Castigadas y premiadas

Castigadas y premiadas


El señor Steven entró en su despacho y se quitó el sombrero de copa y la levita. Se sentó en una butaca de cuero que descansaba tras una mesa de madera, encendió un cigarrillo y contempló el paisaje. A través del ventanal de la mansión podía ver los jardines. El cielo, lleno de nubes, amenazaba lluvia. Dio una fumada, tomó una pluma y empezó a escribir. “Estimado señor Dylan, me complace comunicarle que…”. Es interrumpido por dos discretos golpes en la puerta. “Adelante” –dijo con voz profunda. La puerta se abrió y una doncella uniformada, de piel pálida, entró haciendo una pequeña reverencia. “Disculpe que le moleste señor. La señora me envía” –le dijo. El caballero observó que la sirvienta tenía las mejillas coloradas y estaba visiblemente nerviosa. “¿Qué te ha ocurrido en el rostro?” –preguntó. “Su mujer, la señora, me ha abofeteado” –confesó la muchacha.

En ese momento, una segunda criada, con el cabello corto y algo rellenita llamó a la puerta y entró al despacho. Portaba una bandeja de plata con café. “Gracias Teresa, ya me ocupo yo. Puede retirarse” –dijo el varón con impaciencia. La muchacha salió dejando la puerta sin cerrarla y se quedó con el oído puesto. “¿Y qué más?” –preguntó el señor Steven reanudando la conversación. “Me ha dicho que usted se encargaría de azotarme con la vara” –confesó la aludida muerta de vergüenza. Afuera, su compañera seguía el diálogo conteniendo el aliento. Aquello estaba excitándola. Sabía perfectamente lo que era ser azotada por la mano dura del señor de la casa, a pesar del dolor había aprendido a encontrar placer cada vez que debía ser castigada. Por eso se quedó, para ser testigo muda de aquella azotaina que se llevaría a cabo. “¿Cómo te llamas muchacha?” –preguntó el varón, tras hacer una pausa para saborear el café. “Me llamo Mary señor” –le respondió la temblorosa muchacha. “¿Cuánto tiempo llevas trabajando acá?” –indagó el caballero. “Tres días, señor” –respondió ella bajando la mirada. “¿Ninguna de las otras criadas te dijo cuáles son las reglas de esta casa?” –preguntó el hombre el tono serio. “La verdad, no señor. No he tenido tiempo de hablar con alguna” –respondió Mary avergonzada, ya que también era su culpa no haberse informado mejor. “¿Y cuántos azotes tengo que darte?” –le preguntó. “Dos docenas, señor” –responde con nerviosismo.

El caballero guardó silencio. No le gustaba que le interrumpiesen en su trabajo y se preguntó si no habría más personas en esa casa que pudieran administrar disciplina. Sin embargo, la idea de azotar las nalgas de esa joven distaba mucho de ser un inconveniente. Su miembro había empezado a hacerse grande bajo sus pantalones y ese cosquilleo le gustaba. Pensó en su mujer, la señora. Cierto es que sus pechos ya no eran tan firmes como antaño, pero seguía siendo atractiva, inteligente y con esa mirada que veinte años atrás le había enamorado.

La muchacha, entrelazó las manos mientras aguardaba. No hacía calor, pero sudaba. Las palabras de Steven, con un tono algo más severo, hicieron que se sobresaltase. “Está bien Mary. Abre el armario que tienes enfrente, saca una vara y dámela” –dijo. La víctima obedeció, se acercó al mueble, hizo girar la llave y extrajo la vara. “Aquí tiene, señor” –dijo entregando el instrumento de castigo a su señor. Este agitó la vara en el aire haciéndola silbar. La doncella contrajo las nalgas involuntariamente mientras notaba como se formaba, fruto de los nervios, una especie de nudo en su estómago. “Levanta las faldas del vestido, baja las enaguas e inclínate sobre la mesa” –le ordenó.

