Voy a ponerlos en contexto, había arreglado con mi mejor amiga para vernos, ella es una mina de esas que dominan con la simple presencia, nos conocíamos del barrio pero después laburamos juntos un par de años y ahí fue que nuestra amistad se hizo muy fuerte, incluso alguna vez nos besamos pero no mucho más, ella siempre estuvo en pareja y después yo también. Me cuesta admitir que fue ella la que me incentivó a hacerlo, pero es la verdad, mi mejor amiga es la persona que me animó a dejar que mi novia me chupe el culo y hasta que me meta algún dedo. Estás prácticas fueron evolucionando con el tiempo y ya mi novia me dominó de tantas formas que a día de hoy quizás sea una experta en la materia. Y yo como buen sumiso en que me iba convirtiendo me encantaba contarle a mi amiga todas las cosas que me hacía mi novia en la intimidad.
A todo esto vale aclarar que mi novia y mi mejor amiga no se llevan tan bien porque mi novia es bastante celosa, pero igualmente me la rebusco para encontrarme con ella.
Hablamos arreglado un lunes a la tarde que nos encontrábamos en nuestro bar de siempre. Habíamos quedado en vernos después del trabajo, más que nada para ponernos al día, pero yo ya sabía que en cuanto me sentara frente a ella, iba a empezar con su juego.
Apenas me vio entrar, sonrió con burla y apoyó la cabeza en una mano, observándome con interés.
—Bueno, contame… ¿Qué hiciste el fin de semana? —preguntó con tono inocente, pero con esa chispa de malicia en los ojos.
—Nada en especial… —intenté esquivar la pregunta mientras me sentaba.
Ella entrecerró los ojos y apoyó los codos sobre la mesa.
—Mmm, no sé si te creo. Yo tengo la leve sospecha de que estuviste muy ocupado…
Mi cara se puso colorada al instante.
—No seas boluda…
—¿Boluda yo? No, mi amor, el boludo sos vos, que te entregás como una buena putita a tu novia y me lo queres ocultar A MI QUE TE CONVERTÍ EN LO QUE SOS —soltó con una sonrisa satisfecha—. Dale, contame todo. No me hagas adivinar.
Me humedecí los labios, sintiendo esa mezcla de vergüenza y excitación recorriéndome el cuerpo. Sabía que no tenía sentido negarlo. Si no lo decía yo, ella me lo iba a sacar igual.
Así que suspiré y entre tragos, le solté todo.
Te juro que todavía me tiemblan las piernas. Si me ves caminando medio raro, ya sabés por qué. No sé ni por dónde empezar… Fue un fin de semana de locura, de esos que te dejan hecho un desastre, vacío y completamente sumiso.
Todo arrancó el sábado a la tarde. Desde la mañana ella tenía esa mirada filosa, como si ya supiera exactamente lo que iba a hacer conmigo. Yo también lo sabía, y la ansiedad me carcomía por dentro. No lo disimulé bien porque en un momento se me acercó y me agarró de la cara con firmeza.
—Mirá cómo te brillan los ojitos, mi amor. Te encanta que te trate como mi perrito, ¿no?
No me dejó contestar. Me empujó sobre la cama y se subió encima mío, con esa actitud de que todo le pertenece, de que yo no soy más que un juguete en sus manos. Se acomodó sobre mi entrepierna y empezó a tocarme por encima del bóxer, con movimientos lentos, burlándose de cada gemido que me hacía soltar.
—Mirá como te pones… apenas te toco y ya estás duro como una piedra . Sos un cochino
Metió la mano adentro y empezó a masturbarme con calma, con una precisión enfermiza. Me tenía completamente en sus manos, marcando el ritmo, subiendo y bajando la velocidad cuando quería, llevándome al borde para después detenerse de golpe.
—No, bebe ni en pedo acabás todavía. Esto va a ser largo —me dijo, soltándome de repente y dejando mi erección palpitando en el aire.
Se subió a mi cara sin pedir permiso y me hundió contra ella. No le importaba si podía respirar o no, sólo movía la cadera como si mi boca fuera un objeto más para su placer. Me presionaba contra su humedad, jadeando mientras yo hacía lo mejor que podía para darle lo que quería.
Cuando terminó, se bajó y me miró con esa sonrisa cruel.
—Bien, servís para algo al menos. Ahora me toca a mí jugar.
Me hizo abrir las piernas y bajó con una lentitud desesperante. Empezó jugando con su dedo anular, me escupió de forma bruta y metió su dedo en mi culo con facilidad, sabiendo exactamente dónde tocar para hacerme gemir sin control. Ella ya estaba colándome de a dos y tres dedos y yo me agarraba de las sábanas, tratando de no acabar ahí mismo, pero ella lo notó y se rió.
—Ay, por favor… mirá lo fácil que sos. Apenas te meto un par de dedos y ya gemís como una putita desesperada.
Y después lo sentí. Su lengua bajando, recorriéndome con una dedicación que me volvía loco. Me agarró fuerte de los muslos y se enterró en mí sin dudarlo, jugando con su boca y sus dedos al mismo tiempo. Yo ya no podía más, estaba perdiendo completamente el control.
