Historias Reales - Cap. VII

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO VII.
(Algunos nombres han sido cambiados)

Había pasado un largo tiempo desde aquella noche con Laura, que por cierto, se repitieron varias veces más aunque más distanciadas. Debo reconocer que a pesar de no ser la mina más linda del mundo y estar muy lejos de eso, era con quien mejor la pasaba en la cama. Indudablemente, tal como me habían adelantado, las gordis son de lo mejor… Hoy ya no nos vemos ni tenemos ningún tipo de contacto más que algún cruce en el Facebook. Sé que está muy de novia y con serios planes de casorio. ¡Bienaventurado el muchacho! Mientras, yo me contento con recordarla cada tanto y dedicarle alguna manuela…

Un día, Mirta -una compañera de un viejo laburo anterior- me invita a su cumpleaños número 50. Lo hacía en su casa de Olivos un sábado a la noche. La cosa era de sport, pero por las dudas, también deberíamos llevar ropa de baño por si la noche se daba para aprovechar la pileta. Por supuesto, fui. No tenía ninguna intención de nada con Mirta, pero no dudaba de que aquella casa podía ser un buen coto de caza.
Recuerdo que ese sábado de verano hizo no menos de 37°. Terminada la tarde se esperaban fuertes lluvias y así fue. Un cielo completamente encapotado y una tormenta de agua y viento típica de verano me recibió esa noche en la casa de la cumpleañera.
Como buena anfitriona me presentó a cada uno de los casi 40 invitados, tarea bastante inútil ya que cuando llegamos al último no recordaba ni el nombre de ninguno de los anteriores; salvo uno: Liliana, una compañera de Mirta de la escuela primaria, veterana, cincuenta años bien plantados, rubia, grandota y muy elegante, parecía de guita la vejeta. La recuerdo porque Liliana fue la más afectuosa a la hora de saludarme y me gustó mucho, me ratonéo. Intuí que algo habían hablado de mí antes de mi llegada ya que a Mirta le gustaba jugar de Celestina, pero la alianza de oro en el anular izquierdo de Liliana echó por tierra mis sospechas.
La noche transcurría muy amenamente, con buenas charlas, comida y vinos.
Ya de madrugada, en un momento en que estábamos con Mirta recordando viejas anécdotas laborales, se acerca Liliana para pedirle que le llame un remis que la lleve a la casa.
- ¿Dónde vivís? –me cuelo en la conversación-.
- En Devoto.
- Yo voy para Caballito. Si me aguantás un cachito, te llevo.
- Uh, mirá que suerte –le dijo Mirta-
- ¿Pero no te desviás mucho? –preguntó Liliana importándole poco y nada-.
- No… dejate de pavadas.
- Bueno, si no te molesta te espero.
- Dale, andá a buscar tus cosas y vamos.
Un par de minutos más tarde estaba a mi lado con la cartera en la mano. Nos despedimos de Mirta con un beso y del resto con un saludo generalizado, tras lo cual corrimos bajo la lluvia hasta el auto.
- Vos me indicás –le pedí-
- Si, tomá por Cabildo y Monroe, después te guío.
Arrancamos bajo una intensa lluvia y hacia allí me dirigí.
- ¡Qué noche de mierda! –comenté para romper el hielo-.
- Si, la verdad que si. Una fiesta para olvidar.
- Yo me refería a la tormenta. ¿La pasaste mal?
- Y, más o menos, mucho boludaje había en esa casa.
- Es que cuando la gente no se conoce solo se habla de huevadas…
Queriendo diferenciarme del “boludaje” intenté con éxito hilvanar una conversación algo más interesante. Fue así que entre otras cosas supe que tal como presumía estaba casada hacía ya un poco más de 20 años con un tipo –doce años mayor que ella- que no pudo darle hijos pero sí un muy buen pasar económico dado que era ingeniero o geólogo de YPF con un cargo muy importante en el área de Exploraciones. Ella era docente, pero como el marido ganaba muy bien, había dejado las aulas hacía mucho y dedicaba todo su tiempo a su hobby: la escultura. Esto le había permitido participar en varias exposiciones y traerse algunos premios.
