Tomás tenía 21 años, estudiante de arquitectura, viviendo solo por primera vez. En las fiestas de fin de año, había vuelto al pueblo unos días, y allí se reencontró con Lucía, la mejor amiga de su madre: 43 años, cuerpo cuidado, curvas de escándalo y una forma de mirar que no se olvidaba fácil.
Siempre había sido cariñosa con él. Pero esta vez, cuando lo abrazó, sintió que algo era distinto. El roce del cuerpo, el perfume… y la forma en que lo miraba. Como si ya no viera al “hijo de su amiga”, sino a un hombre.
Dos días después, ya en su departamento, recibió un mensaje en Instagram:
> Lucía: “Qué grande estás, Tomi… hay cosas que no me animé a decir en persona.”
Él sonrió. Respondió con humor, pero con curiosidad.
> “¿Cómo qué cosas?”
La respuesta lo dejó helado. Era una selfie desnuda, donde mostraba todo. La cara ligeramente ladeada, mordiendo el labio.

> Lucía: “Me gustas. Así te pienso por las noches…”
Tomás sintió un golpe de calor en el pecho… y otro más abajo. Su respiración se aceleró. Estaba excitado, sorprendido, fascinado.
> “No sé si debería decir esto, pero… estás increíble.”
> Lucía: “Decime más. Describime lo que harías si estuvieras aquí. Quiero leerte.”
Así empezó la relación.
Durante semanas, Lucía le escribía por las noches. Fotos sugerentes, desnuda, de su concha, audios con su voz susurrando lo que le haría. Tomás empezó a desearla con locura. Se masturbaba con sus mensajes, con sus gemidos al oído, con sus fotos desnuda en la ducha.

Ella lo provocaba. Con fotos desnuda abierta de piernas.
> Lucía: “Hoy me toqué la concha pensando en tu pija. Quiero que me mires a los ojos mientras me la metés toda ”
Él respondía con igual intensidad. Le mandaba fotos desnudo, de su pija parada, videos acariciándose para ella.
> “No sabés lo que me haces. Te quiero entera. Quiero tenerte boca abajo, con las piernas abiertas y la concha mojada de tanto placer.”
Una noche, Lucía fue clara:
> “La próxima vez que vengas al pueblo… quiero que me cojas. Sin excusas.”
Tomás marcó la fecha en su calendario.
Volvió un viernes. Ella le escribió a la madrugada:
> “La casa está sola. Vení. La puerta va a estar abierta.”
Tomás caminó con el corazón golpeándole el pecho. Entró sin hacer ruido. La casa olía a incienso y deseo.
Lucía lo esperaba en el sillón, con un vestido negro corto y sin ropa interior. Cruzada de piernas. Copa de vino en la mano. Cuando lo vio, sonrió.
—Pensé que no te animarías —dijo.
—Pensé que estaba soñando —respondió él.
Ella se levantó. Caminó lento hacia él. Lo besó, suave al principio. Luego más fuerte. Las manos recorrieron sus cuerpos como si fueran viejos amantes. Se desnudaron en medio del living.
Lucía se arrodilló y tomó su pija y se lo metió en su boca con maestría. Tomás no podía creer lo que sentía. La sujetó del cabello, la guió, mientras ella lo miraba con deseo puro. Latiéndole desde la cabeza, hasta los huevos. Succiónando, mamando.
Después, ella se sentó sobre él, frotaba su concha contra su pija, desnuda, mojada, caliente. Se lo metió lento, hundiéndose de a poco, con un gemido largo.
—Eso, Tomi… llename como te imaginé tantas noches…

Lo montó con fuerza, lo besaba mientras cabalgaba y el le apretaba las tetas. Él la sujetó de la cintura y la empujó desde abajo, cada vez más rápido, sin piedad, mientras ella se corría encima suyo, temblando.
La llevó al suelo, la cogió de espaldas, de lado, con las piernas al hombro. Gritaban, sudaban, se mordían. Y cuando acabaron, exhaustos, se quedaron abrazados en la alfombra, sin decir palabra.

Después de ese primer encuentro, siguieron viéndose en secreto. El sexo era salvaje, pero también íntimo. Había cariño, risas, complicidad.
Lucía no era una aventura. Tomás empezaba a verla como algo más.

Lucía se movía sobre él con una sensualidad brutal.
Estaban en el sillón, completamente desnudos. Ella montaba su pija con fuerza, el cabello suelto, las tetas saltando con cada embestida, las uñas clavadas en su pecho. Gritaba sin filtro.
—¡Dios, Tomi! ¡Me estás rompiendo la concha! ¡No pares! ¡No pares!

