Siete por siete (145): Mi esposa, mi amante y yo (IV)




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Tal vez, piensen que lo estoy alargando demasiado. Pero incluso para la mañana del jueves, yo seguía viendo nuestra visita a Perth como algo “de amigos”.
Que Hannah me había invitado para celebrar su primer aniversario y disfrutar de unos días en su casa, aunque como se daría cuenta Marisol al día siguiente, los 3 éramos víctimas de una conspiración maquiavélica.
Esa mañana, Hannah no trajo su carpeta y con una mirada sencilla, sonriente y expectante, quería saber qué se me ocurriría para ese día.
Y fue de esa manera que pasamos la mañana en la piscina, una vez más, jugueteando con sus sobrinos y entre ellas.
Nos enfrascamos en una batalla acuática, salpicándonos frenéticamente, junto con Lucca y mi esposa y si bien, la tomaba de la cintura y la ceñía hacia mi cuerpo, era simplemente por el espíritu de juego, de protegerla de los ataques de los demás.
También aproveché de competir con ella a nado, donde me resultó venciendo con facilidad. Pero alrededor del mediodía, me detenía más y más a contemplar la cancha de tenis.
Hannah se dio cuenta y preguntó si sabíamos jugar. Confesé que cuando niño, teníamos las raquetas, pero nunca me llamó la atención aquel deporte.
Marisol, en cambio, dijo que se sabía las reglas y las maneras de tomar la raqueta (habiendo visto un animé sobre ello y seguía los partidos de tenis), pero que nunca tuvo la oportunidad de jugar.
De esa manera, tras un generoso almuerzo, Lucca y Hannah se dispusieron a enseñarnos.
Me encantó ver a Marisol y a Hannah cuchicheando entre ellas, como si fueran amigas, tal vez sobre mí e incluso le ofreció prestarle ropa para que jugase más cómoda.
Cuando las vi llegar, me dejaron sin palabras: vestían como tenistas, con esas falditas blancas y cortas, tan sensuales que parecen mostrar la ropa interior, camisetas blancas y viseras.
Pero lo más cautivador fueron sus propias diferencias: Hannah se mostraba desafiante, confiada y sonriente, orgullosa que la falda fuese tan ligera para mostrar su trasero perfecto que tantas pajas inspira por la noche a los hombres de la faena y aunque su busto no es tan voluminoso como el de mi esposa, no dejaba de mostrarse desafiante a través de la tela.
Marisol, en cambio, estaba muy abochornada, por la facilidad con que se apreciaba su trasero y porque sus pechos se destacaban bamboleantes, complementados con una cola de caballo que salía de la visera.
En vista que Lucca es tan pequeñita comparada conmigo y que la simpatía que había desarrollado con Marisol era tan buena, acordamos que Hannah sería mi maestra y la pequeña, la de mi esposa.
A ratos, notaba la sonrisa traviesa de Marisol, ya que Hannah es una perfeccionista y aprovechaba de toquetearme con completa libertad, apoyando sus manos sobre mi trasero al ordenarme flexionar más mis piernas; colocar mi brazo muy cerca de sus pechos, al momento de practicar el saque y situaciones similares.
Por ese motivo y debido a que era un aprendiz bastante lento comparado con mi esposa, Marisol nos dijo que ella y Lucca irían a tomarse unas bebidas en la casa, para capear el calor, dejándome completamente a solas con Hannah.
Ella, ni corta ni perezosa, aprovechaba de apoyar más y más su cuerpo al lado mío, enseñándome la manera adecuada de volear.
Fue en esos momentos que consideró que mi revés era mal ejecutado y que si lo hacía de esa manera, podía lesionarme los tendones de las muñecas.
Intentó ponerse a mis espaldas, restregando sus pechos sobre mi cuerpo, tratando de alcanzar mis brazos, labor que resultó imposible debido a que es tan pequeñita, por lo que decidió ella ponerse delante de mí y guiar mi cuerpo.
Coloqué mi cabeza sobre su hombro derecho y la notaba más agitada y nerviosa, tomando mi antebrazo con libertad.
