You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

130📑La Despedida de Soltera

130📑La Despedida de Soltera


Sonia era la novia perfecta. Elegante, decente, de sonrisa limpia y piel de porcelana. Su único hombre había sido Marcos, su futuro esposo, con quien se casaría en pocos días. Sus amigas la admiraban… y también sentían que tanta pureza merecía un toque de picardía antes del gran paso.

Por eso, en la fiesta de despedida de soltera, cuando la música subió de volumen y las luces bajaron, apareció el regalo: un striper trigueño, de cuerpo tallado, ojos verdes como el mar, y una dotación que parecía imposible de ocultar en aquel diminuto slip negro.

Las amigas gritaron, lo tocaron, lo hicieron bailar en medio de la sala. Sonia, ruborizada, no podía apartar la vista. El hombre sabía lo que hacía: se movía con potencia, marcando cada músculo, cada giro de cadera, mostrando un paquete que desataba carcajadas nerviosas y suspiros atrevidos.

Al llegar a ella, la novia, el striper bajó de golpe el ritmo. Se inclinó, le tomó la mano y le susurró en el oído con voz grave:

—Cuando tus amigas se vayan… te voy a dar un regalo especial, algo que no olvidarás jamás… antes de que seas una esposa fiel.

Sonia tembló. Fingió reír, se escondió tras un trago, pero el fuego ya se le había encendido en el vientre.

Las horas pasaron entre música y alcohol. Una a una, las amigas se fueron retirando, cansadas o borrachas. Al final, solo quedaron Sonia y el striper, que se quitó la máscara que usaba en el show y la miró fijamente, con un brillo desafiante en los ojos.

—Sabía que te quedarías —dijo él, acercándose despacio.

Ella tragó saliva.
—No debería… estoy a punto de casarme.

Él sonrió, ladeando la cabeza.
—Precisamente por eso. Un recuerdo secreto, tu despedida real.

La besó. Sonia quiso resistirse, pero el calor de esa boca, el sabor de su piel sudada y viril, le rompió las defensas. Él la alzó en brazos y la llevó a la habitación donde se amontonaban los regalos. Allí, con un solo movimiento, la recostó contra la cama y le apartó el vestido.

—Dios mío… —murmuró ella al ver lo que escondía ese slip. Era inmenso, grotescamente excitante, algo que nunca había imaginado.

Él le acercó la pija al rostro, rozándole los labios.
—Chúpalo, princesa… dale la bienvenida antes de que te lo entierre.

Sonia lo tomó con miedo y deseo, mamándolo con torpeza al principio, luego con una avidez que la sorprendió a sí misma. El trigueño gemía, sujetándola del cabello.

—Eso es… buena niña…

Cuando ya no pudo más, penetró su concha despacio, haciéndola gemir fuerte, un dolor exquisito que se volvió placer desbordado. Sonia lo abrazó, arqueando la espalda, jadeando con cada embestida. Nunca había sentido nada así.
puta


Él la montó sin piedad, bombeando su concha, chupandole las tetas, luego la puso de rodillas y la tomó por detrás, haciéndola gritar, sudar, temblar. La volteó, y la hizo cabalgarlo, brincando sobre su pija y perder el control hasta acabar llorando de placer.

Al final, con un rugido, descargó sobre su vientre y sus tetas, dejándola temblando, con el maquillaje corrido y el alma encendida.

Él se tumbó a su lado y la besó una vez más.
—Ahora sí… podés casarte. Tu secreto queda conmigo.

Sonia cerró los ojos, jadeante, sabiendo que esa noche la marcaría para siempre. Su despedida de soltera había sido mucho más que una fiesta: había sido una iniciación prohibida.
novia



Sonia no podía dejar de pensar en él. Aquella noche de la despedida había despertado algo dentro suyo que no conocía. Su futuro esposo era tierno, correcto, pero jamás la había hecho vibrar con esa brutalidad, con esa dotación monstruosa que aún sentía dentro de su cuerpo cuando cerraba los ojos.

En la cama, mientras Marcos dormía abrazado a ella, Sonia se tocaba en silencio, mordiéndose los labios, imaginando al striper trigueño tomándola sin piedad. Se corrió en secreto, con un suspiro ahogado, y en la oscuridad tomó una decisión peligrosa: tenía que verlo una vez más antes del casamiento.

Al día siguiente, lo buscó con el corazón latiendo en la garganta. Cuando él abrió la puerta, ya sonreía con esa seguridad animal que tanto la quemaba.

—Sabía que volverías, princesa —dijo, dejándola pasar.

Sonia no contestó; apenas entró, se arrodilló frente a él y le bajó el pantalón. El pene enorme apareció como una bestia enjaulada, y ella lo tomó con ambas manos, mamándolo con avidez, tragándoselo, casi con desesperación.