—No te atrevas a acabar, ¿me escuchaste hijo de puta?. No quiero que ensucies las sábanas como el pervertido que sos.
Me dejó temblando y me hizo sentarme en el borde de la cama. Se puso el arnés con calma, ajustándolo mientras me miraba desde arriba.
—A ver, abrí bien la boca, putito. Quiero ver si al menos servís para esto.
Me empujó el dildo contra los labios y yo lo recibí sin dudar. Me agarró del pelo y marcó el ritmo, obligándome a ir cada vez más profundo. Se reía mientras me ahogaba un poco, sin dejarme escapar.
—Mirá lo que sos… un tipo grande, pero lo único que querés es que te cojan. Decime la verdad, seguro soñás con esto. Seguro te pajeás pensando en que te llenen el culo de pija, ¿no?
Yo ya estaba completamente destruido, hecho un desastre, pero me moría de ganas por más. Ella lo notó, por supuesto.
—Dale, date vuelta, vamos a hacer las cosas bien, me ordenó.
Me hizo poner en cuatro sobre la cama y me empezó a coger con firmeza. Primero despacio, pero en cuanto mi cuerpo se relajó, empezó a moverse con más fuerza, disfrutando de cada sonido que salía de mi boca. Me agarró de la cintura y se inclinó sobre mí, susurrándome al oído con su voz más cruel.
—Miráte… te encanta, te entregaste completamente. Sos mi putita y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo bebe.
Me llevó al borde del orgasmo una y otra vez, negándome la liberación, haciéndome rogarle con la voz rota. Hasta que, al final, me lo permitió.
Me derrumbé sobre la cama, jadeando, con el cuerpo completamente dominado. Me dio una palmadita en la cabeza y se rió.
—Viste, sabía que te iba a encantar.
Y sí. Tenía razón.
Siguió cogiendome con fuerza, acelerando y yendo lento hasta el fondo, hasta que exploté. Acabé con una fuerza que nunca antes había sentido.
Apenas terminé de contarle todo esto a mi amiga, hubo un silencio de un par de segundos. Pero después, explotó en una risa burlona.
—¡Nooo, sos una tremenda putita! ¡Te lo dije! ¡Te lo dije, boludo! Yo sabía que tarde o temprano ibas a terminar así, en cuatro, con la cola abierta esperando que te la llenen.
Yo me moví incómodo en mi asiento, sintiendo cómo me ardía la cara. Ella seguía riéndose, como si mi vergüenza la divirtiera más todavía.
—¿Qué pasa te da vergüenza?. Después de todo lo que hiciste, después de cómo te entregaste… ahora te hacés el tímido amigo?.
Negué con la cabeza, pero no pude sostenerle la mirada. Ella se inclinó sobre la mesa con una sonrisa sádica.
—Decime la verdad… ¿Cuántas veces te pajeaste recordando cómo te cogió tu novia?
Me mordí el labio, sin responder.
—Miráte, no hace falta que digas nada. Se te nota en la cara que te encantó ser su putita. Y lo peor es que esto recién empieza eh…
Se acomodó en la silla y me miró con satisfacción.
—Estoy orgullosa de vos, en serio. Pensé que te iba a costar más, pero no… entregaste el orto como una buena perra. Yo sabía que si te animabas a dejarte lamer el culo y a aceptar un dedo, después ibas a querer más. Ahora ya no hay vuelta atrás.
Me mordí el labio otra vez, sintiendo la mezcla de vergüenza y excitación recorriéndome el cuerpo. Ella lo notó, obviamente.
—Dios, qué fácil sos. Seguro si te hablo un poco más sucio te ponés duro otra vez, ¿no?
Yo no dije nada. Pero ella no necesitaba mi respuesta.
—A ver, contame, trolito… ¿Cómo se sintió tener la boca llena de verga? ¿Te gustó chuparle la pija a tu novia? ¿Cómo se sintió que te garchara?
Me apreté las manos sobre las piernas, sin saber qué decir. Ella sonrió con malicia.
—¿Te dolió? ¿O lo disfrutaste como la trola que sos?
Tragué saliva.
—Me gustó… —admití, en voz baja.
Ella aplaudió, divertida.
—¡Eso, carajo! Así me gusta, que lo aceptes. Sos la putita de tu novia, y lo sabés. Ahora lo único que te queda es entregarte más y más.
Se acercó un poco más y bajó la voz, como si estuviera compartiéndome un secreto.
—Te voy a decir algo… Ahora que cruzaste esta línea, no podés quedarte ahí. Tenés que seguir. Dejar que tu novia haga lo que quiera con vos. Dejar que te use. Porque si te quedás en lo mismo, se va a aburrir. Y vos no querés que se aburra, ¿no?
Negué con la cabeza.
—Bien. Entonces hay que subir la apuesta. ¿Querés que te diga qué sigue?
Tragué saliva.
—Sí…
—Mmm, me encanta que seas tan obediente —dijo, con una sonrisa cruel—. Primero, más juguetes. Ya probaste el dildo, pero te falta sentir cosas más grandes, más intensas. Que te abra bien, que te haga gritar. Segundo, más control. No más acabar cuando quieras. Tu novia tiene que decidir cuándo y cómo acabás. Nada de pajas sin permiso. Nada de orgasmos gratis.