Cuando llegamos a la casa estacioné en la puerta. Era casi una verdadera mansión a la que se accedía cruzando una reja y un largo camino a través de un muy bien cuidado parque.
- ¿Madrugás mañana?
- Si, los domingos acostumbro madrugar a las 2 de la tarde –bromée-.
- ¿Querés pasar, entonces?
- Temo que se te arme algún despelote con tu marido…
- Está de viaje el muy pelotudo –me interrumpió-. Siempre está de viaje ese boludo –parecía lamentarse-.
- SI es así y no te molesta, entonces te voy a aceptar un café.
- ¿Querés entrar el auto?
- No, lo dejo acá. Será un rato nada más…
- Dale, corramos…
Bajamos del auto y corrimos hacia la reja intentando vanamente guarecernos de la lluvia cruzando los brazos sobre las cabezas. La demora en encontrar las llaves, abrir y cruzar el parque hizo que lleguemos a la casa completamente empapados.
- Quitate los zapatos y esperame acá que te traigo algo de ropa seca…
Al rato apareció con una bata y unas pantuflas que parecían no tener uso.
- Pasá al baño y cambiate. Sacate esa ropa mojada que va a hacerte mal.
En el baño –que entre paréntesis era casi tan grande como mi dormitorio- pensaba: “Si pudiera ganarme una viejita como esta…”. Aproveché para lavarme la cara, secarme un poco y echarme una buena meada. No me quité los calzoncillos porque no estaban húmedos y temía que de otro modo asomara algo por la bata que incomodara a la veterana. Me calcé las pantuflas y guiado por su voz fui hacia la cocina, desde donde Liliana me llamaba.
Allí estaba ella con una bata idéntica a la mía, pero con su inicial en el bolsillo. Busqué en la mía: “O”.
- ¿Café? –ofreció-
- Si, con una de azúcar –acepté- Y no dudo de que en esta casa debe haber un buen escocés… -me arriesgué a mangar muy caraduramente-
- Ahh, sos de los míos! Claro! Aquí nunca puede faltar… Sacá unos hielos de la heladera y vamos al living.
La seguí con un bowl con cubitos en la mano. Sobre un mueble había un etiqueta negra –entre otras varias botellas con distintos brebajes etílicos- y varios vasos y copas de diferentes tamaños.
- Servite lo que quieras. A mí un whisky con hielo –me invitó y pidió-.
Fiel a mis costumbre me serví lo mismo llenando generosamente los vasos y nos sentamos algo distanciados en un enorme sillón clarito con decenas de almohadones. Toda la casa estaba muy bien decorada, con mucho nivel y muy buen gusto.
- ¿Vos decoraste esto? –pregunté-
- Si, todo. Cuando la compramos la casa esta derruida y con la ayuda de unos arquitectos amigos la hice a nuevo.
- Está muy bien –dije alagándola recorriendo con la vista todo el ambiente- ¿Vos sola? ¿Tu marido no participó?
- Si, claro, él puso la plata, jaja…
Su charla era muy agradable, pero era llamativo que cada tema de conversación que iniciábamos derivaba siempre en su marido. Hasta llegó a contarme intimidades tales como:
- Estoy segura que me hace los cuernos… Él no está casi nunca en casa, siempre tiene que viajar a algún lado, y lo poco que está conmigo casi no tenemos sexo, sistemáticamente encuentra una excusa: o que está cansado, o que es muy tarde, o que no tomó la azul. No quiero exagerarte pero creo que la última vez que tuvimos sexo fue hace más de dos meses…
- ¿Dos meses?!!!
- Si, o más… Yo, porque el muy hijo de puta debe encamarse con todas sus empleadas y “compañeritas” de viaje… Más de una puta debe tener el turro…
- No lo acuses así nomás…
- Y vos no lo defiendas al muy sorete… -me interrumpió casi con enojo-.
