Mi regalo de cumpleaños

Cuatro días antes había cumplido por fin mis tan esperados dieciocho años y, a decir verdad, la fiesta fue bastante mediocre. Me cogió en época de exámenes, con trabajos que entregar en clase y, en resumen, mi fiesta se basó en una comida con la familia y muchas horas de estudio. De todas formas, mis amigos y yo decidimos celebrarlo a lo grande: música, alcohol y una striper. No tengo ni la menor idea de cuánto se gastaron en esa fiesta, pero seguro que les dolió el bolsillo a la hora de pagar. La idea era buenísima. Bailaríamos y beberíamos hasta las diez de la noche, que llegaría la striper para hacernos un bailecito y para darnos todo lo que pidiéramos hasta las doce. Para que no se nos vieran las caras, nos taparíamos con máscaras, como si fuera carnaval. Al principio me lo tomé como una broma, que ellos no se iban a gastar tanto dinero en mi cumpleaños, pero por lo que pude ver tengo unos amigos más generosos de lo que creía (bueno, al final ellos también salían ganando con todo ello).
Llegué al piso que habían alquilado para esa noche sobre las siete de la tarde y ellos ya lo habían decorado todo con bandas con mi nombre, luces de discoteca y, para recibirme, mi canción favorita. Entre abrazos, risas y felicitaciones, empezaron a correr la coca-cola, el ron, el whiskey, el vodka y el tequila y empezamos a cantar y a bailar. En total éramos cinco. Para no dar rodeos, he de decir que la diversión de esas horas no tuvo nada que ver con la experiencia con la chica que habían contratado. 
Como podréis comprender, estaba excitado. Había ido allí casi a ciegas, no sabía qué clase de mujer habían contratado y me pasé gran parte de la fiesta tratando de sacarles detalles sobre ella: si era rubia o morena, alta o baja, joven o madurita, con formas o sin ellas... Quise saber desde el detalle más simple hasta el más íntimo y, hasta las diez que tocaron al timbre, no pude sacar nada sobre ella. Antes de que llegara la hora acordada intentamos recoger todo el desastre para estar más cómodos y nos pusimos nuestros disfraces y máscaras. Si os digo la verdad, estábamos graciosos y ridículos a partes iguales. Uno de vampiro, otro de vaquero con una careta de calavera o un pirata con un pasa-montañas negra... En fin, trajes sin sentido que nos darían más morbo y nos evitarían ser reconocidos. Cuando sonó el timbre, ya estábamos todos listos. Nos sentamos en un sofá mientras Álex abría la puerta a la striper contratada. Antes de que entrara, los cinco ya nos habíamos acomodado, entusiasmados por el espectáculo y medio mareados por el alcohol.
La chica entró poco después, enfundada en un traje de cuero negro muy ceñido al cuerpo y con una máscara de plumas también negras que le tapaban casi toda la cara. Antes de empezar con su número se mordió el labio inferior, rojo y grueso, con una sensualidad ardiente y se puso justo bajo el foco que le hacía brillar el traje y le marcaba las formas rotundas de su cuerpo. Se puso de espaldas y se inclinó hacia delante para enseñarnos un culo casi perfecto, gordito y blando, que se apretó y ambas manos para después azotarlo con todas sus fuerzas. Soltó un gemido. Luego se quitó los guantes y los arrojó al suelo, se puso de rodillas y, como una dulce gatita, se acercó a mí con una mirada erótica y me puso la mano derecha en su seno izquierdo y, con la suya, me obligó a apretárselo. Mis amigos me animaban y se reían y yo, con la cara ardiendo tras la máscara, sentí el pecho redondo y enorme de la chica que se intuía con el traje de cuero, que lo hacía más duro de lo que debía ser. Su otra mano se desplazó hasta mi entrepierna, acarició el pene duro y que apretaba la bragueta y, tirando del pantalón, lo sacó para dejarlo libre mientras se le escapaba uan risita pícara que me puso aún más caliente. Mias amigos, para no quedarse atrás, dejaron al aire sus miembros también duros y la animaron a seguir.
Volvió a ponerse bajo la luz y a bailar con toda la sensualidad que podía mientras, poco a poco, se quitaba la ropa. Lo primero que dejó a la vista fueron sus piernas y su enorme culo bien formado. Tenía las piernas blancas, con varios lunares y, aunque había algunas estrías, las mantenía largas y hermosas. Se vino a sentar sobre mi polla que, si era posible, estaba cada vez más dura, y frotó su gigantesco culo con ella de arriba a abajo. Ella gemía y gemía de placer y los demás le acariciaban las piernas o trataban de besarle los pechos enfundados. Ante las ansias del público, me pidió que le bajara la cremallera de la parte de arriba. Temblando por los nervios, me costó acertar y, con dificultad, se la bajé retirando la media melena castaña hasta dejarla en la mitad de la espalda. Ella hizo el resto del trabajo. Se giró y apoyó sus tetas guardadas donde antes había estado su culo y, de rodillas, se libró del traje y pude sentir el calor de su genersos senos, que subieron hasta mi cara para poder disfrutar mejor de su vista. ¡Ojalá no hubiera tenido la maldita máscara puesta! Habría sido tan placentero... En fin, tenía los pezones rosados, un poco grandes y totalmente enhiestos como mi polla, las tetas le caían, fantásticas, apuntando a un vientre que no acababa de estar plano. Eran imperfecciones sin importancia que hacían que la striper fuera aún más apetecible. En ese momento quise follármela y dejar los bailes de una vez. Fui egoísta, porque antes quise saber quién se escondía tras la máscara sin que ella supiera mi identidad. De su cara solo conocía los labios gruesos y sensuales y unos ojos grandes y castaños, pero nada más. Ella de rodillas y yo de pie, le quitá las plumas negras y la sorpresa fue aún mayor. Conocía a aquella mujer que tanto placer me estaba proporcionando y que me había puesto duro mi miembro. De hecho, la conocía mejor de lo que me hubiera gustado porque, para mazazo sobre mi cabeza, la striper era... mi tía. Quizás fuera el alcohol o que no habíamos cruzado n una palabra en todo el rato, la cuestión es que ella no me reconoció a mí (si lo había hecho, no había dado muestras de ello) y yo no la reconocí a ella hasta ese preciso instante. Me dio asco y me excitó al mismo tiempo porque ella había llenado algunas de mis fantasías sexuales desde hacía años. La verdad es que, pese a sus cuarenta años, se conservaba muy bien y tenía un cuerpazo que muchas de mis compañeras de clase envidiarían. Como os he dicho, un buen culo, unas piernas largas y perfectas, unas tetas impresionantes, ricas curvas y una cara dulce y pícara, sensual y apetecible. Alguna vez me había hecho pajas pensando en ella, pero jamás llegué a imaginar que ella se dedicaría a eso (trabajaba en una empresa de administración de empresas) y que mis fantasías se iban a hacer realidad. 
