El Profesor de Piano: Primera parte.

Mi madre siempre deseo que aprendiera a tocar piano. Así que no encontró nada mejor que contratar a un profesor particular para mí.
Yo tenía ganas de aprender, pero no me motivaba del todo.
Ya no tenía mucha opción, la primera clase comenzaría el día de mañana en las tardes.
Yo era una chica que adoraba leer, soñar despierta, danzar livianamente por la vida con mi cuerpo menudo, usando siempre vestidos ligeros y pasados de moda, con mis grandes y bellos lentes cat-eyes, y mi moño bien hecho en el pelo, siempre preocupándome de que ninguno de mis cabellos negros se dejase ver fuera de él.
Llego la primera clase. Entro un hombre de unos 35 años aprox, apuesto, vestido semi-formal, con un maletín que hacía juego con sus zapatos.
Yo lo contemple de pies a cabeza analizando cada detalle. Una pequeña barba en cadena, el pelo negro y unos ojos azules penetrantes.
Mi madre lo saludo de la mano, y me empujo un poco hacía el hombre para que lo saludara con la mano. Todo el saludo fue muy protocolar.
-Estoy muy emocionada que mi hija tome lecciones de piano. Me han dicho que usted es un joven prodigio en el arte de enseñar a tocar este bello instrumento.
- ¡Muchas gracias! Se dicen muchas cosas agradables de mí, la verdad es que me halaga mucho, pero soy un humilde profesor que enseña a través de una doctrina que yo mismo cree logrando el éxito en mis alumnas. Logrando que aprendan lo básico de una manera muy pronta.
Su voz era ronca, pero era musical. Una mezcla que al escucharla provoco que mis mejillas se sonrojaran completamente. Él se me quedo mirando risueño, su mirada era intimidante, me sentía extraña cuando me observaba. Trasmitía una calidez, una agresión, trate de evitar su mirada muchas veces.
Mi madre parecía una cotorra alabando al chico, y este asentía risueño sin dejar de observarme.
-Bueno, puede pasar a la sala que tenemos destinada para que mi querida hija aprenda a tocar el piano, me hace mucha ilusión escucharlo Sr. Albert.
-Si gusta puedo tocar unas cuantas piezas para usted, Madame.
-Me sentiría muy afortunada de escucharlo.
- ¿El señor no se molesta si están solas con un hombre?
-Mi esposo falleció hace ya 5 años, una historia muy triste.
-Lamento escuchar eso, perdón por preguntar.
-No, no se preocupe, Joven. No existe ningún problema que usted esté presente, acá hablan maravillas de usted, nos recomendaron al mejor.
- ¡Muchas gracias por tanto halago, madame!
Yo miraba esta escena, y veía que a mi madre también se le coloreaban las mejillas cuando el hombre le hablaba.
Nunca había visto a mi madre actuar de este modo.
Entramos a la sala donde estaba el gran piano de cola blanco. Un regalo de mi padre. Él siempre supo tocar el piano, y lo hacía maravillosamente. Mi madre quería volver a escuchar la música fuese de quien fuese. Yo era su única hija, así que no quedaba más que yo aprendiese.
El joven se sentó y comenzó a tocar piezas que nos contó eran de su autoría. Mi madre y yo lo mirábamos muy cerca del piano. Mi madre tomo asiento, y se llevó una mano al pecho, poco a poco comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos.
Albert no se dio cuenta de esto, y ella tomó un pañuelo para limpiar las lágrimas, y el chico no se enterase.
Termino la pieza.
Mi madre aplaudió eufórica.
Escuchamos una pieza más, y Albert nos miró. Se dio cuenta que mi madre tenía los ojos rojos, le tendió un pañuelo.
-Perdón, madame, no era mi intención causarle esto.
- ¡No te preocupes! Es solo la emoción de volver a escuchar el piano tocar.
Mi madre se limpió la cara, y le devolvió el pañuelo.
-No, madame. Quédeselo.
-Gracias, Joven.
-Puede llamarme Albert si desea, madame.
- ¡Muy bien, Albert!
-No me han dicho sus nombres.
-Perdón, esta es mi hija “Isabella”, yo soy Madame Court.
- ¡Encantado de conocerlas!
