Tocando la Gloria en Sydney… (III)




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Las cosas cambiaron drásticamente cuando bajamos del vehículo. Simplemente, no podía parar de mirar ni las piernas ni el trasero de Gloria.

Por lo general, soy demasiado tímido para mirar las piernas a una mujer o incluso los pechos cuando conversamos. Pero su cola y la falda de algodón me tenían hechizado. Ella lo sabía y contoneaba más y más sus caderas, por lo que cuando subimos por la escalera mecánica y ella aprovechó de bailar al ritmo de la música ambiental, estaba a punto de darle un mordisco en toda la nalga.

Fue ese el motivo por el que cuando llegamos a la cúspide, no le di un agarrón o un pellizco a su cola, sino que una soberana sobada.

No me importaba si alguien más me veía haciéndolo y ni siquiera consideré que Gloria gritase y alertara a los guardias del centro comercial: simplemente, puedo decir que algo se apoderó de mi mano y que la sobé a mis anchas.

Puede que haya durado 3 segundos o tal vez, más de 15 (Cuando hice la demostración con Marisol, tardé casi medio minuto y aunque Marisol estaba vestida con el baby-doll que más me prende, dijo que no solo le agarré el trasero, sino que además, le metí 2 dedos por la cola y que los empecé a rotar y que de no ser porque salí de mi recreación, “Le habría masturbado bastante rico por el trasero…”).

Como fuese, Gloria no solamente se mantuvo callada, sino que se dejó manosear, casi con paciencia.

- ¡Lo siento, Gloria! ¡No pude aguantarme!- Le dijo mi cabeza, mientras que la palma de mi mano se llenaba de más y más culo.

Era suave, cálido, esponjoso… rico al tacto y de duros muslos. Toda una escultura.

Ella sintió algo, porque aparte de una respiración entrecortada y algunos jadeos, me volvió a sonreír.

*¡No importa!... ¡Está bien… jefe!- replicó, conuna sonrisa de oreja a oreja.

Que ella me llame “Jefe”  todo el tiempo se debe a que le resulta difícil pronunciar bien tanto mi nombre, como mi apellido real y para ahorrar tiempo, le sugerí que me llamara así (Boss) o que pretendiera que ese era mi nombre.

Pero en esta oportunidad, su sonrisa y su mirada eran de otro tipo. Me daba la impresión que podía mandarla a lo que yo quisiera y ella lo haría encantada…

Cuando finalmente pude soltarla, miraba mi mano sudar helada y sacudirse espasmódica.No podía creer que lo que tantos meses había imaginado, lo había hecho.

Por su parte, mi acción le dio a Gloria nuevos bríos: me agarro del brazo, ubicándolo cerca de sus pechos y me fue abrazando todo el camino a la tienda, mientras aun procesaba lo que me había pasado.

*¡Quiero comprarme ropa interior!- le escuché decir a la vendedora de la tienda, cuando por fin pude entender lo que pasaba.-Pero quiero que él me vea…

Y me dio un sonoro, largo y suave beso en la mejilla, que para mí, se extendió por un periodo incalculable.

La vendedora de la tienda (Una joven de color, de unos 24 años, rubia y ojos verdes) nos miraba y sonreía con malicia, explicándonos que tenían un probador con unas sillas para esperar, pero que por políticas de la tienda, no podía ingresar con Gloria al mismo vestidor.

*¿Y bien, jefe? ¿Qué me llevo?

Nuevamente, me dio  otro “ataque de ansiedad”. Gloria es una chica decente, casi tradicionalista, que incluso no compra ropa interior tan llamativa, por lo que le escogí babydolls… corsés tipo leotardo, que usan portaligas… calzones y sostenes con encaje, con transparencias… Culottes y tangas…

En total, debí escogerle unas 20 prendas y estaba ansioso porque se probase cada una de ellas. Teníamos tiempo (apenas eran las 5 de la tarde) y aunque Gloria se notaba abochornada, no quiso retractarse.

La primera prenda que se puso fue un babydoll blanco, cortísimo de seda. De hecho, ni siquiera se atrevía a sacar su cabeza del probador para mostrármelo. Sin embargo, la escena me parecía alucinante: la falda era tan corta, que con los más leve movimientos, se notaba su entrepierna semi-desnuda.

Le pedí que modelara y que hiciera poses sensuales. Que en el fondo, se vendiera para Oscar…

Y una vez más, eso liberó algo en Gloria: no se trataba que quisiese humillar a Oscar y estaba muy consciente que lo que hacíamos “estaba mal”, sin embargo, lucirse ante su jefe le daba un gustito insospechado, que lo hacía disfrutarlo más y más.