Mi respiración se aceleró.
—Y tercero… —hizo una pausa, como si estuviera evaluando si decirlo o no, pero su sonrisa decía que ya tenía la decisión tomada—. Un tercero.
Me quedé helado.
—¿Cómo que un tercero?
—Exacto lo que escuchaste. Un hombre. Otro tipo. Tu novia mandando, vos obedeciendo. Que te mire mientras te usan. Que te haga chuparla de verdad, a ver si aprendiste algo con el choto de goma.
Se me secó la garganta.
—No sé si…
Ella rodó los ojos, impaciente.
—Ay, por favor. No me digas que ahora te vas a hacer el difícil. Después de todo lo que me contaste, no me podés decir que no fantaseaste con la idea.
No respondí. Porque, en el fondo, ella tenía razón.
Ella se rió de nuevo y me palmeó la mejilla con burla.
—Tranquilo, ya vas a llegar a eso. Por ahora, seguite entrenando. Que quiero que la próxima vez que me cuentes algo, me digas que ya te tenés bien entrenado el ortito.
Me temblaban las manos. Me temblaban las piernas. Me latía el corazón como si me hubieran descubierto en algo prohibido. Y ella solo se quedó ahí, mirándome con una sonrisa victoriosa.
Terminamos nuestros tragos y nos despedimos.
—Dale, andá. Y saludala a tu dueña de mi parte.
Terminó diciendome
Me levanté torpemente y salí, sintiendo su mirada dominante siguiéndome hasta la puerta.
Y lo peor es que sabía que iba a seguir su consejo.
Cuando me despedí de mi amiga y salí del bar, la cabeza me daba vueltas. Lo que me había dicho seguía resonando en mi mentex
No podía evitarlo. Por más que tratara de distraerme en el camino a casa, sentía una mezcla de ansiedad y excitación recorriéndome el cuerpo.
Cuando llegué, mi novia estaba en el sillón, con el celular en la mano. Me miró de reojo y sonrió.
—Hola, amor. ¿Cómo te fue?
—Bien —dije, dejándome caer a su lado.
Ella apoyó las piernas sobre las mías y me miró con curiosidad.
—¿Bien? Mmm, no sé… tenés esa carita que ponés cuando querés decirme algo y no te animás.
Sentí un escalofrío. Me conocía demasiado bien.
—No es nada…
—Dale, hablá. ¿Qué pasa?
Mordí mi labio, dudando. No podía decirle que la idea me la había metido en la cabeza mi amiga, porque sabía que la odiaba y eso iba a arruinar el momento.
Así que me incliné un poco hacia ella y, con el corazón latiéndome fuerte, solté:
—Quiero que la próxima vez que salgamos… me hagas usar un plug.
Su expresión cambió al instante. Su sonrisa se ensanchó y sus ojos brillaron con esa chispa de dominio que tanto me encantaba.
—¿Así que querés llevar algo adentro mientras estamos con gente?
Asentí en silencio, sintiendo cómo mi cuerpo se estremecía bajo su mirada.
Ella se acomodó en el sillón, apoyando un pie sobre mi muslo y presionando apenas.
—¿Y qué más querés, putito?
Tragué saliva.
No sabía hasta dónde iba a llegar con esto.
Mi novia me miró fijamente, con una sonrisa ladina, esperando que dijera más. Sabía que no me animaba a soltarlo todo de una, y eso la divertía.
—Dale, amor… decime qué más tenés en mente —insistió, deslizando el pie por mi muslo, apenas apretando con la punta de los dedos.
Me pasé la lengua por los labios y tragué saliva.
—Quiero… —hice una pausa, dudando, pero su expresión expectante y burlona me obligó a seguir—. Quiero verte con otro.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Ah, sí?
Asentí, sintiendo que el cuerpo me latía.
—Uno que… la tenga más grande que yo. Que te haga disfrutar más que yo.
Su risa fue casi cruel.
—¿Más grande que vos? —repitió, como si se estuviera asegurando de que lo había escuchado bien.
Sentí que me hervía la cara, pero me obligué a sostenerle la mirada.
—Sí.
Ella se inclinó hacia mí, con los ojos brillando de satisfacción.
—O sea que querés verte como un cornudo pito chico mientras yo me la paso mejor con otro, ¿eso es?
Mi respiración se aceleró. Su tono, su mirada, la forma en que enfatizaba las palabras… todo me desarmaba.
—Sí…
Ella me agarró del mentón, obligándome a mirarla de cerca.
—¿Y qué te hace pensar que vos merecés estar ahí cuando pase eso?
Ella se quedó en silencio por unos segundos, observándome como si evaluara cada palabra que había dicho. El ambiente se volvió denso, y aunque su mirada seguía fija en la mía, podía ver que estaba jugando con la idea, probando cuánto podía estirarme, cuánto podía hacerme suplicar sin darme todo de inmediato.
Finalmente, se echó hacia atrás, cruzando las piernas lentamente, como si estuviera buscando la mejor forma de jugar conmigo.
—Mmm… me gusta lo que me estás diciendo, pero no estoy tan segura, cornudito —dijo, con una sonrisa maliciosa—. A mí no me gustan los chicos que no se atreven a humillarse completamente. ¿Entendes lo que quiero decir?
