El domingo a la noche volvieron Mario y Betina de Bragado. Lo vi estacionar su camioneta, casi como a las diez de la noche. Se besaron para despedirse y se volvieron, cada uno a sus casas. Betina dejó su bolso y, sonriendo, me abrazó y nos besamos al reencontrarnos. Le dije que le calentaba algo para comer mientras me contaba cómo le fué.
Mi mujer me dijo que le había gustado Bragado. No lo conocía y que era un lindo pueblo. Lindo lugar para criar chicos, que era una lástima que Mario decidió irse de ahí. Me contó de todo lo que pasearon, del taller que él tenía allá, del ayudante de él que había dejado a cargo. Me contó todo menos lo que no me contó, lo que no quería contarme y yo mucho tampoco le quería preguntar. De lo que habrían hecho por las noches, ya de vuelta en su habitación de hotel.
Sí le pregunté que le había parecido su primera experiencia sola un par de días con Mario. No de manera sexual, no se lo pregunté así. Quería saber si la había tratado bien, si se llevaron bien. Me sonrió y me dijo que sí, que no me preocupara. Mario siempre la había tratado muy bien, me dijo, y me lo remató con una sonrisita cómplice. Nos fuimos a acostar los dos, ya para dormir, y la verdad que me gustó tener de nuevo a Betina en mis brazos. Ella parecía no tener ya ningún problema en pasar tan pronto de los brazos de Mario a los míos, aparentemente, porque la notaba normal. Contenta de estar de vuelta atendida por su marido que cada vez era menos marido y más amigo.
Por supuesto que no tuvimos sexo esa noche. Hacía tiempo ya que yo no lo tenía con ella. Desde que le dije que lo había descubierto todo del tema con Mario, no lo volvimos a hacer. Si, nos besabamos, nos abrazabamos, el trato no había cambiado, igual de amoroso que siempre. Y Mario nunca tuvo que decirme que no podía tener sexo con ella. Jamás me lo dijo. Pero se sentía en el aire, si me preguntan, una onda en la que estaba claro que tener sexo con mi mujer ya era algo bastante del pasado. Nunca nadie lo dijo, pero todos nosotros parecíamos saberlo de alguna manera. Yo nunca avancé sobre ella requiriéndoselo, como marido, pero tenía la impresión clara que si lo hubiese hecho, ella dulcemente me habría puesto alguna excusa. Yo ya era el marido de nombre nada más. Betina ya era, tácitamente aunque sea, la mujer de Mario.
El que no tuvo ningún problema en contarme las cosas, al otro día, fue Mario cuando vino a casa. Mientras Betina hacía otra cosa nos fuimos al jardín a fumarnos un cigarrillo y enseguida me entró a contar de su par de días con mi esposa en Bragado. Pero el relato de él no se enfocó tanto en lo turístico, sino más en lo de puertas adentro, en su habitación de hotel.
“Mirá las fotitos que le saqué a Beti, que lindas…”, se rió y me entró a mostrar en el celular. Yo vi un par solamente, las dos primeras que me mostró y ya me alcanzó. No quería ver cómo seguirían las otras, la verdad. Preferí dejarlas para mi imaginación, le dije. Mario se cagó de la risa.


Pero la verdad era que Betina estaba hermosa en esas fotos, por mas que le pesara a esa parte de mí que aún me quedaba, la que se preocupaba por esas cosas. Se la veía feliz, sexy y hermosa en compañía de su nuevo macho. Le había cambiado la cara y, pese a que ella nunca me lo había dicho, ni siquiera cuando yo se lo había preguntado directamente, yo le veía en los ojitos que ella ya lo amaba.
Mario me contó de todo lo lindo que la pasaron en el hotel. De lo bien que la pasaron, lo mucho que se disfrutaron y las tremendas gozadas que, al menos según él, le sacaba a mi mujer. Una y otra vez. Se ve que una vez que se sintieron solos y tranquilos, sin tener que hacer nada a escondidas por un par de días, los dos se dieron bastante de rienda suelta a sus deseos. No me costó mucho imaginarlo.
De las herramientas que se fué a buscar Mario mucho no me contó. No sé si era porque sabía que no me interesaba o porque todo el rollo de las herramientas había sido nada más una excusa para llevarse a mi esposa un par de días. Mentira no era, existían. Yo vi cuando las descargó de su camioneta, mientras Mateo lo ayudaba con ellas, pero tampoco era tan necesario que Betina fuera con él.
Pero como siempre digo, si Betina era feliz, yo era feliz. Éramos felices todos.
La felicidad, como tal estaba, nos duró tres días. Una mañana yo estaba desayunando en casa, era más o menos temprano, antes de salir con el taxi. Betina le atendió el celular a Mario y se pusieron a hablar. Como hacían seguido. Pero extrañamente la vi a Betina irse hablando para el cuarto, decididamente no queriendo que yo la escuchara. Al rato volvió, se había vestido un poco más apropiada para salir y me dijo que se iba a tomar un café con Mario, que le había dicho de ir a desayunar. Me pareció poco usual, pero le dije que yo también ya me iba, que la pasaran lindo. Al ratito ya la ví por la ventana subirse a la camioneta con él y partieron vaya uno a saber adonde. Yo terminé mi desayuno y salí, para irme a buscar el taxi y comenzar a trabajar el día. Fue un día normal, salvo un mensaje a la tarde de Betina, diciéndome que iba a estar en la casa de los Tonelli, que le avisara cuando yo llegara a casa.
Volví a la hora de siempre luego de trabajar y efectivamente no había nadie. Me hice un cafecito y le avisé a mi mujer que ya había llegado. Al ratito ella volvió a casa junto con Mario e inmediatamente sabía que había algo mal, por la cara de orto que tenía el tipo. Saludándome y mirándome bastante fijo, con esa mirada penetrante que tenía cuando estaba un poco enojado o alterado.
Se sentó conmigo en el sillón y Betina nos fue a hacer más café. Charlé un poco con él, de todo y de nada, pero lo notaba tenso. Todo el tiempo. Betina volvió rápido de la cocina y nos sirvió café a todos, sentándose ella también al lado de Mario. A ella también la notaba bastante seria y tensa.
Al final, Mario habló. Me dijo que teníamos que hablar de algo y que no quería que estuvieran los chicos. Que algo había pasado con Mateo. Yo tragué saliva. Me entró un miedo de pronto, pensando inmediatamente que se habría enterado de lo que hice con el hijo aquella noche. Que pese a nuestras promesas con Mateo, de alguna manera Mario se enteró. No creía que Mateo le hubiese dicho algo su padre, pero la verdad no sabía que podía ser.
