
Alex tenía 18 años, flaco pero marcado, con una sonrisa tímida que ocultaba cierta torpeza con las mujeres.
Vivía con su madre en un barrio tranquilo, donde la rutina no ofrecía muchas sorpresas…
hasta que Natasha empezó a visitar más seguido.
Amiga de su madre desde hacía años, Natasha era una milf escandalosa:
Caderas anchas, pechos enormes que parecían querer escapar del escote, labios rojos, risas atrevidas y un perfume dulce que se quedaba flotando incluso cuando se iba.
Un día de calor, mientras su madre salía de compras, Natasha se apareció en casa con una blusa blanca sin sostén, unos jeans ajustados….
—Tu mamá me dijo que no está —dijo sonriendo—. ¿Te molesta si me quedo un ratito a esperarla?
—No, claro. Pasa…
Se sentó cruzando las piernas,
Alex trataba de mirar a otro lado. Pero Natasha lo notó.
Y le encantó.
—¿Sabés, Alex? Te has puesto guapísimo. No me extraña que tengas a todas las nenas detrás.
Él rió incómodo.
—La verdad… no soy muy experto. No he estado con muchas… bueno, con ninguna, en realidad.
El silencio se hizo grueso.
Natasha lo miró fijamente.
—¿Cómo que con ninguna?
—Eh… nada. Olvidalo.
Ella se levantó lento. Caminó hacia él con las caderas marcando el ritmo. Se paró frente a él, lo tomó del mentón y le dijo:
—¿Nunca te cogiste a una mujer?
Alex tragó saliva. Negó con la cabeza. Aún no.
Natasha sonrió, descarada.
—¿Y si te ofrezco ser yo la que te estrene?
—¿Qué?
—Sí, Alex. Me calentás. Y mucho.
Y si tenés que perder la virginidad… más vale que sea con una mujer que sepa darte todo. Y yo sé darte TODO.
—¿Querés? Porque yo sí. Estoy mojada desde que te vi crecer.
Y hoy quiero que me llenes.
Él apenas pudo asentir. Se arrodilló frente a él. Le desabrochó el pantalón, le bajó su ropa interior. Y al ver su pene ya endurecido, lo tomó con ambas manos.
—Mmm… para ser virgen estás muy bien armado.
Te voy a enseñar como se trata a una mujer caliente.
Y se lo metió en la boca. Lento. Húmedo. Hasta la garganta.
Alex se echó hacia atrás, temblando.
—¡Natasha…!
—Shhh… disfrutá.
Lo mamó con maestría, haciendo ruidos sucios, salivándolo, acariciándole los testículos.
Después se levantó, se bajó los jeans y la tanga… y se subió encima de él, sin aviso.
—Tu primera cogida, bebé.
Y va a ser inolvidable.
Se lo metió de una sola vez en su concha.
—¡Mierda… estás tan apretado!
Y ya me estás llenando, virgen lindo.
Lo cabalgó con fuerza. Con furia.
Le apretó los pezones, lo mordió, lo usó como su juguete.
—¡Así! ¡Aprendé cómo se gime! ¡Cómo se siente una concha de verdad!
Él no aguantó mucho. Se vino gritando, adentro de ella, agarrado a sus caderas. Natasha también se corrió, con espasmos, temblando, sudada y satisfecha.
Se quedó encima de él, jadeando, con una sonrisa perversa.
—Felicidades, bebe. Ya no sos virgen.
Y si querés repetir…
mami Natasha te puede enseñar muchas, muchas cosas más.

Después de aquella explosiva primera vez en casa de su madre, Natasha no volvió a visitarlos… al menos por unos días.
Pero una tarde, le escribió por WhatsApp:
> “Si querés repetir, estoy sola. Pero solo vení si realmente lo deseás…”
Alex no tardó ni un minuto en responder.
> “Sí quiero. Sos hermosa. Me volvés loco. Y… me encantan tus tetas.”
Natasha dejó el visto, pero no respondió con palabras. Solo le mandó una foto en lencería negra, en la que sus enormes tetas apenas cabían en el sostén.
Y abajo, un simple texto:
> “Entonces vení a jugar con ellas, bebé.”
Veinte minutos después, Alex estaba parado frente a su puerta, con el corazón latiendo fuerte.
Ella abrió. Llevaba una bata roja, semiabierta. Su piel brillante. Sin ropa interior. Nada de sutilezas.
—Hola, bebé . ¿Viniste por mis tetas?
Él se rió, nervioso.
—La verdad… sí. Me encantan. Son… perfectas.
—Entonces vas a tenerlas toda la tarde —dijo, tirando suavemente de su camiseta para hacerlo entrar.
La casa estaba perfumada, con velas suaves y música sensual. Natasha lo hizo sentar en el sofá, y sin demora, se arrodilló frente a él.
—Hoy, vas a aprender a adorarlas como se debe.
Se quitó la bata frente a él. Sus tetas cayeron libres, pesadas.
Alex miraba embobado.

