Ley nude 4 : La casa de Isa

Mami me montó en el coche. Iba totalmente desnuda. Con mi castidad color rosa tapando mi cosita. Me sentía muy excitada. Las ganas de rozar mi cosita con una almohada eran enormes, pero frustrantes. Sabía que no podía hacerlo ahora. Me senté en la parte de atrás, con el cinturón de seguridad bien abrochado. Mami puso en marcha el vehículo y emprendió el camino a casa de Isa.
Ese día (y noche) lo pasaría en casa de Isa. Ella vivía en una hermosa casa en el centro del pueblo junto a su padre y el novio de este. Sus papás la adoptaron y desde entonces vivía con ellos.
Ellos ya sabían de mi situación. Isa les contó lo ocurrido y cuando supieron que era un Sissy, le sugirieron a Isa que me llevaran a su casa “para jugar”.
• Ya verás que bien lo pasas corazón — me dijo mami, aguantando la risa.
Yo no dije nada. Sabía que no podía hablar a menos que me dieran permiso. Esas últimas semanas me había esforzado por ser una nenita obediente. Especialmente con mi ahora novio.
Aun recordaba roja de vergüenza que papi era ahora mi novio. Besarme con él, y, sobre todo, follar había sido vergonzoso, humillante y muy excitante. El hecho de no poder eyacular hacía que tuviera todavía más ganas de coger. Y en aquellos momentos me ponía muy cachonda la idea de coger con un chico. Por vergonzoso que fuese. Después de haber realizado el acto varias veces, ya no resultaba tan vergonzoso, aunque sí humillante. Aunque me gustaría coger con una chica, sabía que estaba totalmente prohibido. A menos que alguna quisiera hacerme Peggin. Pero lo que era penetrar, me podía olvidar, a no ser que usase un pene de plástico o mi castidad. Aunque eso solo servía para reírse más de mí.
Llegamos a su casa. Vimos a Isa salir a recibirnos. Iba guapísima: vestida con camiseta blanca y vaqueros. Salimos del coche, yo a cuatro patas.
• Hola perrita — saludó Isa inclinándose y revolviendo mi cabello.
• Buenos días — saludé por orden de mami.
• Bueno, aquí te la dejo. Me marcho.
Dicho eso, mamá se fue. Ella había dicho que aprovecharía para hacer planes románticos con papá. Y que me esperaría un regalito a la vuelta si me portaba bien.
Así pues, entré con Isa en su casa. Pasamos la cochera y llegamos al salón. Allí, sentado en el sofá, se encontraba el papá de Isa. Era un hombre alto, barrigón, tendría unos cincuenta y tantos años y era calvo. Tenía bigote negro. Iba vestido con camiseta, la cual le sobresalía el ombligo y calzonas. Iba descalzo. Se acercó con una sonrisa en su rostro. Yo tenía la cara roja. Isa me obligó a incorporarme. Así, el papá de Isa pudo mirar cuan alta era (él debía medir metro setenta por lo menos) y mi cosita en castidad.
• Pero que linda es. María se llamaba ¿no?
Asentí.
• Encantado preciosa. Ya verás lo bien que lo pasa aquí. Mi nombre es Juan. Mi chico Fernando vendrá después, está trabajando ahora. Yo por suerte, estoy de vacaciones.
• Bueno, perrita — me dijo Isa —. Vamos a enseñarte la casa.
Me enseñaron la cocina, donde luego el papá de Isa me ayudaría a cocinar algo “sano” y el baño, donde Juan me aseguró que nos íbamos a divertir. También me enseñaron los dormitorios, en concreto en el que dormían Isa y donde dormían los papás. Aún tenían que decidir con quién iba a pasar la noche. Encima de la cama de matrimonio donde dormían los papás, vi un conjuntito de ropa.
• Es para ti, bebé — me dijo Juan —. Luego te lo pones.
El conjuntito era una camiseta blanco de Hello Kitty y un pantalón corto rojo del mismo dibujo. Además, había pendientes de clip de Hello también y unas braguitas blancas de Hello.
Enseñada la casa, Isa se marchó, ya que tenía que trabajar, prometiendo volver a la noche.
