Las llamas aún ardÃan entre los restos del combate cuando Ulrik, el más fiero guerrero del clan, alzó su hacha ensangrentada y lanzó un grito al cielo. HabÃa salvado a su pueblo de la invasión de los sajones. Solo él, con su furia desatada, habÃa derribado las puertas enemigas y devuelto el honor a su tribu.
Esa noche, en el salón del gran jefe, hubo banquete, hidromiel, cantos y pieles extendidas. Pero no solo el pueblo festejaba… una mirada lo esperaba entre las sombras: Ingrid, la hija del jefe, la princesa del clan.
De largos cabellos dorados, cuerpo curvilÃneo cubierto por una túnica blanca y mirada que ardÃa como fuego contenido, Ingrid siempre habÃa sido intocable: virgen, noble, consagrada a un matrimonio polÃtico. Pero esa noche… iba a ser suya.
El jefe del clan se levantó con voz solemne.
—Ulrik, por salvarnos de la ruina… te damos lo que más guarda esta tribu: el honor y el cuerpo de mi hija.
La sala calló. Ingrid no protestó. Se levantó, se acercó al guerrero… y se arrodilló a sus pies, como una loba sumisa.
Horas más tarde, en la tienda ceremonial, Ulrik la esperaba desnudo de cintura para arriba, con el cuerpo curtido por la guerra. Ingrid entró sin palabras, la túnica cayendo por sus hombros.
—¿Temes? —preguntó él, su voz grave.
—No. Te he esperado toda mi vida.

Él la acercó. La besó con fuerza. Le acarició los pechos con ambas manos, besando uno, lamiendo el otro, mientras Ingrid se aferraba a sus hombros, temblando. Sus piernas se abrÃan poco a poco.
Ulrik la tumbó sobre pieles gruesas, le abrió los muslos y la recorrió con la lengua desde el ombligo hasta su vagina húmeda. Ella gemÃa por primera vez… y no serÃa la última.
Cuando la sintió preparada, se bajó el pantalón, su pija dura y gruesa salto de inmediato, ella se puso nerviosa al verla, pero abrió las piernas por instinto, él le rezo con la punta su entrada húmeda y la tomó. Su pija entró en ella lentamente, rompiendo el velo de su inocencia. Ingrid apretó los dientes, pero pronto el dolor dio paso al placer animal.

La embistió con fuerza, cogiendola sin pausa. Le susurraba al oÃdo mientras ella gemÃa su nombre. Luego la giró, la tomó desde atrás, metiendole otra vez su pija gruesa en su concha, mirándola rendida, con el cabello cayendo sobre su espalda.
—¡Más, Ulrik! ¡Hazme tuya!
Terminó sobre sus tetas, jadeando, y luego la cubrió con su cuerpo para besarla. Ingrid sonrió.
—Ahora… soy tuya. No por orden de mi padre. Sino porque lo deseo.
Y Ulrik, el salvador del clan, tuvo su recompensa más dulce… cada noche, entre las piernas de la princesa.

Pasaron semanas desde aquella noche. Ulrik se habÃa convertido en leyenda. No solo por salvar a su tribu, sino porque Ingrid, la princesa, ya no caminaba como antes. La gente decÃa que su cuerpo temblaba de deseo solo al ver al guerrero. Y era cierto.
Todas las noches, Ulrik la tomaba. En su tienda. En el bosque. En los establos. A veces con furia, otras con dulzura… pero siempre haciéndola gemir como una hembra en celo.
Pero el viejo jefe enfermó. Y antes de morir, sin hijos varones, declaró:
—Ulrik, tú serás el nuevo rey del clan. Toma mi corona… y toma a mi hija como reina.
La noche de la coronación fue un festÃn. Hidromiel, cantos y pieles. Pero lo más esperado fue la ceremonia privada: la consumación real.
Ingrid fue llevada al salón sagrado, completamente desnuda, cubierta solo por una capa de piel blanca. Ulrik la esperaba sentado en el trono de roble, con el pecho al descubierto, el torso tatuado, la mirada ardiente… y su pija ya erecta, dura como el acero.
—Ven —ordenó él.
Ella se acercó, se arrodilló le agarró el pene y se lo metió en la boca sin decir palabra. Lo mamaba como una devota, babeando, gimiendo, mientras él la sujetaba del cabello y marcaba el ritmo con fuerza.

—Eres mi reina, pero también mi puta —gruñó él.
La levantó, la puso sobre el trono y le lamió la concha, chupándole el clitoris, la penetró con furia, metiendole su pija, haciéndola temblar. Ingrid gemÃa, su cuerpo temblando mientras él la embestÃa sin piedad, agarrándole las tetas, mordiéndole el cuello, lamiéndola entera.
Después la puso de espaldas sobre la mesa ceremonial, le abrió las piernas y le metió la pija por detrás, haciendo que gritara de placer. La cogió como un animal, como un rey que marca su territorio.

—¡Rómpeme, Ulrik! ¡Hazme tuya delante de los dioses! —gritaba ella.
Acabó sobre sus tetas, derramándose como un rÃo, y luego la besó con fuego.
—Ahora sÃ… el reino es mÃo. Y tú también.
Ingrid, temblando, solo pudo sonreÃr.
—Y yo seré tu reina… pero tu esclava en la cama.

