Muchas gracias por los comentarios del primer post. Decidi cambiar a valeria por recomendación de algunos lectores.
La puerta se cerró de golpe, seguida por los pasos apresurados de Antonio que subía las escaleras. -¡Oye! ¿Dónde están esos dos?- gritó, antonio con voz de molestia por haber tenido que cargar bolsas bajo el sol fuerte.
Mi corazón latía como un tambor de guerra contra mis costillas. Paul y Diego salieron de mi habitación con una rapidez impresionante, con cara de que habian visto un fantasma y sus traje de baños haciendo un pesimo trabajo para esconder sus pequeñas erecciones. Yo, por mi parte, me envolví en la bata de seda que tenía en la silla, asegurándome de que el nudo quedara lo suficientemente flojo como para que, con un movimiento, todo se abriera.

-Creo que fueron a cambiarse, Anto- mentí con una dulzura que sabía perfectamente que era veneno. Antonio me miró con mucha duda, ya es la tercera vez en el dia que me ve con prendas muy reveladoras, y sabe que nunca he sido asi, por lo menos no encasa. Sin embargo, el cansancio de la caminata y el calor, ganaron la batalla, dijo algo en voz baja y se fue a la cocina.
El aire en el pasillo olía a cloro, a juventud y a secreto. Antes de que Paul desapareciera tras la puerta del cuarto de mi hermano, nuestros ojos se encontraron. Los suyos, llenos de pánico, excitación y una pregunta que flotaba en el aire. Los míos, le prometieron la noche más larga e instructiva de su vida. Le guiñé un ojo y vi cómo tragaba saliva.
La cena fue un espectaculo delicioso. El deseo de hacerlos hombres me consumia. No me importaba que estuviese mi hermano presente. Me senté frente a ellos, usando solo un shorts diminuto y una blusa tan escotada que ni siquiera me molesté en usar sostén. Cada vez que me inclinaba para tomar mi vaso de agua, podía sentir el calor de sus miradas recorriendo mi escote. Antonio hablaba de videojuegos y de un partido de fútbol, completamente ajeno a la corriente eléctrica que cruzaba la mesa entre sus dos mejores amigos y su hermana.

Mis pies descalzos se convirtieron en mis mejores aliados. Primero, con Paul. Deslicé la punta de mis dedos, con el esmalte blanco impecable, por su espinilla bajo la mesa. Él se quedó rígido, el tenedor a medio camino hacia su boca. Su respiración se cortó y una sonrisa tímida, casi de pánico, se dibujó en sus labios. No me miró, pero su pierna no se movió. Era un sí.

Luego, con Diego. Fui más audaz. Mi pie ascendió por su pantalón, encontrando la dura confirmación de que su timidez inicial era solo una fachada. Él sí me miró. Directamente a los ojos. Y en su mirada no había miedo, sino un desafío, un hambre que coincidía perfectamente con el mío. Apreté con la planta del pie y él desvió la mirada, mordiéndose el labio para contener un gemido.
-Bueno muchachos, creo que me voy a ascostar, el juego de la piscina aunque divertido, me canso y tengo sueño- " anuncié, poniendo fin a los juegos infantiles, me levante, recogi mi plato y hice una pausa deliberada detras de la silla de Pau, inclinamdome como para recoger una servilleta, aproveche, me acerque a su oido y le susurre
-Mi puerta no tendra llave, estara un poco abierta, no me hagan esperar- .
Subí a mi cuarto, el corazón bombeando puro deseo en mis venas. No era solo lujuria; era poder. Era la emoción de ser la diosa que iba a iniciarlos, la que iba a marcar para siempre su memoria. Me quité la ropa lentamente, frente al espejo, observando el cuerpo por el que tantos hombres habían suspirado. Pero esta vez era diferente. Esta vez era por dos que, hasta hace unas horas, solo existían en las fantasías más húmedas y prohibidas.
Encendí una vela con aroma de sándalo, la única luz que iluminaría el cuarto oscuro. Me acosté sobre las sábanas frescas, completamente desnuda, y esperé. Cada crujido de la casa, cada murmullo lejano de la televisión, hacía que mi piel se erizara de anticipación.

