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120/1📑La Hermanastra - Parte 1

120/1📑La Hermanastra - Parte 1


Desde que su padre se casó con una nueva mujer, Elías tuvo que mudarse a una casa más grande… y con una nueva compañera: Isabela, su hermanastra.

Tenían la misma edad, 21 años, pero nunca se habían visto antes.
Ella estudiaba, con un estilo libre, rebelde, siempre descalza por la casa, con camisetas grandes que le caían hasta medio muslo… pero sin sostén.

El primer roce fue accidental.
Una noche, él fue por agua.
Ella también.

Se cruzaron en la cocina. Ella solo llevaba una camiseta y una tanga blanca.
Él estaba en shorts, y sin querer —o queriendo—, se miraron demasiado.

—¿Te molesta cómo ando? —preguntó ella con una media sonrisa.

—Me cuesta no mirarte —confesó él, sincero, con la voz grave.

Ella se acercó. Mucho. Demasiado.

—¿Y si no somos realmente hermanos? —dijo, rozándole los labios con los suyos—. ¿Qué harías?

Él no respondió. La empujó suavemente contra el mármol y la besó. Un beso húmedo, con lengua, con manos que se apretaban fuerte.

Sus dedos bajaron, acariciaron por debajo de la camiseta, hasta tocar su cintura, luego más abajo, hasta su vagina, la sintio húmeda y temblando.

Ella gimió bajito, mordiendo su labio.

—Llévame a tu cuarto —le dijo, con los ojos brillando de deseo.

Cerraron la puerta con llave.
Ella se quitó la camiseta y la tanga.
Tenía las tetas firmes y los pezones duros, las piernas abiertas, y una actitud desafiante.
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—Quiero que me lo hagas lento —susurró—. Y luego fuerte. Muy fuerte.

Él la besó por todo el cuerpo, lamio sus tetas, chupo sus pezones, bajó por su vientre, y se perdió en su concha.
La lamía despacio, como si probara un fruto prohibido. Mientras ella sostenia su dura pija entre las manos, le agarraba el cabello, le movía la cabeza para que no se detuviera.

Después se subió sobre él, se metió su pija en su concha y cabalgó con fuerza.
Los dos estaban jadeando, sudando, retorciéndose.

—Mírame a los ojos —le dijo ella mientras lo montaba—. Dime que me deseas.

—Desde que entraste por la puerta… no pienso en otra cosa.

Él la giró, la puso en cuatro, y se lo metió por detrás.
La habitación se llenó de sonidos húmedos, gemidos rotos, piel contra piel.
Él la sujetaba de la cintura, ella se arqueaba, lo provocaba, lo exigía.

—Quiero sentirte adentro… por todos lados.

—Dilo — le dijo él. Mientras le dada duro 

—Hazme el anal —dijo ella, con la voz temblando—. Lento… hasta el fondo.

La preparó con los dedos y luego la tomó. Le metió la pija en él culo, ella gritó contra la almohada mientras él entraba, despacio, estirándola, llenándola.
Se movían al ritmo del pecado, mojados, calientes, ansiosos.

Y cuando sintió que venía, se lo sacó, se lo masturbó y acabó sobre su espalda, jadeando.

Quedaron abrazados, con el corazón latiendo a mil.

—No deberíamos hacer esto —dijo ella.

—Entonces… hay que repetirlo pronto —respondió él, besándole el cuello.

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Eran casi las once de la mañana.
La casa estaba en silencio. Los padres habían salido temprano.

Elías aprovechó para darse una ducha larga. El agua caliente le relajaba los músculos, el vapor llenaba todo el baño, y cerró los ojos mientras el chorro le caía sobre la nuca.

No la escuchó entrar.

Isabela abrió la puerta sin hacer ruido, completamente desnuda, con el cabello suelto y los pezones duros por el contraste del aire.
Se mordía el labio mientras lo observaba tras el vidrio esmerilado.

Su figura mojada, la espalda ancha, el agua escurriendo por sus glúteos firmes…
No lo resistió. Abrió la puerta de la ducha y entró en silencio.

Cuando él abrió los ojos, ella ya estaba allí.

—¿Qué… haces? —preguntó él, jadeando.

—Tenía … ganas.

Sin darle tiempo a responder, lo besó con la boca húmeda, y pegó sus tetas mojadas a su pecho.
La piel contra piel, bajo el agua caliente, era una provocación imposible de evitar.

—Isabela… si seguimos así… —susurró él.

—Ya no hay vuelta atrás —respondió ella, bajando lentamente por su torso, hasta arrodillarse.

Con el vapor envolviéndolos, ella tomó su dura pija con las dos manos y comenzó a lamerlo. Lento. Provocador.
Su lengua se deslizaba desde la base hasta la punta, lo rodeaba, lo adoraba.

Después lo metió por completo en su boca, gimiendo con él dentro, mirándolo desde abajo.

—Estás... tan duro —dijo ella entre succiones—. Y lo quiero todo.

Él la ayudó a incorporarse, la giró y la pegó contra la pared de la ducha.
El agua caía por sus cuerpos como una bendición caliente.

