Cuentos para un albañil, Marta.

Como para que me recuerden soy Mario, el albañil diplomado en otro relato que comparto con ustedes.
Mi familia, son mis padres y tres hermanas, Andrea, Silvana, Mariela, yo soy el más chico, mi viejo, militar de carrera y como todo milico ajustado a reglamento hasta para coger y cuando sos el único hijo varón de un militar y venís de una familia con tradición militar, medio como que tenes el destino elegido, cuando dije que no iría al colegio militar y que estudiaría una carrera en la universidad, mi viejo respeto mi decisión pero obvio que no fue de buena gana, la cuestión que como era de moda, me metí en la universidad pública local a estudiar computación, no había terminado la mitad el año y yo ya sabía que con eso no seguía, cuando anuncie mi decisión de no seguir, se armo un quilombo terrible, mi viejo que ya venía con decepción, descargo su ira, discutimos malamente, dije algunas cosas terribles, como pendejo sorete disimulando sus errores, con el llanto de mi madre y hermanas, una mochila con algunas ropas y boludeces, unos magros ahorros, me hice el echado de mi casa y un mes de junio, con un frio picante, agarre la calle.
En mi rabia injustificada, recordaba palabras de mi viejo en el fragor de la discusión, “te crees muy maduro discutiendo con el que da de comer, el que te da una cama caliente, el que pago tu educación… veremos si te la bancas una semana afuera”, mi tonto orgullo mancillado, en una actitud irracional, más milico que mi viejo, solo que no usaba uniforme, le demostraría que me la re bancaba.
Terminé en la provincia vecina, trabajando de ayudante de albañil, cavando pozos, recogiendo escombros, tuve hambre, frio, la ropa sucia y a veces rota, no olía muy bien, paso un tiempo para que pudiera volver a dormir en una cama caliente… a los garrotazos de vida, los que no me dio mi viejo y que bien merecidos me los tenia, aprendí a valorar un mango en el bolsillo, un plato de comida, pero no aprendiendo bien salame picado grueso berreta, a darme cuenta que el orgullo es bueno, pero cuando te impulsa, seguía irracionalmente enojado con mi viejo, cuando los errores eran todos míos.
Corría noviembre de ese año, trabajaba ya como medio oficial albañil en una empresa, alquile una pieza con baño privado, casi una pocilga, pero que con mucho esmero y arreglos, parecía habitable y fácilmente cinco meses que no la ponía, mierda cada vez que lo pienso… llegaba muerto del trabajo, me daba un baño y me dormía, por ahí me despertaba con el calzoncillo medio duro y la mancha típica, involuntariamente algunas noches se ve que se escapaban algunas cabras, por ahí de vez en cuando la vida… como decía el famoso catalán, casi por reglamento me hacia una paja, vivía un estado de castidad mental que duele relatar y que cuesta creer, con esa actitud no me enganchaba ni el pulóver de lana grueso, pasando por un campo con alambres de púas, ni soñar de encarar una mina.
Pero todo cambio un día, en la casa de pensión donde comía, la que nos servía la comida era una petisa, veterana ya, enferma, fue reemplazada por una deliciosa pendeja de 18 añitos, bajita, piel morocha oscura, cara regordeta que al sonreír se le formaban dos hoyuelos en los cachetes, una tonada especial, inmigrante, que muy seria casi odiosa, nos atendía, usaba polleras grandes y blusas grandes como escondiendo, a primera impresión parecía una gordita, pero recalco primera impresión y no puedo explicarme porque, pero lo que me recalentó de la mina y capaz no me crean, fueron sus pies, siempre de sandalias, parecían empanadas de cocinera primeriza, grandes, anchas, dedos gordos, dos colores, bien morocha arriba y la planta blanca, ¿Qué tiene de sexy eso? Ni idea, pero para mí fue mortal. Se me acercaba con los platos, siempre muy seria, dos o tres frases con esa tonada, le miraba los cachetes regordetes y esos pies gorditos y se me paraba la pija, así de corta bocha, así de sencilla la historia.
No había forma de encararla, ni siquiera un poco de charla, con no menos de 25 albañiles comiendo, ni ahí que me iba a dar bola, la cuestión que un sábado, fin de quincena, cobré, con unos mangos en el bolsillo, me fui a comer, nunca iba un sábado, pues como se termina la jornada laboral al medio día, todos se van a sus casas o se sientan en una esquina a chuparse la quincena, deje la bicicleta en la entrada, ni la ataba, yo le decía “bici”, pero posta que era un pedazo de hierro con dos ruedas, el asiento era una madera y le ponía un trapo para que no me duela el culo y frenaba apoyando el botín de obra en la calle, la tenía a propósito así, si inconscientemente te atrevías a ponerle el freno trasero nomas, te la afanaban. En eso que me siento, éramos sentados tres gatos locos en un mesón largo donde se sientan treinta, cuando se acerco estaba distinta, sonriente me saludo y dijo
-Don no deje suelta su bicicleta, que se la llevan.
