Apuesta perdida, cogida FLOR

Con mi marido Miguel, nos llevamos de maravilla, en general y, en particular, en la cama.
Sin embargo, de tanto en tanto, en este último aspecto recurrimos al concurso de terceros yo, terceras él. Es decir, no conseguimos controlar el impulso de tener sexo con alguien más que con el/la conyugue.
Antes del día que relato, yo había presenciado como Miguel se cogía la esposa de un amigo, en una noche de intercambio de parejas imprevisto, pero él no había presenciado ninguna de mis escapadas sexuales.

Un día, volvió a nuestra ciudad, después de una prolongada ausencia, un antiguo compañero de universidad de Miguel.
Guido es su nombre y es un hombre de conversar ingenioso, rostro atrayente, cuerpo atlético, de buen aspecto y caminar decidido.
Durante su estadía, laboral, por lo menos una vez por semana, salíamos a cenar los tres, Guido, Miguel y yo, o los cuatro, un par de veces que Chela, la esposa de Guido, vino a la ciudad, dejando los hijos al cuidado de su madre, para compartir toda una semana con el marido.
Disfrutábamos de cenas, muy gratas y placenteras, en distintos restaurantes.
De regreso a casa, después de la quinta cena compartida Miguel, medio en broma, medio en serio:
-¡Che…Laura, Guido te está mirando con “cariño”, con ganas de voltearte!-
-¡Qué decisss? ¡Por favor…. estas meando, fuera del tarro, un kilómetro!-
-¡Créemelo que es así, está al palo con vos!-
-¡Dejá de fantasear! Nunca hubo cumplidos, halagos, mohines, indirectas ni miradas sugerentes, para mí, de parte de él. Estás divagando.-
-Porque estuve siempre presente o cerca yo. Te apuesto que si tiene oportunidad de estar a solas contigo, un buen rato, te “suelta los perros”-
Discutimos un poco más, ese miércoles, hubo algunas alusiones e insinuaciones sobre el tema de Miguel los días siguientes, hasta que el martes:
-Laura, reservé mesa para tres en Cabaña LL, para mañana-
Ese restaurante es, lejos mi preferido, aunque por ser muy caro, vamos escasas veces.
-¡Qué bueno querido, lo voy a disfrutar un montón, gracias!-
-Seguro que sí- replicó con picardía en los ojos.
Enseguida blanqueó su intención deshonesta y picante:
-La mesa es para tres pero……. sólo van a cenar dos, vos y Guido-
-¿Comooo?..... –
-Ya está arreglado. Reservada la mesa ayer, hoy lo llamé a Guido y le dije que lamentablemente debía viajar mañana…… Me dijo “lástima otra vez será”. Le alegué que vos estabas muy entusiasmada por ir al lugar, que era difícil conseguir otra reservación a la brevedad, le pedí que nos hiciese el favor de acompañarte. Que sí, que no al final “agarró viaje” así que mañana es “todo tuyo y vos toda suya.-
Al cabo del altercado y de mis improperios por lo que había armado, acepté cenar con Guido. “No creo que prospere un amorío” pensaba, pero “es guapo, hermoso, grato a la vista y de trato agradable. La voy a pasar bien” concluí.
“Por si las moscas” ante posibles eventualidades, pedí turno a mi depiladora, a mi manicura, a mi peluquera, me arreglé y produje con sumo cuidado.
A la hora de que Guido, me pasó a buscar, estaba montada en tacones largos, pollera corta y ajustada, blusa con escote sugestivo.
Al verme Miguel:
-¡Estás para provocarle una erección a una momia de faraón! Estoy tentado a ir contigo a la cena.-
Por supuesto salí sola de casa, en el coche de mi acompañante. Mi marido se despidió con un beso y:
-…. No te preocupés si cuando vuelvas no estoy, voy al club hasta por lo menos la media noche-

