El chico de las galletas (3)

Siguen una vez más los encuentros con el negrito vendedor de galletas.
Aún con las imágenes rondando mi cabeza, llegó el siguiente jueves, en el que se volverían a encontrar ese trío que nunca imaginé que podría estar compuesto por mi madre, su amiga y el chico negro que sin querer o más bien, pensándolo mejor, ¿habría sido él quien provocó la curiosidad de ellas? Eso no lo sabría pero en el fondo que importaba ante los hechos observados y que me destrozaron el corazón para siempre.

De igual manera que la vez pasada, esperé en el parque hasta que vi al muchacho aparecer con dirección a mi casa. Lo seguí a prudente distancia y desde la esquina esperé que entrara, lo cual no demoró en suceder.

Unos minutos después, me acerqué y abrí la puerta de mi casa con mucho cuidado de no hacer ruido, y observé por las cortinas hacia la sala. Vacía, no había dudas que una vez más estaban en el cuarto de mis padres. Sin demora fui por el pasadizo y desde ahí ya escuchaba las voces de los tres, apuré el paso hasta el patio y me deslicé hasta la abertura de las cortinas y así quedó todo a mi vista.

Para mi sorpresa aún estaban vestidos, aunque echados en la cama y mientras conversaban se prodigaban múltiples caricias.

- Y, ¿aceptan lo que les pido?- preguntó el muchacho a las señoras.

- Por supuesto que yo sí. –respondió la madre de Fernando, volteando a ver a mi madre.

- Bueno yo también.- dijo anticipando en su rostro lo que avecinaba.

Yo no tenía idea de cual era la propuesta que les había hecho el chico pero intuía que no sería de mi agrado. Y los tres procedieron a desnudarse con la naturalidad de las veces anteriores y de saberse amantes. Quien hubiera podido imaginar que dos señoras podían caer a los pies de un muchacho, al cual fácil doblaban la edad pero que con su descaro y su grotesca desproporción genital, las había hecho caer en ese nuevo mundo y hasta antes desconocido de la infidelidad.

Una vez más sus cuerpos se me mostraban tal cual vinieron al mundo, el de mi madre y la señora Julia tan blancos, maduros pero muy bien conservados y el del chico, negro como la noche. Inmediatamente él se acostó en la cama dejando a la vista su descomunal anatomía, que ya comenzaba a crecer en su totalidad. Ni corta ni perezosa la madre de Fernando se acostó cerca de la entrepierna del negro, mientras su mano iba deslizando de arriba abajo la piel de ébano que dejaba al descubierto un glande morado y gigantesco. Luego fue mi madre quien se acostó al otro lado del muchacho y así, al unísono, las dos señoras le daban una pajeada a ese maldito que disfrutaba como un cerdo en su chiquero.

La lengua de mi madre degustaba los contornos de los huevos inflamados, como si no volviera a probarlos nunca más en su vida y su amiga subía y bajaba la cabeza ayudada por la mano del negro que permitía que la señora se tragara buena ración de su verga. Como buenas amigas, intercambiaban de lugares y así disfrutar de cada trozo de carne, para diversión del chico que susurraba al cielo: "Dios, Dios que buenas señoras" y yo por mi parte, deseaba que Dios parara eso que ocurría en la cama de mis padres pero él nunca escuchó mis ruegos.

El inmenso y deforme trozo de verga negra era devorado, degustado, mordisqueado y lamido con una vehemencia inauditas por mi progenitora y la progenitora de Fernando. De un momento a otro, mi madre se movió, ofreciéndole de esta manera algo para comer al condenado hijo de puta del muchacho, que no tuvieron que decirle nada para saber muy bien que debía hacer y así, sin más hundía su boca y su lengua en las partes más íntimas de mi madrecita. Con el consabido gusto de ella y desagrado y dolor mío. Sin poder evitarlo, el sesenta y nueve, entre ellos, estaba formado. Mi madre incrementó sus lengüetazos, pues ahora era la dueña momentánea de ese fierro y esos huevos que no escapaban a la libido galopante de ella. Y de los cuales parecía disfrutar en demasía pues se los metía en la boca, desgatándolos con mucho deseo. La sensación de ver su cuerpo blanco restregándose con ese cuerpo negro era algo que me destrozaba el corazón y me repugnaba a más no poder, como mi madre se entregaba a sus deseos y dejaba que ese chico disfrutara comiéndole la vagina a su regalado gusto.

