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Encuentro en el cine 3

Ella exhala suavemente contra sus labios, un suspiro tembloroso que sabe a sal y a deseo recién apagado.«¿Sentiste eso?», murmura, apenas un hilo de voz, mientras sus caderas se balancean apenas, un movimiento casi imperceptible que lo hace apretar los dientes. «Como si todo el cine se hubiera quedado vacío… solo quedáramos tú y yo».Sus dedos se enredan en el cabello corto de su nuca, tirando con suavidad para alzarle el rostro. Los ojos de ella brillan en la penumbra, oscuros y satisfechos, pero todavía hambrientos.Uno de los otros dos hombres (el de piel morena y tank top blanco) se arrodilla detrás de ella en el asiento contiguo. Sus manos grandes recorren la curva de su cintura, subiendo hasta rozar los costados de sus pechos por encima de la tela amarilla. Ella arquea la espalda con un gemido bajo, empujándose hacia atrás contra él sin romper el contacto con el que aún lleva dentro.«Todavía no he terminado contigo», susurra ella, mirándolo fijamente mientras el tercero (el más alto, el que estaba de pie) se inclina sobre el respaldo del asiento delantero. Su mano se desliza por el cuello de ella, bajando hasta apretar uno de sus pechos con firmeza, el pulgar rozando el pezón endurecido a través del agujero de la camiseta.Ella muerde su propio labio inferior, los ojos entrecerrados de placer, y empieza a moverse otra vez, lento, deliberado, apretándolo dentro de sí como si quisiera grabar cada centímetro en su memoria.«Quiero que me miren», dice con la voz ronca, girando la cabeza apenas para besar la palma del hombre que la acaricia desde atrás. «Quiero que me vean correrme otra vez… contigo dentro».


Ella se queda quieta apenas un segundo, lo justo para sentir cómo él sigue latiendo dentro, cada chorro caliente golpeando sus paredes como si quisiera marcarla desde adentro. El semen se desborda, resbala por la unión de sus cuerpos y cae en gotas gruesas sobre el asiento de terciopelo rojo. El olor (salado, animal, crudo) llena la fila entera.
Entonces ella aprieta. Consciente. Un solo espasmo largo y deliberado que le arranca al hombre un gemido roto, casi un sollozo. Él intenta moverse, pero ella clava las rodillas a ambos lados de sus caderas y lo inmoviliza.
«Ni se te ocurra salirte todavía», susurra contra su oído, voz ronca, peligrosa. «Quiero sentirte gotear fuera de mí mientras los otros me follan».
El moreno detrás ya no espera permiso. Con un movimiento brusco le baja las bragas destrozadas hasta los tobillos y las deja colgando de un pie. Sus manos grandes le abren las nalgas sin delicadeza; el aire frío del cine le golpea el ano expuesto y ella se estremece. Escupe directamente sobre el agujero, un salivazo grueso que resbala hacia abajo y se mezcla con el semen que ya chorrea de su coño.
Dos dedos (gruesos, ásperos) entran de golpe. Ella grita, un grito real esta vez, que retumba en la sala vacía. Los dedos giran, abren, preparan. Ella se empuja hacia atrás como una gata en celo, buscando más.
El tercero se arrodilla en el suelo frente a ella, entre las butacas. Le agarra los pechos por debajo del top amarillo y los saca a la fuerza; la tela rasga un poco más. Los pezones están tan duros que duelen. Él los retuerce al mismo tiempo que el moreno añade un tercer dedo más atrás. El dolor y el placer se mezclan hasta que ella no sabe dónde empieza uno y termina el otro.
«Por favor…», jadea ella, sin saber a quién le está suplicando.
El que sigue dentro de su coño se mueve por fin, apenas un par de centímetros, pero es suficiente. El semen y sus propios jugos hacen un sonido obsceno cada vez que ella se contrae.
El moreno saca los dedos de su culo con un pop húmedo. Se baja los pantalones lo justo y saca su polla (gruesa, venosa, brillante ya de pre-semen). Se escupe en la palma y la unta entera. Luego apoya la punta justo ahí, donde ella nunca pensó que dejaría entrar a nadie.
Ella respira hondo, temblando.
Y él empuja.
Lento al principio, implacable después. La cabeza entra con un quemazón que le hace ver estrellas. Ella grita contra el hombro del hombre que aún lleva dentro del coño, mordiéndolo hasta que sabe a sangre. El moreno no para. Sigue avanzando centímetro a centímetro hasta que sus caderas chocan contra sus nalgas y ella se siente partida en dos, llena hasta el fondo, imposiblemente llena.
Los dos hombres dentro de ella empiezan a moverse al mismo tiempo, un ritmo brutal y descoordinado que la vuelve loca. Cada embestida del de atrás empuja su clítoris contra la base del que tiene delante. El placer es tan intenso que duele.
El tercero se pone de pie, se saca la polla y se la mete en la boca sin pedir permiso. Ella la traga hasta la garganta, ahogándose, las lágrimas corriéndole por las mejillas, la baba cayendo por la barbilla.
Tres pollas dentro de ella al mismo tiempo.
Tres hombres usándola como si fuera suya.
Y ella se corre otra vez, más fuerte que nunca, un orgasmo que le sacude todo el cuerpo como una descarga eléctrica. Su coño se aprieta tanto que el que está dentro ruge y se vacía de nuevo, mezclando su segundo orgasmo con el primero. El de atrás la sigue segundos después, clavándose hasta el fondo y llenándole el culo de calor líquido.
Cuando el de la boca se corre, lo hace sobre su cara, chorros calientes que le caen en la lengua abierta, en las mejillas, en el pelo.
Ella se queda ahí, temblando, rota, llena por todas partes, semen goteando de cada agujero, la piel marcada de mordidas y dedos.
Y aun así, con la voz rota, sonríe.
«Otra vez», susurra, apenas audible. «Quiero otra vez».


