CapĂtulo 1: El Deseo del TĂmidoÂ
Santi era un chico solitario. Callado, siempre con los ojos en el suelo, sin amigos, sin aventuras, con miedo de hablarle a las mujeres. Su mundo era gris… hasta que la encontró.
La caja.
Una reliquia antigua, cubierta de sĂmbolos extraños. Al abrirla, no salieron luces ni humo… sino ella.
Una mujer de otro mundo apareciĂł ante Ă©l, levitando, envuelta en un velo transparente que apenas cubrĂa sus curvas. Rubia, de cabello largo hasta la cintura, ojos celestes brillando como magia, con un collar de esmeralda que centelleaba sobre sus tetas grandes, firmes, de pezones rosados que rozaban la tela fina como si supieran que estaban siendo deseados.

—Soy Zara, genio del placer —dijo con voz suave y profunda—. Puedo darte cualquier cosa. Riqueza, poder, belleza…
Pero él no respondió. Solo la miraba, boquiabierto, excitado, confundido.
Y entonces dijo lo impensado:
—No quiero nada de eso.
Solo… quiero que vos seas mĂa. Quiero cogerte de todas las formas posibles.
Ella sonrió. No con burla, sino con algo más oscuro… deseo.
—Entonces lo tendrás todo —susurró.
Zara no se lo concedió como magia. Lo sedujo. Lo llevó con besos, toques suaves, miradas profundas. Lo acostó en su cama y se le montó encima, lenta, con el encaje mojado. Se frotaba contra su cuerpo, deslizándose, marcando el ritmo del juego.
—Quiero despertar tu ser, Santi —le dijo mientras lo acariciaba entre las piernas—. Quiero que me uses como lo imaginaste… en secreto.
Él no era más tĂmido. Se soltĂł, se sintiĂł seguro. La besĂł con hambre, le rompiĂł el encaje con los dientes, la dejo desnuda, lamiĂł su vagina hasta que gimiĂł como un ser salvaje. Le apretĂł las tetas y mordiĂł los pezones, le hablĂł sucio por primera vez en su vida.
Ella lo guiĂł, lo desnudĂł, lo sento en la cama, se arrodillĂł frente a Ă©l, tomĂł su gran pene, con las manos, se lo besĂł y chupĂł con cariño, mientras le acariciaba las bolas y se tocaba la concha, luego se puso en cuatro sobre la cama, el volviĂł a lamerle y chuparle la concha , le rozo con su pene el culo rosado y la penetrĂł con suavidad, un placer le invadĂo el cuerpo, la tomĂł de las tetas y empezĂł a cogerla más fuerte, ella lo detuvo, lo calmo con un dulce besĂł, lo acostĂł en la cama, se subiĂł encima, introdujo su pene en su concha y lo cabalgĂł al borde de la locura, con sus tetas rebotando, hasta que el no pudo más y le termino llenando de semen, ella cayĂł sobre su pecho, abrazados.
Santi le pidiĂł el culo, y ella sonriente acepto, se puso en 4 otra vez, alzĂł el culo y le dijo, metemelo Santi, el acercĂł su pija y se lo metiĂł de una, ella echando un grito de dolor y placer, la cogiĂł con ganas, dándole nalgadas, acabĂł una y otra vez, dentro de ella, sobre su cuerpo, entre sus labios. En las tetas,Â
Y Zara siempre pedĂa más.
—No soy un deseo, Santi … soy una condena dulce —le dijo una madrugada—. Ahora que me tuviste, nunca podrás vivir sin mĂ.
Él la miró. Desnudo, sudado, satisfecho. Y no le importó.
Porque por primera vez… no se sentĂa solo. Se sentĂa vivo.

CapĂtulo 2: Los umbrales del placer
Santi ya no era el mismo.
Desde que Zara apareciĂł en su vida, habĂa descubierto un lado de sĂ que no sabĂa que existĂa. Seguro, Dominante, ardiente, hambriento. Pero una noche, mientras yacĂan desnudos entre sábanas empapadas de sudor y suspiros, ella le susurrĂł algo que lo hizo temblar:
—Esto… no es nada, amor mĂo. Hay un lugar donde los lĂmites no existen. Donde los cuerpos se rinden y el deseo gobierna.
