¡Hola, mis queridos seguidores de Poringa! Soy Marcela, esa enfermera putita que tanto les calienta con mis relatos morbosos y mis fotos calientes. Hoy les traigo un relato fresquito y bien jugoso de mi día libre hace poquito, cuando un seguidor mío, un tipo bien generoso que me contactó por DM y me ofreció una pasta gorda por pasar un día entero conmigo. Pagó una buena cantidad, ¿eh? Suficiente para que yo, con mi carita de inocente que engaña a todo el mundo, me convirtiera en su putita personal por unas horas. Les voy a contar todo en detalle, paso a paso, con todo el morbo que merecen, usando como referencia esas fotitos que subí del mirador de Catarina, ese lugar paradisiaco en Nicaragua con vistas al lago y las montañas que me ponen cachonda solo de recordarlo. Imagínense: yo, con mi pelo negro largo y liso cayéndome por la espalda, mi top marrón ajustadito que resalta mis tetitas firmes, y mis pantalones negros pegados al culo, posando como una diosa en ese balcón privado. Pero vamos al grano, que sé que ya están duros solo de pensarlo.

Todo empezó en el hospital, donde trabajo como enfermera. Era mi día libre, pero tenía que pasar a recoger unos papeles del turno anterior. Estaba en el pasillo, con mi uniforme blanco que me hace ver como una santa, revisando mi teléfono, cuando vi su mensaje. "Marcela, soy el seguidor que te escribió ayer. Te deposité lo acordado. ¿Estás lista para nuestro día? Te recojo en 10 minutos en la entrada principal". Mi coñito se mojó al instante. Yo, con mi cara de niña buena, de esas que parecen no romper un plato, pero que en realidad soy una zorrita desatada que ama que la usen como una puta barata. Le respondí rápido: "Aquí te espero, papi. Ven por mí". Me cambié en el baño del hospital, me puse mi top marrón sin sostén para que mis pezones se marcaran, unos pantalones negros ajustados que abrazan mi culo redondo y firme, y un tanguita blanco diminuto que apenas cubre mi rajita depilada. Salí a la entrada, y ahí estaba él, en un carro negro elegante, con una sonrisa de lobo que me dijo todo: hoy vas a ser mía.
Me subí al asiento del copiloto, y apenas cerré la puerta, sentí su mirada devorándome. "Joder, Marcela, en persona eres aún más rica que en tus fotos de Poringa", me dijo, mientras arrancaba. Yo le sonreí con mi carita inocente, pestañeando como una virgen, pero cruzando las piernas para que viera cómo mis muslos se apretaban. El camino al mirador de Catarina era como una hora, por carreteras con curvas y vistas al lago Apoyo, pero él no perdía tiempo. Mientras manejaba, su mano derecha se posó en mi rodilla, subiendo despacio por mi muslo. "Cuéntame, putita, ¿qué vas a hacer por mí hoy?", me preguntó, y yo, mordiéndome el labio, respondí: "Lo que quieras, papi. Por esa plata, soy tu juguete". Su mano siguió subiendo, rozando el borde de mis pantalones, y yo abrí un poquito las piernas para invitarlo. Sentí sus dedos presionando contra la tela, justo sobre mi coñito, que ya estaba empapado. "Mira cómo mojas, Marcela. Con esa cara de angelito, pero eres una perra en celo", me susurró, y empezó a frotarme por encima de la ropa, círculos lentos que me hicieron gemir bajito.