—Eso… así… —gruñó él, sujetándola del cabello y empujándola hasta sentir su garganta cerrarse.

Cuando ya estaba al borde, la levantó de golpe, la desnudó y la montó contra la pared, embistiéndo su concha con fuerza. Sonia gemía, arañándole la espalda, perdiéndose en ese vaivén brutal. Luego la tiró en la cama y la hizo cabalgarlo. Ella subía y bajaba sobre su pija , con las tetas rebotando, los labios entreabiertos, el sudor corriéndole por el cuello.
cogida


Entre jadeos, Sonia confesó lo que la atormentaba:
—No sé… no sé si quiero casarme… esto que siento… no sé qué es…

Él le sujetó de las tetas con fuerza, clavándole la mirada ardiente.
—Eso, muñeca, es porque apenas estás sacando tu puta interior. Tu esposo nunca te la va a coger asi. Yo soy el que puede darte lujuria.

Dicho eso, la dio vuelta y le escupió sobre la abertura prohibida. Sonia jadeó, entre miedo y deseo.
—No… ahí nunca…

—Ahora sí. Es parte de tu iniciación —susurró él, y la penetró lentamente por el culo.

Sonia gritó, las uñas hundidas en la sábana, la sensación de invasión y placer mezclándose hasta enloquecerla. El trigueño la sujetó fuerte y la tomó salvaje, perforando su último límite, arrancándole gemidos desgarrados.

Cuando él acabó, llenándola por dentro, Sonia cayó exhausta, sudorosa, con el cuerpo temblando y los labios hinchados de tanto morderse.

putita



—Ahora ya lo sabes —dijo él, besándole la espalda—. Ese fuego no se apaga. Podés casarte si querés… pero lo puta solo yo te la saco.

Sonia cerró los ojos, sabiendo que esa verdad la perseguiría para siempre.


Antes de que Sonia se marchara aquella tarde, él la tomó del rostro, mirándola a los ojos con intensidad:

—No importa si te casas… podés buscarme cuando quieras, puta hermosa. Siempre estaré para ti.

Sonia sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Su vagina aún estaba caliente por el recuerdo del último encuentro, y su mente llena de dudas que la hacían temblar. Con un último suspiro, se fue, intentando recomponerse.

Llegó el día de la boda. Sonia caminaba por el pasillo, espléndida, con un vestido blanco que abrazaba su figura de manera perfecta. Cada paso era un tormento: por fuera, parecía serena; por dentro, su deseo ardía, recordando la brutalidad del trigueño.

El padre le preguntó al novio, Marcos, con la voz solemne:
—¿Aceptas a Sonia como tu esposa?

—Sí —contestó Marcos con orgullo, esperando que todo estuviera perfecto.

Pero cuando llegó su turno… Sonia tragó saliva, y el corazón le latía desbocado. Sus labios temblaron, y en lugar de decir “sí”, su voz se quebró:

—¡No!

El murmullo se extendió por la iglesia. Los invitados miraron incrédulos. Sonia echó a correr por el pasillo, dejando atrás el altar, su mente y su cuerpo buscaban una verdad más ardiente que cualquier tradición.

Llegó junto a él, su trigueño prohibido, esperándola con esa mirada que la había hecho arder desde la despedida de soltera. Su corazón dio un vuelco.

—¡Cogeme ya! —jadeó, sin pensar en nada más, mientras sus manos le bajaban el vestido, con desesperación—. ¡Tocado y todo!
Stripper


Él la tomó con fuerza, la recostó contra la pared y le metió la pija en la concha con potencia mientras ella se abrazaba a su cuello. Cada embestida la hacía gemir más alto, cada golpe de cadera la llevaba al éxtasis.

—¡Sí… sí… eso! —gritaba Sonia, con las tetas apretadas y la mente en blanco—. ¡Nunca me había sentido tan viva!

Él, sin contenerse, la sostuvo firme, la volteó, y la penetró por el culo, explotando en su interior y en su boca de placer, mientras ella lo cabalgaba con intensidad, gritando su nombre como un hechizo que borraba toda norma, todo matrimonio planeado.
Casamiento


Cuando terminaron, jadeantes, sudados y abrazados, Sonia susurró:

—Ahora sí… soy completamente tuya.

Él la tomó en brazos, con una sonrisa satisfecha, y dijo entre risas y placer:
—Bienvenida, putita hermosa… la despedida oficial antes de cualquier otra vida que no sea la nuestra.

Y esa fue la verdadera boda, un matrimonio secreto con lujuria, fuego y deseo desatado, donde Sonia descubrió que su corazón y su cuerpo pertenecían a aquel striper trigueño para siempre.

Relatos eroticos


relatos porno

0 comentarios - 130📑La Despedida de Soltera