Le abrió las piernas con una rodilla y se lo metió en la concha de un empujón, profundo.
Ella gritó, tapándose la boca, temblando.

—¡Así... así! —gemía, con la frente contra la cerámica.

La penetraba fuerte, con las gotas golpeando sus espaldas, los cuerpos chocando mojados, resbalando entre gemidos, golpes húmedos, susurros al oído.

—¿Querías más? —le dijo él—. Vas a tenerlo todo.

Le metió un dedo en él culo, mientras seguía dándoselo vaginal.
Ella se deshacía, retorciéndose entre placer y dolor dulce.

—Dame el otro también… quiero que me tomes completa.

Él la bajó al piso de la ducha, le levantó una pierna y, mientras la miraba directo a los ojos, le hizo el anal, despacio, mientras ella se mordía los labios.

—Sí, Elías... así... más... no pares…

Terminó sobre sus nalgas, con un gemido animal, descargando todo el deseo contenido.

Quedaron en el suelo de la ducha, con el agua tibia limpiando sus pecados.

—Esto… está fuera de control —dijo él, sonriendo.

—Y todavía no hemos probado la cocina —dijo ella, guiñándole un ojo.

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Elías estaba en el living, revisando apuntes, cuando sonó el timbre.

—Es mi compañera, Lucía —avisó, alzando la voz.
—Vamos a terminar el trabajo de Antropología.

—Ah… qué aplicado —respondió Isabela desde la cocina, con un tono afilado.

Lucía entró con su mochila, un cuaderno bajo el brazo y un top corto que dejaba al descubierto su ombligo.
Saludó con un beso en la mejilla y una sonrisa encantadora.

Isabela los observaba desde la cocina, con una taza de café y una mirada asesina.

—¿Tu hermanastra? —preguntó Lucía en voz baja.

—Sí, pero no tenemos mucha relación —mintió Elías.

Durante media hora estudiaron, pero Isabela no se fue del ambiente.
Daba vueltas. Iba y venía, fingiendo buscar cosas.
Lo hacía a propósito.

Llevaba puesta una remera de algodon, y debajo… nada.
Cada vez que se agachaba o se inclinaba, mostraba más de lo que debía.

Lucía notaba todo, incómoda.
Elías intentaba concentrarse, pero el olor del perfume húmedo de Isabela lo volvía loco.

—Voy al baño un momento —dijo Lucía, con evidente tensión.

Apenas ella se fue, Isabela se le acercó por detrás.
Le mordió suavemente la oreja y le susurró:

—¿Así que "no tenemos mucha relación"?
Mirá que puedo recordarte todo lo que hicimos ayer en la ducha… con un solo movimiento.

Le pasó la mano por la entrepierna y le apretó el bulto, que ya empezaba a reaccionar.

—Isabela, por favor… está mi compañera…

—Entonces no te pongas duro —dijo con una sonrisa venenosa, y se alejó.

Lucía volvió del baño.
Notó el ambiente cargado, pero fingió seguir estudiando.

— está un poco caliente acá, ¿no? —dijo, quitándose el top y quedándose en corpiño.

Isabela casi tira su café.

—¿Querés hielo? —dijo, sarcástica—. A veces el calor se baja… por dentro.

Elías tragó saliva. La tensión era insoportable. Pero cuando Lucía terminó y se despidió, el infierno apenas empezaba.

Isabela cerró la puerta con fuerza, se giró y lo enfrentó.

—¿Así que no hay “mucha relación”? —le dijo, empujándolo contra la pared—. Voy a recordarte a quién pertenecés.

Le abrió el pantalón y se lo bajó sin aviso.
Se arrodilló y comenzó a mamár su pija, lenta y profundamente, sin sacarle la vista de encima.

—Ella no te chupa la pija como yo —dijo, con la boca húmeda.

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Lo tomó con ambas manos, le lamió los testículos, y lo succionó con una furia provocada por los celos.

Después se puso de pie, se desnudó y se subió encima de él, sin darle respiro.
Lo cabalgó contra la pared, metiendose su duro pene y la concha, besándolo con rabia, mordiéndole el cuello, mientras él la sujetaba de las nalgas.

—¿Vas a decirme ahora que no soy tuya?

—Eres mía, maldita sea —gritó él—. Solo mía.
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—Entonces… dame todo —jadeó, girándose—. Quiero que me lo metas por detrás… ahora.

Se inclinó sobre el sillón.
Él le escupió el culo, la preparó con los dedos y se la metió despacio por el otro agujerito.
Ella gritó de placer y venganza, con las uñas aferradas al respaldo.

Cuando él estuvo a punto de venirse, se lo sacó y acabó sobre su espalda, jadeando, con el cuerpo temblando.

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Ella se giró, lo besó con pasión y le dijo al oído:

—La próxima vez que traigas a otra... que se quede a mirar. Porque de acá, la que manda soy yo.


Eran las 2:37 de la madrugada.

La casa entera dormía. Solo una sombra se movía en silencio por el pasillo. Descalza. Desnuda. Isabela.

