Siete por siete (146): Mi esposa, mi amante y yo (V y final)




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Compendio I


No fue fácil para mí pedírselo.
A pesar de todo, sigo amando y respetando a Marisol y todavía pienso que actúo mal. En un mundo perfecto, sería mi único y gran amor.
“¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No te gustaría estar con Hannah?” preguntó con la sonrisa amistosa que siempre me ha dado.
Me maravillaba con ella, porque sus esmeraldas brillaban en ilusión. Hannah es “La otra”, y aun así, Marisol estaba preocupada…
“Me gustaría decirle que trabajaremos juntos hasta fin de año.” Respondí, con una sonrisa escueta, que apenas alcanzó a cubrir el pesar de mi corazón.
Ella se indignó al instante.
“¿Por qué?” Su voz se tornó exaltada. “¡No, amor! ¡No lo hagas! ¿No piensas que sería cruel?”
Tomé sus manos, besando sus blancos y fríos dedos.
“¡No me gusta mentirle!” le respondí honestamente.
Y es que ahora, tras mucho meditarlo (motivo de mi tardanza en redactar esto y de alargarlo tanto), entiendo que mi obsesión con Hannah es la frustración homologa de Marisol por haber sido amigos por tanto tiempo.
Ahora veo la mirada cálida de Marisol y me lamento no haberle pedido pololeo antes, porque nunca creí que me amara de esta manera, siendo que nuestra diferencia de edad es tan amplia y el amor siempre existió entre nosotros, a pesar que tardé casi un año en entenderlo.
Marisol, con su enorme empatía, incluso se veía conmovida.
“Es que… si me dijeras a mí… algo así… yo…”
Se afirmaba el brazo izquierdo, buscando amparo y la besé en el cuello, causándole cosquillas. No me gusta verla así y ella lo sabe.
Pero también tiene un lado maduro y sabe darse su lugar, por lo que tomando mi rostro lo enfocó frente al suyo, para que entendiera sus sentimientos.
Eso me hizo sentir más culpable, porque yo quería estar con otra mujer…
“¿No te gustaría tener algo con Douglas?” pregunté, con el corazón contrito.
Sus ojos se dilataron en sorpresa y sonriendo coquetamente, me besó.
“¿Cómo crees eso? ¡No seas tonto!” exclamó, burlándose de mí.
Pero también la conozco bien y sé que Dan y Douglas le parecían físicamente atractivos, e incluso era reciproco, llenando mi estómago de ácido, producto de los celos.
Aun así, Marisol parecía más preocupada de Hannah que de sus propios deseos.
“¡Al menos, déjame ayudarte!” pidió, sentándose en la cama. “No me gustaría que nos fuéramos y ella no te probara un poquito…”
Me invitó a sentarme a su lado, dejándome sin palabras…
“¡Haré lo que tú me pidas! ¡Por favor!” me pidió, inclinándose gatunamente sobre mí.
Pero le pedí tiempo. Ella sonreía muy contenta, mientras me excusaba que necesitaba pensar en cómo hacerlo y le prometí que cuando tuviese un plan, le avisaría.
Pasamos la noche placenteramente, acariciándonos, besándonos y haciendo el amor, recordando esas primeras experiencias juntos.
Y la mañana del viernes, le avisé a Hannah.
“¿Pero cómo es posible que te vayas? ¿No saben que estás de vacaciones?” Protestó mientras desayunábamos.
“Son órdenes superiores, Hannah. Me están pidiendo con urgencia…”
“¡Pero faltan 2 días!” Se alteró, mirándome con preocupación.
“¡Lo sé y lo siento! Y me gustaría pedirte si nos puedes dar un tour, para conocer la ciudad. Los lugares que querías que conociéramos…” Solicité con una voz sumisa.
En faena, Hannah es una mujer recia y testaruda. Pero conmigo, se muestra tierna.
Resignada y forzando una sonrisa, aceptó a mostrarnos su carpeta.
Fue un paseo turístico muy educativo, donde conocimos el parlamento, la impresionante torre de la campana, el viejo molino, entre otras atracciones, finalizando en Harbour Town, donde almorzamos.
“¡Es una lástima que vuelvas tan pronto!” se lamentó mientras comíamos en un restaurant de comida rápida, algo que sus sobrinos disfrutaron con regocijo y mientras veíamos algunas embarcaciones por la ventana. “¡Tenía pensado que mañana saliéramos en velero!”