Igual me calmé un poco, enseguida, pensando que si Mario se hubiese enterado de lo que habíamos hecho realmente, aquella noche en mi cama, no se hubiese sentado a charlar como estaba a punto de hacer. Hubiese entrado directamente a cagarme a trompadas, me imaginé. Así que algo más raro que el simple descubrimiento de lo que hice con Mateo había detrás de todo ésto.
“Escuchame una cosa, Nico”, arrancó Mario, “Pasó algo y yo voy a asumir, por Betina acá presente más que nada, que lo hiciste de buena onda, okey? En serio. Está todo bien. Pero tenemos que tener una charla.”
Los miré a los dos, “No sé exactamente a qué te referís.”
“Me refiero a Mateo y a vos”, me dijo mirándome fijo. Y yo quería que me tragara la tierra, pero no dejé que se notara. Habría dicho algo el pibe, en serio?
“Qué pasó?”, le pregunté.
“Eso es lo que quiero que me digas”, me contestó y se tomó un sorbito de café, “Me enteré por un pajarito que Mateo y vos estuvieron charlando el finde. Cuando nosotros estábamos afuera”
Me encogí un poco de hombros, “Y si, charlamos todo el tiempo con los chicos. Si no sos más específico…”
“Cortala, Nicolás”, me dijo, “Vos sabés a qué me refiero.”
“Bueh, a ver? Porque yo no.”
“Sé que Mateo estuvo hablando con vos. Que te preguntó cosas sobre tu orientación y todo eso”, me dijo Mario.
“Ah, okey, entiendo”, asentí un poco aliviado. Era malo, pero no lo malo que podía llegar a ser.
“Necesito saber qué le dijiste y de qué hablaron”
“En serio, amor… Mati es un chico nomá’....”, acotó Betina.
Yo tomé un sorbito de café, lo miré fijo a Mario y con toda la naturalidad del mundo, se lo dije. Le dije lo que pude armar de explicación en el momento, a medida que iba hablando, “La verdad, Mario? Nos quedamos charlando una noche porque salió el tema de ustedes dos.”
“De Mario y yo?”, preguntó Betina.
“Y si, amor”, le dije, “Qué te pensás que los chicos no ven nada? Que no escuchan? Son más vivos de lo que pensás.”
“Y vos qué le dijiste?”, preguntó Mario.
Yo suspiré, “Le dije la verdad, Mario… qué querés que le diga? Que le mienta al chico? Le dije que Betina y vos estaban juntos ahora. Y ahí fué cuando me preguntó si yo era gay. Vos le dijiste que yo era gay?”
“Si”, me dijo Mario mirándome fijo.
Betina lo miró un poco disgustada, “Ay, Mario, por Dios…”
“Que, no es? No sos?”, preguntó Mario.
“No, no soy gay, Mario. Soy bisexual. Betina ya lo sabe, ya se lo conté…”, le dije sosteniéndole la mirada al tipo.
“Si, me dijo, es verdad… ya lo sabía”, dijo ella.
“Bueh.. me cago en la diferencia. Gay, bisexual…”, dijo Mario.
“Hay una diferencia, por más que te chupe un huevo a vos”, le dije serio.
Mario se tomó otro sorbo de café, “Y que más le dijiste?”
Yo me encogí de hombros de nuevo, “Nada, eso. Me preguntó que me parecía lo de ustedes. Me preguntó cómo me sentía yo, con mi orientación, con lo que estaba pasando con ustedes dos, eso…”
“Bueno, okey, entonces me hacés un favor, Nicolás?”, me dijo, “No quiero que hablés más con él de eso. Puede ser? Te lo estoy pidiendo bien.”
“Que no hable de qué? De ustedes dos? Es como no hablar del elefante en el bazar…”
“No. No. De tu orientación.”, me dijo.
“Que tiene que yo hable con Mateo si él me hace unas preguntas bien porque quiere saber qué mierda está pasando alrededor suyo?”, le contesté.
Mario me frenó con una mano, “Te lo digo mas claro? No quiero que se haga puto, no quiero que se haga curioso, nada de eso. Si después el ya cuando sea más grande quiere, bueno, problema de él. Todo bien. Pero ahora no.”
“Es un chico noma’, Nicolás… por favor, che. Por Dios, cómo van a hablar esas cosas…”, dijo Betina.
Yo suspiré, “Bueh… bueh… perdón por no haber querido mentirle a un pibe y tratarlo más o menos como un adulto. Perdón.”
“No te hagás el pelotudo…”, me dijo Mario mirándome un poco feo.
“Bueno, está bien Mario. Vos sos el padre. Si no querés, listo. Si me pregunta algo alguna otra vez lo saco cagando o no le contesto y listo. Cero problema. Te lo respeto eso”, le dije.
Mario me miró y asintió, como aliviandose un poco con mi respuesta, “Perfecto, te agradezco. Estamos de acuerdo entonces.”
Ya lo ví más relajado a Mario después de eso. Se tomó otro sorbo de café y ví como Betina le tomó la mano, dulce como era ella, por si hacía falta calmarlo un poco más.
“Hay otra cosa también…”, dijo Mario.
“A ver…”
La miró a Betina y después volvió a posar sus ojos en mi. Ella también me miraba, “Con Beti estuvimos hablando hoy. Hablando largo.”
“De qué?”
“Todo ésto… ésto con Mateo que hablamos recién… los dos coincidimos que debe ser, no sé, de alguna manera por ahí por la falta de la madre y eso.”
“Pobrecito, Mati… nene tan dulce pasar por algo así…”, añadió Betina.
“Es posible, sí. Pensaste en algún momento en que hicieran terapia? Él y Diego?”, le pregunté.
“No, la verdad que no”, me dijo Mario, “Con Betina se nos ocurrió otra cosa, no?”, dijo y la miró. Ella le asintió en silencio.
“Que pensaron?”
“Y que a los chicos hace mucho tiempo que les falta la mamá”, dijo Mario, “Que por ahí todo ésto de Mateo y sus preguntas… por ahí le hace falta un poco de presencia materna.”
“Claro, si… “, dijo Betina.
Yo los miré a los dos, con silenciosas alarmas prendiéndose en mi cabeza, “Cuando decís presencia materna….”
Esperaba recibir otra respuesta. Yo me veía venir algo estilo “Los chicos se podrían mudar acá a tu casa”, algo así de ridículo, pero dentro de todo contemplable. Pero me había quedado tan, pero tan corto.
“Pensamos que estaría bueno que Betina se pase más tiempo con ellos. Sobre todo con Mateo. Por ahí teniendo una mujer mas al lado, así más tiempo… estoy seguro que le va a hacer bien”, dijo Mario y Betina asintió.
“Le va a hacer bien”, dijo ella.
“Aparte una mina hermosa como Beti”, se sonrió Mario palmeándole la rodilla a mi esposa, que le devolvió la sonrisa.