Esa tonada y esa forma de hablar tan especial, tan cautivante
-yo creo que pierde el que se la lleva.
Y me regalo por primera vez una sonrisa, dos hoyuelos en los cachetes, los dientes blancos parecían de leche, los ojos achinados que más se achicaban
-y no se ofenda, pero que fea que está su bicicleta.
-no me ofendo, es mas creo que solo diciéndole fea, estás siendo de tu parte muy buenita
Y me regalo otra sonrisa mas amplia, mientras me servía el menú, guiso de lentejas con carne, sopa con puchero y una naranja, charlábamos apurados como si fuera a pasar de no volvernos a encontrar, me conto que se llamaba Marta, que era de Tarija, Bolivia, que con su mamá y una hermana mas grande, habían venido a trabajar en un taller donde hacen ropa y que por ahora solo podía trabajar su mamá… me contaba como deseosa de contarme, de que la conozca, se sonreía de cualquier tontera que yo decía.
De mi letargo mental de castidad, pase a lobo feroz, capaz de comerme hasta las abuelitas, como en el cuento, entre su tonada en su charla, sus pies que me calentaban, tenía la pija al palo y no me había ni tocado, le invite a tomar un helado, aprovechando que en la charla a la pasada me conto que le encantan y bellamente sin vueltas, acepto, pero que ella recién se desocupaba a las 16.30 hrs, eran 13.30 hrs
-no importa te espero
Y en esa sencillez única y bella, me regalo esa sonrisa emocionada, tan especial, que al menos creo conocer, que ellas, las mujeres, nos suelen regalar y que si sabes mirarla, te ha dicho todo.
Esas tres horas, parecieron tres días, sentado en la vereda del frente espere, hasta que vino, se había sacado el delantal y tenía esas polleras anchas de múltiples colores con la blusa blanca, bien arregladita, se sentó en el caño de la bici y a las risas los dos jugando, zigzagueando con la bici, camino a la heladería, con la patas abiertas como apara tejiendo, pedaleando, primera vez tan cerca de Marta, rozarle con mis piernas su nalgas, apoyarle mi pecho en su espalda, un olor tan especial, el pelo negro como carbón, lacio, atado en una trenza ancha y larga que casi le llegaba la cintura, en la heladería pidió el vasito mas chiquito, la obligue a pedir el de dos gustos y nos sentamos en el banco de una plaza, en su hermosa sencillez verla comer y disfrutar ese helado, como si fuera un banquete real, lo recuerdo como una caricia a mi alma y vinieron esas charlas y ella averiguaba de mi, preguntando acusatoriamente
-¿qué le dijiste a tu mujer para llegar tarde hoy?
-porque me decís así, si crees que tengo mujer, ¿por qué saliste hoy conmigo?
-porque soy una tonta, porque mas va a ser…
Y nos reíamos y tipo seis de la tarde encare para la pieza, aprovechando justamente eso de acusarme para averiguar de mi, le mostraría donde vivía, en su juego la estaba llevando al matadero o se dejaba llevar, que se yo jajaja no importa, el tema era meterla en la pieza, después otro tema.
Vuelvo a recordar con enorme nostalgia y emoción, a ella sentada en el caño de la bici, yo pedaleando como araña con diarrea, por supuesto y como debe ser, la pieza de soltero, era un quilombo de aquellos, que cuando entramos trate de disimular, acomodando rápidamente lo que podía, no había nada sucio, en ese sentido tranquilo, pero la cama destendida, la ropa apilada en una silla teniendo ropero, ese que ridículamente tenes vacío, el de las perchas vacías y las puertas siempre abiertas, ella me pidió entrar al baño y aproveche a acomodar un poco más las cosas, cuando salió, se puso a doblar mi ropa de la silla y acomodarla en el ropero vacío, intenté una negativa
-hombres, son todos iguales de desordenados…
Le invite unos mates y me dijo que no tomaba, eso es de los gauchos fue su frase, pero que le enseñe, puse la pava, lave tazas, platos y demás que estaba apilados en la pileta, mientras ella casi que planchaba con sus manos mi ropa cuando la doblaba y guardaba ordenadamente en mi ropero, sin ni siquiera preguntarme donde iba cada cosa, después tendió apropiadamente la cama y se sentó en ella, mientras yo en la silla, empezando a enseñarle como tomar mates.