Los primeros gemidos de mi madre empezaron a surgir de su garganta, que aún así no cejaba en su labor, la verga se perdía entre sus labios y el concha de su madre hacia lo propio introduciendo un dedo en ella, que la hacia gritar de gusto. Unos minutos los dos cuerpos se separaban dando paso a la señora Julia que sus ojos denotaban una angustia o una agonizante espera por disfrutar de su amante. De un salto la mujer se colocó en posición, introduciéndose desesperadamente casi la mitad del miembro viril del chico en su garganta, que para estar a la par, hundió su lengua entre los pliegues rosados mientras los vellos púbicos rubios de su compañera sexual le hacían cosquillas en la nariz.

Como ya he mencionado antes, la química sexual entre la madre de Fernando y el muchacho era algo sorprendente, parecían hechos el uno para el otro, tanto en el derroche de energía sexual como en los ímpetus para prodigarse placer. Estos dos parecían morir en cada centímetro de piel del otro o tal vez, renacían. No había dudas, la señora Julia había encontrado en el negrito vendedor alguien con quien podía dar rienda suelta a todas sus fantasías y no había nadie en este mundo que lo pudiera evitar. Los segundos se convirtieron en minutos en los cuales ellos seguían inmersos en sí mismos, de rato en rato veía al chico introducir sus dedos en la vagina húmeda de ella y luego sacar sus dedos y degustar los jugos de la señora.

- Bueno ya es hora de prometido.- dijo el negro con la cara llena de entusiasmo y fascinación ante lo que venía.

Las dos señoras sin protestar procedieron a colocarse en cuatro patas tal cual las viles perras que eran, el negro de mierda se colocó detrás de ellas, ante esto mi madre le alcanzó el frasco de vaselina, cosa que el chico agradeció con un fuerte palmazo en la nalga derecha de ella, que soltó un grito de sorpresa. Eso era la promesa que le habían hecho, las dos se iban a dejar penetrar analmente otra vez. Luego el muchacho, después de untarse el dedo índice, lo fue pasando por el ano de la señora Julia que divertida movía la colita en demostración del gusto que experimentaba, de ahí fue sobando el ojete de mi madre que no se quedó atrás en hacerle saber a ese hijo de puta lo mucho que le gustaba esa exploración previa. Ante la figura de las dos mujeres dispuestas y entregadas a ser empaladas, el chico iba masturbándose mientras tomaba la decisión sobre cual sería el ano a disfrutar primero.

Sus ojos iban de unas nalgas a otras tratando de decidirse de una vez hasta que se llevó un dedo a la boca y formó un poco de saliva que lanzó hacia el techo y este al caer más cerca del lado de mi madre, la signaba como la primera a ser poseída por su verga que no dejaba de jalar y permitir que alcanzara su tamaño colosal. Lentamente fue restregando el glande morado en la entrada de mi progenitora y por la mirada y el gesto de dolor supe que había sentido la diferencia de medidas.

- ¿La sintió, señora?- preguntó el maldito a sabiendas de la respuesta de mi madre.

- Sí, ayyyy… me duele… ayyyy con cuidadito por favor, Mauricio- gimió ella agarrándose a la almohada.

- Es que la tiene muy apretada señora Olga.- respondió sonriendo y apretando los dientes a cada empujón que daba eufórico.

Él la tenía sujeta de las caderas sin permitirle la huída, gozando con el sufrimiento de mi madre de sentir que su cuerpo era atravesado por esa deforme masa de carne.

- Ya no empujes más por favor, ay… hasta ahí nomás, ayyyy… ya no más.- gritó encorvando la espalda.