“Ay, gracias…”
Yo no me quería imaginar lo que irremediablemente me estaba imaginando. No era de mal pensado, era que todos los caminos posibles me llevaban a la idea de Betina, eventualmente o deliberadamente, atendiendo sexualmente de alguna manera a Mateo. La idea de Mario era sacarle lo puto a Mateo a conchazos, básicamente. Había muchas interpretaciones probables, si, pero sólo esa me pareció posible.
Me quedé en silencio un momento, mirándolos. Ellos me miraban. Tomaban café.
“Perdón”, dije finalmente, “Perdón, no me termina de quedar claro…”
“Qué cosa?”, preguntó Betina.
“Vos estás de acuerdo con ésto? En serio?”, le pregunté a mi mujer, casi incrédulo.
“De acuerdo con qué?”, dijo Mario.
“Perdón, estamos todos hablando de lo mismo? Yo entendí bien lo que me dijeron?”, pregunté. Los dos se quedaron callados un momento.
“No se”, dijo Mario, “Vos de qué estás hablando? Que entendiste?”
“Yo entiendo que…”, me frené, tratando de encontrar cómo decirlo y no me salió, “Suponete… vamos a poner un ejemplo, no? A ver si entiendo bien. Suponete que Betina empieza a pasar tiempo con Mateo, no?”
“Okey…”
“Y están pegados todo el tiempo. Y vamos a suponer, que no es el caso, pero vamos a suponer que… hablando mal y pronto, Mateo se calienta. Porque está con una mujer linda como Betina todo el tiempo y porque es un adolescente con sus necesidades y porque sí.”
“Okey…”, repitió Mario tomándose un sorbito de café.
“Bueno, en ese caso, en esa situación, qué pasa si Mateo hace algo?”, les pregunté.
“Hace algo como…?”, preguntó Betina.
Yo suspiré, un poco frustrado, “Dale, amor, no jodamos. Somos grandes. Hace algo como que se le escapa la mano. Que se le va la mano, que te toca o que quiere hacer algo con vos”
“Bueno, los chicos pueden ser así, amor”, me contestó Betina con un tranquilidad que parecía ya ensayada. Esto lo hablaron recién hoy? O ya venían hablándolo? “Puede pasar, que se yo.”
“Y entonces? Si pasa qué pasa?”, pregunté.
“Bueno ahí Beti verá cómo lo soluciona”, dijo Mario mirándome fijo. Betina asintió, calladita.
Los miré. Me miraron. Nos miramos los tres. Nadie estaba dispuesto a ser el primero en dejar el arma en la mesa, parecía esa situación. Nadie estaba dispuesto a decir en voz alta la parte que no se debía leer, pero estaba. Y todos sabían que estaba. Pensé en lo dulce que era Mateo, lo sensible que era por dentro. Fue lo primero que pensé. Por supuesto que si se llegaba a dar, Betina le iba a sacar lo poco o lo mucho que tenía de puto el chico. Yo no tenía ninguna duda. Además ya sabía que Mateo le tenía ganas a mi mujer, no porque era mi mujer, sino porque sí. Por lo hermosa que era.
Mario le iba a matar la putez al hijo. Seguro él, como padre, ya lo había detectado hacía rato, pese a lo mucho que Mateo parecía cuidarse. Le iba a matar esa parte de él, tan hermosa. Y el remedio era Betina. Y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo, sin deschavar completamente a Mateo. Sin decirles lo bello que era él, lo hermosa que era esa parte de él. Porque tendría que explicar cómo yo lo sabía. Me dieron ganas de llorar, de repente. Para proteger a Mateo, tenía que dejar que le intentaran matar esa parte de él que recién le estaba empezando a florecer. Pero se lo había prometido. Se lo había jurado.
Me dió bronca. Me dió asco. Me dió pena. Me dió tanta rabia que decidí dejar de aparentar. Y dejar de callarme las cosas.
Los miré a los dos, con una mirada seca y algo fea, “Son dos hijos de puta, sabían no?”
“Ay, amor… que decí…”, se sorprendió Betina.
“Cuándo se volvieron así, eh? Ahora en Bragado? Antes?”, les dije con bronca.
“Uh, a ver…”, se sonrió Mario, mirándome como entretenido por la bronca que yo tenía.
“Vas a dejar que Mateo, si se da, se coja a Betina? Hablemos claro de una puta vez. No me banco todo éste circo.”, les escupí. Betina bajó la cabeza, pero Mario me seguía sonriendo, “Por que mierda no pueden decir las cosas como son? Si se van a atrever a hacer algo así?”
Mario se rió y le palmeó suavemente la rodilla a mi mujer, “A la mierda… mirá cómo le crecieron los huevos a conchita de repente.”
“Andate a la mierda, forro”, le dije.
Nos quedamos los tres en silencio un momento, hasta que Mario le dijo a mi mujer, “Beti, linda… por que no te vas un rato para mi casa, eh? Quedate con los chicos un rato.”
“Bueno… dale…”, dijo Betina y se levantó
“Un rato largo”, añadió Mario, mirándome.
“Les llevo unos bizcochitos… deben tener hambre.”, dijo y se fué para la cocina. Enseguida salió con un tupper en la mano y se fue rumbo a la casa de al lado. Había empezado. Había empezado enfrente mío.
Me quedé solo con Mario, los dos sentados en el sillón. Nada más nos mirabamos. Le vi en los ojos una pizca de esa mirada fuerte que le ví cuando me había apretado contra la pared aquella vez. Al final habló él, “Tenemos que tener una charlita, me parece, no?”
“De qué?”, le dije.
Mario se rió, “Te pusiste arisca, eh? No sabía que tenías esa chispita adentro. Me gustó.”
“Que te gustó?”, le pregunté.
“Verte así enojadita”, se sonrió, “Vení…”
“No”, le dije solamente.
“Vení, dale.”, dijo y abrió uno de sus brazos, descansándolo sobre el respaldo del sillón, “Vamos a tener un lindo rato, vení. Así charlamos.”
Yo me quedé sentado donde estaba, sin moverme. Cuando vió que no lo hacía, el que se arrimó fue él, pronto rodeándome con el brazo y estrujándome un poco contra él, “Por qué te ponés así, eh?”
“Porque no me gusta cuando me forrean”, le dije, “Y tampoco me gusta lo que van a hacer con Mateo”.
Mario se rió, “La va a pasar bien… vas a ver.”, me frotó un poco el hombro.
Pese a mi bronca, lo miré a los ojos. De pronto me sentí cansado. No físicamente. Mentalmente. Cansado de la situación. Cansado de los sentimientos, de la lucha. De tener que estar luchando siempre. Y el abrazo de ese hijo de puta me gustó.
“Te puedo decir algo en serio?”, le pregunté suave, “Fuera de toda joda, fuera de todo ésto…”
Me miró suave mientras me seguía acariciando el hombro, “Claro. Siempre podés. Qué pasa?”