Me estaba desarmando por dentro.
—Sí… —susurré, sintiendo el corazón acelerado—. Yo… yo me atrevo.
Ella soltó una risa burlona.
—No sé, amor. Para dejarte ver como otra persona me garcha toda y te haga sentirte como el cornudo que querés ser, necesito ver que estás dispuesto a darlo todo.
Mi respiración se volvió más pesada. Estaba completamente perdido en el juego.
—¿Qué… qué necesitas que haga?
Ella levantó un dedo, indicándome que no debía apresurarme.
—Primero, quiero que me muestres lo que te gusta realmente, putita. Si te vas a someter a un tipo más grande que vos, quiero que demuestres que me lo entregás todo.
Me acerqué un poco, sintiendo la presión de sus palabras, y le susurré:
—Estoy dispuesto a todo. Haceme tuyo, quiero ser solo tuyo.
Ella sonrió de forma fría y calculadora.
—Eso me gusta. Vamos a ver cuánto aguanta esa boquita tuya, ¿no? —dijo, como si ya estuviera visualizando todo lo que iba a suceder. Luego se levantó y me miró con una mezcla de poder absoluto y diversión—. Pero ahora, lo que quiero es que me demuestres que entendiste lo que estoy diciendo. ¿Me vas a obedecer en todo lo que diga?
—Sí, todo.
—Bien, entonces —dijo mientras se acercaba lentamente, poniéndose frente a mí y parándose hasta dejar su vagina a la altura de mi cara—. Entonces, prepárate, porque esto recién empieza, petera.
Ella se acostó y me hizo acercar mi nariz a su húmeda concha, tomó mi cabeza con fuerza y aplastó mi boca contra ella haciéndome saborear toda su calentura, su respiración se volvía cada vez más agitada. No me daba respiro, su control sobre mí era absoluto, y sentía cómo mi cuerpo se sometía a sus órdenes sin cuestionarlas. Sus manos en mi cabeza me dirigían, con fuerza y determinación, como si fuera un juguete más, y su voz se volvía más suave pero llena de poder.
—Así que querés ver cómo me entrego a otro, ¿no? —dijo entre susurros, su voz cargada de una mezcla de burla y deseo—. Bueno, te voy a contar algo mientras estás ahí bebe.
Me costaba respirar. No solo era la humillación lo que me movilizaba, sino también la idea de todo lo que ella iba a hacer. De alguna forma, saber que ella estaba dispuesta a buscar a otro para satisfacer sus deseos me provocaba una mezcla de miedo y excitación.
—Hoy vi a un negro en el gimnasio. Un macho alfa, básicamente, mi amor. Era enorme, musculoso, y con un bulto que ni te imaginas. Capaz que es el indicado para tu ideita loca, yo sé que te gustaría ver cómo me lo va a meter un negro pijudo… cómo me va a hacer suya.
Las palabras de ella, tan directas y crueles, me invadían la mente mientras yo la complacía, con los ojos cerrados, sintiendo la mezcla de humillación y excitación. Su voz no hacía más que intensificar mi sumisión. Y ella seguía con lo suyo, cada vez más agitada y con la voz entrecortada imaginándose a ese tipo mientras yo le chupaba la concha.
—Hmmm si mi amor que rico… sabes que ese hijo de puta me va a poner de rodillas y le voy a hacer un pete que no sentiste en tu vida vos amor. Te voy a enseñar como se chupa una pija. Voy a dejar que me abra las piernas y me coja como lo haría un hombre, un hombre de verdad. Y lo mejor de todo es que vos vas a estar ahí, viendo cómo no soy más que su puta.
Me quedaba sin aliento, mi cuerpo reaccionando ante sus palabras, aun cuando sabía que todo eso era solo una fantasía. Ella sabía exactamente cómo jugar con mis límites y mis deseos.
—Y capaz que lo dejó hacerme la colita también eh… pero lo mejor va a ser el final amor, le voy a decir que me acabe bien adentro —dijo ella con un tono más bajo—, te voy a dejar limpiar todo lo que quede de él. Quiero que lo hagas, que me limpies toda la leche que rebalsa de mi conchita y sientas que no soy solo tuya.
Su voz se tornó aún más suave y cruel al final de su relato, mientras apretaba mi cara contra ella y se arqueaba en un orgasmo. Luego, levantó la cabeza y me miró fijamente, como si estuviera esperando mi reacción.
—¿Qué pensás, bebe? —susurró, con una sonrisa que dejaba claro que tenía el control total de la situación.
Antes de que pudiera responder, ella se inclinó hacia mí, tomándome por la mandíbula y besándome profundamente. Un beso que se sentía como un castigo y una recompensa al mismo tiempo.
—Voy a pensar en lo de ese tercero eh. Pero, por ahora, disfrutá el juego que estamos jugando.
Me quedé ahí, exhausto, con la cara aún entre sus piernas, sintiendo su respiración volverse más pausada. Me acarició el pelo con suavidad, se incorporó un poco, me tomó del mentón y me levantó la cara para que la mirara, me besó, lento y profundo, saboreando cada parte de mi boca como si también fuera suya.