Casi más de la mitad de su verga se encontraba empotrada en los intestinos de mi madre. Con suavidad fue iniciando los movimientos de entrar y salir que cada vez iba aumentando en velocidad, lo cual era sentido en su totalidad por su compañera, o sea mi madre, que no cesaba de berrear como un carnero degollado ante el intenso dolor que le causaba. Y creo que el escuchar los lastimeros gritos de ella, elevaba el ímpetu del chico que se aferraba con sus manos a las caderas de su víctima anal y mientras se movía en un vaivén desenfrenado por el goce sublime del sexo. Los dos cuerpos se agitaban frenéticos, uno dando y el otro recibiendo pero a fin de cuentas unidos. Esa imagen estaba ante mis ojos pero mi mente no reaccionaba en lo absoluto, era como si se tratara de dos desconocidos pero no era así, pues quien estaba siendo sodomizada era la autora de mis días que se dejaba poseer con furia y lujuria descarriada. Unos segundos después me di cuenta que un dolor en mi alma se extendía por todo mi cuerpo. Mi madre se había vuelto la perra de un negro de mierda.

De un momento a otro y por la calentura de ambos, el muchacho se montó sobre ella, cubriéndola completamente, todo esto sin detenerse en su acometida, los esfínteres de mi pobre madre aguantaban a más no poder el tremendo vergón que tenía atracado por la cola. Sus gritos se hicieron más intensos, incluso me pareció en un momento que casi lloraba, aunque no se si de dolor o de placer. Cosa que no hacia ninguna diferencia a la tristeza que me ocasionaba la escena en cuestión. El chico movía sus caderas de una forma casi incontrolable, poniendo gestos que deformaban su rostro y que eran producto del intenso placer que le prodigaba el apretado ojete de mi mamá.

- ¡Qué grande, Dios, que grande!- gemía con el rostro medio hundido y mordiendo la almohada como poseída por la dulce embriaguez del sexo.

Varios minutos después, dolorosos y tormentosos para mi condición de hijo, el maldito mierda se separó de ella, quedándose sentado y mirando desde atrás lo abierto que debía estar el ano de mi madre. Y razón no me faltaba por lo que escuché.

- Uffff, señora, me hecho sudar con unas ganas… y ese ano, pues que abierto lo tiene ahora señora.- dijo echándose aire a la cara y bufando por la faena realizada.

- Me haz roto el culo, Mauricio, debo estar abiertota.- contestó mi mamá volteando a verlo. Pero me gustó que me dieras como nunca antes me dio nadie.

- No hay porque señora, ya sabe que estoy para lo que usted me pida.- dijo riendo de saber que esa mujer casada se le ofrecía como cualquier puta barata.

En ese instante sin que le digan nada, la madre de Fernando se colocó a cuatro patas moviendo insinuante su muy apetecible cola y que con ese encanto, hasta unas semanas atrás desconocido para mí o mejor dicho no apreciado, hizo que el negro se acercara situándose detrás de ella. Él se quedó observando esa escena, como dudando una vez más que todo no fuera un sueño, y que en realidad esa mujer se le ofrecía en total libertad a recibir su inmenso pene.

Poco a poco su miembro fue creciendo hasta convertirse en esa masa negra y deforme de dimensiones increíbles pero que seducían sin lugar a dudas a ese par de señoras, que de señoras ya no tenían nada. Así fue que abrió las nalgas de la señora Julia y lo restregó con su glande morado y gigantesco, que casi parecía una manzana y lo acomodó en la entrada anal, y suavemente fue dejando que con el mínimo de esfuerzo ganara en los intestinos de ella. Vaya con la señora, sí que en cada sesión me confirmaba la buena hembra que era, toda una mujer hecha para el sexo. Si supieras amigo, si supieras de lo que es capaz tu mamita.

