Seis por ocho (55): Las garras de la noche




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Finalmente, sucumbí al cansancio. Tuve un grato sueño…
Sentía dos bocas, mamando y chupando mi mástil. A ratos, sentía una mano sujetando suavemente mi glande, enderezándolo para lamer mejor mi tronco. La otra boca, por su parte, se encargaba de lamer con la lengua mis secreciones.
Trataba de resistirme, pero era inevitable. El placer que estaba sintiendo era demasiado intenso y yo estaba muy excitado. Finalmente, me corrí, liberando la tensión de mi pene.
“¡Se ha corrido mucho!” escuché una voz.
“¡Pobrecito! ¡Estaba tan apenado anoche, que no se atrevió!” dijo otra.
Abrí los ojos y la visión me impresionó: madre e hija, cubiertas de semen, lamiendo los restos de mi corrida.
Definitivamente, había perdido la confianza en dormir en casa de mis suegros…
“¡Marco, despertaste!” me dijo Verónica, muy animosa.
Amelia seguía limpiando mi verga, con mucha dedicación.
“¡Te quedaste dormido y no escuchaste el despertador, perezoso!” decía ella, riéndose “Pensamos en despertarte juntas, como lo hace Marisol…”
Al escuchar su nombre, el peso de mi conciencia me cayó encima. Mi mirada se volvió más sería y la desesperación me invadió.
“¿Qué pasa?” preguntó Verónica, al verme tan acelerado.
“No debieron…haber hecho eso.” Les dije, arrebatando mi pene casi a la fuerza de los labios de Amelia.
Aun en ropa interior, me miraban confundidas, pero no había sido su culpa. Debería haberles dicho lo del compromiso y del embarazo de Marisol.
Lo que tenía con ellas no podía seguir. Deseo ser un buen padre…
Me bañé, me vestí y ni siquiera me dio el apetito para desayunar.
“Marco, ¿Estás enojado?”Preguntó Amelia, con lágrimas “Yo lo hice…porque pensé que te gustaría.”
“¡No, no es eso! ¡Lo hiciste muy bien…!” reconocí, con un enorme sentimiento de culpa “¡Pero ya no podemos…seguir haciendo esto más!”
Amelia empezaba a llorar sin comprender. Verónica me miraba confundida.
“¿Por qué?” preguntó.
Entonces vio mis ojos…
“¿Qué pasó con Marisol?” dijo, adivinando mi mirada.
Al escuchar el nombre de su hermana, Amelia nos miró. No tuve otra elección que contarles toda la verdad.
“Marisol y yo…estamos comprometidos.”
“¿Comprometidos?... ¿Para casarse?” preguntó Amelia, en su ingenuidad.
Yo asentí con la cabeza. Verónica me miraba muy perturbada.
“Pero la otra vez, me dijiste que le habías ofrecido el anillo, pero no podías entregarte…”
“Así era… pero ahora estamos a punto de encontrar a “Amelia” en la mina y mi jefe está tan sorprendido con mi trabajo, que me ofreció un puesto en un yacimiento nuevo en Australia…” le respondí.
“¿Tan…lejos?” preguntó Amelia, desconsolada.
“Pero… ¿Qué pasará con Marisol?... ella sigue estudiando en la universidad y no creo que quiera irse tan fácilmente…” dijo Verónica, con mayor razonamiento.
“Eso es lo otro…” respondí, suspirando para darme ánimos. “ Marisol está embarazada…”
Me respondieron con un bullicioso “¿Qué?”
“¡Eso… es imposible!” decía Amelia, muy impactada. “Siempre que lo haces… usas condón.”
Amelia se puso a llorar en la mesa, sin ver cómo su madre y yo esquivábamos su mirada.
“¡Por ahora, no sabemos cómo pasó!” le respondí “Marisol cree que la drogaron y la violaron en la universidad… aunque no recuerda nada extraño.”
“¡Qué espanto! ¡Pobrecita!” dijo Verónica, empezando a llorar. “¿Y tú? ¿Cómo te sientes?”
“Feliz.” Respondí yo, sonriendo entre lágrimas“Al fin, seré papá…”
Verónica sonrió, también mientras lloraba.
“Si Sergio fuera un poco más comprensivo, tal vez no nos estaríamos separando.”
“¿Qué?” dijo Amelia, completamente destrozada.
Su madre se lamentó de sus palabras.
“Tu padre se va a divorciar, pero no tienes que preocuparte. Yo las cuidaré…” le dije.