“¿Tienes un velero?” consultó Marisol.
“Si… pero no muy grande.” Respondió ligeramente alterada, medio mirándome a los ojos. “Es solamente… para 2 personas.”
Mientras Hannah escondía su bochorno mirando por la ventana, Marisol y yo nos miramos con complicidad.
“¡A mí, me encantaría andar en un velero, pero tristemente me mareo fácilmente!” Le explicó Marisol, con una amplia sonrisa.
“¡Nunca pensé que tendrías uno!” me lamenté yo. “¡Me habría encantado conocerlo!”
El rostro de Hannah se iluminó al instante…
“¿De verdad?... porque si lo deseas… puedes verlo… si a Marisol no le incomoda, claro…”
“¡Para nada! ¡Eres su amiga y tienes que aprovechar!” le respondió, acariciando su mano con ternura.
El nerviosismo de Hannah al sentir su mano tornó sus mejillas con una coloración rosa intensa.
Y durante la cena, de una manera no muy discreta, Marisol desafió a Iris al partido de tenis que ya ha mencionado…
Tras despedirnos, Hannah lideraba el camino, como si jugueteara conmigo.
“¡Es por aquí!” me dijo, guiándome por la senda del jardín, siempre sonriendo.
Le llamaba “Orchard” y buscando su traducción al español, se entiende como “Jardín frutal”.
Pero mi impresión fue que estábamos dentro de un pequeño parque floral. Había varias flores y enredaderas, entre ellas varias Rosas rojas y rosadas, haciéndolo un lugar bastante romántico, bajo la luz de los faroles.
Por lo mismo, el caminar de Hannah era más coqueto. Recuerdo que caminaba con las piernas estiradas y los brazos a la altura de su cintura, pero por detrás de su espalda, dando la impresión que marchaba a paso lento.
“Hannah, ¿Recuerdas que una vez me preguntaste hasta cuando trabajaría aquí?”
“¡Claro que lo recuerdo!” respondió briosa y sonriente. “Ese día, también me preguntaste cuando me querría casar…”
Sus ojitos celestes brillaban con malicia, porque ella intuía que durante ese trayecto, algo pasaría entre nosotros.
Pero aparte de no querer corregir sus recuerdos, quise comentarle mis verdaderos motivos.
“Pues… trabajaré contigo hasta final de año.” Comenté rápidamente, como quien se retira una bandita y busca evitar el dolor.
El rostro de Hannah se transfiguró de inmediato.
“¿Qué? ¿Por qué? ¿Ya no me amas?” preguntó desconsolada.
“¡No es eso!” respondí, tratando de calmarla. “Has conocido a Marisol y a mis niñas… ella saldrá de la universidad este año… y quiero estar con ella.”
“¡Pero también puedes estar conmigo!” solicitó con desesperación.
Yo, en cambio, lo había meditado bastante…
“¡Hannah, yo también te amo!... Pero soy papá… y soy su esposo. Es natural que quiera estar más tiempo con ellas.”
El hermoso rostro de Hannah se arruinó en tristeza: sus mejillas enrojecieron y empezó a sollozar, con lágrimas amenazantes.
Una vez más, me recordaba a la Marisol que yo conocí… y por instinto, acaricié sus mejillas.
“¿Por qué… me lo dices ahora?” salió a flote su carácter analítico, mientras que un tierno beso de mi parte trataba de consolarla.
“¡Porque te amo!... y no quiero que sufras, viéndome partir sin una explicación.”
Nos abrazamos con fuerza. Mis manos bajaron a su cintura, levantando su faldita y buscando sus maravillosos tesoros que deparaban para mí.
En una marcha atropellada, con besos ardorosos y caricias furtivas, llegamos a uno de los bordes del terreno, donde un cerco de ladrillos nos proporcionaba el apoyo perfecto para expresar nuestro amor.
Desesperado, desabroché su camisa y besé sus incipientes pechos, con sus diminutos pezones alzados en lujuria, besando el trayecto de su cuello hasta el intersticio y sobándoselos con delicadeza, sabiendo con excelencia que solamente a mí me llaman la atención.
