Ley nude 5: La niñera

Eran las diez de la noche de un viernes cualquiera. Mamá ya se había puesto un vestido muy lindo color carmesí. El timbre sonó. Mamá bajó las escaleras y abrió la puerta. Delante de ella apareció una hermosa joven de dieciocho años recién cumplidos. Su cabello negro era largo, recogido en una hermosa coleta y sus ojos, color esperanza. Por toda ropa llevaba una camisa blanca y falda roja, el uniforme de la escuela. Aunque tenía dieciocho, todavía no había acabado el instituto (le faltaba solo un curso). Y medía alrededor de metro setenta. A la espalda llevaba colocada una mochila negra.
• Hola Becky — la saludó mi mamá.
• Hola, señora — la saludó Becky. — ¿Dónde está la nenita?
• En su habitación — contestó mamá con picardía. Becky soltó una risita traviesa.
Mamá la invitó a pasar y cerró la puerta tras ella. Luego, Becky siguió a mamá hasta mi cuarto, donde me hallaba.
Había transcurrido ya una semana desde que estuve en casa de Isa. Mamá quería irse de copas con Isa, así que decidió buscar una niñera en una página erótica. Así conoció a Becky, una joven de dieciocho años que se ofreció a cuidarme al escuchar la curiosa historia.
• Hoy serás un bebé — me dijo mamá.
Y allí estaba. Becky trató de controlar la risa cuando me vio, allí tumbado, (o tumbada, ya que para mamá era una bebé niña) desnudita, con el chupete (que además era un chupete con forma de pene) puesto en la boca y un cinturón de castidad rosa de plástico para evitar que mi cosita se pusiera grande. Todo mi cuerpo estaba depilado y suave. Mi cabello era corto y negro y mis ojos azules. Me hallaba tumbada en una cama de matrimonio. Mamá habría querido que fuera una cuna, pero ya no teníamos y las de bebé eran demasiado pequeñas para mí. Así que decidió que estaría en la cama (a fin de cuentas, los bebés también podían dormir en una). Aunque sería la cama de ella.
• Oh, qué mona — dijo Becky, con dulzura.
Al verme allí, totalmente desnuda, tan solo con mi castidad tapando mi cosita, era bastante humillante. Becky se controlaba, aunque por la expresión de su cara, estaba a punto de estallar de risa. Becky era más alta que yo. Yo medía uno sesenta.
• María — me dijo mamá—. Mami se marcha. Becky se quedará cuidándote. Chao.
Mami me dio un tierno beso en mi cosita enjaulada. Pegó los labios a la jaula y tras un sonoro “muack” me guiñó el ojo y se marchó. El sonido de sus tacones resonó en la casa. La escuché bajar los escalones, abrir la puerta principal y cerrarla tras ella.
La risa de Becky salió por fin a la luz. Estuvo riendo durante varios minutos. Casi se ahoga de la risa. Mi rostro se hinchó de vergüenza, aunque no dije nada. Cuando por fin se calmó, ella empezó a respirar con naturalidad y bajó a la cocina. Supuse que a beber agua. Al cabo de cinco minutos regresó, ya calmada, y dijo:
• Bueno María — había sorna en su voz —. Parece que me toca cuidar de ti esta noche. Así que vamos a pasarlo bien ¿eh? Tengo preparadas varias cositas para ti, princesa.
Aquel tono de voz me provocó un escalofrío. A saber qué tenía pensado.
Se quitó la mochila negra y se acercó a mí. Abrió la mochila al tiempo que me ordenaba sentarme en la cama.
• Siéntate.
Su tono autoritario me hizo obedecerla enseguida. No sabía qué tenía en la mochila, pero pronto lo averigüe. Sacó un consolador de color negro (que mediría al menos dieciocho centímetros) muy realista y lo colocó cerca de mi jaulita, de pie. Becky soltó una risita seca.
• Las bebés tenéis que jugar con juguetes ¿no crees bombón? Vamos a jugar con varios juguetitos, te daré de cenar un delicioso biberón lleno de leche…, veremos una peli y luego te contaré un cuento y te irás a dormir.
De la mochila sacó también unos folios, los cuales estaban grapados. Los folios habían sido doblados por la mitad y tenían una portada dibujada, aunque en ese momento no pude ver que era, porque Becky la apartó a un lado.
• Vamos a empezar por el consolador. Vamos a jugar a un juego: yo te meto esto por el culito. Conforme más adentro esté, vas a gemir más fuerte. Y, atento: quiero que cuando esté totalmente dentro de ti, admitas que te gustan las pollas. ¿Entendido?
Negué con la cabeza. Entonces, Becky dejó a un lado el consolador, me dio una sonora bofetada en ambas mejillas con la mano derecha, y luego me ordenó levantarme. Lo hice, temblando de miedo. Aún notaba caliente las mejillas y sentías las piernas de gelatina. Sin dudar, Becky me dio una fuerte patada en la colita que me hizo doblarme sobre mí mismo. Chillé. Becky sonrió, complacida. Luego, se sentó y me ordenó tumbarme en sus rodillas. Sabiendo lo que venía a continuación, obedecí, a sabiendas de que, si no, el castigo sería peor. Con mis nalgas expuestas, Becky, sin contemplaciones, comenzó a darme cachetadas. Primero una en cada cachete.
• Zorra desobediente — me soltó.
Otra cachetada.
• Vas a obedecer.