Amelia me miró con sus ojos verdes llenos de lágrimas y furia.
“¿Cómo?... ¿Cómo nos vas a cuidar?... Te casarás con Marisol, serás papá y te irás lejos, muy lejos… nos dejarás a mamá y a mí solas, otra vez… ¿Cómo piensas cuidarnos?...” dijo y salió corriendo, subiendo las escaleras para llorar en su habitación.
Yo quedé sin palabras…
“¡Déjala!” me dijo Verónica. “Solo está asustada y han sido muchas cosas…yo aun confió en ti.”
Sus ojos estaban llenos de tristeza, pero trataba de alegrarse por mí y por Marisol. En esta nueva situación, lo único que podía hacer era abrazarla como amigo, que nos hacía sentir peor.
“¡Gracias!... necesito que pidas todos los datos escolares de Amelia, para antes del viernes.” Le dije, luego de abrazarla.
“¿Por qué?” preguntó ella, confundida.
“Los vamos a necesitar.” Le respondí. No quise darle más información.
Ella intuyó algo, pero no preguntó.
“Marco, sobre lo ocurrido entre Sergio y yo…” me dijo, pero yo le interrumpí.
“¡No te preocupes por ello!” le dije yo, tomando mi equipo para el trabajo. “Lo tengo todo planeado.”
“¡No! Lo que quería decirte…” ella sonrió, pero un par de lágrimas rodó por sus mejillas “… ahora puede que no te importe… pero yo… te fui fiel.”
La besé en la mejilla.
“¡Lo sé y créeme, aun me importa! ¡Adiós!”
Abrí la puerta, sin mirar atrás.
Me sentía mal. Aunque sabía que las cosas mejorarían para todos, me cuestionaba si realmente fue bueno que me involucrara con todas ellas.
Porque a pesar de tener “Carta blanca” de parte de Marisol, mis percepciones sobre el sexo con otra persona se veían muy justificadas.
Es decir, me había fusionado con cada una de ellas y para Verónica, me convertí en el esposo que Sergio nunca fue; Para Amelia, me convertí en su primer y gran amor; Para Pamela, en el novio que nunca tuvo y que supo darle amor; Para Sonia…
Aun no sabía qué era para Sonia… aunque no pasarían dos horas antes de que tuviera la respuesta.
Al llegar al terminal, ahí estaba esperándome. Me he dado cuenta que mis dotes de escritor son regulares, ya que no las he descrito a ellas como se lo merecen.
Sonia tiene 33 años. Mide 1.75 m; Pelo negro, liso y largo, hasta un poco más debajo de sus pechos; ojos negros, debajo de los infaltables lentes de marco cuadrado negro, que le dan un aspecto de analítica, como también de una tigresa en la cama, cuyo propósito es para descansar la vista, aunque ella los mantiene porque en la oficina le daban un aire intelectual.
No pude tomar sus medidas, pero estimo que si Marisol tenía al comienzo de su embarazo un busto de 92 cm aproximadamente, Sonia debía estar entre los 93 y 94 cm.
Pero sus mayores atributos eran sus largas y bonitas piernas y su amplio trasero, que ocupaban el segundo lugar tras el de Pamela.
El resto del personal nos miraba con admiración. Nuestros saludos entre nosotros fueron de cortesía, ya que volvíamos a tener la relación de compañeros que teníamos en la capital.
Sin embargo, estaba preocupada por ella. Aunque la necesitaba para poder ubicar la maquina “Amelia” por su memoria fotográfica, sé bastante bien que es claustrofóbica y gran parte de la mina es demasiado oscura, lo que la complicaba más, ya que tiene espanto a lo desconocido y sobrenatural.
Le pedí que se quedara en la oficina de administrativos, pero ella insistió en acompañarme. Sabía que la necesitaba demasiado en ese trabajo y quería serme útil. Es muy valiente…
“¡Así que dieron con la maquina que buscaban!” nos dijo el supervisor de la faena.
“¡No tanto!” respondí yo “Pero el informe que me envió, nos sirvió para determinar su ubicación.”
“¡No sé cómo lo han hecho, pero tanto yo, como el resto del personal, estamos muy agradecidos! ¡No sabíamos que estábamos al borde del cierre y ahora están todos trabajando a toda máquina para cumplir la meta!”
“¿Y cómo van?” Pregunté.
