Corriendo(me) con mis hermanas 3

Seguimos con la historia de Pedro y sus hermanas. Espero que los lectores estén impacientes por los siguientes capítulos. Sin más a disfrutar



Bueno, es que se me ha hecho tardísimo. Mira, yo voy a tirar para casa ya. Total, ya te sabes cuál es la ruta. Tómate tu tiempo para descansar, y ya nos vemos para cenar. Hasta luego.

Y de un salto, se incorporó y ya estaba corriendo. Tuve ocasión de ver cómo sus tetas, por lo general bastante inmóviles tras ese sujetador deportivo, dieron un pequeño meneo cuando aterrizó en el suelo. Pero fue fugaz, y para cuando pude recuperar el aliento hacía rato que se había esfumado.

Miré en derredor. Hacía rato que ya empezaba a oscurecer. Me encontraba agotadísimo, casi al límite. Tara me decía que ella solía descansar aquí un par de minutos o dos, pero a mí eso me resultaba completamente insuficiente. Necesitaba tenderme un ratito antes de emprender el camino de vuelta, y eso hice. Intenté no demorarme mucho porque como me retrasara más sería de noche, y en el campo la oscuridad es un gran estorbo.  Cuando volví a encontrar el asfalto ya estaban las farolas encendidas, y me enfrenté a un problema mucho mayor: a la ida el camino había sido cuesta abajo, pero ahora era cuesta arriba. Aunque intenté mantener cierta semblanza de ejercicio y pegar una especie de trote cada vez que podía, lo cierto es que estaba completamente exhausto y la energía me había abandonado. Encontré que hice la mayor parte del camino de vuelta andando, más que corriendo.

Entré por la puerta de casa hecho una pila de sudor y peste a humanidad. Mis padres y mis hermanas estaban ya sentados cenando y el reloj de la pared marcaba las 22:15. Lo que para mi hermana solía ser una hora corriendo, para mí se había triplicado. Vi que Tara había tenido tiempo de ducharse y ponerse el pijama, y se encontraba mirándome con socarronería desde su plato de ensalada.

-          Mamá, te lo dije, es que no está hecho para esto.

Le lancé una mirada furibunda. Había sido una auténtica paliza, pero esa forma de chincharme delante de todos me tocaba seriamente los cojones, así que aquello avivó un fuego dentro de mí. Lo cierto es que tras todo el ejercicio me sentía… satisfecho, supongo. Contento de haber logrado realizar algo así, a lo que le tenía tanta aversión. Me demostraba que tenía cierta disciplina, pese a todo. Iba a surfear esa oleada de orgullo propio todo lo que pudiera hasta donde fuera posible, y le iba a acompañar a todas sus salidas a correr a partir de ahora.

Además… el culo de mi hermana en mallas me había embelesado por completo. ¿Cómo perderme una oportunidad de verlo de nuevo?

 
El día siguiente estuve hecho polvo, con las agujetas dejándome prácticamente inútil para cualquier actividad física. Según Tara, no era bueno correr todos los días seguidos, así que al menos no me tenía que enfrentar a aquella titánica tarea de nuevo. Pero la verdad es que estaba tan cansado que ni siquiera tenía fuerzas para cascarme una paja pensando en el culo de mi hermana.

Casi mejor; una vez pasado el calentón, empezaba a sentirme algo culpable de pensar así en Tara. Estaba mal, mi hermana no debería ponerme así de cachondo. Pero era como si ya se hubiera encendido un interruptor y no hubiera forma de apagarlo: me encontraba echándole largos vistazos a su cuerpo entero mientras ella estaba viendo la tele estirada en el sofá, o leyendo en su cama boca abajo. Madre mía, qué cuerpazo. No me lo podía sacar de la cabeza.

Normalmente no llevaba ropa muy reveladora en casa, pero ahora que era verano a veces se sentía bastante cómoda llevando unos shorts o alguna minifalda que con un pequeño revuelo me dejaba echar un vistazo efímero a sus braguitas.

