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129📑Viviendo entre Putas

129📑Viviendo entre Putas


La casa era amplia, con aroma a café recién hecho y paredes decoradas con artesania. Allí vivía Maribel, una mujer de 43 años, milf de, curvas generosas, que desprendía un calor natural imposible de ocultar. Ella era la dueña de casa, y vivía con sus hijas: Clotilde y Matilde, Hermanas inseparables que compartían no solo la habitación , sino también secretos calientes.

Maribel tenía pareja, un hombre bueno y trabajador llamado Raúl, a quien trajo a vivir a la casa hace unas semanas, quien desde que llegó había notado cómo algo en su interior se agitaba cada vez que ellas pasaban por la sala en shorts diminutos o camisetas ajustadas. Trataba de disimular, pero sus ojos se quedaban demasiado tiempo observando la forma en que Matilde se agachaba a recoger un libro, o cómo Clotilde se estiraba frente al espejo dejando al descubierto la línea perfecta de su cintura.

Aquella noche, Raúl no podía dormir. El calor lo mantenía inquieto, y al levantarse a beber agua, notó una luz tenue bajo la puerta de la habitación que compartían las chicas. La curiosidad fue más fuerte que la prudencia: se acercó en silencio, apenas respirando, y el sonido que escapaba por la rendija lo dejó paralizado.

Un gemido. Un suspiro ahogado.
El murmullo excitado de dos voces femeninas.

Raúl contuvo la respiración, y con cautela se asomó por la rendija de la puerta entreabierta. Lo que vio lo dejó clavado en el suelo.

Matilde estaba recostada en la cama, completamente desnuda, con las piernas abiertas y un teléfono en la mano grabando cada movimiento. Su otra mano acariciaba sus tetas firmes, pellizcando los pezones mientras gemía. Frente a ella, Clotilde se inclinaba, su cabello cayendo en cascada sobre los muslos de su hermana mientras su lengua jugaba con la humedad que se desbordaba de su vagina.

—Mírame, grábame… quiero que quede todo… —murmuraba Matilde, relamiéndose mientras introducía los dedos en la vagina ardiente de Clotilde.

El cuarto estaba impregnado del sonido húmedo de la penetración, del jadeo constante de ambas, del olor inconfundible del sexo joven y prohibido. Raúl sintió un latigazo en la pija, un calor insoportable recorriéndolo mientras observaba cómo las chicas se daban placer sin inhibiciones, grabándose con morbosa dedicación.

Clotilde arqueaba la espalda, su cuerpo temblando mientras gemía. Matilde, con los labios brillantes de deseo, levantó la vista directo a la cámara y dijo con voz ronca:

—Quiero que me cojas después de hacerte acabar.

El estremecimiento que recorrió a Raúl fue tan intenso que tuvo que apartarse antes de ser descubierto. Volvió a su cuarto con la pija dura y el pulso desbocado, sabiendo que algo se había encendido en él. La imagen de esas dos jóvenes devorándose y tocándose quedaría grabada en su mente, y tarde o temprano, el secreto de aquella habitación cambiaría todo en esa casa.

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Raúl volvió a la cama con el cuerpo en llamas. La escena que había presenciado lo tenía al borde del delirio, y apenas se acostó junto a Maribel, la abrazó con desesperación, hundiendo el rostro en su cuello.

—¿Qué te pasa, amor? —preguntó ella medio dormida.

—Necesito cogerte ahora mismo… —susurró él, con una voz ronca que no solía usar.

Maribel apenas tuvo tiempo de reaccionar. Raúl ya la estaba besando con furia, deslizándole las manos por debajo del camison, apretando con fuerza sus tetas grandes y calientes. Ella se dejó arrastrar, sorprendida por la intensidad. Su pareja siempre había sido apasionado, pero aquella noche parecía desbordado, como si un demonio se hubiese apoderado de él.

Pronto la ropa voló por la habitación. Maribel jadeaba bajo el peso de su hombre, arqueando las caderas mientras él hundía su dura pija en su concha con embestidas rápidas y hambrientas, como si temiera que el deseo se le escapara.

—Raúl… ¿qué te calienta tanto hoy? —gimió ella, sujetándose fuerte a sus hombros.

