Senderos de sumisión - Cap. N° 7

Susan Taylor no conseguía conciliar el sueño. Miraba a su amiga Rachel que dormitaba en la celda de al lado y envidiaba su capacidad para dormir en esas condiciones. Hacía tiempo que se había dado cuenta, con asombro, del "plug" anal que llevaba la joven Redgrave. ¡Dios Santo! ¿Qué te han hecho, Rachel?, se preguntaba. Y una vez más su mente volvió a recalar en lo que le habían hecho a ella.

Christine y Andrea habían vuelto poco después de llevarse a su amiga. Christine llevaba unas botas negras de tacon de aguja que le llegaban hasta los muslos, unas bragas de cuero negro ajustadas y con una cremallera sobre la raja del coño, y un sostén también de cuero del mismo color. En su mano derecha sujetaba un collar fino de cuero blanco unido a una correa que ajustó alrededor del cuello de Susan. Andrea llevaba un corsé rojo y negro que dejaba sus tetas al aire y estilizaba su cintura y unas braguitas tanga rojas. Calzaba unos zapatos de tacón de aguja de color rojo y en sus manos sujetaba una fusta y un par de esposas.

Muy bien, putita –soltó Christine- ya es hora de que juguemos un poco contigo.

Y esperamos ver una buena actitud, porque si no nos veremos forzadas a corregirla –añadió Andrea, golpeando la fusta contra la palma de su mano.

Susan no dijo nada. Miraba a las dos mujeres, expectante y asustada.

Desde este momento y hasta que te devolvamos a este calabozo te dirigirás a nosotras como Amas y tu nombre será "niña pija". ¿Está claro? – ordenó Christine.

Susan no contestó y Andrea le soltó un terrible fustazo sobre sus desnudas tetas, pillando de lleno los pezones.

¡Aaaaaaaiiiiiiiiiiiiiiiii! –chilló la joven.

No empiezas muy bien, zorra. ¡Responde a mi compañera! –ordenó Andrea al tiempo que lanzaba otro fuerte golpe de fusta contra el abdomen de Susan.

¡Aaaaaiiiiiiiiii! Sí, Ama, está claro –se apresuro a responder la chica.

Muy bien, ¿cuál es tu nombre, entonces?

Mi nombre es "niña pija", Ama.

Las dos mujeres sonrieron satisfechas. Andrea se acercó a la joven Taylor y liberó sus muñecas de los grilletes que colgaban del techo, para después esposarlas tras la espalda. Entonces Christine le dio un azote en las nalgas y le apremió a que se moviera. Guiada por la correa, Susan siguió a las dos mujeres fuera del calabozo y hasta una estancia amplia, con dos grandes ventanales. El suelo estaba enmoquetado y el mobiliario era escaso: Un sofá, dos sillones a ambos lados del mismo y una mesa, en un rincón. Sobre ésta descansaba un amplio surtido de consoladores de distintos tamaños, colores y formas. Christine y Andrea condujeron a la joven hasta el centro de la sala.

¡De rodillas, perra! –ordenó Christine

Susan obedeció.

Las rodillas separadas, la espalda recta, el pecho hacia fuera y los ojos mirando al suelo –siguió Christine.

La chica hizo lo que le mandaban.

Muy bien, niña pija. El Amo nos ha ordenado que adiestremos tu boca y eso es lo que vamos a hacer. En primer lugar te vamos a enseñar a comer una buena polla. ¿Habías comido rabo antes de hoy?

No, Ama.

¿Tienes novio?

Sí, Ama.

¿Y no le comes la polla?

No, Ama.

¿Por qué?

Susan pensó durante unos segundos.

No...no creí que fuese correcto y...creí que me iba a dar asco.

¿Te dio asco con el Amo? –preguntó Andrea, aunque sabía la respuesta.

No, Ama

Te gusto, verdad. No había más que ver cómo lo disfrutabas. Parecias una perra hambrienta.