“Estoy cansado, Mario”, le dije suavemente, “Estoy cansado en serio.”
“De que? Del laburo, del taxi?”
“No. Cansado de ésto. Cansado de pelear.”
Él se encogió de hombros, “Peleas porque querés. De arisca que sos.”
“Vas a dejar de decirme “arisca”, che?”, le fruncí las cejas. El nada mas me sonrió y sentí como con un dedo me empezó a acariciar el cuello en su abrazo.
“Ves? Eso digo. Peleás y peleás y no te lleva a ningún lado eso”
La caricia que me estaba haciendo con el dedo me estaba levantando sensaciones por dentro que mejor no indagar. Nos miramos los dos a los ojos un momento, yo sin saber que decir, y él… nada mas sonriendo. Qué sabía yo que había detrás de esos ojos penetrantes. No podía no enfocarme en su caricia, en la sensación de su brazo alrededor de mis hombros, y lo bien que se sentía.
“... soy el marido de Betina, Mario”, le dije suavecito.
Me asintió suave con la cabeza, sin dejar de tocarme, “Si, pero podés ser mas. Si dejás de pelear todo el tiempo.”
“Y rendirme…”, dije.
“No sé si rendirte”, me contestó suave, “Por ahí aceptar. Como son las cosas ahora. Como podrian ser”
“No sé…”, dije distraídamente.
“Por que no probás, aunque sea? Intentalo.”
“Intentar qué?”
Me miró fijo y me dió una caricia hermosa, con toda la mano en el cuello. Suave, amorosa. Me hizo vibrar por dentro, “Intentá aceptarlo. Intentá dejar de pelear y hacé lo que querés hacer”
“No sé qué quiero hacer…”, le dije en un hilito de voz.
“Yo sí sé…”, me dijo.
Mario me tomó suave del cuello y me acercó la cabeza la suya. Me dió un beso hermoso, presionando dulcemente mi cara contra la suya. En un segundo yo ya estaba en el cielo, respondiéndole el beso, sintiendo las cosquillas que su bigote y barba me hacían alrededor de la boca. Nuestras lenguas empezaron a jugar hermoso, a disfrutarse y a conocerse y yo le gemía mi suave placer en la boca. Nos abrazamos así y seguimos.
Sentí su mano entre mis piernas, frotando y apretando la erección que ya llevaba bajo mi pantalón. Sacó su boca de la mía y me empezó a besar y chupar el cuello. No podía creer lo increíble que se sentía todo.
“Mmm… mirá cómo te pusiste…”, me susurró al oído. Su voz suave y profunda de hombre se sintió como un fierrazo en mi mente, me hizo vibrar de nuevo. Yo sólo podía gemir, sintiendo el torrente de emociones que me desbordaban y ya no podía controlar más. Y no quería controlar más.
Si eso era rendirse, no sé por qué había peleado tanto.
Mi mano se fué sobre su bulto, que también se sintió tan hinchado como el mío. Me encantó sentir esa suave curva bajo la tela, señal de lo mucho que Mario estaba caliente conmigo también. Con mis ojos cerrados y entre sus besos y caricias, lo sentí que se desabrochó el pantalón y con un suspiro de alivio sacó su pene al aire. No me tuvo que decir nada, ni tomarme para que lo hiciera, mi mano sola lo tomó y finalmente lo sintió. Era gruesa y dura, así se sentía en mi mano. Y caliente, tan caliente. Se tensaba de dulzura con mis caricias. Yo ya la había visto una vez, pero verla y sentirla era tan distinto. Igual abrí mis ojos y mientras tenía la cara de Mario enterrada en mi cuello, besándolo y lamiéndolo, la miré.
Que pija hermosa que tenía. Y lo que la hacía más hermosa era mi mano rodeándola. Complaciéndola por fin.
“Mmm… la querés?”, sentí el suave murmullo de Mario en mi oído
“...si… si…”, le susurré.
“Chupámela”, me dijo, “... tenemos tiempo. Sobra el tiempo…”
No necesitaba más invitación que eso. Solo me incliné sobre ella, me refregué un poco su dureza en la cara y en mis labios y sin decir más que un gemidito feliz, la tomé en mi boca. Una y otra vez, suave y profundo. Amándola, probándola. Mario dejó salir de su boca un suave y largo gemido de placer que me encantó. Adoré oírlo sobre mi cabeza. Pronto sentí su mano jugando con mi culo, sintiendo y explorando.
“... te gusta, mi amor?”, me dijo bajito y sentí su mano sobre mi pelo, acariciándome ahí también.
Me la saqué de la boca un momento para respirar, “... me encanta…”, sonreí para mí mismo sin que me viera. De la calentura que llevaba le seguía dando besos y lamidas al palo de esa verga hermosa, dura y brillante frente a mi cara.
“Mmmh. La chupás muy, muy lindo vos también.”
“A vos te gusta?”, giré un poco la cabeza para verlo. Mario me sonreía desde arriba, acariciándome el culo y el pelo.
“Mucho.”
“Sos hermoso…”, le dije y no supe por qué se lo dije. Porque me salió decírselo.
Mario me sonrió y me guió de nuevo la boca sobre su dura verga, llenándomela de nuevo. Quería que le siguiera dando placer y eso era lo único que yo quería hacer en ese momento. Se la chupé amorosamente hasta que me presionó la cabeza, enterrándome su verga gruesa en mi boca bien profundo y ahí lo sentí gozar. Explotar de placer con un bramido suave, su pija erecta a mas no poder llenándome la boca de su semen caliente. Dándole por fin su premio. Mi premio. Mario me había desabrochado el pantalón para jugar mejor con mi culo, mis huevos y mi propia pija. Yo tampoco pude evitar el masturbarme mientras lo mamaba. También acabé con él al sentir su leche alimentarme por primera vez.
Me incorporé mientras nos recuperabamos y nos besamos dulcemente. No pareció importarle que mi boca todavía tenía rastros y el gusto de su semen, seguramente. Lo haría todo el tiempo con Betina, me imaginé.
Después de un lindo rato de amor, caricias y besos se levantó y me tomó de la mano, haciéndome levantar a mi también.
“Vení, vamos a tu cuarto”, me dijo y me vió algo dubitativo, pero me sonrió, “Tenemos tiempo. Nos sobra.”
“Que….”, lo miré suave.
Mario me sonrió de nuevo y me dió un tironcito de la mano, “Te quiero hacer mía a vos también, de una puta vez.”, me dijo y yo casi acabé en el alma ahí parado escuchándolo.
Lo que ocurrió después, en el dormitorio y en la cama, fue tan hermoso que no quiero contarlo. Jamás hubiese esperado que todo se iba a sentir así. Tan fuerte, tan dulce, tan cierto y necesario.