La puerta de la habitación de Elías estaba entreabierta. Él dormía de lado, en calzoncillos, apenas cubierto por una sábana liviana.
Su respiración era tranquila, ajeno al mundo. Pero ella no podía soportarlo más.

Lo deseaba. Lo necesitaba.

Se deslizó dentro de la habitación como un fantasma de carne y curvas. El corazón le latía fuerte, el vello erizado, los pezones tensos de anticipación.

Con lentitud, levantó la sábana y se metió con él en la cama, el calor de su cuerpo chocando con el de él, que seguía dormido.

Primero lo acarició con la yema de los dedos. Su pecho. Su abdomen.
Y luego, más abajo.

Él gruñó levemente en sueños, y empezó a endurecerse bajo su roce.

Isabela sonrió, excitada.
Se agachó despacio entre las sábanas y comenzó a jugar con su boca.
No necesitaba palabras. Solo deseo y silencio.

Él se despertó apenas sintió el calor húmedo envolverlo.
Parpadeó, confundido… y luego la vio. Su hermanastra, desnuda, concentrada en su placer. Latiendo su pija.

—¿Qué… qué haces? —susurró, jadeando.

—Shhh… no digas nada. Solo sentí que te necesitaba. Te soñé. Y cuando me desperté… estaba mojada.

Lo besó lentamente, metiéndose encima de él, deslizando su vagina mojada contra su pene erecto.
Se movía despacio, sin penetración, solo frotando, torturándolo.

—Te voy a hacer explotar sin siquiera meterlo —dijo al oído, rozando su sexo con el de él, húmedos, alineados, cuerpos encajados.

Elías apretaba los dientes, aferrado a sus caderas, desesperado por más.

—Isabela… si sigues así…

—Calla. Vas a venirte entre mis piernas sin metermela.
Y cuando eso pase… voy a lamer cada gota.

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Siguió rozándole lento, en esa fricción cargada de locura y deseo.
Las sábanas eran un mar caliente.
El mundo no existía.

Y cuando él no pudo más, tembló debajo de ella, liberando su leche entre los dos cuerpos.

Isabela se quedó encima, jadeando, con el rostro hundido en su cuello.

—Ahora sí… duérmete —susurró con una sonrisa—.
Pero mañana… te toca a ti despertarme y se fue.



El sol apenas filtraba su luz dorada por la ventana cuando Elías se deslizó fuera de su cama.
No podía quitarse de la cabeza lo que Isabela le había hecho la noche anterior.

Entrar a su habitación desnuda. Montarlo. Dejarlo temblando.

Él no era de quedarse quieto. No esta vez.

Caminó en silencio por el pasillo, la misma ruta que ella había tomado.
La puerta de su cuarto estaba cerrada, pero no con llave.
La abrió despacio… y ahí estaba ella: desnuda entre las sábanas, boca entreabierta, dormida de lado, con una pierna asomando.

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La vista lo encendió.

Se acercó sin hacer ruido, se subió a la cama como un depredador paciente.
Le acarició la espalda, la cintura, la cadera…
Ella se movió, apenas murmurando algo entre sueños.

Él se acomodó detrás.
Su pene ya estaba duro, decidido.

Y cuando la sintió abrirse levemente, vulnerable…
la tomó suavemente de la cintura y la penetro con una sola embestida profunda y controlada.

Ella se despertó de golpe, gimiendo en silencio, con los ojos muy abiertos.

—¿Tú… tú qué haces?

—Desquitándome —susurró él, jadeando—. ¿Te gusta despertarte así?

Ella intentó responder, pero el placer la desarmó.
Él empezó a moverse dentro de ella, lento, sabiendo que tenía el control.
La tomó del cuello con una mano, sin apretar, y con la otra le sostuvo la pierna elevada, haciéndola suya por completo.
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—Dime… ¿esto soñaste anoche?
¿Que te lo haría así… mientras dormías?

—Sí —gimió ella—. Justo así… y más.

Él la dio vuelta con fuerza, quedando ella boca abajo.
Le abrió los muslos y la penetró de nuevo, más hondo.

120/1📑La Hermanastra - Parte 1


Las sábanas crujían. Sus cuerpos chocaban con fuerza, controlados, deseosos.

—Quiero todo de ti, Isabela. No me importa si esto está mal.
Eres mía.

Ella arqueó la espalda, empujándolo más adentro.

—Entonces tómame. Hasta que me duela… hasta que no pueda caminar.


La levantó de la cama, la sostuvo contra la pared, y siguió dentro, embistiéndo su concha sin piedad, mientras ella le clavaba las uñas en los hombros.

Y cuando llegó el final, lo hizo juntos, ella gritando en un susurro salvaje, él acabando dentro de ella, temblando de placer.

Después, en silencio, se abrazaron sobre la cama.
Sudados. Exhaustos.

—Ahora sí… estamos a mano —murmuró él.

—Aún no, Elías… —dijo ella, con una sonrisa peligrosa—.
Te falta despertarme así… todas las mañanas.

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