“¡Debes tomarlo de esta manera y a esta altura!” ordenaba ella, moviendo la raqueta de mi mano. “Si la tomas demasiado cerca, absorberás con mayor fuerza el golpe. Pero si lo apartas, cubrirás un radio mayor y no será tanto.”
“El problema será que no podré responder tan rápido, porque el radio de giro será más amplio.” Respondí, reflexionando con mentalidad de ingeniero.
“Si… pero debes considerar que nunca has practicado este deporte… y te digo por mi propia experiencia que las muñecas quedan resentidas por falta de practica…”dijo, con una voz más agitada.
“¡Pero lo mismo pasaría si lo tomo como dices, Hannah!” protestaba yo, sin percatarme de la pasión en sus ojos y obstinado en la física tras el juego. “Si el tiro es muy potente, flexionará mi muñeca generando un efecto de palanca.”
“¡Como quieras!” rezongó ella, quitándole importancia. “¡Tienes que flexionar más tus piernas!”
Mi pelvis sobó ligeramente su trasero desafiante.
“¡Un poco más!” ordenó ella, entrecerrando los ojos.
Obedecí y me di cuenta que mi pene estaba a la altura de la hendidura de su trasero.
“¡Ahí!” suspiró ella, con un leve escalofrío. “Entonces… debes preocuparte de mover la cintura… para amplificar el golpe…”
Lo que decía no me hacía sentido, en vista que restregaba sus nalgas sobre mi herramienta.
“¿Estás segura?” pregunté con candor, sin darme cuenta de lo que estaba pasando.
“¡Sí!... Y debes apoyar tu mano en mi cintura… para que sientas el vaivén…”
Fue ella la que la tomó, exhalando profundamente, dejándola a la altura de su vientre, pero masajeándola hacia la base de sus pechos.
Mi cuerpo comenzó a reaccionar, restregándose de una manera más brusca sobre mi cuerpo.
“¡Hannah, no deberíamos hacer esto aquí!” le pedí, viendo que su colita despampanante se enterraba más y más sobre mi prisionero miembro.
“¡No!... ¡Lo estás haciendo bien!... ¡Muy bien!... Solo debes soltar la raqueta… y afirmarte con la otra mano a mi cintura… para guiarte como corresponde…”
Intenté apartarme, pero ella se afirmó veloz a mis nalgas.
“¡Vamos!... ¡Un poco más!... ¡Ya casi lo tienes!” me decía, subiendo y bajando sus nalgas con insidia, colocándose casi en 4 patas.
La prisión de mi pantaloncillo era muy fuerte y cuando empezó a jalarlo, tuve que contenerme.
“¡No, Hannah! ¡No, Hannah! ¡Aquí no!” le dije y me volteé bruscamente, haciéndole trastabillar y caer al suelo.
Desde el suelo, me miraba con desamparo, con sus ojitos celestes a punto de ponerse a llorar. Le cedí la mano y la incorporé.
“¡Estoy con mi esposa y están tus sobrinos! ¿Qué pensarían ellos si te ven así?”
“¡Lo siento!... es que han pasado 4 días que Dougie y yo… no hemos tenido sexo… y tenerte aquí…”
Las palabras que Marisol había dicho la noche anterior volvían a mi cabeza…
“Pero Hannah, ¡Yo no soy tu marido!”
“¡Lo sé! Pero incluso cuando estoy con él, pienso en ti…” dijo, mirando particularmente mi entrepierna. “La tuya toca lugares que él no alcanza…”
La tomé de los hombros y le obligué que me mirara los ojos.
“¡Hannah, entiende! ¡Eso lo hacemos en el trabajo, porque estamos solos!... pero ahora estoy con mi esposa y tú tienes a tu marido.”
“¡Lo sé! Pero yo la necesito… que me dejes satisfecha… como lo haces tú…” sentenció, aflorando una sonrisa tristona.
Nos besamos suavemente, con ternura y ella me abrazaba, buscando extender ese beso hasta el ocaso y el infinito.
Me retiré, cuando la noté más calmada.
“¡Hannah, al menos piensa en Lucca, en Mark y en Timmy! ¿Qué dirán si te ven así?”
“¡Es verdad!” reconoció ella con tristeza, secándose la mirada.
Y volvió a darme consejos, dejando de ser tan severa.
