Yo sabía exactamente lo que estaba haciendo. Y aunque tantas veces lo había esquivado —filtrando sus miradas, ignorando sus roces 'accidentales'—, en el cumpleaños de Don José, mi suegro, la línea del respeto se rompió.
Como todo empezó temprano, y casi todos nos pasamos de copas, para las diez y media, el cumpleañero estaba más que listo para desplomarse. Quise evadir la tarea de ser su cuidadora; intenté buscar en cualquiera el reemplazo. Pero mi esposo, abstraído y ruidoso por el alcohol, se había sumergido en una conversación animada en el patio con los pocos rezagados que quedaban. Mi suegra no asistió, y eso hizo que el exceso se apropiara mas fácil de todos. Me aburría a muerte, a veces me quedaba en la sala o en la cocina, mientras en el patio todos parecían disfrutar. Salí al patio , mi suegro que hacía unos minutos pasó muy ebrio por la cocina, me pidió un trago, y se estaba quedando dormido en la sala.
Lo ayudé a levantarse. Él se apoyó pesadamente en mí, un tanto torpe, y mientras lo guiaba hacia su habitación en el segundo piso, sus manos como siempre fueron un tanto inquietas, buscando alcanzar mis nalgas, como siempre hacia cada vez que podía. Lo senté en la cama y cerré la puerta desde afuera, pero dude cuando lo vi, se estaba quitando la camisa, sus manos fallaban en los botones. Dudé
Volví a entrar, la respiración acelerada por el riesgo. Me acerqué para desabrocharle la camisa. se quedó inmóvil. Sentí su cuerpo volverse levemente más firme, esperando. Era obvio que se había quedado esperando a que yo siguiera ayudando, y lo que proseguía eran sus jeans.
Quise ir por el pijama, pero él se tambaleó. Ante la posibilidad de que cayera, lo devolví a la cama suavemente.
La escena en sí tenía un aspecto un poco grotesco, y de hecho, nada erótica. Pero era cierto que, a veces, parecía más ebrio y a veces menos. De hecho, tuve la impresión de que su estado era en parte fingido, porque cuando finalmente desabroché el botón y el cierre, deslizando el tejido grueso por sus caderas, no solo fue perfectamente colaborativo levantando el cuerpo lo suficiente para ayudarme, sino que su movimiento fue firme.
Cuando los jeans cayeron, solo le quedó su ropa interior blanca, y el contorno innegable que se dibujaba bajo él. Era imposible no percatarse de su erección, que no solo fue una sorpresa por el supuesto estado de ebriedad, sino porque, de alguna manera, yo había imaginado que, igual que mi esposo, su dotación no era significativa.
Me levanté doblando los jeans,
No se si obraba en mí el licor, la curiosidad o una mezcla de lascivo morbo, retorné al frío porcelanato para quitarle sus medias. Él parecía haberse quedado dormido sentado, por lo que aproveché para verificar con el tacto lo que mis ojos percibían. Tras tocar su pene, supe que pese a lo que veía no alcanzaba la solidez de la erección, lo que me llenó de lujuria, le intenté quitar los calzoncillos, pero se despertó, el sonido de las risas lejanas del patio se hizo repentinamente más fuerte.
mi cuerpo se quedó congelado Él ya no parecía ebrio.
Yo me incorporé, quedando de pie, en disposición a salir, pero su mano alcanzó mi muñeca. Un leve, pero firme guió mis labios a los suyos, que se puso de pie. El beso fue profundo, con fuerte sabor a ron, Mientras me besaba, sus manos, gruesas y ansiosas, que inicialmente se habían aferrado a mi cintura con firmeza, se deslizaron bajo mi falda. Las sentí ascender por mis piernas, pasando por mis muslos
No tardó en recorrer mis glúteos. Y lo hacía con la seguridad y la precisión de quien ya había memorizado mi cuerpo, como si lo hubiera recorrido en su mente tantas veces que el contacto físico era una mera consecuencia. No podía creer que estaba en esa situación, por años evité todo tipo de avances maliciosos, roces accidentales y comentarios lascivos. Creo que mi fascinación por don José, siempre fue su carácter, pero nunca lo dejaba de ver como mi suegro
Con la misma fluidez, o quizás prisa, con que se había roto el respeto, me dirigió una cómoda que se ubica junto a la puerta, y desde atrás, buscó entrar en mí. Sentí como buscaba, y pese a mi húmeda excitación tardó varios intentos. Su pene se abrió paso, lenta y forzadamente, un embate doloroso pero mutuamente decidido. Y yo, consciente de que no podía emitir sonido alguno —con la familia a solo metros—, solo pude resoplar, mi aliento ahogado en la garganta, mientras, arqueando mi espalda y alzando la cadera intenté facilitar su tarea.