Hannah se limitaba solamente a suspirar, alzando la mirada hacia los cielos y gemir al sentir que mis manos arrebatadas de placer buscaban su tesoro más preciado.
“¡No!... ¡No lo hagas!” me pedía entre jadeos, aunque sus manos ya habían desabrochado mi pantalón y sobaban con desesperación mi bullente erección.
La besé, tratando de convencerla y a acercando mi miembro a su anegada, hambrienta y deseosa hendidura. Pero ella, en vanos esfuerzos, apoyaba sus manos sobre mi cintura.
Aunque mis deseos animales parecían sobrepasarme, mi conciencia hacía un lazo infalible con mi cuerpo.
“¿Por qué?” pregunté, entre besos que me eran devueltos con la misma pasión y deseo.
Me detuvo unos segundos, cuando mi glande se restregaba sobre sus labios y ella lanzó un suave clamor.
Podía intuir sus deseos por tenerme adentro y sentía el flujo de sus jugos escurrirse generosamente sobre mi pene.
Tras un suspiro profundo y arrollador, propio de alguien que resiste un placer superior, logró contenerse…
“¡Dougie y yo estamos intentando!... si la metes así, yo…”
La sensación que me invadió en esos momentos me hizo creer que mi pene estallaría. Por lo general, soy yo el más preocupado de controlar que Hannah se cuide, porque hace mucho tiempo que dejamos los preservativos de lado.
Pero el morbo que sentí en esos momentos (y que durante mi estadía en Melbourne, me causaría remordimientos…) era demasiado fuerte: Corría el riesgo que embarazara a una mujer que no era mi esposa.
Ni siquiera yo me di cuenta cuando empecé a meterla. Hannah lanzó un clamor apagado, mientras que mi marcha empezaba a apartar sus tiernas, húmedas y ardientes carnes.
En mi mente, durante esos momentos, consideraba que cuando Hannah y yo hacemos el amor, me es bastante fácil alcanzar su matriz, la cantidad de semen que boto es bastante copiosa y que dado que mi miembro se hincha más en excitación, la vaga protección que podría darme eyacular afuera eran nulas en su totalidad.
Tras concluir todo eso, veía el blanquecino cuerpo de Hannah sacudirse en vaivén, con sus piernas entrelazadas fuertemente a mi espalda y gimiendo como una desquiciada, con sus ojos casi en blanco.
Hasta esa noche, ignoraba que yo estaba más dotado que Douglas. Pero atribuía su estrechez a la falta de sexo entre nosotros.
Estaba más apretada de lo normal. Y es que si bien también ocurre con mi esposa, con Lizzie e incluso con la misma Hannah, no era tan tenso.
Se sentía prácticamente como la primera vez. Como si estuviese desgarrando tejido virgen e inmaculado, con la diferencia que Hannah estaba consciente del placer que estaba disfrutando.
Ni siquiera entraba 3/4 y Hannah ya iba por su cuarto orgasmo consecutivo, meneando sus caderas con desesperación, pero siendo limitada por su asiento de ladrillos y por mis dominantes embestidas que sometían su delicado y pequeño cuerpo.
Mis manos se aferraban de sus jugosos y libidinosos glúteos, mientras que ella apoyaba su cabeza sobre mi hombro izquierdo y se dejaba penetrar.
A medida que empezaba a alcanzar mi límite, mis manos empezaron a subir por su cintura y a apartarla, sujetándola de sus pequeñitos pechos y apretándoselos con deseo, inundando a Hannah en marejadas y marejadas de placer.
“¡Tan profundo!... ¡Tan profundo!” clamaba ella, en completa libertad, sabiendo que ni su esposo ni Marisol podrían escucharle y seguramente, olvidando su existencia completamente.
Me descargué una vez más en su interior y fue maravilloso. Por cada chorro, un grito de regocijo era recibido con la misma magnitud de placer y fue amainando lentamente, a medida que me iba descargando.
“¡Me vas a embarazar!” me decía, mirándome ebria de placer y besándome de una manera cariñosa. “¡Me vas a hacer una mamá!”
Nos quedamos abrazados, esperando a que pudiera despegarme, pero con el romanticismo de una pareja que baila juntos.
Cuando logré sacarla, su primera reacción fue arrodillarse y meterla en su boca, mirándome con ojos traviesos.