El sonido de la piel chocando, los gemidos, el jadeo descontrolado de ambos llenaba el ambiente. Tomás tenía las manos en sus caderas, embistiendo desde abajo, guiándola, mientras miraba fascinado cómo esa mujer madura y ardiente perdía el control sobre su pija y su cuerpo.
Lucía se inclinó hacia adelante, lo besó con lengua, y luego apoyó la frente en su hombro, moviéndose más lento, mordiéndose los labios mientras se corría por segunda vez.
Y en ese instante…
—¿¡Lucía!?
El grito heló la sangre de ambos.
La voz de su madre.
La puerta de entrada estaba abierta. El sonido de las llaves. Y ahí estaba ella. De pie, en el marco de la puerta, con las bolsas de supermercado en la mano… y la cara desencajada.
Lucía se quedó congelada, con la pija de Tomás aún adentro, sus piernas abiertas, su cuerpo sudado. Tomás intentó cubrirse con una manta, pero era tarde. El escándalo ya era inevitable.
—¿¡Estás cogiendo con mi hijo!? ¡¿Con mi hijo, Lucía!?
La tensión era espesa. El silencio duró segundos eternos. Lucía se puso de pie, buscó su vestido, lo tomó, pero no se lo puso. Miró a su amiga.
—Sí —dijo, con voz firme—. Estoy con Tomás.
—¡No puede ser! ¡¿Desde cuándo!? ¡¿Qué clase de enferma sos!?
Tomás se levantó, todavía medio desnudo, tapándose como podía.
—Mamá, calmate. Esto no fue un error. Yo lo quise también.
—¡Es mi mejor amiga!
—Y es la mujer que me hace sentir vivo.
La madre no podía creer lo que escuchaba. Tiró las bolsas al suelo y salió de la casa entre insultos y gritos.
Pasaron días sin que ella contestara mensajes ni llamadas. Tomás lo intentó todo. Lucía también. Pero la herida era reciente. La confianza, rota.
Pasaron algunos meses. El escándalo se fue apagando. La madre de Tomás aceptó, al menos, que su hijo era adulto. Pero no volvió a hablar con Lucía.
Tomás y ella siguieron viéndose. En silencio. Hicieron su propia vida. Llena de pasión, de deseo, de noches ardientes y mañanas con desayuno en la cama.
A veces, Lucía miraba el teléfono. Pensaba en su amiga. En lo que había perdido.
Pero luego miraba a Tomás. Él la tomaba de la cintura, la besaba en la nuca, y le decía:
—No te fuiste de su vida… entraste en la mía. Y yo no pienso soltarte nunca.
Y entonces, Lucía se entregaba otra vez. Con todo su cuerpo. Con toda su alma.
Siempre había sido cariñosa con él. Pero esta vez, cuando lo abrazó, sintió que algo era distinto. El roce del cuerpo, el perfume… y la forma en que lo miraba. Como si ya no viera al “hijo de su amiga”, sino a un hombre.
Dos días después, ya en su departamento, recibió un mensaje en Instagram:
> Lucía: “Qué grande estás, Tomi… hay cosas que no me animé a decir en persona.”
Él sonrió. Respondió con humor, pero con curiosidad.
> “¿Cómo qué cosas?”
La respuesta lo dejó helado. Era una selfie desnuda, donde mostraba todo. La cara ligeramente ladeada, mordiendo el labio.

> Lucía: “Me gustas. Así te pienso por las noches…”
Tomás sintió un golpe de calor en el pecho… y otro más abajo. Su respiración se aceleró. Estaba excitado, sorprendido, fascinado.
> “No sé si debería decir esto, pero… estás increíble.”
> Lucía: “Decime más. Describime lo que harías si estuvieras aquí. Quiero leerte.”
Así empezó la relación.
Durante semanas, Lucía le escribía por las noches. Fotos sugerentes, desnuda, de su concha, audios con su voz susurrando lo que le haría. Tomás empezó a desearla con locura. Se masturbaba con sus mensajes, con sus gemidos al oído, con sus fotos desnuda en la ducha.