La cara de la chica había enrojecido y sus ojos se estaban humedeciendo. Sí, había disfrutado con aquella mamada y no se sentía orgullosa por ello, pero no podía hacer nada para cambiarlo. Tenía la secreta esperanza de que no se le hubiese notado, pero ahora se daba cuenta de que su excitación había sido demasiado obvia. Lentamente, asintió.

¡Responde! –ordenó Andrea.

Sí, Ama. Me gustó.

¿Te gustó, qué? –insistió la mujer

Oh, por Dios, por qué la tenían que humillar de esa forma. ¿No tenían ya suficiente?

Me gustó comerle la polla al Amo, Ama.

Sintió como su conejito se humedecía al decir aquellas palabras. ¡Oh, no! ¿qué me pasa?

¿Qué habría pensado tu novio si hubiese estado aquí viendo cómo su recatada niña pija se tragaba con deleite la deliciosa tranca del Amo?

Por más que quiso, Susan Taylor no pudo evitar imaginarse la situación. Thomas, su querido Thomas allí, viendo cómo le hacía la primera mamada de su vida a un hombre que no era él. Se sorprendió al sentir una oleada de excitación recorriendo su cuerpo.

No lo sé, Ama –respondió sin pensar.

Oh, vamos niña pija, un poco de imaginación –exigió Andrea

Supongo...supongo que se hubiese sorprendido y enfadado bastante, Ama.

Quizá se hubiese excitado, no crees.

Oh, no Ama. ¿Cómo se va a excitar viendome comerle la polla a otro hombre? – soltó la joven Taylor con vehemencia.

A muchos hombres les pone cachondos ver cómo sus mujeres son usadas por hombres más poderosos y mejor dotados que ellos. Supongo que tu novio está menos dotado que el Amo.

Sí, Ama –reconoció la joven.

¿Un poco menos dotado o bastante menos dotado?

Susan enrojeció de nuevo.

Bastante menos dotado, Ama –reconoció

¿Es por eso por lo que no le dejas que te folle? –terció Christine

Oh, no Ama. Es que aún no me sentía preparada.

¿Cuánto tiempo llevais saliendo?

Casi dos años, Ama.

¿Y ha aguantado todo ese tiempo sin follarte?

Sí, Ama. Thomas es un chico muy resp...

Un débil. Una nenaza. Muchos de esos niños pijos lo son. Van tan seguros respaldados por el dinero de papa y de mama, pero son unos débiles – cortó Andrea.

Susan no se atrevió a decir nada.

Bueno, basta ya de palabrería y pasemos a la acción –dijó Christine.

Tomó uno de los consoladores, el de mayor tamaño y lo puso ante la boca de la joven.

Lamelo y ensalivalo bien –ordenó.

Sí, Ama.

Susan paso una y otra vez la lengua por el rugoso falo, mojándolo con su saliva. Era de color rosa, con varias venas marcadas a lo largo del tronco. El solo hecho de lamer el descomunal consolador tenía el coñito de la joven en ebullición. ¿Qué pasa conmigo?, se preguntó, ¿de verdad me gusta esto?

Eso es puta, eso es – animó Christine- ahora abre bien la boca.

Pero, Ama –protestó la muchacha- es enorme. No me cabe en la... ¡Aaaaaaaaaayyyyy!

Andrea había agarrado sus pezones y los estrujaba sin clemencia.

¡Abre esa boca de zorra! –gritó en un tono que hizo temblar a Susan.

La joven obedeció sin dudar y Christine comenzó a forzar el tremendo dildo entre sus labios. Ni siquiera el glande entraba con facilidad y cuando por fin, con tiempo y paciencia, lo tuvo alojado dentro de la boca, la pobre Susan no podía creer lo dilatada que estaba. Sus labios quedaron sellados alrededor del tronco mientras abundante babilla escurría por las comisuras de sus labios. Christine le agarró por el pelo y forzó su cara sobre el consolador. Parecía increíble, pero aquel falo siguió avanzando hasta llegar a su garganta. La cara de Susan estaba deformada, hinchada. No era extraño, su boca estaba rellena de polla y sus mejillas protruían hacia fuera. Su mandíbula dolia.

