Al viejo le gustan jovencitas

Pincheviejo, no lo podía creer, se había chingado a otra mujer mucho más joven que él,cabrón vetarro.

Al viejo le gustan jovencitas

viejo
El propioDon me había mostrado el sexual encuentro en su celular, el muy desgraciado lohabía grabado sin que aquella compañera de brincos lo supiera.
Madre de uncompañero de su pequeño hijo, quien iba en jardín de niños, la mujer de segurohabía aceptado fornicar con el anciano interesada por el dinero del hombre. DonMargarito tiene varios negocios.
Conocí alveterano debido a que, como he dicho, tenía un hijo en el jardín de niños. Pesea su edad se había aventado un doceavo retoño con su tercera esposa. Porsupuesto que a su edad el que llevara a su hijo a la escuela llamaba mucho laatención, pues dada la apariencia del venerable más bien parecía su nieto. Peroque no lo llamaran abuelo porque eso sí que le ofendía al Don. Para sí mismo élse considera muy joven; pinche viejo rabo verde, vive fuera de su realidad, mecae.
En lasjuntas escolares las mujeres se burlaban de él a sus espaldas, diciendo que deseguro el “Chiquis” (mote como conocían a su hijo, por ser el más chico) era deotro hombre, y que la mamá (que dicho sea de paso era décadas más joven que elDon) se lo había enjaretado al viejo. El Don se las da de galán y conquistadorpese a todo, tiene ya una docena de descendientes, unos hasta casados y conhijos propios, así que, pese a que no le guste, en verdad ya es abuelo. Alviejo hay que reconocerle que supo hacerse de un buen patrimonio, gracias a susdistintos negocios, desde vendedor de telas hasta restaurantero, por mencionaralgunos. No por nada, de aquellas señoras chismosas que tanto lo criticaban,nomás se enteraron de que el viejo tenía dinero, no faltaba alguna que descaradamente“le aventara el calzón”, como suele decirse, pues su patrimonio les llamaba elinterés.
El viejopicaba más que adolescente calenturiento con aquellas interesadas. A mí me lopresumía pues, eso sí, es muy platicador y dicharachero. Hasta invita lasbebidas con tal de ser escuchado cuando cuenta sus lujuriosas aventuras decama. ¡Viejo cabrón!, qué leperatura expone al narrar sus sexosos encuentroscon aquellas hembras más jóvenes que él.
Escuchar alviejo es más divertido que ver televisión, pero eso sí, cuidado de hacerlecomentario sobre su edad pues, como ya he dicho, el que le señalen su edad loencabrona. Aunque la realidad no sea otra, toma como mentada de madre si lellegan a decir “abuelo” o “adulto mayor”. Don Margarito es de esas personas quese niegan a envejecer, pese a lo innegable de las apariencias. Siempre quieremostrarse vigoroso, enjundioso; y más en lo sexual. Se niega a considerarse unanciano. Tanto así que, siendo de ojo alegre, ya le había echado éste a MariPaz, una joven que no llegaba a la veintena y quien trabajaba como mesera en surestaurant.
La chica nollevaba ni una semana allí y el viejo ya se la quería chingar.
—Usted ya noestá para esos trotes —le dije francamente cuando me lo comentó—. Cómo creé quele va a hacer caso una chamaca así.
Y es que lamencionada se veía de buen ver. Su figura era como de edecán o modelo; quizásno era tan bonita de rostro, pero poseía una figura muy deseable. Se hacíaantojable a la vista, la mera verdad, deliciosa. Silueta bien delineada,formada por un par de piernotas morenas cuyos muslos (bien carnosos, hay quedecir) conducían la mirada a unos glúteos pulposos de generosa carne; cinturafinamente delgada; vientre plano; pechos con perfil de gota amamantadora; y unacara con una boca de mamadora innata que se le notaba, lo digo por el grosor yforma de sus labios. Ese tipo de mujeres nacieron para mamar verga, en eso sí coincidocon el Don.
