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mi mujer en su clase de yoga

Mi mujer  decidió probar yoga.
Buscando en línea, encontró a Marco, un instructor de yoga cuyas reseñas lo describían como “intenso” y “transformador”. Las fotos de su perfil mostraban a un hombre alto, de piel bronceada, con músculos esculpidos por años de práctica y una sonrisa magnética que despertó su curiosidad. Luci, con ese instinto suyo para la aventura, reservó clases privadas en el estudio de Marco, un loft minimalista en el centro de la ciudad. El espacio era un refugio sereno: una tapete de yoga en el suelo, incienso quemándose en una esquina, música ambiental suave, y ventanales que dejaban entrar la luz cálida del atardecer, tiñendo el lugar de tonos naranjas y dorados.
El día de la primera clase, Luci llegó puntual a las 7 de la tarde. Vestía un top deportivo negro que abrazaba sus pechos firmes, dejando entrever sus pezones perfectos bajo la tela, y unos leggings grises que moldeaban su trasero 
Marco abrió la puerta con una sonrisa cálida que contrastaba con su presencia imponente: casi 1.90 metros de puro músculo, con brazos esculpidos y un torso que se adivinaba bajo una camiseta blanca ajustada. Pero lo que captó la atención de Luci de inmediato fueron sus shorts deportivos grises, tan ceñidos que marcaban un bulto prominente, de contornos definidos, que prometía algo extraordinario. Mientras lo seguía al interior, sus ojos se deslizaron hacia abajo, y un calor instantáneo le subió por el pecho. Intentó mantener la compostura, mordiéndose el labio inferior, pero su mente ya divagaba con pensamientos prohibidos.
El estudio era un santuario: el tapete en el centro, el aroma del incienso flotando en el aire, los ventanales mostrando el cielo anaranjado de la ciudad. Marco comenzó con una respiración guiada, su voz grave resonando: “Inhala profundo, exhala lento, Luci”. Ella obedeció, pero su atención se desviaba cada vez que él se movía, los shorts marcando cada detalle de ese bulto que parecía crecer con el calor de la práctica. La clase avanzó con posturas como el perro boca abajo y el guerrero, pero la tensión en el aire se volvía densa, casi palpable.
Durante la postura de la paloma, con las caderas abiertas y el torso inclinado hacia adelante, Marco se arrodilló frente a ella para corregir su alineación. Los shorts, ahora más ajustados por el movimiento, dejaban ver con claridad la silueta de un pene que debía medir al menos 25 centímetros, grueso, con venas marcadas que se dibujaban bajo la tela como ríos en relieve. Luci tragó saliva, su respiración acelerándose. Nunca había visto algo tan grande, y la idea de su tamaño la hizo sentir una mezcla de curiosidad y deseo que apenas podía contener.
“Relaja las caderas, déjate llevar”, dijo Marco, pero sus ojos se encontraron con los de Luci, y ella percibió un destello de algo más allá de la profesionalidad. “¿Todo bien, Luci?”, preguntó, su voz baja, casi íntima. Ella asintió, pero su mirada bajó de nuevo a los shorts, y esta vez no disimuló. Marco no se apartó; al contrario, se acercó más, sus manos ajustando sus muslos con un toque que se prolongó un segundo de más.
La clase continuó, pero cada corrección era una excusa para rozarla: sus dedos fuertes pero precisos se deslizaban por su espalda, sus caderas, o el borde de su trasero firme. En una postura de estiramiento profundo, él se colocó detrás de ella, y Luci sintió algo firme rozando su muslo. Giró la cabeza, y sus miradas se cruzaron sin reservas. La pregunta de Marco fue directa: “¿Quieres seguir con yoga… o prefieres algo más, Luci?”.
Luci no respondió con palabras. Se giró hacia él, sus manos tocando su pecho, sintiendo los músculos tensos bajo la camiseta húmeda por el sudor. Con un movimiento lento pero decidido, deslizó una mano hacia abajo, rozando el borde de los shorts. La reacción de Marco fue inmediata: un gemido bajo escapó de su garganta, sus ojos oscureciéndose de deseo.
Luci tiró de la cintura de los shorts, y lo que vio la dejó sin aliento. Su pene, de 25 centímetros, era grueso, venoso, con venas marcadas que palpitaban bajo la piel como si tuvieran vida propia. Era, sin duda, lo más grande que había tenido en sus manos, superando cualquier experiencia en las orgías o swinger. “¡No mames, qué vergota!”, exclamó, su voz ronca de excitación. “Es enorme… nunca he visto una tan grande y venosa”. Marco sonrió, confiado. “Vas a sentir cada centímetro, Luci. Prepárate”.
Lo que siguió fue una explosión de deseo crudo, puro, salvaje, como a Luci le gustaba. Marco la levantó con facilidad, sus manos fuertes agarrando sus muslos delgados, y la llevó contra la pared del estudio, los ventanales reflejando sus siluetas. Los leggings de Luci cayeron al suelo en un movimiento rápido, dejando su vagina depilada expuesta, ya húmeda de anticipación. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura, sus pechos firmes presionados contra su torso. Cuando Marco la penetró por primera vez, Luci soltó un grito que resonó en el loft.