Mira la niña pija –exclamó Andrea entusiasmada- parece una pepona.

Ambas mujeres se rieron con ganas, disfrutando de la vejación a la que estaban sometiendo a la joven. Andrea se permitió darle varios cachetazos en las tetas hasta que consiguió que se bamboleasen de un lado a otro. A pesar del dolor, Susan no podía ni quejarse. Christine comenzó a follarse la cara de la chica con el consolador. Lo sacaba casi por completo y volvia a introducirlo hasta la entrada de la garganta haciendo que los pómulos se inflaran y desinflaran en cada mete-saca. La humillación de la joven era total y absoluta. Andrea, además, no paraba de jugar con su cuerpo, pellizcando sus pezones, dandole azotes en las nalgas o tirando de los labios de su vagina hasta abrirsela obscenamente. Y para mayor vergüenza de Susan, no se podía negar que estaba terriblemente cachonda. No podía creerlo.

Después de muchos minutos de mete-saca, Andrea se dirigió a la mesa y volvió con un consolador mucho más pequeño, de color carne.

Muy bien, niña pija –dijo- después de mamar ese enorme pollón ahora no deberías tener problemas con éste.

Christine extrajo el super-dildo y Andrea puso ante los labios de Susan el nuevo falo. Agradecida por el cambio, la joven lo engulló con facilidad hasta que llegó a la entrada de su garganta. A excepción de cinco centímetros, el consolador estaba todo dentro de la boca de la muchacha.

Bueno, ahora llega lo difícil –anunció Andrea- quiero que intentes tragartelo entero.

Susan la miró asustada.

Venga, nena. No es tan difícil. Ya viste cómo lo hice yo con la polla del Amo que es mucho más grande que esta pilililla.

La joven intentó forzar el consolador en su garganta pero le produjo arcadas.

Eso es, eso es, tranquila. Poco a poco –le animó la mujer.

Aunque en un primer momento le pareció imposible, con los consejos de Andrea, Susan consiguió finalmente tragarse toda la longitud del falo. A pesar de las circunstancias, la joven no pudo reprimir una sensación de orgullo.

Eso es, niña pija –exclamó Andrea- ves cómo no era tan difícil. Si eres capaz de tragarte este rabo, sin duda serás capaz de tragarte el de tu novio –aventuró la mujer.

Susan se dio cuenta de que en verdad el pene erecto de Thomas no era probablemente mucho más grande que el que mamaba en esos momentos.

Aunque mucho me temo que no tendrás oportunidad de intentarlo –añadíó Andrea, riendose de forma maliciosa.

¿Qué quería decir? ¿Por qué no iba a poder hacerle una mamada a Thomas? Lo de ser esclavas de por vida era sin duda una bravuconada. Ni por un segundo dejaría su madre que eso ocurriese. Por supuesto que volvería con Thomas.

En ese momento, Andrea sacó el consolador de su boca al tiempo que Christine le ofrecía otro un poco más largo y grueso. Esta vez no le costó tanto y al quinto intento el falo se movía con cierta holgura dentro de su garganta.

El secreto es estar relajada y controlar la respiración, se dijo la joven, orgullosa.

Bueno, ya está bien por hoy –anunció Andrea- vamos a pasar a otras cosas más divertidas. En pie, perra.

Con las manos esposadas tras la espalda, Susan se incorporó con dificultad. Andrea tiró de la correa unida a su collar y la guió hasta la mesa sobre la que descansaban los consoladores. Los retiró y ayudó a la joven a sentarse sobre la mesa para después recostarla boca arriba.

Tienes un conejito muy hermoso, pero al Amo le gustan sus esclavas totalmente rasuradas así que me temo que ese triangulito de pelo negro debe ir fuera –dijo Andrea.

Susan nunca se había atrevido a rasurarse por completo, le hacía sentir indefensa como una niña. Aquel triángulo invertido perfectamente arreglado le daba seguridad.

Por favor, Ama. No lo rasure. Dejeme convencer al Amo.