Le expliqué que no quería volverme un jugador profesional y que solamente, necesitaba que me enseñara las bases para defenderme. Comprensiva, entendió que necesitaba encontrar mi propio estilo y solamente, modeló lo que ella consideraba necesario que supiese.
Marisol tardó casi una hora, mostrándose levemente decepcionada, porque Hannah seguía tan tensa como cuando se marchó y nos pusimos a jugar dobles, haciendo yo par con mi esposa.
Tía y sobrina fueron lo suficientemente misericordiosas para no sacar tiros tan elaborados. Por mi parte, tendía a tirarme a la parte delantera de la cancha, acelerando la velocidad de los tiros y en respuesta, Hannah se acercaba a defender, arrojando la bola con suficiente velocidad para que Marisol tuviese que cubrir por detrás.
Fue un partido donde todos lo disfrutamos. Pero alrededor de las 6, cuando el sol ya estaba cercano al atardecer, Iris hizo su aparición, vistiendo tan cautivadora como Hannah y mi mujer.
“¡Vine a ver si eres tan bueno como Hannah dice!” comentó desafiante.
Noté la indignación de Marisol, mirándola con bastante enojo y el temor de Hannah, ya que Iris sabe jugar.
Su saque fue demoledor y para ella, fui un ratón enfrentándose con un gato. Los tiros me obligaban constantemente a correr de un lado de la cancha al otro y si bien, los puntos se incrementaban con lentitud, el cansancio físico al que me estaba sometiendo era apabullante.
Pero a medida que el partido se empezaba a alargar, comencé a leer mejor sus movimientos y a elaborar una ofensiva arriesgada: nuevamente, jugaba en la “cancha chica”, colindante con la red, sacrificando espacio para devolver, pero a la vez, potenciando mis respuestas.
Y Hannah tenía razón: Las muñecas me dolían producto de la tensión, pero sin importar los tiros que Iris lanzara, no podía alcanzar mi revés.
Cortamos el partido a la mitad, porque a pesar que Iris ganó el primer set, yo ya la estaba alcanzando para el segundo y se marchó, en vista que pronto cenaríamos.
Marisol y yo volvimos a nuestra habitación, mudamos, bañamos, alimentamos y jugamos un poco con las pequeñas, mientras nos turnábamos para ducharnos y por curiosidad, revisé el correo de trabajo por mi celular.
Tras el incidente del año pasado, donde el equipo de Hannah estuvo involucrado con el camión cisterna, dedico algunos minutos a la semana para hacer un paneo.
Pero entre ellos, destacaba uno que decía “URGENTE!!”, en español.
Era de Sonia, mi antigua compañera de trabajo y que solicitaba mi presencia para el lunes de la semana siguiente (estábamos en la noche del jueves), ya que se encontraba en una situación gravosa y necesitaba de mi asesoría. Se ofrecía a cancelarme los costos del pasaje y la estadía míos y de mi familia, pero que me necesitaba con presteza.
Cuando Marisol salió de la ducha, me encontró abrumado, porque para mí, resultó ser una brusca apreciación para el futuro cercano.
Sonia, que siempre siguió los intereses administrativos, es jerárquicamente mi jefa y para el próximo año, dado que Marisol habrá finalizado sus estudios, yo podría acceder a un ascenso que tengo pendiente, donde me reubicarían en las oficinas de la ciudad de Melbourne y apartándome definitivamente de Hannah.
Mi esposa, tras leer el remitente, se sentó a mi lado y me miró con la misma aflicción que tenía ella la noche anterior.
Y fue de esa manera, que le pedí permiso y ayuda, para que me dejara tener algo con Hannah…


Post siguiente

1 comentario - Siete por siete (145): Mi esposa, mi amante y yo (IV)

pepeluchelopez
Que cambio tan radical, a caso Sonia no podía esperar un poco más para su urgencia, los jefes como siempre xd. Saludos que bien lo del tenis!
metalchono
En realidad, no. Incluso, pensé que podría haberse asesorado por alguien más, pero no conoce a nadie que le tuviera tanta confianza y era una decisión de peso, que no podía tomar sola y que espero contar cuando vuelva a la faena. Saludos, amigo