. Más que todo, intercambio de vaho, pero nada más.

·        ¡Sí! ¡Eso!- respondió ella, con una sonrisa de dicha y sus ojitos cerrados, cuando nos pudimos despegar.

-         Ok. ¿Y qué opinas de esto?

Arremetí nuevamente, pero en esta ocasión, acaricié su lengua. Por unos segundos, se retractó, pero al ver que yo no insistía en buscarla, volvió para tocarme y reconocer la mía.

Por mi parte, mis manos tomaban mayor confianza. Había montado base en su rodilla izquierda y me preparaba para iniciar el ascenso.

·        ¡No, No! ¡Ese está bien también! ¡Está bien!- respondía con una mayor sonrisa, como si hubiese bebido algo más refrescante.

-         Porque ese fue un “beso suave”…

·        ¿Un beso suave?...- preguntó en un tono inexperto, pero melodioso acento inglés.

(A soft kiss?...)

-         Un beso suave. Si quieres, puedo mostrarte uno más profundo.

Esta vez, arremetí con todo. Abalancé mi cuerpo sobre ella, quien envolvía mi cabeza con sus manos.
Nuestra respiración era entrecortada y ansiosa y yo acariciaba sin pudor su muslo interno.

·        ¡D-d-detente, por favor!- me pidió, apartando mi cabeza y prácticamente resoplando.

Pude sentir como si mis pulmones se agolparan por la inercia.

-         ¡Síiii!- respondí, soltando aire como locomotora de vapor.

Su mirada se tornó grave.

·        ¡Vas muy rápido!- señaló con su mirada clavada en mi mano sobre su muslo.

Todavía intentaba volver a mi centro…

-         ¿Voy muy rápido?

·        ¡Sí!... quiero decir… ¡No!...- espetó, tratando de racionalizarlo.

Sentía los testículos hinchados y me tuve que abrir de piernas.

-         Sarah, ¿Cuándo fue la última vez que estuviste con otro hombre?

·        ¿Qué? ¿Por qué preguntas eso?- Exclamó, tornándose a la defensiva nuevamente.

Le di un suspiro y una sonrisa, confirmando mis sospechas.

-         ¡No lo sé! Tu actitud. Te notas tensa…

·        ¡Tú no me conoces!- espetó enfurecida.

-         ¡Bien! Entonces, están tus besos…

·        Eso… eso… ¡Eso no significa nada!- exclamó en una defensa desesperada.

-         Te equivocas.- le respondí, volviendo a mis cabales.- Un beso con lengua viene de una relación duradera.

·        ¡Tú no me conoces!- insistió nuevamente, montando una “muralla china”.

-         ¿Cuántos años?- insistí, insufrible.

Volví a preguntar y a regañadientes y mirando hacia abajo, respondió:

·        4 años.

Respiré más aliviado.

-         Bien. Vamos progresando.- le dije en tono de broma.

Me miró por curiosidad, más que todo. Por si me reía de ella.

-         Yo quiero tocarte, pero si te pones así, deberíamos dejarlo…

Por reflejo, tomó mi mano con desesperación.

·        ¡No! ¡Lo siento!- exclamó con aflicción.- ¡Lo haces bien!... ¡Soy solo yo!

Apoyé mis codos sobre las rodillas.

-         Sarah… yo quiero acostarme contigo… pero si no te sientes bien…

Su mirada se iluminó y sus mejillas se encendieron al escucharme.

·        ¡No, está bien! ¡Está bien! ¡Seré buena! ¡Lo prometo!- sonrió para complacerme.

Yo no estaba convencido…

-         Sarah… necesito saber qué te gusta y cómo tocarte… y debes sentirte cómoda cuando lo hago… porque tengo curiosidad.

Aquello volvió a encender su rostro.

·        ¡Está bien!... solo… ve más lento…- respondió casi con resignación.

Intenté retomar el ritmo que llevábamos. No había dudas que le gustaban mis besos, pero mi ascenso se volvió dificultoso, dado que cerraba las piernas y atrapaba mi mano.

·        ¡No vayas tan rápido!- me susurraba sin soltarme demasiado.

Pero llegó a tal punto, que decidí hacer trampa e ir directo a su pantalón por arriba.