¡PLAFF! La fusta de Andrea cayó con precisión sobre los abiertos labios vaginales de la joven. Susan emitió un grito agudo y se retorció sobre la mesa frotando los muslos. El dolor era excruciante.

¿Qué es lo que quieres que haga con los pelos de tu coño? –preguntó Andrea.

Por favor, Ama, si me dejase explicarle al Amo...-respondió la joven intentando aún recuperarse.

Abre las piernas –ordenó Andrea.

Por favor, Ama, no...

¡Abrelas inmediatamente! –gritó la mujer.

Asustada, Susan separó los muslos exponiendo su sexo a la irritada Andrea. Con una sonrisa malévola, ésta levantó la fusta en el aire y ante la aterrada mirada de la joven la estrelló con fuerza sobre su dolorido coño. Esta vez el grito de Susan debió oirse en toda la casa. El dolor era insoportable y el cuerpo de la muchacha se extremecía sobre la mesa. Tardó varios minutos en calmarse. Andrea esperó pacientemente y volvió a preguntarle.

¿Qué es lo que quieres que haga con los pelos de tu coño?

Por favor, Ama, rasurelos –respondió rápidamente la joven- rasure todos los pelos de mi coño.

Si tanto lo deseas –rió la mujer- así sea. Abre las piernas.

Vencida, Susan obedeció. Christine estaba al lado de Andrea con todo lo necesario para afeitar el joven conejito. Extendió la espuma sobre el cuidado triangulito y en menos de un minuto el pubis de la muchacha estaba sin un solo pelo. Se lo enseñaron con un espejo. Parecía el de una niña y la joven se sintió tan pequeña e indefensa...

Christine la ayudó a incorporarse de la mesa y volvió a guiarla hasta el centro de la habitación. Andrea se había sentado en uno de los sillones.

¡Arrodillate! –ordenó la primera.

Susan obedeció. Christine entonces le quitó las esposas.

Ha llegado el momento de que demuestres el debido respeto hacia tus Amas.

La joven la miraba, desconcertada.

Gatea hasta Andrea –siguió Christine- y adora sus pies.

Susan se quedó helada, sin palabras.

Pero, pero...

Nada de peros –dijo Christine con autoridad- obedece o te juro que yo misma te estrellaré la fusta en el coño hasta que no lo sientas.

Asustada y cabizbaja, la joven gateó hasta el sillón donde se encontraba Andrea, hasta que los pies de la mujer entraron en su campo de visión. Entonces, se detuvo y se quedó quieta, en silencio, observando los hermosos zapatos rojos de aguja.

Besa mis zapatos, niña pija –ordenó Andrea- Besalos y lamelos con tu lengua de pija rica.

Totalmente humillada, Susan alzó una suplicante mirada a Andrea, pero se encontró con una sonrisa diabólica y unos ojos duros y decididos.

¡Hazlo! –ordenó.

