Siete por siete (167): Géminis (III)




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Es curioso que lo piense, pero esa noche nos dio mayor complicidad con mi mujer. No que la hayamos extraviado en estos humildes 2 años de matrimonio, pero por nuestras propias responsabilidades, las mías laborales y las suyas, estudiantiles, de madre y dueña de casa, nos había vuelto “más adultos” y quitado un poco la emoción de ser jóvenes.
Tal vez no sea muy ilustrativo y si bien, la mañana siguiente empezó de la misma manera que la anterior, con mi esposa subiendo y bajando su cabeza sobre mi dilatada y malcriada hombría, los 2 nos mirábamos sintiendo una leve emoción por lo que nos esperaba del día.
Sin embargo, las pequeñas siguen siendo nuestro eje transversal y completamente ajeno a estas experiencias y como ya es costumbre, se despertaron cerca de las 7 de la mañana demandando desayuno.
Tras liberarlas de las cunitas y jugar un poco con ellas, Marisol trajo sus biberones y con discreto sigilo, bajamos a preparar el desayuno, llevando como siempre, el monitor con el que escuchamos a nuestras pequeñitas.
Recuerdo que bajaba las escaleras, apretujando las sexys nalgas de mi esposa haciendo que se riera y me pidiera que me comportara, porque teníamos visitas. No obstante, todavía tenía muy grabada la imagen de mi esposa excitada la noche anterior y en cierta forma, como un mudo testigo, reposaban algunas gotitas blanquecinas sobre el mueble de la cocina, que con mucho pesar tuve que limpiar.
Preparábamos tostadas y nos sonreíamos al vernos tomar té, cuando escuchamos un leve bullicio en el piso superior. No se trataban de nuestras pequeñas, que charlaban entre ellas mientras jugaban con sus juguetes, sino que era algo más pesado.
Distinguimos un par de pasos marchando ligero hacia nuestro dormitorio y aparentemente, ingresar al baño. Tras comer mi tostada e implorarle a Marisol que no se comiera la otra, subí tranquilamente por las escaleras.
Fue entonces que divisé la veloz figura de una de las gemelas, trotando envuelta en una toalla de vuelta a su dormitorio y cerrando apresurada la puerta.
Con silencio y respeto, me acerqué a golpear, cuando escuché claramente su conversación:
“Susi, ¿Tomaste vos mi bombacha roja?”
“No, boluda… pero sacaste mi remera sin permiso.”
“¡Discúlpa, hermanita!... pero me queda re buena.”
“¡Lo sé!” respondió Susana, riéndose. “Por algo me queda buena a mí.”
Decidí entonces, golpear la puerta para consultarles qué querían de desayuno.
“¡Marco!” exclamó la que abrió la puerta, sorprendida al verme.
La gemela que me recibía se veía extremadamente sensual, vistiendo una camisa de dormir blanca de seda, sin siquiera abrochar y exponiendo elocuentemente el canalillo entre sus pechos, su delicada cintura y ombligo, cubriendo su intimidad con unos delgados calzones blanquitos de algodón.
Por el bochorno que inmediatamente prosiguió y por su instintiva reacción de cubrirse la cintura con una mano, deduje que la que abrió la puerta era Susana.
No obstante, el efecto adverso a su reacción fue que su camisa alcanzara mayor holgura a nivel de pechos, amenazando con hacer su aparición dentro de poco.
“¡Buenos días, Susana!” Saludé, haciendo que su rostro se iluminara de rubor y de alegría. “Quería preguntarte…”
“¿Quién es?” dijo la voz de Nery, que segundos después, apareció envuelta en la toalla en el otro extremo de la habitación. “¡Ah, es Marco!... y ¡Ups!... ¡Me he quedado en bolas!…”
Desesperada y con ojos enormes, Susana se arrojó hacia los pies de su hermana.
“¡Nery, cubrite por favor!” protestaba Susana, tratando de levantar la toalla.