El aire del cine está denso, casi masticable: una mezcla de palomitas rancias, perfume barato, sudor fresco y el olor metálico y espeso del sexo que ya empapa toda la fila. Cada vez que ella respira, siente ese olor meterse en su nariz y bajar hasta el fondo de la garganta como si se lo estuviera tragando.

El terciopelo de los asientos está caliente y pegajoso bajo sus rodillas; el semen que chorrea de ella se enfría al instante al tocar la tela y se vuelve viscoso, como pegamento. Cuando se mueve, se escucha un sonido húmedo y obsceno (schlop, schlop) que retumba en la sala vacía más alto que la banda sonora de la película.

El hombre debajo de ella tiene la piel ardiendo, como si tuviera fiebre. Cada vez que ella se hunde, siente el roce áspero del vello púbico de él contra su clítoris hinchado y sensible; es casi demasiado, un roce eléctrico que le hace arquear la espalda y soltar un gemido que le raspa la garganta.

Detrás, el moreno huele a colonia fuerte y a sudor de gimnasio. Cuando empuja hasta el fondo, su vientre choca contra sus nalgas con un golpe húmedo y carnoso (plap, plap, plap) que le sacude todo el cuerpo hacia delante. El semen del primero sigue saliendo de su coño en cada embestida, caliente primero, luego tibio, luego frío al resbalar por la cara interna de sus muslos y gotear sobre los zapatos del hombre de abajo.

Sus dedos se clavan en los hombros del que está debajo: siente la piel tensa, los músculos duros, el sudor salado que le resbala entre los dedos. Cuando muerde, sabe a sal y a hierro; la sangre le mancha los labios y ella la lame despacio, saboreándola como si fuera vino.

En la boca, el tercero es más grande de lo que esperaba. La punta le golpea la campanilla cada vez que el de atrás la empuja; se ahoga, tose, pero no retrocede. La saliva le cae en hilos gruesos por la barbilla y se mezcla con el semen que ya le chorrea por la cara. Siente cada vena, cada latido, cada gota de pre-semen que le explota en la lengua antes del final.

Cuando los tres se corren casi al mismo tiempo, es como si le prendieran fuego por dentro.

El del coño late tan fuerte que lo siente en el útero; chorros calientes, espesos, que la llenan hasta que desbordan y le corren por las ingles en riachuelos lentos y pegajosos.

El del culo la inunda con un calor diferente, más profundo, que le quema y le relaja al mismo tiempo; siente cómo se expande dentro de sus entrañas y luego empieza a salirle lentamente, resbalando por el perineo y mezclándose con el del primero en un desastre caliente que le empapa todo.

El de la boca se retira en el último segundo y le pinta la cara: el primer chorro le cae en la lengua abierta y sabe a sal marina y a cloro; el segundo le cruza la mejilla como una cuerda caliente; el tercero le cae en el pelo y se queda ahí, pesado, goteando despacio sobre su frente.

El silencio después es ensordecedor. Solo se escucha su propia respiración entrecortada, el latido de su corazón en los oídos, y el goteo constante (gota, gota, gota) del semen cayendo desde todos sus agujeros al suelo del cine.

Ella tiembla entera, la piel hipersensible: hasta el roce del aire acondicionado le duele de lo sensible que está. El top amarillo está pegado a su piel como una segunda capa de sudor y fluidos. Sus muslos tiemblan sin control.

Y aun así, con la garganta rota, la cara chorreando, el cuerpo lleno y vacío al mismo tiempo, abre los ojos, los clava en los tres, y susurra con voz rasposa y rota:

«Otra vez… pero esta vez quiero sentir cómo me rompen de verdad».

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