Arroz con leche (VIII)




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(Nota de Marco: Lamento la tardanza en volver a escribir, pero mi justificación pesa 1.4 kilogramos, es blanca y tiene los bellos ojos verdes de su madre.

La primera expresión que soltó nuestra Verito cuando conoció a su nueva hermana fue que parecía un pan de arroz y a pesar que Marisol y yo sonreímos con su comparación, nosotros, con toda nuestra educación y conocimiento, no fuimos capaces de encontrar mejores palabras para describirla.

Mi esposa, por otra parte, luce bella, con la templanza tras su agotadora jornada, porque a diferencia de las gemelas, que nacieron a través de cesárea, mi Ruiseñor decidió dar a luz a Alicia por parto normal.

Pero algo que le será difícil de creer es que nuestras niñas la extrañaron y la prueba más fehaciente de ello fue que cuando la dejamos en el hospital (le dieron 2 días de post- operatorio y para cuidar mejor a nuestra Alicia), fue que nuestras pequeñas cotorras regresaron al departamento calladas, casi sin hablar ninguna palabra.

Al acostarlas, les aseguré que todo estaba bien y que mamá volvería pronto, pero les costaba creerme y les prometí que las llevaría a verla el día siguiente. Que mamá estaba un poco cansada y que tenía que cuidar a Alicia, por lo que no se tenían que preocupar.

Finalmente, yo me encuentro muerto de cansancio y me cuesta dormir. Sonia me permitió tomarme 2 semanas enteras (Alicia nació el domingo de la semana pasada) e incluso vino de visita al hospital, para revisar a mi nueva hija. De más está decir que Bastían apenas comprendió que tiene una nueva hermana (recién en diciembre cumple 3) y que Elena se mostró un poco más condescendiente que lo que ahora acostumbra.

Pues bien, ahora quiero continuar con lo que había dejado pendiente…)

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Esa mañana, volví a despertar firmemente abrazado a Pamela. Estrujaba sus pechos con suavidad y su cuerpo tibio y sensual se apegaba a mis partes nobles, tentándome a tomarme el último día de trabajo que me quedaba.

*¡No te levantes, cariño!- susurró en un tono adormilado, al sentir que mi cuerpo empezaba a moverse.- Sigamos cogiendo un poco más.

Fue entonces que escabulló una mano bajo las sabanas y comenzó a manosearme. Su palma pequeña era fresca y empeñosa y poco a poco, me empezaba a revitalizar más.

Y volteando suavemente sobre mi brazo que usaba de cojín, cambió de mano, me miró con sus lindos ojos y sonrió travieso.

*¡Cógeme! ¿Cógeme, sí?- preguntó, acomodando mi punta en la entrada de sus labios.

Remató la acción con un fenomenal beso y con una mano incitadora que posó la mía sobre sus imponentes pechos. Poco a poco, me fue adentrando en ella, pero para mí, era algo inherente querer escapar.

- ¡Lo siento, Pamela, no puedo! ¡Debo ir a trabajar!

* Pero… ¡Ostias, cariño! ¡Que sois el jefe y seguro que podéis faltar! – Protestó mi morena compañera, sacudiéndose un poco más, para no poder huir de ella.

- Tú sabes que no… que no soy así…- respondí no tan convencido.

Pero eso fue suficiente para detenerla. Pamela se acomodó un poco el pelo y me miró de forma comprensiva con sus lindas aceitunas.

Tras el viaje a faena con ella (un par de años atrás), pudo comprender que mi trabajo me encanta y que también, poseo varias “trancas personales” (el hecho que pueda contener mis impulsos ante una mujer como ella) y que a pesar de ser el último día de trabajo, lo trabajaba hasta el final.

Aun así, sobé suavemente su pecho y la besé con ternura.

- Mañana estaré y me quedaré contigo…- le consolé.

* ¿De verdad?- preguntó ansiosa, pero desconfiada.

- ¡Sí, haré lo que me pidas!

Y se abalanzó muy agradecida a besarme, enterrando sus pechos y apegando nuestros sexos muy de cerca. En el fragor del combate, sin querer dejé escapar…

- ¡Marisol también me lo pedía los primeros días!

Eso la frenó en seco y la puso de vuelta en la tierra. Les doy mi palabra que decir aquello fue un accidente, pero Marisol también sabe que a veces, mis pensamientos se agolpan tanto, que digo cosas sin querer.