La otra criada que aguardaba afuera, llena de curiosidad, se atrevió a asomarse y contempló como Mary descubría el culo. Eso la hizo hervir, se sentía caliente al ver como la chica dejaba su culo en pompa para el señor de la casa, involuntariamente se llevó la mano a la vagina, ya que no aguantaba más las ganas de tocarse al deleitarse con ese macabro espectáculo del que ella había sido victima en varias oportunidades, tanto por el señor como por la señora. “¿Preparada?” –preguntó Steven colocando la vara en medio del trasero de la joven. “Sí señor” –respondió la joven mientras tomaba aire y tensaba sus nalgas. La doncella que miraba fue testigo del primer golpe. Contundente, limpio, impecable. Un azote que dejó una línea colorada y de seguro un torrente de dolor. A medida que los azotes caían la excitación de la “voyeur” aumentaba hasta el punto de llevarse una mano a la boca por miedo a gritar. Aun sin ser la receptora del azote, apretaba el culo cada vez que la vara mordía las nalgas de Mary, para luego, con placer culpable, tocarse sus partes íntimas.

Nadie era inmune a la atmósfera y a las sensaciones de una buena tunda en el trasero. Hasta la propia azotada, que se esforzaba por mantener la compostura y estarse quieta, vivía en un mar de sensaciones. Calor, vergüenza, escozor y, por raro que parezca, placer, placer que se concentraba en su entrepierna hasta formar un fino hilo, apenas visible, de líquido vaginal. Después de unos minutos, que parecieron eternos. El azote número veinticuatro puso fin al castigo corporal. Mary se incorporó y con permiso del señor Steven frotó con delicadeza sus nalgas. El señor Steven, discretamente, se sentó tras el sillón, tratando de ocultar su erección. Las formas importaban y no era decente, por muy natural que fuese, mostrar temas de índole sexual en presencia del servicio doméstico.

En el pasillo, la chica del té se acomodó su uniforme y caminó hasta la cocina en donde esperó a Mary. La chica al verla sintió un poco de vergüenza, ya que la había visto momentos antes de ser castigada y sabia porque estaba en el despacho del señor. “¿El castigo fue duro?” –le preguntó. “No fue duro, fue brutal, me duele mucho” –le responde la joven Mary. “Así siempre es la primera vez, duele a montones, pero conforme pasa el tiempo te acostumbras e incluso lo disfrutas” –le dice ella. “No sé si pueda acostumbrarme, ya que no podría describir lo que siento en este momento” –dice Mary. “¿Te arde?” –le pregunta. “Mucho” –responde la chica sin titubeos. “¿Me dejas ver?” –le pregunta la otra criada. “¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre? Eso ni pensarlo” –dice Mary con vergüenza. “No tengas vergüenza, todas hemos pasado por lo mismo” –le dice la criada. “Está bien, pero no me lo vuelvas a pedir” –le dice Mary. Se levanta la falda y baja las enaguas, dejando ver las marcas rojizas de los azotes que había recibido, la otra muchacha siente como su vagina se mojó al ver el culo de Mary y le dice: “Te queda muy bien ese color rojizo, realza la blancura de tus nalgas”. Mientras la acaricia con suavidad. “¿Qué haces?” –le pregunta Mary. “Solo acariciarte, ya que te debe doler” –le responde. “Sí, duele mucho” –dice Mary. “¿Te propongo algo?” –dice en tono de pregunta. “¡A ver, dime!” –le dice la muchacha. “Ve hasta donde están colgadas las tablas de madera para picar y trae una” –dice. “¿Para qué? ¿Qué tienes en mente?” –le pregunta contrariada Mary. “Solidarizar. Anda y te digo” –le responde la otra criada.