No tardaron. Un suave golpe en la puerta, tan tímido que casi no se escuchó.
-Pasen mi amorcitos- dije, con una voz que sonó ronca, cargada de intención.
La puerta se abrió y allí estaban. Paul y Diego, en boxers y camisetas, como dos niños perdidos pero con los cuerpos de hombres. Sus ojos se abrieron de par en par al verme, desnuda y reclinada, dueña absoluta del territorio.
-Cierren la puerta suavemente con llave, no quiero interrupciones- Les dije, cada palabra que salia de mi boca con mas lujuria y mas morbo.
Diego fue el primero en obedecer. El clic del pestillo sonó como el comienzo de un punto de no retorno.
-Quitense la ropa, quiero ver que traen los peques para mi" susurré, apoyándome en los codos para observarlos. Fue un espectáculo delicioso. Manos torpes quitando camisetas, boxers cayendo al suelo. Volvían a estar completamente erectos, vulnerables y hermosos en su nerviosismo.

-Ahora, vengan aquí-, dije, abriendo los brazos.
-La lección de la tarde apenas está comenzando-
Paul se acercó primero, como si tuviera un imán en el pene. Cuando sus manos, ahora un poco más seguras, encontraron mis senos, supe que esta noche no sería sobre un rápido encuentro. Esta noche sería sobre consumirlos por completo, hasta que el nombre "Valeria" fuera el único recuerdo en sus mentes cuando estuvieran con cualquier otra mujer en el futuro.
La habitación estaba sumergida en la penumbra dorada de la vela, donde las sombras bailaban sobre sus cuerpos jóvenes y tensos. El aire era pesado, cargado con el aroma a coco de la vela y el electrico olor del deseo. Yo, desnuda y dueña del territorio, los observaba desde la cama mientras ellos, ahora también desnudos, permanecían de pie, esperando una orden.
-Paul, ven aquí-" dije, con una voz que era poco más que un susurro cargado de intención.
Él obedeció, moviéndose con la torpeza encantadora. Sus manos temblaban ligeramente cuando se arrodilló en la cama frente a mí.
-Tocame aqui- ordené, guiando su mano hacia mi vagina. -Aprende cómo me gusta, adueñate de mi.-

Sus dedos, inicialmente tímidos, comenzaron a acariciar mis labios, ya empapados por la anticipación. Un gemido escapó de mis labios cuando uno de ellos se atrevió a deslizarse hacia mi clítoris.
-Sí, justo ahí... así-
Comence a jadear como perra en celo, arqueando la espalda contra las sábanas. Cerré los ojos por un momento, perdida en la sensación de sus dedos inexpertos pero ansiosos. Cuando los abrí, mi mirada se encontró con la de Diego, quien observaba la escena con ojos oscuros, llenos de una lujuria que ya no se molestaba en ocultar. Se masturbaba lentamente, siguiendo cada una de mis instrucciones a Paul como si fueran para él.
-Diego- lo llamé, extendiendo una mano hacia él. -No solo mires. Adueñate de mi tambien-
Él se unió a nosotros en la cama, su cuerpo más audaz que el de Paul. Mientras Paul continuaba su exploración, yo tomé la erección de Diego en mi mano, sintiendo su calor y su pulso acelerado.
-Paul, Ahora quiero que uses tu boca. Besame mi vagina- susurré
La vergüenza en su rostro se mezcló con un deseo tan intenso que casi podía saborearlo. Dudó solo un segundo antes de inclinarse, guiado por mis manos en su cabello, y enterrar su rostro entre mis muslos. Su lengua era torpe, insegura, pero su entrega era absoluta. Cada lametón, cada exploración tentativa, me llevaba más cerca del borde.
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Mientras Paul aprendía el sabor de una mujer, yo guiaba a Diego hacia mis labios.
-Bésame- le ordené, y él captó mi boca con un hambre feroz. Su lengua se entrelazó con la mía en un baño húmedo y urgente. Podía sentir la tensión en su cuerpo, listo para estallar.
Cambié de posición, empujando suavemente a Paul para que se recostara. Monté sobre él, sintiendo cómo su miembro, grueso y palpitante, se posicionaba a la entrada de mi sexo.
-Mírame- le ordené, clavando mis ojos en los suyos, llenos de un pánico excitado. -Y no cierres los ojos.-
Lentamente, bajé mis caderas, envolviéndolo en mi calor húmedo. Un gemido ahogado, de puro éxtasis, salio de su boca cuando lo envolvi por completo. Era tan estrecho, tan virgen, que me tome el tiempo de sentir cada centímetro de su verga.
Comencé a moverme, un ritmo lento y profundo que lo hacía gemir. Mientras cabalgaba a Paul, extendí mi mano hacia Diego, quien estaba detrás de mí.
-Diego, por detras ahora- jadeé, mientras mis caderas encontraban un ritmo más rápido, haciendo que Paul se estremeciera bajo mí
Sin necesidad de más instrucciones, Diego se posicionó detrás de mí. Sentí sus manos en mis caderas, guiándose, y luego la presión de su cabeza en mi culito divino. Contuve la respiración por un segundo, entregándome por completo al hecho que los amiguitos de mi hermano me tenian en esta divina posicion