Esa noche, en el salón del gran jefe, hubo banquete, hidromiel, cantos y pieles extendidas. Pero no solo el pueblo festejaba… una mirada lo esperaba entre las sombras: Ingrid, la hija del jefe, la princesa del clan.
De largos cabellos dorados, cuerpo curvilÃneo cubierto por una túnica blanca y mirada que ardÃa como fuego contenido, Ingrid siempre habÃa sido intocable: virgen, noble, consagrada a un matrimonio polÃtico. Pero esa noche… iba a ser suya.
El jefe del clan se levantó con voz solemne.
—Ulrik, por salvarnos de la ruina… te damos lo que más guarda esta tribu: el honor y el cuerpo de mi hija.
La sala calló. Ingrid no protestó. Se levantó, se acercó al guerrero… y se arrodilló a sus pies, como una loba sumisa.
Horas más tarde, en la tienda ceremonial, Ulrik la esperaba desnudo de cintura para arriba, con el cuerpo curtido por la guerra. Ingrid entró sin palabras, la túnica cayendo por sus hombros.
—¿Temes? —preguntó él, su voz grave.
—No. Te he esperado toda mi vida.

Él la acercó. La besó con fuerza. Le acarició los pechos con ambas manos, besando uno, lamiendo el otro, mientras Ingrid se aferraba a sus hombros, temblando. Sus piernas se abrÃan poco a poco.
Ulrik la tumbó sobre pieles gruesas, le abrió los muslos y la recorrió con la lengua desde el ombligo hasta su vagina húmeda. Ella gemÃa por primera vez… y no serÃa la última.
Cuando la sintió preparada, se bajó el pantalón, su pija dura y gruesa salto de inmediato, ella se puso nerviosa al verla, pero abrió las piernas por instinto, él le rezo con la punta su entrada húmeda y la tomó. Su pija entró en ella lentamente, rompiendo el velo de su inocencia. Ingrid apretó los dientes, pero pronto el dolor dio paso al placer animal.

La embistió con fuerza, cogiendola sin pausa. Le susurraba al oÃdo mientras ella gemÃa su nombre. Luego la giró, la tomó desde atrás, metiendole otra vez su pija gruesa en su concha, mirándola rendida, con el cabello cayendo sobre su espalda.
—¡Más, Ulrik! ¡Hazme tuya!
Terminó sobre sus tetas, jadeando, y luego la cubrió con su cuerpo para besarla. Ingrid sonrió.
—Ahora… soy tuya. No por orden de mi padre. Sino porque lo deseo.
Y Ulrik, el salvador del clan, tuvo su recompensa más dulce… cada noche, entre las piernas de la princesa.

Pasaron semanas desde aquella noche. Ulrik se habÃa convertido en leyenda. No solo por salvar a su tribu, sino porque Ingrid, la princesa, ya no caminaba como antes. La gente decÃa que su cuerpo temblaba de deseo solo al ver al guerrero. Y era cierto.
Todas las noches, Ulrik la tomaba. En su tienda. En el bosque. En los establos. A veces con furia, otras con dulzura… pero siempre haciéndola gemir como una hembra en celo.
Pero el viejo jefe enfermó. Y antes de morir, sin hijos varones, declaró:
—Ulrik, tú serás el nuevo rey del clan. Toma mi corona… y toma a mi hija como reina.
La noche de la coronación fue un festÃn. Hidromiel, cantos y pieles. Pero lo más esperado fue la ceremonia privada: la consumación real.
Ingrid fue llevada al salón sagrado, completamente desnuda, cubierta solo por una capa de piel blanca. Ulrik la esperaba sentado en el trono de roble, con el pecho al descubierto, el torso tatuado, la mirada ardiente… y su pija ya erecta, dura como el acero.
—Ven —ordenó él.
Ella se acercó, se arrodilló le agarró el pene y se lo metió en la boca sin decir palabra. Lo mamaba como una devota, babeando, gimiendo, mientras él la sujetaba del cabello y marcaba el ritmo con fuerza.

—Eres mi reina, pero también mi puta —gruñó él.
La levantó, la puso sobre el trono y le lamió la concha, chupándole el clitoris, la penetró con furia, metiendole su pija, haciéndola temblar. Ingrid gemÃa, su cuerpo temblando mientras él la embestÃa sin piedad, agarrándole las tetas, mordiéndole el cuello, lamiéndola entera.
Después la puso de espaldas sobre la mesa ceremonial, le abrió las piernas y le metió la pija por detrás, haciendo que gritara de placer. La cogió como un animal, como un rey que marca su territorio.

—¡Rómpeme, Ulrik! ¡Hazme tuya delante de los dioses! —gritaba ella.
Acabó sobre sus tetas, derramándose como un rÃo, y luego la besó con fuego.
—Ahora sÃ… el reino es mÃo. Y tú también.
Ingrid, temblando, solo pudo sonreÃr.
—Y yo seré tu reina… pero tu esclava en la cama.

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