Ambas lo quedamos mirando sonrojadas.
-¡Bien, es hora de que empiece la lección! Lo he hecho perder mucho tiempo, Albert.
-No, madame. Es un placer para mí tocarles una pieza. Y sí, hay que comenzar la clase ¿Desea quedarse a contemplar cómo le enseño a la Srta?
-No, no quiero distraer a Isabella. No creo que se concentré con mi presencia acá. Yo me iré a leer.
- ¡Muy bien, Madame! Pasare a despedirme cuando termine la clase.
-¡Claro! Estaré en el jardín, hace un día muy bonito para leer.
-¡Exacto! Que disfrute su lectura, madame.
Mi madre al fin salió de la sala, y quedamos los dos.
-Jovencita, acerca una banca a mí.
-Sí, sí, Señor.
-Me puedes llamar Albert si deseas.
-Prefiero llamarle Sr.
- ¡Como tú quieras! ¿Yo puedo llamarte por tu nombre?
- ¡Sí, no hay problema, Sr!
-Me haces sentir más viejo de lo que soy cuando me llamas Señor.
-¡Perdón, estoy acostumbrada a llamar a todos Señor! Puedo intentarlo.
- ¡Me encantaría!
Acerque mi silla al piano.
-Isabella, debes acercarte más al piano, a esa distancia no podré enseñarte lo básico, debes ver para entender ¿Trajiste tu libro de notas?
-Un momento, voy a buscarlo. Mi madre lo dejo en el cajón.
Me aleje un momento a buscar en uno de los cajones, y sentía que su mirada me pegaba en la espalda.
Me di vuelta, y estaba sonriéndome. Evité su mirada, me senté torpemente en el taburete más cerca de él.
Tenía un aroma maderoso alucinante, mezclado con otras esencias. Su pelo negro brillaba, su barba incipiente era precioso, una nariz respingada, una boca carnosa. Mire para otro lado.
Comenzó a enseñarme las notas musicales del piano. Yo no dejaba de contemplar sus manos cuando apretaban las diferentes teclas, eran manos grandes con unos dedos larguísimos.
- ¡Isabella, Isabella! ¿Te toca a ti?
- ¡Ah, sí! Perdón, me distraje por un momento.
Puso sus manos en mis hombros y me miró directo a los ojos.
-¡Isabella, te necesito aquí! Mirando el piano ¿Eres soñadora?
-Sí, madre siempre me regaña por eso. Me dice que siempre sueño despierta.
-Mientras tocas lo que te dije, cuéntame de aquellas ensoñaciones.
- ¡No, no son nada importante!
-Tal parece son muy importantes para que te distrajeras tanto.
- ¡No, es normal en mí! Me distraigo con facilidad.
- ¡Bien, Isabella comienza a repetir! Do. Y apretó la tecla.
Yo choque torpemente con su mano, mis mejillas se volvieron a sonrojar al sentir el contacto de su piel tersa. Lo mire de reojo y tenía una sonrisa en sus labios.
Seguimos con las lecciones de aprender las notas e identificar en el piano donde se encontraban.
-Isabella, quiero que leas esto. Es necesario para que mejores la teoría, espero que también prestes atención a las anotaciones que te dicte. La próxima semana empezaremos con algo más fuerte. Seguirá siendo básico, pero más detallado.
-¡Gracias! Baje la mirada.
-Eres una niña muy tímida para tu edad.
-Soy joven aún, las chicas de mi edad son así. Aunque no tengo amigas, en verdad no sé muy bien si son como yo.
-¡No, no son como tú! Pero no quiero involucrarme en ese tipo de intimidades.
-No, no hay problema, puede preguntar, Señor. Yo le contesto lo que sea.
- ¿Contestaras lo que yo quiera?
- ¡Si! ¿Por qué no?
- Hoy no tengo más preguntas, Isabella. Lo hiciste grandioso para tu primera vez.
- ¿En serio?
- Sí, Isabella. Permiso. Me tomo las manos.
Lo quede mirando enmudecida.
-Tus manos son delicadas, dedos largos y finos. Están hechas para tocar piano.
- ¿Usted cree?
- ¡Por favor, intenta no tratarme de usted!
-Bueno, tu… ¿Tú crees?