Él no contestó. Lo único que tenía en la cabeza eran las imágenes de esas putas grabándose, lamiéndose como dos diosas de carne, y ahora estaba volcándo toda su calentura en su mujer.

Lo que ninguno de los dos sabía era que, justo en ese momento, las chicas también estaban mirando.

Matilde, con la picardía brillando en sus ojos, había empujado suavemente a Clotilde hasta la puerta del dormitorio de la pareja. El silencio del pasillo y la penumbra les permitieron acercarse sin ser notadas. La rendija de la puerta estaba apenas entreabierta, suficiente para que ambas espiaran.

—Mira cómo la coge… —susurró Clotilde, excitada, mordiéndose el labio.

Maribel gemía fuerte, con las piernas bien abiertas, recibiendo la pija y las embestidas de Raúl. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, y la expresión en su rostro era la de una mujer completamente poseída.

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Matilde, sin poder resistir, deslizó una mano dentro de su short y empezó a tocarse la concha, mientras Clotilde grababa en silencio con el mismo celular con el que antes habían registrado sus juegos.

—No saben que los vemos… —murmuró Matilde, acariciando sin pudor la concha de su hermana .

El gemido profundo de Maribel, combinado con los gruñidos de Raúl, llenaba el cuarto. Las chicas, espiando y grabando, comenzaron a excitarse tanto como los amantes dentro. Era un espejo al revés: dos jóvenes observando a los maduros, y dos maduros sin saber que su fuego estaba alimentando otra hoguera.

El momento se prolongó hasta que Maribel explotó en un orgasmo desgarrador, arqueando la espalda bajo su pareja. Raúl se dejó ir segundos después, descargando toda su tensión con un gemido animal.

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Las chicas, rojas de deseo, se apartaron a escondidas, corriendo de vuelta a su cuarto con risitas nerviosas y el video recién guardado.
Aquella noche, las paredes de la casa se llenaron de secretos.


Esa mañana, Maribel salió temprano para realizar las compras. La cocina aún olía a café cuando Raúl se quedó solo en la sala, hojeando distraído el periódico, aunque su mente estaba en otro lado. No podía quitarse de la cabeza lo que había visto días atrás: las chicas tocándose, grabándose, gimiendo, perdiéndose en el cuerpo de la otra. Tampoco olvidaba la sensación de ser observado, aunque nunca imaginó que ellas realmente hubieran estado espiándolos.

El sonido de pasos suaves lo sacó de sus pensamientos. Matilde apareció en la sala con un short mínimo y una camiseta demasiado ajustada, sin sostén debajo. Su cabello negro caía suelto sobre los hombros, y su sonrisa tenía algo deliberadamente provocador.

—¿Está ocupado, don Raúl? —preguntó con voz dulce, inclinándose un poco para dejarle ver el escote.

Antes de que él pudiera responder, Clotilde llegó detrás, también ligera de ropa, con un vaso de jugo en la mano. Lo miró de arriba abajo y se mordió el labio.

—Queremos preguntarle algo… —dijo, acercándose hasta quedar de pie frente a él.

Raúl tragó saliva. —¿Qué cosa?

Matilde se sentó en el brazo del sillón, demasiado cerca. Clotilde dejó el vaso en la mesa y se agachó para recogerlo de nuevo, mostrándole sin pudor el interior de su short. La tensión era tan evidente que él sintió el pulso retumbarle en las sienes.

—La otra noche… —empezó Clotilde, con una sonrisita traviesa—, vimos cómo estaba cogiendo con mamá.

Raúl se puso rígido. —¿Qué… qué dicen?

Matilde acercó sus labios a su oído. —Que nos calento muchísimo.

La mano de ella se deslizó descarada sobre su muslo. Clotilde se acomodó frente a él, arrodillándose, y sus dedos empezaron a juguetear con el bulto que se marcaba bajo su pantalón.

—No podemos quitarnos esa imagen de la cabeza… —susurró Clotilde, mirándolo desde abajo con ojos encendidos.

Raúl quiso decir que no, que aquello era una locura, pero el cuerpo lo traicionó. La erección ya palpitaba contra la tela, y Matilde lo liberó con un movimiento firme, dejando su pija al aire.

—Mira nada más cómo nos desea… —rió ella, masturbándolo despacio mientras Clotilde se inclinaba a lamer la punta con hambre.

