
Alvarito siempre había sentido algo especial por Lorena, la mejor amiga de su madre. No era su tía, pero su cercanía y confianza le hacían llamarla así. Tenía 32 años, curvas que cortaban la respiración y una forma de moverse que lo hacía perder la cabeza en silencio. Durante semanas, mientras ella se quedaba en la casa de su madre para arreglar el departamento, él la observaba desde lejos, ocultando su deseo y evitando cualquier señal que lo delatara… hasta aquel día.
Lorena entró al baño para una ducha rápida, dejando escapar un aroma que lo mareaba de forma casi palpable. Alvarito, incapaz de contener la curiosidad y la excitación, colocó una escalera frente al balancín del baño y asomó la cabeza, viendo cómo el vapor abrazaba su silueta perfecta. Cada curva, cada movimiento, cada gesto lo volvía loco de deseo.
Su corazón latía con fuerza mientras observaba su espalda desnuda, la suavidad de su piel, la forma en que el agua resbalaba por su cintura y caderas. La erección que sentía bajo su pantalón le hizo perder el equilibrio. Con un ruido estruendoso, cayó de la escalera, golpeando el suelo con un estrépito que no pasó desapercibido.
Lorena, al escuchar el golpe, supo de inmediato lo que había pasado. Se giró, con los ojos entreabiertos y una mezcla de sorpresa y picardía en la mirada.
—¿Alvarito? —dijo, su voz un susurro cargado de tensión—. ¿Me estabas espiando?
Él se quedó paralizado, el deseo y la culpa mezclándose en su mente. No podía creer lo que acababa de suceder… ni que ella lo hubiera descubierto.
Lorena se colocó rápidamente una toalla alrededor y, con paso firme, subió al cuarto de Alvarito. Entró sin hacer ruido, pero con la mirada fija en él.
—¿Estás bien? —preguntó, con una mezcla de preocupación y diversión—. ¿No te lastimaste con la caída?
Alvarito, todavía con la respiración agitada, solo pudo asentir.
—¿Y… por qué me estabas espiando? —su voz ahora llevaba un filo de reproche juguetón—. ¿Querías ver a una mujer desnuda?
—. Podría contárselo a tu mamá, ¿sabes?
Él tragó saliva, el rostro enrojecido, y finalmente confesó:
—Es que… tú… me gustas, tía Lorena… mucho. Perdoname por favor.
Lorena sonrió, suavizando su expresión, y se acercó con lentitud, su voz se volvió dulce y cálida:
—Ay, bebé… no sabía que te provocaba esos sentimientos —susurró—. Si querías ver esto…
Con un movimiento lento y deliberado, dejó caer la toalla al suelo, quedando completamente desnuda ante él.
— Solo tenías que hablarme desde un principio. No hacía falta arriesgarte a lastimarte.
Sus curvas, sus tetas firmes y su piel tersa se mostraban con naturalidad, y él sintió cómo la erección que trataba de controlar se pronunciaba aún más.
—Ahora puedes mirar —dijo Lorena, con una sonrisa traviesa—, pero recuerda… solo tenías que hablarme.
Alvarito no podía apartar la mirada, el deseo mezclado con la culpa lo hacía temblar. Lorena lo notó y, con un gesto suave, se acercó, dejando que su cuerpo rozara el de él, alimentando la tensión que ahora era imposible de ignorar.
—¿Te duele? —preguntó, inclinándose un poco hacia él.
Él, todavía nervioso por la caída, respondió rápidamente:
—No… no, solo fue una caída.
Ella rio suavemente, acercándose más, dejando que su aroma y calor lo envolvieran.
—No me refiero a eso, tontito… —susurró, con voz dulce y cargada de picardía—. ¿A que si te duele la erección? me vas a mostrar tu pija, ¿verdad?
Antes de que pudiera reaccionar, ella liberó su pija, la tomó con delicadeza y comenzó a lamerla y chupársela, haciendo que él gimiera de placer.
—Shh… te daré lo que deseas, pero será nuestro secreto —murmuró con una sonrisa traviesa.
Luego, con movimientos seguros y sensuales, se subió sobre él, guiándo su pija adentro de su concha, montándolo despacio, dejándolo tocar sus tetas y recorrer su espalda mientras cabalgaba con ritmo y le decia — te gustan las tetas de tú tía? .
Cada roce, cada jadeo, cada gemido los unía en un calor que hacía difícil pensar en otra cosa. Ella aceleró el ritmo, cabalgándolo más rápido, — te gusta la concha de tú tía, bebé?. El al borde, solo pudo asentir si.. Tía. Haciéndolo eyacular dentro de ella.
Al final, exhaustos y con sonrisas cómplices, ella se apartó suavemente, agarró la toalla que había dejado en el suelo y dijo:
—Tengo que salir… luego continuamos —dejándolo allí, completamente rendido con la pija goteando y hecho el hombre más feliz del mundo.