Mientras posaba para mí y esa leve falda se levantaba, pensaba yo en esa mata de pelos y si acaso Oscar sería tan observador como Douglas (el esposo de Hannah), para notar que ese caramelo  podía estar depilado y sin poder controlar mi mente, imaginaba la sensación de meter y sacar los dedos dentro de la abertura de mi secretaria, además de lamerla y probar de nuevo sus jugos.

Luego, se puso un corsé con portaligas, pero como nunca había usado algo así, no se amarró las medias de las pantys. Ante su sorpresa, me arrodillé a centímetros de su templo del placer y con mucha delicadeza (y paciencia de monje), acomodaba las cintas y las afirmaba, acariciando de paso sus suaves muslos y tantear levemente sus pendejos. Una vez más, no hubo reproches y cuando terminé, se miró en el espejo.

*¡Jefe, este no me gusta! ¡Me hace ver como puta!- protestó, levantando el trasero.

Le di una sonora palmada en la nalga izquierda…

-¡No importa! ¡A Oscar, le encantará!

Una vez más, guardó silencio y no hubo protestas. Y aunque sorprendida, no paraba de sonreír.

Posteriormente, se puso un culotte con un sostén de encaje semi-transparente, donde se notaban sus guindas rosadas muy marcadas. Le pedí que me modelara tomándose el cabello; dándome la espalda y levantando las nalgas, cosas que hizo más que a gusto.

Le confesaba a Marisol que ya me la imaginaba enculándola. Que no me cabían dudas que su trasero era virgen y que yo podía desvirgarlo. Eso prendió tanto a mi esposa, que durante la demostración, arremetí sin piedad dentro de ella y que como “Quedó con algunas dudas…”, nos valió una maravillosa repetición.

Luego, una serie de conjuntos de ropa interior color negro, que aparte de brindarle un atractivo sobrenatural, descubrió que magnificaba su belleza que usara medias del mismo color.

Para estas alturas, mi erección se había tornado bastante molesta y no le era raro que yo perdiese algunos segundos, tratando de acomodármela a su vista y paciencia.

Finalmente, llegó el turno de un babydoll color turquesa, hecho de seda. Tenía un soporte a nivel de los pechos, que la cubría un poco y le brindaba respaldo, pero de alguna manera, la tela se apegaba a su cintura, resaltando la majestuosidad de esta por 2 cortes en los costados, que exponían sus caderas y aun así, tenía una leve falda con vuelos, que simplemente, me mesmerizaba.

Ya había perdido la vergüenza de verse así delante de mí y de sí misma y se examinaba frente al espejo, mirándose una y otra vez la cintura.

Sigiloso,me ubiqué atrás de ella…

-¡Déjame arreglarte el pecho!- le dije, antes que pudiese reaccionar.

Y los fui acomodando, liberándolo un poco del soporte, puesto que le habían quedado planchados. Nuevamente, Gloria no reaccionaba y era solo una muñequilla para mí, mientras le amasaba los pechos con completa posesión.

(En la demostración con Marisol, admito que lo terminé haciendo distinto. Como bien sabe, los pechos de mi mujer me vuelven loco y aunque al principio, empecé con la intención fidedigna de demostrárselo, apenas posé mis manos, empecé a apretarlos y estirarlos. Además, Marisol no cooperaba, porque me sobaba con su majestuoso surco trasero sobre mi dura calentura y gemía excitada, pidiéndome que le rompiera la cola de nuevo, algo que no dudé en complacer y que la dejó sentándose incomoda, pero bastante alegre, por un par de días…)

Estaba roja de vergüenza y apenas respiraba, pero aun así, ni protestó ni me rechazó.

-¡Asegúrate de dejarte escote cuando estés con Oscar!- le aconsejé, sin soltar mis manos de sus carnosidades cuando terminé.-¡Tienes un pecho muy bonito!

*¿Te gusta?- preguntó, con la mirada pérdida y en voz baja.

-¡Me excita!- respondí e instintivamente, la apegué a mi entrepierna.

Ella soltó un respiro y sin poder controlar sus manos, acarició y apretó brevemente mi erección, buscando sin mucha suerte la punta. Le aparté las manos y me deslicé por la abertura de sus nalgas, subiendo y bajando muy despacio, lo que le ocasionó un severo estremecimiento.

Sin fijarme en el precio, cancelé esa prenda y un par de conjuntos que ella escogió, además de unas medias, aunque lamentablemente, ningún portaligas. La vendedora dijo que estaba un poco preocupada, puesto que en el último rato, estuvimos bastante silenciosos. Sin embargo, su sonrisa me decía que nos estuvo espiando.

En realidad, de ser por mí, le habría comprado cada prenda. Pero no tenía ni dónde guardarlas ni ella podía excusarse con Oscar por qué las había comprado.