La verdad yosí me echaba mi buen taco de ojo cuando iba al restaurante de Don Margarito,pero hasta ahí. Bien sabía que la chamaca estaba muy jovencilla, hasta para mí,y yo no me metería en un lío siendo ella casada, pues la chamaca tenía güey.
—Vas a verque sí me la chingo —me afirmaba Don Margarito con total seguridad.
—Está muy chamacapara nosotros —le decía, incluyéndome en la diferencia de edad, nomás para queno me lo tomara a mal.
—¡Ah carajo!¿Y quién lo dice...? —dijo el Don.
—Pues esque... ya estamos mayores como para...
 —¡Lo estarás tú, pendejo! —todavía me dijo elviejo—. Yo sí me echo mis buenos brincos en la cama y sin resuellos.
Tal fue laforma en cómo hizo pantomimas al decir esto último que yo me reí en vez de ofenderme.
—¡Yaentiendo porque se ha casado tantas veces!
—Pues es loque te digo... pinches viejas, no aguantan los palos que les doy —dijo, y volvióa emular movimientos copulares meneando la pelvis a manera de culeo, como siarremetiera con fuerza a una imaginaria hembra que tuviera delante. Luego se rióel muy cabrón.
Mari Paz nien cuenta estaba del interés de su patrón. Ella vivía con su güey, un joven chafirete.De seguro que a él lo montaba cada noche, por lo menos así me lo imaginaba, uy,con ese cuerpo yo sé que así lo haría. Ya la podía ver, ella triturando el pubisde su macho con su pelvis femenina montada sobre el falo haciendo un sexohúmedo y desaforado, tal cual metlapil sobre metate haciendo masa. Así me losimaginaba mientras la veía limpiar las mesas del restaurante, en el entallado yescueto uniforme que Don Margarito la hacía usar. Éste consistía en una falditanegra, bien entallada, que le llegaba más arriba del medio muslo; la blusa bienescotada; y su infaltable pequeño delantal atado a la cintura.
Y es queviéndola era más que obvio que su marido debía de beneficiarse de elladiariamente en la cama. Si yo fuera aquél me la chingaría de a perro paradisfrutar de una vista muy suculenta, a la vez que le sacara profundos gemidosa la futura receptora de mis calientes secreciones; con esas nalgotas de seguroque me sería muy difícil contenerlos. Me le abrazaría con fuerza para metérselatoda todita, y así me seguiría encajando a su cuerpo para al final inyectarlemis muy vivos espermas, rociándole así su intimidad con mi nutrida descendencia.De seguro que ella lo agradecería.
Y es que estabaen su punto, pues el cuerpo de Mari Paz parecía rogar por quedar preñado. Nosería la primera vez ya que ya tenía dos hijas. La naturaleza es así, no pornada poseía ese cuerpo que se lo exigía; todo llega a su hora. La joven hembraexudaba un no sé qué que daba a entender que estaba más que necesitada de serinseminada; por ello uno no podía dejar de verla con antojo.
Claro queAlejandro, su hombre, bien podría inseminarla nuevamente, pero tenía un grandefecto aquél, le gustaba beber a desmedida. El dinero que ganaba como choférlo derrochaba en las bebidas, era por eso que Mari Paz tenía que trabajar. Comosiempre había sido chambeadora eso no le importaba, y no lo veía mal, sinembargo, la exponía a los ojos libidinosos de clientes, pero en especial a losde su patrón.
“Cada día megusta más la condenada”, me decía el cabrón de Don Margarito, pese a estar ellaa tan sólo unos pasos de nosotros. A mí me avergonzaba el que nos pudiera oír,pero al viejo no, y lo hacía con toda intención.
El morbosoDon (y yo mismo) no dejaba de mirarle los sudorosos senos; y la hermosa cola deseñora/señorita, envuelta en aquella apretada y cortísima falda, en especialcuando ella se empinaba.
—Hastamañana Don Margarito —le decía al despedirse la muchacha, sin sospechar lossucios pensamientos de su patrón.