Fue entonces cuando llegó Fernando. Al verme, me saludó. Sus ojos se notaban brillantes. De color verdes. Era más joven que Juan, con cabello canoso, pero musculoso y delgado, sin barriga. Todo lo contrario, a Juan. Vestía chándal, lo que me dio la pista de que era monitor de gimnasio. Su olor a sudor no hacía sino confirmar mis sospechas.
Era ya cerca de la hora de comer, así que nos dirigimos a la cocina, un cuarto rectangular pequeño, de apenas tres metros cuadrados. La encima estaba enfrente de la entrada. Encima de ella había un frutero. Aparte de manzanas y peras, había también un par de plátanos. Juan Y Fernando me llevaron agarrada de la mano hasta allí. Con sus manos libres, cada uno cogió un plátano.
• Esto es lo que vas a comer hoy bebita — me dijo Juan.
• Una comida perfecta para ti — añadió Fernando.
Me puse roja, porque entendía la ironía.
Le quitaron la cáscara al plátano y entonces se sentaron en las sillas que tenía la mesa de al lado. Una mesa de madera circular. Fernando y Juan se sentaron uno frente al otro, mientras que Juan me ordenó sentarme en su entrepierna, que aún estaba tapada por su pantalón. Sentía el bulto de su polla en mi culito. Recordé que estaba totalmente desnuda. Solo mi jaula de castidad impedía que se viese mi cosita. Aunque mis huevitos sí que se veían un poco.
Juan me dio un tierno beso en la mejilla y me dio su plátano. Lo agarré con ambas manitas.
• Haz tu trabajo, preciosa — me dijo.
Sabía qué tenía qué hacer. Empecé a lamer aquel plátano. De abajo a arriba. Le di suaves besos.
• Que bien lo haces — me alabó Fernando.
No respondí. Estaba roja. Seguí chupando. Empecé a hacer una mamada al plátano. Arriba, abajo. Gemía al hacerlo e incluso empecé a tocarme mi cosita enjaulada, en un intento inútil y desesperado de darme placer. Juan me arrebató la manita y empezó a tocarme él mismo, al tiempo que me daba dulces besos en la mejilla. Sus dedos iban rozando mis huevitos y mi ano. Yo gemía. Sus besos recorrieron mi cuello. Sentía su lengua lamerme el cuello y el ardor de sus besos cuando estos se pegaban a mi cuello. Sus labios pasaron a mi hombro. Fernando me miraba fijamente. No se tocaba, pero podía ver su paquete sobresaliendo de su pantalón sudoroso. Estaba tieso.
• Ya puedes dejar de chupar, bebé — me dijo Juan.
Paré. Juan posó el plátano en la mesa. El otro plátano también quedó ahí, pero aún no se le dio uso alguno.
• Ahora vamos a jugar a un hermoso juego princesa — me dijo Fernando.
Yo no entendí. Pero enseguida me explicaron:
• Para eso primero necesitas vestirte con la ropita que te hemos preparado — me aclaró Juan.
De modo que me incorporé y fui hasta el baño, donde me puse el conjuntito. La camiseta primero, luego las braguitas y para finalizar el pantaloncito. Hecho esto, Fernando dijo:
• Qué hermosa te ves.
• Es toda una nenita — añadió Juan.
Avergonzada, musité un débil “gracias” que me ganó que me revolvieran el pelo cariñosamente.
• El juego es el siguiente — explicó Juan —: tú tienes que hallar una serie de objetos lindos, que usaremos contigo al final. Están repartidas por toda la casa. Algunas salas estarán vacías. Tienes dos minutos para hallar cada cosa, un total de tres. Si te excedes de ese tiempo te quitarás una prenda. Una por cada cosa que te demores en encontrar. Fernando va a esconder esos objetos ahora. Cuando termine ese juego podremos divertirnos totalmente contigo cielo.
Sabía lo que significaba aquello. Pero no tenía más opción, así que acepté jugar.
Primero fuimos a la cocina, donde encontré un plátano. Aquel era el objeto y lo hallé en un minuto, de modo que no perdí prenda. El segundo objeto tardé cinco minutos y se encontraba en el cuarto de baño. Primero miré en el salón, y como no había nada, me fui al servicio, donde encontré el segundo objeto. Lo reconocí enseguida: era la colonia de papá. Avergonzada, lo agarré y Juan lo colocó en la mesa de la cocina, junto al plátano, que es donde estaban guardando las cosas que encontraba. Dado que me extralimité, tuve que quitarme el pantaloncito. Seguí buscando por diez minutos el siguiente objeto y en el proceso quedé en braguitas. Finalmente, encontré lo que buscaba en el dormitorio de los papás de Isa: un calzoncillo de Juan que, a juzgar por el olor, había sido manchado de orina y semen masculino.
