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De la playa al picadero

Era verano, el sol aún quemaba en el asfalto aunque ya eran las siete de la tarde. Volvía de la playa en mi scooter, el cuerpo salado y la piel caliente, cuando el semáforo saltó a rojo y frené en seco. Apareció él: alto, piel oscura reluciente de sudor, bermudas anchas y una caja de pañuelos al cuello. En invierno quizá hubiera comprado, pero en julio… sonreí mientras se acercaba.
Entonces lo vi claramente: el tejido de sus bermudas se movía como si algo vivo y enorme se despertara dentro. Mis ojos se clavaron allí. Él lo notó y soltó una risa grave:
—¿Te gusta lo que has visto, guapa?
Me sonrojé, pero no desvié la mirada.
—De momento no he visto nada… y no llevo dinero.
Se encogió de hombros con esa sonrisa peligrosa.
—Es hora de terminar. ¿Me acercas a casa? Quince minutos andando, cinco en tu moto.
No sé por qué acepté. Tal vez el calor, tal vez la curiosidad. Tal vez porque ya sentía un latido traicionero entre las piernas.
—Sube detrás.
Se sentó y se acomodó a propósito: su paquete duro y caliente se pegó a mi culo. Sus brazos fuertes me rodearon la cintura. Arrancé. Primero solo me sujetaba, pero pronto sus manos bajaron, rozando mis muslos desnudos bajo la falda corta. Cada caricia hacía que lo que tenía detrás se hinchara más, presionando con cada bache.
No protesté. Abrí ligeramente las piernas. Él lo entendió como invitación. Chupó cuatro dedos hasta dejarlos brillantes de saliva y bajó la mano a mis ingles. Apartó la tela fina de mis braguitas y la mano mojada se posó en mi entrada. Empezó a acariciar el clítoris en círculos lentos y perfectos.
Frené en el arcén, temblando.
—¿Estás loco?
—Loco por meterte mi verga hasta el fondo. Mira cómo me tienes…
Me cogió la mano y la llevó a su entrepierna. Saqué por la pernera un monstruo: veinticinco centímetros de grosor imposible, venoso, palpitante. Se me escapó un gemido.
—Aquí no… Vamos a tu casa y ya veremos.
Sonrió como si ya hubiera ganado.
Llegamos en menos de cinco minutos. Era un piso bajo. Abrí la puerta y el olor a sexo me golpeó. En el salón, dos negros más veían porno en la tele grande, pajeándose despacio, las pollas brillando de precum. Al verme hicieron amago de taparse.
—No, no —dije ronca—. Por favor… seguid.
El que venía conmigo —Jamal— cerró la puerta riendo.
—Chicos, os traje un regalito.
Los otros dos se levantaron. Malik, el más alto, tenía la polla curvada y goteando. Tyrone, ancho de hombros, una verga gruesa y pesada. Del baño salió el cuarto, Kevin, quitándose la toalla y mostrando otra recta, con la cabeza hinchada y morada.
Cuatro pollas negras enormes apuntándome. Yo en medio, ropa de playa, el coño ya chorreando.
Jamal me levantó la falda por detrás y bajó mis braguitas de un tirón.
—Mira cómo está —dijo, metiendo dos dedos dentro sin resistencia—. Empapada.
Malik me besó profundo mientras me quitaba el bikini de arriba, amasando mis tetas y pellizcando los pezones hasta hacerme gemir en su boca.
Me tumbaron en el sofá boca arriba. Jamal se colocó entre mis piernas. La cabeza de su polla rozó mi entrada, abriéndome.
—¿Preparada?
Abrí más las piernas y empujé hacia él.
Entró despacio, centímetro a centímetro, estirándome al límite. Sentí cada vena, cada latido. Cuando llegó al fondo, un primer orgasmo me atravesó como un rayo: el coño se contrajo alrededor de él en espasmos violentos, las piernas me temblaron sin control y un grito largo salió de mi garganta. Jamal se quedó quieto, disfrutando cómo mi interior lo ordeñaba.
—Joder, ya se corre solo con tenerme dentro —rio.
Empezó a bombear profundo y lento. Cada embestida golpeaba un punto dentro de mí que hacía que las olas volvieran. El segundo orgasmo llegó rápido: más intenso, me arqueé entera, los dedos de los pies se curvaron, sentí un chorro caliente salir de mí empapando sus huevos. Jamal gruñó de placer al sentirlo.
Los otros se colocaron alrededor. Tyrone me metió su polla gruesa en la boca; apenas cabía, pero la chupé con avidez. Kevin me follaba las tetas, deslizándose entre ellas. Malik me hacía lamer sus huevos pesados.
Me pusieron a cuatro patas. Jamal detrás, entrando de nuevo en mi coño con una embestida que me arrancó otro orgasmo inmediato: esta vez más profundo, como si me explotara desde dentro del útero, las paredes vaginales palpitando tan fuerte que casi lo sacaban. Grité alrededor de la polla de Tyrone, lágrimas de placer en los ojos.
Tyrone se colocó debajo y me empaló por el coño mientras Jamal, con mucha saliva y paciencia, empezó a abrirme el culo. La presión era brutal, pero deliciosa. Cuando la cabeza pasó, un orgasmo anal me sacudió: diferente, más oscuro, un placer que subía desde el culo hasta la nuca en oleadas eléctricas. Me tembló todo el cuerpo, el coño se contrajo alrededor de Tyrone y él gruñó al sentirlo.
Cuando Jamal entró entero por detrás, los dos empezaron a moverse alternadamente. Sentía sus pollas rozarse dentro de mí a través de la fina pared, llenándome por completo. El orgasmo que vino entonces fue el más fuerte hasta el momento: un clímax doble que me dejó ciega un segundo, el cuerpo convulsionando, chorros de squirt saliendo alrededor de la polla de Tyrone, empapando el sofá. Grité hasta quedarme sin voz, las manos arañando la tela.
Se turnaron durante horas. Me corría con cada cambio de posición, con cada nueva polla dentro. Cuando Kevin me follaba la boca hasta el fondo y se corría en mi garganta, tragué y otro orgasmo me recorrió solo por el sabor salado y la humillación deliciosa.
Malik me levantó en brazos y me folló de pie, mis piernas alrededor de su cintura. Cada embestida hacia arriba golpeaba mi punto G y me hacía correrme en cadena: tres orgasmos seguidos, tan rápidos que no podía respirar entre uno y otro, solo gemir y temblar colgada de su cuello.
Al final, los cuatro se colocaron alrededor mientras yo, de rodillas, los pajeaba y chupaba alternadamente. Se corrieron casi al unísono: chorros calientes y espesos en mi cara, en mis tetas, en la boca abierta. El olor, el calor, la sensación pegajosa… desencadenó el último orgasmo de la noche: un clímax lento y profundo que me dejó temblando de pies a cabeza, el coño palpitando vacío pero satisfecho.
Me quedé tirada en el sofá, cubierta de sudor, semen y mis propios fluidos, el cuerpo dolorido y flotando en una nube de placer.
Jamal se agachó y me besó suave en los labios.
—¿Volverás mañana después de la playa?
Sonreí, exhausta, la voz apenas un susurro.
—Quizá ni siquiera vaya a la playa… directamente aquí.

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