Las bolas. En un momento, paró el carro en un desvío solitario, solo para follarme la boca con más fuerza, embistiéndome hasta que lágrimas me corrían por las mejillas. "Trágatela toda, putita", gruñía, y yo obedecía, ahogándome en su verga hasta que casi se corre, pero se contuvo. "No aún, quiero guardarlo para tu coño".
Llegamos al mirador de Catarina, una zona privada que él había reservado, con un balcón de vidrio y madera que da a un paisaje de ensueño: el lago azul abajo, montañas verdes rodeándonos, nubes rosadas en el atardecer. Nadie alrededor, solo nosotros y la naturaleza. Bajamos del carro, yo con las piernas temblando de lo cachonda que estaba, y él me llevó al balcón. "Posa para mí, Marcela, como en tus fotos", me dijo. Yo me apoyé en la barandilla, de espaldas, con mi culo hacia él, y empecé a moverme como una stripper. Primero, me quité el top despacio, dejando mis tetitas al aire, pezones duros por el viento fresco. "Mira qué inocente parezco, papi, pero soy tu puta desatada", le dije, girándome para mostrarle mi cara de angelito con una sonrisa traviesa. Él se acercó, me besó el cuello, mordisqueando, mientras sus manos bajaban mis pantalones, exponiendo mi tanguita blanco que apenas cubría mi culo perfecto.
El morbo explotó ahí: yo posando como en las fotos, de espaldas, bajándome los pantalones hasta las rodillas, mostrando mi culo redondo y el hilo del tanga desapareciendo entre mis nalgas. Él me manoseaba, pellizcando mis cachetes, metiendo un dedo por debajo del tanga para tocar mi ano y mi coñito empapado. "Eres una putita con cara de inocente, Marcela. Todos en el hospital piensan que eres una santa, pero aquí estás, exponiéndote como una perra", me susurraba al oído, y yo gemía: "Sí, papi, soy tu zorra, fóllame". Me giré, me quité el tanga, quedándome completamente desnuda, mi pelo largo cubriéndome un poco los pechos, pero abriéndome para él. Posé de frente, con las manos en la barandilla, mis tetas al aire, mi coño depilado brillando de humedad, el lago de fondo como testigo.

'
No aguantamos más. Me volteó de espaldas, me inclinó sobre la barandilla, y me clavó su polla de un solo empujón. "¡Ahhh, sí, papi!", grité, sintiendo cómo me llenaba por completo. Me follaba duro, al aire libre, con el viento en mi piel desnuda, mis tetas rebotando con cada embestida. "Toma, putita inocente, esto es lo que mereces", gruñía, agarrándome del pelo como riendas. Yo empujaba mi culo contra él, pidiendo más, mi carita de santa ahora distorsionada por el placer puro. Cambiamos posiciones: me puso de frente, levantándome una pierna sobre la barandilla, follándome profundo mientras me besaba, mis jugos chorreando por sus bolas. El paisaje era perfecto, pero el verdadero show era yo siendo una putita desatada, gimiendo como loca.
Al final, no se contuvo. "Me vengo adentro, Marcela, te lleno el coño de leche", me dijo, y embistió más fuerte. Sentí su polla hinchándose, y explotó dentro de mí, chorros calientes de semen inundando mi útero. "¡Sí, papi, lléname!", gemí, corriéndome yo también, mi coñito apretándolo mientras temblaba. Quedamos ahí, jadeando, con su semen goteando por mis muslos, el sol poniéndose sobre el lago. Fue una cogida épica, mis queridos de Poringa. ¿Quieren más relatos? Comenten y dénme likes, que esta putita inocente siempre tiene más para dar. ¡Besos calientes! 😘'

Todo empezó en el hospital, donde trabajo como enfermera. Era mi día libre, pero tenía que pasar a recoger unos papeles del turno anterior. Estaba en el pasillo, con mi uniforme blanco que me hace ver como una santa, revisando mi teléfono, cuando vi su mensaje. "Marcela, soy el seguidor que te escribió ayer. Te deposité lo acordado. ¿Estás lista para nuestro día? Te recojo en 10 minutos en la entrada principal". Mi coñito se mojó al instante. Yo, con mi cara de niña buena, de esas que parecen no romper un plato, pero que en realidad soy una zorrita desatada que ama que la usen como una puta barata. Le respondí rápido: "Aquí te espero, papi. Ven por mí". Me cambié en el baño del hospital, me puse mi top marrón sin sostén para que mis pezones se marcaran, unos pantalones negros ajustados que abrazan mi culo redondo y firme, y un tanguita blanco diminuto que apenas cubre mi rajita depilada. Salí a la entrada, y ahí estaba él, en un carro negro elegante, con una sonrisa de lobo que me dijo todo: hoy vas a ser mía.
Me subí al asiento del copiloto, y apenas cerré la puerta, sentí su mirada devorándome. "Joder, Marcela, en persona eres aún más rica que en tus fotos de Poringa", me dijo, mientras arrancaba. Yo le sonreí con mi carita inocente, pestañeando como una virgen, pero cruzando las piernas para que viera cómo mis muslos se apretaban. El camino al mirador de Catarina era como una hora, por carreteras con curvas y vistas al lago Apoyo, pero él no perdía tiempo. Mientras manejaba, su mano derecha se posó en mi rodilla, subiendo despacio por mi muslo. "Cuéntame, putita, ¿qué vas a hacer por mí hoy?", me preguntó, y yo, mordiéndome el labio, respondí: "Lo que quieras, papi. Por esa plata, soy tu juguete". Su mano siguió subiendo, rozando el borde de mis pantalones, y yo abrí un poquito las piernas para invitarlo. Sentí sus dedos presionando contra la tela, justo sobre mi coñito, que ya estaba empapado. "Mira cómo mojas, Marcela. Con esa cara de angelito, pero eres una perra en celo", me susurró, y empezó a frotarme por encima de la ropa, círculos lentos que me hicieron gemir bajito.