Me felicitaron por encontrarlo todo y luego lo colocaron en la cocina. Había llegado el momento de la diversión. Mis piernas temblaban, de miedo y de placer, a partes iguales. Colocando ambas manos, Juan me bajó las braguitas, dejando a la vista mi cosita en castidad.
Entonces, mientras Fernando se iba quitando su ropa, yo tuve que desnudar a Juan. Le quité su camiseta y luego le bajé sus calzonas. Para mi sorpresa, no llevaba ropa interior. Su polla era gruesa y dura. Mediría al menos dieciocho centímetros y estaba toda venosa, con líquido seminal, lo que indicaba que estaba muy cachondo. Aun así, la verga estaba flácida, esperando a que yo la pusiera dura.
Me ordenaron subirme en el sofá. Lo hice. Me senté en él y, por orden de Juan, me abrí de piernas. Ambos, Juan y Fernando, estaban completamente desnudos. Mi cosita quería ponerse durita, la notaba. Pero la castidad lo impedía. Fernando y Juan eran uno totalmente opuesto al otro. Mientras que Juan tenía barriga y era calvo, Fernando tenía cabello, iba fornido, delgado y polla medía al menos veinte centímetros y ya estaba erecta.
Por orden de ellos, empecé a tocarme el ano. Para ello, hice uso de mis dedos. Entraban y salían. Una y otra vez. Gemía como la nenita que era, para placer de ambos machos. Juan empezó a masturbarse y enseguida se le puso dura.
• Eres más putita de lo que me contó mi hija — me confesó Juan.
Seguía tocándose la polla. Arriba, abajo. Yo me penetraba a mí misma con mis dedos. Adentro, afuera. Sin parar. Vi que Fernando se ausentaba a la cocina y traía consigo el plátano. Me lo dio totalmente pelado ya y al agarrarlo con la mano con la que no me estaba tocando, olí el perfume de papi. Sin duda, la idea habría sido de mamá. Empecé a chupar el plátano perfumado. Mi boca se llenó de su perfume y recordé la noche que papi me hizo suya. La noche que perdí mi virginidad. En San Valentín.
• Que rico lo mamas, preciosa — me alabó Fernando, ocasionando que me pusiera más roja si cabía.
Cuando se hartaron del plátano en mi boca, tuve que meterlo en mi culito. Me penetré con él. Adentro, afuera. Gemía mientras lo hacía e incluso gemí un “daddy”, sin querer que me ganó burlas de la pareja:
• Mira como echa de menos a su novio — comentó Fernando.
• Se lo comentaremos luego — añadió Fernando.
Les habría rogado que no lo hicieran, pero sabía que era inútil.
Cuando se hartaron, metí lentamente el plátano dentro de mí. Hasta el fondo. Hasta que mi culito se tragó el plátano y desapareció. Lo notaba dentro de mí, palpitante, deseando salir. Sentía rico notar algo dentro de mí.
El juego continuó.
Fernando y Juan se acercaron a mí y empezaron a masturbarse encima de mí. Creí que eyacularían ya, pero aún era demasiado pronto. Pusieron sus pollas muy cerca de mi cara, y se tocaron. Podía escuchar el frote de sus manos con su verga, unido al esperma que salía seminal.
Estuvieron unos minutos masturbándose, escuchando yo el sonido de sus vergas frotarse una y otra vez. No podía tocarme así que me tocaba verles mientras sonreían de placer. A fin de cuentas, las nenitas como yo teníamos prohibido tocarnos. El placer estaba reservado para ellos y nosotras solo servíamos para suministrárselo.
Juan entonces me ordenó arrodillarme en el sofá. Sabía lo que venía incluso antes de que sucediera, pero me cogió por sorpresa igual. A cuatro patitas en el sofá, mi culo estaba lo bastante abierto como para que entrara un plátano. Noté la mano de Juan dentro mía, buscando el trozo de fruta que me había metido dentro y lo sacó con facilidad. Con el plátano abandonando mi trasero, me sentí vacía. Quería algo dentro de mí. Y ese deseo no tardó en llegar.