Y aunque no lo crean, pienso que fue un momento mágico: jamás habría creído en aquellos días donde Pamela era una chica desamparada, altanera y seductora, que también tuviese moral. O más bien, que el amor por su prima frenase sus instintos.

Puesto que efectivamente, nos miramos sin tranzar palabra. Los 2 sabemos que, a pesar que Marisol se excite con estas cosas, lo que hacemos está mal: ahora soy padre (en ese momento, de 3 y ahora, de 4), estoy felizmente casado y Pamela misma sabe que ni yo soy un facineroso que le gusta engañar a mi esposa, ni Marisol se merece esos tratos.

Por lo que volvió a cubrirse en su desnudez y me miró de la misma manera que esa mañana de septiembre de un par de años atrás, me echó de su cama: Yo soy de otra, y por lo tanto, debía volver con mi amada y mis hijas.

Mientras la veía cubrirse y darme la espalda, pensé en cuánto pagarían otros por estar con una mujer con semejante  cuerpo moreno.

Pero me reproché a mí mismo.

A Pamela le gusta el sexo, pero es ella la que siempre pone las reglas. No es de esas que circula por la calle, cazando hombres a diestra o siniestra (Y en realidad, nunca lo fue). Al contrario, ella los dejaba gravitar en torno a su belleza y aquel que encontraba lo suficientemente digno, se lo llevaba y le hacía pasar una noche maravillosa, hasta que al día siguiente, el amante furtivo se iba por sus propios medios.

Conmigo no fue así. Las noches que pasamos juntos con Pamela fueron ricas en pasión y lujuria, pero siempre la hice sentir querida. Tal vez, al principio la hice sentir como un objeto, dado que en ese tiempo, Marisol no tenía esos esponjosos pechos que la maternidad le brinda y Pamela sí los tenía, con generosidad inclusive.

Pero a medida que la fui conociendo, ese desprecio inicial por Pamela se fue transformando en lástima y en entendimiento, hasta que eventualmente, la terminé conociendo mejor que ella misma y brindándole una perspectiva de vida, que en el fondo sació los deseos de Marisol, que quería ver a su prima bien amada y verdaderamente enamorada.

Luego de salir de la ducha, caminé nervioso al dormitorio de las visitas. No tanto por remordimientos, sino que por lo que intuía que me esperaba tras la puerta.

Y en efecto, lo que encontré fue esa enorme, seductora y redonda luna blanca, adosada sensualmente a la cintura de mi esposa, quien durante la pasión de esa noche, aparte de dormir destapada, se durmió con un juguetito entre sus piernas.

- ¡Buenos días!- le dije, al acariciar los cabellos de su frente con suavidad.

Sus preciosos parpados se abrieron y sus lindas esmeraldas me contemplaron con la belleza de un amanecer.

+¡Buenos días, mi amor! ¿Cómo estás?

- Bastante bien… aunque veo que tú tampoco lo has pasado mal.- respondí, percatándome de ese sutil aroma en el ambiente.

Mi ruiseñor enrojeció con belleza y ternura.

+¡Ay, amor! ¡Es que anoche no pude contenerme!- contestó, con los ojitos a punto de llenarse de lágrimas.- Ayer fui al pasillo y los estuve escuchando… ¿No te enojas, verdad?

Y sonreí con desconcierto.

- ¡Claro que no! En realidad, me sorprende que no lo hicieras la primera noche.

+¿La… la pri-primera noche?- Tartamudeó un poco, apretando más las piernas y dejando escapar un breve quejido.

Y me reí un poco, porque sin dudas, la noche anterior lo había pasado extremadamente bien, solo con fluir su imaginación. Pero darse cuenta que había dejado pasar lo que realmente había ocurrido sin saberlo, le brindaba nuevos ánimos.

+Entonces… ¿Me traes el desayuno?- preguntó con cierto descaro, al clavar su mirada de becerro sediento sobre mi entrepierna.

Rápidamente, como resorte, me eché hacia atrás.

- ¡No, no! ¡Al contrario! Vine a solo ver cómo estabas… y pedirte permiso para que no me lo hicieras.

Eso indignó tremendamente a mi cónyuge, que se aferró a mí como un gancho.