Mario me hizo, por fin, de cuerpo y mente, su otra mujer. Y desde ese momento no quise ser otra cosa.
Mi mujer me dijo que le había gustado Bragado. No lo conocía y que era un lindo pueblo. Lindo lugar para criar chicos, que era una lástima que Mario decidió irse de ahí. Me contó de todo lo que pasearon, del taller que él tenía allá, del ayudante de él que había dejado a cargo. Me contó todo menos lo que no me contó, lo que no quería contarme y yo mucho tampoco le quería preguntar. De lo que habrían hecho por las noches, ya de vuelta en su habitación de hotel.
Sí le pregunté que le había parecido su primera experiencia sola un par de días con Mario. No de manera sexual, no se lo pregunté así. Quería saber si la había tratado bien, si se llevaron bien. Me sonrió y me dijo que sí, que no me preocupara. Mario siempre la había tratado muy bien, me dijo, y me lo remató con una sonrisita cómplice. Nos fuimos a acostar los dos, ya para dormir, y la verdad que me gustó tener de nuevo a Betina en mis brazos. Ella parecía no tener ya ningún problema en pasar tan pronto de los brazos de Mario a los míos, aparentemente, porque la notaba normal. Contenta de estar de vuelta atendida por su marido que cada vez era menos marido y más amigo.
Por supuesto que no tuvimos sexo esa noche. Hacía tiempo ya que yo no lo tenía con ella. Desde que le dije que lo había descubierto todo del tema con Mario, no lo volvimos a hacer. Si, nos besabamos, nos abrazabamos, el trato no había cambiado, igual de amoroso que siempre. Y Mario nunca tuvo que decirme que no podía tener sexo con ella. Jamás me lo dijo. Pero se sentía en el aire, si me preguntan, una onda en la que estaba claro que tener sexo con mi mujer ya era algo bastante del pasado. Nunca nadie lo dijo, pero todos nosotros parecíamos saberlo de alguna manera. Yo nunca avancé sobre ella requiriéndoselo, como marido, pero tenía la impresión clara que si lo hubiese hecho, ella dulcemente me habría puesto alguna excusa. Yo ya era el marido de nombre nada más. Betina ya era, tácitamente aunque sea, la mujer de Mario.
El que no tuvo ningún problema en contarme las cosas, al otro día, fue Mario cuando vino a casa. Mientras Betina hacía otra cosa nos fuimos al jardín a fumarnos un cigarrillo y enseguida me entró a contar de su par de días con mi esposa en Bragado. Pero el relato de él no se enfocó tanto en lo turístico, sino más en lo de puertas adentro, en su habitación de hotel.
“Mirá las fotitos que le saqué a Beti, que lindas…”, se rió y me entró a mostrar en el celular. Yo vi un par solamente, las dos primeras que me mostró y ya me alcanzó. No quería ver cómo seguirían las otras, la verdad. Preferí dejarlas para mi imaginación, le dije. Mario se cagó de la risa.


Pero la verdad era que Betina estaba hermosa en esas fotos, por mas que le pesara a esa parte de mí que aún me quedaba, la que se preocupaba por esas cosas. Se la veía feliz, sexy y hermosa en compañía de su nuevo macho. Le había cambiado la cara y, pese a que ella nunca me lo había dicho, ni siquiera cuando yo se lo había preguntado directamente, yo le veía en los ojitos que ella ya lo amaba.
Mario me contó de todo lo lindo que la pasaron en el hotel. De lo bien que la pasaron, lo mucho que se disfrutaron y las tremendas gozadas que, al menos según él, le sacaba a mi mujer. Una y otra vez. Se ve que una vez que se sintieron solos y tranquilos, sin tener que hacer nada a escondidas por un par de días, los dos se dieron bastante de rienda suelta a sus deseos. No me costó mucho imaginarlo.
De las herramientas que se fué a buscar Mario mucho no me contó. No sé si era porque sabía que no me interesaba o porque todo el rollo de las herramientas había sido nada más una excusa para llevarse a mi esposa un par de días. Mentira no era, existían. Yo vi cuando las descargó de su camioneta, mientras Mateo lo ayudaba con ellas, pero tampoco era tan necesario que Betina fuera con él.
Pero como siempre digo, si Betina era feliz, yo era feliz. Éramos felices todos.
La felicidad, como tal estaba, nos duró tres días. Una mañana yo estaba desayunando en casa, era más o menos temprano, antes de salir con el taxi. Betina le atendió el celular a Mario y se pusieron a hablar. Como hacían seguido. Pero extrañamente la vi a Betina irse hablando para el cuarto, decididamente no queriendo que yo la escuchara. Al rato volvió, se había vestido un poco más apropiada para salir y me dijo que se iba a tomar un café con Mario, que le había dicho de ir a desayunar. Me pareció poco usual, pero le dije que yo también ya me iba, que la pasaran lindo. Al ratito ya la ví por la ventana subirse a la camioneta con él y partieron vaya uno a saber adonde. Yo terminé mi desayuno y salí, para irme a buscar el taxi y comenzar a trabajar el día. Fue un día normal, salvo un mensaje a la tarde de Betina, diciéndome que iba a estar en la casa de los Tonelli, que le avisara cuando yo llegara a casa.
Volví a la hora de siempre luego de trabajar y efectivamente no había nadie. Me hice un cafecito y le avisé a mi mujer que ya había llegado. Al ratito ella volvió a casa junto con Mario e inmediatamente sabía que había algo mal, por la cara de orto que tenía el tipo. Saludándome y mirándome bastante fijo, con esa mirada penetrante que tenía cuando estaba un poco enojado o alterado.
Se sentó conmigo en el sillón y Betina nos fue a hacer más café. Charlé un poco con él, de todo y de nada, pero lo notaba tenso. Todo el tiempo. Betina volvió rápido de la cocina y nos sirvió café a todos, sentándose ella también al lado de Mario. A ella también la notaba bastante seria y tensa.
Al final, Mario habló. Me dijo que teníamos que hablar de algo y que no quería que estuvieran los chicos. Que algo había pasado con Mateo. Yo tragué saliva. Me entró un miedo de pronto, pensando inmediatamente que se habría enterado de lo que hice con el hijo aquella noche. Que pese a nuestras promesas con Mateo, de alguna manera Mario se enteró. No creía que Mateo le hubiese dicho algo su padre, pero la verdad no sabía que podía ser.
Igual me calmé un poco, enseguida, pensando que si Mario se hubiese enterado de lo que habíamos hecho realmente, aquella noche en mi cama, no se hubiese sentado a charlar como estaba a punto de hacer. Hubiese entrado directamente a cagarme a trompadas, me imaginé. Así que algo más raro que el simple descubrimiento de lo que hice con Mateo había detrás de todo ésto.