Mary fue hasta donde se le indicó y trajo una de las tablas para picar, le dice: “Ahí está. Ahora dime que tienes en mente”. La otra empleada la miró con lujuria y le pregunta: “¿Cuántos azotes te dieron?”. “Veinticuatro, ¿Por qué?” –le dice Mary. “Simple, yo quiero solidarizar contigo y voy a dejar que me treinta y seis azotes con la tabla” –le dice. “De verdad estás loca. ¿No puedo hacerlo?” –le responde. “Si puedes, además, soy yo quien te lo está pidiendo” –le dice la otra criada. “¿Lo dices enserio?” –le pregunta. “Sí, te hablo enserio” –le responde. “Bueno, levántate la falda y el resto ya lo sabes” –le dice Mary. La otra criada, sigue las instrucciones al pie de la letra y deja su culo en pompa. “No te detengas hasta que los treinta y seis azotes estén completos” –le dice. Mary más llena de dudas que de certezas asiente. Mary tomó aire y comenzó a azotar las nalgas de la otra empleada, el primer azote cayó con fuerza, haciendo que la azotada lanzara un grito de dolor y que su cuerpo se estremeciera por completo; pero a la vez también provocó una placentera sensación en su vagina, que seguido de su grito dejó salir un gemido armonioso. El segundo y el tercero cayeron seguidos, sin tiempo de intervalo entre ambos, lo que provocó en Teresa que su vagina palpitase y se mojara profusamente. “Azótame más fuerte” –le dijo a Mary. Con sus manos firmes sobre la mesa de la cocina y con el corazón saltando en su pecho Teresa soportó así hasta el décimo azote. La sensación se placer se hacía más notoria, sus piernas temblaban y sus gemidos se hacían intensos. “Ves que puedes obtener placer en medio del dolor” –dice Teresa a Mary con una voz ahogada entre gemidos. “Así lo veo y también siento que puedo obtener placer al causarlo” –le dice. “Entonces, no te detengas tesoro” –dice Teresa excitada. En medio del éxtasis placentero que las envolvía, ambas criadas se dejaron llevar por el fragor de la sesión de azotaina, llegando así al azote número 20. Teresa intentaba mantenerse en pie, ya que cada golpe debilitaba sus piernas y hacia escurrir sus fluidos por las piernas. Hasta ese momento fue visitada por varios orgasmos que la tenían al borde de la ebullición. Teresa se bajó la parte del uniforme, sacando sus grandes tetas por encima del brasier y apoyándolas sobre la mesa, esperando deseosa que Mary siguiera torturando sus rojizas nalgas. Para Mary era inevitable esconder su excitación, le calentaba la manera en que Teresa gemía, su entrepierna era un mar de sensaciones, sus enaguas rebosaban de fluidos, y su mente estaba sumida en la más oscuras de las lujurias que una mujer pudiera experimentar.

Siguió azotando con fuerza las nalgas de la otra criada con lujuria y una sonrisa perversa, incluso la jaló del cabello, llevando su cabeza hacía atrás y le susurró al oído: “¿Te gusta? ¿Te gusta sentir como arden tus nalgas?”. “No sabes cuánto, me fascina que castigues mi culo” –le responde Teresa. Mary le apretó un pezón con fuerza, Teresa se estremeció y gimió. A esas alturas ya iban treinta azotes. Lentamente Mary dio un azote, luego otro, ya Teresa no podía casi sostenerse, el placer era tanto que sus piernas temblaban y no tenían fuerza para sostenerla. Su culo ardía, su vagina se mojaba aún más y otro orgasmo golpeaba la puerta de su cordura. Mary lo disfrutaba, hasta que al fin el azote número treinta y seis llegó. Lo que detonó en Teresa unos gemidos tan intensos que podían oírse en toda la amplia cocina, Mary la volteó y besó sus labios, una acción impulsada por la calentura que sentía, ese beso fue correspondido con lujuria. La chica bajó con su boca hasta las tetas de Teresa que tenía sus pezones duros, Mary los lamió, chupó y mordió. Sus manos se fueron a la húmeda vagina de Teresa quien al sentir los dedos de Mary separó más las piernas para darle más libertad a esos invasores dedos que jugaban con su clítoris. “Esto no puede terminar aquí” –le dice Teresa. “Tienes razón” –dijo Mary. “Vamos a mi habitación” sugirió Teresa. Mary asintió. Teresa tomó un pepino largo y lo llevó a su habitación. No hubo preámbulos, al instante se desnudaron y se abalanzaron sobre la cama. Se besaban como condenadas, mientras sus manos recorrían cada espacio de sus lujuriosos cuerpos.

Cada beso, cada caricia causaba en ellas un torrente de pasiones que las hacia perder la cabeza, en medio de esas candentes caricias comenzó a llover con furia, los relámpagos iluminaban la habitación dejando ver la lujuria en ambas criadas y el ruido de los truenos se confundía con el sonido de sus gemidos. Teresa tomó el pepino que había sacado de la cocina y se lo metió en la boca, lo chupó como si estuviera chupando una verga, Mary pasaba la lengua con lujuria por el borde del vegetal. “Así me entretengo en la soledad” –le dice Teresa. “Muéstrame como lo haces” –dice Mary. La otra criada se sentó en la cama y separó las piernas, pasó el pepino por su vagina, rozando su clítoris, Mary no perdia detalles de ese morboso espectáculo que aumentaba la excitación en ella. Teresa jugaba con el pepino deslizándolo por su clítoris y abriendo sus labios vaginales. La lujuria en los ojos era innegable, la luz de los relámpagos mostraban ese lado perverso en su mirada.