“¡Me encanta la tuya! ¡Nunca se cansa!” decía, lamiéndola como si fuera un caramelo.
Sus manos pequeñitas buscaban estrujar los últimos remanentes de semen, que ya habían dejado brillantes sus labios.
Pero su boquita envolvía mi glande como si estuviese probando una golosina.
Mi esposa también lo hace y de hecho, hace unas gargantas profundas inigualables.
Pero la manera en que Hannah lo hacía me daba la impresión de desear una boca más grande. La lamía hasta la mitad, pero con frustración y deseos de una viciosa.
Sé que también atiende a su esposo así. Pero dudo que lo haga con la misma pasión que lo hace conmigo.
Y aunque lo estaba disfrutando, no podía parar de pensar en su trasero. Es más pequeño que el de Marisol, pero bien proporcionado y solamente podía pensar en lo apretadito que también debía estar, tras un mes de desuso…
“Hannah, ¿Me dejas hacer tu trasero?”
Me miró con una amplia sonrisa maliciosa y le dio una última chupada, untándose mis jugos en su labio inferior.
Sin pensarlo demasiado, apoyó su vientre en la misma cerca de ladrillos donde se había sentado y casi con desesperación, se levantó la falda.
En esos momentos, ni siquiera nos acordamos que nuestras parejas estaban a unos 300 metros o que podrían venir a buscarnos por tardarnos demasiado, ya que estábamos viendo un velero pequeño.
De hecho, nos faltaban unos 50 metros para llegar a la bodega donde lo guardaban.
Pero ahí estaba Hannah, ofreciendo su colita como si fuera un par de panecillos…
Empecé a restregar mi brillante y pegajosa herramienta entre sus nalgas, para ir lubricándola. Una vez más, Hannah empezaba a exhalar profundamente, en anticipación.
Metí mi dedo anular en su ano, arrebatándole un grito y risita nerviosa de sorpresa y placer, causándole un orgasmo de manera inmediata.
“¡Deberías decirle a tu marido que te haga sexo anal de vez en cuando! ¡Se ve que te vuelve loca!” le dije, mientras iba metiendo y sacando suavemente 2 dedos de su esfínter y podía contemplar lo mucho que lo disfrutaba.
“¡No!... ¡A él… le da asco!... ¡Y la tuya… es mejor!” confesó, entre jadeos.
Recordé ese dicho: “Dile al indio que es bueno para el hacha y te tala un bosque…”
La tenía dura como un martillo, mayormente por el morbo de probar algo que no es mío.
Y empecé a forcejear con su agujerito. Tal como lo esperaba, también había retornado a sus tensiones habituales y es que tanto ella, Marisol y Lizzie saben que si hacemos el amor, tengo que rematarlas con sexo anal.
Estiraba sus glúteos, como si intentara hacerme mayor espacio, aunque en realidad no hacía efecto en la penetración. Lo que si hacía era bramar a Hannah, que no paraba de correrse otra vez y yo los apretaba con perfidia, porque en faena siempre nos tienta con esos bermudas que realzan su colita, en bikini lucia infartante e imaginarla vestida de tenista me ponía peor.
Mis embestidas eran tan fuertes, que podría compararla con que la estaba aserruchando, porque nuestro vaivén era sincronizado, con ella clamando con gemidos de placer. Para maximizar su placer, deslicé nuevamente mis manos por su cintura y subí serpenteante hasta sus pechos, que estaban muy excitados.
Douglas y los demás no lo saben, pero Hannah se siente plenamente mujer por sus pechos y es que yo se los estrujo, manoseo, pellizco, lamo, beso y otras tantas cosas, que le hacen sentir completamente deseada.
Por lo que sodomizándola y tomando sus pechos, le tenía sumergida en un mar de éxtasis, donde ella se entregaba plenamente para mí.
Entre jadeos maravillosos, dejaba escapar ocasionales “¡Así!... ¡Ahí!”, que más y más reforzaban el ritmo de mis embestidas y cuando sintió el sacudir de mi miembro congestionado, amenazando con descargarse plenamente, gimoteó placenteramente a ritmo.
“¡Así!... ¡Así!... ¡Siiii!... ¡Siiiii!... ¡Es taanta!... ¡Es taanta!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!...” quedando rendida de gozo sobre el cerco de ladrillo, mientras que yo me apoyaba en el borde con los brazos para no aplastarle.