-¿tu mama y tu hermana están trabajando?
Si recién va a salir el lunes, porque tienen que entregar un pedido para el lunes
-pero que duermen, comen y todo el día trabajan
-sí, sino el patrón se enoja
Lo decía con resignación, hasta con un cierto conformismo, es la forma de esclavos de este tiempo pensé, basura de mundo.
-Y vos que te quedas solita, hasta el lunes, (tomándole la mano)
-Sí, me contesto, vivimos en un lugar parecido a éste las tres y como yo no puedo trabajar con ellas, me tengo que quedar ahí.
-Y si te quedas conmigo y dejas que yo te cuide, (acercándome)
-no se
Y la besé y como todo primer beso, mezcla de temor, deseo, ternura, al abrazarla no puedo dejar de decirles, que quedé atónito, era pura ropa, cuando sentí sus tetas en mi pecho, por favor, melones de exportación, empezar a desnudarla fue como andar por un laberinto, la blusa que tenía como fondo un forro de tela blanca, escondidos los botones, la pollera colorida no era una, eran tres en una, cuando en mis besos y en mi torpeza pude sacarle todo y poder verla en corpiño y bombacha de esas antiguas y grandes, no era la gordita que uno pensaba, era exuberante, la curvas de las caderas no te explico, la cintura chiquita, un colita generosa redondita como moneda bien paradita, las tetas como melones grandes, la piel oscura casi marrón, como cuando te quemaste varias veces al sol en vacaciones, me pidió que espere un segundo la faena para soltarse el pelo, desatando la trenza, le apareció una cabellera enorme, que no sé porque me pareció tan bella, se saco el enorme corpiño de vieja, dejando al aire esas dos enormes tetas que ni se enteraban que existía la ley de la gravedad, las aureolas de los pezones oscuros y grandes y pezones grandes salidos negritos, cuando se saco la bombacha pro favor casi acabo, conchita bien peluda, negros y largos los pelos como en la cabeza, cuando hacia todo eso, no era un actitud provocativa, era como sumisa, entregada… algunas veces en conversaciones los albañiles, las tildan de fáciles, giles a cuadros, éstas bellas mujeres, cuando te elijen, cero histeriqueo y bien dije cuando te elijen, no es fácil que te elijan.
Ni idea como ni cuando me saque la ropa, cuando me voy a meter en la cama con ella, me dice en su simpleza, con esa tonada, con esa forma de hablar tan especial que tienen
-no me vayas a hacer un hijo, no todavía.
Morí de amor, morí de su sencillez, morí de ternura, reviví de la calentura, empezarla a besarla desde el cuello, maravilla es poco, me excitaba ese olor a hembra salvaje, esa piel que jamás supo de cremas, ni otras yerbas, tenía su piel un sabor como salado y a medida que recorría se le ponía piel de gallina, se estremecía con el paso de mi barba crecida y de mi lengua un poco áspera, cuando me prendí de la tetas, me dolía la mandíbula de tanto chupar, ella solo me miraba poseerla, por ahí me retiraba cuando en mi torpeza le hacía doler, estaba como quietita, sumisa, dejando que la posea, llegarle a la concha escondida en esa selva crecida de pelos negros, jugosa como pocas, de labios gruesos casi negros y meterle un chupón a lo bestia recaliente, ahí la sentir gemir con ganas, le gustaba que la chupe, le gustaba que le muerda los labios de la conchita, que le pase la lengua, gemía fuerte Marta, me abrió bien las piernas y me dejo que haga, que haga, que haga y maravillosamente mi pija en sus pies, eso pies que tanto me calentaban, empezó acariciarme la pija, que se yo, como decirlo, mortal!!!!!!
-ya deja Mario, ya deja no hagas, ven adentro mío
Esa tonada, en esa forma de hablar, cuando la penetre de una, la conchita estrecha, bien caliente, bien mojada, escucharla gemir, sentir su cuerpo caliente, su olor a hembra en celo, su entrega, decirles que dure algo… mentira, cinco meses que no la ponía, creo que no fueron más de cinco bombazos, desesperado saque la pija de su conchita y acabe chorros, pero chorros espesos en su pancita, en sus pelos negros de la conchita, algo salto por el lado de sus tetas, caí muerto al costado de ella, me tomo de la mano y me la beso, se quedo hasta el lunes, no saben y yo tampoco, cuanto he amado a esa mujer.
Munahuanquichu askha Marta sonko warmi.

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