No demoró en terminar de incrustar el glande y ahora la tarea sería mucho más fácil, aunque yo al ver las dimensiones de ese fierro pues sólo podía imaginar lo que debían sufrir las dos. La señora Julia levantó su colita ofreciendo una vista espectacular, digna de la mejor escena pornográfica, el chico supo de inmediato lo que eso significaba, la señora deseaba sentir toda esa deforme verga en su interior. Mientras iba embistiendo suavemente, sus manos acariciaban las deliciosas nalgas de esa mujer, de esa diosa rubia y madura, y que solo emitía unos suspiros y quejidos casi imperceptibles.

- ¿Sigo señora?- preguntó el afortunado negro de mierda.

- Sí, mi semental, ayyy… tú sigue nomás, no te detengas por nada.- susurró la mujer totalmente entregada. Te quiero dentro de mí.

- ¡Cómo usted ordene!- respondió satisfecho con la respuesta de su perra.

Incrementando la fuerza de sus movimientos, el chico forzaba con su descomunal verga que de seguro aplastaba todos los órganos internos de la mujer que tenía la cara perdida entre sus brazos y el cabello dorado como el sol, revuelto y sudoroso. El negro se acomodó mejor, y lo que siguió después de la embestida que le dio fue el grito más brutal que haya oído en mi vida. La puta madre con el negro de mierda, por su cara de satisfacción y de pendejo, le había terminado de rellenar el ano a la pobre mamá de Fernando.

- Uhmmm, señora Julia, que buena perrita es para aguantarme por completo.- dijo el muchacho acariciando las nalgas de su compañera.

La amiga de mi madre no respondió nada, se quedó muda como si tener ese enorme fierro en su interior le hubiera tapado los pulmones. Segundos después, el chico iniciaba y el recorrer del canal anal de ella con su deforme verga, que salía brillando por el lubricante. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces hasta hacerse casi incontables por mí, su miembro entraba y salía con una velocidad insólita y que aumentaba con el pasar de los minutos. Y que podía decir de la señora Julia pues que sólo dejaba que él hiciera lo que le viniera en gana y vaya que lo hizo.

El negro maldito siguió sodomizando a la madre de Fernando y disfrutando de los espasmos que de rato en rato sacudían el bello cuerpo de la señora. Y no miento al decir que sentía cierta envidia hacia ese chico pues tenía la suerte de gozar el delicioso cuerpo de ella, y lo había hecho deleitándose con todos sus orificios.

Mucho más animado que otras veces, el muchacho terminó por cubrirla, cosa que ella agradeció volteando y encontrándose sus labios, y así, estaban los dos como un par de animales en celo que disfrutan viciosamente del sexo. La madre de Fernando arqueaba su cuerpo permitiendo que su amante o como le decían ellas, su semental, la penetrara con mayor facilidad. Una vez más me daba cuenta de su pericia sexual o el buen entendimiento que tenían entre ellos.

- Que delicioso anito rosado de mujer blanca.- gimió el chico sin detenerse en la montada. Está tan apretadito.

El hijo de puta se volvía loco con la suave opresión que le daban los intestinos a su verga. Y ella, en su propio mundo casi como ausente disfrutando o sufriendo el suplicio a la que estaba siendo sometida. Sí, muy metida dentro de esa hermosa mujer. Los cuernos del padre de Fernando debían llegar hasta el segundo piso de su casa.

El calor inundaba el cuarto, mi madre sólo atinaba a observar a ese par de monstruos sexuales dando rienda suelta a su lujuria. Los gemidos y gritos de su amiga se volvían más intensos, así como los bufidos de buey del muchacho. Era inminente que en cualquier momento terminarían. Y así, de unos fuertes movimientos por parte de ambos, los gritos del orgasmo se mezclaban en esa extraña combinación de negro y blanco. La señora Julia debió sentir la caliente leche inundando sus intestinos pero por la cara de gozo que mostraba eso era lo que había estado esperando y por lo que aguantó tanto dolor.