La conversación se estiró un largo rato. Creo que yo ya iba por el tercer whisky pero ella andaba por el quinto cuando ya estaba decidido a volver a casa… Las primeras luces tenues del amanecer nublado entraban por el gran ventanal que daba al parque trasero. Tanto hablar mal de Oscar –así se llamaba el marido- casi en un monólogo saciaba la necesidad de descargar su bronca y seguramente la cantidad de whisky que tomó hizo que me eligiera a mí para eso. Y continuó amenazante:
- ¡Pero esto se termina acá! ¡Hoy lo cago yo y me voy a sacar las ganas que te tengo! –dijo mientras se incorporaba tambaleante frente a mi desabrochando el lazo de su bata y quedar completamente desnuda ante mi atormentada mirada. Sus pechos naturales no podían esconder el medio siglo de vida, algo caídos no dejaban de ser hermosos y grandes, con unos minúsculos pezones duros y oscuros, sus caderas mucho más anchas que su cintura, una apenas apreciable pancita, el cuidado bello de su pubis era escaso y rubio, sus piernas eran macizas, musculosas y sus tobillos delgados. Me anímé a tomarla de las caderas para hacerla girar y apreciarla de espaldas. Sus hombros quedaron semi escondidos por su cabellera rubia y su espalda terminaba en un culo que parecía tallado por un escultor. No podía creer que ese culo fuera de una mujer de 50 años…
- ¿Te gusto? –preguntó-
- Estoy encantado…
- Quiero que me cojas, que hagas realidad conmigo todas las fantasías que tengas con una madura… Y quiero hacer con vos todo lo que me privo de hacer con el otro impotente…
Sin más, se arrodilló entre mis piernas, separó los paños de mi bata y bajándome los calzoncillos comenzó a propinarle una merecida mamada a mi pija semi erecta…
- Mmmm… Es linda… y grande –murmuraba complacida mientras chupaba- Me gusta…
Quise distraerme con algo ya que inmediatamente me puse al palo y temía acabar muy pronto, pero me di cuenta que esto no sucedería dados los ya cuatro whiskies que me había clavado, lo cual me aseguraba un largo rato de juegos previos.
Mientras me masturbaba, lamía y chupaba mis huevos poniéndoselos en la boca y jugando con ellos con su lengua. Sus manos eran increíblemente pequeñas en relación con su cuerpo, lo que hacía que mi pija pareciera más grande aún.
- Ay, mi amor… La quiero toda adentro… -me pedía-.
La tomé de los brazos invitándola a acostarse en el sillón. Boca arriba, con su cabeza sobre los almohadones, una pierna sobre el respaldo y su otro pie descansado en el piso, me ofreció una deliciosa concha, con unos labios muy carnosos que manaban de su interior y que separé delicadamente con mis dedos para dejar aflorar un clítoris de considerables dimensiones. Con la punta de la lengua comencé a dibujar círculos a su alrededor introduciéndola en su vagina alternadamente. Pequeños espasmos acompañados de profundos suspiros delataban su goce. Con un dedo bien ensalivado la penetré mientras con otro le acariciaba el ano, que sentía que latía relajándose y apretándose al ritmo de mis lamidas. Sus suspiros pasaron a ser gemidos y luego gritos conforme al aumento de placer…
- Cojeme, por favor, no puedo más, voy a acabar… -me imploraba-
Me incorporé para acariciar con mi glande su clítoris, masturbándome para conseguir una máxima erección. Ella vibraba y se retorcía de placer en el amplio sillón hasta que con su mano la empujó hasta la entrada de su concha y con un rápido movimiento introdujo la cabeza.
- ¡Metela toda adentro! Haceme sentir los huevos en el culo…
Se la enterré completa con un solo envión y sentí como las paredes de su vagina se contraían mientras sucedía su primer orgasmo…
- Ahhhhhh!!! –gritó- ¡Qué placer!!! Seguí, dame más, no pares…
Me daba cuenta que a mí me faltaba aún mucho para acabar así que sin sacarla seguí cogiéndome esa deliciosa concha mojada. Segundos después, una convulsión orgásmica arqueó su espalda, expulsó mi pene y un brutal chorro de jugos vaginales salpicó el tapizado. Tras breves segundos para recomponerse observó que aún mantenía mi erección y se la llevó a la boca poniéndose como un perrito en cuatro patas.