Todo era tan sensual, la cara de placer de Teresa era un poema erótico que se escribía en cada segundo. La criada con el pepino se recostó en la cama y abrió sus piernas, con una voz sensual le dice a Mary: “Ahora viene lo bueno”. Se metió lentamente el pepino, abrió su boca para respirar, ya que las dimensiones del vegetal era demasiado para vagina. Aun así empujaba para que entrara más. Mary se tumbó a su lado y se empezó a masturbar, no pudo contener sus ganas de hacerlo y disfrutar de esa morbosa vista, los gemidos de ambas seguían siendo acallados por los truenos que eran testigos de la lujuria que las consumía. Teresa se penetraba como una loca con el pepino, mientras que Mary jugaba con su hinchado clítoris, al verla la otra criada le dice: “Ven, y cruza tus piernas”. Mary obedeció y se acercó cruzando sus piernas por encima del cuerpo de Teresa, pudiendo sentir la otra punta del pepino. Sin que le dijera nada tomó el pepino y lo acercó a la entrada de su vagina, el cual entró con un poco de dificultad pero la hizo estremecer. Ahora estaban unidas por ese improvisado juguete. Ambas se empezaron a mover con un delirante ritmo que las hacia gemir de placer. Sus vaginas estaban colmadas por aquel pepino que se metía cada vez más profundo en sus vaginas, sus fluidos eran más que abundantes, las dos a la par jugaban con sus tetas mientras movían sus pelvis armoniosamente.

Por otro lado los señores de la casa se encontraron en el despacho de Steven. “¿Te gustó el regalo que te mandé?” –le dice la esposa. “Claro que sí, sabes que me gusta castigar a las zorras que tenemos por empleadas” –le responde. “¿Qué le hiciste?” –le pregunta la señora. “Le di los veinticuatro azotes con la vara que está en el armario” –le respondió Steven. “Debió disfrutarlo” –le dijo ella. “Yo creo que sí porque se mojó mientras la azotaba” –dice el hombre. “¡Qué zorra resultó! ¿No te la cogiste?” –le pregunta la esposa. “No, estaba esperando hacerlo contigo” –le dice Steven, quien se pone de pie y baja el cierre de su pantalón dejando ver su erecta verga. La mujer se pone de rodillas y se la empieza a chupar como a él le gusta, lento, pasando su lengua despacio y tragándola despacio. Solo unos minutos bastaron para que Steven la tomara y la pusiera apoyando su pecho sobre el escritorio. Le subió la falda y bajó sus bragas. De una estocada brutal se la clavó en el culo, haciendo que su esposa diera un alarido de dolor. Al hombre pareció no importarle y empezó a moverse con fuerza tomado de las caderas de su esposa. “Me gusta cuando alguna de las empleadas te pone caliente, porque me coges como un salvaje” –le decía su esposa gimiendo. Steven estaba enceguecido dándole por el culo imaginado que era a Mary a quien se la estaba metiendo. Ella le pedía que se la metiera con más fuerza, ya que sabía lo que pasaba por la mente de su esposo. “¡Eso, dame duro, así como si se lo estuvieras metiendo a esa zorra!” –le decía. La empezó a nalguear, ella estaba poseída por el éxtasis, disfrutando de la cogida que estaba recibiendo por ese impetuoso hombre. El sudor corría por la frente de Steven, mientras sus manos se grababan en las nalgas de su esposa por la fuerza que las azotaba, La mujer gemía y se retorcía con frenesí, su culo le ardía, no solo por las nalgadas sino también por las potentes embestidas que recibía. Ya sin poder aguantar más se dejó abrazar por un intenso orgasmo que la hizo babear sobre el escritorio y escurrir sus fluidos por sus piernas al piso. Steven estaba complacido, por lo que anunció que estaba a punto de acabar y quería hacerlo en la boca de su mujer. Ella se puso de rodillas y abrió su boca esperando recibir el tibio semen de su marido. Steven se masturbaba como un energúmeno, hasta que su verga explotó, dejando salir tibios chorros de semen que cayeron no solo en la boca de su mujer, también en su cara y mancharon su vestido. “Me gusta sentir tu semen en mi cara, pero me encanta cuando manchas mi ropa. Me hace sentir como si fuera una de esas sucias meretrices de los bares” –le dice la mujer. Se tragó la verga de su esposo para dejarla limpia, cuando terminó se puso de pie y arregló su ropa para salir del despacho. Steven se tiró en la silla exhausto por el placer, sabiendo que a su esposa le gustaba ponerlo caliente con alguna de las criadas para que luego se la cogiera.