Después de sacársela cuan larga y gorda y negra era su verga, que a pesar de su flaccidez no dejaba de mostrar un tamaño sorprendente, se acostó al lado de la señora y mi madre se quedó de rodillas alucinada con la resistencia de su amiga. Y sin embargo, sorpresa grande me llevé yo al ver que mi adorada mamita se acercaba a la entrepierna del chico y moviendo su fierro, procedió a jugar y comerse los huevos deformes con el mismo gusto de las veces pasadas. Casi desenfrenado era el ataque de ella a ese pedazo de berenjena de carne, los lengüetazos se sucedían sin cesar unos a otros incansable por saborear su sabor. ¿Qué más podía hacer yo que no debiera haber hecho la primera vez? Pues nada, tan sólo dejar que esas señoras se saciaran de sexo, salvaje y húmedo sexo interracial.

Nuevamente el muchacho de mierda volvía a calentarse y eso era más que obvio por el incremento del tamaño de su verga. Y aún con mi madre degustando sus testículos, él le acercó su glande morado y deseoso de labios de mujer madura, o sea mi mamá en este caso. Con habilidad consiguió tragar cerca de medio trozo de carne para sombro y asco mío, no había quien la detuviera y por eso mismo ya no me animaba a intentar una posible intervención pues algo en mi interior me decía que al final quedaría mal parado. No deseaba saber que si aparecía en esos momentos y la conminara a no seguir con el engaño a mi padre, más que seguro es que le hubiera dado igual y hubiera seguido entregándose al negro.

Ella continuó con la mamada eterna pues se veía que disfrutaba mucho de lo que hacía y el negro muerto del gusto con mi madre jugando con su verga. Y una vez que estuvo enhiesta le ordenó a mi mamá que tomara asiento sobre él, cosa que hizo sin inmutarse de la orden y mas bien obedeciendo como una buena puta a su amo. Con sumo cuidado mi madre se puso de cuclillas y tomando el fierro del chico lo dirigió hasta su entrada anal que colocó pausadamente hasta sentir que estaba bien ubicado. Entre los dos fueron permitiendo que se completara poco a poco la penetración, con gestos de dolor marcados a ratos en el rostro de mi mamá y de goce en el del maldito negro. Con una última sentada, lograron que toda la longitud y solidez monstruosa de ese miembro de ébano quedara insertado hasta solo dejar sus huevos afuera para regusto de los dos.

Y así una vez más volvían a disfrutar del sexo como nunca antes la vi a mi mamita y su amante mucho más joven que ella y su amiga. Ayudado por las manos del chico que sujetaba firmemente sus caderas, mi progenitora brincaba deseosa de gozar cada segundo de esa deformidad que abría al máximo su esfínter. Los gritos de ella eran de una mezcla trastornada de dolor y placer ante la montada que le daba al muchacho, que por su parte dejaba ver el inmenso deleite que recorría su cuerpo por entretenerse con el ano de mi madre.

- Ayayayayayayyyyy… que bestia eres muchacho, me estas matando…- gritó mi madre sin dejar de rebotar.

- Pero bien que te gusta perra, porque no te detienes.- respondió el chico a sabiendas de lo mucho que disfrutaba su compañera.

- Sí, la tienes muy rica, mi negrito.- gimió la muy perra.

- ¿Más que la de su esposo?- preguntó tentador el hijo de puta.

- Síííííííííííííí.- gritó destemplada y fuera de sí.

El negro solo rió satisfecho que cada día dejaba en el pasado las faenas sexuales que tuvieron mis padres, mi progenitora era suya.

Unos momentos después el chico estallaba en gritos y estallando de igual manera sus huevos al soltar su líquido seminal en las entrañas de mi madre. Ella se quedó quieta sonriendo de sentirse llena y se echo hacia delante abrazándose al muchacho, entre besos y risas se recuperaban de un nuevo coito.

