Historias Reales - Cap. XX

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XX.
Solas y Solos.

Jueves, nueve y media de la noche más o menos, esperaba en la puerta de un restaurante de la zona de Barrio Norte fumando un cigarrillo la llegada de mi amigo Marcelo, con quien me encontraba a cenar.
Tenemos la misma edad -pisando los 40-, nos conocimos hace unos veinte años en la facultad; él se recibió de ingeniero y yo rumbeé por otros caminos. A Marcelo nunca se le conoció una novia formal, un tipo que nunca quiso comprometerse y un verdadero crack de la noche. Es de esos tipos que por ejemplo, volviendo una noche de hacer algún trabajo pasa por una casa medio extraña con una lámpara roja en la puerta y entra a ver de qué se trata…
Terminada la cena bien regada con buen vino y ya despidiéndonos en la puerta del restaurante, me agarra el brazo y me dice:
-- Acá, a un par de cuadras, hay un boliche de solas y solos con buenas veteranas, ¿vamos?
-- Loco, son casi las 12 y mañana tengo que laburar…
-- Andá un poco más tarde, dale, vamos, vas a ver qué bueno está.
-- Pero ¿a esta hora queda alguien?
-- Es la mejor hora… Vamos.
Recordé rápidamente las actividades que tenía la mañana siguiente y pesó más las ganas de ponerla. Me convenció. Caminamos unas cuadras hasta que llegamos a una casa muy finoli, tipo petit hotel, con frente de piedra blanca y portones de rejas de hierro negro. No había ningún cartel que indicara qué funcionaba allí adentro. Tocó el timbre y un tipo muy bien trajeado abrió la puerta. Marcelo se presentó, como si fuera habitué, me presentó a mí como su amigo y nos invitaron a pasar.
El tipo se quedó del lado de adentro de la puerta y nosotros caminamos por un largo y ancho pasillo que daba a un jardín, que atravesándolo nos llevaba a un chalet en el fondo. Mientras caminábamos, Marcelo me contaba rápidamente cómo funcionaba la cosa.
Era así: Entrabas y te ubicaban en una pequeña mesa que tenía un número como centro de mesa, un anotador, una lapicera y un teléfono. Desde ese aparato marcabas el número de la mesa que te interesaba, o esperabas que se encendiera la luz azul que indicaba que te estaban llamando, y hablabas con la otra persona. No podía haber contacto físico y era obligatoria una consumición, muy cara por cierto, que sólo se podía abonar con tarjeta de crédito, no se manejaba efectivo.
Me tocó la mesa 18, me pedí un J&B doble con hielo y mientras lo esperaba estudiaba el entorno. Además de mi amigo y yo había solamente otros tres tipos, jovatos por cierto. Mujeres conté no menos de quince, todas muy pitucas pero de unos cincuenta y pico de abriles la más joven. Di una recorrida con la vista e inmediatamente la regresé a la señora de la mesa 9 que me provocó cierta fantasía. Ambos quedamos mirándonos un rato; rato que fue interrumpido por el mozo con el whisky.
Se trataba de una rubia muy bien maquillada, con el pelo largo recogido sobre la nuca, camisa blanca escotada, tetas muy grandes, falda corta y medias negras con zapatos de alto taco. Fueron sus pechos y sobre todo sus piernas cruzadas mostrándome los muslos lo que más me atrajo. Le calculé unos 60 años. Era con ella y nada más que con ella con quien quería hablar, pero no me animaba a levantar el tubo y discar el 09. Sin quitarle los ojos de encima esperaba entonarme con un par de tragos y cuando me decidí, la veo que toma el teléfono. “Perdí por lento” pensé. Pero en ese mismo instante se enciende mi luz azul. Era ella…
-- Hola guapo… -escucho que me dice del otro lado de la línea con acento algo castizo-.
-- Hola… -respondí tímidamente-.
-- Ante todo nos presentamos: Soy Muriel, valenciana radicada en Buenos Aires, viuda, sola, 66 años, jubilada y empresaria, el resto está a la vista –me decía mientras alzaba un poco su pierna mostrándome donde comienza la nalga-. Te escucho.
-- Mucho gusto. Soy Juan, porteño, divorciado, vivo solo, 36 años, licenciado en sistemas. Un placer hablar con usted, señora. –mientras terminaba la frase me dí cuenta que me llevaba 30 años!-
-- Vamos chaval, ¡qué señora ni ocho cuartos!, tutéame por favor…
-- Si, mejor… Disculpe, disculpame, estoy algo nervioso, es la primera vez que vengo…
-- Y bienvenido seas! –me interrumpe-. Era hora que entrara aquí gente joven… Mira a tu alrededor: todos viejos…
-- … -no supe qué responder, me bajé de un trago el resto del vaso y me pedí otro haciendo una seña al mozo-.
-- Veo que eres de los míos, tomas whisky del bueno y mucho –dijo alzando levemente y mostrándome su vaso a la distancia, para continuar-; el problema es que aquí es muy caro.
-- Si, pero es una buena inversión si sirve para conocerte…
-- Si quieres conocerme no hay mejor lugar que mi departamento… y allí las bebidas son gratis…
No lo podía creer… En cinco minutos conocí a una veterana, que estaba bien buena, que me calentaba y que me quería llevar a la casa…
-- Si me estás invitando, acepto –accedí sin dudar-.
-- Perfecto. Vivo a dos cuadras, frente a la plaza. Paga tu cuenta, sal, camina a la derecha y espérame en la esquina. Voy en cinco minutos.