—Que Dios teacompañe Mari —le respondía el viejo libidinoso, a quien casi se le salían losojos de las órbitas nomás verla retirarse caminando con su natural y sensualcontoneo. El muy cabrón me mostraba su erección que guardaba debajo de supantalón, como para presumir que aún se le paraba por sólo ver a la muchacha,como queriendo demostrar que no era ningún viejo chocho.
Aquellujurioso no dejaba de contemplarle las nalgas sin que ella lo notara. “Un díaahí mismo te la encajo, vas a ver”, decía mirándole el culo a la muchacha estandoyo presente. Luego me confiaba lo que le haría a aquella nomás pudiera: “Uno deestos días la llamo a mi privado y ahí mismo me la chingo. A mano abierta mevoy a apoderar de esas pinches nalgotas, vas a ver”.
Según suspropias palabras, le enrollaría la faldita en la cintura y se atascaría tocandosus suculentas carnes para después meter su cara entre aquellas suaves mejillasque le servían de asentaderas a la joven.
“Le voy adecir: ¿De quién son estas nalgas mi alma?,  y ella me va a responder: son tuyas Margarito.Luego le meteré la lengua en medio de la raya que las separa y le recorreréhasta llegarle a la jugosa raja de adelante.
En seguidale abriré la blusa, sacando sus dos tetas al aire y me amamantaré de ellas; le voya chupar cada uno de sus oscuros pezones con tal succión que le causaré dolor ala muchacha, pero le va a gustar, te lo aseguro” —me decía esto endureciendo unpuño como queriendo enfatizar su fuerza de macho.
Suspropósitos no terminaban ahí, claro. Ya que se la imaginaba echada en el pisopor propia iniciativa y así, totalmente encuerada, ella misma se le ofrendaría abriéndosea sí misma sus nalgas al máximo. Según él, ella le rogaría que se la metiera.
“Ahí te voycabrona, así le voy a decir cuando le vaya a meter mi vergota, se la obligaré atragar de una sola metida”.
Parecía casivenirse el viejo de sólo pensarlo. De hecho hasta puedo jurar que lo vimenearse a manera de culeo involuntario mientras me lo contaba. Pinche cabrónlibidinoso. Viéndolo así era evidente que un día el viejo se le iría sobres ala pobre chamaca, sin siquiera tener temor a represalias.
—Sabes MariPaz, cada día te pones más chula —le dijo un día Don Margarito como lanzándosepor fin a su joven empleada.
—Ah, graciasDon Margarito —respondió ella cortésmente. Tomando aquello, quizás, como un sanohalago, sin darse cuenta de las malas intenciones de su patrón.
—De verdadlo digo muchacha. Estás preciosa.
La otra sesonrojó pero ya no dijo nada en respuesta. Era notorio que se sentía incómoda.Yo lo noté, hasta estuve tentado a intervenir pero al fin no tuve que hacerlo.
—Y yo ¿quéte parezco? ¿No dirás que soy mal parecido, o sí? —inquirió el vetarro.
—Usted... no,claro, es simpático —dijo sonriendo la muchacha, no queriendo ser descortés consu patrón.
—¿De verdad?¿Te soy agradable?
—Sí, dehecho me recuerda a un hombre que quise mucho, hace varios años ya.
—¿Sí? —dijoaquél, ansioso—. ¿Y quién era aquél afortunado?
—Mi abuelo.Mi abuelito que en paz descanse. Se parece mucho a él —dijo.
Casi se mesale la carcajada al oír eso. Eso era lo peor para Margarito, mejor le hubiesementado la madre. Con dificultad encubrí mi reacción pues no quería bronca conel Don.
Jijo, esa nose la perdonó. Antes de que acabara la semana la despidió, anteponiendocualquier pretexto, claro.
“¿Cómo estáeso de que le recuerdo a su abuelo? ¡Hija de su...!”, me decía el Don, noqueriendo aceptar su evidente edad.