Mientras tanto la señora Julia se acercó felinamente hasta ponerse al lado del chico, que se dejó besar por ella. Los dedos curiosos del negro empezaron a invadir la conchita de la mujer que las abrió más para una mejor faena de su amante. En un juego peligroso, se sumergían dando paso a todo su éxtasis sexual inagotable por lo que veía. La madre de Fernando se acercó hasta el miembro del chico que ya empezaba a crecer, y ella fue lamiendo golozamente el tronco de ébano, que se llenaba de venas gruesas, dándole un aspecto monstruoso y que sin embargo, la mujer no dejaba de disfrutar. Una vez que estuvo enhiesta la herramienta del negro, la señora se puso de cuclillas, tal cual hizo mi madre antes, y con paciencia y cuidado deslizó el glande hasta situarlo en su abertura anal, todo ante la complacencia de su joven amante que sonreía lascivamente y contento de tener a esa señora tan hermosa a su disposición.

- Ya está en su sitio, señora.- dijo el muchacho tomándola de las caderas.

- Sí, despacito por favor, despacito mi niño.- contestó la muy perra madre de mi amigo, mientras sus entrañas iban recibiendo el garrote desmesurado.

En cámara lenta, la verga asquerosa fue ganando espacio en los intestinos de la señora Julia, que parecía enloquecer con eso en su interior. Aún sin que estuviera toda incrustada por completo, la mujer fue subiendo arriba y abajo, ayudada por el chico de mierda. Más parecía que estuvieran haciendo ejercicios pero no, la verdad no era esa sino que ese maldito hijo de puta sodomizaba a su antojo a la hermosa madre de Fernando.

Con cada vaivén de sus cuerpos el pene negro y aventajado se introducía más hasta lograr la soldadura completa para satisfacción de ambos. Los gemidos y gritos que se escapaban de la garganta de la amiga de mi madre eran angustiosos a momentos y en otros de una embriaguez sexual. Era imperdible para cualquier persona esta escena que se desabrochaba en la cama de mis padres, como antes más semejaba una escena de una película pornográfica que la vida misma, el momento que la señora Julia seguía coronando a su esposo con unos enormes cuerpos, tanto como la verga que se apoderaba de su ano.

Mientras la señora Julia se mantenía ocupada con el ojete a punto de reventar, mi madre besaba al condenado negro de mierda para luego subirse sobre su cara y dejarle a la vista su ano, que el muchacho recibió con gusto y que comió con desenfreno, y así, el chico se despachaba a sus dos señoras amantes.

Ante mis ojos, se desarrollaba el acto sexual más impactante de toda mi vida que para dolor y cólera mía, tenía entre uno de los participantes a mi propia madre que ya de propia tenía muy poco… casi nada.

De un salto mi madre se colocó delante de su amiga y esta salió a su vez del sitio dejando tras de sí, una verga inmensa y lubricada que aún se mostraba deseosa y viciosa por sentir el suave calor y cobijo de un ano. Mi madre tomó asiento sobre esa deformidad y de un solo golpe este se introdujo por completo no sin sacarle de adentro un grito espectacular. Con sapiencia, mi madre se cogía al chico en una cabalgada anal diabólica y desafiante, unos instantes después la madre de Fernando volvía a tomar asiento como antes pero demostrando toda su pericia en las artes sexuales. No había dudas las dos señoras eran unas perras enteras y expertas que solo deseaban saciar su apetito carnal con aquel muchachito que las sedujo sin mucho esfuerzo con su descomunal fierro.

Unos momentos después el chico se iba en una eyaculada monumental, aunque quien la debió sentir así sería la pobre señora Julia, pero por los gritos y gruñidos del maldito negro, así debió ser.

La mujer se movía suavemente aún sin soltarse de la unión disfrutando al máximo la cogida para luego dejarse caer a un lado dejando libre el pene del muchacho que salió con cierta dificultad debido a su longitud y lo apretado del orificio anal.

Resoplando y todavía agitado por la faena cumplida el maldito negro abrazó a mi madre y a su amiga, quienes pasaron una pierna cada una sobre el cuerpo del chico, y se durmieron complacidos por el coito.

Yo me quedé mirando los cuerpos de los tres casi como si fueran espectros lujuriosos que descansaban tan solo para continuar. Y así fue pues antes de irme y no seguir viendo más, ellos iniciaban sus juegos sexuales. Y siempre analmente, tal como se lo habían prometido

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