En el restaurante, antes de elegir el plato de entrada, supe que Miguel había ganado la apuesta: Guido me quería voltear. No disimuló su intención y me “ametralló” con zalamerías, elogios empalagosos y caricias en manos y mejillas. Empalagoso pero efectivo. No tardé en mojarme y, entre el plato principal y el postre, me sorprendí con una mano apretando el molinillo de la pimienta de madera (grueso, largo, como 20 cm y cabezón) alucinando que estaba manoseando la verga de Guido. Salteamos el café y, pagada la cuenta, subimos al auto que trajo el valet del estacionamiento. En el primer semáforo en rojo, me besó intensamente y metió manos a tetas y piernas. En el siguiente repitió el beso pero su mano alcanzó mi entrepiernas.
Me dio a elegir dónde ir, suponía que le sugeriría un hotel alojamiento.
-Vamos a casa, los chicos están con la abuela, mi auto está en reparación así que podes entrar en el garaje y Miguel no está.-
-Claro está de viaje- murmuró sonriendo y pregustando lo que se venía.
Al llegar, me sorprendió ver en el garaje, el auto de Miguel, “habrá ido al club en el auto de un amigo” pensé.
Apagado el motor del auto de Guido, nos besamos y manoseamos alevosamente, antes de bajar.
Al abrir la puerta del pasillo al que dan las puertas del dormitorio, living comedor y del estudio, donde Miguel trabaja cuando está en casa y pasar frente a esta puerta alcancé a vislumbrar, de reojo en la oscuridad, el tenue brillo de la notebook con la pantalla plegada, pero no apagada. Miguel estaba en casa e intentó pasar desapercibido. Lo consiguió con Guido, no conmigo.
Le pedí, a éste, que se sentase en el sofá y esperase que fuera al baño. Antes de volver al living, abrí las persianas del ventanal del dormitorio, al jardín.
Guido me abrazó y nos besamos apasionadamente. Sus manos incursionaron por mis tetas, mi espalda, culo y levantada la pollera, embistieron con ímpetu y ardor mi concha y nalgas.
En la penumbra del pasillo, entreví la silueta de Miguel. Estaba presenciando nuestro entrevero libidinoso. Aumenté el volumen de mis suspiros y gemidos de placer.
Perdí, rápidamente, blusa y corpiño, Guido me acostó en el sofá, y me quitó pollera, bombacha y zapatos. Se deshizo de sus prendas. Cuando deslizó hacia abajo su slip, lo vi muy bien dotado, no daba las 8 pulgadas del molinillo de pimienta de Cabaña LL, quizás un par menos (andaría por los 16 a 17 cm) pero en grosor y cabeza, competía.
No se entretuvo en rodeos, se instaló entre mis piernas, y averiguó:
-¿Cómo andamos de anticoncepción, linda?-
Lo tranquilicé, me penetró y cogió por largos minutos. Yo por goce genuino, por supuesto, soltaba gemidos, grititos, suspiros, frases puercas, etc…pero también por la conciencia de que Miguel estaba viendo y oyendo. Hasta que, me invadió el desvariar, la razón perturbada, la emoción de un orgasmo grandioso e hice patente mi intensa pasión, gritándola a viva voz. Guido fue “civilizado” para exteriorizar su orgasmo, lo salvaje lo reservó a su eyacular, en mis entrañas.
Seguimos superpuestos, él dentro de mí perdiendo rigidez e intercambiando besos y halagos. Tras recuperar alientos y una ducha con obscenidades bajo la lluvia de agua tibia, compartidas, pasamos a la cama matrimonial.
Allí Guido se zambulló de cabeza entre mis piernas. La mamada fue intensa, extraordinariamente placentera, hizo correrme, por primera vez, en el dormitorio, esa noche. De vuelta de la alteración intensa del orgasmo, le manotee la verga templada, comprobé, en mi boca, su talla considerable, que había disfrutado poco antes cuando la tuve adentro, en el sofá.
El polvo, final, fue embriagador, enajenante, me transportó al paraíso de las esposas infieles. El “viaje” fue matizado por suspiros, gritos, frases entrecortadas, exabruptos, halagos y caricias. Todo, como supuse y acerté, oído y presenciado por Miguel, a través del ventanal abierto.
Una vez que cerré el portón del garaje tras la salida de Guido en su auto, casi de inmediato, “apareció” Miguel.
-¡Estuvo movida la sobremesa de la cena con mi excompañero. ¿No es así Laurita?-
-¡Nobleza obliga: tenías razón vos, perdí la apuesta!-
Estaba cubierta sólo por un salto de cama rosado. A pesar de sentirme agotada por el trajín con Guido, Miguel reclamó su derecho marital. Tenía una erección descomunal.
Otra vez en el dormitorio, perdí la bata, me metió dedos en la concha, aún húmeda por mis humores y por el semen de Guido, me montó y cogió con brío y pasión. Tras la culminación, hablamos de la experiencia, inédita para ambos, la mía cogiendo con otro mientras mi marido lo presenciaba, la de él, viendo y escuchando mi entrevero con otro.

Las cenas de a tres, siguieron, mientras Guido siguió en la ciudad. Hubo sólo una más de a dos, con sobremesa en un telo, esta vez.

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