- ¡Sí, definitivamente! Te irá bien, y tu madre se sentirá muy orgullosa.
-¡Gracias! Me gustaría que madre se diera cuenta de que puedo aprender. A ella no le gusta que escriba, dice que son tonterías.
- Me encantaría leer esas “Tonterías” si tu deseas.
- ¡No, son muy malas!
-Debo leer, para juzgar.
- ¡Esta bien, Señor!
-Bueno, Isabella. La clase ya acabo y tu madre se puede preocupar de que aún no salgamos. No es propio para una Señorita estar encerrada con un hombre mayor como yo.
- ¡No, que cosas dice! Usted es mi profesor.
-Otra vez, el Usted. Envejecí 100 años más.
- ¡Perdón!
- No pidas perdón, no es algo tan grave que deba ser perdonado. Pero insisto dime “Albert”.
- ¡Lo voy a intentar!
Nos levantamos, salimos de la sala, lo lleve al jardín donde estaba mi madre.
- ¿Jovencita, me permite hablar a solas con su madre?
Me aleje lo suficiente para que no vieran que los observaba. Mi madre puso diferentes expresiones, una de enojo, pero Albert le toco la mano. Ella cambió la emoción y le sonrió.
Ambos entraron, yo metí mi cabeza en el libro.
- ¡Que tengan buena tarde! Madame, Jovencita.
Se retiró.
-Madre ¿Qué dijo de mí, madre?
- Que estuviste bien en tu primera clase, pero necesitaras muchas lecciones para tocar al nivel de tu padre.
La mire cabizbaja, porque él me había dicho que lo hacía magnifico para ser mi primera vez. Recordé sus palabras “Manos de pianista”. Contemple mis manos.
- ¡Isabella, Isabella! ¿No escuchas?
-Sí, madre. Daré lo mejor de mí, madre.
Los días pasaron desde la última lección, yo no podía dejar de pensar en él. Había escrito muchas veces sobre sus facciones, su porte, su voz. Quería capturar de alguna forma su anatomía en mis escritos, así no lo olvidaba. Así lo recordaba.
Sentía un fuego arrollador al recordarlo, mis mejillas instantáneamente se sonrojaban cuando lo pensaba, sentía un calor inusual en mi cuerpo. Nunca había sentido algo así por alguien, no comprendía del todo que era lo que me pasaba, y si antes era distraída, ahora lo estaba más aún. Él era mucho mayor que yo, pero muy guapo. Yo no me consideraba una chica muy guapa, aunque, bueno mi padre siempre me cuidaba, decía que era muy hermosa para andar sola en la calle, siempre me acompañaba a todos los sitios. Mi padre fue el único que me dijo que yo era bella, pero claro era mi padre.
Tampoco era una chica que podía interactuar mucho con el sexo opuesto, siempre escondida tras mis libros, mi lapicera y mis cuadernos, sin prestar mucha atención a mi alrededor.
El día tan esperado llego, nos saludó a ambas, mi madre se fue a leer nuevamente al jardín. Quedamos los dos solos otra vez.
- ¿Cómo te sientes hoy, Isabella?
-¡Bien! Mire al suelo.
Él puso una de sus manos en mi mentón, y me levanto la faz.
- ¿Por qué siempre miras al piso cuando te hablo? ¿Por qué tus mejillas se sonrojan cuándo te hablo?
Enmudecí más aún.
-¡Tranquila! Entiendo, jovencita, eres una chica tímida, no quería causarte un malestar.
-No me causa ningún malestar, sino todo lo contrario.
-¿Qué te causa, Isabella? Si es que no consideras imprudente que lo pregunte.
-¡No, no me incomoda! Sin embargo, no soy capaz de decirlo.
- ¿Por qué no entonces me lo escribes?
- Llevo días escribiendo sobre usted.
-¿Qué dijimos? Se levantó e hizo ademán de que le dolía la espalda.
Yo sonreí tímida.
-He escrito sobre ti hace días.
- ¿Puedo ver lo que escribes sobre mí?
-¡No! Me sonrojé.
-Bueno, no quería importunarte, Isabella. Pero siento que deseas mostrarme lo que escribes sobre mí, porque no serás capaz de decirlo con palabras.
