Tocando la Gloria en Sydney… (II)




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Por la mañana, me encontré con Gloria tras salir de la ducha.

Se quedó estática, al verme en paños menores, pero acostumbro a vestirme en el dormitorio cuando me baño a solas.

Lo hago porque aprovecho de ver los noticiarios o la tv, pero mi justificación se debe a que en la casa de mis padres, siempre competíamos temprano mi hermana, mi hermano y yo por la ducha mañanera y una vez limpios, salíamos y dejábamos el baño para otro.

Como fuese, la sobresalté “sin querer” y a pesar que no he podido trotar estos últimos meses, mantengo una figura relativamente atlética, que ella no dudó en auscultar.

Realmente, no le di mayor importancia, porque en esos momentos (y mi esposa puede dar fe que es así), estaba “En modo de trabajo” y tiendo a ser más distraído que lo habitual.

Le dije que se apresurara y que mientras tanto, prepararía el desayuno.

Durante el trayecto a nuestras oficinas hermanas, no dijimos demasiado. Para Gloria, era la primera vez en Sidney y aprovechaba de mirar los edificios y tiendas, muy encantada.

Lo que es yo, aprovechaba de mirarle las piernas, dado que ese día usaba zapatos de tacón y una falda blanca ligera de algodón, que a pesar de llegar hasta un poco más abajo de las rodillas, dejaban ver esas piernas tersas y bien formadas, cubiertas por una panty semi-transparente y el hecho que estuviese al otro extremo del Uber, me permitía apreciar el contorno de su soberbio trasero y su pujante busto, cubriendo con una chaqueta color magenta su blusa blanca sin cuello y donde imaginaba, bajo este, un generoso sostén blanco, del mismo tono.

A ratos, me sonreía complacida, seguramente sabiendo que la contemplaba al detalle y en un par de ocasiones, se acomodaba su largo, rizado y sedoso cabello negro, con la excusa que quería “verse mejor”.

Y sé que lo que viene puede resultar aburrido por tratarse de mi trabajo, pero debo mencionarlo, porque también influyó en el ánimo de Gloria esa tarde.

En las oficinas, nos esperaba una gran comitiva. La Gerencia de Sidney aprovechó de disculparse, argumentando que los lunes, ellos no trabajan, explicación que tragué a medias, ya que en nuestra oficina, no nos tomamos “días libres”.

Esa actitud arrogante me trajo recuerdos de las “inspecciones sorpresa” que nos hacía Ignacio (el Gerente de Finanzas, donde Sonia, Elena y yo trabajábamos en un comienzo), que solamente servía para amargarnos la vida al personal masculino y lucirse de forma hostigadora y avasallante con el femenino.

Por lo que también me puse “hinchapelotas”: me rehusé a entrar a la reunión, hasta que Alan no llegase.

A pesar que insistieran e insistieran que Alan es solo un Jefe de Sección y que su Supervisor estaría en la reunión, fui tozudo y no entré. Disfruté torturarlos psicológicamente, revisando mi arcaico reloj de pulsera, en vista que Alan ingresaba a las 9 y ellos hacían todo lo posible por contactarle.

Finalmente, cuando llegó, se le notaba entre nervioso y aterrado, en vista que aparte de volver a verme, estaba con los grandes jefes de su sucursal.

Gloria ejecutó nuevamente la misma presentación que realizo en Perth a la perfección, ofreciéndoles “el apoyo y respaldo de nuestra oficina”, aunque los 2 sabíamos que sería bajo nuestros términos.

A su vez, ellos expusieron orgullosos y con palabras rebuscadas, típicas de ególatras ebrios en sí mismos (defecto que también me reconozco), que eran una oficina “vanguardista y progresiva”, jactándose que habían cumplido sus metas de producción con creces y que sus proyectos “aspiraban a la innovación” o algo por el estilo, porque a esas alturas, ni yo ya les prestaba atención.

Escucharon atentamente una a una nuestras propuestas, sonriendo con satisfacción, hasta la última parte, donde Gloria les informaba que les reduciríamos el presupuesto administrativo para el próximo año.

La noticia no les agradó y empezaron a justificarse con la producción que están llevando. Yo contraataqué, diciendo que la oficina de Perth cuenta con menos recursos financieros y han sabido ser más eficientes, por lo que no veía motivos por qué no pudieran hacer ellos lo mismo.

Fue entonces donde abordaron el meollo del asunto: los cursos de capacitación, seminarios y congresos que han desarrollado.

Gloria mantuvo silencio y me dejó actuar, dado que empezaban a sulfurarse. Alan intentaba seguirnos la conversación, pero era un tema que para ese momento, estaba por encima de su sueldo, por lo que era solamente un confundido testigo de una gresca empresarial.