Lo besĂł en la frente y chasqueĂł los dedos.
Todo se desvaneciĂł.
Y despertaron en otro plano.
Un mundo de cielo pĂşrpura y torres de cristal, jardines donde cuerpos desnudos se deslizaban entre seda y sombras, y una bruma cálida que olĂa a sexo y flores.
—Bienvenido a Lujuria, el reino donde yo nacĂ. Acá, el deseo es ley.

Lo guió a un templo donde las paredes vibraban con gemidos suaves. Dentro, una cama de mármol rodeada de espejos flotantes.
Zara se arrodilló frente a él, se metió su pene en la boca y empezó a adorarlo y mamarlo como si su pija fuera sagrada.
—Aqui no hay tiempo —dijo al lamerle hasta las bolas—. Te voy a enseñar mil formas de cogernos.
Se subió sobre él, metió su pene en su concha húmeda y lo cabalgó dándole las tetas para que el las chupara, el la cogió de costado, boca abajo, por el culo, sobre su rostro, con las piernas en el aire, en péndulo invertido. Ella le enseñó a tocarla con el alma. A lamerla con la lengua y con el pensamiento.
Y cuando acabaron, lo llevaron —a ambos desnudos— a un ritual sagrado.
Sacerdotisas del placer lo rodearon. Una a una lo adoraban con manos, bocas, y perfumes acariciando su cuerpo, su pene duro que lo hacĂa temblar. Pero Zara era la reina.
—Nadie te tocará si yo no lo permito —dijo posesiva, mientras lo besaba, y se lo volvĂa a meter adentro con fuerza—. Porque ahora sos mĂo… y este mundo tambiĂ©n.
Santi, delirando, con el cuerpo sudado y el corazĂłn latiendo como un tambor de guerra, gritĂł cuando volviĂł a correrse dentro de ella por cuarta vez. Viendo como su leche le escurria de la concha.
Y en ese momento, se dio cuenta:
La caja mágica no le habĂa concedido un deseo…
Le habĂa abierto la puerta a un infierno dulce. Uno del que ya no querĂa escapar.
CapĂtulo 3:Duelo de deseo
La pija de Santi aĂşn ardĂa por todo lo que habĂa hecho con Zara en Lujuria. Estaba agotado, sĂ… pero más vivo que nunca. La genio lo miraba desde el lecho flotante, desnuda, satisfecha, tocándose las tetas,con las piernas abiertas aĂşn temblando.
—Te estás volviendo un dios, mi amor —le susurró.
Pero no todo era placer en ese reino.
Aquella noche, mientras la bruma pĂşrpura se hacĂa más densa, un estruendo sacudiĂł el aire. Las sacerdotisas se arrodillaron. Los espejos se agrietaron.
Y ÉL apareció.
Nekros, el amo original de Lujuria.
Un ser alto, musculoso, de piel grisácea, con ojos que ardĂan como brasas y una pija colgante, casi tocándo el suelo, tan grueso que parecĂa tallado por dioses obscenos. VestĂa una capa de pieles y un anillo negro con una gema que vibraba.
—Zara!! —gruñó—. Me perteneces. Fuiste creada por mĂ.
Y ahora veo que compartĂs tu nĂ©ctar con este mortal…
Santi sintiĂł un escalofrĂo. No sabĂa que hacer.
Pero Zara se puso de pie, sin miedo.
—No soy tuya. Hace siglos que escapé de tus cadenas.
Y ahora pertenezco a Santi.
Nekros soltĂł una carcajada profunda.
—Entonces que lo pruebe.
Y el reto fue declarado:
Una prueba de resistencia sexual, un duelo sagrado del reino, donde el ganador se queda con Zara… y el otro, condenado al olvido.
El ritual comenzĂł al amanecer.
Santi fue llevado a una plataforma rodeada de cuerpos desnudos y flotantes, todos mirándolo, jadeando, tocándose.