Cuando quise cortar la función, creyéndome incapaz de cogerme a mi tía, ella se metió mi polla en su boca y sentí su interior húmedo y caliente. Instintivamente mis ojos miraron al techo y tuve que agarrarle la cabeza para ser yo el que tomara el control de la situación. No sé por qué quise someterla, pero ella se dejó hacer y yo se la metí los más profundo que pude, se la dejé dentro hasta que ella daba muestras de que se atragantaba y se la sacaba. Animados, mis amigos empezaron a toquetearla y a frotar sus miembros con su cuerpo. Mi intención fue pararlos, bastante tenía con cometer incesto como para montarme una orgía con mi tía, pero ella fue más rápida y agarró dos pollas con sus manos y se puso a pajearlas sin descanso. Las soltaba y cogía otras dos, se quitaba mi polla de la boca y se metía otra, así hasta que tuvo un círculo de rabos alrededor y le era fácil elegir qué se llavaba a la boca y qué agarraba con las manos. Los sonidos de su boca al mamar nos volvían locos, su cara de placer, roja por el calor, las lágrimas por el atragantamiento nos excitaban y a mí, saber que era mi tía y que estaba viendo botar sus tetas de un lado para otro cuando se movía para cambiar de salchicha me calentaba demasiado. No sé ni como aguanté tanto rato sin correrme.
Todo mejoró cuando uno de mis amigos se tumbó en el suelo y la sentó sobre él, penetrándola por su culo. Yo, que no podía evitar la rabia, fui corriendo a metérsela en el coño húmedo y delicioso. Así, fuimos completando huecos y uno le cubrió la boca y los otros dos las manos que estaban libres. La hacíamos saltar y moverse de arriba para abajo para que sintiera nuestras pollas en la dobre penetración. De ven en cuando, si no podía contener más el orgamo, se quitaba el rabo de la boca y lanzaba un grito cachondo de placer puro. Yo tenía la suerte de estar de frente, así que veía cómo le botaban las tetas y se las agarraba, las acariciaba y me inclinaba para chuparle los pezones (intentando no rozarle con los penes de mis amigos). 
-Seguid así... Sí... sí... sí... ¡DIOS! JODER, así... 
Eso era lo único que escuchábamos de ella. Nosotros soltábamos bufidos de animales. Cuando nos cansamos de esa postura, hicimos un cambio, el único de la noche. No pude probar su culo, se me adelantaron, así que me conformé de nuevo con su boca profunda y se la metí otra vez hasta el fondo, con mis huevos pegando en su nariz. Seguí cogiéndole las tetas, pero ya no podía lamerlas ni besarlas. No se puede tener todo en esta vida.
-¡Ufff! Me corro, me corro...
-Yo también... ¡No puedo más!
Los dos que ocupaban sus manos estaban a punto de derramarse. Ahí terminó el festín de mi tía para nosotros. Estábamos todos igual.
-Hacedlo en mi boca, por favor... En mi boca...
Le faltaba el aliento. Nos habíamos portado bien. Estaba destrozada y agotada, al día siguiente no podría ni moverse ni sentarse. Volvimos a hacer un círculo a su alrededor y, por turnos, fuimos dejando nuestra leche en su boca o, si no teníamos puntería, en su cara. Aguantamos como valientes para no corrernos todos a la vez. Ella cerró los ojos con placer, hizo gárgaras con todo el semen abundante de su boca y, jugando con la lengua, se lo tragó y nos enseñó la boca totalmente vacía. 
Antes de que se fuera, nos echamos una foto con ella. Mi polla tras su cabeza, cogiéndole con las manos las tetas (¡Dios como me gustan sus enormes pechos!), mis amigos cada uno con su lanza mirando a un lado y acariciando otra parte de su cuerpo y ella húmeda de nuestra saliva y de restos de leche en la cara. Se volvió a vestir con el traje negro y se puso la máscara y, al salir por la puerta, me senté en el sillón con las piernas temblando.
¿Qué había hecho? No sólo me había follado a mi tía, sino que había montado una orgía sin saberlo con ella. Era como una especie de violación y, a decir verdad, me había gustado demasiado. Me sentía mal, pero también necesitaba repetir esa experiencia. Ella y yo solos. La foto creo que serviría de chantaje suficiente, puede que así consiguiera algo y disfrutara de otra noche inigualable. Si no... siempre quedarían las máscaras y llamar a la striper, aunque nos dejáramos un riñón al contratarle, ¿verdad?

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