Nos quedamos así un rato, en silencio, mientras me acariciaba la mejilla con los dedos. Luego, suspiró y sonrió con ternura.
Se giró en la cama y me hizo un lugar contra su cuerpo.
—Te amo, mi amor —dijo en voz baja, apoyando su hermosa y redonda cola contra mi verga dura.
—Yo también reina —dije luego de besarle el cuello y abrazarla.
La abracé, sintiendo su calor y su perfume, y me quedé ahí, completamente suyo.
A todo esto vale aclarar que mi novia y mi mejor amiga no se llevan tan bien porque mi novia es bastante celosa, pero igualmente me la rebusco para encontrarme con ella.
Hablamos arreglado un lunes a la tarde que nos encontrábamos en nuestro bar de siempre. Habíamos quedado en vernos después del trabajo, más que nada para ponernos al día, pero yo ya sabía que en cuanto me sentara frente a ella, iba a empezar con su juego.
Apenas me vio entrar, sonrió con burla y apoyó la cabeza en una mano, observándome con interés.
—Bueno, contame… ¿Qué hiciste el fin de semana? —preguntó con tono inocente, pero con esa chispa de malicia en los ojos.
—Nada en especial… —intenté esquivar la pregunta mientras me sentaba.
Ella entrecerró los ojos y apoyó los codos sobre la mesa.
—Mmm, no sé si te creo. Yo tengo la leve sospecha de que estuviste muy ocupado…
Mi cara se puso colorada al instante.
—No seas boluda…
—¿Boluda yo? No, mi amor, el boludo sos vos, que te entregás como una buena putita a tu novia y me lo queres ocultar A MI QUE TE CONVERTÍ EN LO QUE SOS —soltó con una sonrisa satisfecha—. Dale, contame todo. No me hagas adivinar.
Me humedecí los labios, sintiendo esa mezcla de vergüenza y excitación recorriéndome el cuerpo. Sabía que no tenía sentido negarlo. Si no lo decía yo, ella me lo iba a sacar igual.
Así que suspiré y entre tragos, le solté todo.
Te juro que todavía me tiemblan las piernas. Si me ves caminando medio raro, ya sabés por qué. No sé ni por dónde empezar… Fue un fin de semana de locura, de esos que te dejan hecho un desastre, vacío y completamente sumiso.
Todo arrancó el sábado a la tarde. Desde la mañana ella tenía esa mirada filosa, como si ya supiera exactamente lo que iba a hacer conmigo. Yo también lo sabía, y la ansiedad me carcomía por dentro. No lo disimulé bien porque en un momento se me acercó y me agarró de la cara con firmeza.
—Mirá cómo te brillan los ojitos, mi amor. Te encanta que te trate como mi perrito, ¿no?
No me dejó contestar. Me empujó sobre la cama y se subió encima mío, con esa actitud de que todo le pertenece, de que yo no soy más que un juguete en sus manos. Se acomodó sobre mi entrepierna y empezó a tocarme por encima del bóxer, con movimientos lentos, burlándose de cada gemido que me hacía soltar.
—Mirá como te pones… apenas te toco y ya estás duro como una piedra . Sos un cochino
Metió la mano adentro y empezó a masturbarme con calma, con una precisión enfermiza. Me tenía completamente en sus manos, marcando el ritmo, subiendo y bajando la velocidad cuando quería, llevándome al borde para después detenerse de golpe.
—No, bebe ni en pedo acabás todavía. Esto va a ser largo —me dijo, soltándome de repente y dejando mi erección palpitando en el aire.
Se subió a mi cara sin pedir permiso y me hundió contra ella. No le importaba si podía respirar o no, sólo movía la cadera como si mi boca fuera un objeto más para su placer. Me presionaba contra su humedad, jadeando mientras yo hacía lo mejor que podía para darle lo que quería.
Cuando terminó, se bajó y me miró con esa sonrisa cruel.
—Bien, servís para algo al menos. Ahora me toca a mí jugar.
Me hizo abrir las piernas y bajó con una lentitud desesperante. Empezó jugando con su dedo anular, me escupió de forma bruta y metió su dedo en mi culo con facilidad, sabiendo exactamente dónde tocar para hacerme gemir sin control. Ella ya estaba colándome de a dos y tres dedos y yo me agarraba de las sábanas, tratando de no acabar ahí mismo, pero ella lo notó y se rió.
—Ay, por favor… mirá lo fácil que sos. Apenas te meto un par de dedos y ya gemís como una putita desesperada.
Y después lo sentí. Su lengua bajando, recorriéndome con una dedicación que me volvía loco. Me agarró fuerte de los muslos y se enterró en mí sin dudarlo, jugando con su boca y sus dedos al mismo tiempo. Yo ya no podía más, estaba perdiendo completamente el control.
—No te atrevas a acabar, ¿me escuchaste hijo de puta?. No quiero que ensucies las sábanas como el pervertido que sos.
Me dejó temblando y me hizo sentarme en el borde de la cama. Se puso el arnés con calma, ajustándolo mientras me miraba desde arriba.
—A ver, abrí bien la boca, putito. Quiero ver si al menos servís para esto.
Me empujó el dildo contra los labios y yo lo recibí sin dudar. Me agarró del pelo y marcó el ritmo, obligándome a ir cada vez más profundo. Se reía mientras me ahogaba un poco, sin dejarme escapar.