Zara, atada con cintas de luz, serĂa la “recompensa”.
Pero primero, debĂa demostrar que podĂa dominarla como ningĂşn otro.
Nekros lo desafiĂł con una orgĂa. Mujeres de fuego, angeles del placer sombras con sexo lĂquido… todos queriendo su pija, su fuerza, su alma. Pero santi solo pensaba en ella y pudo resistirse a todas esas tentaciones.
Cuando le tocĂł el turno, Zara fue liberada.
Desnuda. Espectacular. Ardiente como siempre.
—Poseeme, Santi —le rogó—. Ganame con tu cuerpo.
Y Ă©l se transformĂł. Su pene estaba más duro que nunca, La tomĂł de pie, contra el altar, cogiendo su concha profundamente, luego la puso en cuatro y le metiĂł el pene en el culo cogiendola salvajemente desde atrás, agarrándola de las tetas, tocandole el clĂtoris y dándole nalgadas, le daba por el culo, por la concha, metiendo su pija. Una y otra vez, la hizo gritar, llorar, gemir, temblar.

Ella acabĂł tantas veces que su cuerpo parecĂa flotar., luego el acabo sobre sus tetas, que ella relamĂa con gusto.
Nekros miraba. Furioso.
Pero las gemas que rodeaban el trono comenzaron a brillar.
Santi la habĂa hecho suya… por completo.
Y Zara gritĂł el veredicto con voz de diosa:
—Este mortal me cogió mejor que ningún dios!! .Yo soy suya!!
Nekros fue tragado por la tierra. Derrotado.
Santi, bañado en sudor y placer, cayó de rodillas. Zara lo abrazó, desnuda, jadeante, y lo besó con pasión eterna.
—Ahora sĂ, amor… no solo me deseás. Ahora me ganaste.
CapĂtulo 4: Más allá del deseoÂ
La caja volviĂł a abrirse. Pero esta vez, no para liberar a un genio, sino para traer de vuelta a dos almas unidas por el fuego.
Zara y Santi cruzaron el umbral de Lujuria tomados de la mano, desnudos, sudorosos, y con una mirada que no necesitaba palabras.
Volvieron al pequeño cuarto de Ă©l, ese rincĂłn silencioso donde todo habĂa empezado. Pero ahora, Santi no era un tĂmido. Era un hombre. Un Alfa.
Ella lo mirĂł, se quitĂł el collar de esmeralda y lo colocĂł en su cuello.
—Esto te ata a mĂ… en este mundo. Soy tuya. Para siempre.
Y Ă©l la besĂł como si fuera la primera vez. La acosto en la cama y la penetrĂł por la concha intensamente, con su pene entrando y saliendo de su vagina, llenándola y quedandose dormido sobre sus tetas.Â
Los dĂas pasaron, pero el deseo no se apagĂł.
VivĂan juntos. ComĂan desnudos, cogĂan en la cocina, en la ducha, sobre la mesa, . Cada noche Zara inventaba una nueva manera de tentarlo: un disfraz, una postura, un juego sucio.
Y Santi respondĂa con la fuerza de un dios caĂdo.
—No puedo parar de desearte —le decĂa ella, con la lengua en su oĂdo.
—Y yo de cogerte —le susurraba él, clavándole la pija por detrás, en su concha húmeda mientras ella se chupaba las tetas riendo entre gemidos.
Él la adoraba.
Y ella, loca por él.
Un dĂa, mientras veĂan la ciudad desde el balcĂłn, ella le dijo:
—¿Te acordás cuando no tenĂas amigos?
—Sà —sonrió él—. Ahora tengo todo.
Te tengo a vos.
Ella se inclinĂł, le chupĂł la pija ahĂ mismo, con las luces de la ciudad brillando en sus ojos.
Y después se sento sobre él dándole la espalda para que le acaricie el pelo y la agarre de las tetas, mientras cabalgaba su pene, frente a la luna, como si el cielo mismo los observara.
El placer, ahora, no era solo un reino secreto. Era su hogar.
Y en Ă©l, cogĂan felices, libres, enamorados.