Otra cachetada. Luego, empezó con las nalgadas. Con toda la mano abierta, me dio una. Balanceé las piernas. Notaba el culo rojo y ardiente. Con el dedo corazón, Becky me masajeó el ano. Metió el dedo corazón en su interior, lentamente. Gemí.
• Así me gusta — dijo ella, sonriente. El enfado se le había pasado —. ¿Ves que fácil? ¿A qué te gusta?
Ella metió todo el dedo y empezó a moverlo en círculos. Gemí de nuevo. Era bastante placentero, tuve que admitir. De pronto, fui consciente de que una chica guapísima me estaba penetrando el ano con el dedo corazón, conmigo totalmente desnudo, en castidad y con un chupete en forma de pene metido en la boca. Era súper humillante. Mi cosita trató de erectarse, sin éxito. Si Becky lo notó, no lo demostró.
De nuevo las nalgadas. Una, dos, tres. Tres nalgadas consecutivas, una detrás de otra. Luego, Becky me sentó en su regazo. Podía oler el perfume de Becky. Olía a fresas. Yo no tenía puesto ningún aroma. Pero Becky se encargaría de ello.
• ¿Y bien? ¿Vas a portarte bien, bebita?
Asentí. Satisfecha, Becky, respondió:
• Genial. Venga, ponte de rodillas en la cama, de espaldas a mí y ponte esto en el culito. Y haz lo que te he ordenado, zorrita.
Lentamente, hice lo que me ordenaba. Me puse de espaldas a ella, de rodillas. Mi culito expuesto. Ella me pasó el consolador. Lo miré. Era grande y grueso. Dudé por un instante, pero obedecí. Lo puse tras de mí. Por el rabillo del ojo, vi cómo Becky encendía la cámara del móvil. Iba a grabar mi humillación. Resignándome a mi destino, coloqué el consolador en la entrada de mi ano. Lentamente, el glande fue entrando. Gemí. Becky rio. Luego le siguió el tronco. Conforme iba entrando en mi culito, yo iba gimiendo de placer y dolor. Notaba el tronco dentro de mí y se sentía delicioso. A la vez, dolía y me costaba meterlo, aunque Becky no me metió prisa en ningún momento. Al contrario, ella disfrutaba viendo cuanto tardaba en meterlo y cuanto gemía.
Por fin, llegué a los huevos. Los metí también hasta que todo el consolador estuvo dentro de mí. No se veía más que algo marrón metido en mi culo. Becky rio.
• Ponte a cuatro patitas, María. Y mírame.
Lo hice. Al mirarla, vi que me estaba grabando en video.
• Di lo que te dije antes. Venga.
Su tono no admitía negativa. O lo pagaría caro. Así que dije, aún con el chupete en la boca (lo cual fue todavía más humillante si cabía):
• Me gustan las pollas.
Becky rio.
• ¿Si? ¿Te gustan? No me extrañan. Son preciosas ¿verdad? Tan gruesas, con ese líquido seminal… los hombres tienen mucha leche corazón. ¿Te gustan los chicos?
Sabía lo que tenía que responder. Me miró fríamente y contesté:
• Sí.
No era cierto. Pero sabía que debía decirlo.
• Vaya, así que eres gay. ¿No?
• Sí, soy gay.
Becky dejó de grabar, se guardó el teléfono en la mochila y empezó a reír con más fuerza que antes. Su risa se escuchó en toda la casa.
Cuando terminó con las risas, Becky me hizo sacarme el pene de plástico y depositarlo en la cama. Luego, me agarró en brazos sin esfuerzo alguno. Notaba el bulto de sus tetas en mi cosita enjaulada.
• Bueno, ¿vemos una peli?
Dicho eso, cargó conmigo hasta el salón. Me dio un tierno beso en la mejilla.
Llegamos abajo y Becky me sentó en el sofá. Ella se sentó a mi lado y enchufó el televisor con el mando a distancia (de color negro). La tele era 4K, y de cincuenta pulgadas. Una tele bonita. Becky se acercó al televisor y colocó un pendrive en él. La pantalla cambió de dar las noticias a una blanca con varios videos animados. Y no eran precisamente películas Disney. Se trataba de algo que reconocí fácilmente como Hentai.
• Hora de divertirte, bebita — dijo Becky —. Mientras ves los videos que te pondré, vas a jugar con tu culo. Con el juguete.
Sacó del bolso un vibrador color rosa. Sabiendo lo que tenía que hacer, colocó la mano derecha sobre el consolador y Becky preparó el teléfono. Ella clickeó en un video. Este:
https://www.xvideos.com/video71326587/el_cono_de_pawg_se_destruye_cuando_toma_dilf_bbc
empecé a meter el vibrador, el cual encendí previamente. Notaba la vibración en mi mano. Me temblaba levemente el brazo. Lo metí dentro de mi culito. Solo el glande al principio. Mi ano empezó a vibrar. Metí hasta el fondo, lentamente. Hasta llegar al final. El vibrador no era realista, de modo que no tenía testículos, solo el glande.
• Adentro, afuera, zorrita — me ordenó Becky, divertida.
Obedecí. Saqué el vibrador. Acto seguido lo volví a meter. Cada vez más deprisa. Aumenté un poco la velocidad. Adentro, afuera, sin sacar, al tiempo que observaba cachonda la escena. En un momento dado, Becky me hizo sacar el vibrador y empezar a mamarlo. Chupé todo el vibrador. Adentro, y afuera y cada vez más rápido. Lamí desde abajo hasta arriba y di suaves y tiernos besitos. Becky reía. Cuando el video terminó, Becky cesó la grabación y me ordenó parar.