“Escuchame una cosa, Nico”, arrancó Mario, “Pasó algo y yo voy a asumir, por Betina acá presente más que nada, que lo hiciste de buena onda, okey? En serio. Está todo bien. Pero tenemos que tener una charla.”
Los miré a los dos, “No sé exactamente a qué te referís.”
“Me refiero a Mateo y a vos”, me dijo mirándome fijo. Y yo quería que me tragara la tierra, pero no dejé que se notara. Habría dicho algo el pibe, en serio?
“Qué pasó?”, le pregunté.
“Eso es lo que quiero que me digas”, me contestó y se tomó un sorbito de café, “Me enteré por un pajarito que Mateo y vos estuvieron charlando el finde. Cuando nosotros estábamos afuera”
Me encogí un poco de hombros, “Y si, charlamos todo el tiempo con los chicos. Si no sos más específico…”
“Cortala, Nicolás”, me dijo, “Vos sabés a qué me refiero.”
“Bueh, a ver? Porque yo no.”
“Sé que Mateo estuvo hablando con vos. Que te preguntó cosas sobre tu orientación y todo eso”, me dijo Mario.
“Ah, okey, entiendo”, asentí un poco aliviado. Era malo, pero no lo malo que podía llegar a ser.
“Necesito saber qué le dijiste y de qué hablaron”
“En serio, amor… Mati es un chico nomá’....”, acotó Betina.
Yo tomé un sorbito de café, lo miré fijo a Mario y con toda la naturalidad del mundo, se lo dije. Le dije lo que pude armar de explicación en el momento, a medida que iba hablando, “La verdad, Mario? Nos quedamos charlando una noche porque salió el tema de ustedes dos.”
“De Mario y yo?”, preguntó Betina.
“Y si, amor”, le dije, “Qué te pensás que los chicos no ven nada? Que no escuchan? Son más vivos de lo que pensás.”
“Y vos qué le dijiste?”, preguntó Mario.
Yo suspiré, “Le dije la verdad, Mario… qué querés que le diga? Que le mienta al chico? Le dije que Betina y vos estaban juntos ahora. Y ahí fué cuando me preguntó si yo era gay. Vos le dijiste que yo era gay?”
“Si”, me dijo Mario mirándome fijo.
Betina lo miró un poco disgustada, “Ay, Mario, por Dios…”
“Que, no es? No sos?”, preguntó Mario.
“No, no soy gay, Mario. Soy bisexual. Betina ya lo sabe, ya se lo conté…”, le dije sosteniéndole la mirada al tipo.
“Si, me dijo, es verdad… ya lo sabía”, dijo ella.
“Bueh.. me cago en la diferencia. Gay, bisexual…”, dijo Mario.
“Hay una diferencia, por más que te chupe un huevo a vos”, le dije serio.
Mario se tomó otro sorbo de café, “Y que más le dijiste?”
Yo me encogí de hombros de nuevo, “Nada, eso. Me preguntó que me parecía lo de ustedes. Me preguntó cómo me sentía yo, con mi orientación, con lo que estaba pasando con ustedes dos, eso…”
“Bueno, okey, entonces me hacés un favor, Nicolás?”, me dijo, “No quiero que hablés más con él de eso. Puede ser? Te lo estoy pidiendo bien.”
“Que no hable de qué? De ustedes dos? Es como no hablar del elefante en el bazar…”
“No. No. De tu orientación.”, me dijo.
“Que tiene que yo hable con Mateo si él me hace unas preguntas bien porque quiere saber qué mierda está pasando alrededor suyo?”, le contesté.
Mario me frenó con una mano, “Te lo digo mas claro? No quiero que se haga puto, no quiero que se haga curioso, nada de eso. Si después el ya cuando sea más grande quiere, bueno, problema de él. Todo bien. Pero ahora no.”
“Es un chico noma’, Nicolás… por favor, che. Por Dios, cómo van a hablar esas cosas…”, dijo Betina.
Yo suspiré, “Bueh… bueh… perdón por no haber querido mentirle a un pibe y tratarlo más o menos como un adulto. Perdón.”
“No te hagás el pelotudo…”, me dijo Mario mirándome un poco feo.
“Bueno, está bien Mario. Vos sos el padre. Si no querés, listo. Si me pregunta algo alguna otra vez lo saco cagando o no le contesto y listo. Cero problema. Te lo respeto eso”, le dije.
Mario me miró y asintió, como aliviandose un poco con mi respuesta, “Perfecto, te agradezco. Estamos de acuerdo entonces.”
Ya lo ví más relajado a Mario después de eso. Se tomó otro sorbo de café y ví como Betina le tomó la mano, dulce como era ella, por si hacía falta calmarlo un poco más.
“Hay otra cosa también…”, dijo Mario.
“A ver…”
La miró a Betina y después volvió a posar sus ojos en mi. Ella también me miraba, “Con Beti estuvimos hablando hoy. Hablando largo.”
“De qué?”
“Todo ésto… ésto con Mateo que hablamos recién… los dos coincidimos que debe ser, no sé, de alguna manera por ahí por la falta de la madre y eso.”
“Pobrecito, Mati… nene tan dulce pasar por algo así…”, añadió Betina.
“Es posible, sí. Pensaste en algún momento en que hicieran terapia? Él y Diego?”, le pregunté.
“No, la verdad que no”, me dijo Mario, “Con Betina se nos ocurrió otra cosa, no?”, dijo y la miró. Ella le asintió en silencio.
“Que pensaron?”
“Y que a los chicos hace mucho tiempo que les falta la mamá”, dijo Mario, “Que por ahí todo ésto de Mateo y sus preguntas… por ahí le hace falta un poco de presencia materna.”
“Claro, si… “, dijo Betina.
Yo los miré a los dos, con silenciosas alarmas prendiéndose en mi cabeza, “Cuando decís presencia materna….”
Esperaba recibir otra respuesta. Yo me veía venir algo estilo “Los chicos se podrían mudar acá a tu casa”, algo así de ridículo, pero dentro de todo contemplable. Pero me había quedado tan, pero tan corto.
“Pensamos que estaría bueno que Betina se pase más tiempo con ellos. Sobre todo con Mateo. Por ahí teniendo una mujer mas al lado, así más tiempo… estoy seguro que le va a hacer bien”, dijo Mario y Betina asintió.
“Le va a hacer bien”, dijo ella.
“Aparte una mina hermosa como Beti”, se sonrió Mario palmeándole la rodilla a mi esposa, que le devolvió la sonrisa.
“Ay, gracias…”
Yo no me quería imaginar lo que irremediablemente me estaba imaginando. No era de mal pensado, era que todos los caminos posibles me llevaban a la idea de Betina, eventualmente o deliberadamente, atendiendo sexualmente de alguna manera a Mateo. La idea de Mario era sacarle lo puto a Mateo a conchazos, básicamente. Había muchas interpretaciones probables, si, pero sólo esa me pareció posible.
