Soltero de verano (1): La escort 1




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Ocurrió hace un año, más o menos.

Me senté en una mesa solitaria, frente a la barra. Había sido una semana de locos y necesitaba liberar tensiones.

De más está decir que me sentía como pez fuera del agua: aunque no había mucha bulla, había algunos bohemios disfrutando de tragos, no pasó mucho para que me empezara a acostumbrar al ambiente.

Fue entonces que la divisé…

Marisol siempre dice que me fijo en“gatitas elegantes”. Se ha dado cuenta que más que mujeres escotadas o con minifaldas, me resultan más atractivas las mujeres con un rostro bonito.

Y ese viernes ocurrió lo mismo, aunque mentiría si dijera que esas piernas largas e infinitas no cautivaron mi atención: Llevaba una falda corta, de vuelo, pero sin hacerle ver vulgar; una camisa blanca color crema de botones, con un leve escote que vislumbraba el contorno de sus modestos senos y que ya le daban cierto aire como si hubiera salido de la oficina.

Soltero de verano (1): La escort 1

Pero lo más destacable eran sus cabellos rizados. Tenían un leve tinte cobrizos, pero tan desparramados, que me recordaban a un girasol por la manera de ensalzar su rostro. Sus labios eran finos, con una nariz pequeña y coqueta y unos ojos celestes vivaces, sin obviar ese blanquecino color de piel de las australianas que les sienta tan bien.

Lo que más me cautivó era su sonrisa. Noté algo de amenidad y encanto, pero también, parte de falsedad en su trasfondo.

Noté también que varios hombres trataban de invitarle tragos, la manera que ellos le susurraban algo al oído y cómo ellos después se retiraban, dejándola con esa sonrisa que, con cada decepción, se tornaba más falsa cuando volvía a la barra donde estaba sentada.

Ya no me quedaban dudas que era una escort…

Admito que tuve que armarme de valor, porque a pesar de estar casado tantos años con la mujer que amo, nunca se me dio de pendejo esa cosa de enganchar con alguien porque sí.

Así que, así como así, casi como jugando conmigo mismo, me acerqué a su lado y le solté una frase tan cursi, que solo lo hice con el morbo para ver si picaba…

-         ¡Hola!¡Disculpa! Sé que te ves encantadora, pero si me eres sincera, estoy demasiado viejo para invitarte algo para beber, ¿No?

(Hi! I’m sorry! I know you look lovely, but if you are really honest, I’m too old to invite you to drink, right?)

Creo que la manera en que se lo pregunté la descolocó por completo. Mi impresión fue como cuando escuchas un rayón en tu canción favorita de la radio. Para empezar, ella no tenía idea de dónde yo había salido y creo que le hablé con tanta naturalidad y confianza a la que ella, aunque me sonrió de vuelta, claramente no me pudo responder.

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Y sin darle tiempo para más, volví a mi asiento. Cuando se lo conté a Marisol, confesé que las orejas me ardían en esos momentos…

Pero mi mujer dice que, a pesar de mis años, no me veo nada de mal. Ciertamente, he tenido que trabajar en casa por conceptos de pandemia y por comodidad de mi esposa y mis hijas. Pero a la vez, me hago el tiempo de ir al gimnasio y ejercitar.

Además, mi ruiseñor confiesa que le encanta sorprender a sus amigas cuando les revela mi verdadera edad, puesto que no los aparento y al igual que ella, parezco recién entrando a los 30.

Como fuese, la actitud de la chica cambió dramáticamente luego de mi intrusión. Ciertamente, llegaron más tipos a coquetearla, pero era evidente que ella andaba más pendiente de mí y dónde yo me ubicaba. Finalmente, cuando nuestros ojos se encontraron, alcé mi vaso de jugo como celebrando su triunfo.

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Ella volvió a sonreír más genuina y en vista que estaba con alguien más, se excusó de alguna manera y marchó a mi mesa ratona.

·        No, no estás tan mal. - fue lo primero que dijo cuando llegó a mi lado, sonriendo con coquetería. - ¿Por qué? ¿Cuántos años tienes?

Al verla de pie, la encontré mucho más alta que mi esposa. 1.75 al menos.

-         40.-respondí sonriendo.