—¿Querés tocar?
—Por favor…
Ella se los acercó al rostro, frotándolas contra su boca.
—Chupalas. Sin miedo.
Las besó, las lamió, las chupó con devoción. Natasha gemía bajito, acariciándole el pelo.
—Eso… así me gusta. Como un buen nene adicto a las tetas de su mami caliente.
Mientras él se entregaba al placer, Natasha le bajó el pantalón. Su pija ya estaba firme, lista para más.
—Tu pija me tiene loca, Alex. Pero hoy te voy a enseñar algo nuevo.
Se la acomodó entre sus pechos, y empezó a hacerle una paja con ellos, apretándolo suave entre su canal, frotando de arriba abajo mientras lo miraba a los ojos.
—¿Te gusta? ¿Sentís cómo se aprieta entre mis tetas?

—¡Sí! ¡Dios… Natasha!
Ella le escupió encima para lubricar más. Subía y bajaba, haciendo un sonido sucio, adictivo.
—Corréte para mí. Llename las tetas. ¡Dámelo todo, bebé!
Alex no aguantó más. Se vino con un gemido, su leche cubriéndole los pechos. Natasha se los frotó con una sonrisa salvaje.
—Muy bien.
Y se sentó con las piernas abiertas, mostrándole el camino.
—Te ves muy bien mojadito —dijo, mordiéndose el labio.
Él se acercó tímido, pero ella lo frenó con un gesto.
—Ahora es mi turno de jugar con tu pija, bebé.
—Me encanta. Es tan duro… tan caliente.
Y es solo mío, ¿verdad?
—Sí… todo tuyo —jadeó Alex.
Ella lo empujó suavemente sobre la cama y se arrastró por su cuerpo, besándole el abdomen, bajando lento, con la lengua tibia.
Le agarró la pija con una mano firme, lo lamió despacio desde la base hasta la punta, lo besó, lo metió de a poco… y luego se lo tragó entero de golpe, haciendo que Alex se arqueara.
—¡Ahh Natasha… por favor!
—Shhh… déjame mimarte —susurró, sin dejar de moverse.
Lo mamó con intensidad, usando las manos, la saliva, las mejillas. Lo miraba a los ojos, con la boca llena, haciéndole saber que no tenía frenos.
Cuando estuvo al borde, lo soltó, lo miró con fuego en la mirada y dijo:
—Ahora… te toca aguantarme a mí.
Se subió sobre él de un salto, lo tomó con la mano y se lo metió entero en su concha de una sola sentada, soltando un gemido profundo.
—¡Dios sí! ¡Qué rico me llenás, bebé!
Y empezó a montarlo con furia, rebotando con fuerza, con ritmo salvaje. Le agarraba las muñecas, le apretaba el pecho, lo besaba con lengua mientras su cuerpo lo devoraba sin piedad.
—¡Así! ¡Aguantame! ¡Llename otra vez si te da el cuerpo!
Alex estaba en trance, atrapado entre sus piernas, mojado por su calor, sus tetas saltando frente a su cara. Le lamió una mientras ella gemía encima.
—¡Más! ¡No pares, mamita!
Natasha lo cabalgó hasta que él no pudo más. Se vino con espasmos, agarrándola fuerte, perdiéndose dentro de ella.