+¿Por qué no? ¡No has dormido conmigo por 2 días!- me recriminó, en un fiero puchero.

- ¡Lo sé, Marisol y perdóname!- le imploré con verdadero pánico.- Pero hoy es mi último día en la oficina… sé que Gloria también me lo pedirá.

Aquello detuvo a mi esposa, mirándome con mayor comprensión, pero también, tornando su mirada antojadiza, como si hubiese untado mi instrumento sobre chocolate y mermelada.

Y aquí, debo explicar que estoy a punto de cumplir 36 años, que no me encuentro un “semental” que se meta con mujer tras mujer porque quiera y que mi señora constantemente me recrimina porque no presto atención a las mujeres que me coquetean.

Estoy muy consciente que de tener otra pareja, probablemente sea yo el de las cornamentas, en vista que me gusta más la vida familiar, el trabajo y estar con mi mujer. Pero Marisol, al igual que yo, tiene varias frustraciones de la infancia y una de sus grandes satisfacciones es sentir la envidia de otras mujeres, al estar casado conmigo y saber que solamente ellas pueden aspirar a unas cuantas horas de pasión, mientras que me tiene a su completa disposición según sus deseos.

+Pero yo soy tu esposa…- argumentó, ya preparándose para darme el piquete.

- ¡Lo sé!... pero Pamela… y anoche…

No pude seguir argumentando, dado que la boca de Marisol es estupenda. Y está mal que lo diga, pero la boca de mi esposa es, sin lugar a dudas, la de la mejor de las putas.

Quería argumentarle que el ritmo de Pamela en la cama era distinto, que me sentía más cansado, que no había estado con 2 mujeres al mismo tiempo desde un año…

Pero el ahínco y los labios de mi mujer eran una odisea completamente sobrenatural. Sus ojos se clavaban en mí, saboreando el glande de forma desmesurada y acariciando mis testículos con firmeza, pero a la vez con dulzura.

Su mejilla se hinchaba con la punta de mi rabo y me sentía morir. Aquel ardor persistente y molesto que crecía en la punta de mi glande, era amalgamado con el calor y la viscosidad de la saliva de mi esposa.

Y su succión era increíble: relajó su garganta lo suficiente, para acomodarme más y más, mientras que su rostro revoloteaba sobre mi rabo, suspirando y tocándose los pechos, mientras se afirmaba por detrás de mi cintura, para poder comerme mejor.

Hasta que eventual y literalmente, estallé en su boca, luego de un tiempo indeterminado, dado que me había puesto idiota.

Por supuesto, sus ojos dilatados en sorpresa más me excitaron y apoyando mis manos sobre su cabeza, le impedí que se apartara, sin que se tragara toda mi carga.

La experiencia fue tan satisfactoria que tuve que sentarme en la cama y mi esposa, como la putita viciosa que es, me siguió, sin despegarse más de 5 centímetros de mi rabo, lamiendo con dedicación.

+¡Mi amor! ¡Mi amor, yo sé que puedes! ¡Yo sé que siempre puedes!- exclamó, lamiendo los restos de mi falo como si fuera un helado.- Y siempre te queda cremita, súper rica para tragar.

- ¡Lo sé, Marisol! Pero me duele… me duele la punta.- le dije, relajándome un poco más.

Mi esposa me miró con desconcierto.

+¿Aquí?... ¿Aquí?... ¡Pero si esto es lo más rico!

Y se metió de nuevo la punta de mi falo entre sus labios. Su lengua acariciaba de una forma coqueta y cariñosa y verdaderamente, me alivió un poco el violento exabrupto. Pero cuando me encontré más aliviado, la tuve que apartar.

+¡Tú no te puedes olvidar de mí!- dijo, agarrándome con fuerza del falo.- ¡Yo soy tu esposa y tengo que ser siempre la primera en probártelo! ¡Recuérdalo!

Recuerdo que asentí acongojado. Obviamente, el orgasmo me había dejado idiota y un poco adolorido, pero también la comprendía.

Y a pesar que yo asentía con la cabeza, no dejaba de sentir temor por ir a trabajar.


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1 comentario - Arroz con leche (VIII)

pepeluchelopez
Casi casi tu cara de aiudaaaa esto se va a descontrolar, pasala bien, un abrazo