Tras unos instantes desconcertantes mi cuerpo se adaptó a su pene. Esos primeros instantes de intensidad,
Mi suegro mantenía un agarre firme, de lado y lado de mi cadera, y embestía con tanta fuerza mi cuerpo que la cómoda se balanceaba y golpeaba el porcelanato del suelo al caer de nuevo. El golpeteo resonó en el silencio, y tras una punción especialmente violenta,
En ese instante, ambos nos detuvimos. El placer se congeló. Él clavó los dedos en mi carne, conteniendo la sorpresa, sin sacar ni un centímetro de su pene. Yo contuve mi respiración. Por un segundo interminable, solo existió el sonido de nuestras respiraciones agitadas y, detrás de la puerta, de nuevo la risa ininterrumpida de los ebrios, mezclada con groserías.
Nadie venía. La broma de mi esposo se extendió y se perdió en el aire. Creo que don José y yo nos sentimos autorizados a continuar con la fluidez inicial. Era como si nos diéramos cuenta de que la transgresión que perpetrábamos, nos mantenía a salvo de la interrupción, Don José me besó el hombro y acarició la espalda. Redobló la furia de sus embestidas. Yo ya no alcé la cadera para ayudar, sino para pedir más, replicando sus movimientos.
El golpe nos había enloquecido, y mi orgasmo contra la cómoda fue bastante notorio. Don José prosiguió unos instantes y separó su cuerpo del mio, apenas para guiarme, en un arrebato violento y decidido, a la cama. Caí sobre el colchón. Él me siguió de inmediato, girándome con brusquedad para que quedara encima, sobre su cuerpo.
No podía dejar de pensar en el excesivo contraste de tamaños. El hijo, con su pene pequeño, tierno, y casi femenino, acorde con su personalidad calmada y su afecto predecible. Y el padre, con ese miembro grande y la erección potente que emanaba su carácter dominante y masculino. Amaba al hijo, si, pero el padre que me poseía con solo mirarme, ahora me poseía completamente.
Traté de moverme rápido, de llevarlo al clímax en mi, porque no tendríamos justificación para una demora prolongada. Pero, pese a mi intento consciente de controlar el final, la realidad era otra. Solo yo era arrastrada, una y otra vez, a orgasmo tras orgasmo. Estando ahí, encima de mi suegro, en ese riesgo latente, mi cuerpo no tenía límites de placer.
Decidí separar mi cuerpo del suyo y descender mis labios a su pene, para intentar hacerlo llegar. Lo pude disfrutarlo a detalle. Ese era su cumpleaños 58, y ahí nos hallábamos, celebrándolo, sin condón. Bajarle fue delicioso, disfrutaba mucho su glande, y ayudaba a mis labios, con la mano. Yo queríia que lo disfrutara, un impulso en mi deseaba que llegara de una vez para salir corriendo, pero otra parte de mi, disfrutaba del visible placer que le producía todo.
Tras algunos instantes y para descansar la boca, le masturbe, y se hizo evidente, el curioso rutilar de mi anillo que seguia el trayecto de mi mano en su pene. Parecía un detalle del que también se percató porque desplace mi mirada de su pene a sus ojos, y él me estaba mirando con una sonrisa en sus labios.
Me concentré de nuevo es disfrutar de su sexo con mi boca, intentando llevarlo tan adentro como podía, acelerando el ritmo, mis labios trabajando con la obsesión de quien sabe que está haciendo algo mas que prohibido, y por prohibido, doblemente delicioso. Él sulto un gruñido ahogado, parecía que iba a gemir pero se contuvo. Su mano, se deslizó de mis cabellos, controlando la profundidad. era evidente que no le importaba el riesgo; le importaba la posesión. Sentí las pulsiones a través de su pene, y un espasmo en su base. El esperma irrumpió en mi boca, caliente, abundante, con el sabor delicioso que atribuí a una victoria personal. Su mano sostuvo firme mi cabeza, haciéndome tragar todo, mientras, detrás de la puerta, la música, los murmullos y las risas.