El gemido grave que escapó de Raúl llenó la sala.

Pronto estaba perdido entre las dos: Matilde besándolo con fuerza, devorándole la boca, mientras Clotilde le mamaba la pija, profundo con su boca y garganta, sacando gemidos húmedos y obscenos.

—Dios… no deben… —murmuró Raúl, pero la excitación era insoportable.

Matilde se quitó la camiseta y se sentó a sobre él, guiando con su mano su pene duro hacia la entrada ardiente de su conchita. Bajó de golpe, ahogando un grito de placer. Clotilde , excitadísima, se subió al respaldo del sillón, acercándole su concha a la cara.
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—Lámeme, don Raúl… —ordenó con voz ronca.

Y él obedeció, atrapando con la lengua la humedad que se desbordaba de la joven, mientras Matilde rebotaba sobre su pija con movimientos cada vez más rápidos y profundos. El cuarto se llenó de jadeos, gritos ahogados y el sonido del cuerpo chocando contra el cuerpo.

Las tres respiraciones se mezclaban, formando un torbellino de deseo prohibido. Raúl ya no pensaba en nada: ni en Maribel, ni en las consecuencias. Solo en esas dos putas que lo estaban devorando vivo.

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Cuando los tres explotaron casi al mismo tiempo, el sillón quedó empapado de sudor, jugos y gemidos.
Lo que comenzó como un juego de provocación, se había convertido en un pacto secreto de placer que cambiaría para siempre la vida en esa casa.


Maribel regresó al mediodía con varias bolsas en los brazos. La casa estaba en silencio, demasiado. Apenas entró en la sala, notó un olor espeso en el aire: una mezcla de sudor, perfume joven y sexo reciente.

Frunció el ceño. Miró alrededor. El sillón estaba un poco desordenado, como si hubiera soportado más peso de lo habitual. En la mesa, un vaso a medio beber. En la alfombra, una mancha húmeda que no alcanzaron a limpiar del todo.

Dejo las bolsas, recorriendo la sala con la mirada, y un cosquilleo extraño la recorrió desde el vientre. No era enojo… era otra cosa. El pensamiento se le coló sin pedir permiso: ¿Y si Raúl no estuvo solo? ¿Y si esas dos putitas tuvieron algo que ver?

En vez de sentirse traicionada, un calor nuevo la encendió. Nunca lo hubiera imaginado, pero solo la idea de ver a su hombre con Matilde y Clotilde la hizo humedecerse entre las piernas.

Más tarde, mientras todos estaban en casa, Maribel decidió cortar el silencio.

—Chicas, vengan un momento… —dijo desde la sala, con tono firme pero sereno.

Las dos hermanas se miraron entre sí, nerviosas. Habían estado murmurando sobre lo ocurrido esa mañana, y el miedo a ser descubiertas se les notaba en el rostro. Aun así, obedecieron.

Raúl estaba sentado en un rincón, incómodo, sudando frío. Sabía que tarde o temprano la verdad saldría a la luz.

Maribel las observó un instante, y luego sonrió de forma inesperada.

—No soy tonta… sé lo que pasó aquí cuando yo estaba haciendo compras.

El silencio se volvió insoportable. Matilde tragó saliva. Clotilde bajó la cabeza. Raúl quiso hablar, pero Maribel levantó una mano para interrumpirlo.

—Lo normal sería que me enfadara, ¿verdad? —continuó ella, con voz lenta—. Pero la verdad es que desde que él llegó, yo también he sentido curiosidad… Y hoy, al entrar, encontré la prueba de lo que hicieron. Y en vez de enojarme, me calento la idea.

Las chicas levantaron la mirada, sorprendidas.

Maribel se acercó a Raúl, le acarició la mejilla, y luego dirigió la vista hacia ellas.

—No quiero que esto sea un secreto… si vamos a jugar, jugamos todos. ¿Qué dicen de un cuarteto?

La tensión se rompió como un vidrio. Matilde sonrió, atrevida, y Clotilde no tardó en seguirla. Raúl no podía creer lo que estaba escuchando, su erección ya marcaba la tela del pantalón.

—Si es lo que la señora quiere… —susurró Matilde, quitándose la camiseta sin vergüenza.

Matilde la imitó, dejando caer su blusa al suelo y mostrando un sujetador de encaje.