Susan, su cuerpo temblando y las lágrimas asomando en los balcones de sus ojos, agachó la cabeza hasta que sus labios tocaron la piel roja de los caros zapatos. Y los besó. Y tentativamente los lamió. Y siguió adorando aquellos zapatos muchos minutos, hasta que desde el otro sillón, Christine la llamó para que también rindiese pleitesía a sus impresionantes botas de cuero negro. La joven gateó hasta su otra Ama y besó y lamió sus botas, ensalivando toda la superficie, desde la puntera hasta los muslos, enroscando su lengua alrededor del fino y afilado tacón. Entonces fue requerida de nuevo por Andrea que descalza y con las piernas cruzadas balanceaba uno de sus pies de forma sensual. Susan gateó hasta ella y la mujer le indicó con un gesto que adorara su pie. La joven lo miró, estaba perfectamente cuidado, las uñas cuidadosamente cortadas y pintadas en rojo y un anillo de plata insertado en uno de los deditos. Susan lo besó con delicadeza y siguió besándolo durante varios minutos hasta que finalmente Andrea le ordenó succionar su pulgar. A pesar de la humillación, el coño de la muchacha estaba chorreando. Desde su posición, Christine podía ver la abierta y empapada almeja de Susan y los jugos de la joven deslizándose y mojando sus muslos. La tenemos casi rota, se dijo. Entonces, se incorporó y colocandose detrás de la aplicada muchacha apoyó la suela de su bota derecha sobre su elevado trasero haciendo que el tacón quedase entre los abiertos y húmedos labios de su conejito; y con suaves movimientos, comenzó a rozar la raja de la joven lubricando la aguja con sus flujos. Susan estaba tan cachonda que no pudo evitar un gemido de placer cuando sintió las caricias que la bota de Christine proporcionaba a su excitado coño. Sus labios empezaron a succionar con más avidez el dedo de Andrea, como si estuviera hambrienta y deseosa de él. Sabía que a pesar de todo lo que la estaban haciendo, a pesar de todas las humillaciones, se iba a correr. Pero cuando creía que el orgasmo era inminente, Christine separó el tacón de su rajita y Andrea aprovechó el gemido de frustración de la joven para ofrecerle la planta de su pie. Dominada por las intensas sensaciones que estaba sintiendo, Susan lamió una y otra vez, sin percatarse que Christine tomaba uno de los zapatos de Andrea y apoyaba la punta del tacón en su virginal ojete. El chillido de la joven, más de sorpresa que de dolor, inundó la habitación cuando Christine empujó el zapato y hundió los siete centimetros de tacón dentro del culo de la muchacha. Susan podía sentir los músculos de su recto cerrandose sobre la pieza y cómo aquellas contracciones se trasladaban en forma de espasmos a su saturada vagina. Tengo que protestar, tengo que protestar, se decía, no puedo dejar que me hagan esto. Pero las nuevas sensaciones eran extrañamente excitantes. Y además estaba el miedo al castigo que aquellas mujeres le iban a propinar si se revelaba. Así que durante muchos minutos Susan lamió y besó una y otra vez los pies de Andrea sin emitir protesta alguna mientras, guiado por Christine, el tacón de uno de sus zapatos se follaba delicada pero insistentemente su culo y volvía a llevarla al borde del orgasmo. Un climax que de nuevo, le era negado, dejandola en un estado de total excitación. Christine extrajo el zapato de su ano y lo puso a escasos centímetros de su boca.

¡Limpialo! –gritó la mujer.

¡Por Dios, NO! No podía creerlo. Aquella zorra pretendía que lamiese el tacón que había estado en su culo.

Por favor, no –suplicó- me estoy intentando portar bien. No me pidais que haga eso...

No tengo intención de ponerme estos zapatos sin limpiar después de que han estado dentro de tu sucio culo –dijo esta vez Andrea – así que más vale que te apliques en la limpieza.

Por favor...

Christine no estaba dispuesta a oir más protestas, así que alargando su mano libre clavó sus largas uñas en el hinchado pezón derecho de Susan. La joven lanzó un grito desgarrador e intentó separar las mano de Christine con las suyas propias, pero entonces Andrea le agarró del pelo y comenzó a abofetear su cara con fuerza. El dolor era insoportable y tras varios segundos, la muchacha claudicó entre lágrimas:

¡Parad, parad! –gritó- haré lo que querais.

Las dos mujeres se detuvieron al unísono y observaron con deleite cómo Susan lamía y limpiaba con asco el tacón que minutos antes había estado enterrado en su ojete. Lo dejó reluciente.

Eso es, niña pija –sentenció Christine- aprende dónde está tu lugar.

Susan enrojeció mientras Andrea, que se había incorporado, la tomaba por los pelos y la obligaba a levantarse.

Me has dejado los pies y los zapatos bien limpios –dijo- veamos que tal se te da comerme las tetas.

Al menos aquello no era tan denigrante como lo que se había visto obligada a hacer hasta ese momento, se dijo Susan, mientras miraba fijamente los grandes melones de Andrea. Tenía las areolas oscuras y amplias, al igual que los pezones, que estaban duros y apuntaban hacia arriba.

Sí, Ama –aceptó la joven.