En una ocasión iba de camino al baño cuando pude verla así, tumbada boca abajo en la cama con una revista delante de ella. Tenía los cascos puestos, así que no creo que escuchara mis pasos. El momento fue idóneo, pues parece que el elástico de las bragas se le estaba clavando en la raja del culo, porque se levantó la faldita lo bastante como para tirar de aquellas bragas con rayas blancas y rojas hasta recolocárselas bien. Pude ver también un nada desdeñable cacho de nalga derecha que instantáneamente me aceleró el pulso y la respiración.

-          ¿Qué estás haciendo?

Di un respingo, completamente sobresaltado al haber sido pillado in fraganti. Mi hermana pequeña Anita había aparecido por detrás sin que me diera cuenta. Aunque no sé cuánto tiempo llevaba ahí, sin duda debía ser suficiente para percatarse de la dirección de mi mirada por la cara entre divertida y traviesa que se le había puesto.

Anita tenía dos años menos que yo. Aunque no parece mucho, sí que lo es cuando se es adolescente. Normalmente el ser más joven hacía que fuera mucho más inocente que nosotros… pero desde luego, no era para nada tonta. Su mirada ahora me decía que se daba cuenta de dónde ponía mis atenciones y adivinar el motivo.

Lo cierto es que, a diferencia de mi relación con Tara, nunca me he llevado particularmente mal con ella. Sí, nos chinchábamos aquí y allá, pero nos entendíamos. Los dos años que ella se llevaba conmigo le debían parecer más cercanos y comprensibles que los cuatro que se llevaba con Tara, y cuando éramos pequeños nos metíamos en más de una travesura juntos para hacerle rabiar. Eso nos había unido.

Pero ahora mis miradas guarras a nuestra hermana mayor no le pasaban desapercibidas. Carraspeé y salí del paso como pude.

-          Nada, nada… estaba mirando las estanterías de Tara, por si tenía ese libro que le presté hace unos meses…

-          Yaaa… –contestó Anita sin ninguna convicción, manteniendo esa sonrisa de autosuficiencia–. Un poco lejos para ver los libros que hay en la estantería desde aquí, ¿no? –me dijo alzando las cejas y remarcando las palabras en un gesto que me ponía en evidencia. Se mordió el labio, claramente entretenida por verme sufrir y retorcerme intentando excusarme–. Además, ¿por qué no se lo preguntas directamente a Tara? Ella lo sabrá con seguridad –dijo mientras se acercaba lentamente a nuestra hermana mayor, estudiando mi reacción.

-          ¿Qué pasa? –dijo Tara quitándose los cascos y girando la cabeza. Debía haber escuchado que pronunciábamos su nombre.

-          Nonononadanada, miramejorotrodíavale –me apresuré a soltar a toda velocidad mientras me esfumaba de allí.

Mierda, aquello no era bueno. Anita me había pillado mirándole el culo a Tara y no sabía qué podía pasar después de eso. En el mejor de los casos, mis hermanas llamándome guarro y salido (y tendrían razón) y en el peor, material de chantaje si amenazaban con contárselo a nuestros padres.

Por fortuna, no pasó nada más el resto del día. Durante la cena Tara y Anita se comportaron con normalidad, aunque Anita de vez en cuando me lanzaba una mirada socarrona. Algo en plan “sé que le estabas mirando el culo a Tara” para darme a entender que ella tenía el poder de putearme. Menos mal que Anita no era una chica mala o cruel, y yo no creía que fuera a ir más allá de restregármelo de esa forma implícita. Seguramente para ella eso ya era suficiente. Aunque la incertidumbre seguía ahí, me encontré algo más aliviado.

 
Al día siguiente tocaba correr otra vez. Las agujetas seguían ahí, diría que casi idénticas al día previo. Iba a ser un suplicio correr hoy, mucho peor que el otro día, pero estaba resuelto a enfrentarme a ello.

-          Es mejor que te acostumbres a no interrumpir la rutina sólo porque tengas agujetas los primeros días –me explicó Tara mientras balanceaba el tronco a un lado y a otro, estirando las piernas–. Así tu mente y tu cuerpo tolerarán el ejercicio más rápido.