Ella no paró. Se movió lento unos segundos más, y luego se dejó caer sobre su pecho, jadeando, sudada, extasiada.
—¿Te gustó la experiencia, bebe? —susurró al oído, acariciándole el cabello.
—Fue… increíble.
—Perfecto —dijo con una sonrisa perversa—.
Porque ahora empieza la clase avanzada.
Y lo besó, mientras su mano ya bajaba otra vez entre sus piernas, buscando despertarlo una vez más.
Era viernes por la tarde cuando Alex decidió sorprenderla.
Habían pasado varios días sin verse. La última vez, Natasha le había dicho que lo extrañaba… con esa voz suya que sabía calentar la sangre.
Él llevó una bolsa con algo de comida, y caminó nervioso hasta su puerta. No tocó. La conocía bien. Sabía que si estaba sola, lo recibiría con entusiasmo.
Pero ese día no estaba sola.
La puerta entreabierta dejaba ver el interior. Y lo que vio lo congeló.
Natasha, completamente desnuda, montaba a otro chico sobre el sofá. Más joven, más musculoso, quizás menor que él.
Sus caderas se movían con la misma intensidad con que lo había cabalgado a él. Sus gemidos eran iguales, o peores.
Se reía, le decía cosas sucias.
Y Alex sintió cómo algo se le quebraba en el pecho.
Dejó la bolsa en el suelo, dio media vuelta y se fue sin decir nada.
No contestó sus mensajes. No respondió llamadas.
Pero Natasha no era de quedarse con la duda.
Dos días después, tocó su puerta.
Alex abrió, seco, serio.
Ella vestía como si nada: jeans apretados, una blusa sin sostén, y esa sonrisa cargada de veneno dulce.
—¿Estás enojado conmigo?
—¿En serio me preguntás?
Ella entró sin permiso, como siempre. Se sentó en su cama, cruzó las piernas y lo miró.
—Te vi.
—Ya me imaginaba.
—¿Y?
—¿Y qué? —respondió ella, encogiéndose de hombros—.
Así soy yo, Alex. Me gusta el sexo. Me gustan los chicos jóvenes.
Pero vos sos mi favorito. El que más me calienta. El que me deja pensando en su pija en la ducha.
El único al que le dejo decirme "mami".
Él no supo qué decir. El dolor aún le ardía. Pero el cuerpo… también.
Ella se acercó, le tocó la cara.
—Solo no te enamores, ¿sí?
Disfrutá. No compliques algo que puede ser puro placer.
Alex la miró. Respiró hondo.
Y algo en él se rompió… o despertó.
La tomó de la muñeca, la llevó a la cama, la puso boca abajo y sin decir palabra, le bajó los jeans lentamente, dejando sus nalgas al descubierto.
Ella ni se resistió.
—¿Qué hacés, bebé?
—Callate —dijo él, con voz firme—. Esto es un castigo.
Le dio una palmada fuerte en una nalga, haciendo que ella soltara un quejido que no era de dolor.
—¿Te enojaste, mi amor? ¿Te pusiste celoso?
Otra nalgada. Más fuerte.
Elena arqueó la espalda y gimió, mordiendo la sábana.
—¡Sí! ¡Así! ¡Castigame!
Te juro que pensé en vos mientras me lo cogía…
Él le dio otra palmada, y otra más, viendo cómo su piel se enrojecía, cómo se movía como si rogara más.
—¿Sabés qué? —dijo él, bajándose el pantalón—.
Ahora vas a sentir que conmigo no se juega.
Ella sonrió, girando el rostro, jadeante.
—Eso quiero, bebé.
Haceme tuya, sos el que mejor me hace temblar.
Y él la cogío desde atras, con rabia, con deseo, con el corazón ardiendo.
No por celos. No por posesión.
Sino porque el dolor, el deseo y la pasión a veces vienen del mismo lugar.