Lentamente, empecé a notar como el glande de Juan se iba introduciendo en mi culito. Gemí.
• Toma polla zorra — me dijo Juan —. Esta es la polla de un macho.
Esa es la de mi papi pensé. Me alegré de no decirlo en voz alta.
Poco a poco fue introduciendo el resto de su verga, hasta que sus huevos chocaron con mis bolitas. Empezó a sacar lentamente y después, embistió de nuevo. Luego repitió la operación. Adentro, afuera. Lentamente, cada vez más deprisa, iba penetrando mi hermoso culito que ya no era virgen desde que mi novio me la arrebató.
Pero aquella no era la única polla que iba a disfrutar aquel día. Fernando se acercó a mí con su erecta verga y la acercó a mi boca.
• Abre la boquita cariño — me dijo con dulzura.
Obedecí, abriendo al máximo mi boca y dejando entrar lentamente su verga hasta que llegó a los huevos. Lentamente, comenzó a retirarla. La sacó completamente de mi boca y luego embistió de nuevo, más deprisa. Rápidamente, comenzó a follarme la boca al tiempo que Juan me follaba el culo. Luego, tras unos diez minutos así, tuve que hacerle una mamada a Fernando. Empecé a chupar su verga. De arriba abajo y viceversa. Lamí sus testículos, besándolos, lamiéndolos y dándole suaves y dulces besos. Fernando gemía y supe que estaba haciendo bien mi trabajo. Todo eso mientras seguía recibiendo embestidas de Juan. Lamí el tronco de Fernando y su glande, tragando líquido seminal y después, chupé toda su verga, hasta el fondo. Le miré a los ojos, admirando de paso su marcado abdomen y sus hermosos pectorales. Fernando era muy sexy, pensé avergonzada.
Cambiaron las posiciones. Juan retiró su polla de mi culo y Fernando la retiró de mi boca. Toda mi boca sabía a semen y carne de macho. Juan entonces procedió a follarme la boca al tiempo que Fernando la metía de una sola vez en mi culo. De nuevo, lamí y besé los testículos, pero esta vez los de Juan. Di suaves besos a sus huevos, tronco y glande y le dediqué una hermosa mamada. Chupé con mi boca desde el glande hasta los testículos varias veces, durante unos minutos. Entonces, ambos retiraron sus pollas y cambiamos posiciones.
Fernando se sentó en el sofá y me ordenó hacerle una mamada. Así que, de rodillas, hice lo que me dijo. Empecé lamiendo el glande con mi lengüita. Sentí su líquido seminal. Él gimió de placer. Le di un suave besito en el glande y luego empecé a succionar. Metí su hermosa polla en mi boquita y lentamente tragué hasta el fondo, hasta sus sudados testículos. Luego, saqué mi boquita de su preciosa polla y repetí la operación. Le miré a los ojos. Él me miraba maravillado o eso me parecía. Lo miré directamente a los ojos mientras seguía succionando aquella hermosa verga. Sintiendo su sabor. Arriba y abajo. El sabor a carne se mezclaba con el sabor a semen. En cualquier momento descargaría su leche sobre mí. Aunque ese momento aún no llegaba.
Me ordenó parar y subirme encima de su pija. Lo hice. Subí al sofá, con las piernas temblando y mi coñito anal rozó su verga. Sentí como el glande se introducía nuevamente en mi culo, con tanta calma que casi exasperaba. Apoyé mis manos en sus fuertes hombros. Él me acercó a sí y me dio un hermoso beso con lengua. Mientras nuestras lenguas jugaban salvajemente, su pene fue introduciendo completamente en mi culo, hasta que sus huevos chocaron con mi culito. No escuché que decía Juan. Estaba demasiado ocupada besando su novio, aspirando el olor a sudor, y sintiendo su polla en mi culo, que no paraba de penetrar en mi culo. Escuchaba el sonido de la verga penetrar y sus huevos chocar con mi ano y me excitaba sobremanera. Mi cosita quería salir de su jaula. Pero evidentemente eso no iba a pasar.
Dejó de besarme y entonces yo gemí de placer y a cabalgar su polla.
• ¡Qué rico, señor! —gemí avergonzada. Sabía que eso les complacería.