Esas respuestas a mis quejas iniciales me entraron por un oído y me salieron por el otro porque yo ya estaba ocupado contemplando cómo se mecía ese trasero a un lado y a otro. Tara seguía de espaldas a mí sin prestarme atención y bamboleaba aquellas nalgas con fuerza. Atraía mis ojos de una forma completamente magnética, pim, pam…

-          ¿Me escuchas, tontolava?

La esponjosidad de aquellas redondeces formaban una pompa perfecta, que se continuaba con unos muslos completamente musculares y sin atisbo de grasa que se mecían… se mecían…

-          Oye, ¿me estás mirando el culo?

Aquel comentario me sacó de mi ensimismamiento. Tara me estaba mirando, muy seria, por encima del hombro. Evidentemente mis ojos llevaban clavados un rato en un sitio. Me puse a sudar y noté que se me subía otra ve la sangre a la cara. Rápido, tenía que inventar algo…

-          Nooo… qué va, estaba pendiente de lo que hacías, quería copiarlo bien…

Tara entrecerró los ojos y entreabrió la boca, en un gesto de incredulidad. De ultraje. No podía creerse que su hermano pequeño fuera un puñetero pervertido que no paraba de fantasear con ese tremendo culo.

-          Pero si llevas un buen rato parado como un pasmarote, idiota. ¿Qué te crees, que no me doy cuenta?

Abrí la boca para intentar protestar, pero no me salían las palabras. Mierda, me estaba quedando en blanco. Joder, joder, joder…

-          ¿Y eso? –Tara se incorporó definitivamente y se giró para encararme, con los ojos muy abiertos en una expresión de completo shock–. ¿Pero qué coño…? ¿¿Te has empalmado, Ramón??

Deseé que se abriera la tierra en aquel porche y me tragara por completo. No necesitaba mirar abajo para saber que tenía una erección de caballo, sobresaliendo como un monstruo ancestral desde mis pantalones.

Tara me miraba con tanta sorpresa que era difícil de ver la repugnancia o la aversión en su expresión, aunque no dudaba de que estaban allí, en alguna parte. Más bien es que ella también se había quedado muda por lo incómodo y lo violento de la situación, sin idea de qué decir o hacer para salir del paso. Lo lógico hubiera sido llamarme guarro, pervertido, alguna lindeza del estilo, pero es como si incluso aquellas palabras se le escaparan ante lo inesperado del momento. Pese a todo, no se me escapó que entre toda esa crisis interior la vista se le iba cada dos por tres a mi paquete.

Decidí romper aquel bloqueo de alguna forma y echar pecho. Me habían pillado, así que ya no tenía mucho más que perder.

-          Sí, qué pasa, Tarada… es que te pones a menear ese culo ahí delante y… Qué quieres, no soy de piedra. Es normal, pasaría con cualquier chica –dije, claramente rojo como un tomate y evitando su mirada, pero echándole algún vistazo de reojo para ver cómo reaccionaba.

Ahora fue ella quien abrió la boca sin saber qué decir. Pude ver como se empezaba a ruborizar y a parpadear rápidamente, como intentando devolverse a la realidad porque lo que estaba pasando era tan anómalo que no entraba en sus organizados registros de cómo se supone que debía comportarme yo. Daba la sensación de que estaba confundida por lo que a todas luces consideraba un piropo (lo era) y el hecho de que viniera de mí, que solía soltarle tantas borderías. Incluso aunque lo había lanzado con muy poca sutileza, se ve que le había hecho mella.

Estaba muy guapa, así acalorada (mucho más de lo que la había visto cuando corría, por cierto) e intentando recobrar el control. Se humedeció los labios mientras intentaba despegar la vista del bulto que formaba mi polla en los pantalones, antes de dar una sacudida brusca de cabeza y pegarme un fuerte manotazo en el brazo.

-          Serás… serás… ¡guarro! Si lo sé no te doy la espalda.