El aire en la habitación seguía cargado.
Los cuerpos aún desnudos, el calor del castigo y el sexo reciente vibrando en el ambiente.
Alex yacía a su lado, sudado, con la mirada fija en el techo.
Fue entonces que Natasha rompió el silencio.
—Sé que soy una puta, bebé…
—No digas eso —respondió él, sin mirarla.
Ella giró, se acurrucó contra su pecho y subió la pierna sobre su cuerpo.
—Pero es la verdad. Juego con los chicos, los caliento fácil… y no suelo repetir.
Pero contigo…
No sé qué me pasa. Me gustás. Mucho.
Alex la miró. Había ternura en sus ojos, aunque intentaba esconderla detrás de esa voz pícara que siempre usaba.
—¿Y eso qué significa?
Ella sonrió. Le acarició el pecho y bajó la mano lentamente por su abdomen.
—Significa que quiero darte algo especial.
Pero no aquí.
—¿Dónde?
—En mi casa. Esta noche.
Quiero que vengas. Sin prisa. Sin vergüenza.
Y te prometo que vas a recordarla el resto de tu vida.
Él dudó por un segundo, pero su cuerpo ya estaba respondiendo al roce de su mano, a la manera en que Natasha le susurraba entre caricias.
—¿Algo especial cómo?
Ella se inclinó sobre él, besándole la oreja.
—Una entrega completa, bebé. Sin límites.
Hoy… me vas a tener de todas las formas.
Pero no solo mi cuerpo.
Voy a darte algo que no le doy a cualquiera…
—¿Qué?
Ella lo miró, con los ojos brillando.
—Mi cariño.
Y aunque lo dijo bajito, fue lo que más lo encendió.
Porque detrás de esa mujer ardiente, escandalosa y sin frenos… había alguien que empezaba a sentir.
La casa de Natasha olía a jazmín y vino tinto.
Las luces tenues, la música suave, y la mujer más ardiente que Alex había conocido, vestida con un conjunto negro de encaje que apenas cubría sus curvas, lo esperaba en el centro de la cama.
—Acostate —le dijo con esa sonrisa que podía fundir acero—.
Esta noche es larga. No quiero que me apures.
Hoy vas a saborearme completa
Él obedeció, desnudo ya, con la respiración acelerada.
Ella se subió sobre su cuerpo con calma, como si cada segundo fuera un juego, una provocación.
Empezó besándolo desde el cuello hasta la cintura. Le lamió los muslos, lo mordió suavemente, lo miró a los ojos con picardía… y se metió su pija en la boca sin aviso.
Alex jadeó fuerte. Ella lo lamía como si se tratara de un postre, sucio y delicado a la vez.
Cuando él estuvo al borde, se detuvo.
—No, bebé. Esta vez… voy a exprimirte entero.
Se subió , y se metió su pija en su concha, lentamente, apretándolo con toda su humedad. Lo montó con sensualidad, luego con intensidad. Le tomaba las manos, lo mordía, lo cabalgaba lento y después como una bestia hambrienta.
—¡Sí! ¡Así, Alex! ¡Mi chico favorito!
¡Dámelo todo, bebé ! ¡Todo!
Lo montó hasta dejarlo jadeando, lo volteó, lo cabalgó de espaldas, se lo puso de lado, usó cada ángulo, cada posición, cada parte de su cuerpo para hacerlo enloquecer.
Le besaba el pecho, los testículos, el cuello.
Y cuando Alex no podía más, ella se vino gritando, temblando sobre él, con una mano entre sus piernas.

Se quedaron sudados, exhaustos, con las sábanas hechas un desastre.
Un rato después, en silencio, ella miraba en la ventana.
Desnuda. Hermosa. Con esa calma que llega cuando el cuerpo está completamente saciado.
Alex la miró, sentado en la cama, todavía medio tembloroso.
—¿Esto… se terminó?
Natasha sonrió, sin voltear.
—Bebé…
Ya te enseñé todo lo que necesitabas.
Cómo besar. Cómo tocar. Cómo dominar. Cómo adorar a una mujer y también cómo castigarla.
Volvió hacia él, caminando desnuda, con esa seguridad que solo tienen las mujeres que se conocen por dentro y por fuera.
—Ahora te toca a vos encontrar a una putita que te pertenezca.
Que tiemble con tus manos.
Que se derrita con tus palabras.
Que se enamore como yo no me dejo.
Alex bajó la mirada. Natasha lo besó en la frente, con ternura.
—Pero si alguna noche no aguantás… si tenés la pija dura, ganas de coger y la mente llena de recuerdos…
podés golpear mi puerta.
—¿Y qué va a pasar si lo hago?
Ella le guiñó un ojo y le susurró al oído:
—Te voy a abrir en bata…
y sin ropa interior.
Y así, Alex se fue esa mañana con el corazón ardiendo y el cuerpo temblando, sabiendo que su primera vez nunca sería solo una historia de sexo.
Había sido su maestra. Su fuego. Su prueba. Y su secreto para siempre.

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