Para siempre.
Santi era un chico solitario. Callado, siempre con los ojos en el suelo, sin amigos, sin aventuras, con miedo de hablarle a las mujeres. Su mundo era gris… hasta que la encontró.
La caja.
Una reliquia antigua, cubierta de sĂmbolos extraños. Al abrirla, no salieron luces ni humo… sino ella.
Una mujer de otro mundo apareciĂł ante Ă©l, levitando, envuelta en un velo transparente que apenas cubrĂa sus curvas. Rubia, de cabello largo hasta la cintura, ojos celestes brillando como magia, con un collar de esmeralda que centelleaba sobre sus tetas grandes, firmes, de pezones rosados que rozaban la tela fina como si supieran que estaban siendo deseados.

—Soy Zara, genio del placer —dijo con voz suave y profunda—. Puedo darte cualquier cosa. Riqueza, poder, belleza…
Pero él no respondió. Solo la miraba, boquiabierto, excitado, confundido.
Y entonces dijo lo impensado:
—No quiero nada de eso.
Solo… quiero que vos seas mĂa. Quiero cogerte de todas las formas posibles.
Ella sonrió. No con burla, sino con algo más oscuro… deseo.
—Entonces lo tendrás todo —susurró.
Zara no se lo concedió como magia. Lo sedujo. Lo llevó con besos, toques suaves, miradas profundas. Lo acostó en su cama y se le montó encima, lenta, con el encaje mojado. Se frotaba contra su cuerpo, deslizándose, marcando el ritmo del juego.
—Quiero despertar tu ser, Santi —le dijo mientras lo acariciaba entre las piernas—. Quiero que me uses como lo imaginaste… en secreto.
Él no era más tĂmido. Se soltĂł, se sintiĂł seguro. La besĂł con hambre, le rompiĂł el encaje con los dientes, la dejo desnuda, lamiĂł su vagina hasta que gimiĂł como un ser salvaje. Le apretĂł las tetas y mordiĂł los pezones, le hablĂł sucio por primera vez en su vida.
Ella lo guiĂł, lo desnudĂł, lo sento en la cama, se arrodillĂł frente a Ă©l, tomĂł su gran pene, con las manos, se lo besĂł y chupĂł con cariño, mientras le acariciaba las bolas y se tocaba la concha, luego se puso en cuatro sobre la cama, el volviĂł a lamerle y chuparle la concha , le rozo con su pene el culo rosado y la penetrĂł con suavidad, un placer le invadĂo el cuerpo, la tomĂł de las tetas y empezĂł a cogerla más fuerte, ella lo detuvo, lo calmo con un dulce besĂł, lo acostĂł en la cama, se subiĂł encima, introdujo su pene en su concha y lo cabalgĂł al borde de la locura, con sus tetas rebotando, hasta que el no pudo más y le termino llenando de semen, ella cayĂł sobre su pecho, abrazados.
Santi le pidiĂł el culo, y ella sonriente acepto, se puso en 4 otra vez, alzĂł el culo y le dijo, metemelo Santi, el acercĂł su pija y se lo metiĂł de una, ella echando un grito de dolor y placer, la cogiĂł con ganas, dándole nalgadas, acabĂł una y otra vez, dentro de ella, sobre su cuerpo, entre sus labios. En las tetas,Â
Y Zara siempre pedĂa más.
—No soy un deseo, Santi … soy una condena dulce —le dijo una madrugada—. Ahora que me tuviste, nunca podrás vivir sin mĂ.
Él la miró. Desnudo, sudado, satisfecho. Y no le importó.
Porque por primera vez… no se sentĂa solo. Se sentĂa vivo.

CapĂtulo 2: Los umbrales del placer
Santi ya no era el mismo.
Desde que Zara apareciĂł en su vida, habĂa descubierto un lado de sĂ que no sabĂa que existĂa. Seguro, Dominante, ardiente, hambriento. Pero una noche, mientras yacĂan desnudos entre sábanas empapadas de sudor y suspiros, ella le susurrĂł algo que lo hizo temblar:
—Esto… no es nada, amor mĂo. Hay un lugar donde los lĂmites no existen. Donde los cuerpos se rinden y el deseo gobierna.