Hizo una mueca que intentaba ser de reprimenda. Pero yo conocía a mi hermana mayor; había alguna parte en su mirada que parecía encontrar esta escena… ¿divertida? Como si tuviera cierto nerviosismo interior causado por la situación, que normalmente se descarga como una risa floja… pero se estaba conteniendo, porque necesitaba ser doña Perfecta y echarme la bronca por ser tan obsceno con ella. Pero había un atisbo en su boca, un brillo en su mirada que anunciaban que no le había parecido tan grave como parecía a priori.

Lo cierto es que ayudó a relajar un poco la situación y quizás fue ese el punto de inflexión. Me sentí lo bastante cómodo como para agarrarme la entrepierna con una mano de una forma todavía más evidente:

-          Sí, mejor, ¡no vaya a ser que te choques con esto! –y procedí a intentar perseguirla con mi paquete en la mano por el porche.

Ella pegó unos cuantos gritos agudos mientras se alejaba de mí correteando y ya no pudo contener su sonrisa mientras me gritaba “¡Cochino!”, “¡Marrano!”, “¡Asqueroso!”.

-          Ay de verdad, Mamoncete, estás hecho un niñato, ¿eh? –dijo tras un par de minutos de esto, cuando se paró a coger aliento.

Me encogí de hombros. Me había llamado cosas peores en otras ocasiones.

-          Bueno, ¿nos ponemos al lío o no? A este ritmo terminas más tarde que el otro día. De hecho… creo que como ya te conoces el camino, voy a dejarte que vayas tranquilito y que me alcances como puedas.

-          ¡Pero bueno, así no es lo mismo! ¡No quiero que me dejes atrás, ir solo es un coñazo! –protesté.

-          Ya, pero es que si voy contigo… bueno, con el problema que tienes ya tan gordo –dijo señalando con un gesto el bulto de mi pantalón, juguetona–, no te lo quiero poner más duro. ¿Vale? Nos cruzamos a la vuelta.

Me quedé alucinado. ¿Acababa Tara de hacer una broma con mi paquete, y con que me empalmaba con ella? Esto era nuevo. De hecho, no había visto a Tara con tantas ganas de guasa jamás. Era extraño, por un momento fue casi como si estuviera tonteando conmigo. Por lo general, evitábamos hablar de sexo en absoluto el uno con el otro, e incluso diría que yo reprimía algunas bromas picantes sabedor de que sería incómodo que ella las escuchara. Pero se ve que ella no tenía ese problema conmigo. De hecho, parecía resultarle refrescante. La veía mucho más animada que la vez anterior.

Al final, cuando Tara se hubo marchado conseguí que mi erección descendiera a un nivel “manejable” y me puse en marcha. Fue un auténtico suplicio, pero al menos esta vez no tenía la distracción ni el dolor de huevos que suponía el culo de mi hermana, sólo el dolor de las agujetas recrudecido. Me crucé con ella de vuelta cuando llegaba a la rotonda; Tara puso una cara al verme, como riéndose de mi lamentable estado físico, pero al menos no detecté maldad en ella. De hecho, cuando pasó por mi lado me dio un empujón juguetón con la cadera.

-          ¡Venga, culo gordo!

Uno diría que lo había dicho aposta. Ella sí que tenía un culo gordo. Un culamen celestial, me daba cuenta al verla alejarse de mí observando cómo se bamboleaba de una forma proporcionada y sugerente. ¿Era imaginación mía, o estaba moviendo las caderas mucho más de lo necesario para cómo corría? Noté que empezaba a empalmarme otra vez. Tantos años con ella en casa y no me había dado cuenta de aquel maravilloso atributo suyo, una de las cosas que, finalmente, no detestaba de ella.

No obstante, el cansancio y el sudor me espabilaron de mi ensoñamiento, cuyo origen había desaparecido. Me notaba tan reventado que estaba temblando del dolor y no me veía capaz de dar otro paso más. Mi motivación había desaparecido junto con mi hermana. Al principio intenté seguir el camino de tierra, pero luego me dije que era inútil y decidí directamente dar media vuelta. Mi ritmo era penoso, pero aun así conseguí volver a casa poco después de anochecer.