En cambio yo tenía una visión majestuosa de Nery, que sin pudor alguno mostraba desafiante sus sonrosados pechos y su rajita completamente depilada, ante una sonrisa traviesa y deseosa.
Por algún motivo, mi reacción fue un arrebato de risa por Susana, que parecía la más preocupada por la desnudez de Nery, sin importar que agachada de esa manera expusiera su trasero de una manera más sensual todavía.
Tras cubrir a Nery y ver que mi única reacción era doblarme a carcajadas, las 2 hermanas se unieron conmigo a reír.
“¡Chicas, quería preguntarles qué van a querer para el desayuno!” les consulté, cuando pude reponerme y secar las lágrimas de mis ojos.
Susana, que todavía seguía a medio vestir, me preguntó:
“Marco, ¿Me podes decir qué hora es?”
Miré mi reloj.
“Son las 9:24 de la mañana.”
Esta vez, las 2 empezaron a reír.
“¡Qué macana!” exclamó Susana. “Pensé que eran las 11 y que nos habíamos dormido.”
“No, para nada.” Respondí. “Nos levantamos temprano por las pequeñas y si hubieran querido, les habríamos dejado dormir.”
Bajé por las escaleras, dejando que se bañaran y vistieran con mayor tranquilidad. En la cocina, divisé a mi esposa que había encendido su portátil.
“¡Mira, amor! ¡Están dando las noticias!” señaló muy contenta.
En cierta medida, fue perturbador ver en vivo el noticiario que durante años presencié por la noche, cuando por la ventana de la cocina entraban los primeros rayos de sol que prometían un excelente martes para nosotros.
Incluso, vimos el pronóstico climatológico para los siguientes 3 días y cuando la transmisión anunciaba la apertura del festival, consulté con Marisol una vez más.
“¿Estás segura que quieres hacer esto?”
Ella me miró melancólica.
“¡Sí, mi amor!” dijo suspirando. “Igual quiero verlo un poco, porque sé que al menos, mi mamá lo estará mirando y me hace sentir más cerca de ella.”
“Porque tengo planeado llevarlas a la playa y me habrías ayudado mucho cuidando a las pequeñas.” Le expliqué.
Ella sonrió y me besó con suavidad en los labios.
“¡Lo sé!... pero también sé que cuando estoy contigo, te distraigo y las 2 me pidieron si podían estar contigo a solas.”
Vimos la presentación del festival, preparando el cooler con bocadillos y leche para las pequeñas y cuando las gemelas llegaron, subí a ducharme y vestirme también.
Mi flaquita nuevamente no quería que mami se quedara sola, sin importar que su hermana y papi la llevaran a la playa y montó en un ligero llanto cuando la subí a la camioneta, del cual las gemelas se encargaron de calmar.
Ellas, en cambio, aunque “lamentaban” porque Marisol no quería acompañarnos, mal disimulaban sus sonrisas.
Durante el trayecto a la playa, no recuerdo bien de qué conversábamos, pero si me acuerdo que a ratos cuchicheaban en italiano entre ellas, hablando de mí.
O al menos, eso pienso, porque lo único que pude distinguir fue “Piccolo bambino” o “Niño pequeño”, mientras descargaba la camioneta.
Aunque las chicas me ayudaron cargando a las pequeñas y algunos bolsos pequeños, debíamos vernos como una procesión bastante particular: las gemelas, cargando en brazos irónicamente a mis 2 mellizas, mientras yo las seguía por detrás, portando el cooler, la tienda, el quitasol y todo ese tipo de aparejos que a los hombres de familia nos toca cargar cuando vamos de expedición a la playa.
A pesar de todo, extrañaba a mi cónyuge, dado que si bien yo hago las labores de “burrito de carga”, es ella la que se preocupa que mis pequeñas tengan protector solar o se mantengan entretenidas mientras papá arma la tienda.