No dije “daddy”. Eso iba reservado para mi novio.
Efectivamente, les gustó. Fernando me agarró de la cintura y me ordenó besar su cuerpo.
Le di suaves besos en el cuello, donde puede oler su perfume. Me excitaba. Mi cosita quiso salir de nuevo.
Tras dulces besitos en el cuello, Fernando sacó su polla de mi culo, sosteniéndome en brazos y me colocó suavemente de rodillas en el suelo. Sentí frío en las rodillas, pero eso no me molestó en absoluto. Se acercó a mí y así pude dar suaves lamidas a sus pectorales. Eso era un macho. No yo. Yo era una nenita. Un juguete sexual. Lamí sus pezones con cariño.
• Oh si, putita — musitó él.
• Que buena zorra tenemos — comentó Juan.
Le dediqué varios besitos a sus pectorales y entonces Fernando me cogió en brazos y besó otra vez, al tiempo que penetraba mi ano de golpe. No sentí ningún dolor. Mi culito estaba demasiado abierto y excitado para eso. Mientras penetraba mi culo (arriba, abajo. Sus huevos chocaban con mi culito), su lengua volvía a jugar con mi boca. Yo acaricié su cabello, totalmente poseída. Me tumbó entonces en el sofá, sacando su polla de mi culito en el proceso. Me sentí vacía, aunque no por mucho tiempo. Enseguida Fernando se arrodilló y metió aquella lengua que antes había sentido en mi boca, en mi culito. Lo sentí jugar en mi ano, lamiéndolo de arriba abajo e introduciéndose lentamente. Gemí como la nenita que era. Aquello estaba alcanzando unos niveles de calentura extremos, al punto que Juan tuvo que encender el aire acondicionado, dado que estábamos muy calientes y sudábamos. El sudor de ambos machos era delicioso.
Fernando me penetró el ano un rato, como si estuviera utilizando su pene, hasta que Juan le tomó el relevo y procedió a imitar a Fernando. Fue entonces cuando me tumbaron boca arriba y abrieron de piernas. Juan metió sin dudar su verga y empezó a penetrarme al tiempo que yo gemía. Sus huevos chocaban con mis bolitas. Juan agarraba mis piernas con sus manos, para asegurarse de que tenía bien abiertas las piernas. Estaba totalmente a merced suya. Cuando se cansó, le tocó el turno a Fernando. Su hermosa polla entró completamente en mi culito e hizo lo mismo que su chico. Sus embestidas eran más potentes.
• Ah, que rico — gemí.
Ambos se rieron.
Tras varias embestidas más, decidieron que era hora de ir al baño. Fernando sacó su polla de mi culo y me obligaron a ir en cuatro al baño, donde el plato de ducha esperaba.
Entraron los dos, obviamente totalmente desnudos, con sus pollas erectas. Yo en el medio, todavía a cuatro patas.
No era bañera, sino un plato de ducha, así que fue sencillo entrar. Cerraron la mampara y Juan me dio un bote de gel.
• Enjabónanos preciosa — me dijo con voz dulce.
Claro que obedecí. Otra no quedaba. Así que empecé por Juan (ya que no especificaron con quién debía comenzar), y, echando jabón en mis manitas, comencé a frotar las piernas del papá de Isa, las cuales estaba cubiertas de pelo varonil.
• Sigue así preciosa — me dijo juguetón.
Roja como un tomate, pasé a sus brazos, hombros y luego la espalda. Luego seguí con sus hermosos pechos. Me mordí el labio inferior, tratando de contener la calentura. Mi cosita estaba loquita por salir, aunque eso no era posible. Juan me dio un beso con lengua. Su lengua jugaba con la mía. Me dio un cachete y dijo:
• Zorra.
Pasé a enjabonar su verga. Con una mano, empecé a masturbar la verga de Juan. Arriba y abajo. Sin detenerme. Me puse de rodillas y empecé a lamer su verga. Con mi lengua, de abajo, a arriba, lamí sus testículos, pasé por su tronco y terminé en el glande. Culminé con un lindo besito a su hermoso glande y me metí su polla en la boca. Chupé de arriba abajo al tiempo que lo miraba directamente a los ojos y él gemía y acariciaba mi pelo.
• Me toca — dijo Fernando.