“Estamos rasguñando el 28% del esperado. Creemos que con algo de suerte, podemos cumplir la meta de aquí al fin de semana.” Nos dijo con optimismo “El antiguo jefe regional había trabajado acá y en realidad, estaba complicado con el cierre del yacimiento, así que me pidió que te diera todas las facilidades que necesitaras.”
Sacó un par de cascos con sus respectivas linternas y cinturón de baterías; un par equipos de supervivencia; dos chaquetas reflectantes; dos pares de guantes de cuero; dos mascaras con filtro y finalmente, dos anteojos de seguridad.
“¡Felicitaciones! ¡Ahora son oficialmente mineros!” nos dijo, bien sonriente.
“¡Pero ella no ha hecho el curso de capacitación!” le respondí.
En realidad, era una porquería de curso, aunque reglamentario. Tomaba un día y medio y en el fondo, nos enseñaban de normas de seguridad, cómo usar el equipo de supervivencia, rutas de escape, cómo usar el radio y un curso básico para distinguir las zonas donde podía haber derrumbes.
El jefe me sonrió con malicia.
“¡Mejor para usted! ¡Le puede enseñar y a lo mejor, se pueden entretener mucho en la oscuridad!” me dijo, bromeando. “Además, no es para tanto. No creo que estén más de esta semana buscando esa máquina.”
Al escuchar oscuridad, Sonia se aferró a mi brazo. La mirada del jefe se suavizó.
“¡Es bueno verlos así!... ¡Hacen una bonita pareja!...” dijo el supervisor, sonriendo en particular a Sonia, que se avergonzó un poco.
Entonces, tomó el esquema de la mina y nos explicó sobre el sector 4. Era una zona abandonada, donde se pensó en instalar la zona de mantención de vehículos, un comedor, baños y algunas oficinas administrativas, que serían las que ocuparíamos. La idea se desechó cuando “Verónica”, que en ese tiempo funcionaba bien, no había determinado vetas significativas en ese sector. Sin embargo, decidieron montar una buena parte de equipos de poca mantención en aquel lugar, para prevenir desgaste por polvo, falta de ventilación y otras condiciones adversas, producidas por el tráfico constante de vehículos mineros.
Nos mostró también la ruta que emplean los camiones para entrar en el yacimiento, los cuales ingresaban y salían por otras entradas que no eran la que ocupábamos, y cuya ruta pasa por fuera del sector. Nos dijo que era imperativo mantener el mismo sentido que ellos, al salir o entrar en la zona, ya que podríamos causar un accidente donde nosotros podíamos sacar la peor parte.
Me aseguró que la cúpula del sector era bien resistente, estaba reforzada con redes y remaches y no había riesgo de derrumbes, pero para prevenir cualquier cosa, me recomendaba que el miércoles, antes del mediodía, abandonara el sector, ya que se realizaría una tronadura programada, para debilitar la roca y permitir que los Scoops y Boomers pudieran liberar material con mayor facilidad y ampliar los túneles.
Probé el radio y aunque funcionaba en buenas condiciones, había un sonido “oscilante” en la transmisión…
“Sí, lo sé” me dijo el supervisor, cuando le pregunté. “Pero ha sonado así desde que se instaló el sistema”.
No me había percatado en esos momentos, pero yo ya había descubierto la causa de esa “oscilación”, un par de semanas antes…
“¿Cómo llegaremos? ¿Usted nos llevará?” pregunté.
El supervisor se rió.
“¿Acaso me parezco a tu papá?” dijo en tono burlón y me arrojó unas llaves.
Al ver mi rostro de asombro, me preguntó.
“¿Sabes manejar, cierto?”
Con nuestro nuevo equipaje de minero, el supervisor nos llevó a los estacionamientos, donde divisé la camioneta roja que me había entregado. No era una “nueva de paquete”. De hecho, estaba bien sucia, pero era el primer vehículo que me entregaban.
“Aunque no supieras, esta cosa es casi completamente automática. Tracción en las cuatro ruedas y blablablá.” Me dijo el supervisor.
“Para acceder al sector 4, hay un tramo donde la pendiente es muy fuerte y tienes que mantener esta velocidad y acelerar constantemente. Si te detienes aunque sea un poco, el vehículo se te puede resbalar para atrás. Les daré este diagrama donde muestra la ubicación de los equipos en el sector, para que lo busquen. ¡Les deseo buena suerte!”
Al ubicarnos en la entrada y esperar que nos dieran el pase de la guardia, le pregunté a Sonia cómo se sentía.
“¡Estoy nerviosa, pero bien!” dijo ella, tomándome la mano. “¡Contigo, me atrevo a hacer lo que sea!”