- ¿Lees mi mente?
-No, pero leo tus expresiones, y como te comportas cerca de mí.
- ¿Usted qué piensa de mí?
- Creo que no es correcto que te diga lo que pienso de ti.
- ¿Por qué?
- Eso sí que podría incomodarte. Estamos en tu horario de clases, no deberíamos conversar respecto a esas cosas.
- ¡Perdón, Señor!
-Otra vez el perdón, y otra vez el Señor ¿Qué vamos a hacer contigo, Jovencita?
- No sé. Sin embargo, quiero saber lo que piensa de mí. Prometo no incomodarme.
- ¡Bien! Te lo advertí.
- De verdad quiero escucharlo, nunca un hombre se ha referido a mí.
- ¿En serio?
- Sí, nunca. De hecho, no interactuó con ellos. Mi padre siempre me cuidaba mucho.
- Tenía muchas razones para hacerlo.
-¿Por qué? Me inquiete en el taburete.
- Porque eres demasiado hermosa para andar por la calle sola, si fueras mi hija tampoco te dejaría un instante sola, y te cubriría entera para que no apreciaran tu belleza con una mirada lasciva.
-¡Oh! Es el primer hombre que me dice que soy bella. Bueno, padre también, pero claro, es mi padre. Siempre me iba a encontrar hermosa ¿Entonces eso piensa de mí?
-Eso, y muchas cosas más que prefiero omitir.
- ¡Por favor, no omita nada! Quiero saber más.
- Te contare más si tú me dices que piensas de mí, jovencita.
- ¡Esta bien, es un trato! Le tendí la mano.
El me la tomó, la miro y me dijo: ¡Trato!
-Necesito que mires para otro lado, llevo el libro escondido en mi ropa.
-¿Por qué lo escondes, Isabella? Tengo más curiosidad por saber qué es lo que piensas de mí. Sonrió.
- ¡Por favor, mire para otro lado!
-Me cubriré los ojos.
- ¡Esta bien!
Me subí un poco el vestido sin dejar de mirarlo, y busqué entre mis pantys el libro. Sentía que él me estaba observando. Era notorio que no había cubierto por completo los ojos, además se movía inquieto en la silla. No me importo, y seguí en busca del libro, subiendo aún más mi vestido, dejando entrever mis bragas.
Le entregué el libro, él lo tomó con sus largos dedos, lo acercó a su nariz. Yo me cubrí los ojos, y mis mejillas nuevamente se pusieron de un rojo vivo.
- ¿Por qué lo hueles?
-Porque huelen a ti.
Me tapé la cara, me senté en el sofá de la sala sin poder articular palabra.
- ¡Tranquila! No vi nada, solo lo olfateé porque me gusta el aroma de los libros, cuadernos y esas cosas.
- ¡Entiendo!
-Mientras leo, necesito que practiques lo que te pedí estudiar.
Me levanté del sofá, me senté frente al piano. Él se levantó con mi libreta, y comenzó a leer. Mi corazón palpitaba a 1000% por hora. El daba vueltas alrededor del piano, y de vez en vez lo mire esbozando una sonrisa. Pasaba por detrás de mí, y cuando me equivocaba, pasaba su mano cerca de mi hombro, rozándolo. Era una sensación poderosa, sentía que tenía mucho calor, y pequeñas gotas de sudor comenzaron a caer.
-¿Qué pasa, Isabella? Te notó agitada.
-En esta habitación hace mucho calor, Señor.
- ¡Otra vez el señor! ¿Qué debo hacer para que dejes de llamarme así? ¿Debo castigarte? Río.
No pude decir palabra, mis mejillas se colorearon más. Levante la cabeza, y con una pequeña sonrisa le dije:
- ¿Quizás es necesario buscar otra manera de enseñarme?
- ¿Y esa sonrisa, Isabella? ¿Qué estas sugiriendo?
-Nada, perdón. No, es nada.
-Bueno, termine de leer tu libreta. Has escrito mucho de mí. No sabía que te causaba esas sensaciones. No son sensaciones de una señorita.
-¡Oh, no! Me cubrí la cara.
Se acercó a mí, y me quito las manos de la cara.
- ¡Tranquila, Isabella! Es una broma, por favor, disculpa.