Y una vez más, fuimos el foco de la atención, ya que las chicas otra vez habían decidido vestirse de la misma manera: sandalias, jardinera blanca, polera del mismo color y una gorra de mezclilla.
Tras armar el quitasol y la tienda donde acostamos a mis pequeñitas para que duerman la siesta, me percaté que varios hombres miraban hacia nuestro lado y no era para menos, porque tras armar el refugio, las gemelas decidieron sacarse las jardineras y remover sus prendas, contoneándose de manera sugestiva para todos (Nery, ofreciendo su tentadora cola medio mundo y Susana, tomando su polera por la cintura y levantándola, sacudiendo levemente sus pechos), exponiendo de esta manera sus cuerpos de semi- diosas italianas en menudas tangas que ocultaban lo justo y necesario, pero tentaban tanto a solteros como casados, con delgados y endebles tirantes, que a más de algún marido o novio mirón le debió significar un discreto manotazo.
En vista que ellas buscaban pasar un buen rato y que no quería que se quedaran conmigo por remordimientos, dado que en mis nuevas labores como padre, debía quedarme cuidando a las pequeñas y no moverme demasiado de nuestro campamento, les sugerí que fueran a nadar y que aprovecharan de conocer otros chicos, que ya trataban de “hacerse los lindos” delante de ellas, contemplándolas sin mucho recato y sonriéndoles sin parar.
No obstante, tras mirarse brevemente a los ojos, Susana respondió que no, puesto que se sentían “Incómodas con tanto baboso” y que preferían tomar sol, tendiendo sus toallas y hacerme compañía junto a las pequeñas.
Olvidé exactamente de qué hablamos, pero sí recuerdo que nos reíamos mucho y que a pesar de todo, estábamos bastante entretenidos. Pero de vez en cuando, se volvían a mirar a los ojos con cierta complicidad y notaba que sus sonrisas tomaban leves toques de malicia.
Hasta que, finalmente, abrieron el bolso que trajeron…
“Marco, ¿Nos hacés un favor?” preguntó Susana, mirando una vez más a Nery.
“¡Lo que pidas!” respondí.
“¿Nos podés echar cremita?”
Sacó un envase de bloqueador solar…
“¡Por supuesto!” respondí, de buena voluntad.
Nery se río también.
“Pero yo también quiero que me la pongas, ¿Eh, querido?” añadió ella, mostrándose coqueta.
Nuevamente se rieron y me pareció extraño, pero en vista que estábamos en la playa y era probablemente la fantasía de muchos de los otros bañistas que nos observaban, no me causó tanta gracia.
Así que me unté crema en la mano y ellas se tendieron en sus toallas, ofreciéndome sus espaldas.
“Bien… ¿Por quién empiezo primero?”
Volvieron a reír…
“¡Elegí vos, lindo!” respondió Nery. “Total, las 2 queremos nos la pongas…”
Una vez más, se miraron con complicidad y sonriendo, mientras que yo seguía creyendo que se referían a la crema. Pero me había hecho sentir tan bien que Nery me dijera lindo, que me decidí por ella.
Me posé a su espalda, sin parar de reír con Susana. Nery se descubrió la cinta de su top, para broncearse de manera pareja y me seguía contando.
“Cuando íbamos a Sunda, recordábamos con Susi lo bien que vos la sabés poner…”
“¿En serio?” preguntaba, esparciendo la crema por sus hombros y masajeándolos suavemente, buscando sus nudos de tensión.
“¡Sí!” respondió Susi. “Le conté a Nery que cuando te enseñaba a montar la tabla, vos me la ponías todos los días, casi sin parar…”
Las chicas se rieron, pero me sentí confundido. Como mencioné, recordaba que solamente en una oportunidad les había puesto crema a las gemelas, un día que Marisol fingió hacerse la dormida para observar.
Me detuve un poco y miré a Susana.
“¿Yo te ponía crema?” le pregunté, recordando que tras aparcar, generalmente nos agarrábamos a besos y hacíamos el amor casi al instante.