Los minutos pasaban y las dos criadas seguían unidas a ese pepino despiadado que les daba placer simultaneo. Hasta que sintieron llegar ese orgasmo perverso que las dejó presas de un placer indescriptible. Entre sus alaridos y palabras vulgares sucumbieron con prontitud a ese orgasmo que las recorría como un invitado lujurioso. Teresa y Mary estaban con la calentura por las nubes, sobre todo Mary que le dice a su compañera de aventura: “Ponte en cuatro”. Teresa obediente se gira como puede y levanta sus caderas dejando su culo y concha expuestos a las morbosas intenciones de Mary. La chica empezó a pasar su lengua por el ano Teresa quien vibró al sentir como se deslizaba. “¡Oh, qué rico lo haces Mary!” –le decía. Entonces la chica tomó el pepino y empezó a jugar con él en el ano de Teresa, en ese momento ella deliraba de placer, sabía muy bien lo que Mary quería hacer y ella no pondría resistencia, al contrario, le suplicaba que se lo ensartara en el culo. No bastó más que escucharla decir eso para que Mary forzara el culo de Teresa para recibir ese largo y ancho pepino. Poco a poco se hundía, Teresa bufaba, jadeaba y gemía, hasta que ya tenía la mitad dentro. Mary empezó a penetrarla sin ninguna delicadeza ni compasión, movía su mano con rapidez haciendo que en cada embestida el pepino se metiera más adentro del culo de Teresa. “¡Ah, mierda! ¡Qué rico! ¡Rómpeme el culo!” –le decía gimiendo. A Mary la calentaba escucharla, la hacía sentir malvada, sentía que abusaba del culo de Teresa y eso le hacía hervir la sangre. Fueron instantes de dulce tortura para Teresa que se vieron recompensados por fuertes nalgadas a medida que su culo era brutalmente invadido por el pepino.

Ya de ese apretado culo no quedaba nada, estaba abierto, dilatado. Mary sacaba el pepino y veía como el culo abierto de Teresa palpitaba como pidiendo más. Se lo volvió a ensartar en el culo, solo por el placer de escucharla gemir. Teresa ya no podía resistir más, su cuerpo era víctima de espasmos placenteros que la arrastraban por el abismo del orgasmo, ya encadenada al placer se dejó llevar por la perversión de Mary hasta que su cuerpo ya no se puso sostener haciéndola caer sobre la cama atrapada por un orgasmo que la dejó rendida. Mary, puso el pepino en la boca y le dijo: “Ahora chúpalo como si fuera la verga del señor Steven”. Teresa lo chupó y lo lamió como se le había indicado, Mary la miraba con la mirada más lujuriosa que jamás haya dado a alguien, le susurró al oído: “Háblale y dile lo mucho que te gusta su verga”. “¡Oh, señor! ¡Me encanta su deliciosa verga! ¡Me gusta chupársela y tragármela entera! ¡Me gustaría que me viera su esposa chupándosela y vea lo puta que soy con usted!” –decía delirando en placer y chupando el pepino hasta que llegaba a su garganta y se ahogaba.

Habia sido una tarde llena de lujuria para ambas, estuvieron por un par de horas dándose placer y debían volver a sus labores. Se besaron con pasión y lujuria, Teresa le dijo: “¡Me hiciste sentir tan puta que me encanta!”. Mary también dijo: “A mi también me encantó coger contigo”. “Quiero pedirte que me uses como puta y hagas conmigo todo lo que quieras hacer” –dijo Teresa. Mary sonrió y le dio otro beso. “Así será” –le respondió. Ambas criadas se vistieron y salieron del cuarto para retomar sus funciones. Siempre buscando el momento para ser sucias putas y darse placer hasta el cansancio.

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