Tara salía de la ducha cuando subí las escaleras resoplando hacia mi cuarto. Llevaba una toalla puesta que le cubría desde el pecho a los muslos y se estaba secando con otra el pelo mojado. Se quedó mirándome con sorpresa al verme llegar, pero no dijo nada.

Aquella noche, no me pude reprimir; me hice una paja a manos llenas pensando en el culo de mi hermana y cómo si fuera por mí lo hubiera estrujado y llenado de lefa hasta cubrirlo entero. No me sentí culpable en absoluto; es más, después de correrme, me seguía poniendo cachondo la idea. La zorra de mi hermana mayor, que podía ser una auténtica hija de puta insoportable a veces… estaba buenísima, y ahora que me había dado cuenta no podía parar de pensar en ello. Era como una fiebre, y no tenía pinta de parar pronto.

 
En el siguiente día también descansamos. Yo estaba cada vez peor y tenía todo el cuerpo agarrotado casi sin poder moverme del esfuerzo, pero intenté evitar quejarme mucho. No quería llamar la atención para permitirme comerme con los ojos el cuerpazo de Tara cada vez que podía. La veía pasearse por casa con una camisetita corta los días de calor que muchas veces dejaba al descubierto su ombligo y su abdomen tonificado cuando se estiraba, y unos pantalones cortos de pijama que no hacían sino poner de relieve su implacable culo, que reunía las proporciones y formas perfectas.

Intenté que mis padres no se dieran cuenta, pero estoy relativamente seguro de que Anita se dio cuenta en alguna ocasión de que miraba fijamente a nuestra hermana con cara de baboso pervertido. Me acuerdo cuando le tocó cargar el lavavajillas y llevaba ese conjuntito ligero, cada vez que se agachaba me ofrecía una vista directa de mi objeto de deseo.

-          ¿Qué? ¿Te gusta la vista, eh? –dijo Anita dándome un codazo y sonriéndome mientras alzaba las cejas.

-          No sé, no sé qué dices –me defendí débilmente mientras luchaba por evitar que me subiera la sangre a la cara.

-          Mira, que si es por culetes, yo también tengo uno estupendo…

Mi hermana pequeña me cogió de la mano arrastrándome hasta el salón, que estaba pegado a la cocina. Me dio la espalda y se bajó su pijama corto de las Supernenas, enseñándome su trasero enmarcado por unas bragas de color naranja. Se me aceleró el pulso. ¡Joder! El culo de Anita también era tremendo; mi hermana tenía ese grado justo de grasa de bebé que hacía sus nalgas muy redonditas, fruto de estar todavía desarrollándose. Hacer ballet le ayudaba, claro está, a que estuvieran muy bien puestas y pegaran un suave bamboleo cuando el elástico del pantalón las descubrió.

Noté que me empezaba a empalmar, no sólo por el culo de Anita sino por el morbo de que mi hermana pequeña estuviera siendo tan fresca conmigo. Daba la sensación de que le divertía ponerme cachondo y pillarme así. Mientras tragaba saliva y pensaba cómo reaccionar, ella se giró la cabeza para mirarme mientras se sujetaba los dos cachetes. Me guiñó un ojo y se dio un pequeño azote en una nalga.

-          ¿Qué? ¿Qué te parece el mío?

-          Muy bonito… –conseguí balbucear, totalmente embobado.

Anita se rio, claramente orgullosa de recibir el cumplido, y se volvió a tapar el culete con su pijama. Se sentó en el sofá y palmeó el asiento de al lado.

-          Ven, quiero preguntarte algo.

Sacudí la cabeza. La erección no me había bajado del todo, pero no era muy evidente por cómo me encorvaba un poco. En estos pocos días me había acostumbrado a desear el cuerpo de mi hermana mayor, pero… hostias, ¿Anita también? Lo cierto es que la cabrona tenía un cuerpo joven y fresco, apetecible… carne núbil… joder. Me senté junto a ella, algo alterado interiormente, por la cantidad de cosas que se me pasaban por la cabeza que quería hacer con ese culito suyo.


Continuará........ Si es que quieren

1 comentario - Corriendo(me) con mis hermanas 3

PepeluRui
Empieza a ponerse interesante. sigo 😍