Como todo empezó temprano, y casi todos nos pasamos de copas, para las diez y media, el cumpleañero estaba más que listo para desplomarse. Quise evadir la tarea de ser su cuidadora; intenté buscar en cualquiera el reemplazo. Pero mi esposo, abstraído y ruidoso por el alcohol, se había sumergido en una conversación animada en el patio con los pocos rezagados que quedaban. Mi suegra no asistió, y eso hizo que el exceso se apropiara mas fácil de todos. Me aburría a muerte, a veces me quedaba en la sala o en la cocina, mientras en el patio todos parecían disfrutar. Salí al patio , mi suegro que hacía unos minutos pasó muy ebrio por la cocina, me pidió un trago, y se estaba quedando dormido en la sala.
Lo ayudé a levantarse. Él se apoyó pesadamente en mí, un tanto torpe, y mientras lo guiaba hacia su habitación en el segundo piso, sus manos como siempre fueron un tanto inquietas, buscando alcanzar mis nalgas, como siempre hacia cada vez que podía. Lo senté en la cama y cerré la puerta desde afuera, pero dude cuando lo vi, se estaba quitando la camisa, sus manos fallaban en los botones. Dudé
Volví a entrar, la respiración acelerada por el riesgo. Me acerqué para desabrocharle la camisa. se quedó inmóvil. Sentí su cuerpo volverse levemente más firme, esperando. Era obvio que se había quedado esperando a que yo siguiera ayudando, y lo que proseguía eran sus jeans.
Quise ir por el pijama, pero él se tambaleó. Ante la posibilidad de que cayera, lo devolví a la cama suavemente.
La escena en sí tenía un aspecto un poco grotesco, y de hecho, nada erótica. Pero era cierto que, a veces, parecía más ebrio y a veces menos. De hecho, tuve la impresión de que su estado era en parte fingido, porque cuando finalmente desabroché el botón y el cierre, deslizando el tejido grueso por sus caderas, no solo fue perfectamente colaborativo levantando el cuerpo lo suficiente para ayudarme, sino que su movimiento fue firme.
Cuando los jeans cayeron, solo le quedó su ropa interior blanca, y el contorno innegable que se dibujaba bajo él. Era imposible no percatarse de su erección, que no solo fue una sorpresa por el supuesto estado de ebriedad, sino porque, de alguna manera, yo había imaginado que, igual que mi esposo, su dotación no era significativa.
Me levanté doblando los jeans,
No se si obraba en mí el licor, la curiosidad o una mezcla de lascivo morbo, retorné al frío porcelanato para quitarle sus medias. Él parecía haberse quedado dormido sentado, por lo que aproveché para verificar con el tacto lo que mis ojos percibían. Tras tocar su pene, supe que pese a lo que veía no alcanzaba la solidez de la erección, lo que me llenó de lujuria, le intenté quitar los calzoncillos, pero se despertó, el sonido de las risas lejanas del patio se hizo repentinamente más fuerte.
mi cuerpo se quedó congelado Él ya no parecía ebrio.
Yo me incorporé, quedando de pie, en disposición a salir, pero su mano alcanzó mi muñeca. Un leve, pero firme guió mis labios a los suyos, que se puso de pie. El beso fue profundo, con fuerte sabor a ron, Mientras me besaba, sus manos, gruesas y ansiosas, que inicialmente se habían aferrado a mi cintura con firmeza, se deslizaron bajo mi falda. Las sentí ascender por mis piernas, pasando por mis muslos
No tardó en recorrer mis glúteos. Y lo hacía con la seguridad y la precisión de quien ya había memorizado mi cuerpo, como si lo hubiera recorrido en su mente tantas veces que el contacto físico era una mera consecuencia. No podía creer que estaba en esa situación, por años evité todo tipo de avances maliciosos, roces accidentales y comentarios lascivos. Creo que mi fascinación por don José, siempre fue su carácter, pero nunca lo dejaba de ver como mi suegro
Con la misma fluidez, o quizás prisa, con que se había roto el respeto, me dirigió una cómoda que se ubica junto a la puerta, y desde atrás, buscó entrar en mí. Sentí como buscaba, y pese a mi húmeda excitación tardó varios intentos. Su pene se abrió paso, lenta y forzadamente, un embate doloroso pero mutuamente decidido. Y yo, consciente de que no podía emitir sonido alguno —con la familia a solo metros—, solo pude resoplar, mi aliento ahogado en la garganta, mientras, arqueando mi espalda y alzando la cadera intenté facilitar su tarea.