·        ¡No! ¡No hagas eso!- me pidió cuando intentaba desabrochar su pantalón.

Sus piernas se entrecruzaban inquietas, como marejada en tormenta.

-         ¡Quiero saber cómo te sientes!

·        ¡No! ¡No lo hagas! ¡Por favor!- me suplicó, pero en un tono que denotaba demasiado placer.

Eventualmente, me cabreé y deslice mi mano entre su piel y el pantalón.

Paró de besarme y se irguió en placer.

·        ¡Nooo!... ¡No lo hagas!- suplicaba de nuevo, de forma cariñosa.

Pero yo había encontrado lo que buscaba: humedad.

Y palpaba el clítoris y el contorno de su vagina a duras penas, por lo estrecho del espacio.

·        ¡Nooo! ¡Espera! ¡Detente!- pedía ella en voz melosa, cubriéndose el rostro con sus manos.

Pero cediéndome la suficiente libertad para desabrochar el desgraciado pantalón.

Lo que encontré, me fue grato: un calzoncito blanco, de seda, muy diligente y con una mayor libertad, podía explorar a mis anchas.

Y reflexionaba con mi esposa días después, que me da cierto morbo hacerlo con la ropa interior puesta, porque entremezcla un sentimiento de tabú, delicadeza y poder que me resulta extremadamente grato.

Era interesante ver cómo reaccionaba su cuerpo al deslizar mi dedo sobre su zona erógena y los espasmos que le producían, que parecían transmitirse por todo su cuerpo.

Y una vez más, sin sacarle la última prenda, toqué su piel directamente.

·        ¡No, por favor! ¡No, por favor! ¡No, por favor!- repetía en un mantra indeciso.

Deslicé solo el dedo del corazón y la sensación que sentí, no tuvo igual.

Intentaba explicarle a mi esposa que el cuerpo de Sarah se asemejaba a la virginidad de Amelia (mi cuñada), en la manera que pocas veces he sentido tanta presión sobre un mismo dedo.

Peor todavía, es que buscaba engullirlo entero y sin dejarme meter otro.

Sarah, por otra parte, gemía en placer, pero todavía se aguantaba.

·        ¡No, por favor! ¡No lo hagas! ¡Ahhh! ¡No me toques! ¡Por favor!

Pero lo decía ella más por vergüenza que por molestia.

Por mi parte, estaba intrigado. Quería meter un segundo dedo, pero su agujero estaba tan apretado, que debía prácticamente forzarlo.

Y cuando eventualmente, logré hacerlo y empezar a insertarlo, ella “disfrutó demasiado”…

·        ¡Oh, no! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡No quise hacerlo! ¡No quise hacerlo!- replicó acongojada.

“Pero ¿Qué hombre no le gustaría que le acabase una mujer encima?” pensé en esos momentos, aunque mi subconsciente me dio la respuesta al instante:

“Los que no les atraen las mujeres.”

Proseguí masturbándola con dificultad, con ella soltando suspiros vagos de satisfacción. Pero a medida que lo iba haciendo, esa vagina sonrosada y ardiente me causaba mayor curiosidad.

¿Qué sabor tendría?

·        ¿Qué pasa? ¿Por qué te detienes?- preguntó, parando de sollozar.

Para erguirse nuevamente al sentir mi lengua.

·        ¡Oh, dios! ¿Qué haces?... ¡No lo hagas!... ¡No me lamas así!... ¡Yo…!

Y lo que era de esperarse, que su cuerpo volvió a contraerse en un orgasmo, inundando mi rostro con su carga.

Su zumo era amargo y cuantioso, pero yo me dedicaba de lamerlo lo mejor que podía, sonriendo al pensar que pudo ser el de Marisol.

·        ¡Nooo! ¡Detente! ¡No sigas! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Ahhhh!- replicaba su voz melosa, pero sus piernas, que minutos antes, se cerraban como prensas, estaban laxas, relajadas y abiertas.

Lamí por alrededor de unos 15, 20 minutos, aprovechando también de deslizar mi lengua un poco más, cuando mordisqueaba un poco su clítoris.

Debió acabar mínimo unas 4 o 5 veces más y cuando me puse de pie, su rostro sonreía con gran placer.