Diego fue cuidadoso pero determinado. Un gemido ronco, mezcla de dolor y placer, salió de mi garganta cuando logró penetrarme por completo, llenándome de una manera que creía imposible. El contraste era exquisito: Paul, en mi frente, con una entrega temblorosa y profunda, y Diego, en mi espalda, con empujes cortos y controlados que buscaban su propio placer.
El sonido en la habitación era un coro de jadeos, gemidos y el choque húmedo de nuestros cuerpos. Yo era el centro, el punto de conexión, la maestra que orquestaba su placer y el mío. Les daba instrucciones entre jadeos.
-Más rápido, Paul... Así.-
-Diego, más profundo... Justo ahí-


Paul fue el primero en caer. Sus gemidos se volvieron incontrolables, sus manos se aferraron a mis caderas con fuerza desesperada y, con un grito ahogado que sonó a liberación y a pérdida, derramó su semilla dentro de mí, temblando violentamente.
Mientras él se recuperaba, jadeando, yo no detuve mi ritmo. Me incliné hacia adelante, presentándome completamente a Diego, quien, liberado de la restricción, comenzó a cogerme con una fuerza bruta y animal que me hizo gritar. Sus manos agarraban mis caderas con fuerza, marcándolas, mientras su respiración se convertía en gruñidos en mi oído.
Fue ese toque final, esa entrega total a la lujuria, lo que me llevó al clímax más intenso que puedo recordar. Un orgasmo violento me recorrió como un tsunami, haciendo que mi cuerpo se convulsione y que un grito largo que penetraba la quietud de la noche. Mi contracción interna fue la chispa final para Diego, quien, con un último empujón profundo, se vino dentro de mí con un gruñido que era pura victoria animal.

La habitación quedó en silencio, solo rota por el jadeo pesado y sincronizado de nuestros tres cuerpos. El aire olía a sexo, a sudor y a lujuria consumada.
Me separé de ellos, sintiendo sus fluidos correr por mis muslos. Me recosté entre los dos, mirando al techo mientras recuperaba el aliento. Paul y Diego permanecían quietos, paralizados por la magnitud de lo que acababa de suceder.
La primera parte de la noche había terminado. Pero la lección estaba lejos de terminar. Una sonrisa lenta y satisfecha se dibujó en mis labios mientras sentía cómo la calentura, lejos de apagarse, comenzaba a arder de nuevo en mi vientre. Esta noche no era para dormir. Era para consumir y ser consumida, una y otra vez.
Dejen like y viene la parte 3!
La puerta se cerró de golpe, seguida por los pasos apresurados de Antonio que subía las escaleras. -¡Oye! ¿Dónde están esos dos?- gritó, antonio con voz de molestia por haber tenido que cargar bolsas bajo el sol fuerte.
Mi corazón latía como un tambor de guerra contra mis costillas. Paul y Diego salieron de mi habitación con una rapidez impresionante, con cara de que habian visto un fantasma y sus traje de baños haciendo un pesimo trabajo para esconder sus pequeñas erecciones. Yo, por mi parte, me envolví en la bata de seda que tenía en la silla, asegurándome de que el nudo quedara lo suficientemente flojo como para que, con un movimiento, todo se abriera.