Tras unos instantes desconcertantes mi cuerpo se adaptó a su pene. Esos primeros instantes de intensidad,
Mi suegro mantenía un agarre firme, de lado y lado de mi cadera, y embestía con tanta fuerza mi cuerpo que la cómoda se balanceaba y golpeaba el porcelanato del suelo al caer de nuevo. El golpeteo resonó en el silencio, y tras una punción especialmente violenta,
En ese instante, ambos nos detuvimos. El placer se congeló. Él clavó los dedos en mi carne, conteniendo la sorpresa, sin sacar ni un centímetro de su pene. Yo contuve mi respiración. Por un segundo interminable, solo existió el sonido de nuestras respiraciones agitadas y, detrás de la puerta, de nuevo la risa ininterrumpida de los ebrios, mezclada con groserías.
Nadie venía. La broma de mi esposo se extendió y se perdió en el aire. Creo que don José y yo nos sentimos autorizados a continuar con la fluidez inicial. Era como si nos diéramos cuenta de que la transgresión que perpetrábamos, nos mantenía a salvo de la interrupción, Don José me besó el hombro y acarició la espalda. Redobló la furia de sus embestidas. Yo ya no alcé la cadera para ayudar, sino para pedir más, replicando sus movimientos.
El golpe nos había enloquecido, y mi orgasmo contra la cómoda fue bastante notorio. Don José prosiguió unos instantes y separó su cuerpo del mio, apenas para guiarme, en un arrebato violento y decidido, a la cama. Caí sobre el colchón. Él me siguió de inmediato, girándome con brusquedad para que quedara encima, sobre su cuerpo.
No podía dejar de pensar en el excesivo contraste de tamaños. El hijo, con su pene pequeño, tierno, y casi femenino, acorde con su personalidad calmada y su afecto predecible. Y el padre, con ese miembro grande y la erección potente que emanaba su carácter dominante y masculino. Amaba al hijo, si, pero el padre que me poseía con solo mirarme, ahora me poseía completamente.
Traté de moverme rápido, de llevarlo al clímax en mi, porque no tendríamos justificación para una demora prolongada. Pero, pese a mi intento consciente de controlar el final, la realidad era otra. Solo yo era arrastrada, una y otra vez, a orgasmo tras orgasmo. Estando ahí, encima de mi suegro, en ese riesgo latente, mi cuerpo no tenía límites de placer.
Decidí separar mi cuerpo del suyo y descender mis labios a su pene, para intentar hacerlo llegar. Lo pude disfrutarlo a detalle. Ese era su cumpleaños 58, y ahí nos hallábamos, celebrándolo, sin condón. Bajarle fue delicioso, disfrutaba mucho su glande, y ayudaba a mis labios, con la mano. Yo queríia que lo disfrutara, un impulso en mi deseaba que llegara de una vez para salir corriendo, pero otra parte de mi, disfrutaba del visible placer que le producía todo.
Tras algunos instantes y para descansar la boca, le masturbe, y se hizo evidente, el curioso rutilar de mi anillo que seguia el trayecto de mi mano en su pene. Parecía un detalle del que también se percató porque desplace mi mirada de su pene a sus ojos, y él me estaba mirando con una sonrisa en sus labios.
Me concentré de nuevo es disfrutar de su sexo con mi boca, intentando llevarlo tan adentro como podía, acelerando el ritmo, mis labios trabajando con la obsesión de quien sabe que está haciendo algo mas que prohibido, y por prohibido, doblemente delicioso. Él sulto un gruñido ahogado, parecía que iba a gemir pero se contuvo. Su mano, se deslizó de mis cabellos, controlando la profundidad. era evidente que no le importaba el riesgo; le importaba la posesión. Sentí las pulsiones a través de su pene, y un espasmo en su base. El esperma irrumpió en mi boca, caliente, abundante, con el sabor delicioso que atribuí a una victoria personal. Su mano sostuvo firme mi cabeza, haciéndome tragar todo, mientras, detrás de la puerta, la música, los murmullos y las risas.
3 comentarios - me garcho mi suegro en su cumple