Esa noche, después de que Alvarito se acomodara en la sala, Lorena apareció con esa sonrisa que siempre lo desarmaba. Se acercó lentamente y, apoyando una mano sobre su hombro, lo miró con picardía:
—¿Te gustó nuestro primer encuentro? —preguntó, su voz suave y cargada de insinuación.
Él sintió cómo el calor recorría su cuerpo de nuevo, recordando cada movimiento, cada roce, cada sensación. Apenas pudo responder con un tímido asentimiento.
Lorena se acomodó a su lado, rozando su pierna con la suya, acariciándolo de manera sutil pero provocativa, dejando que su mente y su cuerpo recordaran el sabor de la pasión que habían compartido.
—Bebé… —susurró acercándose a su oído—, esta noche… entra a mi habitación. Te voy a esperar para dormir juntos.
Alvarito tragó saliva, el corazón latiéndole con fuerza, mientras sentía cómo su cuerpo reaccionaba ante la invitación. Lorena se recostó a su lado, acariciando su pecho y su brazo, dejando que cada roce fuera una promesa de lo que estaba por venir.
—Quiero que sea especial —dijo ella con voz dulce, mientras rozaba su mano contra su entrepierna, despertando de nuevo su erección—. Esta noche, será solo para nosotros.
Él no podía apartar la mirada de sus ojos, completamente rendido a su control y encanto. Su deseo era palpable, y la paciencia de Lorena solo hacía que la espera fuera más intensa, preparando el terreno para la entrega total que ambos sabían que estaba por llegar.
Alvarito siguió a Lorena hasta su habitación, el corazón latiendo a mil por hora. Ella cerró la puerta detrás de él y lo hizo mirar directamente a sus ojos, esa mezcla de picardía y deseo que siempre lo dejaba sin aliento.
—Esta noche, bebé… —susurró mientras deslizaba sus manos por su pecho—, vas a conocer todo lo que he guardado para ti.
Él apenas pudo asentir, mientras sentía cómo su erección respondía a cada roce. Lorena se acercó lentamente, dejando que su cuerpo rozara el de él, hasta que sus labios se encontraron en un beso largo y húmedo. Sus manos exploraban su espalda, su pecho, mientras él la recorría con sus dedos, sintiendo la suavidad de su piel y la firmeza de sus tetas.
Con un gesto travieso, ella lo guió hasta el borde de la cama. Se arrodilló frente a él, bajándole lentamente el pantalón y liberando su pija. La tomó con suavidad y comenzó a lamerla y succionarla, provocando que él gimiera de placer, mientras ella sonreía ante cada reacción.
—ayy.. Tía..
—Shh… —susurró entre jadeos—, esto es solo para ti.
Luego lo acostó en la cama, se subió sobre él, acomodándose su pija en su concha, montándolo despacio, dejándolo tocar sus tetas y recorrer su espalda mientras cabalgaba con ritmo, marcando cada movimiento con gemidos que llenaban la habitación.
Después, se puso en cuatro en la cama, invitándolo a tomarla de una manera más profunda, mientras él la sostenía de las caderas y le metía la pija en la concha y la llenaba con intensidad.
Cuando finalmente llegó el clímax, ambos quedaron exhaustos, respirando con dificultad, sus cuerpos entrelazados. Lorena, con una sonrisa satisfecha, lo abrazó y susurró:
—Perdón por hacerte esperar… pero valió la pena, ¿verdad, bebé?
Alvarito, aún temblando de placer, solo pudo asentir, consciente de que aquel encuentro acababa de convertir su deseo en algo imposible de olvidar.