• Hora de cenar — anunció.
De nuevo en brazos (y dejando el vibrador en el sofá), Becky me llevó hasta la cocina. Me sentó en la encimera y me dejó allí mientras iba por la mochila. Al regresar, sacó de esta un biberón con forma de polla blanca. El biberón contenía una sustancia blanca. Al principio creí que era leche.
Luego me percaté de lo que era en realidad.
Tragué saliva. Aquello era semen. ¿De quién? ¿Tenía que tomarme eso?
La respuesta no me decepcionó.
• A comer, bebita.
Becky se sentó en una silla y me ordenó sentarme en ella. Una vez lo hice, ella me acunó y me puso el pene de plástico en los labios. Abrí la boca, obediente y ella introdujo con suavidad el biberón en mi boca. Cuando estuvo totalmente dentro, dijo:
• Succiona, como si fuera una pajita. Y no olvides darle amor al biberón, princesa.
Su voz era una melodía. Una dulce melodía que podía volverse siniestra de no obedecer. Así que hice caso.
Succioné y enseguida noté el líquido espeso y salado del semen. Ya había probado mi propio semen y el de papá, pero aquello era diferente. No sabía asqueroso, como creí que sabría, sino que descubrí que resultaba adictivo y a la vez humillante. El semen se iba introduciendo en mi garganta y yo iba chupando aquel biberón. Adentro, afuera y succionar. De vez en cuando lamía desde los huevos hasta el glande y daba tiernos besitos al glande.
• Oh, mira cuanto adora la polla la bebita — dijo con dulzura Becky.
Mi rostro estaba rojo como un tomate, mientras que el de mi niñera estaba radiante.
El biberón se terminó, no quedaba ni una gota. Contenta, Becky dejó el biberón en la encimera.
• ¿Te ha gustado el esperma, nenita?
Asentí, consciente de que una respuesta negativa llevaría acarreado un castigo.
• Me alegro. Es el semen de mi chico. Le he contado lo que eres.
Sentí frío. Nuevamente, no hacía frío. La temperatura en casa era agradable.
• Bueno, ya va siendo hora de bañarte y acostarte, princesa.
Subimos hacia el baño, el cual se encontraba en la segunda planta al fondo a la izquierda. El baño era amplio. Una sala rectangular con un retrete enfrente de la puerta y una bañera a la izquierda con ducha estática. Fue ahí cuando Becky empezó a quitarse la ropa. Primero la camiseta, mostrando un sujetador morado y una buena delantera. Me quedé hipnotizada mirando. Luego, Becky se bajó la falda y quedó en ropa interior, una tanguita roja. Me guiñó el ojo y se bajó la tanguita, dejando su coño al descubierto y totalmente depilado. Al quitarse el sostén, dejó caer sus hermosas tetas, copa C. Se soltó también la coleta, dejando su hermoso pelo suelto.
Allí estaba, una chica que me volvía loco (loca), totalmente desnuda delante de mí. Su culito respingón me gritaba que lo mordiera, que metiera mi pene en él y lo besara. Pero mi castidad lo impedía. Y en cuanto a eso…
Becky se acercó a mí y agarró mi pene en castidad. Di un leve respingo. Becky sonrió:
• No esperarás que te dé el baño vestida. Para que me manches la ropa. Además, tu mamá me ha dicho que tengo que lavarte bien tu cosita. Y de paso, voy a darme un baño yo también.
Me guiñó el ojo y sacó de la falda (la cual estaba en el suelo) la llave de mi castidad. La metió en el candando y “click”. Me quitó la castidad y la depositó suavemente en el lavabo. Mi cosita estaba libre. ¡Al fin! Aunque sabía que sería por poco tiempo.
• A la bañera — ordenó Becky.
Nos metimos en la bañera. Primero ella, después yo. Sus tetas botaban ligeramente conforme se movía y su culito también. Mi cosita estaba totalmente tiesa, pero debido al tiempo en castidad, era diminuta, de unos cuatro o cinco centímetros. Al verlo, Becky soltó una risita.
• Me encanta tu cosita.
Me puse roja de vergüenza.
Becky encendió la ducha. Un chorro de agua salió del cabezal. Caía como en cascada y Becky se metió debajo. El agua el mojó el cabello, las tetas y el resto de su cuerpo. Salió de la cascada, toda mojada y mortalmente sexy. Becky rio y dijo:
• Te toca princesa.
Me metí y sentí el chorro de agua mojarme entera. Solo fueron unos segundos y luego Becky me sacó con suavidad. Ella tenía un bote de gel en la mano izquierda y untó un poco en la otra mano. Soltó el bote y dijo:
• Hora de enjabonarte.
Era un bote de jabón femenino.
Me enjabonó los brazos, las piernas y los pechitos y barriga. Luego vino la espalda y me ordenó ponerme en pompa. Fue entonces cuando Becky, soltando una risita, metió un dedo en mi ano. Un dedo enjabonado. Di un pequeño respingo, ya que no lo esperaba y la miré. Ella tenía una expresión de diversión y burla extremos. Movió su dedo en el interior de mi ano. Adentro, afuera. Con suavidad. Luego en círculos. Cada vez más rápido. Luego metió otro dedo y luego otro más. Finalmente metió el puño entero y yo gemí.
• Eso quería oír — se jactó Becky.