-         Creo que será todo por hoy.- le dije, poniéndome de pie sobre sus piernas aún abiertas e incluso, aun dispuestas a que siguiéramos.

Pero eran ya pasadas las 7 y debíamos volver. Le ayudé a incorporarse y le sugerí que se duchara, mientras me lavaba la cara.

Sarah, dudosa, no se atrevía a desnudarse mientras estuviese en el baño y tampoco, a decírmelo, por lo que cuando quedé moderadamente limpio, salí.

En el intertanto, busqué nuestras cosas, bebí el resto de mi jugo y me senté a esperar.

Mi mayor sorpresa fue que hasta se lavó el pelo, cuando esperaba que simplemente, limpiase sus partes.

·        ¿Qué?- volvió a preguntar al ver mi rostro inerme en asombro, en un rezongo avergonzado que me recordó a mi “Amazona española”.

No valía la pena que lo mencionara, si nada se podía hacer al respecto.

En el trayecto de regreso, tuve que hacerme a la orilla.

-         ¡Oye, vamos!- le dije en tono juguetón.- El asalta bancos no le sonríe al chofer de huida de esa manera.

Volvió a encender más sus mejillas, incrementando la ternura de su mirada.

·        ¡Lo siento!- respondió, cubriendo su rostro, pero no disimulando su sonrisa.- ¡Nunca había hecho algo así!

-         Pues debes disimularlo.- le espeté.- ¿Qué dirá Brenda si te ve sonreír así?

·        ¡Lo sé! ¡Lo sé!- respondió y nuestros ojos se encontraron nuevamente.- Pero no puedo evitarlo.

-         ¡Tienes que hacerlo! ¡Pensé que serías más discreta, como eres abogada!

·        Pues… ¡Mi cliente nunca me ha hecho accesorio de su crimen!- remató ella, con mayor picardía.

Volvimos a la marcha y avanzando un poco más, creo que tuvo remordimientos.

·        Lo único que lamento es que no hice nada por ti.

-         ¡Oh, no! ¡Te equivocas!- respondí, imaginando las expectativas.- La que va a pagar las consecuencias será Marisol, durante la noche…

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Y cuando le dije eso a mi esposa, reiniciamos nuestro amor desbocado por todo el resto de la noche.

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Pero ya llegando al estacionamiento, le dije que se detuviera, cuando marchaba hacia el ascensor.

No sé qué pensó al verme abrir el portamaletas y sacar un paquete con papel higiénico para ella y unos envases de leche con chocolate para mí.

-         Fuiste al supermercado, ¿Recuerdas? Es natural que traigas algo que necesitaras…

Volvió a sonrojarse y al mirar su contenido, preguntó:

·        ¿Cuándo volveremos… a hacerlo?

(When will we… do it again?)

Y tenía pensada una respuesta…

Pero al ver algo en sus ojos, una especie de ansiedad viciosa que no se disiparía por el resto de la semana, la cambié por otra.

-         No sé.- le “medio mentí”, porque mis fundamentos son reales.- Ellos encargan para 2 semanas.

Su rostro mostró un poco de desilusión.

·        Entiendo.- replicó ella, en voz suave.- pero por favor, ¡Llámame!

Y así hemos estado estos días, con ella preguntándole cada noche a Marisol cuándo iremos de compras.


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3 comentarios - Un crimen perfecto (II y final)

omar698 +1
Cada vez mas seguido seran esas compras jeje
😋
metalchono
Ni que lo digas, amigo. Mañana tenemos una. Saludos y gracias por comentar.
lenguafacil +1
es tremendo como me gustan sus relatos, de ambos...
queria contarles que hoy confirmamos nuestra 3er descendencia, el 1er varon...
no tiene nada que ver con nada, pero me pone contento ver una vida de padres como ustedes, con una vida sexual tan caliente... los admiro... y sigo esperando más relatos
metalchono
¡Felicitaciones! La verdad, también deseaba tener otro niño aparte de Bastiancito y esta vez, con mi esposa. Pero si te soy sincero, las pequeñas me tienen bastante entretenido y están en esa edad que son graciosas y extrañas. Como sea, cualquier hijo es una bendición y te felicito. Que todo salga bien.
pepeluchelopez
genial, sutil, rico, todo al estilo de un maestro, saludos