Tuvimos que esperar otro poco más para despegarnos y una vez más, Hannah, sin ascos ni remordimientos, se llevó mi glande a la boca.
“¡Deberías quedarte conmigo un par de días!” exclamó ella, con mirada de viciosa. “¡Unas 2 o 3 veces de esto al día y no me sentiría tan triste todo el tiempo!”
“¿Y mi esposa?” indagué, haciéndole preocupar, pero no por eso, enterrar su respuesta sobre mi glande.
“¿No se dará cuenta?...” preguntó, mirándola entre una mezcla de deseo y preocupación.
“¡No! Por Marisol, nunca me faltaran las ganas de hacerle el amor.”
Aunque le entristecieron un poco mis palabras, entendió que el amor de mi esposa es mayor.
Nos ayudamos a vestirnos y nos percatamos de la hora. Eran casi las 10:40 pm y nosotros habíamos salido a las 8:15 pm.
Aunque a Hannah le preocupaba más que Marisol sospechara algo, en comparación con su marido, le dije que en el caso que eso se diera, les explicáramos que aprovechamos de conversar en el jardín.
No sería una excusa convincente, pero sabía que Marisol nos apoyaría con esa coartada.
Sin embargo, era evidente el cambio de ánimo de Hannah: cuando estábamos en la mansión, se veía tensa, molesta y distraída. Pero tras nuestra escapada, se veía relajada, jovial y con una mirada mucho más vivaz e inteligente que antes.
Me mostró el velero, que efectivamente era para unas 4 o 5 personas, con un mástil retráctil, pero tras divisar sus espacios, me sentí incomodo de llevar a mis pequeñas en él, por lo que de igual manera, Marisol o yo deberíamos quedarnos en tierra para cuidarles.
Volvimos a casa, abrazados y conversando, aunque mis dedos no paraban de deslizarse por detrás de su falda levantada y entrar y salir con completa libertad del agujero de su ano, llegando a embadurnar un poco mis dedos con nuestros jugos.
Cuando llegamos a la casa, una de las criadas nos dijo que nos esperaban en el estudio. Por la sonrisa discreta que nos dio mientras volteaba, tuve la impresión que ella se imaginaba bastante bien “Por qué nos habíamos retrasado…”
Pero al llegar a la habitación, parecía una película de detectives: Douglas e Iris estaban a un extremo de la sala, sentados en un sofá y Marisol me miraba con preocupación.
No tardó Iris en descargar su enojo, diciendo que mi esposa le había golpeado adrede en la pierna.
En vista que no le creía, ella me obligó a palpar su pierna, buscando una huella inexistente.
Me pareció extraño que abriera con tanta confianza su falda, dejándome ver sin gran dificultad su calzoncito blanco de encaje y que se doblara de la cintura, apretujando sus pechos sobre sus rodillas, para mostrarme donde supuestamente Marisol le había golpeado, quejándose suavemente de dolor en una parte donde no había moretón.
Para su sorpresa, le pedí que levantara su pierna un poco, palpando el tobillo y otras partes en busca de puntos de dolor y a pesar que intentó engañarme, dando quejidos convincentes adicionales, tras inspeccionar el tarso y metatarso, cuando volví a la posición inicial no se quejó.
Incluso le remarqué la falta de hematomas en la zona afectada y que por mi examinación, no parecía haber ruptura.
Miré a Marisol, que parecía afligida y le reconforté con la mirada, sabiendo que ella es incapaz de hacer algo así y conociendo que sus habilidades con la raqueta son mejores que las mías, pero no tanto para ocasionar daño…
Y entonces, me llegó aquel peculiar aroma del vaho de Iris…
Seguía insistiendo en que le dolía y le molestaba, pero al verme oliscar, se cubrió inmediatamente la boca.
Era olor a pene y al contemplar mi mirada indagadora, montó otro arrebato para que reprendiera a Marisol.
Pero siempre dominante e imaginando de quién podría tratarse, le respondí que hablaría con ella a solas, dejándola frustrada y nerviosa.
Cuando entramos a la habitación, solamente puedo decir que Marisol se arrojó sobre mí con desesperación.
Ni siquiera me dio tiempo para preguntar qué le había pasado o contarle lo que había hecho, porque se arrojó a chupar mi pene con desesperación, sin siquiera darme tiempo para asearme.