-Creo que fueron a cambiarse, Anto- mentí con una dulzura que sabía perfectamente que era veneno. Antonio me miró con mucha duda, ya es la tercera vez en el dia que me ve con prendas muy reveladoras, y sabe que nunca he sido asi, por lo menos no encasa. Sin embargo, el cansancio de la caminata y el calor, ganaron la batalla, dijo algo en voz baja y se fue a la cocina.
El aire en el pasillo olía a cloro, a juventud y a secreto. Antes de que Paul desapareciera tras la puerta del cuarto de mi hermano, nuestros ojos se encontraron. Los suyos, llenos de pánico, excitación y una pregunta que flotaba en el aire. Los míos, le prometieron la noche más larga e instructiva de su vida. Le guiñé un ojo y vi cómo tragaba saliva.
La cena fue un espectaculo delicioso. El deseo de hacerlos hombres me consumia. No me importaba que estuviese mi hermano presente. Me senté frente a ellos, usando solo un shorts diminuto y una blusa tan escotada que ni siquiera me molesté en usar sostén. Cada vez que me inclinaba para tomar mi vaso de agua, podía sentir el calor de sus miradas recorriendo mi escote. Antonio hablaba de videojuegos y de un partido de fútbol, completamente ajeno a la corriente eléctrica que cruzaba la mesa entre sus dos mejores amigos y su hermana.

Mis pies descalzos se convirtieron en mis mejores aliados. Primero, con Paul. Deslicé la punta de mis dedos, con el esmalte blanco impecable, por su espinilla bajo la mesa. Él se quedó rígido, el tenedor a medio camino hacia su boca. Su respiración se cortó y una sonrisa tímida, casi de pánico, se dibujó en sus labios. No me miró, pero su pierna no se movió. Era un sí.

Luego, con Diego. Fui más audaz. Mi pie ascendió por su pantalón, encontrando la dura confirmación de que su timidez inicial era solo una fachada. Él sí me miró. Directamente a los ojos. Y en su mirada no había miedo, sino un desafío, un hambre que coincidía perfectamente con el mío. Apreté con la planta del pie y él desvió la mirada, mordiéndose el labio para contener un gemido.
-Bueno muchachos, creo que me voy a ascostar, el juego de la piscina aunque divertido, me canso y tengo sueño- " anuncié, poniendo fin a los juegos infantiles, me levante, recogi mi plato y hice una pausa deliberada detras de la silla de Pau, inclinamdome como para recoger una servilleta, aproveche, me acerque a su oido y le susurre
-Mi puerta no tendra llave, estara un poco abierta, no me hagan esperar- .
Subí a mi cuarto, el corazón bombeando puro deseo en mis venas. No era solo lujuria; era poder. Era la emoción de ser la diosa que iba a iniciarlos, la que iba a marcar para siempre su memoria. Me quité la ropa lentamente, frente al espejo, observando el cuerpo por el que tantos hombres habían suspirado. Pero esta vez era diferente. Esta vez era por dos que, hasta hace unas horas, solo existían en las fantasías más húmedas y prohibidas.
Encendí una vela con aroma de sándalo, la única luz que iluminaría el cuarto oscuro. Me acosté sobre las sábanas frescas, completamente desnuda, y esperé. Cada crujido de la casa, cada murmullo lejano de la televisión, hacía que mi piel se erizara de anticipación.