Me quedé en silencio un momento, mirándolos. Ellos me miraban. Tomaban café.
“Perdón”, dije finalmente, “Perdón, no me termina de quedar claro…”
“Qué cosa?”, preguntó Betina.
“Vos estás de acuerdo con ésto? En serio?”, le pregunté a mi mujer, casi incrédulo.
“De acuerdo con qué?”, dijo Mario.
“Perdón, estamos todos hablando de lo mismo? Yo entendí bien lo que me dijeron?”, pregunté. Los dos se quedaron callados un momento.
“No se”, dijo Mario, “Vos de qué estás hablando? Que entendiste?”
“Yo entiendo que…”, me frené, tratando de encontrar cómo decirlo y no me salió, “Suponete… vamos a poner un ejemplo, no? A ver si entiendo bien. Suponete que Betina empieza a pasar tiempo con Mateo, no?”
“Okey…”
“Y están pegados todo el tiempo. Y vamos a suponer, que no es el caso, pero vamos a suponer que… hablando mal y pronto, Mateo se calienta. Porque está con una mujer linda como Betina todo el tiempo y porque es un adolescente con sus necesidades y porque sí.”
“Okey…”, repitió Mario tomándose un sorbito de café.
“Bueno, en ese caso, en esa situación, qué pasa si Mateo hace algo?”, les pregunté.
“Hace algo como…?”, preguntó Betina.
Yo suspiré, un poco frustrado, “Dale, amor, no jodamos. Somos grandes. Hace algo como que se le escapa la mano. Que se le va la mano, que te toca o que quiere hacer algo con vos”
“Bueno, los chicos pueden ser así, amor”, me contestó Betina con un tranquilidad que parecía ya ensayada. Esto lo hablaron recién hoy? O ya venían hablándolo? “Puede pasar, que se yo.”
“Y entonces? Si pasa qué pasa?”, pregunté.
“Bueno ahí Beti verá cómo lo soluciona”, dijo Mario mirándome fijo. Betina asintió, calladita.
Los miré. Me miraron. Nos miramos los tres. Nadie estaba dispuesto a ser el primero en dejar el arma en la mesa, parecía esa situación. Nadie estaba dispuesto a decir en voz alta la parte que no se debía leer, pero estaba. Y todos sabían que estaba. Pensé en lo dulce que era Mateo, lo sensible que era por dentro. Fue lo primero que pensé. Por supuesto que si se llegaba a dar, Betina le iba a sacar lo poco o lo mucho que tenía de puto el chico. Yo no tenía ninguna duda. Además ya sabía que Mateo le tenía ganas a mi mujer, no porque era mi mujer, sino porque sí. Por lo hermosa que era.
Mario le iba a matar la putez al hijo. Seguro él, como padre, ya lo había detectado hacía rato, pese a lo mucho que Mateo parecía cuidarse. Le iba a matar esa parte de él, tan hermosa. Y el remedio era Betina. Y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo, sin deschavar completamente a Mateo. Sin decirles lo bello que era él, lo hermosa que era esa parte de él. Porque tendría que explicar cómo yo lo sabía. Me dieron ganas de llorar, de repente. Para proteger a Mateo, tenía que dejar que le intentaran matar esa parte de él que recién le estaba empezando a florecer. Pero se lo había prometido. Se lo había jurado.
Me dió bronca. Me dió asco. Me dió pena. Me dió tanta rabia que decidí dejar de aparentar. Y dejar de callarme las cosas.
Los miré a los dos, con una mirada seca y algo fea, “Son dos hijos de puta, sabían no?”
“Ay, amor… que decí…”, se sorprendió Betina.
“Cuándo se volvieron así, eh? Ahora en Bragado? Antes?”, les dije con bronca.
“Uh, a ver…”, se sonrió Mario, mirándome como entretenido por la bronca que yo tenía.
“Vas a dejar que Mateo, si se da, se coja a Betina? Hablemos claro de una puta vez. No me banco todo éste circo.”, les escupí. Betina bajó la cabeza, pero Mario me seguía sonriendo, “Por que mierda no pueden decir las cosas como son? Si se van a atrever a hacer algo así?”
Mario se rió y le palmeó suavemente la rodilla a mi mujer, “A la mierda… mirá cómo le crecieron los huevos a conchita de repente.”
“Andate a la mierda, forro”, le dije.
Nos quedamos los tres en silencio un momento, hasta que Mario le dijo a mi mujer, “Beti, linda… por que no te vas un rato para mi casa, eh? Quedate con los chicos un rato.”
“Bueno… dale…”, dijo Betina y se levantó
“Un rato largo”, añadió Mario, mirándome.
“Les llevo unos bizcochitos… deben tener hambre.”, dijo y se fué para la cocina. Enseguida salió con un tupper en la mano y se fue rumbo a la casa de al lado. Había empezado. Había empezado enfrente mío.
Me quedé solo con Mario, los dos sentados en el sillón. Nada más nos mirabamos. Le vi en los ojos una pizca de esa mirada fuerte que le ví cuando me había apretado contra la pared aquella vez. Al final habló él, “Tenemos que tener una charlita, me parece, no?”
“De qué?”, le dije.
Mario se rió, “Te pusiste arisca, eh? No sabía que tenías esa chispita adentro. Me gustó.”
“Que te gustó?”, le pregunté.
“Verte así enojadita”, se sonrió, “Vení…”
“No”, le dije solamente.
“Vení, dale.”, dijo y abrió uno de sus brazos, descansándolo sobre el respaldo del sillón, “Vamos a tener un lindo rato, vení. Así charlamos.”
Yo me quedé sentado donde estaba, sin moverme. Cuando vió que no lo hacía, el que se arrimó fue él, pronto rodeándome con el brazo y estrujándome un poco contra él, “Por qué te ponés así, eh?”
“Porque no me gusta cuando me forrean”, le dije, “Y tampoco me gusta lo que van a hacer con Mateo”.
Mario se rió, “La va a pasar bien… vas a ver.”, me frotó un poco el hombro.
Pese a mi bronca, lo miré a los ojos. De pronto me sentí cansado. No físicamente. Mentalmente. Cansado de la situación. Cansado de los sentimientos, de la lucha. De tener que estar luchando siempre. Y el abrazo de ese hijo de puta me gustó.
“Te puedo decir algo en serio?”, le pregunté suave, “Fuera de toda joda, fuera de todo ésto…”
Me miró suave mientras me seguía acariciando el hombro, “Claro. Siempre podés. Qué pasa?”
“Estoy cansado, Mario”, le dije suavemente, “Estoy cansado en serio.”