Lo besĂł en la frente y chasqueĂł los dedos.
Todo se desvaneciĂł.
Y despertaron en otro plano.
Un mundo de cielo pĂşrpura y torres de cristal, jardines donde cuerpos desnudos se deslizaban entre seda y sombras, y una bruma cálida que olĂa a sexo y flores.
—Bienvenido a Lujuria, el reino donde yo nacĂ. Acá, el deseo es ley.

Lo guió a un templo donde las paredes vibraban con gemidos suaves. Dentro, una cama de mármol rodeada de espejos flotantes.
Zara se arrodilló frente a él, se metió su pene en la boca y empezó a adorarlo y mamarlo como si su pija fuera sagrada.
—Aqui no hay tiempo —dijo al lamerle hasta las bolas—. Te voy a enseñar mil formas de cogernos.
Se subió sobre él, metió su pene en su concha húmeda y lo cabalgó dándole las tetas para que el las chupara, el la cogió de costado, boca abajo, por el culo, sobre su rostro, con las piernas en el aire, en péndulo invertido. Ella le enseñó a tocarla con el alma. A lamerla con la lengua y con el pensamiento.
Y cuando acabaron, lo llevaron —a ambos desnudos— a un ritual sagrado.
Sacerdotisas del placer lo rodearon. Una a una lo adoraban con manos, bocas, y perfumes acariciando su cuerpo, su pene duro que lo hacĂa temblar. Pero Zara era la reina.
—Nadie te tocará si yo no lo permito —dijo posesiva, mientras lo besaba, y se lo volvĂa a meter adentro con fuerza—. Porque ahora sos mĂo… y este mundo tambiĂ©n.
Santi, delirando, con el cuerpo sudado y el corazĂłn latiendo como un tambor de guerra, gritĂł cuando volviĂł a correrse dentro de ella por cuarta vez. Viendo como su leche le escurria de la concha.
Y en ese momento, se dio cuenta:
La caja mágica no le habĂa concedido un deseo…
Le habĂa abierto la puerta a un infierno dulce. Uno del que ya no querĂa escapar.
CapĂtulo 3:Duelo de deseo
La pija de Santi aĂşn ardĂa por todo lo que habĂa hecho con Zara en Lujuria. Estaba agotado, sĂ… pero más vivo que nunca. La genio lo miraba desde el lecho flotante, desnuda, satisfecha, tocándose las tetas,con las piernas abiertas aĂşn temblando.
—Te estás volviendo un dios, mi amor —le susurró.
Pero no todo era placer en ese reino.
Aquella noche, mientras la bruma pĂşrpura se hacĂa más densa, un estruendo sacudiĂł el aire. Las sacerdotisas se arrodillaron. Los espejos se agrietaron.
Y ÉL apareció.
Nekros, el amo original de Lujuria.
Un ser alto, musculoso, de piel grisácea, con ojos que ardĂan como brasas y una pija colgante, casi tocándo el suelo, tan grueso que parecĂa tallado por dioses obscenos. VestĂa una capa de pieles y un anillo negro con una gema que vibraba.
—Zara!! —gruñó—. Me perteneces. Fuiste creada por mĂ.
Y ahora veo que compartĂs tu nĂ©ctar con este mortal…
Santi sintiĂł un escalofrĂo. No sabĂa que hacer.
Pero Zara se puso de pie, sin miedo.
—No soy tuya. Hace siglos que escapé de tus cadenas.
Y ahora pertenezco a Santi.
Nekros soltĂł una carcajada profunda.
—Entonces que lo pruebe.
Y el reto fue declarado:
Una prueba de resistencia sexual, un duelo sagrado del reino, donde el ganador se queda con Zara… y el otro, condenado al olvido.
El ritual comenzĂł al amanecer.
Santi fue llevado a una plataforma rodeada de cuerpos desnudos y flotantes, todos mirándolo, jadeando, tocándose.