Tragué saliva mientras el puño de mi niñera permanecía dentro de mí. Tras unos interminables minutos, decidió sacarlo lentamente, dejando un gran vacío en mi culito.
• Estás siendo una buena niña, no lo estropees — me felicitó Becky.
Se echó más jabón en las manos y tocó mi colita. Para eso, me dio la vuelta y me puso recta. Di un pequeño respingo. Sentía las manos de mi niñera tocar mi pitito. Lo manoseaba con manos dulces y movimientos suaves. No reía, pero sonreía. Me frotó el glande y el tronco, luego, masajeó mis huevitos.
• No me extraña que te sientas bebé — me dijo —. Esta cosita no podría haber satisfecho a ninguna mujer. Pero quizá encontremos otro modo de que des placer.
Dicho eso, me guiñó el ojo. Yo no entendí lo que decía y no estaba segura de querer saberlo. Vi que Becky colocaba un tapón en el desagüe de la bañera. Mientras el agua iba llenando la bañera, ella se untó jabón en el pelo, y luego, se enjabonó las piernas, brazos y me ordenó enjabonar su espalda. Lo hice. Sentir la piel de Becky me excitó todavía más. Pero cuando llegué a su culito, ella dijo:
• Nada de meter dedos en mi culo. Solo se lo permito a mi novio.
Tragué saliva mientras iba acariciando sus cachetes. ¡estaba tocando el culo de Becky! A lo mejor, podría tocarle sus…
Ella me ordenó parar y yo separé mis manos enseguida, por miedo a una represalia. Pero sentía pena también. Estaba como loca por seguir sintiendo sus ricas nalgas. Quería morderlas. Mi pitito estaba durísimo y, aun así, no medía más de cinco centímetros.
Becky empezó a enjabonar sus hermosas tetas.
• No pensarías que te iba a dejar tocarlas ¿no? — soltó una risa traviesa —. Son solo para mi hombre. Tú, puedes mirar. Y te dejo mirar solo porque te estás portando muy bien.
Siguió jugueteando con sus pechos, amasándolos y girándolos en círculos. Juntó sus tetas y metió el meñique entre ellas. Entonces dijo:
• Apuesto que te gustaría tener tu pitulín aquí, ¿eh bebé? Oh, sí, que rico — empezó a gemir —. ¡Más, mami, más! — rio con fuerza.
Mi rostro estaba muy rojo en aquel momento. Becky dijo:
• Pero eso jamás pasará, preciosa. Nunca follaremos. Aunque, a lo mejor lo podemos arreglar de algún modo…
Otro guiño de ojo que no entendí. Mi niñera me tenía muy caliente. Empezó a enjabonar su coño. Metió un dedo en él. adentro, afuera. Frotaba su vagina con suavidad e iba aumentando el ritmo. Ella gemía.
• Estoy pensando en mi novio, bebé. Él si es un hombre de verdad. Que buena polla. Uf, que cachonda me estoy poniendo.
Siguió frotando su vagina con fuerza. Ya metía todos sus dedos. Adentro, afuera. Parecía que iba a correrse cuando, de pronto, se detuvo. Se metió dentro de la cascada, que la limpió toda y detuvo la ducha. Fue entonces cuando me percaté que la bañera se había llenado por completo. Becky se sentó en la ducha, con el agua tapando sus hermosas tetas y me hizo un gesto para que me acercara a ella. Me senté en la bañera y Becky me acercó a ella. Sentía las tetas de Becky en mi espalda y podía respirar el olor a jabón que emanaba de ella.
• Hueles a nena — me dijo ella.
De nuevo, roja de vergüenza.
Becky me acarició el cabello y me dio un tierno beso en la cara. De pronto, sentí su mano sobre mi cosita y di otro respingo.
Empezó a masturbarme. Pero a un ritmo muy lento, casi imperceptible. Exasperante. Arriba, abajo. Mientras, me iba dando suaves besos en la mejilla y me decía que disfrutase. Y lo hice. No me dio ningún beso en los labios, como habría querido.
• Luego voy a llamar a mi novio — me confesó entre susurros al tiempo que me seguía masturbando —. Voy a decirle que venga aquí. Y cuando te quedes dormidita, follaré con él. Porque él si es un hombre de verdad, princesa, no tú.
Aquello casi hace que eyacule. Becky, de algún modo, lo notó y paró. Se incorporó. Ella toda una diosa y salió de la ducha. Salí yo también por orden suya y ella me secó con una toalla blanca. Luego, me volvió a colocar la jaulita. Para eso, me sentó en el retrete y me lo colocó.
• Nada de orgasmos para la bebita — dijo Becky y me guiñó otro ojo.
Hecho eso, Becky me cogió de la mano y, totalmente desnuda dijo:
• Venga, vamos a ponerte el pijamita. Te contaré un cuento y te dormirás.
Fuimos a mi cuarto. Una vez allí, Becky sacó mi pijama: una camiseta de Hello Kitty, blanca, y un pantaloncito corto rosa, con corazones rojos. Sin braguitas. Me lo puso todo y me acostó en la cama. Entonces, sacó de su mochila unos folios grapados. Supuse que ese era el cuento. Becky carraspeó y comenzó a contar el cuento:
Hace mucho tiempo, en un lugar muy, muy lejano, una bella Sissy dormitaba en lo alto de una torre. Su malvada madrastra le había echado una terrible maldición, envidiosa del puterío de la Sissy. Así que la Sissy permanecía dormida en una hermosa cuna, como la bebita que era. Total, y absolutamente desnuda, pero con su cosita encerrada en castidad de por vida. Y por supuesto, excitada. Tenía sueños húmedos. Sueños gays. Chicos follándosela. Pero ella no podía despertar y hacerlos reales. Hasta que un día, un apuesto príncipe de un reino lejano, encontró la torre. La había buscado durante años, alimentado por las leyendas. El príncipe era tan varonil, que podía follar a una perrita como la Sissy sin ser menos hombre.