Literalmente, la tragó como desesperada y aunque intenté resistirme, el placer de la boca de mi esposa no tenía igual y las lamidas que me daba parecían buscar cualquier remanente de los jugos de Hannah de mi falo, mordisqueando maravillosamente, hasta que me hizo acabar.
Incluso en eso, fue diferente: Se enterró mi pene hasta la garganta, como siempre lo hace. Pero esa vez, fue como si además intentara meterse mis testículos en la boca, algo que no le era posible, por quedar atragantada con mi miembro.
Me descargué una vez más, sin que ella dejara que mis jugos se escaparan y aunque algunos restos quedaron en mi miembro, tras verle tragar todo, deslizó su lengua hasta mis testículos, buscando gotas remanentes.
Me dejó relajado y al verla todavía afligida, le pregunté qué pasaba. Pensé que se sentía insegura, por mi escapada con Hannah, pero también quería hacerle el amor.
Me sonrió viciosa y estrujándome incesantemente, para templarme al máximo, me terminó cabalgando una vez más.
Fue una experiencia sobrenatural, en el sentido que una hora atrás, estaba con “La Marisol que era mi amiga” y en esos momentos, estaba con “La Marisol que hoy es mi mujer”.
Y mientras que ella me cabalgaba desesperada, no podía parar de contemplar sus pechos bamboleantes, con sus fresitas subiendo y bajando con insidia.
Sin poder resistirme, porque sentía que me llamaban y Marisol lanzó un suspiro intenso al sentir mis manos sobándola.
Y no me quedé con eso, sino que empecé a jalarlos y pellizcarlos, como ha sido mi habito desde que las pequeñas pararon de llorar porque les impregnaba mi aroma.
Pero sin lugar a dudas, lo que más disfrutaba era el incesante meneo que me daba con su cintura. Su gruta estaba cálida, apretada y jugosita y el masaje que me estaba dando era difícil de describirlo.
Vertí mis jugos con tal vehemencia y el rostro de Marisol se veía tan agotado y satisfecho, que aunque mi erección bajó un poco, quería darle también por la cola.
Marisol, ya acostumbrada a que la tome de esa manera, no puso problemas y se volteó, ofreciéndome su maravilloso trasero. Tal vez, esté un poquito más gordita que Hannah, pero su colita no deja de llamar la atención, especialmente si va acompañada con semejantes pechos y aquella carita de niña buena e inocente.
Abrió sus piernas y sin tanta preparación como con Hannah, entré en su estrecho agujero sin necesitar demasiada lubricación.
Sigue siendo estrecha y sus jadeos, a pesar de estar cansada, me incitaban más y más. La tomé de la cintura, como lo hice con Hannah y una vez más, mis manos agarraban los masivos pechos de mi mujer, estrujándolos a voluntad, pellizcándolos y estirándolos, hasta que clamara suavemente de dolor.
Finalmente, satisfecho y tras haber acabado en su colita, nos dormimos un par de horas, ya que nos embarcábamos por la mañana.
Hannah estaba triste, pero le dije que nos veríamos en un mes más. Se notaba que más que estar con su marido, quería estar conmigo y por eso, no me sorprendí de lo que hizo Marisol.
Siendo ya mi cuarta o quinta vez que la veo hacer algo así, no deja de maravillarme. Pero a Douglas imagino que lo quebró entero, llenándole de fantasías eróticas insospechadas con su esposa y ¿Por qué no? Con la mía también.
Y es que Marisol sabe besar a una mujer. No puedo decir que fue erótico per se, porque no hubo lenguas involucradas.
Pero lo que más llamaba la atención eran sus manos. Marisol dominaba a Hannah, sin darle oportunidad para resistirse y aunque Hannah estaba tensa y sorprendida, sus brazos empezaron a bajar, sin oponer resistencia.
De hecho, de haber proseguido, probablemente se hubiese vuelto más apasionado. Pero el rubor de Hannah dejaba en evidencia que era su primera vez besando a una mujer y más se incrementaba al mirarme, ya que toda esa gama de experiencias se había dado tras conocerme.
Pero eso fue una parte de las vacaciones y en Melbourne, me esperaba otra compañera de trabajo que deseaba mis cuidados.


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