El pañuelo de seda como excusa

-No tengo muy claro si lo que escribís es ficción o realidad…


-Todo lo que escribo es falso. Y todo es verdadero. Y en cualquier caso, un caballero no tiene memoria.


Entre relatos, chats y mensajes privados, empezaron a generarse confianzas. A gustarse. A desearse. Él, obvio, se había topado con una chica inteligente. Lo supo desde el primer momento, porque estaba acostumbrado a ver chicas y chicos que se “deceaban” o que pedían que “bengan”. Ella no. Tenía ortografía correcta, y sintaxis justa. Pero además, sabía jugar a escaparse, a esconderse, a responder con filosidad. Provocándolo hasta el paroxismo. Jugando con los límites de la palabra y de la fantasía.


Pero llegaron los intercambios de fotos, y él allí se supo perdido.


Es que además de inteligente, ella era preciosa. Y temió que al verlo, saliera corriendo. Pero eso no ocurrió. Siguieron regalándose partes para armar un rompecabezas, y se empezaba a acercar el principio del fin. O el fin del prólogo, porque todo el cortejo llegaría a su fin, para pasar a otra etapa.


Fue el día en que ella le mandó la foto de su boca. Y de su cuello. Y si bien él había quedado embobado por sus labios y los hoyuelos que se formaban con la sonrisa irónica, bromeó con que le gustaba mucho el pañuelo que rodeaba su cuello. Ella no se dejó amedrentar y le mandó otra foto igual, pero con su lengua afuera. Al verla, él se estremeció pensándola dentro de su boca, pero no se mostró vulnerable, y le dijo que le encantaba la combinación del celeste turquesa y el verde esmeralda, haciéndose el distraído, pero mostrándose también un hombre sensible que conoce más colores que el rojo, el azul y el amarillo. 


-¿Por qué te gusta tanto mi pañuelo?- preguntó intrigada


-Porque lo veo suave, de esos que en tus muñecas no te lastimarían.




Ella entendió todo. Sabía que él la deseaba de un modo carnal, pero la curiosidad, ah! Ya se sabe que la curiosidad no es buena consejera. La siguiente pregunta tenía una respuesta implícita, pero nadie, ni ella ni él, podían saber qué era lo que iba a ocurrir algunas decenas de minutos después.


-¿Te atreverías?


-Vos lo único que tenés que decirme es por donde te paso a buscar, y te muestro


-…


-Me encantó tu silencio, quiere decir que estás pensando. Yo tengo toda la mañana libre, y puedo ir a buscarte donde sea.


Ella ya no dudó más. Le dijo que iba a estar en un bar en una esquina de un barrio del sur de la ciudad, y él le dijo que estaría en el lugar en 45 minutos. Y cumplió con una puntualidad asombrosa. Y se miraron con esa mirada única, que pocas veces ocurre. Una mirada dulce, curiosa, asesina, hambrienta. Con la alegría del encuentro, con el deseo de estar ya en otro lugar. Él no se sentó. Le dio un beso en la comisura de los labios. Llamó al mozo y le hizo señas para que le trajera la cuenta. Pagó y ella lo siguió sin palabras. Subieron al automóvil, y se escondieron en un hotel alojamiento. Y cuando cerraron la puerta de la habitación se miraron a los ojos y se besaron como hacía semanas que deseaban hacerlo.


Ambos se ocuparon de desnudar al otro, de recorrerlo con las manos, de reconocerse… hasta que él levantó el pañuelo de seda azul y verde que había quedado en el piso, y la miró fijamente buscando su aprobación. Y en la mirada de ella, no encontró rechazo, ni temor alguno… así que la recostó en la cama y levantó sus brazos. Hizo el ocho con el pañuelo como él sabía hacerlo y ajustó las puntas a la baranda de la cama.


Ella inmovilizada se dejó hacer. Él se regaló unos segundos para contemplar el cuerpo de la mujer que deseaba. Y rozó su vientre con la punta de los dedos, y ella se estremeció como si le hubiera pasado corriente.


No la tocó sino hasta después de besarla profundamente, para infundirle confianza… su beso fue descendiendo por su cuello, y se demoró en sus pechos. Sus pezones se endurecieron, y su cuerpo hacía contorsiones de placer. Detuvo su lengua en el vientre, mientras con sus dos manos acariciaban los muslos de la bella y enigmática mujer. Hasta que por fin empezó a rozar su clítoris con la lengua, haciendo pequeños círculos sobre él. Recibió el primer orgasmo en su boca, como un preludio de los siguientes, los que iba a recibir en sus manos. 


Hasta que decidió desatarla. Y le alcanzó un vaso de agua. Y se sentó al borde de la cama, y ella se lanzó encima de él, y lo cabalgó hasta que se sintieron fundidos cada uno en el cuerpo del otro: la lengua de ella en la boca de él, su pija invadiéndola toda, las manos de él rozando su culo, acariciando sus nalgas, aprovechando las lubricaciones para puertearle el ojete. Cada centímetro de piel en la piel del otro, cada milímetro provocando oleadas de placer. Todo se vuelve incontenible y un último orgasmo de ella, y el primero de él, al unísono, como si estuviera dirigido por un director de orquesta, los derrumbó en la cama.


Cuando recuperaron el aliento, se miraron y se sonrieron.


-Mañana vas a saber qué de mis relatos es verdad y qué es fantasía.







El pañuelo de seda como excusa

2 comentarios - El pañuelo de seda como excusa

complices_mardel +1
tremendo, adoro los detalles de la narración, siempre impecable!
VoyeaurXVII +1
gracias! siempre tan generosa!! (generosos ambos!)
BastienLeTueur +1
Muy bueno!
Yo dibujo bastante de dominación, en general lo mío es más extremo, las chicas la pasan mal al final, pero arranca para el mismo lado
VoyeaurXVII
si la pasan mal... no está bien.
Solo está bien cuando la pasan bien aun en los juegos extremos
BastienLeTueur
@VoyeaurXVII si, en la vida real, de acuerdo, en las fantasías, bueno ahi no tanto!
BastienLeTueur
@VoyeaurXVII si, en la vida real, de acuerdo, en las fantasías, bueno ahi no tanto!