Juan se apartó dócilmente y repetí la operación con Fernando. Además, nos besamos colocando yo mis manitas alrededor de su cuello. Pegué mi cuerpito al de él y sentí su verga erecta al tiempo que nos besábamos.
Al retirarnos (yo casi sin aliento), me puse de rodillas otra vez y empecé a chupar la polla de Fernando de arriba abajo. Lo miré a los ojos. Él empezó a follarme la boca. Me agarró con firmeza la cabeza y comenzó a bombear mi boquita. Su polla sabía deliciosa y más con el agua corriendo sus hermosos pectorales. Estaba muy sexy.
Y ocurrió. Tenía que pasar. Fernando eyaculó sin aviso previo en mi boca, cogiéndome desprevenida. Sentí su chorro salado y caliente de leche inundar mis papilas gustativas y adentrarse en mi esófago.
• Trágalo todo puta — me exigió Fernando.
Lo hice.
Pronto todo el esperma caliente y masculino de Fernando inundó mis entrañas y, quedé llena de él.
Pero Fernando no era el único hombre en la sala. Juan se acercó a mí y empezó masturbarse en mi cara. Dos minutos después, eyaculó en mi rostro.
Escuché unas palmadas y todos miramos dirección a la puerta. Me puse roja cuando vi que era Isa quien se encontraba allí, sonriendo radiante y vestida con vaqueros y camisa.
• Qué lindo espectáculo.
Al ver que yo no decía nada, Fernando me dio una bofetada y sin que tuviera que decir nada, comprendí el mensaje y respondí:
• Gracias.
• Así me gusta — contestó ella, satisfecha. Luego añadió — Sacadla de ahí, anda. Ahora me toca a mí.
Temblé. No tenía idea de lo que tendría Isa preparado para mí. Salí a cuatro patas, totalmente desnuda y mojada del baño y mientras Fernando y Juan se secaban, Isa me ordenó seguirla a la cocina. Vi el reloj de la cocina: ya era hora de cenar. Me senté en el regazo de Isa y esta sacó un plátano. Tras pelarlo, me lo dio. Yo sabía que venía a continuación. Lo así con ambas manitas y empecé a chupar. Lamí todo el plátano, de abajo hacia arriba. Le di suaves besitos y luego empecé a chuparlo. Adentro y afuera. Miraba fijamente el plátano mientras escuchaba, roja de vergüenza, las risas de Fernando, Juan e Isa. Ella me acariciaba el pelito. Terminé de mamar el plátano e Isa me obligó a dejarlo en la mesa.
Una vez terminamos la cena, tocó la hora de dormir y fuimos Isa y yo a su habitación. Tenía una cama de matrimonio, una cómoda y un armario empotrado. Isa se puso su camisón. Era blanco transparente, por lo que podía verle las hermosas tetas y su coño depilado. Isa me ordenó tumbarme en la cama. Ella sacó de un cajón un juguete que conocía muy bien: un arnés. Este era negro, y mediría dieciocho centímetros. No era muy grueso, pero lo suficiente. Isa me guiñó un ojo, traviesa y procedió a cerrar la puerta.
• En pompa, bebita.
Hice lo que me ordenaba. Dejé mi culito expuesto y ella se puso de rodillas detrás de mí. El arnés rozó mi ano. Varias veces. Lo notaba juguetear con la raja de mi culo; escuchaba las risas de Isa. Noté como el glande se introducía firme en mi ano. Luego, y con lentitud, el tronco, hasta llegar a los huevos de plástico. Gemí. Isa rio y empezó a penetrarme suavemente, al tiempo que agarraba mis caderas con sus manos. Isa me preguntó:
• ¿Te lo has pasado bien con mis papás?
Al no responder, me dio una cachetada.
• Responde zorrita.
• Sí.
• ¿Sí, qué?
• Si ama.
• Eso está mejor. Dime ¿Te gustó más que con papá? Sé sincera.
• No ama. Mi papi me gusta más.
• Claro. Es tu novio. Eso me ha dicho tu mami.
• Si. Papi es mi novio.