—No soy su “señora, ni su mamá”. Llámenme Maribel —ordenó con voz ardiente.

En segundos, la sala volvió a llenarse de jadeos. Maribel besaba a Clotilde con hambre, mientras Raúl tomaba Matilde por detrás en el sillón. Las cuatro respiraciones se mezclaban en una orgía de cuerpos entrelazados, donde la dueña de casa ya no era testigo ni víctima, sino parte esencial del pecado compartido.

La sala que había guardado secretos, ahora era escenario de un cuarteto delirante, con gemidos femeninos y gruñidos masculinos resonando entre las paredes.



La ropa se desparramaba por el piso como si el deseo hubiera explotado en la sala. Maribel madura, imponente, con el cuerpo curvilíneo y las tetas pesadas palpitando bajo el sujetador de encaje, dominaba la escena con una seguridad felina. Frente a ella, Matilde y Clotilde se desnudaban entre risas nerviosas y miradas encendidas, mientras Raúl apenas podía contenerse, con la pija dura y el pulso desbocado.

—Hoy no hay límites… —susurró Maribel abriendo los brazos como si diera la bienvenida a la lujuria.
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Las chicas se lanzaron sobre ella primero, besando su piel madura, acariciando sus tetas, chupando sus pezones a través de la tela hasta arrancarle un gemido ronco. Maribel arqueó la espalda, atrapando el cabello de ambas contra su pecho.

Raúl observaba la escena, cada segundo más duro, hasta que Matilde se arrodilló y lo miró directo a los ojos.

—Ven aquí, don Raúl… —dijo con picardía, agarrándole la pija y devorándolo con la boca de inmediato.

Clotilde no tardó en unirse, lamiéndole los testículos y la base mientras su hermana tragaba hasta la garganta. El sonido húmedo llenaba la sala, y Raúl gruñía, sosteniéndose de los hombros de las chicas.

Maribel, excitadísima, se quitó el sujetador y bajó la ropa interior, dejándose caer en el sillón. Su concha madura brillaba de deseo.

—Vengan aquí las dos… —ordenó.

Las hermanas obedecieron, trepándose sobre ella. Clotilde se acomodó en su boca, recibiendo de inmediato la lengua experta de la madura , mientras Atilde se sentaba sobre su vientre, rozando su clítoris contra las tetas firmes de Maribel.

—Miren esto, por Dios… —jadeó Raúl, acercándose por detrás y clavándole la pija en la concha a Matilde de una sola embestida.

La chica gritó de placer, aferrándose al sillón mientras el hombre la cogía con fuerza, sus nalgas chocando contra sus muslos en un ritmo frenético. Maribel, debajo, no dejaba de chupar a Clotilde, que gemía descontrolada sobre su boca.

La sala era un torbellino:

Raúl cogiendo a Matilde sin piedad.

Matilde gritando, frotando su clítoris contra el abdomen de Maribel 

Clotilde corriéndose en la boca de la madura.

Y Maribel , devorando a las dos a la vez, con una sonrisa húmeda de placer.
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El cambio de posiciones fue inevitable. Clotilde, ansiosa, se arrodilló para que Raúl la penetrara mientras Matilde y Maribel se besaban con furia, los pezones duros chocando. Luego, la madre se colocó sobre el hombre, cabalgándolo su pija con movimientos circulares que lo hacían temblar, mientras las dos jóvenes se besaban entre ellas, excitadas al ver a la madura reinar sobre el macho.

—¡Acábense en mí, todos! —gritó Maribel, sudando, con el pelo desordenado y los ojos encendidos.

Y así fue: Clotilde se vino primero, convulsionando contra el sofá; Matilde se corrió sobre la lengua de la milf; Raúl rugió al vaciarse dentro de Maribel, que a su vez alcanzó un orgasmo brutal que la hizo gritar con todas sus fuerzas.

Cuando los cuatro cuerpos quedaron exhaustos, sudados, entrelazados en el suelo, comprendieron que aquello no había sido un desliz. Habían abierto una puerta imposible de cerrar.

La casa ya no era un simple hogar. Era ahora un templo secreto de placer compartido.

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2 comentarios - 129📑Viviendo entre Putas

n1nf0
+10, bella historia
Sauceda10
😍😍😍 Que buena vida