No tardaron. Un suave golpe en la puerta, tan tímido que casi no se escuchó.
-Pasen mi amorcitos- dije, con una voz que sonó ronca, cargada de intención.
La puerta se abrió y allí estaban. Paul y Diego, en boxers y camisetas, como dos niños perdidos pero con los cuerpos de hombres. Sus ojos se abrieron de par en par al verme, desnuda y reclinada, dueña absoluta del territorio.
-Cierren la puerta suavemente con llave, no quiero interrupciones- Les dije, cada palabra que salia de mi boca con mas lujuria y mas morbo.
Diego fue el primero en obedecer. El clic del pestillo sonó como el comienzo de un punto de no retorno.
-Quitense la ropa, quiero ver que traen los peques para mi" susurré, apoyándome en los codos para observarlos. Fue un espectáculo delicioso. Manos torpes quitando camisetas, boxers cayendo al suelo. Volvían a estar completamente erectos, vulnerables y hermosos en su nerviosismo.

-Ahora, vengan aquí-, dije, abriendo los brazos.
-La lección de la tarde apenas está comenzando-
Paul se acercó primero, como si tuviera un imán en el pene. Cuando sus manos, ahora un poco más seguras, encontraron mis senos, supe que esta noche no sería sobre un rápido encuentro. Esta noche sería sobre consumirlos por completo, hasta que el nombre "Valeria" fuera el único recuerdo en sus mentes cuando estuvieran con cualquier otra mujer en el futuro.
La habitación estaba sumergida en la penumbra dorada de la vela, donde las sombras bailaban sobre sus cuerpos jóvenes y tensos. El aire era pesado, cargado con el aroma a coco de la vela y el electrico olor del deseo. Yo, desnuda y dueña del territorio, los observaba desde la cama mientras ellos, ahora también desnudos, permanecían de pie, esperando una orden.
-Paul, ven aquí-" dije, con una voz que era poco más que un susurro cargado de intención.
Él obedeció, moviéndose con la torpeza encantadora. Sus manos temblaban ligeramente cuando se arrodilló en la cama frente a mí.
-Tocame aqui- ordené, guiando su mano hacia mi vagina. -Aprende cómo me gusta, adueñate de mi.-

Sus dedos, inicialmente tímidos, comenzaron a acariciar mis labios, ya empapados por la anticipación. Un gemido escapó de mis labios cuando uno de ellos se atrevió a deslizarse hacia mi clítoris.
-Sí, justo ahí... así-
Comence a jadear como perra en celo, arqueando la espalda contra las sábanas. Cerré los ojos por un momento, perdida en la sensación de sus dedos inexpertos pero ansiosos. Cuando los abrí, mi mirada se encontró con la de Diego, quien observaba la escena con ojos oscuros, llenos de una lujuria que ya no se molestaba en ocultar. Se masturbaba lentamente, siguiendo cada una de mis instrucciones a Paul como si fueran para él.
-Diego- lo llamé, extendiendo una mano hacia él. -No solo mires. Adueñate de mi tambien-
Él se unió a nosotros en la cama, su cuerpo más audaz que el de Paul. Mientras Paul continuaba su exploración, yo tomé la erección de Diego en mi mano, sintiendo su calor y su pulso acelerado.
-Paul, Ahora quiero que uses tu boca. Besame mi vagina- susurré
La vergüenza en su rostro se mezcló con un deseo tan intenso que casi podía saborearlo. Dudó solo un segundo antes de inclinarse, guiado por mis manos en su cabello, y enterrar su rostro entre mis muslos. Su lengua era torpe, insegura, pero su entrega era absoluta. Cada lametón, cada exploración tentativa, me llevaba más cerca del borde.
(mh=Q2_vTN0ZUO8P5-W2)6087711b.gif)
Mientras Paul aprendía el sabor de una mujer, yo guiaba a Diego hacia mis labios.
-Bésame- le ordené, y él captó mi boca con un hambre feroz. Su lengua se entrelazó con la mía en un baño húmedo y urgente. Podía sentir la tensión en su cuerpo, listo para estallar.
Cambié de posición, empujando suavemente a Paul para que se recostara. Monté sobre él, sintiendo cómo su miembro, grueso y palpitante, se posicionaba a la entrada de mi sexo.
-Mírame- le ordené, clavando mis ojos en los suyos, llenos de un pánico excitado. -Y no cierres los ojos.-
Lentamente, bajé mis caderas, envolviéndolo en mi calor húmedo. Un gemido ahogado, de puro éxtasis, salio de su boca cuando lo envolvi por completo. Era tan estrecho, tan virgen, que me tome el tiempo de sentir cada centímetro de su verga.
Comencé a moverme, un ritmo lento y profundo que lo hacía gemir. Mientras cabalgaba a Paul, extendí mi mano hacia Diego, quien estaba detrás de mí.
-Diego, por detras ahora- jadeé, mientras mis caderas encontraban un ritmo más rápido, haciendo que Paul se estremeciera bajo míSin necesidad de más instrucciones, Diego se posicionó detrás de mí. Sentí sus manos en mis caderas, guiándose, y luego la presión de su cabeza en mi culito divino. Contuve la respiración por un segundo, entregándome por completo al hecho que los amiguitos de mi hermano me tenian en esta divina posicion