Me ruboricé al decirlo. Pero era cierto. Ahora mi papá era mi hombre. Mi chico. Isa soltó una risita y dijo:
• Así que te gustan los hombres…
Apretó más fuerte. Las embestidas eran cada vez más rápidas. Las tetas de Isa se balanceaban con violencia y la cama chirriaba. Temí que se rompiera. Yo apretaba fuerte las manos en la colcha. Gemí. Se sentía tan rico esa polla de plástico… claro que no era la verga de mi novio o de los papás de Isa. Las reales eran más sabrosas. Pero aquello no estaba mal. Al final, estaba teniendo sexo con mi profesora de apoyo, aunque no como yo había imaginado.
• Di que eres gay — ordenó Isa.
• Soy gay.
• Más fuerte, puta.
• ¡Soy gay!
Isa rio y siguió embistiendo. Mi cosita estaba apretando durita contra la jaula, pero no podía eyacular. Me dolía terriblemente. Sentía un ardor como nunca había sentido.
Isa dejó de embestir y se incorporó. Me ordenó entonces mamar su verga.
• Chúpala. Enséñame como se la comes a los hombres de verdad.
Hombres de verdad. Porque yo no lo era. Saber aquello me hundió más y empecé a lamer la pija de Isa. Yo era una bebita, una perrita. Una puta. Que no tenía derecho a darse placer a sí misma. No tenía derecho a eyacular. Solo podía dar placer a los demás. Tampoco tenía derecho a coger con mujeres. Solo tenía sexo con Isa porque con quien realmente follaba era con el arnés. Con una polla.
Lamí el glande en círculos y luego le di un tierno beso.
• Que mona — dijo Isa, con ternura.
Seguí lamiendo el glande y luego continué por el tronco. De abajo, hacia arriba. Y empecé a chupar. Lo metí todo lo dentro de pude mientras Isa reía entre dientes. Adentro, afuera. Miré a Isa a los ojos por orden de esta. Ella tenía una expresión de burla y de diversión extrema. Isa empezó a follarme la boca. Adentro, afuera. Me agarró la cara con firmeza y empezó a penetrar con violencia. Gemí. Notaba las embestidas chocar contra mis dientes y mi lengua. No hacía daño, pero era chocante. Además, estaba totalmente inmóvil al sujetar Isa mi rostro. Tras unos diez minutos, Isa retiró la polla de mi boca y se soltó el arnés, que volvió a guardar en el cajón.
• Que rico.
Se tumbó a mi lado y se subió el camisón. Se veía perfectamente su vagina. Ella rozó los dedos por ella.
• Ahora voy a tocarme pensando en un chico amor. Piensa en papi mientras lo hago.
Empezó a meter dedos en su vagina mientras gemía. Hice ademán de tocarme, pero mi colita seguía en su jaula. Isa me guiñó el ojo, burlona. Metió el dedo corazón en su vagina. Empezó a gemir nuevamente. Me miraba mientras lo hacía. Cambió de dedos. Metió índice y pulgar. Luego también el corazón. Adentro y afuera. No sabía si todas las chicas se tocaban así, aunque sospechaba que Isa lo hacía de ese modo para excitarme.
• Acércate princesa — me dijo cachonda.
Creyendo que quizás pudiera tener sexo como “hombre”, me acerqué. Estaba embelesada. Acerqué mi rostro a su coño, que olía a sexo. Estaba muy mojada. Ella se dedeo más fuerte; con violencia. Un chorro transparente salió disparado a una velocidad bestial y no tuve tiempo de apartarme antes de que cayera por mi pelo y cara, manchando mis ojos, labios, nariz y barbilla. Isa rio. Su cuerpo se convulsionó de la risa. ¡Me había engañado para soltar su corrida en mi cara! Al parecer, no solo los chicos podían eyacular en mí.
Isa se sentó en la cama, me miró sonriente y dijo:
• Que rico has quedado bebita. No te limpies. Vas a dormir así.
Acto seguido escupió en mis labios. Isa rio y se tumbó en posición fetal, mirándome.
• Túmbate de modo que pueda ver tu rostro sucio y asqueroso, cerdita.
Obedecí. Me tumbé en posición fetal, pero mirando hacia Isa. Ella soltó una risita.
• Buenas noches cerdita. Que sueñes con muchas pollas.
Isa cerró los ojos y supe que la diversión había terminado por esa noche. Aunque con el corazón acelerado, traté de dormir también. Aún notaba el escupitajo y la corrida de Isa sobre mi rostro, excitándome más de lo que creía ya posible.

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