“De que? Del laburo, del taxi?”
“No. Cansado de ésto. Cansado de pelear.”
Él se encogió de hombros, “Peleas porque querés. De arisca que sos.”
“Vas a dejar de decirme “arisca”, che?”, le fruncí las cejas. El nada mas me sonrió y sentí como con un dedo me empezó a acariciar el cuello en su abrazo.
“Ves? Eso digo. Peleás y peleás y no te lleva a ningún lado eso”
La caricia que me estaba haciendo con el dedo me estaba levantando sensaciones por dentro que mejor no indagar. Nos miramos los dos a los ojos un momento, yo sin saber que decir, y él… nada mas sonriendo. Qué sabía yo que había detrás de esos ojos penetrantes. No podía no enfocarme en su caricia, en la sensación de su brazo alrededor de mis hombros, y lo bien que se sentía.
“... soy el marido de Betina, Mario”, le dije suavecito.
Me asintió suave con la cabeza, sin dejar de tocarme, “Si, pero podés ser mas. Si dejás de pelear todo el tiempo.”
“Y rendirme…”, dije.
“No sé si rendirte”, me contestó suave, “Por ahí aceptar. Como son las cosas ahora. Como podrian ser”
“No sé…”, dije distraídamente.
“Por que no probás, aunque sea? Intentalo.”
“Intentar qué?”
Me miró fijo y me dió una caricia hermosa, con toda la mano en el cuello. Suave, amorosa. Me hizo vibrar por dentro, “Intentá aceptarlo. Intentá dejar de pelear y hacé lo que querés hacer”
“No sé qué quiero hacer…”, le dije en un hilito de voz.
“Yo sí sé…”, me dijo.
Mario me tomó suave del cuello y me acercó la cabeza la suya. Me dió un beso hermoso, presionando dulcemente mi cara contra la suya. En un segundo yo ya estaba en el cielo, respondiéndole el beso, sintiendo las cosquillas que su bigote y barba me hacían alrededor de la boca. Nuestras lenguas empezaron a jugar hermoso, a disfrutarse y a conocerse y yo le gemía mi suave placer en la boca. Nos abrazamos así y seguimos.
Sentí su mano entre mis piernas, frotando y apretando la erección que ya llevaba bajo mi pantalón. Sacó su boca de la mía y me empezó a besar y chupar el cuello. No podía creer lo increíble que se sentía todo.
“Mmm… mirá cómo te pusiste…”, me susurró al oído. Su voz suave y profunda de hombre se sintió como un fierrazo en mi mente, me hizo vibrar de nuevo. Yo sólo podía gemir, sintiendo el torrente de emociones que me desbordaban y ya no podía controlar más. Y no quería controlar más.
Si eso era rendirse, no sé por qué había peleado tanto.
Mi mano se fué sobre su bulto, que también se sintió tan hinchado como el mío. Me encantó sentir esa suave curva bajo la tela, señal de lo mucho que Mario estaba caliente conmigo también. Con mis ojos cerrados y entre sus besos y caricias, lo sentí que se desabrochó el pantalón y con un suspiro de alivio sacó su pene al aire. No me tuvo que decir nada, ni tomarme para que lo hiciera, mi mano sola lo tomó y finalmente lo sintió. Era gruesa y dura, así se sentía en mi mano. Y caliente, tan caliente. Se tensaba de dulzura con mis caricias. Yo ya la había visto una vez, pero verla y sentirla era tan distinto. Igual abrí mis ojos y mientras tenía la cara de Mario enterrada en mi cuello, besándolo y lamiéndolo, la miré.
Que pija hermosa que tenía. Y lo que la hacía más hermosa era mi mano rodeándola. Complaciéndola por fin.
“Mmm… la querés?”, sentí el suave murmullo de Mario en mi oído
“...si… si…”, le susurré.
“Chupámela”, me dijo, “... tenemos tiempo. Sobra el tiempo…”
No necesitaba más invitación que eso. Solo me incliné sobre ella, me refregué un poco su dureza en la cara y en mis labios y sin decir más que un gemidito feliz, la tomé en mi boca. Una y otra vez, suave y profundo. Amándola, probándola. Mario dejó salir de su boca un suave y largo gemido de placer que me encantó. Adoré oírlo sobre mi cabeza. Pronto sentí su mano jugando con mi culo, sintiendo y explorando.
“... te gusta, mi amor?”, me dijo bajito y sentí su mano sobre mi pelo, acariciándome ahí también.
Me la saqué de la boca un momento para respirar, “... me encanta…”, sonreí para mí mismo sin que me viera. De la calentura que llevaba le seguía dando besos y lamidas al palo de esa verga hermosa, dura y brillante frente a mi cara.
“Mmmh. La chupás muy, muy lindo vos también.”
“A vos te gusta?”, giré un poco la cabeza para verlo. Mario me sonreía desde arriba, acariciándome el culo y el pelo.
“Mucho.”
“Sos hermoso…”, le dije y no supe por qué se lo dije. Porque me salió decírselo.
Mario me sonrió y me guió de nuevo la boca sobre su dura verga, llenándomela de nuevo. Quería que le siguiera dando placer y eso era lo único que yo quería hacer en ese momento. Se la chupé amorosamente hasta que me presionó la cabeza, enterrándome su verga gruesa en mi boca bien profundo y ahí lo sentí gozar. Explotar de placer con un bramido suave, su pija erecta a mas no poder llenándome la boca de su semen caliente. Dándole por fin su premio. Mi premio. Mario me había desabrochado el pantalón para jugar mejor con mi culo, mis huevos y mi propia pija. Yo tampoco pude evitar el masturbarme mientras lo mamaba. También acabé con él al sentir su leche alimentarme por primera vez.
Me incorporé mientras nos recuperabamos y nos besamos dulcemente. No pareció importarle que mi boca todavía tenía rastros y el gusto de su semen, seguramente. Lo haría todo el tiempo con Betina, me imaginé.
Después de un lindo rato de amor, caricias y besos se levantó y me tomó de la mano, haciéndome levantar a mi también.
“Vení, vamos a tu cuarto”, me dijo y me vió algo dubitativo, pero me sonrió, “Tenemos tiempo. Nos sobra.”
“Que….”, lo miré suave.
Mario me sonrió de nuevo y me dió un tironcito de la mano, “Te quiero hacer mía a vos también, de una puta vez.”, me dijo y yo casi acabé en el alma ahí parado escuchándolo.
Lo que ocurrió después, en el dormitorio y en la cama, fue tan hermoso que no quiero contarlo. Jamás hubiese esperado que todo se iba a sentir así. Tan fuerte, tan dulce, tan cierto y necesario.
Mario me hizo, por fin, de cuerpo y mente, su otra mujer. Y desde ese momento no quise ser otra cosa.
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