Ascensor

Se abrió la puerta del ascensor, y mirando para un costado entró poniéndose de cara a la puerta de entrada, casi sin mirar quien estaba adentro. Y sin darse cuenta que no había mucho lugar, empujo con su cola, sin querer, mi sillita de la playa que tenia en mi mano derecha.

Yo intente empujar mi espalda contra el espejo, cosa que dejó bastante espacio, pero la sillita no tenia a donde ir, y quedo perpendicular y amenazante.

Ella no interrumpió la conversación que traía del piso siete, y yo pensé, mirà esta mina que distraída, no se dio cuenta que la silla se le esta metiendo en el culo. El hecho que fuera la silla y no yo, me daba toda la impunidad que necesitaba para calentarme. Ese verano estaba embolado en el departamento del piso once que había alquilado. Solo una semana, por suerte, con mi hijita de la mano a todos lados. Pero cumplí con mi deber.

Eso no me impidió ir embalándome con cuanta situación se me iba presentando, y ese ascensor apretujado era mágico.
Yo a esta mina la tenía mas o menos identificada, aunque ella estaba siempre atenta a sus compañías, chicos grandes, parecían ser sus hijos. Siempre con una sonrisa.

Ese día no saludó en el ascensor, no se porque. Siempre saludaba genéricamente. Todos en el ascensor, vestidos minimamente y listos para el ejercicio mental de pasar horas frente al mar en medio de otra gente en igual situación. Tiene algo de filosófico y griego el asunto, porque mucho mas que estar medio en bolas como los antiguos griegos, pensar, leer y mirar no se puede hacer

Yo lo tomaba como un desafío intelectual, aunque mi libido no pensara lo mismo y se fuera desatando.

Hice un intento por destrabar cortésmente la silla de playa, de entre esas nalgas, pero solo un tirón fuerte lo solucionaría, y calculé que seria peor interpretado. Me aterrorice de que la mina pudiera quejarse delante de mi hija y de toda la gente que ya casi eran como familiares a esa altura de la semana.

Dejé la silla en su sitio, pero la intención de moverla, la pude refrenar cuando ya el cerebro había enviado la instrucción, con lo que el movimiento se detuvo justo después de haber empezado.

Se convirtió en un acomodo, que no solo no liberó la silla, sino que acomodo mas la punta, justo entre las nalgas.

La mina miro para el otro lado, lo que me dió cierta tranquilidad en medio de tanto nervio y calentura. Yo sentía como el traqueteo del ascensor uruguayo, de dudosa calidad, nos sacudía amablemente adentro de ese box. El espejo cerca mío se estaba empañando, de mis humores, yo solamente tenia la malla y en cueros el resto.

Me dió por creer que la mina se estaba acomodando la silla y disfrutaba esa punta de silla en su cola. Pensé que podía disfrutar si quería y negarlo todo si también se le ocurría.

Ese pensamiento, creyéndola tan zarpada como yo, logró ponerme tenso, a muy temprana hora para esos esfuerzos.

Me convencí de que se estaba meneando, que movía su culo en círculos diminutos en torno de la punta de aluminio y plástico.

Le veía parte del cuello y el pecho, por el juego de espejos, y hasta pensé que se le paraban los pezones. Sin duda era mi imaginación, nadie puede excitarse tan rápidamente y en una situación tan inverosímil.

Sin pensarlo un piso mas, me decidí a hacer algo y lo único que se presento de inmediato en mi mente, fue proteger ese culo, sin duda porque el plan también incluía tocarlo.

La silla ya estaba apoyada en el suelo, fui recorriendo el caño perpendicular a la rubia, y al tiempo que me disculpaba, abrazaba con mi palma la punta del caño, interponiendola entre el tope plástico y el propio culo.

Me pareció que no escuchó mi disculpa, mi voz se quebró como un gallo al comienzo, y encima fue casi un murmullo. Nadie en el ascensor me prestaba atención, lo que me llevo a dejar la mano algo mas del tiempo necesario. Yo medio agachado, escuchaba la conversación del resto del pasaje.

En esa posición me di cuenta que por algún juego de espejos, ella me estaba mirando y al descubrir mi cara me respondió con una media sonrisa, elevó graciosamente la frente como preguntando que sigue.

Yo quedé inmóvil, sin cambiar mi expresión, solo deje que mi pulgar quede solo acompañando el caño de la silla junto al culo, y dejé que mis cuatro dedos sigan hacia delante, acariciando la tanga de adelante hacia atrás. Como una suave garra.

La expresión de placer instantáneo que se le dibujo en la carita de ella me animó a todo lo imaginable en solo un par de pisos que quedaban para llegar a planta baja. Con mi pulgar firmemente dispuesto en su culo, los dedos de mi mano derecha, volvieron sobre la tanga pero corriéndola y entrando en su humedad, estaba empezando a mojarse, justo sobre mi mano.

Su rostro en el espejo se puso serio y su cola se paró como para aprovechar el máximo del instante. Se sacudiò el ascensor al llegar a los topes de planta baja, los ajustes del aterrizaje, me permitieron una ultima caricia, que entrando muy adentro por adelante, recorrieron mis dedos el trayecto hacia el culo, y con el jugo que traían, casi todos entraron simultáneamente por atrás.

Obviamente fuimos los más corteses del viaje, dejamos bajar a todos, y un instante de sagacidad me asistió. Toqué el botón equivocado, nunca menos equivocado. La puerta se cerro lentamente con nosotros adentro y el reste de nuestras respectivas familias en el palier.

Vi un interruptor, como un palito de color, lo bajé y de inmediato el aparato quedó inmóvil al tiempo que comenzaba la estridencia de la alarma. No se escuchaba otra cosa que el timbre de emergencia.

Afuera todos reían, y adentro reíamos mas aun. Así como había quedado con la puerta cerrándose delante de ella, así como estaba quietita, temblando casi, yo agachado, subo por la espalda y corro la tanga para agrandar con mi mano sus colas que se ofrecían ansiosas.

Un grito acompaño mi empujón, aunque pareció un murmullo, por el efecto de la emergencia. Creo que nunca vio mi rostro de manera completa, ni siquiera mi cuerpo. Los espejos eran los únicos que le habían transmitido algunas porciones de mi imagen. Ella respondió a mi empujón, con embates de cadera, no menos violentos sobre mi pelvis, no fueron necesarios muchos para que ambos terminemos transpirados.

Afuera ya tenían al portero, que había apagado la alarma y nos pedía que liberáramos la puerta, que no la podía abrir. Ella confirmó que realmente no la pueda abrir, y ante la solicitud del portero, que nos pedía que moviéramos el interruptor de color, tomo mi short, lo recorrió con la lengua, para un ultimo placer, al tiempo que me emprolijaba para enfrentar al publico ansioso que esperaba detrás del telón de inoxidable.

Sin sacarse la verga de la boca, levantaba la mano y amagaba mover el interruptor, lo que nos dejaría expuestos en nuestra inexplicable pose. Ese miedo a que en medio de la gracia, se le escape un dedo sobre la perilla, me excitó al punto de terminar nuevamente, pero esta ves muy pulcramente, sin dejar rastro alguno.

Aunque suena increíble, afuera en el palier, nadie sospechó nada. Por alguna razón la gente no piensa que esas cosas pudieran llegar a pasar y por eso ni siquiera las pueden imaginar.

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