Zara, atada con cintas de luz, serĂa la “recompensa”.
Pero primero, debĂa demostrar que podĂa dominarla como ningĂşn otro.
Nekros lo desafiĂł con una orgĂa. Mujeres de fuego, angeles del placer sombras con sexo lĂquido… todos queriendo su pija, su fuerza, su alma. Pero santi solo pensaba en ella y pudo resistirse a todas esas tentaciones.
Cuando le tocĂł el turno, Zara fue liberada.
Desnuda. Espectacular. Ardiente como siempre.
—Poseeme, Santi —le rogó—. Ganame con tu cuerpo.
Y Ă©l se transformĂł. Su pene estaba más duro que nunca, La tomĂł de pie, contra el altar, cogiendo su concha profundamente, luego la puso en cuatro y le metiĂł el pene en el culo cogiendola salvajemente desde atrás, agarrándola de las tetas, tocandole el clĂtoris y dándole nalgadas, le daba por el culo, por la concha, metiendo su pija. Una y otra vez, la hizo gritar, llorar, gemir, temblar.

Ella acabĂł tantas veces que su cuerpo parecĂa flotar., luego el acabo sobre sus tetas, que ella relamĂa con gusto.
Nekros miraba. Furioso.
Pero las gemas que rodeaban el trono comenzaron a brillar.
Santi la habĂa hecho suya… por completo.
Y Zara gritĂł el veredicto con voz de diosa:
—Este mortal me cogió mejor que ningún dios!! .Yo soy suya!!
Nekros fue tragado por la tierra. Derrotado.
Santi, bañado en sudor y placer, cayó de rodillas. Zara lo abrazó, desnuda, jadeante, y lo besó con pasión eterna.
—Ahora sĂ, amor… no solo me deseás. Ahora me ganaste.
CapĂtulo 4: Más allá del deseoÂ
La caja volviĂł a abrirse. Pero esta vez, no para liberar a un genio, sino para traer de vuelta a dos almas unidas por el fuego.
Zara y Santi cruzaron el umbral de Lujuria tomados de la mano, desnudos, sudorosos, y con una mirada que no necesitaba palabras.
Volvieron al pequeño cuarto de Ă©l, ese rincĂłn silencioso donde todo habĂa empezado. Pero ahora, Santi no era un tĂmido. Era un hombre. Un Alfa.
Ella lo mirĂł, se quitĂł el collar de esmeralda y lo colocĂł en su cuello.
—Esto te ata a mĂ… en este mundo. Soy tuya. Para siempre.
Y Ă©l la besĂł como si fuera la primera vez. La acosto en la cama y la penetrĂł por la concha intensamente, con su pene entrando y saliendo de su vagina, llenándola y quedandose dormido sobre sus tetas.Â
Los dĂas pasaron, pero el deseo no se apagĂł.
VivĂan juntos. ComĂan desnudos, cogĂan en la cocina, en la ducha, sobre la mesa, . Cada noche Zara inventaba una nueva manera de tentarlo: un disfraz, una postura, un juego sucio.
Y Santi respondĂa con la fuerza de un dios caĂdo.
—No puedo parar de desearte —le decĂa ella, con la lengua en su oĂdo.
—Y yo de cogerte —le susurraba él, clavándole la pija por detrás, en su concha húmeda mientras ella se chupaba las tetas riendo entre gemidos.
Él la adoraba.
Y ella, loca por él.
Un dĂa, mientras veĂan la ciudad desde el balcĂłn, ella le dijo:
—¿Te acordás cuando no tenĂas amigos?
—Sà —sonrió él—. Ahora tengo todo.
Te tengo a vos.
Ella se inclinĂł, le chupĂł la pija ahĂ mismo, con las luces de la ciudad brillando en sus ojos.
Y después se sento sobre él dándole la espalda para que le acaricie el pelo y la agarre de las tetas, mientras cabalgaba su pene, frente a la luna, como si el cielo mismo los observara.
El placer, ahora, no era solo un reino secreto. Era su hogar.
Y en Ă©l, cogĂan felices, libres, enamorados.
Para siempre.
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