Ella sonrió mucho más decidida…
“¡Sí, querido!” respondió ella, muy enérgica. “¿Vos no recordás cuando me ponías mucha, mucha crema?”
“Sinceramente, no lo recuerdo…”
“¡Yo sí que me acuerdo!... y déjame decirte, campeón, que nadie me la había puesto tan bien como vos.” Sonreía ella, con una expresión rellena de gozo “Me dejabas tan relajada…”
Unté otro poco de crema en mis manos, sonriendo y asumiendo que si ella se había llevado un lindo recuerdo, debió ser cierto, sin importar que yo lo hubiese olvidado.
“Bueno… he practicado bastante con Marisol.” Traté de justificarme, mientras bajaba por los omoplatos de Nery.
Se volvieron a reír…
“¡Y se nota!, porque cuando Giacopo me la ponía, igual me dejaba tensa…” y me miró de una manera especial, que me hizo sentir que no hablábamos de lo mismo. “Pero cuando me la ponías vos…”
“Pero yo le contaba a Susi que vos también me la pusiste por la colita y me dio un poco de miedo.” Señaló Nery, cuando yo masajeaba sus caderas.
“¿En serio? ¡No fue mi intención!” respondí preocupado, retractando un poco mis manos de sus tentadoras posaderas.
Ella me dio una sonrisa angelical y con mucha ternura, tomó mis manos…
“¡Relajáte, querido!... que fue lo más lindo que un mino como vos pudo hacer…” dijo ella, ubicándolas nuevamente en su cintura. “Le decía a Susi que al principio, me daba miedo, porque nunca dejé a un tipo me tocara por allí… pero vos fuiste tan tierno todo ese tiempo… que tuve que dártelo.”
Yo seguía creyendo que hablábamos de masajes, pero las 2 me miraban de la misma manera “enternecedora”, que me hacía sentir ligeramente incómodo.
“Aun así, pudo ser peligroso.” Señalé, masajeando con suavidad sobre sus muslos. “Yo era un completo desconocido para ustedes y fácilmente, pude haberme aprovechado de la situación.”
Entonces Nery miró a Susana, se dobló y me besó en la mejilla, haciéndome cariño.
“¿Lo ves? Incluso ahora sos lindo y te preocupás por nosotras. ¿Cómo no te iba a dejar?”
Luego de masajear sus tobillos y llegar a la punta de sus pies, Susana me preguntó:
“¿Me la querés poner ahora?”
Y volvieron a reírse, conmigo nuevamente sin entender la gracia.
Una vez más, me repetí el plato, ante la mirada envidiosa de los otros hombres, que o creían que estaba casado con una de ellas y mis pequeñas eran nuestras hijas; o bien, que era un bígamo afortunado y que ellas habían engendrado a una de mis hijas o quien sabe qué otra fantasía morbosa.
“¡Qué ricos dedos tenés, Marquito! ¡A Mari la debés volver loca con tus masajes!” exclamó Susana, realmente extasiada por deslizar mis dedos al contorno de sus vertebras.
“Nery, ¿Te puedo consultar algo?”
“¡Preguntá lo que quieras, querido!…” respondió ella, sonriéndome mientras estaba acostada, disfrutando del sol y la brisa marina…
“¿Cómo es “un garche”?”
Se sentó impactada y hasta se quitó los anteojos, para verme mejor.
“¿Me estás jodiendo? ¿Vos no lo sabés?”
Y me detuve, ya que Susana también quería ver si mentía o no.
Les expliqué que tanto Marisol como yo vivimos una adolescencia “más casera e inocente”, donde preferíamos encerrarnos a leer un buen libro, disfrutar de una buena película o un buen show de animé, en lugar de salir de fiesta y conocer a otras personas, por lo que el concepto de “Garche” me era un poco difícil de entender.