Las bolas. En un momento, paró el carro en un desvío solitario, solo para follarme la boca con más fuerza, embistiéndome hasta que lágrimas me corrían por las mejillas. "Trágatela toda, putita", gruñía, y yo obedecía, ahogándome en su verga hasta que casi se corre, pero se contuvo. "No aún, quiero guardarlo para tu coño".
Llegamos al mirador de Catarina, una zona privada que él había reservado, con un balcón de vidrio y madera que da a un paisaje de ensueño: el lago azul abajo, montañas verdes rodeándonos, nubes rosadas en el atardecer. Nadie alrededor, solo nosotros y la naturaleza. Bajamos del carro, yo con las piernas temblando de lo cachonda que estaba, y él me llevó al balcón. "Posa para mí, Marcela, como en tus fotos", me dijo. Yo me apoyé en la barandilla, de espaldas, con mi culo hacia él, y empecé a moverme como una stripper. Primero, me quité el top despacio, dejando mis tetitas al aire, pezones duros por el viento fresco. "Mira qué inocente parezco, papi, pero soy tu puta desatada", le dije, girándome para mostrarle mi cara de angelito con una sonrisa traviesa. Él se acercó, me besó el cuello, mordisqueando, mientras sus manos bajaban mis pantalones, exponiendo mi tanguita blanco que apenas cubría mi culo perfecto.
El morbo explotó ahí: yo posando como en las fotos, de espaldas, bajándome los pantalones hasta las rodillas, mostrando mi culo redondo y el hilo del tanga desapareciendo entre mis nalgas. Él me manoseaba, pellizcando mis cachetes, metiendo un dedo por debajo del tanga para tocar mi ano y mi coñito empapado. "Eres una putita con cara de inocente, Marcela. Todos en el hospital piensan que eres una santa, pero aquí estás, exponiéndote como una perra", me susurraba al oído, y yo gemía: "Sí, papi, soy tu zorra, fóllame". Me giré, me quité el tanga, quedándome completamente desnuda, mi pelo largo cubriéndome un poco los pechos, pero abriéndome para él. Posé de frente, con las manos en la barandilla, mis tetas al aire, mi coño depilado brillando de humedad, el lago de fondo como testigo.

'
No aguantamos más. Me volteó de espaldas, me inclinó sobre la barandilla, y me clavó su polla de un solo empujón. "¡Ahhh, sí, papi!", grité, sintiendo cómo me llenaba por completo. Me follaba duro, al aire libre, con el viento en mi piel desnuda, mis tetas rebotando con cada embestida. "Toma, putita inocente, esto es lo que mereces", gruñía, agarrándome del pelo como riendas. Yo empujaba mi culo contra él, pidiendo más, mi carita de santa ahora distorsionada por el placer puro. Cambiamos posiciones: me puso de frente, levantándome una pierna sobre la barandilla, follándome profundo mientras me besaba, mis jugos chorreando por sus bolas. El paisaje era perfecto, pero el verdadero show era yo siendo una putita desatada, gimiendo como loca.
Al final, no se contuvo. "Me vengo adentro, Marcela, te lleno el coño de leche", me dijo, y embistió más fuerte. Sentí su polla hinchándose, y explotó dentro de mí, chorros calientes de semen inundando mi útero. "¡Sí, papi, lléname!", gemí, corriéndome yo también, mi coñito apretándolo mientras temblaba. Quedamos ahí, jadeando, con su semen goteando por mis muslos, el sol poniéndose sobre el lago. Fue una cogida épica, mis queridos de Poringa. ¿Quieren más relatos? Comenten y dénme likes, que esta putita inocente siempre tiene más para dar. ¡Besos calientes! 😘'
1 comentarios - Un paseo a Catarina. ♡ Scort