Sufrustración lo llevó a un estado de obsesión. A cada rato me decía: “Tengo quechingármela. Tengo que chingármela”. Estaba obsesionado con Mari Paz, pese aque ya no trabajaba para él. Tanto jodía con eso que lo invité a un putero paraque se desahogara. Y no les miento, el viejo sí que era enjundioso, podía oíren el cuarto que a mí me tocó los crujidos del catre del cuarto de arriba,donde aquel viejo cabrón se chingaba a la suripanta elegida.
«Caray, dela que se salvó la pobre chamaca», me dije pensando en la muchacha. «Para subuena suerte no se la chingó este viejo cabrón libidinoso».
Pero estabaequivocado. Para mala suerte de Mari Paz y buena de Margarito, Alejandro, el cónyugede Mari Paz, tuvo un accidente automovilístico. Luego de una noche de copas,mientras regresaba a casa, se juntaron su estado etílico, la tormentosa lluviay un desafortunado peatón que había atravesado la calle en mal momento. Alejandrono sólo lo atropelló sino que huyó y luego dieron con él.
Se veía enun trágico predicamento y junto con él su esposa. Tendrían que pagar los dañosocasionados, además de responder judicialmente por atropellar a aquél. Eldineral que le costaría pagar los daños era cuantioso. Ya no digamos el riesgo deir por varios años a la cárcel.
Fueron díasmuy angustiosos para la muchacha y llegó, incluso, a pedirle ayuda a DonMargarito, quien se portó especialmente atento y cariñoso con ella. ¡Viejo hijode la chingada!, claro que actuó así porque ya se traía entre manos su sucioplan. Mari Paz no sabía lo perverso que podía ser su antiguo patrón. Así pasaronlos días y...
—Cuantodeseaba esto —decía el viejo verde, mientras se asía de las nalgas de lamuchacha varios años menor que él, e incluso más joven que algunos de los hijosdel “venerable”.
DonMargarito y ella estaban hincados, uno frente a otro, sobre la cama; ella sólovistiendo sostén y bragas, y él mostrando orgulloso su correoso cuerpo desnudo.La pareja de joven hembra y hombre curtido destacaba en sus cualidades porcontraste. Quedando frente a frente estaban a punto de unirse en cruda uniónsexual.
Yo pude verlosasí pues el viejo cerdo grabó el encuentro (sin que ella lo supiera, porsupuesto) y tal video me lo presumió días más tarde lleno de orgullo por suinnoble fechoría.
—¿De quiénson estas nalgas mi amor? —decía Don Margarito en la grabación.
Se veía queel anciano deseaba que aquella muchachilla le respondiera: “tuyas mi amor”,pero Mari Paz se quedaba callada e incómoda. El Don sabía bien que eran suyasde cualquier modo, el dinero que le había facilitado a aquella pobre necesitadapagaba por eso. Eran tan suyas que podría hacer con ellas lo que quisiera, ynadie se lo impediría.
Le bajóentonces las pantaletas dejando al descubierto los dos gajos de carne morena yla raya que los dividía. Eran tan bellos como me los imaginaba, no voy a negarlo.Luego retiró el brasier y se apoderó de los pechos, tomando ambos con sus dosmanos, y sorbiéndolos uno por uno con chupetones bien tronados.
—Mi nenalinda, te adoro —le decía a la indefensa a quien sólo le quedaba soportar aqueltrato.
Y es queMari Paz se veía culpable. Culpable de haber aceptado el trato ofrecido por supatrón, quien se había comprometido a pagar gran parte del adeudo generado porel accidente, siempre y cuando ella se le entregara como mujer, mientras suesposo estuviera en presidio.
Supongo que MariPaz no sabía cómo volvería a ver a los ojos a su marido después de eso, de esoque Don Margarito le estaba haciendo en ese preciso momento, lo que lamortificaba y eso para mí era evidente viendo la grabación, mientras Margarito lechupaba los labios vaginales.
Por suparte: “De verdad que te saben delicioso”, decía Don Margarito luego de chuparaquella tierna carne. Goloso se tragó los jugos que inevitablemente se leescurrieron a la hembra tras el chupe intenso; después de todo era mujer.