Una vez el príncipe entró en la torre, la recorrió hasta lo más alto, donde halló a la Sissy dormida. Allí, totalmente desnuda, con un cinturón de castidad rosa, depilada y perfumada. Con un tierno chupete en la boquita. El príncipe se acercó a la Sissy y se desvistió. El príncipe era apuesto: de veinticinco años, cabello largo negro y cuerpo musculoso y fibrado. Sexys pectorales salieron a la luz y su polla, todavía flácida, se dejó ver. Medía al menos diez centímetros en reposo. Quien sabía cuánto mediría erecta. La Sissy pronto lo descubriría. Si las leyendas eran ciertas, la Sissy despertaría cuando el apuesto Príncipe hiciera lo que tenía que hacer.
El apuesto príncipe retiró con dulzura el chupete de la Sissy y lo tiró al suelo. Luego, procedió a colocar sobre sus hermosos labios la hermosa verga que portaba. Entonces, la Sissy dio un tierno y jugoso besito a la verga. Y abrió los ojos.
La maldición se había roto con el primer beso de la Sissy. Entonces, ella, en agradecimiento, empezó a dar dulces besos a la polla del príncipe. Besitos en el glande, en el tronco y en sus ricos huevos. Un besito en cada testículo. Luego, se incorporó, se arrodilló y empezó a lamer desde los huevos, pasando por el rico tronco y llegando al glande, que tenía líquido seminal. La Sissy lo tragó gustosa. Estaba agradecida con el Príncipe y sabía cómo debía corresponder. Ahora estaba no solo en deuda con él, sino que, además, era su esclava sexual.
Empezó a chupar la polla. Metió la boquita en el glande y fue tragando el tronco hasta que llegó a los huevos. La Sissy casi se queda sin aire. Su polla sabía a sudor y semen y estaba deliciosa. Adentro, afuera. La Sissy seguía chupando la hermosa polla del Príncipe mientras le miraba a los ojos. Él era tan sexy…
El Príncipe empezó a follar la boca de la Sissy con violencia. Agarró su cabecita delicada y dio fuertes embestidas, como solo un macho sabría darlas. La Sissy gemía, tratando de respirar. De vez en cuando, el Príncipe sacaba su preciosa polla de la boquita de la Sissy, dándole permiso para respirar.
La tumbó entonces en la cuna, la agarró de piernas y metió su verga en el culito de ella. Adentro, afuera. Con velocidad y sin compasión, el hermoso Príncipe iba enculando a la putita del reino. Con velocidad. Restos de semen manchaban el culito de la Sissy y ella lo gozaba.
El Príncipe luego se sentó en la cuna, aún con su polla metida en el culito de la Sissy. La Sissy colocó sus manitas en los fuertes hombros de su chico y le dio un suave y tierno besito en los labios. Pronto, el Príncipe metió su lengua y jugó con la de su esclava sexual. Entonces, Sissy empezó a cabalgar la verga de su Príncipe. Arriba, abajo, sintiendo en todo momento su culito lleno. Notaba como se le clavaba la verga de él, escuchaba el sonido de los huevos del Príncipe chocar con sus bolitas de niña y por supuesto, sentía la lengua de su Príncipe jugar con la suya propia. El beso acabó y ella empezó a gemir al tiempo que saltaba sobre la verga del Príncipe. Y llegó el ansiado clímax. De nuevo de rodillas, la Sissy vio como el Príncipe se masturbaba con fuerza. Pronto, un enorme chorro de semen cayó sobre su rostro, pelo y por supuesto, la boquita. Tragó la leche como buena niña y limpió la polla de su Príncipe, que estaba totalmente llena de leche en huevos y glande. Dio suaves lametones a sus huevos, tronco y glande. Le dio una chupadita más y terminó con un dulce besito a su glande.
Encantado con la servidumbre de Sissy, el Príncipe se llevó a su reino, donde fue conocida como La Putita del Reino. Cuentan que todas las noches, Sissy y Príncipe follan como conejos. Pero hay una pega: ella nunca puede tocarse ni eyacular.
FIN.
• ¿Te ha gustado el cuento, bebé? — me preguntó expectante Becky.
A sabiendas de que era lo que quería escuchar (y para qué mentir, era cierto) asentí.
• Pues ahora a dormir, amor. Buenas noches.
Me dio un besito en la frente y se marchó.

No podía dormir. La calentura era tal, que lo impedía. Estar en castidad y no poder tocarme era lo peor. El sueño me estaba empezando a vencer cuando de pronto, sonó el timbre y me puse alerta. recordé que ella esperaba a su novio. Seguramente, se enrollarían esa noche.
Aunque sabía que no debía hacerlo, no podía dormir y la curiosidad me mataba. Era raro, pensé. Las noches cuando todos dormían eran las únicas en las que era verdaderamente libre y debo admitir que a veces aprovechaba para “jugar con mis juguetes” o simplemente mirar porno, ya que tenía cualquier otro acceso a la web, restringido.