Uno podría creer que las minas son horizontales, pero son pocos tramos así. La forma la dan los Scoops y Boomers, a medida que van ubicando el material. También, exceptuando los tramos que llevan a los servicios de mantenimiento o que sirven de rutas de escape, la iluminación es prácticamente nula y la expresión “más oscuro que boca de lobo” se queda corta, ante una ausencia absoluta de iluminación exterior.
Nos adentramos en la montaña y Sonia se mantenía estable. Su respiración se aceleraba un poco y trataba de suspirar, para calmarse. Llegamos al desvió que nos llevaba al sector.
Siempre tomándola de la mano, llegamos a la zona donde estaba la pendiente. Eran cerca de 300 metros de subida, a unos 40 grados de pendiente, con baches y terreno húmedo.
Le tomé la mano, pero al pasar un bache que desestabilizó el vehículo, tuve que tomar el volante con ambas manos y cargar la marcha recomendada por el supervisor.
Fue entonces que Sonia empezó a entrar en una crisis de pánico.
“¡Demonios!” decía yo, al ver cómo se hiperventilaba muy asustada.
“¡Marco, toma mi mano!” gemía ella, llorando y estremeciéndose, como si intentara escapar.
No podía hacer mucho. Si soltaba el pedal, la humedad del piso nos haría patinar y descender descontroladamente en reversa y si soltaba el volante, perdería el control.
“¡Marco, ayúdame!... ¡No puedo respirar!” decía ella, llevándose las manos a la garganta.
“¡Sonia, aguanta!” le decía yo, llorando asustado. Aun quedaba la mitad de la pendiente.
Podía ver cómo se ahogaba frente a mis ojos e intentaba enterrar el acelerador en el fondo del vehículo.
“¡Resiste, por favor, resiste!” le dije, cuando llegamos a la cúspide. Entonces, a mi izquierda, divisé las luces de un camión, que me tocó la bocina.
Había abandonado el túnel demasiado rápido, pero encontré el acceso al sector 4.
Desesperado, estacioné el vehículo y revisé a mi mejor amiga. No respiraba…
Revisé su lengua, pensando que podría habérsela tragado, pero afortunadamente estaba ahí.
Fue entonces que me di cuenta, fugazmente, que mi sueño de ser un padre y un marido ejemplar no era más que una ilusión. Amaba demasiado a Sonia para poder dejarla morir sola, en un lugar oscuro como ese y el “Marco comprometido” sería incapaz de revivirla. Solamente podría ser el que la amaba quien podría rescatarla de las tinieblas.
La besé en los labios, inyectándole aire. Sentía su lengua inerte y fría.
“¡No!” decía yo, llorando.
Desabroché su camisa y empecé a presionar su tórax, recordando mis lecciones de resucitación cardiopulmonar.
“¡Vamos!” recuerdo que le gritaba.
Besaba nuevamente sus labios. Algo de calor empezaba a sentir. Su lengua también se sentía un poco más tibia.
Seguí comprimiendo sus pulmones. No quería dejarla morir sola, ahí. No podía. Mi lengua la besaba con desesperación y de a poco, la situación mejoraba. Sus labios recuperaban el rosado habitual, su palidez disminuía.
Seguí intentando. Su lengua seguía perezosa, pero reaccionaba lentamente a la mía. Podía sentir el paso de aire a sus pulmones. Empezaba a reaccionar.
Su saliva se mezclaba con la mía. Era dulce, como el azúcar. Sus labios empezaban a besarme de vuelta. No quería que sacara la lengua de su boca. Podía sentirlo.
Comprimí sus pulmones una vez más. Iba a besarla, pero se puso a toser. ¡Estaba viva y no podía yo parar de llorar!
“¡Sonia!” le dije besando su frente. “¡No quería que vinieras, tonta!” le dije, llorando con tristeza.
“¡Marco!” dijo al verme “¡Marco, son tus ojos!... ¡Son tus ojos de ingeniero… los que sacaron esa sombra!”
La pobre balbuceaba incoherencias, pero la besaba, porque había vuelto hacia mí.
Mientras nos abrazábamos y nos besábamos entre las sombras, comprendía lo que yo era para Sonia: simplemente, era vida…


Post siguiente

1 comentario - Seis por ocho (55): Las garras de la noche

celuminici +1

Muy bueno, intenso relato !!!
Seis por ocho (55): Las garras de la noche
Gracias por compartir y por dejar comentar 👏