-¡Oh, no! No me atrevo a mirarlo, señor. Pérdoneme ¿Me puedo retirar?
-¡No! Estamos en clase aún. Me halaga lo que piensas de mí, una chica tan bella como tú tenga esos sentimientos por mí, simplemente no me lo esperaba del todo.
-Son sentimientos puros.
- ¡Lo sé! ¿Ese calor que te provoco nunca, nunca lo habías sentido?
-No, con nadie. Tu eres el primero que me provoca eso.
-Isabella ¿Nunca has explorado tu cuerpo? ¿Nunca te ha llamado la atención preguntarte por qué tienes ciertas cosas?
-No, señor. Yo no sé nada. Yo soy así, y no me pregunto más.
-Isabella, ¿Te interesaría además de aprender piano, aprender de ti?
- ¡Me encantaría!
-Yo podría enseñarte si me dejaras. Explicarte de diferentes formas que significa eso que estás sintiendo si tú me lo permites ¿Quieres entenderlo?
-Sí, quiero entenderlo.
- ¿Estás segura?
-Sí.
- ¿Harás lo que yo te diga sin cuestionarme?
-Mientras no sea nada malo, claro.
-No, todo lo contrario, es maravilloso, me lo agradecerás.
-Entonces quiero saber.
-Sin embargo. Se detuvo. Sino haces algo bien, debo corregirte.
- ¿De qué manera me va a corregir? ¿Va a doler?
-No, preciosa. No dolerá, te encantará la forma en que te voy a corregir.
-Yo estoy dispuesta, pero aun no me dice lo que piensa de mí.
- ¡Ah, sí claro!
-Necesito que practiques lo que te pedí, y mientras te voy diciendo.
Puse mis manos en el piano, y practiqué las distintas notas.
-Considero que eres una jovencita muy hermosa, tienes una cara muy hermosa e angelical, tu boca es perfecta, tu cintura, tu todo.
- ¿Me encuentra así de hermosa?
-Sí, pero necesito que dejes de tratarme de usted.
- ¡Perdón!
-Y también necesito que dejes de pedir perdón.
Se sentó frente a mí.
-Necesito un favor muy grande.
- ¿Qué?
-Cuando tengamos nuestras clases, quiero que siempre estés sin tus bragas.
Me cubrí la cara, mi corazón se aceleró.
-Eso no sería decente de mi parte.
-Dijiste que querías entender ese calor que sentías, necesito que cuando estemos en nuestras lecciones estés sin ropa interior ¿Quieres aprender?
Apreté una tecla por error, y la mantuve presionada por más tiempo.
- ¡Bueno!
-Sigamos con la lección.
Se puso atrás mío y acercó su cara a mí, sentía su respiración en mi cuello.
Mi cuerpo temblaba al tenerlo tan cerca.
-Olvidaba. También quiero que tomes notas de lo que vayas sintiendo.
- ¡Esta bien!
La clase continuo, me paso más material para estudiar. Y finalmente miró su reloj.
-Ya es hora que me vaya. Antes, tu madre me ha pedido que tomes dos lecciones a la semana, así que nos veremos en dos días más, bella Isabella.
- ¡Oh, perfecto!
- La próxima clase será una mezcla de que sientas y de que aprendas.
- ¡Esperare ansiosa mi próxima lección!
-Yo también, Isabella.
Esos dos días se me hicieron eternos esperando, no podía casi ni conciliar el sueño pensando en lo que mi profesor de piano me enseñaría. Ya no solo serían lecciones relacionadas con el instrumento, sino también podría comprender lo que sentía.
Al fin se acercaba la hora, me metí a mi habitación, me quité las bragas, sintiéndome un poco confundida y extraña al andar con mis partes pudendas casi al aire, podía sentir una pequeña brisa que entraba a mi entrepierna. Me causaba algo extraño estar así.
Escuche el timbre de la puerta, era el, y se veía más guapo que otras veces. Mi madre y él se saludaron. Yo me acerque de a poco sin dejar de percibir la mirada sonriente que me daba Albert.
Mi madre se fue al jardín como siempre.
Entramos a la sala, sentía mucha ansiedad.