Diego fue cuidadoso pero determinado. Un gemido ronco, mezcla de dolor y placer, salió de mi garganta cuando logró penetrarme por completo, llenándome de una manera que creía imposible. El contraste era exquisito: Paul, en mi frente, con una entrega temblorosa y profunda, y Diego, en mi espalda, con empujes cortos y controlados que buscaban su propio placer.
El sonido en la habitación era un coro de jadeos, gemidos y el choque húmedo de nuestros cuerpos. Yo era el centro, el punto de conexión, la maestra que orquestaba su placer y el mío. Les daba instrucciones entre jadeos.
-Más rápido, Paul... Así.-
-Diego, más profundo... Justo ahí-


Paul fue el primero en caer. Sus gemidos se volvieron incontrolables, sus manos se aferraron a mis caderas con fuerza desesperada y, con un grito ahogado que sonó a liberación y a pérdida, derramó su semilla dentro de mí, temblando violentamente.
Mientras él se recuperaba, jadeando, yo no detuve mi ritmo. Me incliné hacia adelante, presentándome completamente a Diego, quien, liberado de la restricción, comenzó a cogerme con una fuerza bruta y animal que me hizo gritar. Sus manos agarraban mis caderas con fuerza, marcándolas, mientras su respiración se convertía en gruñidos en mi oído.
Fue ese toque final, esa entrega total a la lujuria, lo que me llevó al clímax más intenso que puedo recordar. Un orgasmo violento me recorrió como un tsunami, haciendo que mi cuerpo se convulsione y que un grito largo que penetraba la quietud de la noche. Mi contracción interna fue la chispa final para Diego, quien, con un último empujón profundo, se vino dentro de mí con un gruñido que era pura victoria animal.

La habitación quedó en silencio, solo rota por el jadeo pesado y sincronizado de nuestros tres cuerpos. El aire olía a sexo, a sudor y a lujuria consumada.
Me separé de ellos, sintiendo sus fluidos correr por mis muslos. Me recosté entre los dos, mirando al techo mientras recuperaba el aliento. Paul y Diego permanecían quietos, paralizados por la magnitud de lo que acababa de suceder.
La primera parte de la noche había terminado. Pero la lección estaba lejos de terminar. Una sonrisa lenta y satisfecha se dibujó en mis labios mientras sentía cómo la calentura, lejos de apagarse, comenzaba a arder de nuevo en mi vientre. Esta noche no era para dormir. Era para consumir y ser consumida, una y otra vez.
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8 comentarios - Consumida por los amigos de mi hermano - Parte 2