Hizo un gesto tan particular, como si me estudiara de pies a cabeza, y tras volver a sonreír, tomó asiento sin invitación.

·        No, nada mal.

Llamé a un mesero y le dije que pidiera lo que quisiera. Ella ordenó un gin and tonic y yo, mi acostumbrado jugo de durazno. Se llamaba Nicole, el eterno diálogo del por qué no bebo tragos y empezamos a charlar el motivo por el que estaba esa noche allí.

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Empezamos los trámites con la embajada a mediados de agosto. Hacían casi 10 años que no visitábamos nuestras familias y con la pandemia y la burocracia, las condiciones se pusieron mucho más estrictas para abandonar Australia.

En mi empresa, los rumores empezaron a mediados de noviembre: algo en la mainframe de la compañía, unos reportes de contabilidad erróneos y finalmente, esa lapidaria reunión corporativa a mediados de diciembre, donde nos informaban a Sonia (mi jefa) y a mí que tendríamos que corroborar los registros de nuestros proyectos.

Lo malo de levantar más de 10 proyectos a la semana por tu propia cuenta es que el volumen de información es tan grande, que no los puedes delegar, porque los conoces mejor que nadie.

Pero lo más frustrante es oír que “te compensarán las molestias”, aunque el dinero ya no es incentivo a este punto.

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Finalmente, con Marisol y Alicia (mi hija menor) no fue tanto problema y aceptaban ir de viaje sin mí. Mis gemelas, por otro lado, pusieron el grito en el cielo con la noticia. Es curioso que sin importar que, durante 2 años de pandemia juntos día a día, todavía les desagrada la idea de dejarme solo, en vista que sus 2 primeros años de vida me ausenté semana por medio de sus vidas al laborar en faena.

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Mi ruiseñor siempre dice que soy del tipo de personas que cuenta mis desgracias de una manera en que la hago reír. Y esa noche, tampoco fue la excepción.

Aunque apenas había tomado, Nicole se notaba en confianza y con una sonrisa más genuina.

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-         ¿Y qué haces? ¿Estudias? ¿Trabajas?

·        Estudio.

-         ¿Leyes? ¿Finanzas? - repliqué, casi sin pensar.

Su rostro de sorpresa era divino. Sus labios se enroscaron en un remedo carmesí apetitoso y sus ojos celestinos se dilataron en sorpresa.

No había sido mi intención, pero el perfil de su ropa lo decía o auguraba. En otra oportunidad, me ocurrió lo mismo con una amiga periodista de mi esposa. Debo tener una buena intuición.

Segundo año de finanzas. Hacía eso para costearse los costos de la universidad. Me pareció sincera.

Pregunté si no le daba miedo encontrarse con un futuro cliente, conocido o incluso un profesor. Ella solo volvió a sonreír misteriosa…

Pero luego reconocí que a menos que seas muy destacable en tu rubro, los tarados de administración con suerte levantan una ceja al verte y al menos 2 oportunidades, tuve que presentarme más de una vez con algún gerente de alto mando.

Llegó el momento de consultar el costo. Ella se mostró reticente, porque aparte de vestir “normal”, se notaba que yo le había caído en buena y al menos, en una noche tan mala como esa, ella prefería irse conmigo.

Torpe de mí que, al escuchar el monto, mi cerebro hizo todos esos cálculos matemáticos del momento…

Con solo salir los fines de semana por 2 meses, yo podría haberme pagado el semestre entero de mi carrera. Con 3, me habría alcanzado para comprarme un buen computador.

·        ¿Es mucho?– preguntó ella al notar mi silencio, casi como no queriendo causar molestias.

Creo que eso también resonó conmigo. En mis años universitarios, también me costeaba los gastos haciendo clases particulares y también preguntaba eso, si el cliente realmente me interesaba tomarlo.

Pero que lo hiciera ella, le daba un bono adicional. Me daba a entender que eran sus primeras veces, lo que se empezaba a notar en mi pantalón.

- No. -respondí, intrigado con mi adquisición. - pero ¿Cuánto cobras por el día entero?


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1 comentario - Soltero de verano (1): La escort 1

eltrozo896 +1
Interesante
Espero 2da parte
metalchono
Gracias por comentar. Ahí está subida.