Sacando mi lista, les señalé que los 7 eventos realizados en este año han sido en Bali (Indonesia), Chengdu (China), Taipei (Taiwan), Medan (Sumatra), Jayapura (Papua) y que solamente 2 han sido dentro del suelo australiano. Fueron desarrollados en periodos entre 5 y 7 días, en hoteles 5 estrellas.

Argumentaron que para este tipo de eventos, se necesita una gran cantidad de dinero y yo estaba de acuerdo. Sin embargo, solamente en los congresos efectuados enAustralia se emplearon las oficinas administrativas y que incluso, el congreso en China no solicitó apoyo de nuestra filial en ese país. Por otra parte, destaqué que aparte del “atractivo turístico de la zona”, los congresos en las islas tropicales no tenían gran interés para nosotros y ese era el motivo por el que les reduciríamos el presupuesto.

Indignados, se fueron a almorzar, ofreciéndome una invitación para seguir conversando del tema, a puertas cerradas, petición que rechacé, por no dejar sola a Gloria y por estar más cómodo con  personas como Alan.

Mientras comíamos y a medida que le preguntaba de su vida y de su trabajo, me convencía más y más que Alan era el hombre que buscaba: padre de familia, con el cuarto hijo en camino, con sus prioridades bien definidas y preocupado por su trabajo.

A la vuelta del almuerzo, los 6 Gerentes (no más viejos que yo) decidieron de forma unánime rechazar nuestra propuesta, dado que les ofrecíamos “condiciones ridículas” y que de obligarles a adoptarlas, nos denunciarían a la junta.

En vista que las negociaciones habían terminado (y ante el asombro de todos), le pedí a Gloria que empezara a guardar sus cosas, de la misma manera que yo.

Les dije que podían hacer lo que quisieran, pero justo cuando la sonrisa de satisfacción les volvía a aparecer, corté sus alas, informándoles que no les aumentaríamos el presupuesto.

Enfadado, les desafié a que nos denunciaran a la junta, para que nos hicieran un sumario. Me vería “obligado” a entregar a la comisión investigadora el informe que les acababa de enseñar, además del listado de invitados asistentes a estos eventos, en vista que iban dirigidos mayormente a la gerencia de la compañía y no a los estratos inferiores.

Mientras Gloria y yo seguíamos empacando, no faltaron las peticiones a que “negociáramos un poco más” o que “pudiésemos llegar a un acuerdo”, pero estaba tan exasperado, que no di lugar a replicas. Lo único que sí hice fue pedirle el contacto de Intranet a Alan, ya que estaba muy interesado y le dije que “Podía estar tranquilo. Que nos estaríamos poniendo en contacto pronto…”

Y como fuese, Gloria y yo salimos a tomar un Taxi y recorrer la ciudad.

Creo que los 2 nos sentíamos un tanto eufóricos y al menos yo, sentía que casi flotaba sobre el suelo. También me di cuenta que la forma de mirarme de Gloria cambió conmigo.

Para que puedan comprenderme, no se trataba de la misma mirada que me dio Sonia años atrás, cuando detectamos la falla en la sonda de la mina (los que leyeron “Seis por ocho”, tendrán mejor idea a lo que me refiero).

Parecía asombrada por mí y con un leve titubeo, me confesó que no esperaba que yo hiciese eso (y francamente, nunca se me pasó a mí por la cabeza), pero le respondí que la actitud de los Gerentes me recordó el berrinche de mi preciosa Verito y le expliqué que si no le aguantaba una actitud así a mi hija, mucho menos se la iba a aguantar a un grupo de desconocidos de mi misma edad.

De hecho, descargué un poco las tensiones cuando finalmente conocí la casa de Opera(a pesar de haber visitado Sidney 3 años atrás, apenas salí del departamento o de la cama de Rachel, incluso estando recién casados con Marisol), por lo que aprovechamos de tomar jugo para refrescarnos.

Entonces, noté su mirada ansiosa. Como cuando alguien está impaciente por preguntarte algo y no se atreve...

*Jefe, quisiera pedirte un favor…- solicitó, no del todo convencida.

- Dime.

Aunque mi respuesta y disposición le alegró, no le quitó del todo el nerviosismo…

* Me gustaría… que me ayudases… a comprar un regalo… para Oscar.

La petición me tomó de sorpresa, dado que se refería a lencería, como la vez anterior.

Por la forma pausada que lo expresó y esa tensión en sus gestos, me daba la impresión que cada palabra le pesaba 10 kg.

-¡No, no quiero!- me rehusé, suspirando.