Él se sentó a mi lado, sin decir palabra, y comenzamos la lección repleta de formalismo.
Seguí tocando las notas, hasta que me equivoqué en una.
-Perdón, señor, lo volveré a hacer.
-Tres errores consecutivos, eres todo un caso, Isabella. Tendré que castigarte, jovencita.
-Perdón, lo siento. No volverá a ocurrir señor.
-¿Sigues? Abre las piernas.
- ¿Qué?
-Que abras las piernas.
-No ¿Por qué?
-Ábrelas y entenderás. Sonrió maliciosamente.
Abrí lentamente mis piernas, el metió una de sus manos bajo mi vestido. Yo lo frené con la mía y atajé su mano.
- ¿Qué hace?
-Enseñarte, corregirte por tus errores no solo al dirigirte a mí, sino también de tu manera de tocar el piano, además te dije en muchas oportunidades que no quería escucharte decirme señor, ni perdón ¡Ahora tu castigo, quita tu mano, Isabella! Déjame hacer mi trabajo.
Nuevamente intento meter más su mano llegando hasta mis muslos, y le ataje la mano.
-No, esa es mi intimidad. Nadie nunca la ha tocado, ni yo.
-Entonces no podrás entender.
-¿Debe ser así?
-No hay otra forma, Isabella.
-No pensaba que sería de este modo.
Quito su mano lentamente, y la detuve cerca de mi rodilla.
-Isabella, no quiero obligarte a nada, pero… ¿Por qué detuviste mi mano? Sonrió.
-Porque quiero aprender, si esta es la forma para comprender, y no me perjudicara, quiero hacerlo, solo… no se lo diga a mi madre, por favor.
- ¡Estás loca! Jamás se lo diría, es nuestro secreto, Isabella.
-Nuestro secreto. Sonreí.
- ¡Sí!
- ¿Me dejaras corregirte?
-¡Sí! Susurre.
Quite mi mano de la suya, y él fue subiendo lentamente, se encontraba cerca de mis muslos, los apretó, yo casi me caigo el impacto que me causo, y fue subiendo más hasta llegar ahí, a mi sexo.
-¡Oh, no pensé que lo harías! Que sucia eres.
-Perdón, perdón. Usted me lo pidió, yo hice lo que me pidió. Comencé a sollozar.
Quito su mano y me abrazo.
- ¡Tranquila, tranquila! Es solo una broma, me gusta que muestres obediencia ¡Muy bien, Isabella! Y me seco las lágrimas con un pañuelo que saco de su bolsillo.
-Yo no quiero que pienses que soy una sucia.
-Te explico, en estas situaciones que involucran la piel, no es malo decirte sucia u otros apelativos. Es un juego, con el tiempo te va a encantar que te trate así. No significa que lo seas, es jugar.
-¡Ah! Si entonces no piensas eso de mí, te dejo que me llames como quieras para no echar a perder el juego.
- ¡Bueno, creo que sigamos con la lección de piano mejor!
-No, quiero aprender eso también que usted me estaba haciendo. Sentí algo.
- ¿Qué sentiste?
-Calor, pero un calor maravilloso. Solo por un momento sentí que algo se estaba prendiendo en mí.
El metió su mano nuevamente, subió hasta mi muslo, lo apretó, suavemente fue llegando a mi sexo, tocó, uno de sus dedos se metió en él, presiono un poco, y fui sintiendo que me incendiaba. Bajo más hasta mi hendidura, y metió de a poco un dedo, solo el inicio. Comencé a chillar, el me tapo la boca.
-Sé que eres virgen, tendré cuidado. Pero cada vez que me digas Señor, perdón o te equivoques en una nota, este dedo irá entrando más y más en ti hasta provocarte un placer que sentirás que quieres desmayarte. Te darán ganas de quitarte la ropa, y pedirás más.
Mis ojos estaban turbados, y mi boquita soltaba pequeños gemidos, el movía lento el dedo, solo la yema estaba adentro, hizo ademán de quitar su mano, y yo se la detuve.

-No, Isabella. Si te equivocas, te corrijo. Sigamos con la lección, y hazlo bien, porque hoy puede ser un dedo, mañana puede ser otra cosa.

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2 comentarios - El Profesor de Piano: Primera parte.