—Mirá lo que sos… un tipo grande, pero lo único que querés es que te cojan. Decime la verdad, seguro soñás con esto. Seguro te pajeás pensando en que te llenen el culo de pija, ¿no?
Yo ya estaba completamente destruido, hecho un desastre, pero me moría de ganas por más. Ella lo notó, por supuesto.
—Dale, date vuelta, vamos a hacer las cosas bien, me ordenó.
Me hizo poner en cuatro sobre la cama y me empezó a coger con firmeza. Primero despacio, pero en cuanto mi cuerpo se relajó, empezó a moverse con más fuerza, disfrutando de cada sonido que salía de mi boca. Me agarró de la cintura y se inclinó sobre mí, susurrándome al oído con su voz más cruel.
—Miráte… te encanta, te entregaste completamente. Sos mi putita y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo bebe.
Me llevó al borde del orgasmo una y otra vez, negándome la liberación, haciéndome rogarle con la voz rota. Hasta que, al final, me lo permitió.
Me derrumbé sobre la cama, jadeando, con el cuerpo completamente dominado. Me dio una palmadita en la cabeza y se rió.
—Viste, sabía que te iba a encantar.
Y sí. Tenía razón.
Siguió cogiendome con fuerza, acelerando y yendo lento hasta el fondo, hasta que exploté. Acabé con una fuerza que nunca antes había sentido.
Apenas terminé de contarle todo esto a mi amiga, hubo un silencio de un par de segundos. Pero después, explotó en una risa burlona.
—¡Nooo, sos una tremenda putita! ¡Te lo dije! ¡Te lo dije, boludo! Yo sabía que tarde o temprano ibas a terminar así, en cuatro, con la cola abierta esperando que te la llenen.
Yo me moví incómodo en mi asiento, sintiendo cómo me ardía la cara. Ella seguía riéndose, como si mi vergüenza la divirtiera más todavía.
—¿Qué pasa te da vergüenza?. Después de todo lo que hiciste, después de cómo te entregaste… ahora te hacés el tímido amigo?.
Negué con la cabeza, pero no pude sostenerle la mirada. Ella se inclinó sobre la mesa con una sonrisa sádica.
—Decime la verdad… ¿Cuántas veces te pajeaste recordando cómo te cogió tu novia?
Me mordí el labio, sin responder.
—Miráte, no hace falta que digas nada. Se te nota en la cara que te encantó ser su putita. Y lo peor es que esto recién empieza eh…
Se acomodó en la silla y me miró con satisfacción.
—Estoy orgullosa de vos, en serio. Pensé que te iba a costar más, pero no… entregaste el orto como una buena perra. Yo sabía que si te animabas a dejarte lamer el culo y a aceptar un dedo, después ibas a querer más. Ahora ya no hay vuelta atrás.
Me mordí el labio otra vez, sintiendo la mezcla de vergüenza y excitación recorriéndome el cuerpo. Ella lo notó, obviamente.
—Dios, qué fácil sos. Seguro si te hablo un poco más sucio te ponés duro otra vez, ¿no?
Yo no dije nada. Pero ella no necesitaba mi respuesta.
—A ver, contame, trolito… ¿Cómo se sintió tener la boca llena de verga? ¿Te gustó chuparle la pija a tu novia? ¿Cómo se sintió que te garchara?
Me apreté las manos sobre las piernas, sin saber qué decir. Ella sonrió con malicia.
—¿Te dolió? ¿O lo disfrutaste como la trola que sos?
Tragué saliva.
—Me gustó… —admití, en voz baja.
Ella aplaudió, divertida.
—¡Eso, carajo! Así me gusta, que lo aceptes. Sos la putita de tu novia, y lo sabés. Ahora lo único que te queda es entregarte más y más.
Se acercó un poco más y bajó la voz, como si estuviera compartiéndome un secreto.
—Te voy a decir algo… Ahora que cruzaste esta línea, no podés quedarte ahí. Tenés que seguir. Dejar que tu novia haga lo que quiera con vos. Dejar que te use. Porque si te quedás en lo mismo, se va a aburrir. Y vos no querés que se aburra, ¿no?
Negué con la cabeza.
—Bien. Entonces hay que subir la apuesta. ¿Querés que te diga qué sigue?
Tragué saliva.
—Sí…
—Mmm, me encanta que seas tan obediente —dijo, con una sonrisa cruel—. Primero, más juguetes. Ya probaste el dildo, pero te falta sentir cosas más grandes, más intensas. Que te abra bien, que te haga gritar. Segundo, más control. No más acabar cuando quieras. Tu novia tiene que decidir cuándo y cómo acabás. Nada de pajas sin permiso. Nada de orgasmos gratis.
Mi respiración se aceleró.
—Y tercero… —hizo una pausa, como si estuviera evaluando si decirlo o no, pero su sonrisa decía que ya tenía la decisión tomada—. Un tercero.
Me quedé helado.
—¿Cómo que un tercero?
—Exacto lo que escuchaste. Un hombre. Otro tipo. Tu novia mandando, vos obedeciendo. Que te mire mientras te usan. Que te haga chuparla de verdad, a ver si aprendiste algo con el choto de goma.