Cumplí las indicaciones, saludé a Marcelo con un guiño de ojo, y al poco rato de estar en la esquina la veo caminar hacia mí.
-- Vamos, guapo?
-- Vamos.
Las cuadras que nos separaban de su edificio las caminamos hablando de ligerezas y espiando por su escote el descomunal tamaño de sus tetas. Solamente cuando faltaban pocos metros para llegar me animé:
-- Tus pechos me vuelven loco…
-- Más loco te volverás cuando friegue con ellos tu dura polla…
Llegamos a un edificio de puta madre. Entramos a su departamento, un piso muy fino, lujosamente amoblado con muebles modernos. Me invita a entrar y propone:
-- Sirve algunas copas para los dos. Ya vuelvo.
El bar era de película: había todo lo que uno pudiera imaginarse y más. Botellas de todas las procedencias, heladera, conservadora, cristalería, accesorios, de todo… Serví dos poderosos etiquetas azules con una piedra de hielo y me senté cómodamente en uno de los sillones a disfrutar ese trago esperando su regreso. Escuché el ruido de la ducha y supuse que aún faltaría un rato importante para comenzar la acción. Mientras esperaba me atreví a poner algo de música, me terminé el escocés y me serví otro mientras oía que el ruido del agua se detenía. Al rato volvió envuelta en un toallón blanco. Se paró frente a mí bajo el marco de la puerta y me dijo:
-- A ver qué te parece…
Y dejó caer el toallón al suelo mostrándose completamente desnuda. Su increíble belleza no condecía con su edad. Su cuerpo, sin un gramo de más, ostentaba amplias caderas, piernas fuertes, un hermoso vientre y por supuesto, seré reiterativo, un par de tetas descomunales, blancas, grandes, con unos pezones rosados perfectamente centrados.
-- Quítate la ropa –casi que me ordenó-.
Lentamente fui desvistiéndome sin quitarle la mirada. Mientras me desnudaba ella acariciaba su cuerpo, mordía su labio inferior en actitud lasciva y pellizcaba sus pezones poniéndolos como dos botones. Todo esto provocaba en mí una furtiva erección. Completamente desnudo amagué acercarme a ella, a lo que sugirió que me siente en el sillón. Fue entonces que vino hacia mí, se arrodilló entre mis piernas y comenzó a lamerme la zona genital.
-- Tienes un exquisito sabor –me confesó, antes de introducir todo mi miembro, ya plenamente erecto en su boca-; y una polla de tamaño considerable…
Dicho esto siguió chupando y cuando estaba bien dura y ensalivada la acomodó entre sus tetas pajeándome con ellas. Sentía la suave fricción y el tibio calor de sus mamas.
-- Vení, subí, quiero besar esas tetas…
Se trepó sobre mí ofreciendo los pechos a mis labios. Mientras los lamía, ella gemía rozando su carnosa vulva depilada contra el pene erguido. Completamente mojada, acomodó el glande en la puerta del culo y se sentó sobre él para penetrarla hasta los huevos. Gritó de placer, un placer algo doloroso pero placer al fin. La cogí por el culo un largo rato escuchando sus gemidos… Un denso olor a feromonas inundaba el ambiente. A punto de acabar le pedí hacerlo sobre sus tetas, a lo que accedió recostándose boca arriba ofreciendo sus pechos a mi pija como una ofrenda sagrada. Me masturbó apoyando la cabeza de la chota en su pezón y acabé sobre él tres o cuatro poderosos chorros de abundante semen caliente y espeso, que ella se encargó de distribuirlos con masajes por sus pechos, para finalmente colectarlos y llevarlos entre sus dedos a la boca.
Estos fueron los primeros veinte o treinta minutos. Hubo un par de horas más de sexo desenfrenado, whisky, juguetes y champagne.
Ya entrada la madrugada y estando ambos fusilados de cansancio me retiro al baño con mis ropas para higienizarme y vestirme para irme. Al volver a la sala se produce la primera de las situaciones más imprevistas… Comienzo a despedirme:
-- Muriel, he pasado una noche sensacional y quiero agradecerte…
-- ¿Cómo agradecerme? –me interrumpe-. Debes poner un precio a esto…
-- ¿Un precio? –estaba desconcertado-
-- Si, claro, ¿qué es lo que te debo?
-- Nada…
-- ¿Nada? ¿Tú estás loco? Vamos, dime cuánto es… -dijo dirigiéndose a su cartera-
-- No, Muriel, sinceramente no entiendo nada… No te voy a cobrar, al contrario, yo debería pagar…
-- ¡No me tomes por una cualquiera!
-- No, no quise decir eso. Pero si ambos quedamos tan conformes no tenemos más que repetirla. Sólo tienes que llamarme.
Busqué una tarjeta personal en mi billetera, se la dejé, nos despedimos con un ardiente beso y fui en busca del auto con mínimas esperanzas de que me llame.

La segunda situación a la que hacía mención más arriba, es que inesperadamente lo del jueves lo repetimos el viernes, el sábado y ayer, domingo.

7 comentarios - Historias Reales - Cap. XX

Betogomez3000
Me dejaste al palo!, imaginando solo esa maquina de placer!!! Aguanten las vetessssss
Corcho011
Aplausossss...!!!!!!! muy buen relato, si quiere fiesta avisa que vamos jajaja, tremenda veterana. Gracias por conpartir
viciosomdq
Excelente relato amigo...! Solo faltó pasar la dirección de la casona...
Volveré con merecidos puntos...
mdqpablo
muy buena experiencia , pasando la dir del lugarr ja van pts muy buen relato
seriouskush
muy bueno, como se llama el boliche??
seriouskush
muy bueno, como se llama el boliche??