Recordaré siempre ese ruborcillo tierno cuando les dije que las veces que me he involucrado con otra mujer, ha sido porque honestamente me he sentido enamorado y que el sexo es para mí la expresión culmine de dicha expresión, con la sinceridad y humildad de un muchacho que perdió la virginidad 5 años atrás, con su primera polola.
“Bueno, Marco…” replicó ella, con un poco de vergüenza y mucho más seria. “Un “garche” para mí… es cuando te sentís re caliente… y querés meterte con un tipo… para calmarte. Una mina no busca un “noviecito” o algo así… porque es un quilombo del momento… y no querés meterte con un gil que no sirve para nada…”
“¿Y cómo se dan cuenta si se han enamorado?” pregunté, con bastante interés. “Porque eso es lo que más me cuesta distinguir.”
“¡Mirá!, no sé si Nery esté de acuerdo...” Tomó la palabra Susana. “Pero yo me doy cuenta que no estoy garchando… cuando me dejo de cuidar.”
Curiosamente, Nery asentía con la cabeza…
“¿Y eso no es peligroso?” Consulté, intrigado, porque las considero chicas listas y responsables, que no actúan por instinto. “¿No les preocupa si quedan embarazadas?”
Una vez más, se sonrieron, pero de una manera más tierna y como si se entendieran una a la otra.
“Es que cuando vos amás al mino correcto… ¿Qué te puede preocupar?” fue lo que me respondió Susana.
Anonadado por su respuesta, les conté de mi experiencia con Marisol: que cuando éramos pololos, la amaba demasiado para que ella truncara sus esfuerzos con un embarazo prematuro y por lo tanto, siempre nos asegurábamos de tener sexo seguro.
Y les comentaba como anécdota que cada vez que me ponía un preservativo, Marisol protestaba o hacía un puchero.
Ellas sonrieron, como si les hiciera mucha lógica…
“Es que cuando una mina quiere mucho a alguien… en especial, a alguien lindo como vos… “Señaló Nery, posando su índice sobre mi pecho sugerentemente. “Lo único que pensás es en que te la meta y goce tanto como tú…”
No nos dimos cuenta de cómo había avanzado la tarde. En realidad, fue como si hiciéramos un picnic en la playa y mis pequeñitas, tras dejarles jugar con la arena y beber sus biberones, durmieron muy tranquilas en la tienda, mientras Nery, Susana y yo conversábamos muy entretenidos sobre sus antiguas relaciones amorosas.
Y ya rematando, alrededor de las 4 empezamos a empacar no muy de buena gana para ellas, que deseaban seguir conversando, pero yo me sentía muy preocupado por Marisol.
La encontré sentada en el sofá, con cara de cansancio, unas tremendas ojeras y con una enorme sonrisa de satisfacción, diciéndome que la primera noche del festival no había sido tan buena como ella esperaba.
Sin embargo, dudo si habrá visto algo del show, porque el intenso aroma a sexo de mi esposa que quedaba en mi dormitorio y la manera desarmada que se encontraba la esquina donde duermo yo, dejaba a la especulación sobre lo ocurrido.
“Sabes que no pasó nada, mientras estuvimos en la playa, ¿Cierto?” le pregunté, tratando de borrar su tierna sonrisita de orgullo.
“Sí, eso lo sé...” respondió ella, sin inmutarse. “Pero esto lo hice, pensando en lo que harás esta noche…”


Post siguiente

1 comentario - Siete por siete (167): Géminis (III)

pepeluchelopez
Que detalle padre de gemelas e ir a la playa con gemelas que podían parecer las mamás de otras gemelas, lo demás interesante sin duda mi mente morbosa le habría matado lo tierno al momento t arruinado ese juego de complicidad de ellas! Saludos
metalchono
Si te soy sincero, si hubiese estado soltero y viendo a ese par de princesas, caminando con alguien tan normal como soy yo, también habría mirado y dejar volar mi mente... saludos