Entonces, agachó la cabeza y dejó que sus labios succionasen uno de los pezones de la mujer. Lo sintió duro y terso e instintivamente su lengua jugueteó con él, arrancando gemidos de placer de la boca de Andrea.

Eso es, putilla. Comeme bien las tetas. Demuestra a tu Ama lo mucho que te gusta comer sus pezones.

Andrea acariciaba los cabellos de la joven, mientras ésta alternaba entre sus dos ubres, lamiendo y chupando sus pezones. Susan se sorprendió disfrutando de aquel trato. Su almejita volvía a chorrear de nuevo y no había perdido ni un ápice de la excitación que le había embargado casi desde el principio. No entendía por qué todo aquello, al tiempo que le escandalizaba, le excitaba tanto.

Se dejó guíar, sumisa, por las manos de Andrea y se arrodilló cuando ésta ejerció presión sobre su cabeza. Casi en trance, se encontró mirando las braguitas rojas de la mujer, que mostraban signos evidentes de humedad y vio cómo la mano derecha de Andrea movía la telilla hacia un lado y dejaba al descubierto su depilado coñito, sus labios abiertos, su interior húmedo, rosado. Susan sabía lo que se esperaba de ella y todo su cuerpo vibraba de miedo, de asco y de excitación. No hicieron falta amenazas, ni castigos. La joven sabía lo que le esperaba si no obedecía, así que sumisamente acercó su boca a aquella cueva y sacando la lengua lamió lentamente su primer coño.

Es es niña pija –gimió Andrea- aplicate y llevame al orgasmo.

El sabor no era especialmente agradable, pero Susan estaba rota, sometida. Su lengua, sus labios, toda su boca se aplicaron en comer aquel jugoso chumino que su Ama le presentaba y se sorprendió excitándose con los gemidos de placer que se escapaban de la garganta de Andrea. Voy a hacer que se corra, se dijo incrédula, al tiempo que sentía las dos manos de la mujer sujetándola firmemente contra su entrepierna. El clímax de Andrea fue húmedo y vocal y la pobre Susan se vio forzada a recibirlo todo en su boca antes de que su Ama se derrumbase exhausta en el sillón. Pero no hubo descanso para la joven; Christine la llamó desde el sillón opuesto y Susan acudió rauda, gateando, aún aturdida por el cunnilinguus que acababa de practicar. Christine estaba espatarrada sobre el sillón, las piernas abiertas sobre los brazos del mismo. Se había bajado la cremallera de su braga de cuero y mostraba su abierto coño ante los ojos de la muchacha. Era evidente que el de Andrea no era el único chumino que Susan iba a probar aquel día. Quebrada su voluntad, la joven lamió sin protestar la vulva de Christine, saboreando su néctar y deleitándose en los placenteros jadeos de su Ama. Su coño era más pequeño y más cerradito que el de Andrea y su jugo, más dulce, menos desagradable y Susan se sorprendió comiéndoselo con fruicción. ¡Estaba tan cachonda!. Cerró sus labios sobre el hinchado clítoris de la mujer y lo succionó con fuerza. Sintió cómo una abundante cantidad de líquido le mojaba la cara y por los gritos de Christine supo que la había hecho correrse. Aún así, la mujer la mantuvo chupando hasta que su coño quedó limpio y todo su jugo recogido en la boca de la muchacha.

Susan esperaba que sus Amas estuviesen satisfechas y la permitiesen correrse. Su almejita chorreaba y su cuerpo parecía una bomba a punto de estallar. Incapaz de resistir el deseo, la joven no tuvo más remedio que humillarse:

Por favor, Amas –suplicó- estoy tan cachonda...por favor, necesito correrme.

Fue Andrea la que habló:

¿Quieres decir que te has excitado con todo esto? –preguntó con una diabólica sonrisa.

Roja como un tomate, Susan asintió.

No te oigo –insistió la mujer.

Sí, Ama. Me he excitado –reconoció la humillada joven.

¿Te ha excitado lamerme los pies?