Se me secó la garganta.
—No sé si…
Ella rodó los ojos, impaciente.
—Ay, por favor. No me digas que ahora te vas a hacer el difícil. Después de todo lo que me contaste, no me podés decir que no fantaseaste con la idea.
No respondí. Porque, en el fondo, ella tenía razón.
Ella se rió de nuevo y me palmeó la mejilla con burla.
—Tranquilo, ya vas a llegar a eso. Por ahora, seguite entrenando. Que quiero que la próxima vez que me cuentes algo, me digas que ya te tenés bien entrenado el ortito.
Me temblaban las manos. Me temblaban las piernas. Me latía el corazón como si me hubieran descubierto en algo prohibido. Y ella solo se quedó ahí, mirándome con una sonrisa victoriosa.
Terminamos nuestros tragos y nos despedimos.
—Dale, andá. Y saludala a tu dueña de mi parte.
Terminó diciendome
Me levanté torpemente y salí, sintiendo su mirada dominante siguiéndome hasta la puerta.
Y lo peor es que sabía que iba a seguir su consejo.
Cuando me despedí de mi amiga y salí del bar, la cabeza me daba vueltas. Lo que me había dicho seguía resonando en mi mentex
No podía evitarlo. Por más que tratara de distraerme en el camino a casa, sentía una mezcla de ansiedad y excitación recorriéndome el cuerpo.
Cuando llegué, mi novia estaba en el sillón, con el celular en la mano. Me miró de reojo y sonrió.
—Hola, amor. ¿Cómo te fue?
—Bien —dije, dejándome caer a su lado.
Ella apoyó las piernas sobre las mías y me miró con curiosidad.
—¿Bien? Mmm, no sé… tenés esa carita que ponés cuando querés decirme algo y no te animás.
Sentí un escalofrío. Me conocía demasiado bien.
—No es nada…
—Dale, hablá. ¿Qué pasa?
Mordí mi labio, dudando. No podía decirle que la idea me la había metido en la cabeza mi amiga, porque sabía que la odiaba y eso iba a arruinar el momento.
Así que me incliné un poco hacia ella y, con el corazón latiéndome fuerte, solté:
—Quiero que la próxima vez que salgamos… me hagas usar un plug.
Su expresión cambió al instante. Su sonrisa se ensanchó y sus ojos brillaron con esa chispa de dominio que tanto me encantaba.
—¿Así que querés llevar algo adentro mientras estamos con gente?
Asentí en silencio, sintiendo cómo mi cuerpo se estremecía bajo su mirada.
Ella se acomodó en el sillón, apoyando un pie sobre mi muslo y presionando apenas.
—¿Y qué más querés, putito?
Tragué saliva.
No sabía hasta dónde iba a llegar con esto.
Mi novia me miró fijamente, con una sonrisa ladina, esperando que dijera más. Sabía que no me animaba a soltarlo todo de una, y eso la divertía.
—Dale, amor… decime qué más tenés en mente —insistió, deslizando el pie por mi muslo, apenas apretando con la punta de los dedos.
Me pasé la lengua por los labios y tragué saliva.
—Quiero… —hice una pausa, dudando, pero su expresión expectante y burlona me obligó a seguir—. Quiero verte con otro.
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Ah, sí?
Asentí, sintiendo que el cuerpo me latía.
—Uno que… la tenga más grande que yo. Que te haga disfrutar más que yo.
Su risa fue casi cruel.
—¿Más grande que vos? —repitió, como si se estuviera asegurando de que lo había escuchado bien.
Sentí que me hervía la cara, pero me obligué a sostenerle la mirada.
—Sí.
Ella se inclinó hacia mí, con los ojos brillando de satisfacción.
—O sea que querés verte como un cornudo pito chico mientras yo me la paso mejor con otro, ¿eso es?
Mi respiración se aceleró. Su tono, su mirada, la forma en que enfatizaba las palabras… todo me desarmaba.
—Sí…
Ella me agarró del mentón, obligándome a mirarla de cerca.
—¿Y qué te hace pensar que vos merecés estar ahí cuando pase eso?
Ella se quedó en silencio por unos segundos, observándome como si evaluara cada palabra que había dicho. El ambiente se volvió denso, y aunque su mirada seguía fija en la mía, podía ver que estaba jugando con la idea, probando cuánto podía estirarme, cuánto podía hacerme suplicar sin darme todo de inmediato.
Finalmente, se echó hacia atrás, cruzando las piernas lentamente, como si estuviera buscando la mejor forma de jugar conmigo.
—Mmm… me gusta lo que me estás diciendo, pero no estoy tan segura, cornudito —dijo, con una sonrisa maliciosa—. A mí no me gustan los chicos que no se atreven a humillarse completamente. ¿Entendes lo que quiero decir?
Me estaba desarmando por dentro.
—Sí… —susurré, sintiendo el corazón acelerado—. Yo… yo me atrevo.
Ella soltó una risa burlona.
—No sé, amor. Para dejarte ver como otra persona me garcha toda y te haga sentirte como el cornudo que querés ser, necesito ver que estás dispuesto a darlo todo.
Mi respiración se volvió más pesada. Estaba completamente perdido en el juego.