Así que me acerqué a la puerta. Oía voces. Una inconfundiblemente masculina (el novio de Becky) y la de ella. La habitación no estaba cerrada con llave, tan solo cerrada, así que la abrí con sumo cuidado. Salí del cuarto y me asomé a la escalera, solo un ojo asomando. Allí, vi a Becky, total y absolutamente desnuda (estaba buenísima) y al que era el novio de Becky. Los dos se estaban dando un dulce beso. El novio de Becky, era alto, musculoso y tenía el cabello corto negro. Sus ojos eran azules. Vestía una camisa roja y vaqueros. Rodeaba el hermoso cuerpo de mi niñera con sus fuertes brazos y metía la lengua en la de ella. Ambos jugando.
• Me encanta que me recibas desnuda — le dijo él.
Ella gimió su nombre (David), visiblemente encantada. Entonces me fijé que él acariciaba la vagina de ella con su mano izquierda. Suave y despacio. Arriba y abajo. Fue aumentando el ritmo hasta que dejaron de besarse. David procedió entonces a besar el cuello de Becky. Tres tiernos besitos que la hicieron gemir de placer. Fue entonces cuando David le dio la vuelta a Becky para follarla por el culo, y Becky me vio. Abrió mucho los ojos. Estaba claro que no esperaba verme allí. La había desobedecido. Di un brinco y me aparté. Todo mi cuerpo temblando.
• ¿Qué ocurre, nena? — preguntó David.
• Es la putita que estoy cuidando — dijo Becky, enfadada —. Por lo visto, nos está espiando.
Tras un momento de silencio, David dijo:
• Así que a la putita le gusta mirar ¿eh? Pues démosle lo que quiere.
Asomando de nuevo la cabeza, vi que Becky sonreía maliciosamente hacia su chico y se disponía a subir las escaleras. sus tetas daban saltitos cada paso que daba. Yo, aterrada, regresé a mi habitación y cerré la puerta. No tardó en abrirse. Becky entonces encendió la luz y me miró, divertida. Parecía que el enfado había pasado a diversión. No estaba segura de cuál era peor. Becky dijo:
• Ya que te gusta mirar, te daremos el gusto. Pero esto no quedará sin castigo.
Advirtió. Tragué saliva. Quién sabe lo que tendría preparado para mí. Seguramente, ni ella misma lo sabía en aquel momento. Pero algo estaba maquinando ya, eso podía notarlo.
Fue entonces cuando entró David, todo imponente. Llevaba una sonrisa dibujada en el rostro. El olor de su colonia inundó el cuarto. Olía a chocolate. Fue entonces cuando él dijo:
• Así que esta es la bebita.
• Sí — dijo Becky orgullosa.
Yo tragué saliva. David se acercó hacia mí, decidido y dijo:
• Encantado.
Fue entonces cuando me dio un tierno beso en la colita enjaulada y yo pegué un respingo. Becky rio.
• Quítate de la cama y siéntate en el suelo — ordenó Becky.
Me apresuré a obedecer.
• Ah, y quítate el pijama. Quiero verte totalmente desnuda.
Eso lo dijo David. Becky rio y mientras, yo fui quitando el top, las braguitas y el pantaloncito hasta dejar ver mi aparato de castidad. Al verlo, David dijo burlón:
• Patético. Ahora mira como folla un tío de verdad.
Me sentía súper humillada. Ya me habían humillado muchas veces, pero aquella noche estaba siéndolo especialmente (aunque no tanto como cuando perdí la virginidad).
David se quitó la camisa, dejando ver unos hermosos pectorales y cuerpo de tableta de chocolate. Iba al gym, estaba claro. Luego se quitó los vaqueros y antes de quitarse los calzoncillos dijo:
• Quítamelos tú.
Becky rio al ver que era a mí a quien lo decía. Avergonzada, me acerqué, me arrodillé y me dispuse a usar mis manitas, pero David dijo:
• Con la boca.
Mas risas de Becky. Con el rostro rojo, usé mis dientes para agarrar el bóxer del novio de Becky y lo deslicé hacia abajo. Recorrí sus peludas piernas hasta que llegó a los pies. Su gran miembro aún flácido hizo acto de presencia. De una patada, David me lanzó sus bóxer usados a la cara y luego fue con Becky.
Los bóxer usados de David recorrieron mi cara. Tenía olor fuerte a sudor.
David acercó su polla a la cara de Becky, que estaba boca abajo en mi cama. Ella lamió el glande de David con devoción y me miró. Me guiñó el ojo y lamió los huevos y el tronco de David. Le dio tiernos besitos a su polla y finalmente se la metió entera en la boca. Adentro, afuera. Oía su boca chupar la verga de David, a David gemir. La polla de David se endureció en cuestión de segundos. Erecta, mediría al menos dieciocho centímetros. Adentro, afuera. Becky chupaba con ganas la polla de su chico.
• Que rica está tu verga amor — gimió ella.
David no dijo nada. Ella siguió chupando. Su boca se llenaba de líquido seminal y escuchaba las gárgaras que hacía Becky con la mamada de su chico. Ella me miraba y en ocasiones me hacía guiños. Ella escupió al glande de él y siguió chupando, como toda una profesional. Escupió también en el tronco y se la chupó con devoción.