Sí, Ama

¿Y lamerme las tetas?

Sí, Ama

¿Y lamer mi jugoso conejo?

Sí, Ama

¿Y te excitaría lamer mi estrecho culo?

Susan guardó silenció. Su cara roja de humillación.

Bueno, veo que en realidad no tienes tantas ganas de correrte –sentenció Andrea.

Sí, Ama, sí – Susan estaba desbocada.

Si, ¿qué?

Que me excitaría lamer su culo.

Muy bien, veamoslo.

Andrea se bajó el tanga rojo y se arrodilló en el suelo dando la espalda a Susan. Entonces se agarró las nalgas y las separó dejando a la vista un ojete tostado y ligeramente abierto. Sin pensarlo dos veces, Susan gateó hasta ella y lamió el estrecho agujero, una y otra vez.

No seas tímida y mete la lengua dentro –ordenó Andrea.

Segundos después la mujer sintía cómo el apéndice de la joven taladraba su ojete. Todas estas niñas pijas son iguales, puritanas y mojigatas hasta que se les enseña dónde está su lugar, pensó.

Susan no podía entender cómo a pesar de lo que estaba haciendo podía estar tan caliente. Tenía la lengua enterrada en el recto de su Ama y lejos de asquearla sólo podía pensar en el intenso escozor que experimentaba su saturado chumino.

Christine observaba la escena excitada y no tardó en bajarse las bragas y arrodillarse al lado de Andrea, separando sus nalgas y exponiendo un ojete rosado y depilado.

Ahora me toca a mi, perra -ordenó.

Sin protestar, la joven cambió de culo y lamió y penetró el rosado orificio hasta que Andrea volvió a requerir sus servicios. Las dos Amas se estaban masturbando mientras Susan servía sus agujeros y la tuvieron cambiando de uno a otro hasta que ambas se corrieron con gusto. Entonces se incorporaron y se volvieron a poner las bragas. La joven sumisa las miraba arrodillada en el suelo en espera de su gratificación, pero ésta nunca llegó. Christine volvió a colocarle las esposas y la ayudó a levantarse.

Por favor, Amas –suplicó la joven- permitanme correrme. No puedo aguantar más.

Pues tendrás que hacerlo, perra –rió Andrea- así aprenderás cuáles son los únicos orgasmos que importan.

Y no son los tuyos –sentenció Christine, riendo con malicia.

Llorando de impotencia, frustrada y humillada, y presa de una terrible excitación Susan fue conducida de vuelta al calabozo e introducida en una jaula. Rachel ya estaba allí. ¿Qué le habrían hecho? ¿Estaría tan frustrada como ella?


Susan no había dejado de estar excitada en toda la noche y recordando todos los sucesos de las horas previas su cuerpo volvía a bullir de deseo. Entonces se le ocurrió algo. Quizá si... abrió las piernas, las puso a ambos lados de uno de los barrotes de la celda y comenzó a moverse lentamente arriba y abajo. ¡Siiiiiiiii! El barrote se metía entre sus labios y acariciaba su clítoris. Subió y bajó, subió y bajó... ¡Qué placer!, lo sentía llegar... ¡Qué placer!. De repente su cuerpo se quedó rígido, como golpeado por una descarga eléctrica y se desplomó en el suelo experimentando violentas sacudidas. Ruidos guturales, de hembra satisfecha escaparon de la boca de la joven, al tiempo que los espasmos de su vagina ocasionaban eyaculaciones pulsantes. Susan jamás había experimentado un placer semejante y cuando por fin, después de varios minutos su cuerpo se relajó, su mente se preguntaba si realmente sería tan malo ser la esclava de aquellos desconocidos.

Rachel se había despertado con los gemidos de Susan y había presenciado la mayor parte de su masturbación. Había sido tremenda. Mientras observaba el cuerpo tendido, inerte, sin fuerzas de su amiga, el consolador de su culo le hizo recordar la enorme polla del Amo y su ser se extremeció de deseo. ¡Dios mio!, se dijo, en qué nos estamos convirtiendo.

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