—¿Qué… qué necesitas que haga?
Ella levantó un dedo, indicándome que no debía apresurarme.
—Primero, quiero que me muestres lo que te gusta realmente, putita. Si te vas a someter a un tipo más grande que vos, quiero que demuestres que me lo entregás todo.
Me acerqué un poco, sintiendo la presión de sus palabras, y le susurré:
—Estoy dispuesto a todo. Haceme tuyo, quiero ser solo tuyo.
Ella sonrió de forma fría y calculadora.
—Eso me gusta. Vamos a ver cuánto aguanta esa boquita tuya, ¿no? —dijo, como si ya estuviera visualizando todo lo que iba a suceder. Luego se levantó y me miró con una mezcla de poder absoluto y diversión—. Pero ahora, lo que quiero es que me demuestres que entendiste lo que estoy diciendo. ¿Me vas a obedecer en todo lo que diga?
—Sí, todo.
—Bien, entonces —dijo mientras se acercaba lentamente, poniéndose frente a mí y parándose hasta dejar su vagina a la altura de mi cara—. Entonces, prepárate, porque esto recién empieza, petera.
Ella se acostó y me hizo acercar mi nariz a su húmeda concha, tomó mi cabeza con fuerza y aplastó mi boca contra ella haciéndome saborear toda su calentura, su respiración se volvía cada vez más agitada. No me daba respiro, su control sobre mí era absoluto, y sentía cómo mi cuerpo se sometía a sus órdenes sin cuestionarlas. Sus manos en mi cabeza me dirigían, con fuerza y determinación, como si fuera un juguete más, y su voz se volvía más suave pero llena de poder.
—Así que querés ver cómo me entrego a otro, ¿no? —dijo entre susurros, su voz cargada de una mezcla de burla y deseo—. Bueno, te voy a contar algo mientras estás ahí bebe.
Me costaba respirar. No solo era la humillación lo que me movilizaba, sino también la idea de todo lo que ella iba a hacer. De alguna forma, saber que ella estaba dispuesta a buscar a otro para satisfacer sus deseos me provocaba una mezcla de miedo y excitación.
—Hoy vi a un negro en el gimnasio. Un macho alfa, básicamente, mi amor. Era enorme, musculoso, y con un bulto que ni te imaginas. Capaz que es el indicado para tu ideita loca, yo sé que te gustaría ver cómo me lo va a meter un negro pijudo… cómo me va a hacer suya.
Las palabras de ella, tan directas y crueles, me invadían la mente mientras yo la complacía, con los ojos cerrados, sintiendo la mezcla de humillación y excitación. Su voz no hacía más que intensificar mi sumisión. Y ella seguía con lo suyo, cada vez más agitada y con la voz entrecortada imaginándose a ese tipo mientras yo le chupaba la concha.
—Hmmm si mi amor que rico… sabes que ese hijo de puta me va a poner de rodillas y le voy a hacer un pete que no sentiste en tu vida vos amor. Te voy a enseñar como se chupa una pija. Voy a dejar que me abra las piernas y me coja como lo haría un hombre, un hombre de verdad. Y lo mejor de todo es que vos vas a estar ahí, viendo cómo no soy más que su puta.
Me quedaba sin aliento, mi cuerpo reaccionando ante sus palabras, aun cuando sabía que todo eso era solo una fantasía. Ella sabía exactamente cómo jugar con mis límites y mis deseos.
—Y capaz que lo dejó hacerme la colita también eh… pero lo mejor va a ser el final amor, le voy a decir que me acabe bien adentro —dijo ella con un tono más bajo—, te voy a dejar limpiar todo lo que quede de él. Quiero que lo hagas, que me limpies toda la leche que rebalsa de mi conchita y sientas que no soy solo tuya.
Su voz se tornó aún más suave y cruel al final de su relato, mientras apretaba mi cara contra ella y se arqueaba en un orgasmo. Luego, levantó la cabeza y me miró fijamente, como si estuviera esperando mi reacción.
—¿Qué pensás, bebe? —susurró, con una sonrisa que dejaba claro que tenía el control total de la situación.
Antes de que pudiera responder, ella se inclinó hacia mí, tomándome por la mandíbula y besándome profundamente. Un beso que se sentía como un castigo y una recompensa al mismo tiempo.
—Voy a pensar en lo de ese tercero eh. Pero, por ahora, disfrutá el juego que estamos jugando.
Me quedé ahí, exhausto, con la cara aún entre sus piernas, sintiendo su respiración volverse más pausada. Me acarició el pelo con suavidad, se incorporó un poco, me tomó del mentón y me levantó la cara para que la mirara, me besó, lento y profundo, saboreando cada parte de mi boca como si también fuera suya.
Nos quedamos así un rato, en silencio, mientras me acariciaba la mejilla con los dedos. Luego, suspiró y sonrió con ternura.
Se giró en la cama y me hizo un lugar contra su cuerpo.
—Te amo, mi amor —dijo en voz baja, apoyando su hermosa y redonda cola contra mi verga dura.
—Yo también reina —dije luego de besarle el cuello y abrazarla.
La abracé, sintiendo su calor y su perfume, y me quedé ahí, completamente suyo.
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