Ya más calmado, aproveché de salir de la tienda y llamar a Marisol por teléfono. Pamelita fue insistente conmigo y me dijo que quedaban 2 días y que “no me podía olvidar de volver a casa, porque yo le había dado mi palabra”. Luego, mi tierna Verito me dijo que ya no necesitaba tanto su castillo y que quería más que yo volviera, lo cual me conmovió un poco.

Finalmente, llegó el turno de conversar con mi ruiseñor, que no aguantó las ganas de preguntar cómo iban las cosas con Gloria. Mientras miraba sonriente a mi secretaria, le comentaba en español que le había comprado ropa interior y que tuvimos un par de momentos y agarrones, lo que le dio a mi esposa un par de suspiros coquetos y libidinosos.

-¿Y cómo está nuestro dormitorio? ¿Lo dejaste muy desordenado?- pregunté en un tono jocoso.

+ Sí… más o menos…-respondió ella, con un suspiro desganado.

Aunque no podía decírselo, sonreía imaginando a mi esposa, cerrando sus parpados un par de segundos más de lo normal (es la única seña que da cuando miente), de lo mucho que la conozco y me hizo sentir bien, porque la sentí casi como si estuviera a mi lado.

+ Es que… ¿Para qué te voy a mentir, mi amor?... anoche me masturbé hasta las 3 de la mañana, pensando en las cosas que le harías a Gloria…

-¡Pero anoche no pasó nada!- repliqué, confundido.

+¡Sí, lo sé, y te creo!... pero ¿Qué quieres que te diga?... ahora te extraño tanto, tanto cuando te vas, que mi conchita no me para de picar y mi colita tampoco…

Y podrán juzgarme como quieran, pero me encanta hacerle el amor a mi mujer y a pesar que cada noche, vamos una o 2 veces (los fines de semana, vamos por 3), no me canso de ella y muchas veces, me quedo con ganas de una cuarta. Marisol está exhausta y ya pedirle que me entregue su colita o su conchita sería un abuso.

Pero días así, que no estoy con ella y ella sabe que estoy con otra, puede fácilmente masturbarse por 5 horas seguidas y quedarse dormida, colapsando en el orgasmo.

+ Y no sé… yo pienso que ella te la va a chupar con tantas ganas, que me empiezo a tocar yo también… o que va a disfrutar tanto, tanto cuando se la metas… o cuando le rompas la colita, que ya ves por qué no me molesto en hacer la cama…pero te prometo que el jueves lo dejo todo impecable y la pieza, bien ventilada…

Yo estaba anonadado y nuevamente, cachondo por mi esposa.

Gloria también notaba algo extraño en mi mirada. Aunque estuve bastante cerca de verla como Dios la trajo al mundo, mi calentura era de otro tipo, porque hasta yo mismo podía sentir mi lengua babear más de lo normal.

Cuando me preguntó cómo había estado todo, le conté la verdad: que mi esposa se había masturbado hasta tarde la noche anterior, de lo mucho que me extrañaba.

Me miró desconcertada, porque ya, nuestra relación de respeto y confianza parecía años luz de distancia a la que teníamos en la oficina. Aunque Marisol no me había dado detalles, le fui contando cómo me imaginaba a mi esposa tomando su consolador  y penetrándose a sí misma, lamiendo esporádicamente el falo de caucho para facilitar su ingreso o la manera que finge una “doble penetración” (Que es algo que también hemos intentado, conmigo masturbando su feminidad con el consolador y penetrándola con el bastón de carne por el ano), usando tanto su “huevito de las respuestas”,así como el consolador por el ano.

Los labios de Gloria se notaban más hinchados, entrecruzaba sus piernas de tanto en tanto y más encima, se acariciaba su cuello.

Y nuevamente, debo destacar que estábamos en medio de un centro comercial. Que podía haber mujeres o niños escuchándonos, pero para mí, era como si estuviésemos solos y tengo vagos recuerdos de una señora de unos 75 años, mirándome entre prejuiciosa y enfadada.

Sin embargo, creo que ese día estaba predestinado para nosotros…

Porque mientras paseábamos por los pasillos del centro comercial, divisé una tienda sexual y ante la máxima incredulidad de mi secretaria, la tomé de la mano y le obligué a entrar, para que ahora ella me acompañaría a “comprarle un regalo a mi esposa…”.


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2 comentarios - Tocando la Gloria en Sydney… (III)

Mcarrascot1 +1
BUENISIMO
Espero la 4ta parte
metalchono
¡Gracias! Ahí está. Que la disfrutes.
PORONGONASO +1
No me canso de seguir tus relatos. Espero la proxima parte pronto +10
metalchono
Tus días de espera han terminado. Gracias por comentar.