La sensación de su pene, grueso y venoso, llenándola por completo, era abrumadora, como si estuviera siendo abierta por primera vez. “¡Me estás partiendo, Marco! Es demasiado grande”, jadeó, sus uñas clavándose en sus hombros mientras sus pezones perfectos se endurecían contra la camiseta de él. Cada embestida era profunda, deliberada, y las venas de su miembro parecían pulsar contra sus paredes internas, intensificando cada roce. Marco marcaba un ritmo implacable, sus caderas chocando contra las de ella con una fuerza que la hacía jadear. “Te gusta esta verga, ¿verdad, Luci?”, gruñó, mordiendo su cuello. Ella respondió, “¡Sí, dámela toda! ¡Cógeme duro!”.
Cambiaron de posición, moviéndose al tapete de yoga en el centro del estudio. Marco la puso en cuatro, una versión pervertida del perro boca abajo, con un propósito muy distinto. Desde atrás, la tomó con una intensidad feroz, sus manos sujetando su trasero firme mientras empujaba con fuerza. Luci sintió cómo cada centímetro de él la estiraba, las venas de su pene creando una fricción que la llevaba al borde del éxtasis. “¡Más fuerte, Marco! ¡Rómpeme!”, gritó, arqueando la espalda y empujando sus caderas contra él.
Él aceleró, su respiración pesada mezclándose con los gemidos de ella. Su cuerpo sudoroso, los músculos tensos, y el tamaño de su verga la hacían perderse en el momento. “Nunca había sentido una así… es tan gruesa, tan venosa”, jadeó Luci, recordando las orgías, pero sabiendo que esto era diferente, más intenso. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba el estudio, opacando la música suave.
Luci, insaciable como siempre, tomó el control. Empujó a Marco suavemente para que se acostara sobre el tapete y se subió encima de él, sus rodillas a ambos lados de sus caderas. Desde esta posición, podía sentir cada detalle de su miembro mientras lo montaba, controlando el ritmo. Las venas marcadas parecían latir bajo su piel, y ella se movía con una precisión que lo hacía gruñir de placer. “¡Qué grueso eres! Me llena todo”, gimió, sus pechos firmes rebotando, sus pezones perfectos endurecidos bajo el top que aún no se había quitado. Marco arrancó el top de un tirón, dejando sus pechos al descubierto, y pellizcó sus pezones con dedos fuertes.
“Cabalga, Luci. Tómala toda”, ordenó, sus manos en su trasero firme, ayudándola a bajar más profundo. Ella aceleró, su cabello negro pegado a su piel morena clara por el sudor, sus ojos cafés cerrados en éxtasis. “¡Me estás volviendo loca! Es la verga más grande que he tenido”, confesó, moviendo las caderas en círculos que lo llevaban al límite.
Volvieron a cambiar, esta vez con Luci acostada de lado en el tapete, una pierna levantada mientras Marco se posicionaba entre sus muslos. Esta postura le permitió entrar aún más profundo, y Luci tembló con cada embestida. La sensación de su pene, grueso y venoso, llenándola desde un ángulo nuevo, era casi demasiado. “¡Me estás matando, Marco! Esas venas… son una locura”, gimió, sus uñas arañando la esterilla.
Él la besaba, mordiendo su cuello con brusquedad, mientras empujaba sin piedad. “Te gusta mi verga, ¿verdad? Dime cuánto”, gruñó. Luci respondió, “¡Me encanta! Es enorme, me está rompiendo… ¡no pares!”. El suelo parecía vibrar bajo ellos, el incienso olvidado mientras el estudio se convertía en un escenario de gemidos y respiraciones entrecortadas.
El clímax llegó como una tormenta. Luci arqueó la espalda, su cuerpo menudo temblando mientras un orgasmo la recorría, intensificado por el tamaño y las venas de Marco. Sus pechos firmes temblaban, sus pezones perfectos duros como piedras. “¡ya voy a terminar, que rico no pares!”, gritó, su voz resonando.
Marco la siguió segundos después, un gruñido profundo escapando de su garganta mientras se vaciaba dentro de ella, ambos colapsando en el tapete de yoga, sudorosos y exhaustos. Permanecieron allí, enredados, mientras la música ambiental seguía sonando, un contraste irónico con la intensidad de lo que acababan de compartir. El aire olía a incienso y sexo, y la luz del atardecer pintaba sus cuerpos de dorado.
Cuando finalmente se separaron, Marco le dedicó una sonrisa pícara. “¿Entonces, seguimos con yoga la próxima semana, Luci?”. Ella rio, todavía jadeando, su cabello 

mi mujer en su clase de yoga

 desordenado. “Solo si traes esos shorts… y más de esta verga”. Se levantó, su cuerpo menudo brillando de sudor, y le guiñó un ojo. “Eres el mejor profesor que he tenido”.

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