A la mañana siguiente, Alvarito no podía dejar de pensar en la intensidad de la noche anterior. Con el corazón aún acelerado, se acercó a Lorena mientras ella desayunaba.
—¿Tía, Podemos… tener otro encuentro? —preguntó, con la voz temblorosa y el deseo evidente.
Lorena lo miró con una sonrisa pícara y suave:
—Claro que quiero, bebé… —susurró—, pero no podemos ahora. Tu mamá está aquí.
Él intentó calmarse, respirar hondo y contener la excitación que todavía recorría su cuerpo. Pero Lorena, lejos de dejarlo tranquilo, empezó a provocarlo lentamente.
Cada gesto, cada movimiento de sus manos sobre la mesa, cada inclinación hacia él parecía calculada para mantener su atención. Sus ojos brillaban con picardía mientras la madre de Alvarito miraba hacia otro lado, distraída.
Y entonces, con un gesto deliberado, Lorena se levantó suavemente la falda, mostrando su ropa interior por un instante perfecto, dejando que Alvarito tragara saliva y sintiera cómo su pija se endurecía nuevamente.
—¿Ves? —dijo con voz susurrante, acercándose un poco más—. No podemos ahora… pero puedo recordarte que estoy aquí, y que te estaré esperando.
Alvarito no podía apartar la mirada, atrapado entre el deseo y la culpa, consciente de que esa provocación matutina lo dejaría recordando cada instante hasta el siguiente encuentro.
Esa noche, con la casa tranquila y su madre fuera, Lorena se acercó a la habitación de Alvarito. Lo miró con esa mezcla de picardía y ternura que siempre lo desarmaba.
—Perdóname por dejarte con el pene duro… y por provocarte —susurró—. Pero ahora… estoy lista para ti.
Él la miró con ojos llenos de deseo, mientras ella se acercaba y tomaba su pija con delicadeza, acariciándola y recorriéndola con la boca, despertando un placer intenso en cada contacto. Sus manos exploraban su espalda, su pecho, mientras él no podía dejar de tocarla, sentirla, recorrer cada curva de su cuerpo.

Con un movimiento seguro, se subió sobre él, deslizando su concha, sobre su pija, cabalgando lentamente, marcando el ritmo mientras él la sostenía y recorría sus tetas y espalda, disfrutando cada reacción y suspiros.
—Si te animas… podemos probar otro el otro agujero—susurró con voz seductora, girándose y colocándose en cuatro frente a él, mostrandole el culo, invitándolo a tomarla de manera más profunda y completa.
Él, excitado y sorprendido por su confianza, la sostuvo de las caderas, y poco a poco, fue metiendole la pija en el culo, sintiendo cómo cada movimiento los unía más, cómo el deseo y la entrega se mezclaban en una pasión intensa, cargada de tensión y complicidad. Cada instante era un juego de placer y control, donde ambos exploraban los límites de su deseo.

Después de horas de juegos y caricias, de besos y movimientos que los dejaron jadeando, el clímax llegó con una intensidad que ambos nunca olvidarían. Lorena, encima de él, dejaba que su cuerpo marcara el ritmo, mientras su concha recorría cada parte de su pija, despertando un placer que los llenaba a ambos de deseo y éxtasis.
Alvarito, temblando, apenas podía sostenerla, mientras ella lo guiaba y se entregaba completamente, sus suspiros llenando la habitación, mientras él descargaba dentro de ella con la respiración agitada mezclándose con la pasión del momento. Por un instante, todo desapareció: solo existían ellos y la sensación de absoluto placer compartido.
Cuando finalmente se relajaron, abrazados y sudorosos, Lorena se apartó suavemente, recostándose a su lado y mirándolo con esa sonrisa traviesa que tanto lo desarmaba.
—Ya es hora de que vuelva a mi departamento —dijo con voz suave, mientras se vestía despacio—. Pero recuerda, bebé… si alguna vez quieres venir a visitarme, te recibiré como se merece el sobrino favorito. Con la concha lista.
Alvarito la miró con los ojos brillantes, lleno de deseo y felicidad, mientras ella se acercaba para darle un último beso en los labios, cálido, largo y tentador. Luego se levantó, lanzándole una mirada cómplice y llena de promesas, y se marchó dejando la puerta entreabierta, un recordatorio silencioso de que esto no había terminado.
Él se quedó allí, el corazón latiendo con fuerza, con la mente y el cuerpo llenos de deseo, sabiendo que aquello había sido solo el comienzo de algo mucho más intenso y prohibido.

0 comentarios - 178📑La Tía Lorena