- Quiero tu culo –le pedí-
- ¿Me va a doler? –cuestionó temerosa- Nunca lo hice por ahí.
- Intentaré que no lo sufras.
- Dale, pero si me duele mucho te detenés, ¿si?
Le pedí que se acomode en el sillón apoyando la espalda en el asiento dejándome a mi el control de sus caderas. Me ubiqué entre sus piernas separadas y levantándolas con mis manos comencé a lamer su ano introduciendo apenas la punta de la lengua; sentí su suavidad y también el sabor de los jugos vaginales que su orgasmo había derramado sobre él.
- Eso me gusta… -dijo relajada-
Humedecí más e intenté con el dedo. Acaricié suavemente por derredor del ano intentando relajar el músculo, para finalmente introducir el índice. Con la yema del dedo frotaba desde adentro las paredes de la vagina y eso le provocaba mucho placer.
- Me gusta… -repetía-
Sentía que había una relajación total y que era el momento…
- Si te duele me avisás –le pedí-
- Si, pero seguí…
Un segundo dedo entró con relativa facilidad. Al tiempo que con la otra mano me masturbaba para que no cayera la erección, escupí un poco más de saliva para hacerlos girar y tornear el ano. Del tercer dedo sólo entró la punta de una falange, ella no se quejaba de dolor pero era evidente que había llegado a su máxima dilatación. No era suficiente para penetrarla sin que lo sufra pero hice el intento.
Muy despacio apoyé la cabeza del pene en la puerta de la caverna introduciendo la punta antes de perder la dilatación y suavemente comencé a hacer fuerza…
- Metémela… por Diossss! –Imploraba separando sus nalgas con las manos-.
Un empellón más e introduje la cabeza. Se estremeció, un ahogado grito de dolor me pedía abandonar pero insistí, ya con la cabeza adentro sería más sencillo. Lentamente seguí introduciéndola a medida que se iba relajando. Con toda adentro comencé a bombear sacándola hasta sentir el ano en el cuello del glande y volviendo a entrarle toda, con un ritmo lento, pausado, pero más enérgico cuanto más placer notaba en ella.
- Ay, Dios, lo que me estaba perdiendo!
Gritaba alocadamente, no por dolor sino por placer, cuando mi miembro empujaba su recto contra la vagina. Era para mí un placer apreciar las contracciones de su vulva al ritmo de la cojida. Se animó entonces a seguir con sus caderas el vaivén de las mías pero en sentido contrario. Le tomé las piernas por detrás de las rodillas abriéndolas al máximo para mejorar el panorama. Con sus manos acariciaba sus tetas pellizcando los duros pezones que a esta altura semejaban dos prominentes botones de timbre. Deseaba no acabar nunca y seguir así toda la vida, pero sentía cómo un manantial de semen subía desde los huevos…
- Me vengo! –grité-
- En la boca… -pidió mientras se la sacaba del culo y ella se arrodillaba frente a mi-
Su boca muy abierta con la lengua apoyada debajo de la cabeza de mi polla recibió una suculenta eyaculación caliente que golpeó su paladar y bajó hasta su garganta. Luego vinieron un segundo y tercer chorro que inundaron su cavidad bucal. Cerró entonces sus labios aprisionando mi miembro entre ellos como queriéndolo exprimirlo por más. Cuando notó que era todo, liberó mi pija de sus fauces, me mostró el semen en su boca, la cerró y tragó con la mejor expresión de placer.
Rendida, recostada extenuada entre el piso y el sillón, pidió que nos sirviéramos una copa de champán.
- Por favor; hay algunas botellas en la heladera. Traéte una que quiero brindar… -me pidió casi sin aliento-.

CONTINÚA…

6 comentarios - Historias Reales - Cap. VII

profezonasur
Bien me gusta su estilo con detalles. Volveré con los puntos que se merece mañana. Un abrazo
_MicrO_
excelente, me encanto el post che!