Entonces cambiaron las posiciones. Becky sacó su boquita de la verga de su novio y ella se puso de espaldas a él, a cuatro patas. El culito en pompa de Becky hizo que yo, instintivamente, tocara mi cosita. Al chocar con la jaula, me detuve. Si Becky se percató de eso no dijo nada. Ambos estaban absortos en el sexo. Subiéndose David a la cama, dirigió su polla hasta el culito de su chica. Su glande recorrió toda la raja hasta llegar a su vagina. Y entonces, lentamente, su glande se introdujo en la hermosa vagina de mi niñera. Ella gimió de sorpresa al sentir la polla de su hombre en su interior. Lentamente, el tronco se introdujo también en la vagina y finalmente los huevos. Y empezó el ritmo. Adentro, afuera. David metía y sacaba la polla del coño de su novia. Becky me miraba, para asegurarse de que disfrutaba el espectáculo. Entre gemidos de placer (los que yo nunca podría proporcionar a una chica), ella dijo:
• ¿Lo ves bebé? Esto es un hombre de verdad. Tú nunca podrías hacerme esto. ¡Ah, qué rico!
Ella gemía con cada embestida que su chico le propinaba. Oía el sonido de los huevos chocar contra el coño de mi niñera. Las tetas de Becky se bamboleaban adelante y hacia atrás, totalmente sincronizadas e hipnóticas. Yo miraba, brutalmente cachonda, sin rastro alguno de sueño y totalmente atenta a la escena de sexo real que estaba presenciando. Pocas veces veía yo algo así. Solo se me venían a la cabeza mamá e Isa y mamá y papá.
Cambiaron otra vez de posición. Esa vez, David se tumbó en la cama cuan largo era. Desde mi posición, pude ver su hermosa polla, toda recubierta de líquido seminal y sus testículos. Becky se montó encima, metió su vagina en la polla de él y colocó sus manos en los hermosos pectorales de su hombre. Se inclinó suavemente hacia él y lo besó. Un tierno beso con lengua. Después de eso, ella empezó a cabalgar. Parecía que saltaba y ella no dejaba de gemir de placer.
• ¡Qué rico David! — no pudo evitar decir.
Seguía saltando. Escuchaba la respiración agitada de los dos. Él la agarraba de los muslos. Sus huevos chocaban con el coño de Becky y ella más lo disfrutaba. Estuvieron, así como por diez minutos. Ella saltaba sobre su verga y yo miraba, embelesada. No podría haber dejado de mirar, aunque quisiera. Me pregunté si los vecinos estarían oyendo algo. Entonces, ella salió de la polla de David y este se puso en pie. Ambos reían. Los dos estaban completamente sudando. Becky estaba hermosa, con sus tetas sudadas su pelo. Ella se sentó en la cama.
• Dámelo todo, rey — le dijo a David.
Él puso su polla a la altura de la cara de ella. Me habían follado demasiadas veces para saber qué venía a continuación. Becky me miró:
• Atenta bebita, porque ahora vas a ver cuánta leche tiene mi hombre. Y por supuesto, te va a tocar limpiar.
Becky rio. David empezó a masturbarse. Movía su mano arriba y abajo con velocidad. Escuchaba el sonido que hacía su mano al frotar su polla llena de sudor y líquido seminal.
Y ocurrió lo inevitable. Chorros y chorros de leche masculina saltaron de su polla hacia el rostro de mi niñera. No solo ensuciaron su hermoso rostro, también, su cabello y parte del cuello y tetas. Rápida como el pensamiento, Becky se dio la vuelta mientras su chico todavía eyaculaba y enseñó el culo. Chorros de semen terminaron de caer en la raja de su culo y cachetes. Ambos, Becky y David, rieron. Becky, aún en pompa, me miró y dijo:
• Ahora me limpiarás a mi perrita. Este será tu castigo. Y por supuesto, después a mi chico.
Sabía que, de no obedecer, sería peor, así que, roja como un tomate y mientras ambos reían, me dirigí al culito de Becky. Olía a sudor y sexo. Me arrodillé y me dispuse a limpiárselo. Con mi lengua, recorrí la raja del culo de Becky, limpiando todo rastro de semen que su chico había dejado, lo cual era mucho.
• ¿No querías comerme el culo, princesa? — me dijo burlona Becky —. Pues ya puedes.
David soltó una risita. Yo, en cambio, lamí los cachetes de mi niñera. Lentamente. Aunque no quería admitirlo, una parte de mí disfrutaba aquello. Luego de haber pasado mi lengua en círculos y de arriba abajo por cada parte de su culito, ella se dio la vuelta, quedando sentada y abierta de piernas. Todo su rostro y su cabello estaban manchados de semen, así como sus tetas.
• De arriba abajo, puta — ordenó ella.
Obedecí.
Primero empecé por su pelo. Lamer su pelo era… raro. Lamía el semen de su cabello y costaba. No por el sudor, sino por donde estaba situado. Pero logré limpiarlo tras varias lamidas. Ellos reían. Risitas burlonas y cortas, que escondían una escandalizada. Pero Becky sabía que, si reía con la misma energía que al principio, no podría limpiarla, así que aguantaba. David, en cambio, notó muy divertido hacerme fotos y videos con el teléfono.
Unas gotitas de sudor cayeron en mi lengua al limpiarla y eso provocó que la pareja riera con fuerzas.
• ¡Me encanta! — exclamó ella.
• Trágalo — ordenó David.
Tragué. El sudor no sabía tan asqueroso como otros fluidos que había tragado y, para mi asombro, me resultó ciertamente agradable. Aunque no dejaba de ser una asquerosidad. Tras varias risas más, continué limpiando a mi niñera.