*¿Por qué? ¡La ropa que escogiste, le encantó!

- Así fue, pero tuve que imaginarte en ropa interior con la que nunca te pude ver…

Pero la respuesta que ella me dio y con la que podría haberme controlado con el dedillo fue un solitario y sensual…

*Maybe… (Quizás)

Mientras esperábamos el Uber, Gloria me contaba que la relación entre Oscar y ella ha decaído. Que tal como lo sospechaba, los encuentros sexuales se iban haciendo cada vez más esporádicos y para mi mayor sorpresa (puesto que como les he mencionado, Gloria es feminista), reconoció que la culpa era suya.

Insistió que no se trataba que no estuviesen enamorados o que el trabajo fuese tan pesado para no querer intimidad. Pero de la misma manera que le había expuesto yo la noche anterior, tenía curiosidad conmigo, dado que cada día, Gloria podía darse cuenta que yo estoy enamorado de mi esposa, por la forma en que le hablo a ella y a mis hijas, pero que aun así, yo tuviera una amante.

Para Gloria, pasaban meses que no recibía un halago de Oscar o de mí y empezaba a cuestionarse si era atractiva.

A estas alturas, debo destacar que ya estábamos encima del vehículo. Nos transportaba una mujer de unos 38 años, llamada Lydia, con un par de kilos encima y no muy agraciada, por lo que su atención estaba pendiente de nuestra conversación.

Si tuviese que poner en escala de belleza desde el 1 al 10 (fijando en la cúspidea Pamela, la prima española de Marisol), Gloria alcanzaría un poco más de un 7 y medio, casi tan bonita como mi esposa, que tendría un 8.

Mi secretaria tiene el cabello largo, rizado, indómito y resplandeciente, que le da un leve aire de chica tropical, con la que uno pasaría horas y horas en la cama, hasta que uno la dejase despeinada, sonriente y satisfecha; unos labios carnosos y sexys, que ella sabe lucir de una excelente manera con recato, con labiales encendidos, suaves y esponjosos (parecidos a los de Lara, la amante bisexual que tenía mi esposa); ojos celestes claros como el océano y una nariz fina y respingada.

Sobre su cuerpo, está bien proporcionado. Si la comparo con Marisol, sale al débito, pero a lo que me refiero es que tiene una buena y redonda cola y unos pechos notan grandes como los flanes de mi esposa, pero no por eso, no tentativos para agarrarlos y pellizcarlos con suavidad.

Podrán entender entonces, que tanto Lydia como yo no nos cabía en la cabeza cómo una belleza como ella podía creer que no era atractiva o qué rayos pasaba en la cabeza de Oscar, de no insistirle cada noche para hacer el amor.

-¡Discúlpame, Gloria, pero yo te encuentro bella!- Le dije, en vista que su mirada estaba medio perdida en el respaldo del asiento delantero.

Me miró sorprendida y como podrán imaginar, yo estaba nervioso y prácticamente soldado al respaldo de mi asiento en espanto.

Y debo suponer que fue el nerviosismo y la tensión del momento que me soltaron lalengua y serle lo más sincero en esos momentos.

-Sé que meses atrás, te pedí que te vistieras  distinto… pero es que me volvías loco…

Gloria estaba petrificada, con enormes ojos de sorpresa y yo no tenía control de mi boca.

Había sido a los pocos días de volver de vacaciones. Ya habían organizado la apuesta de quién me llevaba a la cama primero y por lo mismo, aprovechaban los calores de marzo para tentarme.

-Tus piernas las encuentro hermosas… y tu trasero es espléndido… y esos pechos… (me llevé la mano a la cara, recordando lo difícil que eran esos días…)

Le describí con lujo de detalles (pero siempre, manteniéndome educado) cómo esas faldas color pastel se apegaban a su cuerpo, haciendo prácticamente una segunda piel; la manera en que sus calzones se destacaban cada vez que se agachaba o doblaba o la forma en que sus medias parecían darle la contextura de piernas firmes, musculosas y sexys…

Y más arrepentido, les confesé a corazón abierto…

-¡Gloria, te juro que yo no quería caer en el cliché! ¡No quería ser el Jefe que se acostaba con su secretaria!... pero me lo estabas poniendo muy difícil… ¿Y ahora quieres que te ayude a comprar ropa interior para tu pareja?

Cuando pasé mi tarjeta, la mirada de Lydia lo decía todo…

Era como un testigo sorprendido y solitario, ajeno a todo ello. Era evidente que había una gran atracción entre Gloria y yo, que Gloria estaba ganosa y yo, loco por mi secretaria…

Y que esa misma noche, Gloria se entregaría a su jefe.


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