Ella lo provocaba. Con fotos desnuda abierta de piernas.
> Lucía: “Hoy me toqué la concha pensando en tu pija. Quiero que me mires a los ojos mientras me la metés toda ”
Él respondía con igual intensidad. Le mandaba fotos desnudo, de su pija parada, videos acariciándose para ella.
> “No sabés lo que me haces. Te quiero entera. Quiero tenerte boca abajo, con las piernas abiertas y la concha mojada de tanto placer.”
Una noche, Lucía fue clara:
> “La próxima vez que vengas al pueblo… quiero que me cojas. Sin excusas.”
Tomás marcó la fecha en su calendario.
Volvió un viernes. Ella le escribió a la madrugada:
> “La casa está sola. Vení. La puerta va a estar abierta.”
Tomás caminó con el corazón golpeándole el pecho. Entró sin hacer ruido. La casa olía a incienso y deseo.
Lucía lo esperaba en el sillón, con un vestido negro corto y sin ropa interior. Cruzada de piernas. Copa de vino en la mano. Cuando lo vio, sonrió.
—Pensé que no te animarías —dijo.
—Pensé que estaba soñando —respondió él.
Ella se levantó. Caminó lento hacia él. Lo besó, suave al principio. Luego más fuerte. Las manos recorrieron sus cuerpos como si fueran viejos amantes. Se desnudaron en medio del living.
Lucía se arrodilló y tomó su pija y se lo metió en su boca con maestría. Tomás no podía creer lo que sentía. La sujetó del cabello, la guió, mientras ella lo miraba con deseo puro. Latiéndole desde la cabeza, hasta los huevos. Succiónando, mamando.
Después, ella se sentó sobre él, frotaba su concha contra su pija, desnuda, mojada, caliente. Se lo metió lento, hundiéndose de a poco, con un gemido largo.
—Eso, Tomi… llename como te imaginé tantas noches…

Lo montó con fuerza, lo besaba mientras cabalgaba y el le apretaba las tetas. Él la sujetó de la cintura y la empujó desde abajo, cada vez más rápido, sin piedad, mientras ella se corría encima suyo, temblando.
La llevó al suelo, la cogió de espaldas, de lado, con las piernas al hombro. Gritaban, sudaban, se mordían. Y cuando acabaron, exhaustos, se quedaron abrazados en la alfombra, sin decir palabra.

Después de ese primer encuentro, siguieron viéndose en secreto. El sexo era salvaje, pero también íntimo. Había cariño, risas, complicidad.
Lucía no era una aventura. Tomás empezaba a verla como algo más.

Lucía se movía sobre él con una sensualidad brutal.
Estaban en el sillón, completamente desnudos. Ella montaba su pija con fuerza, el cabello suelto, las tetas saltando con cada embestida, las uñas clavadas en su pecho. Gritaba sin filtro.
—¡Dios, Tomi! ¡Me estás rompiendo la concha! ¡No pares! ¡No pares!

El sonido de la piel chocando, los gemidos, el jadeo descontrolado de ambos llenaba el ambiente. Tomás tenía las manos en sus caderas, embistiendo desde abajo, guiándola, mientras miraba fascinado cómo esa mujer madura y ardiente perdía el control sobre su pija y su cuerpo.
Lucía se inclinó hacia adelante, lo besó con lengua, y luego apoyó la frente en su hombro, moviéndose más lento, mordiéndose los labios mientras se corría por segunda vez.
Y en ese instante…
—¿¡Lucía!?
El grito heló la sangre de ambos.
La voz de su madre.
La puerta de entrada estaba abierta. El sonido de las llaves. Y ahí estaba ella. De pie, en el marco de la puerta, con las bolsas de supermercado en la mano… y la cara desencajada.
Lucía se quedó congelada, con la pija de Tomás aún adentro, sus piernas abiertas, su cuerpo sudado. Tomás intentó cubrirse con una manta, pero era tarde. El escándalo ya era inevitable.
—¿¡Estás cogiendo con mi hijo!? ¡¿Con mi hijo, Lucía!?
La tensión era espesa. El silencio duró segundos eternos. Lucía se puso de pie, buscó su vestido, lo tomó, pero no se lo puso. Miró a su amiga.
—Sí —dijo, con voz firme—. Estoy con Tomás.
—¡No puede ser! ¡¿Desde cuándo!? ¡¿Qué clase de enferma sos!?
Tomás se levantó, todavía medio desnudo, tapándose como podía.
—Mamá, calmate. Esto no fue un error. Yo lo quise también.
—¡Es mi mejor amiga!
—Y es la mujer que me hace sentir vivo.
La madre no podía creer lo que escuchaba. Tiró las bolsas al suelo y salió de la casa entre insultos y gritos.
Pasaron días sin que ella contestara mensajes ni llamadas. Tomás lo intentó todo. Lucía también. Pero la herida era reciente. La confianza, rota.
Pasaron algunos meses. El escándalo se fue apagando. La madre de Tomás aceptó, al menos, que su hijo era adulto. Pero no volvió a hablar con Lucía.
Tomás y ella siguieron viéndose. En silencio. Hicieron su propia vida. Llena de pasión, de deseo, de noches ardientes y mañanas con desayuno en la cama.
A veces, Lucía miraba el teléfono. Pensaba en su amiga. En lo que había perdido.
Pero luego miraba a Tomás. Él la tomaba de la cintura, la besaba en la nuca, y le decía:
—No te fuiste de su vida… entraste en la mía. Y yo no pienso soltarte nunca.
Y entonces, Lucía se entregaba otra vez. Con todo su cuerpo. Con toda su alma.
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