Como la oyósollozar, el hombre le dijo:
—Ya nosufras más que ahorita te penetro mi amor, te voy a llenar ese hueco quenecesita mi carne —y la ensalivó de ahí lo mejor que pudo, humedeciéndole aconsciencia la entrada con el fin de dejarla bien lubricada para lo que vendría—.Ahí te voy —le dijo, y el veterano hombre guió su pene a la abertura vaginal desu empleada, aquella mujer que había aceptado eso sólo por verse necesitada. Deno ser así...
A pesar deeso gimió levemente cuando el anciano entró en ella. Mari Paz se estaba uniendosexualmente a un señor mayor, y, ciertamente, se notaba su repulsión. Comotantas otras mujeres antes que ella lo hacía con él sólo por dinero, claro queella en verdad lo necesitaba.
Mari Paz erapenetrada por un viejo cerdo y ella lo despreciaba claramente. Sólo lo dejabahacer por su necesidad. Por su parte, Don Margarito era un viejo bien lujurioso,que había nacido para fornicar y engendrar hijos. Así lo calificaba yo cuandoveía a Mari Paz trabajando nuevamente en el restaurant, sólo que ahora conevidente vientre de embarazada.
La pobrechamaca había quedado encinta estando su hombre preso; quién sabe cómo se loexplicaría el día que aquél saliera.
«Desgraciadoviejo cabrón», me dije mientras que ocultamente miraba en el celular cómoMargarito la inseminaba.
“A partir dehoy te voy a llenar de leche a diario”, podía oír a través de los audífonos. Vial viejo y el descarado me sonrió, como haciendo patente la satisfacción depresumirme lo que le había hecho a la pobre muchacha. Él le había hecho esapanza.
Gracias aaquel aberrante acto había hecho a la pobre muchacha otra más de esas madressolteras, pues de seguro su marido no la aceptaría así, una vez saliera.
Esoreflexionaba mientras continuaba viendo cuando ella lo montaba mientras él ledecía: “Te amo; te amo..., jinetéame amor, jinetéame. Anda cariño, móntame,móntame como si fuera tu potro.” Y la agarraba de las nalgas, no sólo coninterés de manosearla, sino también para marcarle el ritmo con que él queríaque se meneara.
Deseoso depresumirle su potencia, se incorporó cargándola y así la siguió bombeando enpie. No era la primera vez que lo veía hacer eso, era una de sus posicionespreferidas.
Joven mujery viejo hombre así muellearon, unidos por sus sexos, pero nada más alejado deun acto amoroso. Sus motivos para tal evento eran bien distintos. Margarito loque quería era saciar su apetito sexual, y su ego de macho, presumiendo antecámara lo vigoroso, activo y enjundioso que era, capaz de hacerle el sexo a unamujer joven; pero Mari Paz, por su parte, sólo lo hacía por el bienestar de sumarido. Hombre que de seguro la despreciaría nomás se enterara de que ellaestaba preñada sin que entre ambos hubiesen tenido relaciones íntimas en meses.
Varias veceslo hicieron, el viejo la hizo suya, se aprovechó de ella tanto como quiso, y yolos vi por medio de las grabaciones que él me confiaba. Pero todo tiene unlímite y...
—¡Pinchevieja despreciativa! —le vociferó Don Margarito, a la vez que le sacaba laverga y botaba sus piernas con desprecio, encabronado pues Mari Paz le habíarechazado un beso con asco que aquél le había querido dar en sus labios.
Esa fue laúltima vez que Mari Paz le permitió penetrarla. Estaba harta, lo único quequería era terminar cuando antes con aquello. Había cumplido con aquel sucio tratoy lo que en verdad deseaba era alejarse de ese hombre que tantas veces se lamontó encima, a pesar del desprecio que sentía por él. Después de eso ya nosupe de ella, quién sabe qué fue de la joven madre soltera que cargara en su vientreotro de los tantos hijos que Don Margarito, viejo cabrón libidinoso, hiciera eneste mundo.


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