Lamí su rostro. Su frente, primero. Lamí de izquierda a derecha y de abajo hacia arriba. Luego, lamí su lado izquierdo del rostro, desde abajo hasta arriba y sus labios, donde tenía semen también. Entonces pasé al cuello. Lamí de abajo hacia arriba y de izquierda y derecha, tragando cada rastro de esperma. Ciertamente, David era todo un macho alfa. Había soltado litros de semen. Seguramente, pensé, llevaba preparando esto todo el día (lo que significaba que había estado caliente todo el día). Yo, en cambio, hacía meses que no veía un orgasmo, excepto arruinado. Y probablemente, no viera un orgasmo pleno nunca más (eso me decían).
Seguía oyendo sus risas, pero me centré en la parte final: las tetas de Becky.
• Ahora puedes lamerlas, cielo — me dijo Becky con dulzura.
• Solo limpiar — advirtió su chico.
Yo empecé a lamer las tetas de mi niñera. Lamí su pezón en círculos. Ella gimió un poco. Luego, lamí sus hermosas tetas de abajo hasta arriba. Sentir las tetas de Becky era el paraíso. Eran blanditas y esponjosas. Hacía mucho que no sentía en mi lengua las tetas de una hembra que no fuera mi mamá. Ese era el único contacto que tendría con el cuerpo de una mujer, pensé apenado.
Con la otra teta hice exactamente lo mismo y luego di algunos besos. Por alguna razón, no fui castigado por eso. En su lugar, Becky me apartó con brusquedad y dijo muy seria:
• Ahora mi novio. YA.
Su voz no admitía réplica, así que me giré y, de rodillas, me puse de cara a la verga del imponente novio de Becky.
Este dibujó una sonrisa de suficiencia mientras yo miraba su sudada polla llena de semen. Su glande aún tenía restos de semen, así como sus huevos. Lamí los huevos, recorriendo con mi lengua cada palmo, tragando su espesa leche. Recordé que ya la había probado antes, en el biberón. Becky rio. Supe que me grababa en video porque lo vi con el rabillo del ojo. Luego, procedí a lamer el tronco hasta llegar al glande, el cual lamí hacia arriba y en círculos. Posteriormente, me metí la polla en mi boquita. Primero, solo el glande, luego, fui recorriendo centímetro a centímetro su polla. Hasta que llegué a los huevos.
Entonces, saqué lentamente. No era una mamada lo que me habían ordenado hacer, sino simplemente limpiarle la polla. Sin embargo, al sacar mi boquita, Becky dijo:
• Bien hecho corazón.
• Ver a esta zorra limpiarte y luego sentir su boquita… que buena boquita tienes putita.
Yo solté un tímido gracias a David. Becky soltó una risita suave y dijo:
• Si quieres, puedes disfrutarla.
• Creo que eso haré — respondió este, malicioso —. Es una bebita ¿no? Y me ha dejado cachondo otra vez. Creo que es hora de que pruebe mi biberón.
Ambos rieron.
Así que de rodillas comencé a chupar la pija del novio de Becky. Sabía a sudor y algo salada, por el semen. Adentro y afuera, arriba y abajo. Sin parar. Cada vez más deprisa. Becky se incorporó, su bello cuerpo desnudo y aún cubierta de sudor. Me agarró del pelo y obligó a seguir chupando. Había veces que casi me atragantaba.
• ¿Está rico el bibe de mi chico, perra? — preguntó dulcemente Becky.
Yo respondí entre gemidos, porque todavía tenía la polla de él dentro de mi boquita. Los soltaron más risas y yo seguí chupando. Más líquido seminal inundó mi boquita. Su pene olía fuertemente a sexo. El sonido de sus huevos chocar con mis labios me excitaba. Mi cosita dolía, deseando liberarse. Entonces, dejé de chupar para que fuera David quien me agarrase del pelo. Empezó a follarme la boca. Adentro, afuera, muy deprisa y violento. Yo gemía. Siguió así por unos minutos hasta que decidió sacar su biberón de mi boquita, que estaba llena de líquido seminal.
• Abre la boca, zorra — me ordenó David —. Y mastúrbame.
Sumisa, obedecí, abriendo cuanto pude la boquita. Agarré la polla del novio de Becky. Estaba muy dura y gruesa. Palpitaba en mi manita de bebé. Empecé a frotar, arriba y abajo. Cada vez más deprisa. Sabía que venía a continuación. Atrás mía, Becky grababa de nuevo y reía. Mi manita frotaba la polla de David y sentía su líquido seminal en mi mano. La textura de su glande. Y sucedió lo inevitable: chorros y chorros de lechita saltaron hacia mi boquita. También salpicaron mi cara y pelo. Esta vez, el chorro fue algo más débil (ya que se había corrido antes) pero fue abundante también.
Terminada la eyaculación, recorrí sus huevos, su tronco y su glande con mi lengua y chupé una última vez, hasta dejarla reluciente.
David se sentó en la cama, respirando agitado. Su pecho subía y bajaba y gotas de sudor le caían por la frente. Becky se aproximó a él y le besó.
Después de eso, me acostaron definitivamente. Mamá regresó a la mañana siguiente y Becky se fue (su novio se marchó antes de que llegara mami). Mami se acercó a mí. Estaba en la cama, recién despertada. Mami me dio un tierno besito en la frente y en mi jaulita y se marchó.

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